Imperialismo: Lecciones desde Irak
Por Atilio A. Borón,
Revista TRIcontinental, 25/02/04
Las notas que siguen a
continuación tienen por objeto invitar a un re-examen de la cuestión del
imperialismo a la luz de las enseñanzas que arroja la ocupación militar
de Irak por parte de las fuerzas armadas norteamericanas. Tal revisión se
torna imprescindible no sólo para desmontar la propaganda orquestada
desde Washington con relación a la guerra de Irak sino porque aún dentro
de las filas de la izquierda predomina una lamentable confusión en torno
al imperialismo y sus formas actuales de manifestación. Dado que no puede
haber una línea política correcta si la misma no se funda en un análisis
preciso de la realidad, clarificar este asunto se convierte en una materia
de la mayor importancia.
Los
límites de la teorización clásica
La confusión aludida más arriba
tiene que ver con las insuficiencias de la teorización tradicional del
imperialismo ante las transformaciones experimentadas por el modo de
producción capitalista a lo largo del siglo veinte. Como lo recordara el
marxista indio Prabhat Patnaik en su breve ensayo aparecido en la Monthly
Review a comienzos de la década de los noventas, el término
imperialista prácticamente había desaparecido de la prensa, la
literatura y los discursos de socialistas y comunistas por igual (Patnaik,
1990). Este desvanecimiento de dicha problemática era un síntoma de las
notables transformaciones acaecidas a partir de la finalización de la
Segunda Guerra Mundial, las cuales ponían en cuestión algunas de las
premisas centrales de las teorías clásicas del imperialismo formuladas
en las dos primeras décadas del por Hobson, Hilferding, Lenin, Bujarin y
Rosa Luxemburgo, para no mencionar sino a sus principales figuras.
a) Para comenzar digamos que un
dato decisivo de estas teorías era la estrecha asociación existente
entre imperialismo y crisis del capitalismo en las economías
metropolitanas. El período que se inicia a finales de la década de los
cuarentas, sin embargo, es el de mayor crecimiento jamás experimentado
por las economías capitalistas en su conjunto y, al mismo tiempo, uno de
los más agresivos desde el punto de vista de la expansión imperialista,
especialmente norteamericana, por toda la faz de la tierra. La clásica
conexión entre crisis capitalista y expansión imperialista quedaba de
ese modo rota, sumiendo en la perplejidad a quienes aún se aferraban a
las formulaciones clásicas del imperialismo (Panitch y Gindin, 2003: pp.
30-31).
b) Otro antecedente que vino a
agravar esa situación fue la constatación de que, contrariamente a lo
que señalaban los debates de comienzos de siglo pasado, la rivalidad económica
entre las grandes potencias metropolitanas ya no se traducía en
conflictos armados (como la Primera y Segunda Guerras Mundiales) sino en
una competencia económica pero que, pese a su por momentos extrema
ferocidad, jamás se tradujo en los últimos cincuenta años en un
enfrentamiento armado entre las mismas. Kautsky insistió precozmente
sobre este punto, en una tesis sumamente sugerente pero no exenta de
serios problemas interpretativos.
c) Por último, otro asunto que
puso en crisis las teorizaciones clásicas del imperialismo fue, en la
fase actual de acelerada mundialización de la acumulación capitalista,
la expansión sin precedentes del capitalismo a lo largo y a lo ancho del
planeta. Si bien aquél fue desde siempre su régimen social de producción
caracterizado por sus tendencias expansivas, tanto en la geografía física
como en la social, la aceleración de este proceso a partir de la caída
del Muro de Berlín y la implosión de la ex Unión Soviética ha sido
vertiginosa. El reparto del mundo, fundamento de las interminables guerras
de anexión colonial o neocolonial, tenían un supuesto en la actualidad
insostenible: la existencia de vastas regiones periféricas en las cuales
el capitalismo fuese prácticamente desconocido. Como bien acota Ellen
Meiksins Wood, las teorías clásicas del imperialismo "asumen, por
definición, la existencia de un ambiente 'no capitalista'" (Meiksins
Wood, 2003: p. 127).
Respuestas ante los nuevos desafíos
Ahora bien, la trascendencia de
estos cambios ha dado lugar a tres distintas actitudes. Están, por una
parte, quienes en la izquierda dogmática se niegan a aceptar su entidad e
importancia, aduciendo que sólo se trata de transformaciones
superficiales que carecen de importancia. Nada ha cambiado y por lo tanto
nada hay que cambiar. Están, luego, quienes a partir del reconocimiento
de tales cambios pasan a sostener tesis radicales que anuncian "el
fin de la era imperialista" y el advenimiento de una nueva forma de
organización internacional, "el imperio." El locus classicus
de esta postura es, por supuesto, el libro de Michael Hardt y Antonio
Negri, Imperio, cuyas tesis centrales hemos criticado en un trabajo
especial y sobre las cuales volveremos más abajo (Hardt y Negri, 2000;
Boron, 2002). Estamos, por último, quienes reconocemos la enorme
importancia de los cambios aludidos más arriba pero insistimos en que el
imperialismo no se ha transformado en su contrario, ni se ha diluido en un
vaporoso "sistema internacional" o en las vaguedades de un
"nuevo régimen global de dominación." Se ha transformado, pero
sigue siendo imperialista. Así como los años no convierten al joven Adam
Smith en el viejo Karl Marx, ni la identidad de un sujeto se esfuma por el
sólo paso del tiempo, las mutaciones experimentadas por el imperialismo
no dieron lugar a la construcción de una economía internacional
no-imperialista.
Es innegable que existe una
continuidad fundamental entre la supuestamente "nueva" lógica
global del imperio -sus actores fundamentales, sus instituciones, normas,
reglas y procedimientos- y la que existía en la fase presuntamente
difunta del imperialismo. Más allá de ciertas apariencias novedosas, los
actores estratégicos de ambos períodos son los mismos: los grandes
monopolios de alcance transnacional y base nacional y los gobiernos de los
países metropolitanos; las instituciones que ordenan los flujos económicos
y políticos internacionales siguen siendo las que signaron ominosamente
la fase imperialista que algunos ya dan por terminada, como el FMI, el
Banco Mundial, la OMC y otras por el estilo; y las reglas del juego del
sistema internacional son las que dictan principalmente los Estados Unidos
y el neoliberalismo global, impuestas coercitivamente durante el apogeo de
la contrarrevolución neoliberal de los años ochenta y comienzos de los
noventa a través de una combinación de presiones, "condicionalidades"
y manipulaciones de todo tipo.
Por su diseño, propósito y
funciones estas reglas del juego no hacen otra cosa que reproducir y
perpetuar la vieja estructura imperialista que, como diría el Gatopardo,
en algo tiene que cambiar para que todo siga como está. Parafraseando a
Lenin podríamos decir que el imperio imaginado por Hardt y Negri, o por
los teóricos de la globalización, es la "etapa superior" del
imperialismo y nada más. Su lógica de funcionamiento es la misma, como
iguales son la ideología que justifica su existencia, los actores que la
dinamizan y los injustos resultados que revelan la pertinaz persistencia
de las relaciones de opresión y explotación.
Tal como se decía más arriba, un
modo de producción tan dinámico como el capitalismo -"que se
revoluciona incesantemente a sí mismo," como recuerdan Marx y Engels
en El Manifiesto Comunista- y una estructura tan cambiante como la
del imperialismo-su estructura, su lógica de funcionamiento, sus
consecuencias y sus contradicciones- no se pueden comprender en su
cabalidad mediante una relectura talmúdica de los textos clásicos de
Marx, Hilferding, Lenin, Bujarin y Rosa Luxemburgo.
Es obvio que el imperialismo de
hoy no es el mismo de hace treinta años. Ha cambiado, y en algunos
aspectos el cambio ha sido muy importante. Pero nunca será demasiado el
insistir en que, pese a estos cambios, no se ha transformado en su
contrario, como nos propone la mistificación neoliberal, dando lugar a
una economía "global" donde todas las naciones son
"interdependientes". Sigue existiendo y oprimiendo a pueblos y
naciones, y sembrando a su paso dolor, destrucción y muerte. Pese a los
cambios conserva su identidad y estructura, y sigue desempeñando su función
histórica en la lógica de la acumulación mundial del capital. Sus
mutaciones, su volátil y peligrosa mezcla de persistencia e innovación,
requieren la construcción de un nuevo abordaje que nos permita captar su
naturaleza actual. No es éste el lugar para proceder a un examen de las
diversas teorías sobre el imperialismo.
Digamos, a guisa de resumen, que
los atributos fundamentales del mismo señalados por los autores clásicos
en tiempos de la Primera Guerra Mundial siguen vigentes toda vez que el
imperialismo no es un rasgo accesorio ni una política perseguida por
algunos estados sino una nueva etapa en el desarrollo del capitalismo.
Esta etapa está signada, hoy con mayor contundencia que en el pasado, por
la concentración del capital, el abrumador predominio de los monopolios,
el acrecentado papel del capital financiero, la exportación de capitales
y el reparto del mundo en distintas "esferas de influencia". La
aceleración del proceso de mundialización acontecida en el último
cuarto de siglo, lejos de atenuar o disolver las estructuras imperialistas
de la economía mundial, no hizo sino potenciar extraordinariamente las
asimetrías estructurales que definen la inserción de los distintos países
en ella. Mientras un puñado de naciones del capitalismo desarrollado
reforzó su capacidad para controlar, al menos parcialmente, los procesos
productivos a escala mundial, la financiarización de la economía
internacional y la creciente circulación de mercancías y servicios, la
enorme mayoría de los países vio profundizar su dependencia externa y
ensanchar hasta niveles escandalosos el hiato que los separaba de las metrópolis.
La globalización, en suma,
consolidó la dominación imperialista y profundizó la sumisión de los
capitalismos periféricos, cada vez más incapaces de ejercer un mínimo
de control sobre sus procesos económicos domésticos. Esta continuidad de
los parámetros fundamentales del imperialismo -no necesariamente de su
fenomenología- es ignorada en la obra de Hardt y Negri, y el nombre de
tal negación es lo que estos autores han denominado "imperio."
Las "duras réplicas" de la guerra en
Irak
La Guerra de Irak, declarada en
solitario por Washington con el sólo apoyo de su principal
estado-cliente, el Reino Unido, y llevada a cabo casi exclusivamente por
las fuerzas armadas de los Estados Unidos, ha tenido sobre la tan
difundida teorización de Hardt y Negri el mismo efecto que la destrucción
de las Torres Gemelas tuvo sobre la autoestima norteamericana. En tal
sentido, tenemos la certeza de que todo un conjunto de acontecimientos que
se sucedieron en la arena internacional poco después de la publicación
de Imperio en los Estados Unidos, y de manera muy especial la
Guerra de Irak, han refutado de manera inapelable, con la contundencia de
los hechos históricos, la audaz teorización propuesta por Hardt y Negri
en su libro. Éste no sólo se reveló incapaz de interpretar
adecuadamente la historia del imperialismo sino también de dar cuenta de
la nueva fase iniciada con el derrumbe de la bipolaridad.
Una enumeración apenas somera de
algunas de las principales "víctimas teóricas" de los sucesos
prácticos ocurridos recientemente señalaría, entre otros, los
siguientes:
a) La concepción de Hardt y Negri
sobre el papel de las Naciones Unidas y el derecho internacional. En
efecto, los autores de Imperio exageraron groseramente la
importancia y la gravitación efectiva de las Naciones Unidas y la
legislación internacional. Al carecer de los instrumentos teóricos
necesarios que les permitieran percibir la complejidad de la estructura
del sistema imperialista debieron limitarse a exponer las apariencias
"democráticas" del multilateralismo. Creyeron, en consecuencia,
que su hueca formalidad constituía la sustancia misma del imperio.
El contraste con la realidad,
evidente ya antes de la invasión decretada por el Presidente George W.
Bush, se tornó estridente e insoportable una vez que los Estados Unidos
decidieron -como política oficial y ya no más como un position paper
escrito por algún halcón del Pentágono que circulaba subrepticiamente
por las oficinas de Washington- hacer caso omiso de cualquier resolución
que pudiese adoptar el Consejo de Seguridad, ¡para ni hablar de la
Asamblea General! Fiel a dicha actitud, la Casa Blanca no vaciló en
proseguir adelante en la defensa de su seguridad nacional supuestamente
amenazada prescindiendo por completo de la necesidad de construir
trabajosos acuerdos políticos o de someterse a los dictados de una
legislación internacional que el centro imperial consideraba un mero
tributo a la demagogia. Esta postura fue llevada a cabo aún a pesar de
los altos costos que implicaba, como por ejemplo la ruptura del consenso
noratlántico, la crisis de la OTAN y el grave entredicho con Francia y
Alemania cuyas secuelas habrán de ser visibles por mucho tiempo.
El hecho que luego de consumada la
agresión de Irak el Consejo de Seguridad hubiera adoptado una resolución
por unanimidad exhortando a la reconstrucción democrática y compartida
de Irak no hizo sino legitimar post bellum la agresión
imperialista. Esta resolución, no obstante, fue recientemente
interpretada por Antonio Negri como una capitulación norteamericana
frente a las Naciones Unidas cuando se trata exactamente de lo contrario:
la impotente aceptación del atropello internacional cometido por
Washington (Cardoso, 2003).
b) Otra de las víctimas de la
Guerra de Irak ha sido la concepción desarrollada por Hardt y Negri en Imperio
acerca del carácter supuestamente desterritorializado y descentrado del
mismo. Esta volatilización territorial del imperialismo tenía, como su
necesaria contraparte, el irreversible desplazamiento de las antiguas
soberanías fincadas en los arcaicos estados nacionales hacia un vaporoso
espacio presuntamente supranacional, lugar donde se constituiría una
nueva soberanía imperial despojada de cualquier vestigio estatal
nacional. Según la concepción que estamos criticando, lejos de reflejar
el predominio de un "centro" de la estructura imperialista
mundial la nueva soberanía imperial no haría otra cosa que establecer la
primacía de una "lógica global de dominio" superadora de los
tradicionales intereses nacionales cuya reafirmación tantas guerras
"imperialistas" ocasionara en el pasado.
Si hay algo que demostró la
agresión descargada sobre Irak fue el carácter meramente ilusorio de
estas concepciones tan caras a los autores de Imperio, a las cuales
Bush desmintió con los toscos modales del embrutecido cowboy
tejano. Una de las primeras lecturas que podemos hacer de los
acontecimientos de Irak es que haciendo oídos sordos de la
conceptualización de Hardt y Negri -y de algunos otros, justo es
reconocer, como Manuel Castells, por ejemplo- la superpotencia solitaria
se ha asumido plenamente como imperialista, y que no sólo no intenta
ocultar esta condición, como ocurría en el pasado sino que hasta hace
gala de ella. Intervino militarmente en Irak, como seguramente lo hará en
otras partes, obedeciendo a la más grosera y mezquina defensa de los
intereses del conglomerado de gigantescos oligopolios que configuran la
clase dominante norteamericana, intereses que gracias a la hegemonía
burguesa se convierten, milagrosamente, en los intereses nacionales de los
Estados Unidos.
Nada puede ser más desacertado
pues que la imagen evocada por Hardt y Negri en su libro en la cual
Washington se involucra militarmente a lo ancho y largo del planeta en
respuesta a un clamor universal para imponer la justicia y la legalidad
internacionales. Toda una plétora de hasta hace poco oscuros publicistas
de la ultra-derecha -especialmente Robert Kagan y Charles Krauthammer- han
emergido a la luz pública para justificar abiertamente esta reafirmación
de un unilateralismo imperialista al que poco y nada le preocupan la
justicia y la legalidad internacionales, uniendo fuerzas con otros autores
que, como Samuel P. Huntington o Zbignieb Brzezinski habían desde hace ya
unos años delineado los imperativos estratégicos de la "superpotencia
solitaria" y la impostergable necesidad de asumir a plenitud los
desafíos que se desprenden de su condición de punto focal de un vasto
imperio territorial. Uno de tales desafíos, no ciertamente el único, es
el derecho -¡y no sólo esto sino en realidad el deber, en función del
"destino manifiesto" que convierte a los Estados Unidos en
portador universal de la libertad y la felicidad de los pueblos!- de
apelar a la guerra cuantas veces sea necesaria para impedir que el frágil
y altamente inestable "nuevo orden mundial" proclamado por
George Bush padre a la salida de la primera Guerra del Golfo se derrumbe
como castillo de naipes. Y nada de esto puede hacerse sin reforzar
considerablemente la soberanía estatal-nacional norteamericana y sus órganos
efectivos de proyección internacional, principalmente sus fuerzas
armadas. Esta y no otra es la razón por la cual un ejército nacional
como el de los Estados Unidos llega a dar cuenta de casi la mitad de la
totalidad del gasto militar del planeta. De este modo, las idílicas ideas
planteadas en Imperio: los Estados Unidos respondiendo magnánimamente
a las requisitorias universales de restablecer el primado de la justicia
internacional y el derecho global fueron también parte de los "daños
colaterales" de la agresión a Irak, y quedaron sepultadas por el
aluvión de "bombas inteligentes" que se descargaron sobre la
geografía iraquesa.
c) Otra de las enseñanzas de la
Guerra de Irak ha sido la actualización de algunos de los rasgos que
caracterizaban al "viejo imperialismo." En la versión de
nuestros autores, la exaltación de los elementos virtuales establecía un
límite infranqueable entre el "viejo imperialismo" y el novísimo
imperio, entendiendo por el primero aquel sistema de relaciones
internacionales que se encuadraba, aproximadamente, en los cánones
establecidos por el análisis leninista y compartidos en gran medida por
algunos autores clásicos del tema como Bujarin y Rosa Luxemburgo. Uno de
tales rasgos era, precisamente, la ocupación territorial y el saqueo de
los recursos naturales de los países coloniales o sometidos a la agresión
imperialista. Si de la lectura de Imperio se desprendía una
concepción teórica indiferente ante la problemática del acceso a
ciertos recursos estratégicos del mundo de la producción, dada su
insistencia en los aspectos inmateriales del proceso de creación de valor
y las transformaciones de la moderna empresa capitalista, para no señalar
sino los aspectos más importantes, la Guerra en Irak demostró, ya en sus
tragicómicos prolegómenos, lo desacertado de esta concepción. Basta con
recordar al Presidente Bush exhortando, con una patética sonrisa apenas
disimulada en sus labios, a los iraquíes a no destruir sus pozos de petróleo
y a abstenerse de incendiarlos para comprender el carácter absolutamente
crucial que el acceso y control de los recursos naturales estratégicos
desempeña en la estructura imperialista mundial. El petróleo constituye,
hoy por hoy, el sistema nervioso central del capitalismo internacional, y
su importancia es aún mayor que la que tiene el mundo de las finanzas. Éste
no puede funcionar sin aquél. Todo el enjambre de aquello que Susan
Strange ha correctamente denominado "capitalismo de casino" se
desmoronaría en cuestión de minutos ante la desaparición del petróleo.
Y éste, lo sabemos, estará agotado de la faz de la tierra en no más de
dos o tres generaciones. Sería de una ingenuidad imperdonable suponer que
la disidencia francesa frente a los atropellos norteamericanos en Irak se
funda en el ardor de las convicciones democráticas y anti-colonialistas
de Jacques Chirac o en los irrefrenables deseos de la derecha francesa de
asegurar para el pueblo iraquí el pleno disfrute de las delicias de un
orden democrático. Lo que motorizó la intransigencia francesa fue, por
el contrario, algo mucho más prosaico: la permanencia de las empresas de
ese país en un territorio en donde se encuentra la segunda reserva de
petróleo del mundo. Contrariamente a lo que nos inducen a pensar Hardt y
Negri en su visión sublimada del imperio, uno de los posibles escenarios
futuros del sistema internacional es el de una acrecentada rivalidad inter-imperialista
en donde el saqueo de los recursos estratégicos, como el petróleo y el
agua, y la pugna por un nuevo reparto del mundo bien pudieran tener como
consecuencia el estallido de nuevas guerras de rapiña, análogas en su lógica
a las que conociéramos a lo largo del siglo veinte.
d) Otra víctima: la concepción
que prevalece en Imperio acerca de las mal llamadas empresas
transnacionales. En efecto, Hardt y Negri hicieron suya la visión del
mundo capitalista desarrollada por las principales escuelas de negocios y
los teóricos de la "globalización" neoliberal. Según ésta ya
no hay más empresas nacionales pues todas son globales y lo que se
requiere es disponer de un espacio mundial liberado de las antiguas trabas
y restricciones "nacionales" que afectan al movimiento de los
modernos leviatanes capitalistas. Desde una lectura supuestamente
anticapitalista este espacio vendría a ser, precisamente, el imperio, tal
cual Hardt y Negri lo caracterizan. Tal como lo señalamos en nuestro
libro la realidad es, por supuesto, muy diferente. Hay una distinción
elemental entre teatro de operaciones de las empresas y el ámbito de su
propiedad y control. Si en el caso de las empresas más grandes su escala
de operaciones es claramente planetaria, la propiedad y el control siempre
tienen una base nacional: las empresas son personas jurídicas que están
registradas en un país en particular y no en la sede de las Naciones
Unidas en Nueva York. Están radicadas en una ciudad, se atienen a un
determinado marco legal nacional que las protege de eventuales
expropiaciones, pagan impuestos por sus ganancias en un país, y así
sucesivamente. Pero si algunas dudas quedaban acerca del carácter
"transnacional" de la moderna empresa capitalista la conducta de
la Casa Blanca y su brutal insistencia en que las beneficiarias de la
operación bélica iniciada en nombre de la libertad y la necesidad de
liberar al mundo de las amenazas de un peligroso monstruo como Saddam no
podían ser otras que las empresas norteamericanas vino a demostrar, con
los rudos modales del vaquero tejano, la absoluta irrealidad de las tesis
desarrolladas en Imperio sobre este asunto. No sólo eso. No se
trata ya de que las empresas norteamericanas se llevan la parte del león
de la operación iraquí; la forma misma en que dichos privilegios fueron
adjudicados entre empresas vinculadas todas ellas a la camarilla
gobernante norteamericana recuerda los métodos utilizados por las
distintas familias de la mafia neoyorquina para dividirse el control de
los negocios en la ciudad. ¿Qué relación guarda este reparto
imperialista con las idílicas teorizaciones que hayamos en Imperio?
Absolutamente ninguna.
e) Por último, un párrafo final
merece el papel desarrollado por el movimiento "no global," cuya
vigorosa emergencia contradice otros planteamientos del libro de Hardt y
Negri. Los "no global" tienen el formidable mérito de haber
puesto en marcha un gran movimiento pacifista incluso antes del inicio de
las operaciones en Irak. Si, como lo recuerda Noam Chomsky, el pacifismo
en relación a la Guerra de Vietnam apareció tímidamente más de cinco años
después de iniciada la escalada militar en Vietnam del Sur, en el caso de
la reciente guerra ese movimiento logró articular una propuesta masiva y
de un vigor inédito semanas antes del comienzo de las hostilidades. Se
calcula que unos quince millones de personas se manifestaron por la paz en
las principales ciudades de todo el mundo. En Inglaterra y en España, no
por casualidad los países cómplices de la agresión imperialista de los
Estados Unidos, las demostraciones callejeras adquirieron un volumen inédito
en la historia. Los gobiernos de Blair y Aznar exhibieron cuales son sus
reales convicciones en relación a régimen democrático al decidir seguir
hasta el final con el plan elaborado por los halcones de la Casa Blanca
pese al repudio abrumador de la opinión pública. En el caso español, el
rechazo a la guerra alcanzaba al 90 por ciento de los entrevistados, a
pesar de lo cual el gobierno del Partido Popular prosiguió impertérrito
con política.
Lo anterior viene al punto debido
a que, en su libro, nuestros autores consagran como el verdadero "héroe"
de la lucha contra el imperio al migrante anónimo y desarraigado, que
abandona su terruño del Tercer Mundo para internarse en las entrañas del
monstruo y, desde ahí y junto a otros como él o ella que constituyen la
famosa "multitud", librar batalla contra los amos del mundo. Sin
desmerecer la importancia que puedan tener tales actores sociales, lo
cierto es que lo que se ha venido observando en los últimos años -y muy
especialmente en las manifestaciones pacifistas de comienzos del 2003- es
el vigor de un movimiento que tiene raíces muy sólidas en las
estructuras sociales del capitalismo metropolitano y que capta numerosos
adeptos, especialmente aunque no sólo entre los jóvenes, en grandes
segmentos sociales que están sufriendo un acelerado proceso de
descomposición en virtud de la mundialización neoliberal. Por su
complejidad y radicalidad, su original innovación en lo tocante a la
estrategia de organización de los sujetos colectivos, sus modelos
discursivos, sus estilos de acción y, finalmente, por su anticapitalismo
el movimiento "no global" representa uno de los desafíos más
serios con que se tropieza el imperio realmente existente. Esto también
constituye una novedad que plantea serias dudas en relación a las tesis
elaboradas por Hardt y Negri acerca de los sujetos de la confrontación
social y la incierta fisonomía sociológica de la "multitud." Conclusión
Estamos viviendo un momento muy
especial en la historia del imperialismo: el tránsito de una fase clásica
a otra, cuyos contornos recién se están dibujando pero cuyas líneas
generales ya se disciernen con claridad. Nada podría ser más equivocado
que postular, como hacen Hardt y Negri, la existencia de un nebuloso
"imperio sin imperialismo." De ahí la necesidad de polemizar
con sus tesis, porque dada la excepcional gravedad de la situación
actual: un capitalismo cada vez más regresivo y reaccionario en lo
social, lo económico, lo político y lo cultural, y que criminaliza los
movimientos sociales de protesta y militariza la política internacional,
sólo un diagnóstico preciso sobre la estructura y el funcionamiento del
sistema imperialista internacional permitirá a los movimientos sociales,
partidos, sindicatos y organizaciones populares de todo tipo que luchan
por su derrocamiento encarar las nuevas jornadas de lucha con alguna
posibilidad de éxito.
No hay lucha emancipatoria posible
si no se dispone de una adecuada cartografía social del terreno donde
habrán de librarse las batallas. De nada sirve proyectar con esmero los
rasgos de una nueva sociedad si no se conoce, de manera realista, la
fisonomía de la sociedad actual. Un mundo poscapitalista y
post-imperialista es posible, pero primero tenemos que cambiar el actual.
Y esto no se logra obrando sobre ilusiones sino actuando sobre la base de
un conocimiento realista y preciso del mundo que deseamos dejar atrás.
Los extremos a los cuales llega
una concepción equivocada como la que sostienen Hardt y Negri se
comprueban cuando se leen las declaraciones del último de los nombrados
diciendo que "la guerra de Irak fue un golpe de estado de los Estados
Unidos en contra del imperio," u otras por el estilo. En la citada
entrevista concedida al diario Clarín de Buenos Aires, Negri
aseveró que la actual ocupación norteamericana en Irak no constituye un
caso de "administración colonial, sino de un proceso clásico de 'nation
building' (construcción de nación). Y por ende se trata de una
transformación de sentido democrático. Ese es el pretexto de Estados
Unidos. Es una ocupación militar que derribó un régimen, pero después
el problema es "nation building", o sea un intento de transición,
no de colonización. Sería como decir que es colonizador el hecho de
pasar de la dictadura a la democracia en Hungría o Checoslovaquia. No hay
una actitud de ese tipo en la administración estadounidense. Estos
estadounidenses quieren parecer más malos de lo que son." Conviene
preguntarse: ¿será posible avanzar en la lucha concreta contra el
imperialismo "realmente existente" con el instrumental teórico
que nos proponen estos autores? La respuesta parece más que evidente.
Necesitamos revisar la teoría clásica del imperialismo, mas no tirarla
por la borda y reemplazarla por una variante, con lenguaje de izquierda,
de la teoría de la "globalización" de los ideólogos del
neoliberalismo.
(Este artículo fue enviado por
el autor especialmente para Tricontinental poco antes de la captura de
Sadam Hussein)
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