El imperialismo

en el siglo XXI

 

El imperialismo hoy

 

Tercera Parte

 

La creciente presencia naval norteamericana en el Golfo que permitió a Irak derrotar a Irán en 1988, fue probablemente la más importante de estas intervenciones, por más irónico que pueda parecer hoy. En primer lugar porque el Golfo -que contiene el 54% de las reservas mundiales de petróleo- es la región más importante fuera de EEUU, Europa Occidental y Japón. En segundo lugar, la Revolución iraní de 1978-79 fue la mayor derrota después de la Guerra de Vietnam, sufrida por el imperialismo norteamericano durante aquella década. Fue en respuesta a esta humillación que Jimmy Carter anunció en enero de 1980 la doctrina según la cual EEUU estaba dispuesto a entrar en guerra si sus intereses en el Golfo resultaran amenazados. Siguiendo esta política, fue fundada la Rapid Deployment Force. Esta misma fuerza, rebautizada con el nombre de Comando Central, fortaleció la estructura para la creciente acumulación de fuerza militar en el Golfo a mediados de 1990. Tercero, los métodos utilizados por el gobierno Reagan para derrotar a Irán en 1987-88 -por ejemplo, la utilización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y, por lo tanto, el consentimiento tácito de la URSS para la creciente presencia naval norteamericana, y la estrecha cooperación con los Estados árabes más importantes, como Arabia Saudita y Egipto -preanunciaron la estrategia de Bush (padre) contra su ex aliado Saddam Hussein, o sea, la creación de una coalición internacional para dar legitimidad a la primera guerra campal de EEUU desde la Guerra de Vietnam. En palabras de Robert McFarlane, ex asistente de Seguridad Nacional de Reagan, en relación al hecho de que Irán pidiera la paz en julio de 1988, "debemos recordar cómo lo logramos, porque quizá sea necesario que lo hagamos nuevamente".[55]

La decisión de Bush (padre) de "hacerlo nuevamente", a una escala mucho mayor, yendo a una guerra contra Irak, no expresó solo el intento de Washington de romper decisivamente con el "Síndrome de Vietnam", o la política, implícita en la Doctrina Carter, de impedir que cualquier otra potencia adquiera una posición dominante en el Golfo. La Segunda Guerra del Golfo (1991) sólo es comprensible en el contexto del período fluido e inestable de competencia interimperialista inaugurado por las revoluciones del Este europeo. Como Bush (padre) y sus asesores dejaron claro en numerosos discursos, el impulso de la guerra en el Golfo fue una forma de reafirmar su superioridad política y militar en el mundo. Aprovechando la oportunidad ofrecida por el retiro de la URSS de la escena mundial y su implosión en una crisis interna que acabó por absorberla totalmente, Washington quiso usar la crisis del Golfo para demostrar a las clases dominantes del mundo que la estabilidad de la economía mundial depende, en última instancia, del poderío militar de EEUU. Este mensaje estaba dirigido por Bush (padre) específicamente a sus inquietos aliados en Tokio y Bonn, para recordarles que solamente el Pentágono podía garantizar la seguridad de su abastecimiento de petróleo, y también para atarlos más estrechamente al liderazgo diplomático norteamericano.

En realidad el efecto inmediato de la Segunda Guerra del Golfo (1991) fue el de intensificar los conflictos al interior del Bloque occidental. Las peleas provocadas por la exigencia de Washington de que los aliados europeos y japoneses contribuyesen con los costos de la guerra, la resistencia alemana en ayudar a Turquía si este país integrante de la OTAN entrase en guerra, la postura vacilante de Francia durante los últimos días de paz, nada de esto parecía hacer augurio al comienzo de la nueva Pax Americana preconizada por algunos comentaristas.[56] El hecho de que el gobierno de Bush (padre) esperara conseguir U$S 36.000 millones de un total estimado en U$S 50.000 millones -de contribuciones de Arabia Saudita, Kuwait y otros aliados, simplemente indica cuanto descendió después de 1945, el predominio económico global de EEUU.[57] Como observó cínicamente Noam Chomsky, EEUU aparentemente se transformó no tanto en el policía del mundo, sino más bien en el mercenario del mundo: "Nosotros llevamos a cabo la intervención, y otros pagan por ella".[58]

2. El surgimiento de los subimperialismos en el Tercer Mundo. Un factor clave en la evolución de un orden mundial más pluralista y por lo tanto más inestable ha sido el surgimiento, durante los últimos veinte años, de los subimperialismos, o sea, de potencias en el Tercer Mundo que aspiran ejercer a nivel regional el tipo de dominación política y militar que las superpotencias han ejercido a escala mundial. El Medio Oriente, la región más inestable desde 1945 (la Segunda Guerra del Golfo (1991) fue la séptima guerra importante en la región; hubieron también varias guerras civiles y sublevaciones prolongadas) tiene la mala suerte de tener el mayor número de aspirantes a este papel: Israel, Irán, Irak, Egipto, Siria y Turquía. Pero existen otros países en idéntica situación en el mundo: India, Vietnam, Sudáfrica, Nigeria y Brasil están entre los principales ejemplos. Un conflicto entre dos de estas potencias -Irán e Irak- llevó a la Primer Guerra del Golfo (1980-88), el período más largo de guerra convencional de este siglo. Poco después el ganador de esta lucha se vio atacado con toda fuerza por parte de EEUU. Evidentemente la naturaleza de los subimperialismos es una cuestión fundamental para cualquier intento de comprender el imperialismo contemporáneo.

Por detrás del fenómeno de los subimperialismos está la industrialización parcial del Tercer Mundo y el consecuente surgimiento de nuevos centros de acumulación fuera del centro imperialista. Como en tiempos del surgimiento del imperialismo durante las últimas décadas del siglo XIX, la posesión de una base industrial ha sido, típicamente, un prerrequisito para constituirse en un poder militar regional. Típicamente, pero no universalmente: Vietnam, después de la derrota definitiva de EEUU en 1975, se transformó en la potencia dominante en Indochina, aunque su economía hubiese sido despedazada por la guerra, y fuese debilitada todavía más por el embargo organizado por Washington. Con todo, el surgimiento de los subimperialismos plantea, de forma más aguda, la cuestión relativa a las consecuencias políticas del desarrollo del capitalismo industrial en el Tercer Mundo.

Una respuesta bastante común en la izquierda ha sido simplemente negar cualquier importancia a estas tendencias. Este tipo de postura ha llevado a la evocación de ideas que han sido la ortodoxia entre los nacionalistas de izquierda y los tercermundistas durante la última generación. Es decir, la idea de que la descolonización representó un cambio meramente superficial en las relaciones entre los países ricos y los países pobres. Los vínculos de dependencia económica de los países avanzados, según esta visión, han mantenido las excolonias esencialmente en la misma posición de antes de la independencia. Estas "neocolonias" o "semicolonias" pueden ser constitucionalmente soberanas, pero las verdaderas relaciones de poder global significan que siguen firmemente subordinadas a los países imperialistas occidentales. El término "subimperialismo" fue acuñado dentro de este marco teórico. Así, Fred Halliday escribió sobre Medio Oriente en 1974, cuando todavía estaba influenciado por el maoísmo y era todavía un firme enemigo del imperialismo:

"La estabilidad del sistema capitalista en la región se ha basado en la constitución de una serie de Estados capitalistas intermediarios, los cuales son generalmente bastante fuertes y populosos para jugar un papel regional importante. Estos son Estados subimperialistas, intermediarios en la totalidad explotadora. Los ejércitos y las clases dominantes de estos Estados son los principales agentes del imperialismo en la región, mientras que el propio imperialismo mantiene bases y ofrece ayuda encubierta."[59]

El problema evidente de este tipo de abordaje es que no es plausible describir a Estados capitalistas como la República Islámica de Irán o al Irak de Sadam Hussein, los cuales han mostrado estar dispuestos a desafiar e incluso en el caso de Irak a luchar contra EEUU, como simples "agentes del imperialismo". Algunas clases dominantes en el Tercer Mundo tienen evidentemente un grado considerable de autonomía en relación a las potencias imperialistas. Al reaccionar contra la teoría de la dependencia y otros conceptos afines, tales como el neocolonialismo, grandes sectores de la izquierda se han ido al otro extremo en la última década.

Por ejemplo, Bill Warren argumenta: "El concepto de dependencia siempre fue impreciso; prácticamente su único significado importante hace referencia al control político de un país por otro". Esta afirmación implica -Warren lo dice tácitamente- que la conquista de la independencia política otorgó a la burguesía en el Tercer Mundo la posibilidad de eliminar su dependencia de las economías avanzadas.[60]

En consonancia con este tipo de pensamiento, algunos socialistas iraníes adoptaron una posición derrotista durante la Primera Guerra del Golfo (1980-88), incluso después de la intervención norteamericana a mediados de 1987, argumentando que Irán era una potencia capitalista desarrollada, esencialmente comparable a EEUU. La revista New Left Review, sin tener ni siquiera la justificación de haber sufrido -como la izquierda iraní- a manos de la policía secreta de los Mullahs, adoptó una posición similar poco antes de la eclosión de la Segunda Guerra del Golfo (1991), al declarar: "La izquierda no debe apoyar las ambiciones militares de ninguno de los rapiñeros que ahora están confrontando en el desierto".[61]

Es bastante absurdo equiparar a Irak, con una población de 17,8 millones y un PBI per cápita de U$S 2.140 con un EEUU que cuenta con una población de 245,8 millones y un PBI per cápita de U$S 19.780. ¿Cómo medir adecuadamente entonces, la diferencia entre ellos? Notemos, para empezar, los elementos verídicos puestos por Warren y otros oponentes de la teoría de la dependencia. Primero, indudablemente, la formación de un Estado constitucionalmente independiente puede actuar como un foco para la cristalización de una clase capitalista autónoma: hasta incluso un régimen corrupto, fuertemente dependiente de la ayuda externa, probablemente promoverá cierto grado de desarrollo económico para poder ampliar su base social y aumentar el ingreso nacional del cual pueden ser extraídos beneficios estatales. Y las actividades dirigidas a consolidar el poder territorial del nuevo Estado -por ejemplo, la construcción de escuelas y de carreteras- también crearán las condiciones para la acumulación de capital. La división imperialista de Medio Oriente después de la Primera Guerra Mundial, cuando la mayor parte de los Estados modernos de la región fueron creados bajo la tutela de Londres o París, ofrece ejemplos de este proceso. Así, Hanna Batatu escribe sobre Irak bajo Faisal I, quien fue sumariamente retirado por los ingleses del reino de Siria, proclamado por el propio Faisal I después de la insurrección árabe, para ser instalado -también por los ingleses- en un trono en Bagdad en 1921:

La monarquía hashemita, a pesar de haber sido una creación de los ingleses, estuvo inspirada durante las dos primeras décadas de su existencia por un espíritu internamente antitético al de ellos. Debido al entrelazado inicial de sus intereses dinásticos con el destino del movimiento panárabe, su instinto básico durante el período 1921-39 fue el de fomentar -dentro de los límites de su status dependiente- la construcción de una nación en Irak.

Así, Faisal expandió enormemente el sistema educativo, como medio para moldear un sentido de identidad nacional en una población altamente diversificada que era, en palabras de Faisal, "carente de cualquier idea patriótica, imbuida de disparates y tradiciones religiosas, y sin ningún vínculo común". Buscó también desarrollar el ejército como un instrumento de poder estatal independiente. Los ingleses respondieron imponiendo límites al tamaño del ejército y fortaleciendo el poder de los jefes tribales, para debilitar el embrionario Estado-nación que Faisal quería construir.[63] Un proceso similar tuvo lugar en la Península Arábiga, donde los fanáticos de Wahhabi liderados por Ibn Saud, a principios de la década del 20, consiguieron expulsar de La Meca al padre de Faisal I, Hussein el Sharif. Ibn Saud era, igual que los hashemitas, un empleado de Gran Bretaña, pero quien lo financiaba y lo armaba era el Departamento de la India del gobierno británico. Al tiempo que el Ministerio del Exterior británico tenía este tipo de relación con los hashemitas, Arnold Toynbee comentaba: "Sería más barato... y más varonil por parte de los servidores públicos de estos dos ministerios en conflicto, que hubiesen luchado entre sí sin intermediarios".[64] Pero incluso el Estado creado por Ibn Saud -Arabia Saudita- a pesar de su política dinástica y su reaccionaria ideología islámica, pudo utilizar el ingreso generado por el petróleo para producir un significativo desarrollo capitalista.[65]

Con todo, este proceso de construcción de un Estado tuvo lugar dentro de claros límites. Estos eran en parte económicos. El embajador británico en Irak informó al Ministerio del Exterior en 1934:

"Los intereses comerciales extranjeros en Irak, debido a la existencia del vínculo británico, son predominantemente británicos... La mayor parte del comercio exterior del país es transportado en navíos británicos. El capital extranjero invertido en el país es casi exclusivamente británico. Dos tercios de los bancos son completamente británicos...Todo servicio de seguros importante está en manos de firmas británicas. En otra esfera de actividad, la Euphrates and Tigris Steam Navigation Company (Compañía de Navegación a Vapor del Tigris y el Eufrates) es una antigua compañía británica... que opera con apenas un competidor nativo, un transporte rival sobre el río Tigris entre Basora y Bagdad... En todas direcciones, a pesar de la intensa competencia por parte de los japoneses, la influencia comercial británica permanece soberana."[66]

Además de estos lazos de dependencia económica, los Estados árabes estaban atados a las metrópolis por restricciones políticas formales. Así, el Tratado Anglo-Iraquí de 1930, renovado en la práctica por el acuerdo de Portmouth de 1948, aseguraba para Gran Bretaña bases aéreas y el control de la política exterior de Irak. Por detrás de tales vínculos formales estaba la realidad del poderío militar imperial. Cuando el Rey Farouk de Egipto se rehusó a nombrar como primer ministro al hombre propuesto por el embajador británico, su palacio fue rodeado por tanques el 4 de febrero de 1942, hasta que aceptó. Estados en esta situación, aunque constitucionalmente independientes, son efectivamente: semicolonias.[67]

Recuerdos de esa subordinación humillante a las potencias imperialistas sobrevivieron mucho después de que estos Estados hubiesen conquistado un grado de independencia mucho más real. Esto ayuda a explicar por qué la retórica antiimperialista sigue teniendo masiva simpatía popular en países que ya no pueden ser considerados semicolonias en ningún sentido. ¿Cuáles fuerzas estuvieron involucradas en el surgimiento de clases capitalistas autónomas en el Tercer Mundo, capaces de tener ambiciones subimperialistas?

Primero, la descolonización realmente tuvo un papel, debido a las implicaciones económicas del desmantelamiento de los imperios coloniales europeos. El control exclusivo de las economías coloniales y semicoloniales por parte de metrópolis individuales fue sustituida por un estado de cosas más fluido en el cual las corporaciones multinacionales de diversos Estados occidentales invertían en el país, dando al Estado local la posibilidad de moverse entre ellas, y también obtener los beneficios impositivos necesarios para promover la expansión del capital nativo. La transformación de la economía de Irlanda del Sur durante las últimas décadas es un ejemplo de esto: los Veintiséis Condados (el Estado irlandés excluidos los 6 condados de Irlanda del Norte) dejaron de ser exportadores de mercaderías agrícolas a Gran Bretaña, para convertirse en importantes lugares para inversiones de empresas norteamericanas, japonesas y de países de Europa Occidental, especialmente en las industrias químicas y manufactureras que ahora han superado a los alimentos, las bebidas y el tabaco como las principales fuentes de exportaciones de Irlanda.[68]

En segundo lugar, esta relación mucho más diversificada con el capital occidental ha sido acompañada por la expansión del capitalismo industrial bajo control local. Una de las discusiones más cuidadosas sobre esta cuestión es aquella realizada por dos marxistas argentinos, Alejandro Dabat y Luis Lorenzano. Desafiando el consenso en la izquierda argentina, incluso entre grupos trotskistas ortodoxos como el MAS (Movimiento al Socialismo), de que Argentina es una "semicolonia", ellos argumentaban que después de 1945 el país pasó por "un desarrollo capitalista con una base monopolista de Estado", caracterizada por el estancamiento de la inversión extranjera a partir de fines de la década del 60 y por el crecimiento no sólo de la intervención estatal en la economía, sino también de industrias de propiedad estatal. Consecuentemente, "la burguesía en su conjunto es una clase dominante y... su fracción más poderosa es ahora la burguesía monopolista financiera (la cual articula el gran capital agrario, comercial e industrial), fundida con el capital estatal y la burocracia civil-militar".[69]

Dabat y Lorenzano rechazan, por lo tanto, la caracterización de Argentina como un capitalismo "dependiente" y su burguesía meramente "compradora":

"Argentina es un país importador líquido de capital y de bienes (incluyendo tecnología), los cuales son necesarios para la reproducción ampliada y la industrialización intensiva. Pero a partir de la década del 60, a medida que aumentó su dependencia tecnológica y financiera, el capitalismo argentino empezó a desarrollar una industria de exportación y a consolidar su papel de exportador de capital a nivel regional. A partir de 1966 consiguió también reconquistar su papel de importante exportador de granos, mientras su poderosa maquinaria estatal-militar amplió su esfera de operaciones para incluir el Cono Sur, América Central y el Atlántico Sur. Estos fenómenos activos deben ser vistos como una expresión de los intereses "externos" del capitalismo argentino, es decir, una etapa de expansión orientada al exterior, en el cual factores comerciales, financieros y militares están sustancialmente unificados. De este modo, es posible caracterizar a Argentina como una naciente potencia capitalista regional, donde coexisten la dependencia financiera, comercial y económica, y el desarrollo de una economía capitalista monopolista con características de imperialismo regional."[70]

Basándose en este análisis, Dabat y Lorenzano atacan la posición de la mayor parte de la izquierda argentina durante la Guerra de las Malvinas en 1982 -el apoyo al régimen Galtieri contra Gran Bretaña por motivos que fueron claramente expresados por el MAS: "Gran Bretaña es un país imperialista, Argentina es un país semicolonial. Nosotros, los trabajadores, luchamos al lado del colonizado en cualquier confrontación entre un país colonialista y un país semicolonial". Rechazando ese nacionalismo de izquierda, Dabat y Lorenzano argumentan:

"La guerra... fue una continuación de la política interna antidemocrática de la Junta Militar, y de su impulso exterior expansionista. Aunque llevada contra el imperialismo británico, y por una reivindicación históricamente legítima, no fue un conflicto anticolonial, ni siquiera una lucha de una nación oprimida contra una nación opresora. Los antagonistas eran un país capitalista naciente con características imperialistas a nivel regional y continental, y una potencia imperialista largamente establecida que, aunque en un marcado descenso, es todavía una fuerza poderosa. No había un campo progresista y otro reaccionario... Uno de los reaccionarios quería a toda costa extender su influencia, y el otro se preocupaba en retener los últimos vestigios de su antiguo imperio, y por establecer una jerarquía entre las naciones integrantes del bloque capitalista."[71]

Generalizando, a partir de este análisis de la Guerra de las Malvinas, correcto en gran medida, podríamos argumentar que ese mismo proceso de desarrollo capitalista que otrora dio origen al imperialismo produce actualmente el subimperialismo. A medida que centros de acumulación capitalista cristalizan fuera del núcleo capitalista del sistema, las tendencias analizadas por Lenin, Bujarin y Hilferding en dirección al capitalismo monopolista, financiero y de Estado, adquieren una forma todavía más pronunciada, debido al papel central de la intervención estatal en el estímulo a la industrialización en el Tercer Mundo. Inevitablemente, la expansión del capitalismo industrial rompe las fronteras nacionales, dando origen a conflictos regionales entre rivales subimperialistas -Grecia y Turquía, India y Pakistán, Irán e Irak- y, frecuentemente, donde no existen tales rivalidades, a la creciente dominación de un subimperio en una región (Sudáfrica en el sur de Africa, Australia en el Pacífico sur).[72]

Aunque este análisis es correcto en gran medida, es esencial adicionar ciertas consideraciones, porque el surgimiento de los subimperios no ocurrió en el vacío. Tampoco ha creado un mundo compuesto por Estados capitalistas cuyo poder difiere solamente cuantitativamente y no cualitativamente. La inmensa mayoría de la producción industrial y del poderío militar del mundo están todavía concentrados en América del Norte, Europa Occidental, Japón y Rusia: de hecho, en 1984 los países menos desarrollados produjeron 13,9 % de la producción industrial del mundo -un poco menos que el 14,0% que tuvieron en 1948, gracias a la sustitución de importaciones durante la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, pero que después dejaron de alcanzar debido al prolongado boom económico de las décadas del 50 y 60.[73] Este desequilibrio de poder económico se refleja en la jerarquía político-militar que existe entre los países del mundo, especialmente en el papel dominante de las potencias imperialistas occidentales. El surgimiento de potencias regionales en el Tercer Mundo ha alterado, pero no eliminado, esa jerarquía. De hecho -es éste el tercer factor responsable por el surgimiento de los subimperialismos- las políticas de las superpotencias han jugado un importante papel, al permitir que algunos Estados de porte medio aspirasen a la dominación regional.

Así, el propio origen del término "subimperialismo" puede ser encontrado en la estrategia seguida por el capitalismo norteamericano como parte de su intento de librarse de la catástrofe de Vietnam. Denominada como Doctrina Nixon, en homenaje al presidente que proclamó públicamente esta política por primera vez en julio de 1969, su perspectiva era que parte del gravamen de la defensa de los intereses occidentales en el Tercer Mundo fuera compartido por potencias regionales, las cuales recibirían ayuda económica y militar. Irán bajo el Sha es un buen ejemplo de la manera con que los Estados del Tercer Mundo en vías de industrialización, trataron de llenar el vacío creado por un imperialismo políticamente debilitado, en este caso en el Golfo Pérsico luego de la retirada definitiva de Gran Bretaña del este de Suez en 1971.[74] En términos más generales, los subimperialismos pudieron aspirar a un papel regional no solamente por tener un cierto nivel de desarrollo capitalista, sino también gracias al apoyo de una de las superpotencias, o ambas.

Normalmente ha sido EEUU -el Estado más poderoso del mundo- el que ha patrocinado las potencias regionales. Pero la ayuda soviética a Vietnam permitió a Hanoi dominar Indochina a pesar de una economía totalmente destruida, y la India ha conseguido la hegemonía en el sur de Asia en gran medida gracias a su capacidad de hacer maniobras entre las dos superpotencias, ya que ambas estaban ansiosas de cultivar buenas relaciones con ella.

Esto no quiere decir que los subimperialismos sean meros títeres de las superpotencias que los patrocinan. Los acuerdos que permiten que ciertos Estados desempeñen un papel a nivel regional, están basados típicamente en una convergencia de intereses entre las dos clases dominantes en cuestión, y no en un control del empleado por el patrón. Intereses que convergen pueden también entrar en conflicto. Así, incluso el subimperialismo que depende más directamente de la ayuda militar y económica de EEUU -Israel (la ayuda de EEUU llegó a un máximo de U$S 4.200 millones en 1986, un 18% del PBI israelí)- frecuentemente fue capaz de desafiar a Washington -la inflexibilidad del gobierno Shamir en relación a la cuestión palestina llevó al Secretario de Estado norteamericano James Baker a expresar públicamente su molestia y frustración, pocas semanas antes de la invasión de Kuwait por parte de Irak. Con todo, existen límites a la autonomía de todo subimperialismo y si esos límites son trasgredidos puede ocurrir un conflicto directo con las dos superpotencias.

Es solamente en este contexto que los acontecimientos en el Golfo se hacen comprensibles. La revolución Iraní de 1978-79 eliminó al aliado más poderoso de EEUU en la región. Inevitablemente, Washington empezó a darse vuelta hacia el único Estado dispuesto y capaz de ocupar el lugar del Sha: el régimen de Sadam Hussein en Irak. La evolución posterior de la política de EEUU desmiente a aquellos socialistas que consideran la Primera Guerra del Golfo (1980-88) como una versión regional de la Primera Guerra Mundial, una lucha entre dos subimperialismos en la cual los trabajadores de ambos países deberían defender la derrota de su propio gobierno. Dilip Hiro resume así la actitud de EEUU:

"En tanto prevalecía un impasse en el frente, Washington se contentaba en mantener una apariencia de neutralidad en relación al conflicto. Pero a medida que Irán empezó a ganar la guerra a finales de 1983, EEUU cambió de posición, y declaró que la derrota de Irak sería entonces la derrota de los intereses norteamericanos. A cada victoria iraní -las islas Majnoon en 1984, Fao en 1986, y Salamanche un año más tarde- Washington aumentaba su apoyo a Bagdad, culminando con una presencia naval norteamericana en el Golfo sin precedentes y, prácticamente, inaugurando un segundo frente contra la República Islámica."[75]

La derrota de Irán en la Primera Guerra del Golfo (1980-88) fue una sangrienta demostración de la capacidad del imperialismo norteamericano en determinar el resultado de los conflictos regionales. En poco tiempo, sin embargo, una muestra mucho más salvaje del poderío militar norteamericano fue realizada para aplastar al Estado que ganó esa guerra con el apoyo de Washington. La invasión de Kuwait por Irak fue una consecuencia directa de la Primera Guerra del Golfo (1980-88), en dos sentidos. Primero, porque el régimen de Sadam Hussein intentó solucionar la crisis económica dejada por la guerra y consolidar su hegemonía regional conquistando Kuwait y su riqueza petrolera. En segundo lugar, porque las buenas relaciones entre Washington y Bagdad contribuyeron para que Saddam Hussein interpretase erróneamente -como una luz verde- las señales ambiguas que emanaban del Departamento de Estado de EEUU ("no tenemos opinión alguna sobre los conflictos interárabes, del tipo de la disputa fronteriza entre Irak y Kuwait", dijo el embajador norteamericano a Saddam Hussein el 25 de julio de 1990).[76]

El gobierno de Bush (padre), por los motivos expuestos anteriormente, decidió tratar la invasión como un motivo suficiente para entrar en guerra. Fruto de esto, la diferencia entre un poder imperialista y uno subimperialista quedó demostrada de manera bien clara.

3. Un precario equilibrio entre los Estados-nación y el mercado mundial. La internacionalización del capital ha sido, como vimos, un factor importante en el debilitamiento de las estructuras económicas y políticas características del imperialismo después de la Segunda Guerra Mundial. Pero esta tendencia ha sido frecuentemente mal interpretada, tanto por neoliberales como Tim Congdon como por algunos socialistas, como si el Estado-nación se hubiese vuelto obsoleto.[77]

Tales argumentos son equivocados. Aunque la pronunciada tendencia a la integración mundial del capital durante las últimas décadas haya limitado en gran medida la capacidad de los Estados en controlar las actividades económicas dentro de sus fronteras, los capitales privados todavía dependen del Estado-nación con el cual tienen el vínculo más estrecho, para protegerse contra la competencia de otros capitales, los efectos de la crisis económica y la resistencia de las personas por ellos explotadas. Esto es evidente en la esfera económica. La recuperación de las economías occidentales después de la recesión de 1979-82 hubiera sido inconcebible sin la difusión de políticas keynesianas clásicas -alto nivel de gastos por el Estado y créditos accesibles- empezando en EEUU, pasando por Gran Bretaña, Japón y, finalmente, Alemania. Una prueba más contundente es el hecho de que el colapso del sistema financiero mundial pudo ser evitado solamente gracias a la intervención de la Federal Reserve Board norteamericana y otros bancos centrales occidentales. El papel económico del Estado en el capitalismo occidental ha disminuido y parcialmente cambiado, pero imaginar que está siendo o podría ser abolido no es más que una fantasía monetarista.[78]

La competencia intensificada que la internacionalización del capital posibilitó, ha exacerbado los antagonismos nacionales entre las burguesías del planeta. La mayor evidencia de esto es la marcada tendencia a que las mayores economías del mundo formen alrededor de ellas mismas, bloques regionales de libre comercio. El ejemplo más claro es el avance hacia una mayor integración económica de la Comunidad Europea, dado que el comercio y las inversiones alemanas están fuertemente concentradas en el continente europeo. Pero existen notables semejanzas en la extraordinaria expansión del capital y las mercaderías japonesas en el Este asiático durante los últimos años, y en la aprobación del NAFTA en agosto de 1992, creando un bloque comercial entre EEUU, Canadá y México.

Las dificultades en concluir la Ronda Uruguay del GATT, que estaba dirigida a la ampliación del libre movimiento de capital y mercaderías, alentó el peligro de que el mercado mundial pudiese fragmentarse en bloques proteccionistas, como ocurrió en los años 30. Sin embargo, una repetición de este proceso es improbable debido al grado mucho mayor de integración económica global: por ejemplo, el capital japonés no ha priorizado la recreación de la Esfera de Coprosperidad de la Gran Asia del Este (que existió durante la Segunda Guerra Mundial) por medios económicos en vez de militares, pero si la expansión de sus inversiones directas en EEUU y Europa Occidental. Del mismo modo, una guerra comercial total con Japón aislaría a la industria norteamericana de su principal fuente de componentes microelectrónicos.

En 1990 el comercio realizado internamente en las tres principales regiones comerciales, América del Norte, Europa Occidental y Asia, representó el 72,2% del comercio total de Europa Occidental, pero apenas el 19,4% del comercio total de Asia y el 33,9% del comercio de América del Norte. Como observó el Financial Times, "la única región del globo para la cual el comercio intraregional parece ser una estrategia realista es Europa Occidental, donde varios países, medios y pequeños, envían entre sí tres cuartos de sus exportaciones. Entre tanto, para América del Norte y Asia los mercados situados fuera de sus regiones responden por dos tercios de sus exportaciones totales".[79]

Las economías, sin embargo, cambian de manera dinámica, y existe alguna evidencia, especialmente en Asia, de que el comercio y las inversiones se estén haciendo más concentrados regionalmente. Hacia el final de 1992 Asia representaba 41% del comercio total de Japón, y América del Norte apenas el 30%, aunque cinco años antes la cifra para ambas regiones había sido del 35%. Las inversiones directas japonesas en el exterior entraron en colapso durante la recesión que se inició al comienzo de los años 90 (cerca de 27% sólo en el año fiscal de 1991-92) pero aumentaron extraordinariamente en China, duplicando durante el año fiscal 1992-93.[80] Estas tendencias sugieren tensiones comerciales crecientes entre las grandes potencias económicas (los primeros meses del gobierno de Clinton presenciaron varias batallas entre Washington y Tokio sobre el astronómico superávit comercial de Japón). En tales circunstancias los capitales individuales seguirán volviéndose hacia sus Estados-nación para defender sus intereses en un mundo hostil.

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Notas:  

55. Guardian, 29 Jul 1988. Ver, para un análisis más detallado de la guerra, Callinicos, "An Imperialist Peace?", Socialist Review 112, Septiembre de 1988.

56. Ver, por ex., los artícuos de J. Rogaly y E. Mortimer, Financial Times, 18 de Enero de 1991.

57. Idem, 28 de Enero de 1991.

58. Independent, 19 de Enero de 1991.

59. F. Halliday, Arabia without Sultans, Hardmonsworth 1974, pp 500, 502. Luego, Halliday se distanció de las formas más extremas de la teoría de la dependencia, ver idem, pp498-9.

60. B.Warren, Imperialism, p.182; idem, pp 150, 176.

61. Themes, New Left Review 184, 1990, p.2.

62. Sunday Correspondent, 12 de Agosto de 1990 (Datos de 1988).

63. H.Batatu, The Old Social Classes and the Revolutionary Movements of Iraq, Princeton.1978, pp s25, 86, 99, 325.

64. P.Knightley e C.Simpson, The secret Lives of Lawrence of Arabia, Londres 1971, p.147.

65. F.Halliday, Arabia, cap.2.

66. H.Batatu, Old Social Classes, p.268.

67. Plausiblemente los "dominios blancos" (Canadá, Australia, Sudáfrica, etc.) deberían ser colocados en la misma categoría de semi-colonia, aunque sus campañas victoriosas por la independencia legislativa, culminando en el Estatuto de Westminster de 1931, reflejan la creciente autonomía de esos capitalismos en desarrollo. Hay una discusión util del concepto de semi-colonia, criticando su aplicación por Mandel a los NICs, en A. Dabat e L. Lorenzano, Argentina: The Malvinas and the End of Military Rule, Londres 1984, p.168.

68. Ver K.Allen, Is Southern Ireland a Neo-Colony?, Dublin 1990, especialmente caps. 2-4.

69. Dabat e Lorenzano, Argentina , pp 29, 36-7.

70. Idem, pp 37-8.

71. Idem, pp 186, 103-4.

72. Sobre el último caso, ver D. Glanz, "Australian Imperialism and the South Pacific", Socialist Review, Melbourne, 2, 1990.

73. D.M. Gordon, "The Global Economy", New Left Review 168, 1988, p.64.

74. Ver F.Halliday, Iran: Dictatorship and Development, Harmondsworth 1979, cap. 9; hay una distinción interesante del concepto de subimperialismo en las páginas pp 282-4.

75. D. Hiro, The Longest War, Londres 1990, p. 261.

76. Guardian, 12 de Septiembre de 1990.

77. Ver, por ej., S. Lash y J. Urry, The End of Organised Capitalism, Cambridge 1987, D. Harvey, The Condition of Postmodernity, Oxford 1989.

78. Ver, para sumar a los artículos citados en la nota 48, Callinicos, Against Postmodernism, pp 137-44.

79. Financial Times, 13 de Julio de 1992.  

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