Toni Negri en perspectiva
Por
Alex Callinicos
International
Socialism Journal, Otoño (hemisferio norte) del 2001
Si había
alguna duda de que el movimiento anticapitalista representaba una
reactivación importante de la izquierda a escala mundial, ésta fue
removida por la vasta movilización contra la cumbre del G8 en Génova el
21 de julio de 2001.(1) Alrededor de 300.000 personas, la abrumadora mayoría
de ellas de Italia, participaron en la protesta, a pesar de la extrema
violencia desplegada por la policía. La juventud, la confianza y la
militancia de los manifestantes ofrecieron una evidencia clara de que la
izquierda italiana —después de casi un cuarto de siglo de derrotas y
desmoralización— estaba en proceso de renovarse.
Sin
embargo, este tipo de resurgimiento es algo complejo. Lo fácil es pensar que una nueva izquierda se basa
necesariamente en nuevas ideas. La retórica de algunas de las figuras
dirigentes del movimiento anticapitalista frecuentemente expresan este
pensamiento. El énfasis que Naomi Klein, por ejemplo, pone en “la
estructura descentralizada, no jerárquica del movimiento” y su
“estructura de red” apunta a resaltar la novedad del movimiento
contemporáneo contra la globalización de las corporaciones. (2) Pero las
luchas nuevas siempre tienen elementos de continuidad así como de
discontinuidad con las pasadas. Los cuerpos de pensamiento formulados en
condiciones diferentes, y marginados durante los últimos años, pueden
reemerger para ejercer una influencia importante en un nuevo movimiento.
Imperio es un ejemplo. Escrito por el filósofo marxista italiano Antonio Negri
y el crítico literario Michael Hardt, este libro atrajo desde su
publicación el año pasado una extraordinaria atención de los medios
para una obra oscura, impresa en tapa dura, publicada por Harvard University Press
y que concluye evocando “la indomable ligereza y alegría de ser
comunista” (3). En el momento de las movilizaciones de Génova, The New
York Times proclamaba a Imperio “La próxima Gran Idea”,
mientras que la revista Time lo llamaba “el libro caliente,
inteligente, del momento” (4). En un perfil de Hardt publicado en Observer,
Ed Vulliamy escribió:
“¿Con cuánta frecuencia ocurre que un libro sea barrido
de los estantes al punto que uno no pueda encontrar ni una copia en Nueva
York por amor o por dinero? La edición de la biblioteca central está
reservada para un futuro previsible. La promesa de Amazon de que el
volumen «usualmente se envía dentro de las 24 hs» se demostró absurda.
El editor ha vendido todo, está reimprimiendo y acelerando una edición rústica...
Hardt con su coautor, se han transformado en los sabios (y los críticos)
inconscientes del movimiento lanzado por Seattle, Praga y Gotemburgo, y
han escrito un libro sobre... el tema que nos domina a nosotros y a los
titulares que leemos: la globalización.”
(5)
La academia radical chic de EEUU es notablemente propensa a
las modas. Pero las ideas de Imperio están teniendo un efecto práctico.
Una de las principales corrientes del movimiento anticapitalista es el
autonomismo. Esta tiene dos características políticas importantes: 1) el
rechazo de la concepción leninista de la organización; y 2) la adopción
de formas sustitucionistas de la acción en la que una elite políticamente
iluminada actúa en nombre de las masas. El autonomismo es de hecho una
formación política diversa. La versión más notoria está representada
por el movimiento anarquista Black Bloc, cuya búsqueda de la confrontación
violenta con el estado le hizo el juego a la policía en Génova.
Más atractiva es la coalición autonomista italiana Ya
Basta!, que combina un rechazo intransigente al establishment político
—incluyendo a los partidos de la izquierda reformista— con, por un
lado, la adopción de formas imaginativas de acción directa no violenta
y, por el otro, presentarse a elecciones municipales, algunas veces con éxito.
Ya Basta!, que actúa como un paraguas de diferentes posiciones e
importancia, se superpone con Tute Bianche, conocidos por los overoles
blancos que suelen usar en las movilizaciones, más famasos a partir de
las protestas de S26 en Praga, en septiembre de 2000. Naomi Klein llama a
los centros sociales que tienden a darle a Ya Basta! su principal base de
actividad “ventanas —no sólo hacia otra forma de vida, independiente
del estado, sino también hacia una nueva política comprometida” (6)
Las declaraciones de Tute Bianche están impregnadas con el lenguaje de Imperio.
Así su dirigente más conocido, Luca Casarini, dijo después de Génova:
“Hemos hablado de Imperio, o mejor de una lógica imperial
en el gobierno del mundo. Esto significa la erosión de la soberanía
nacional. No el fin, sino una erosión y su redefinición en la estructura
global, imperial. En Génova vimos esto funcionando, con los escenarios de
guerra que implica. Sobre cómo oponernos a esta lógica imperial es donde
todavía no estamos preparados.”
(7)
Esta evidencia de la influencia política de Imperio
no debería sorprender. Toni Negri es el principal filósofo del
autonomismo italiano. Nacido en 1936, actualmente cumple una sentencia de
20 años de prisión en Italia por su supuesta participación en la campaña
de terror armado de las Brigadas Rojas durante fines de los '70. Su
situación es una indicación del contexto histórico específico en el
cual tomó forma primero el autonomismo, durante la prfunda crisis que
experimentó la sociedad italiana durante los '70. Cualquier evaluación
de Imperio por lo tanto presupone una comprensión del contexto, y
del desarrollo del pensamiento de Negri.
El
terremoto italiano y el ascenso del autonomismo
Con
la importante excepción de la revolución portuguesa, el gran ascenso de
las luchas obreras que barrió Europa occidental durante fines de los '60
y la primera mitad de los '70 alcanzó su punto más alto en Italia (8).
La revuelta estudiantil de 1967—68 y la explosión de huelgas en el
“Otoño caliente” de 1969 marcaron el preludio de una oleada masiva de
luchas obreras que se desarrolló en una radicalización social más
amplia expresada, por ejemplo, en la derrota de la oligarquía de la
Democracia Cristiana (DC) gobernante en el referendum sobre el divorcio en
1974.
Este
clima favoreció la emergencia a fines de los '60 de una extrema izquierda
sustancial dominada por tres organizaciones principales —Avanguardia
Operaria, Lotta Continua y PDUP (Partido de la Unidad Proletaria por el
Comunismo). La extrema izquierda ejerció una influencia significativa en
los sectores más militantes de la clase obrera. A mediados de los '70 podía
movilizar 20.000—30.000 personas sólo en Milán. En ese momento, Italia
estaba atrapada en una crisis económica, política y social masiva. En
Washington y Bonn el país era percibido como el enfermo del capitalismo
occidental. El régimen corrupto y autoritario de la DC estaba
manifiestamente en estado de decadencia avanzada. En las elecciones
locales y regionales de junio de 1975 la izquierda ganó el 47% de los
votos, mientras que la porción de votos de la DC cayó al 35%. Pero en
cinco años el movimiento obrero italiano había sufrido una serie de
derrotas aplastantes de las que sólo ahora está comenzando a
recuperarse.
Dos factores principales fueron los responsables del
desastre.(9) En primer lugar, y el más importante, el Partido Comunista
Italiano (PCI) salió al rescate de la DC. Tobias Abse escribe, “A pesar
de su resistencia a las rebeliones obreras y estrudiantiles de 1967—69,
y su equivocación sobre el referendum del divorcio en 1974, el PCI paradójicamente
se benefició de ambos como fuerza electoral (10). Paralelamente, la
confederación sindical CGIL dominada por el PCI absorbió gran parte de
la militancia de base que había explotado a fines de los 60 —por
ejemplo, estableciendo los concejos de fábrica (11). La restauración del
control del PCI fue facilitada porque, en la medida que comenzaba a subir
del desempleo a mediados de los '70, las luchas en los lugares de trabajo
se hicieron mucho más fragmentadas y defensivas de lo que lo habían sido
durante el Otoño caliente.
En las elecciones parlamentaria de junio de 1976 la porción
de votos del PCI alcanzó el 34.4%. Pero el dirigente del PCI Enrico
Berlinguer respondió ayudando a rescatar al capitalismo italiano. Después
del golpe en Chile en 1973 le ofreció a la DC un “compromiso histórico”.
Aunque se evitó que el PCI entrara realmente al gobierno gracias a la
intervención norteamericana, en 1976—79 el partido le dio su apoyo a
una serie de “gobiernos de solidaridad nacional” encabezados por el
político ultramaquiavélico de la DC y aliado del Vaticano Giulio
Andreotti. El PCI usó su dominio sobre el movimiento obrero para superar
la resistencia al programa de medidas de austeridad del gobierno, ayudando
de ese modo a estabilizar el capitalismo italiano.
Un factor secundario en esta crisis fue la debilidad de la
izquierda revolucionaria. La versión dominante del marxismo en la extrema
izquierda italiana en los '60 era el maoismo. La idea de que las
guerrillas campesinas habían derrocado al capitalismo en China abrió la
puerta a creer que había atajos a la revolución que podían evitar la
tarea prolongada y difícil de ganar el apoyo de la mayoría de la clase
obrera. En el clima de intensa radicalización a fines de los '60, esto
había tomado la forma de construcción de comités de base fabriles (CUBs)
por fuera de los sindicatos.
A mediados de los '70 las tres principales organizaciones de
la extrema izquierda giraron bruscamente a la derecha, desarrollando una
estrategia basada en la suposición de que las elecciones de 1976 llevarían
a un gobierno de izquierda en el que la extrema izquierda podría
participar, y que llevaría adelante un programa de reformas de largo
alcance. De hecho, los votos de la DC subieron, la izquierda
revolucionaria sólo ganó el 1,5 % de los votos, el PCI formó una
coalición con la derecha en lugar de hacerlo con el resto de la
izquierda. El resultado fue la crisis de Avanguardia Operaria, Lotta
Continua y PDUP, y la asombrosamente rápida desintegración de sus
organizaciones. (12)
Sin embargo, este no fue el fin de la lucha de clases. A
principios de 1977 se desarrolló un nuevo movimiento estudiantil que rápidamente
se extendió a la juventud desocupada, en el cual Autonomia Operaria, una
federación laxa de colectivos revolucionarios, ejercía una creciente
influencia. Comenzó cuando los estudiantes ocuparon la Universidad de
Roma en febrero de 1977. Paul Ginsborg escribe:
“Autonomia Operaria, aunque no les guste a las
feministas, controlaba la ocupación y limitaba la libertad de expresión.
El 19 de febrero Luciano Lama, dirigente de la CGIL, fuertemente protegido
por los delegados del sindicato y del PCI, llegó para hablar en la
ocupación ... En una escena trágica de incomprensión mutua, Lama fue
silenciado, y estallaron choques violentos entre los autonomi y los
delegados del PCI. Quince días después una movilización de alrededor de
60.000 jóvenes en la capital degeneró en una batalla de guerrillas de
cuatro horas con la policía. Se hicieron disparos de los dos lados, y una
parte de los manifestantes contaban una consigna macabra en honor a la
pistola P38, el arma elegida por los autonomi.” (13)
El movimiento se extendió rápidamente, con una serie de
confrontaciones violentas con las fuerzas del estado en las cuales dos jóvenes
activistas, Francesco Lorusso y Georgina Masi, fueron asesinados por los
carabinieri en Boloña y Roma respectivamente (14). Como lo plantea Abse:
“La agitación estudiantil original de principios de
1977 fue una expresión confusa pero auténtica de la alienación y la
desesperación de grandes masas de la juventud italiana, una protesta
contra el clima de crisis económica y conformismo político que marcó al
régimen de la solidaridad nacional. Su expresión inicial anticipó
muchos elementos de la posterior cultura punk británica —una predilección
por lo deliberadamente bizarro aunque inofensivo que tomó la forma de una
identificación fantasmagórica con los “indios” (norteamericanos más
que subcontinentales)”. (15)
Sin embargo, a pesar de sus cualidades atractivas, y la
bronca que expresaba, el movimiento de 1977, tal como se desarrolló en el
contexto de un creciente desempleo de masas especialmente entre los jóvenes,
era inherentemente propenso a entrar en conflicto con la clase obrera
organizada. Esta posibilidad se hizo realidad como resultado de la
influencia política del autonomismo. Autonomia Operaria, que surgió en
marzo de 1973, era una formación internamente heterogénea en la cual los
escritos de Negri ejercían una particular e importante influencia política.
(16) Sus antecedentes intelectuales se basaban en el operaismo
—‘obrerismo’— una corriente teórica marxista italiana distintiva
cuya figura más importante era Mario Tronti. El eje de este marxismo
estaba en el conflicto directo entre el capital y el trabajo en el proceso
inmediato de producción. Tronti exploraba el interjuego entre las
estrategias capitalistas y proletarias. Así veía el estado de bienestar
keynesiano desarrollado en Estados Unidos bajo el New Deal, como una
respuesta y un intento de incorporar al ‘obrero masa’ forjado durante
la segunda revolución industrial de fines del siglo 19 y principios del
20. (17)
El operaismo era sólo una de las tantas corrientes teóricas
marxistas que hacían eje durante los '60 y los '70 en lo que ellos
llamaban el proceso capitalista de trabajo —la escuela de la “lógica
del capital” alemana es otro ejemplo. Esta preocupación tenía sentido
en un momento de intenso conflicto industrial en el que una fuerte
organización en los lugares de trabajo desafiaba a la patronal y también
a la burocracia sindical. En 1974 Negri todavía podía escribir que la fábrica
era “el sitio privilegiado para la negación del trabajo y el ataque
contra la tasa de ganancia” (18). Pero a fines de los '70, cuando la
militancia de base se desomoronaba ante la crisis económica y el
compromiso histórico, él preservó las categorías teóricas del operaismo
mientras que, como señala Abse, las transformó en “virtualmente lo
opuesto de su anterior sentido ideológico” (19). Su movimiento teórico
clave fue reemplazar el concepto de “obrero masa” por el de “obrero
social”.
Negri planteaba que el proceso de explotación capitalista
ahora tenía lugar a escala de toda la sociedad, y que en consecuencia,
los grupos social y económicamente marginados como los estudiantes, los
desocupados y los trabajadores casuales debían contarse como sectores
clave del proletariado. De hecho, en relación con esos grupos, el viejo
“obrero masa” en las grandes fábricas del norte de Italia parecía
una aristocracia obrera privilegiada. Según el siguiente pasaje, el hecho
de recibir meramente un salario hacía del trabajador un explotador a la
par de la gerencia:
“Algunos grupos de trabajadores, algunos sectores de la
clase obrera, siguen atados a la dimensión del salario, a sus términos
mistificados. En otras palabras, viven de sus ingresos como de rentas. Por
lo tanto, están robando y explotando plusvalía proletaria —están
participando de la estafa del trabajo social —en los mismos términos
que los gerentes. Estas posiciones —y la práctica sindical que las
alienta— deben ser combatidas, con violencia si fuera necesario. No será
la primera vez que una marcha
de desocupados entre en una gran fábrica y pueda destruir la arrogancia
del ingreso asalariado!” (20)
Este tipo de sofistería
era más que un sin sentido teórico. Ofrecía una legitimación
aparentemente “marxista” a los choques violentos que se estaban
desarrollando entre los autonomistas y los sindicatos. (21) La incitación
a atacar a los obreros empleados era parte de un culto más general a la
violencia. Negri escribía:
“La violencia proletaria, en la medida en que
es una alusión positiva al comunismo, es un elemento esencial de
la dinámica del comunismo. Suprimir la violencia de este proceso sólo
puede entregarlo al capital, atado de pies y manos. La violencia es una
afirmación primera, inmediata y vigorosa de la necesidad del comunismo.
No da la solución, pero es fundamental.” (22)
Mientras tanto, otros estaban llevando este culto a la
violencia a su conclusión lógica. Las Brigadas Rojas (BR) se formaron a
principios de los 70, pero fue en el clima de violencia y desesperación
de 1977—78 que fueron alentadas a escalar su campaña de terror armado
contra el estado italiano. La acción más espectacular de las BR fue el secuestro y asesinato del dirigente de la DC y ex
primer ministro, Aldo Moro, en la primavera de 1978. Las BR no sólo tenían
como blanco a funcionarios del estado, sino también
a dirigentes sindicales a
los que consideraban colaboracionistas con el estado. El fuerte apoyo del
PCI a las medidas gubernamentales que restringían drásticamente las
libertades civiles, le daba a estas tácticas una cierta legitimidad espúrea.Pero
el efecto fue aislar a toda la extrema izquierda, y desencadenar una
oleada de represión severa que destruyó a las BR y envío a muchos otros
a prisión.
Frente a una izquierda dividida y debilitada, y beneficiándose
de la complicidad del PCI, la patronal pasó a la ofensiva. En octubre de
1979 Fiat despidió a 61 militantes en su planta Mirafiori en Turín, acusándolos
de haber estado implicados en la violencia. En septiembre del año
siguiente anunció un plan de despido de 14.000 trabajadores en los
sectores más militantes. Incluso la dirección del PCI reconoció que
este ataque los debilitaría junto al resto del movimiento obrero.
Berlinguer fue a la puerta de la fábrica y declaró su apoyo a una
ocupación. Pero había cumplido su propósito. Explotando las divisiones
en la fuerza de trabajo en Turín, Fiat logró una victoria aplastante. Un
total de 23.000 trabajadores, muchos de ellos militantes, fueron
despedidos. Comparando este conflicto con la gran huelga minera británica
de 1984—85, Abse escribe: “El objetivo real de Fiat era cambiar la
relación de fuerzas en la fábrica, y retomar el control sobre la fuerza
de trabajo y el proceso de producción que había perdido en 1969” (23).
El éxito en lograr este objetivo estableció la escena para el
resurgimiento del capitalismo italiano en los '80 cuyo mayor símbolo sería
el ascenso de Silvio Berlusconi.
Negri
reescribe a Marx como Foucault
Negri fue una de las víctimas de esta derrota. Fue arrestado
en Padua en abril de 1979 acusado de ser el ideólogo de las Brigadas
Rojas y del secuestro de Moro. Fue retenido en prisión sin juicio durante
cuatro años y sólo fue liberado en 1983 después de haber sido electo al
parlamento como diputado por el libertario Partido Radical, y después se
exilió en Francia. Su sentencia a prisión fue dada in absentia en 1984
(24). Ese mismo año, apareció en inglés Marx Beyond Marx
(Marx más allá de Marx), probablemente el libro más importante
de Negri. Basado en los seminarios que Negri había dado por invitación
de Louis Althusser en la Ecole Normale Supérieure en
París en 1978, fue escrito precisamente en el momento del desastre
de la izquierda italiana.
El editor inglés de Marx Beyond Marx lo llamó “uno de los
documentos más cruciales del marxismo europeo desde ... bien,
probablemente desde nunca” (25). Esta descripción entusiasta captura al
menos la ambición del libro. Lo que busca hacer Negri, en efecto, es
reducir al marxismo de una teoría compresiva de las fuerzas motrices del
cambio social, a una mera teoría del poder. Lo hace sobre la base de una
lectura de los Grundrisse —el texto escrito en 1857—58, que representa
el primero en una sucesión de impresionante manuscritos que culminan en
el primer volumen de El Capital una década después.
Sin embargo, Negri considera a El Capital como una obra
imperfecta que “sirvió para reducir la crítica a la teoría económica,
para aniquilar la subjetividad en la objetividad, para someter la
capacidad subversiva del proletariado a la inteligencia reorganizadora y
represiva del poder capitalista”. “Subjetividad” es la palabra clave
aquí. Para Negri, la historia está “reducida a relaciones colectivas
de fuerza”, el choque entre las subjetividades de las clases rivales
—capital y trabajo. “Los Grundrisse apuntan a una teoría de la
subjetividad de la clase obrera contra la teoría de la ganancia de la
subjetividad capitalista” (26).
De ningún modo Negri es el primero en haber notado las
diferencias entre los Grundrisse y El Capital, aunque algunos han hecho de
los primeros precisamente una lectura opuesta a la suya, argumentando que
los Grundrisse representan una versión excesivamente “objetivista”
del marxismo que trata al capital como una entidad autónoma que se
autorreproduce. (27) Los
mejore comentarios han tratado a los Grundrisse como un laboratorio de los
conceptos económicos de Marx, que están elaborados y revisados en sus
escritos posteriores (28). Negri es conciente de esas interpretaciones,
pero las minimiza en la forma más desdeñosa. Así se deshace del que
concede que es el “trabajo pionero” sobre los Grundrisse del
trotskista ucraniano Roman Rosdolsky diciendo que está limitado por “la
ideología de la izquierda comunista del período de entreguerras: por un
lado un objetivismo extremo, por el otro la necesidad de fundamentar ese
objetivismo recuperando la ordoxia marxista.” (29)
La lectura que hace Negri de Marx implica de hecho una
reescritura sistemática de algunas de sus posiciones clave. Tres ejemplos
serán suficientes:
1.— La ley de la tendencia a la caída de la tasa
de ganancia: Esta teoría es, por supuesto, la base de la teoría de Marx
de la crisis capitalista. Pero para Negri, fiel aquí a su pasado
“obrerista”, el desarrollo del modo de producción capitalista está
reducido al conflicto directo entre capital y trabajo. Así afirma que
“la tendencia a la caída de la tasa de ganancia indica la rebelión del
trabajo vivo contra el poder de la ganancia”. Negri sabe perfectamente
que Marx mismo en el Volumen III de El Capital hace de esta tendencia una
consecuencia de la acumulación competitiva del capital, que lleva a los
capitalistas a invertir mucho más en los medios de producción que en la
fuerza de trabajo, causando así una caída en la tasa de ganancia (porque
el trabajo es la única fuente de plusvalor), pero plantea que cuando se
conceptualiza en estos términos “toda la relación será dislocada a
nivel económico e impropiamente objetivizada” (30).
2.— La teoría de los salarios: Cualquier teoría que
considera a las crisis una conscuencia directa del conflicto inmediato
entre capital y trabajo muy probablemente le atribuya una gran importancia
a los salarios. Esto es así, por ejemplo, para las así llamadas
explicaciones del achicamiento de la ganancia por la suba de los salarios,
de la primera gran crisis de posguerra durante los '70, que la atribuían
a que los trabajadores bien organizados habían sacado ventaja del pleno
empleo para empujar hacia arriba los salarios reduciendo por lo tanto la
tasa de ganancia. (31) Una de las implicancias de este tipo de explicación
es que los salarios deben ser tratados como un factor autónomo.
Consistente con esto, Negri plantea que cuando “el salario realmente
aparece en el primer volumen de El Capital, tomando un número de temas
explícitamente lanzandos en los Grundrisse, aparece como una “variable
independiente”. Sus leyes surgen de la condensación en un sujeto de la
revuelta contra el trabajo contenido en el desarrollo capitalista”. (32)
Este es un pasaje sorprendente. Lo que Marx dice realmente en
el Volumen I de El Capital es precisamente lo opuesto: “Planteado matemáticamente,
la tasa de acumulación es la variable independiente, no la dependiente;
la tasa de salarios es la variable dependiente, no la independiente”
(33). Los salarios son la variable dependiente relativa a la acumulación
del capital porque los capitalistas, por su control sobre la tasa de
inversión, también determinan la tasa de desocupación. Cuando son
enfrentados por obreros militantes, pueden cambiar la relación de fuerzas
entre las calses a su favor organizando la detención de la inversión y
por lo tanto aumentando el desempleo. Los trabajadores, frente a la
amenaza del despido, caen bajo la presión de aceptar salarios más bajos
y más en general, un aumento en la tasa de explotación. Esto es
precisamente lo que ocurrió en Italia (y de hecho en Gran Bretaña, el
otro eslabón débil del capitalismo europeo) desde mediados de los '70 en
adelante.
3.— El trabajo como un sujeto absoluto: La flagrante mala
interpretación de la teoría del salario de Marx es sintomática de un
giro conceptual más profundo. Aunque concibe al capitalismo como definido
por las relaciones antagónicas entre trabajo y capital, le da primacía
en esta relación “al trabajo como subjetividad, como fuente, como
potencial de toda riqueza” (34). Una vez más esto contradice
directamente las propias posiciones de Marx, más específicamente su
ataque en la “Crítica del Programa de Gotha” a la idea de que el
trabajo es la fuente de toda riqueza: “El trabajo no es la fuente de
toda riqueza. La naturaleza es tanto la fuente de los valores de uso (y
seguramente la riqueza material consiste de estos) como el trabajo, que es
sólo la manifestación de una fuerza de la naturaleza, la fuerza de
trabajo humana”. (35)
La transformación de Negri del trabajo en un tipo de sujeto
absoluto se refleja en su teoría de la crisis. Plantea que “la ley de
la caída de la tasa de ganancia deriva del hecho de que el trabajo
necesario es una cantidad rígida —es decir, cuando los capitalistas
buscan reducir la porción de trabajo necesario (requierdo para reproducir
la fuerza de trabajo) en la jornada laboral y por lo tanto aumentan la
tasa de explotación, encuentran “Una fuerza con cada vez menos voluntad
de ser sujetada, y menos dispuesta a la compresión”. Esta resistencia
obstinada significa “la autonomía de la clase obrera del desarrollo del
capital” (36).
Ahora bien, Marx no es dios. No hay nada sagrado en sus teorías,
y por lo tanto no es un crimen revisarlas. Las preguntas interesantes
tienen que ver con la dirección de las revisiones de Negri y si nos
permiten o no comprender más efectivamente en el mundo contemporáneo. Críticamente
Negri busca transformar al marxismo en una teoría del poder. Así plantea
que “la relación capitalista es inmediatamente una relación de
poder”. Le da una importancia especial al hecho de que los Grundrisse
comienzan con una extensa discusión sobre el dinero. Aquí Marx avanza
“de la crítica del dinero a la crítica del poder”. (37)
O sería mejor decir que centrándose en el dinero Marx
comprende directamente al capital como una forma de poder. El desarrollo
del dinero bajo el capitalismo, que alcanza su climax en el sistema de crédito
(lo que en estos días se llaman los mercados financieros), representa en
una forma altamente distorsionada y antagónica, la socialización de la
producción. Al comenzar con el dinero en los Grundrisse, Marx opera con
“un esquema tendencial de capital social”. De esta forma puede
anticipar el desarrollo subsecuente del capitalismo como una forma de
producción que se vuelve cada vez más social, en la que la función
moderna del valor es transformada en una función de mando, de dominación,
y de intervención en las fracciones sociales del trabajo necesario y la
acumulación. El estado es aquí la “síntesis de la sociedad civil”.
(38)
De esta manera, de acuerdo a Negri, Marx en los Grundrisse
anticipa la emergencia del estado benefactor keynesiano:
“Marx indicó especialmente en los Grundrisse, y también
frecuentemente, que decir estado es sólo otra forma de decir capital. El
desarrollo del modo de producción nos lleva a reconocer que decir estado
es la única forma de decir capital: un capital socializado, un capital
cuya acumulación se hace en términos de poder, una transformación de la
teoría de mando; el lanzamiento en un circuito y el desarrollo del estado
de las multinacionales.”
(39)
Aquí Negri se une nuevamente a la clásica preocupación del
operaismo con las estrategias perseguidas por el “capitalista
colectivo”, cada vez más a través del estado, para contener y dominar
al “obrero masa” de la línea de ensambleje de la producción fordista.
Pero Negri le da un giro radicalmente diferente a este análisis
reemplazando al “obrero masa” con el “obrero social”:
“La (supersesión) capitalista de la forma del valor —lo
que Marx llama el proceso de la subsunción real— disloca las relaciones
de producción de conjunto. Transforma la explotación en una relación
social global. Encierra factores iguales ... En realidad, la operación de
la subsunción real no elimina el antagonismo [de clase], sino más bien
la desplaza al nivel social. La lucha de clases no desaparece; más bien
se tansforma en algo permanente en la vida cotidiana. La vida cotidiana de
un proletario está puesta de conjunto contra la dominación del
capital.”
(40)
La lucha de clases está en todas parte, por lo tanto, y
también lo está el proletariado. Cualquiera que en sus condiciones de
vida experimente la dominación del capital es parte de la clase obrera.
La lógica de la lucha de clases dentro del proceso de producción implica
la “negación del trabajo” —trabajadores rebelados contra la relación
asalariada misma. Esto es implícitamente comunista porque el comunismo no
es otra cosa que “la abolición del trabajo”. Al valorizarse dentro
del proceso productivo, los trabajadores se abren un espacio bajo su
propio control. Se transforman, como Negri lo plantea, en “auto
valorados”, rompiendo la conexión entre el trabajo asalariado y la
realización de sus necesidades. La confrontación entre esta negación
del trabajo y el “capital social” se reduce cada vez más a una relación
de fuerzas: “una vez que el capital y la fuerza de trabajo global se han
vuelto completamente clases sociales —cada una independiente y capaz de
una actividad autovalorada— entonces la ley del valor sólo puede
representar la fuerza (potenza) y la violencia de la relación. Es la síntesis
de las relaciones de fuerza” (41).
Esta confrontación cada vez más violenta tiene lugar en
todas partes: “La lucha contra la organización capitalista de la
producción, del mercado de trabajo, de la jornada laboral, de la
reestructuración de la energía, de la vida familiar, etc, etc, todo esto
implica a la gente, la comunidad, la elección de un estilo de vida. Ser
comunista hoy significa vivir como comunista” (42). De esta manera,
paradójicamente, una forma de marxismo que estaba originalmente
obsesionada con la lucha en el momento de la producción se vuelve en su
contrario, algo mucho más cercano a la obsesión post marxista con una
pluralidad de relaciones de poder y movimientos sociales.
De hecho Negri conceta explícitamente su versión del
marxismo con el postestructuralismo, diciendo, “La teoría de la plusvalía
rompió los antagnismos [de clase] en una microfísica del poder” (43).
Fue Michael Foucault quien en una serie de textos clave a mediados de los
'70 desarrolló una crítica al marxismo basada en la idea de que la
dominación consiste en una pluralidad de relaciones de poder que no
pueden ser removidas por medio de alguna transformación social amplia
(esta simplemente reinstalaría un nuevo aparato de dominación, como en
la Rusia stalinista) sino sólo resistidas sobre una base descentralizada
y localizada” (44). Lo que hace Negri aquí es tomar la desintegración
de la totalidad social de Foucault en una multiplicidad de micro prácticas
y reclama que eso es lo que Marx hace, al menos en los Grundrisse.
Esas alusiones a Foucault son indicativas de la extensión en
la que Negri transforma el materialismo histórico en una teoría del
poder y la subjetividad. Esta teoría le permite observar el curso
crecientemente desastroso que tomó la lucha de clases en Italia a fines
de los '70 con una serena indiferencia. Así escribió en 1977:
“La relación de fuerzas se ha revertido ... la clase
obrera, su sabotaje, son el poder más fuerte —sobre todo, la única
fuente de racionalidad y valor. Desde ahora se hace imposible, incluso teóricamente,
olvidar esta paradoja producida por las luchas: cuanto más se perfecciona
la forma de dominación, más vacía se vuelve; cuando más resiste la
clase obrera, más llena está de racionalidad y valor ... Estamos aquí,
somos indestructibles, y estamos en mayoría.” (45)
Si quisiera, uno podría encontrar algo magnífico en este
optimismo desafiante. Pero para que la teoría marxista ofrezca una guía
política y una dirección responsable, tiene que esforzarse para trazar
las oscilaciones de la lucha de clases. Casi al mismo tiempo, Tony Cliff
estaba desarrollando su análisis del cambio en la relación de fuerzas
entre las clases a favor del capital en Gran Bretaña(46). La apreciación
de Cliff de la situación se demostró mucho más precisa que la de Negri.
En Italia también, la negativa de Negri a enfrentar los hechos fue
duramente atacada en ese momento incluso dentro del propio movimiento
autonomista —por ejemplo por Sergio Bologna:
“Hubo muchas pequeñas (o grandes) batallas, pero en su
curso la composición política de la clase ha cambiado sustancialmente en
las fábricas, y ciertamente no en la dirección indicada por Negri ... En
síntesis ha habido una revalorización de la hegemonía reformista sobre
las fábricas, brutal e incesante en sus esfuerzos por desmembrar la
izquierda de clase y expulsarla de la fábrica.” (47)
Bologna acusó a Negri, al inventar “una figura social
diferente para imputar el proceso de liberación de la explotación”, de
evadir simplemente el proceso real de derrota que la clase obrera italiana
estaba experimentando. Esos juicios equivocados eran efectivamente síntomas
de una imperfección teórica más profunda. Negri es un admirado del gran
filósofo de principios de la modernidad, Spinoza, y escribió un
importante libro sobre él, La anomalía salvaje,
cuando estaba en prisión a fines de los '70. Spinoza era muy crítico de
las explicaciones que tratan lo que ocurre como el resultado de una
afirmación de la voluntad, ya sea que la voluntad en cuestión sea la de
dios o de los humanos. Esta forma de procedimiento era, decía Spinoza,
“tomar refugio en el santuario de la ignorancia” (48). Pero
precisamente esa crítica puede ser aplicada a la reescritura de Marx que
hace Negri. Reducir la historia al choque de voluntades de clases rivales
—el “capitalista colectivo” versus el “obrero social”— es no
explicar nada. La naturaleza y el desarrollo de las luchas sólo puede ser
comprendido con propiedad una vez que se reconstruido su contexto
objetivo.
Así Marx integra su explicación de la lucha de clases
—tanto dentro del proceso de producción inmediato como más ampliamente
en la sociedad— en una teoría del modo de producción capitalista como
totalidad. Los choques entre clases rivales sólo se comprenden en el
trasfondo de las tendencias más amplias del modo de producción. Negri no
les atribuye a los capitalistas ninguna otra motivación que un impulso
abstracto a dominar. Marx por el contrario conceptualiza a la burguesía
como una clase internamente dividida atrapada en luchas competitivas entre
ellos. Esta es la esfera de lo que Marx — en los Grundrisse (aunque
Negri ignora esos pasajes). Llama “muchos capitalistas”. La tendencia
a la caída de la tasa de ganancia no es sólo producto del conflicto
entre trabajo y capital en el proceso de producción inmediato, sino también
de esta lucha competitiva, que empuja a los capitalistas a invertir en
equipamiento que ahorren trabajo. (49)
La teoría voluntarista de las crisis de Negri fue
superficialmente atractiva en los 70 cuando se desarrolló la primer
depresión importante de la postguerra en el marco de un ascenso de las
luchas obreras. Incluso entonces, sin embargo, ofrecía una explicación
completamente inadecuada de la crisis, que reflejaba una caída general de
la tasa de ganancia independientemente del nivel de lucha de la sociedad
en cuestión. Alemania Occidental y Estados Unidos eran tan víctimas como
Italia o Gran Bretaña, incluso si el nivel de la lucha de clases era
mucho más bajo en los dos primeros países que en los dos últimos. De la
misma manera, la teoría de Negri no puede explicar la actual recesión
global que se está desarrollando, que llega en un momento en que la
combatividad de la clase obrera todavía es comparativamente baja.
Además, Marx es claro en que —en la medida en que las
relaciones capitalistas de producción permanezcan— los capitalistas
retienen la ventaja. Pueden, como lo hicieron a fines de los '70 y los
'80, usar su control de los medios de producción para debilitar a los
obreros cerrando sus plantas y dejando afuera a la gente. Esta es la razón
por la cual no es suficiente rebelarse en la producción —los
trabajadores necesitan un movimiento político generalizado que pueda
tomar el poder a nivel de la sociedad de conjunto y expropiar al capital.
Decir todo esto no es caer culpable de la acusación de
“objetivismo” que Negri constantemente arroja. El marxismo plantea una
dialéctica de la objetividad y la subjetividad, no la reducción de un término
al otro, ya sea el sujeto o el objeto, como en la noción althusseriana de
la historia como “un proceso sin sujeto” o del objeto al sujeto, como
en la reescritura voluntarista de Negri del marxismo. Las estructuras
sociales —crucialmente las fuerzas y las relaciones de producción—
imponen límites a lo que los actores humanos pueden lograr, pero también
constituyen las capacidades que esos actores usan cuando buscan rehacer su
mundo. (51)
Del poder constituyente a
Imperio
Marx Beyond Marx representó un impasse en el pensamiento de
Negri, porque buscaba articular teóricamente los principios guía de un
movimiento político que cayó en una derrota aplastante a fines de los
'70. En sus escritos de los '80 y los '90 que culminan con Imperio,
Negri buscaba resituar y desarrollar los temas de Marx Beyond
Marx. Muchos de esos textos están dedicado a la historia del
pensamiento político moderno, y como tales son valiosos por su propio
derecho. Pero también sirven para reconstruir el sistema de Negri. Un
breve repaso de esta naturaleza sólo puede resaltar algunos puntos clave.
Ya en Marx Beyond Marx Negri había
enfatizado lo que llamó “el principio de constitución”, lo que quería
decir la capacidad de de luchar creativamente para producir una estructura
cualitativamente nueva que se volvía objeto de nuevas luchas que llevan a
mayores transformaciones (52). En sus últimos escritos Negri desarrolla
esta idea. Traza el desarrollo de la idea de “poder constituyente”
—la capacidad colectiva subyacente a las formas constitucionales específicas
de hacer y rehacer las estructuras sociales y políticas— desde sus orígenes
en el humanismo renacentista, a través del primer pensamiento político
moderno (crucialmente Maquiavelo y Spinoza) hasta su creciente articulación
clara en la era de las revoluciones, culminando en Marx. Aquí hay
implicado un conflicto entre dos tipos de poder —la potenza vresus
potere (en francés puissance versus pouvoir) —es decir, el poder
creativo de las masas (lo que Negri llama la “multitude”) versus la
dominación del capital (53).
Negri ofrece una concepción abstracta del poder
constituyente. Es un “poder creatrivo [puissance] de ser, en otras
palabras de figuras concretas, de valores, de instituciones y de órdenes
de lo real. El poder constituyente [puovoir] constituye a una sociedad
identificando lo social y lo político, uniéndolos en un lazo ontológico”.
Según Negri, Marx veía el poder constituyente en funciones en el capital
en la forma en la que creaba violentamente una nueva forma de sociedad en
la era de la acumulación primitiva pero también sacaba las capacidades
creativas de cooperación iherentes a la multitud. Negri escribe:
“La cooperación es en efecto la pulsación viviente y
productiva de la multitud ... La cooperación es innovación y riqueza, es
así la base del plus creativo que define la expresión de la multitud. Es
sobre la abstracción, sobre la alienación y sobre la expropiación
productiva de la multitud que se construye el mando.” (54)
En
Marx, el trabajo cooperativo que es apropiado y explotado
por el capital, es por supuesto, el de la clase obrera. Al reestructurar
los temas marxistas en un vocabulario filosófico más abstracto, Negri es
capaz de tomar ventaja de sus resonancias (por ejemplo, la idea de que el
capital parasita la fuerza creativa de los otros) mientras que hace a un
lado todo análisis de clase directo. Pero la misma tendencia a
absolutizar la subjetividad de las masas que veíamos en los escritos de
Negri de los 70’ está presente aquí: “Toda práctica del poder
constituyente, desde su comienzo a su fin, en sus orígenes como en su
crisis, revela la tensión de la multitud que tiende a hacerse el sujeto
absoluto del proceso de su poder [puissance].” (55)
Negri, sin embargo, va más allá del subjetivismo de sus
primeros escritos cuando plantea la pregunta de cómo “un sujeto
adecuado al procedimiento absoluto” del poder constituyente puede ser
identificado. La respuesta, él cree, se debe encontrar en los escritos
del “segundo Foucault”, en particular en su Historia de la Sexualidad:
“El hombre, como la describe Foucault aparece como una totalidad de
resistencias que le dan una capacidad de liberación absoluta, más allá
de todo el finalismo que no es la expresión de la vida misma y de su
reproducción. Es la vida la que libera al hombre, que se opone a todo lo
que la limita y la aprisiona”. (56)
La multitud, cuando se esfuerza en transformarse en el sujeto
absoluto de la historia es una expresión de la vida. Negri busca así
basar su subjetivismo en una forma de vitalismo —es decir, en una teoría
metafísica que ve el mundo físico y social en su totalidad como
expresiones de alguna fuerza vital subyacente. Negri de hecho está acá
menos en deuda con Foucault, que
es evasivo, si no confuso, cuando se confronta con las implicaciones filosóficas
de su teoría del poder, que con otra figura clave del postestructuralismo
francés, Gilles Deleuze (57). Particularmente en Mil Mesetas,
el segundo volumen de su principal colaboración teórica con Félix
Guattari, Capitalismo y esquizofrenia (El Anti
Edipo), Deleuze concibe el deseo como una expresión de la vida que,
aunque constantemente confinado y estratificado en constelaciones de poder
históricamente específicas, constantemente las subvierte y las burla.
Deleuze reconoce abiertamente su deuda con el filósofo
vitalista francés de principios del siglo 20, Henri Bergson. Sin embargo,
el suyo es un “vitalismo material”, para el que hay “una vida propia
a la materia”, en la cual la materia se licúa y fluye. La materia tiene
efectivamente la misma estructura que el deseo, que constantemente
sobrepasa las fronteras de las jerarquías estratificadas del poder. Por
lo tanto Deleuze trata al nómada como el modelo de toda resistencia al
poder. El impulso del estado es a la “territorialización” —confinar
el deseo dentro de las constelaciones del poder, atarlo dentro de un
territorio específico. El impulso del nómade es “desterritorializar”,
cruzar las fronteras y escapar a esas estratificaciones. “La primera
determinación del nómade, de hecho, es que ocupa y retiene un espacio
fluido [espace lisse]”. Pero la economía capitalista moderna mundial
también se caracteriza por la misma tendencia a la desterritorialización:
“El mundo se vuelve de nuevo un espacio fluido (mar, aire, atmósfera,
etc.)”. (58)
Ese espacio fluido es el de Imperio. Hardt y Negri
reconocen explícitamente su deuda con Mil Mesetas (59). Más
generalmente, Negri toma el vitalismo de Deleuze para darle a su versión
del marxismo los apuntalamiento filosóficos de los que previamente carecía.
Pero esto es a un alto precio, ya que lo que Deleuze ofrece es una forma
altamente especulativa de metafísica.
Los últimos escritos de Negri revelan lo que Daniel Bensäid
ha llamado “en extraño misticismo sin trascendencia” (60). En ningún
otro de los últimos escritos de Negri esto es tan verdad como en Imperio.
Es un buen libro a su manera —bellamente escrito, lleno de pasajes líricos
y de interesantes insights. Pero también Imperio es una obra
profundamente imperfecta.
Por la escala y la complejidad de Imperio, sólo me
podré centrar aquí en los temas principales. En particular, son tres los
que sobresalen. En primer lugar, Hardt y Negri aceptan lo que a veces es
llamada la visión hiperglobalizadora —que la globalización económica
ha transformado al estado nación en un mero instrumento del capital
global. De esta manera, escriben sobre las corporaciones:
“... ellas directamente estructuran y articulan los
territorios y las poblaciones. Tienden a hacer de los estados nación
meros instrumentos para registrar los flujos de mercancías, dinero y
poblaciones que ellas ponen en movimiento. Las corporaciones
transnacionales distribuyen directamente la fuerza de trabajo en distintos
mercados, asignan funcionalmente los recursos y organizan jerárquicamente
los distintos sectores de la producción mundial. El aparato complejo que
selecciona las inversiones y
dirige las maniobras financieras y
monetarias determina la nueva geografía
del mercado mundial, o realmente la nueva estructuración biopolítica
del mundo.”
(61)
La declinación del estado nación, sin embargo, no significa
la desaparición del poder
político. Más bien, emerge una nueva forma de soberanía política, lo
que Hardt y Negri llaman Imperio:
“A diferencia del imperialismo, el Imperio no establece un
centro territorial de poder y no se basa en fronteras fijas o barreras. Es
un aparato de dominio descentralizado y desterritorializado que incorpora
progresivamente a todo el campo global dentro de sus poderes abiertos, en
expansión. El Imperio maneja identidades híbridas, jerarquías flexibles
e intercambios plurales por medio de modular las redes de mando. Los
distintos colores nacionales del mapa imperialista del mundo se han
fusionado y mezclado en el arcoiris imperial global.” (62)
El lenguaje que usan aquí Negri y Hardt —híbrido,
pluralidad, flexibilidad, etc.— es en gran parte el de los posmodernos
para quienes la terminología tiende a transmitir la idea de que hemos ido
más allá del capitalismo, con su rígida polarización entre
explotadores y explotados. La metáfora de la red es usada ampliamente en
las explicaciones más o menos apologéticas del capitalismo contemporáneo,
porque sirve para evocar una ausencia de jerarquía y de concentración
del poder. (63)
La vuelta que le dan Negri y Hardt es usar este lenguaje críticamente,
y plantear que representa una nueva fase de la dominación capitalista que
opera no a pesar sino a través de la hibridez y el multiculturalismo que
son celebrados frecuentemente como rasgos de las sociedad liberales
contemporáneas: “El fin de la dialéctica de la modernidad no ha
resultado en el fin de la dialéctica de la explotación. Hoy casi toda la
humanidad está absorbida en algún grado dentro de o subordinada a las
redes de la explotación capitalista” (64).
Hardt y Negri toman el término “biopolítica” de
Foucault para referirse a formas de dominación que operan desde adentro,
moldeando a los individuos como sujetos y dotándolos de motivos
apropiados: “Ahora el poder es ejercido a través de máquinas que
organizan directamente los cerebros (en sistemas de comunicaciones,
sistemas de redes de información, etc.) y los cuerpos (en sistemas de
bienestar, actividades monitoreadas, etc.) hacia un estado de alienación
autónoma del sentido de la vida y del deseo de creatividad” (65). Desde
este perspectiva el Big Brother de Canal 4 es más peligroso
que el de George Orwell, porque nos permite creer que comprometerse en
formas altamente estereotipadas y manipuladas de comportamiento son
actividades genuinamente placenteras que desarrollamos por nuestra propia
voluntad.
Pero se necesitan conceptos y modelos más antiguos para
comprender la naturaleza del capitalismo contemporáneo. El uso creciente
de la fuerza para anular la soberanía nacional en nombre de valores
universales como los derechos humanos es sintomático de la emergencia de
la soberanía imperial —o más bien de su reemergencia. Como
comprendieron los antiguos griegos y los romanos, el Imperio no conoce
fronteras. No es la propiedad de ningún estado, ni siquiera de Estados
Unidos. En la Guerra del Golfo Estados Unidos intervino “no en función
de sus propios motivos nacionales, sino en nombre del derecho global”.
La nueva estructura de poder internacional de tres escalones
corresponde a un descripción del Imperio Romano como una combinación de
monarquía, aristocracia y democracia pintada por el historiador griego
Polibio. En el vértice están los cuerpos “monárquicos” —Estados
Unidos, el G7 y otras instituciones internacionales como la OTAN, el FMI y
el Banco Mundial; después viene una elite de actores “aristocráticos”
—las corporaciones transnacionales y los estados—nación; finalmente
están los órganos “democráticos” que pretenden representar al
pueblo —la asamblea general de las Naciones Unidas, ONGs, etc. (66)
Cómo sitúan históricamente Negri y Hardt esta estructura
del tipo de Heath Robinson? Ellos
insisten en afirmar que el Imperio es un paso adelante para sacarse de
encima la nostalgia por las estructuras de poder que lo precedieron, y
niega toda estrategia política que impique retornar a esos viejos
arreglos, tales como tratar de resucitar el estado—nación para
protegerse contra el capital global". Aunque comparan esta posición
con la insistencia de Marx en la naturaleza históricamente progresiva del
capitalismo, esto va más allá: "La multitud llama a ser al
Imperio". Lo que Hardt y Negri llaman (nuevamente siguiendo a
Foucault) "la sociedad disciplinaria" creada por el New Deal, en
la cual el capital y el estado regulaban la sociedad de conjunto, entró
en crisis a fines de los '60 "como resultado de la confluencia y la
acumulación del proletariado y los ataques anticapitalistas conta el
sistema capitalista internacional" (67).
Este afirmación sobre los orígenes del Imperio implica una
versión más fuerte de la teoría voluntarista de la crisis a la que,
como hemos visto, Negri adhirió en los '70: "El poder del
proletariado impone límites al capital pero también dicta los términos
y la naturaleza de la transformación. El proletariado inventa realmente
las formas social y productiva que el capital se verá obligado a adoptar
en el futuro". En el caso del Imperio, la clase obrera norteamericana
juega un rol de vanguardia: "Ahora, en términos del cambio de
paradigma del mando capitalista internacional, el proletariado
norteamericano aparece como la figura subjetiva que expresaba más
plenamente los deseos y las necesidades de los obreros internacionales o
multinacionales." (68)
Esta tesis general refleja el énfasis de larga data dentro
del operaismo: 30 años antes de la aparición de Imperio,
Tronti había planteado que el capital desarrolla una comprensión de sus
propios intereses gracias a las iniciativas del trabajo, y que "los
obreros europeos encuentran ante ellos, como el modelo más avanzado de
comportamiento para sus necesidades actuales, la forma de ganar, o la
forma de derrotar al adversario, adoptada por los obreros norteamericanos
en los '30". (69) Pero el capitalismo del estado de bienestar
keynesiano que Tronti ve como una creación del poder del proletariado en
la era del New Deal es lo que, según Hardt y Negri, la rebelión obrera
destruyó en los '60 y los '70, abriendo el camino al Imperio.
En tercer lugar, ¿cuáles son las condiciones de la clase
obrera en esta nueva fase del desarrollo capitalista? Hardt y Negri
rechazan la idea de que representa el fin de la explotación y la opresión.
La sociedad disciplinaria ha sido reemplazada por la "sociedad de
control". En lugar de ser moldeados dentro de instituciones específicas
como escuelas y fábricas, los individuos se encuentran bajo la amplia
presión de la sociedad a disciplinarse. Al mismo tiempo, las nuevas
tecnologías de información han hecho "inmaterial" al trabajo.
La clase obrera debe por lo tanto ser concebida en los términos muy vagos
que Negri ya había desarrollado en los '70: "Entendemos al
proletariado como una categoría amplia que incluye a todos aquellos cuyo
trabajo es directa o indirectamente explotado por y sujetado a los modos
de producción y reproducción capitalistas". (70)
Imperio mantiene así las categorías teóricas de la versión del marxismo de
Negri, aunque su contenido
haya cambiado. El obrero social, por ejemplo, que en los '70 Negri concebía
como el resultado de lo que ahora llamaría "la sociedad
disciplinaria", de la regulación estatal característica del
capitalismo keynesiano, se ha vuelto producto del nuevo "capitalismo
informático": "Hoy, en la fase de la miltancia obrera que
corresponde a los regímenes postfordistas, informáticos de producción,
se eleva la figura del obrero social" (71) Pero Hardt y Negri
prefieren usar el concepto de Spinoza de la multitud cuando buscan
analizar las contradicciones del Imperio.
Aquí, donde el capital es genuinamente global, encuentra
(como Rosa Luxemburgo lo predijo) sus límites. Bajo el Imperio "los
poderes del trabajo están infundidos por los poderes de la ciencia, la
comunicación y el lenguaje", y "la vida es lo que infunde y
domina toda la producción". Una actividad social como esta es ahora
la fuente del plusvalor económico: "La explotación es la expropiación
de la cooperación y la nulificación de los significados de la producción
lingüística." El Imperio es una formación social parasitaria, una
forma de corrupción que carece de cualquier realidad positiva comparado
con "la productividad fundamental del ser" que se expresa en la
multitud. (72)
Una vez más, vemos a Negri reinterpretando los conceptos
marxistas en términos más laxos y metafóricos que permiten ser
infundidos con la metafísica de Deleuze. Así Hardt y Negri buscan sacar
a relucir el carácter negativo y parasitario del Imperio del siguiente
modo: "Cuando la acción del Imperio es efectiva, esto no se debe a
su propia fuerza sino al hecho de que es empujado por el rebote de la
resistencia de la multitud contra el poder imperial. Deberíamos decir que
en este sentido la resistencia es en realidad previa al poder". Como
reconocen, esta tesis de "la antelación de la resistencia al
poder" se deriva directamente de Deleuze, por lo que es una
consecuencia de "la productividad fundamental" de la vida (73). Imperio
es tanto la obra de una filosofía postestructuralista como una pieza de
análisis histórico concreto.
Los límites de
Imperio
Naturalmente se podría decir mucho sobre un libro tan
complejo y sugestivo como Imperio. Aquí me concentro sobre los que
me parecen ser sus tres debilidades centrales. (74) El análisis que
ofrece del capitalismo contemporáneo es en general vago y en ciertos
aspectos específicos equivocado. Hardt y Negri se sitúan dentro de la
tradición marxista de escritos sobre el imperialismo, usando el argumento
de Luxemburgo de que el capitalismo necesita un "exterior" no
capitalista para comprar las mercancías que los trabajadores no pueden
consumir. (75) Pero más allá de decir que el Imperio abole este
exterior, incorporando al mundo entero bajo el dominio del capital, dicen
poco sobre las tendencias específicas a la crisis en esta fase del
desarrollo capitalista, a menos que se suponga que las generalidades filosóficas
citadas más arriba constituyen una explicación de esas tendencias. Negri
no dudaría en minimizar el debate entre los economistas marxistas
provocado por la interpretación de Robert Brenner del capitalismo de la
postguerra como "objetivismo", pero Imperio ofrece muy
poco a cualquiera interesado en descubrir hasta qué punto los mecanismos
de la crisis capitalistas todavía operan. (76)
Más aun, en un aspecto clave es positivamente equivocado.
Hardt y Negri niegan que el conflicto interimperialista sea un aspecto
significativo del capitalismo contemporáneo: "Lo que solía ser un conflicto o una competencia entre distintas
potencias imperialistas ha sido reemplazado en muchos aspectos importantes
por la idea de una sola potencia que sobredetermina a todas ellas, las
estructura en una forma unitaria y las trata bajo una noción común de
derecho que es decididamente postcolonial y postimperialista". En
lugar del imperialismo, con sus centros rivales de poder, tenemos una red
de poder impersonal y descentralizada, el espace lisse de Deleuze:
"En este espacio fluido de Imperio, no hay lugar para el poder —está
en todas partes y en ningún lado". (77)
Oculto aquí en lo que Ludwig Wittgenstein llamaría una nube
de metafísica, hay un pequeño grano de verdad. Hardt y Negri tienden a
definir al Imperio como una forma de soberanía. (78) El problema de la
soberanía es el de la legitimación del ejercicio del poder en términos
morales y legales. La soberanía es así un fenómeno ideológico, aunque,
por supuesto, como toda instancia ideológica, tiene efectos reales. Ha
habido indudablemente un giro en los términos ideológicos —así la
idea de la intervención humanitaria afirma que es permisible violar los
derechos de los otros estados no sobre la base del interés nacional, sino
en defensa de los derechos humanos y las necesidades humanitarias de sus
sujetos. Más ampliamente, el desarrollo de lo que se llaman "formas
de gobierno global" como el G7, la OTAN, la UE y la OMC sugiere que
la soberanía se ha vuelto un híbrido, por lo que las acciones de esos
estados son legitimadas no sobre la base de sus procedimientos
constitucionales nacionales, sino más bien bajo la autoridad de alguna
institución internacional. (79)
Este cambio ideológico, sin embargo, no determina la
distribución real del poder geopolítico. Ni tampoco las instituciones
internacionales reflejan simplemente la naturaleza jerárquica del poder
global, en que son dominadas por las potencias capitalistas occidentales líderes,
sino que son moldeadas por los conflictos que dividen a esas potencias,
estableciendo en particular Estados Unidos contra Japón y la UE (en sí
mismo una entidad lejos de ser homogénea). El desarrollo de la estructura
del conflicto geopolítico que enfrenta a Estados Unidos contra China y
Rusia, está interrelacionado con esas formas primeramente económicas y
políticas de competencia. No reconcer la profundidad de esos antagonismos
entre centros rivales del poder capitalista es no comprender la naturaleza
del mundo contemporáneo. (80)
Es también acercarse peligrosamente a ofrecer una visión
apologética de este mundo. Esta tendencia es efectivamente la segunda
mayor debilidad de Imperio. La concepción del Imperio como un
"espacio fluido", una red descentralizada en la cual el poder
"está en todas partes y en ningún lado", no está muy lejos de
la idea planteada por los teóricos de la tercera vía como Anthony
Giddens de que "la globalización política" está acompañando
a la globalización económica y subordinando el mercado mundial a las
formas democráticas de "gobierno global". Hardt y Negri son críticos
de esta idea pero algunas de sus formulaciones se prestan a la apropiación
para propósitos políticos muy distintos. Así Mark Leonard, un ideólogo
blairista particularmente burdo, publicó una entrevista entusiasta con
Negri en la cual elogia a este último por plantear que la globalización
es una oportunidad para "una política de izquierda preocupada por la
libertad y la igualdad de vida, más que por una búsqueda reduccionista
de la igualdad entre grupos" —que suena más como Tony Blair que
como Toni Negri. (81)
No se puede responsabilizar a Negri por los giros que otros
ponen a sus palabras, pero puede ser criticado por lo que él mismo le
dijo a Leonard: "El cambio mayor es la imposibilidad de una guerra
entre naciones civilizadas. Pero éste no fue provocado por los
industrialistas. Surge de la emancipación de las clases trabajadoras que
ya no quería ir a la guerra". (82) Ciertamente la guerra dentro del
bloque capitalista occidental es altamente improbable, por razones
demasiado complicadas para explicarlas aquí. Pero la crisis del avión
espía que enfrentó a China con Estados Unidos en el mar del sur de China
en abril de 2001 es un síntoma de una preparación militar y del
desarrollo de tensiones geopolíticas en el este de Asia que podrían
plausiblemente desarrollarse en una confrontación armada. Dos analistas
de seguridad estadounidenses escribieron recientemente sobre las tensiones
entre Estados Unidos y China por Taiwan, "Probablemente en ningún
otro lugar del globo la situación parece tan intratable y la perspectiva
de una guerra importante que comprometa a Estados Unidos tan real".
(83) Esta sería una guerra que enfrentaría, Negri supuestamente concedería
esto, a "naciones civilizadas" (uno confía en que esta
terminología está usada irónicamente). Por fuera del mundo capitalista
avanzado, la guerra no muestra ningún signo de desaparecer —la guerra
en la República Democrática del Congo solamente ha costado 2,5 millones
de vidas estimativamente desde 1998. (84)
Sin duda Hardt y Negri son concientes de estos sufrimientos
horrorosos. Su argumento es que este progreso tal como ha ocurrido es una
victoria para la "multitud". Pero incluso esta tesis tiene
connotaciones apologéticas en un sentido directamente relevantes a la
propia historia de Negri. Nadie puede negar que el capitalismo sufrió una
importante reestructuración en los '70 y los '80, una de cuyas
dimensiones ha sido la mayor integración global del capital. Pero, ¿es
realmente correcto ver estos cambios en cierto sentido como una conquista
de la "multitud"? Verlos de este modo borra de la historia las
derrotas reales que hicieron posible la reorganización del capitalismo
—las catástrofes en Fiat en 1979—80, la gran huelga minera en Gran
Bretaña en 1984—85, y todas las otras luchas en las que el capital pudo
quebrar las formas existentes de organización obrera, arrancando las
malas hierbas de los militantes, y reestableciendo su dominio sobre áreas
donde había sido desafiado.
Reconcer esta historia no nos requiere negar que, como Negri
y Hardt lo plantean, "la globalización, en la medida en que opera
una desterritorialización real de las estructuras previas de explotación
y control, es realmente una condición para la liberación de la
multitud". (85) En un sentido este es simplemente el ABC del marxismo
—el capitalismo en su forma actual constituye el contexto en el cual se
desarrollan las luchas obreras. Pero esto no significa que tengamos que
olvidar que el proceso a través del cual el capitalismo se reformó
implicó serias derrotas para la clase obrera. La elisión histórica de
esas derrotas puede ser conveniente para Negri, porque le permite evitar
confrontar hasta qué punto su teoría y su política fueron insuficientes
en el test decisivo de fines de los '70, pero un marxismo real no puede
tolerar este tipo de visión selectiva.
La razón más importante para estudiar la historia de las
luchas pasadas es que esto puede ayudar a clarificar qué estrategia deberíamos
tener en el presente. Pero la tercer gran debilidad de Imperio se
que no ofrece a los lectores ninguna guía estratégica. El libro concluye
con tres demandas para "un programa político para la multitud
global" —"ciudadanía global", "un salario social y
un ingreso garantizado para todos" y "el derecho a la
reapropiación". (86) Uno puede discutir los méritos de esas
demandas —la primera y la tercera son, como están formuladas, muy
vagas, mientras que la segunda es un lugar común en la política liberal
de izquierda contemporánea. Mucho más serio, sin embargo, es la ausencia
de cualquier discusión sobre cómo desarrollar un movimiento que pueda
implementar este programa.
El vacío estratégico de Imperio no es una mera falla
de detalle, sino que refleja algunas de las suposiciones más profundas de
Hardt y Negri. En un pasaje ligeramente bizarro plantean que "las
luchas más radicales y más poderosas de los últimos años del siglo
veinte" —Tiananmen, la primera Intifada, el levantamiento de Los
Angeles, Chiapas, las huelgas en Francia en 1995 y en Corea del Sur en
1996—97— no compartían "el reconocimiento de un enemigo común"
o "un lenguaje de lucha común". (87) Pero, más allá de lo que
pueda ser verdad de otras luchas, tanto la rebelión zapatista como el
movimiento francés de noviembre—diciembre de 1995 plantearon elementos
de un lenguaje político común, en ambos casos identificando al enemigo
como neoliberalismo. Por lo tanto ayudaron a forjar la conciencia
anticapitalista que se hizo visible en Seattle.
Hardt y Negri (que escribieron Imperio antes de
Seattle) se conforman con la siguiente reflexión:
“Probablemente la incomunicabilidad de las luchas, la falta
de túneles comunicantes estructurados, es de hecho una fortaleza más que
una debilidad —una fortaleza porque todos los movimientos son
inmediatamente subversivos en sí mismos y no esperan ningún tipo de
ayuda externa o de extensión para asegurar su efectividad ... la
construcción del Imperio, y la globalización de las relaciones económicas
y culturales, implica que el centro virtual del Imperio puede ser atacado
desde cualquier punto. Las preocupaciones tácticas de la vieja escuela
revolucionaria son así completamente irrecuperables —la única
estrategia disponible para las luchas es que surja un contra poder
constituyente desde dentro del Imperio.”
(88)
En otro lugar Negri ha invertido el viejo adagio de Lenin,
declarando, "El eslabón más débil del capitalismo es su eslabón más
fuerte". (89) Ahora si esto fuera literalmente así, si el
capitalismo contemporáneo fuera genuinamente un "espacio
fluido" homogéneo en el cual el poder estuviera distribuido
uniformemente, entonces la idea de la estrategia dejaría de tener mucha
aplicación. Pero esto es completamente falso. Las distintas partes del
globo tiene una importancia diferente para el capital. Mientras que la
riqueza natural del Africa Sub-Sahariana continúa siendo extraída por
medios legales o corruptos, partes importantes del continente pueden ser
dejadas a la tierna merced de los Cuatro Jinetes de la Apocalipsis. La
porción más pequeña de la tierra donde está concentrada gran parte de
la riqueza productiva del capitalismo —todavía en primer lugar Norteamérica,
Europa Occidental, Japón y unos pocas extensiones asiáticas y
latinoamericanas— es una cuestión distinta. El proceso de la que
Trotsky llamó "desarrollo desigual y combinado" continúa
operando en el capitalismo contemporáneo, creando enormes concentraciones
de riqueza y poder en puntos particulares del sistema. Esta desigualdad
requiere un análisis estratégico y un debate para identificar los puntos
de vulnerabilidad del enemigo y nuestras principales fuentes de fortaleza.
El pensamiento estratégico también es necesario para
responder a lo que Lenin llamó "los giros bruscos de la
historia", las crisis repentinas que ofrecen oportunidades
inesperadas para el movimiento revolucionario si son reconocidas rápidamente.
Pero toda la visión de Negri de la historia es curiosamente abstracta —
la multitud enfrenta eternamente al capital independientemente de las
condiciones específicas, las contradicciones acumuladas, los cambios
sutiles en las relaciones de fuerza que los grandes textos políticos de
la tradición marxista son tan magistrales en delinear. Lo que está
perdido aquí es lo que Daniel Bensäid llama "razón estatégica":
“El arte de la decisión, del momento correcto, de las
alternativas abiertas que se pueden esperar, es un arte estratégico de lo
posible, no el sueño de una posibilidad abstracta, donde todo lo que no
es imposible será posible, sino el arte de una posibilidad determinada
por la situación concreta: cada situación es singular, el instante de la
decisión es siempre relativo a esta situación, adaptado al objetivo a
lograr.”
(90)
Este tipo de análisis estratégico es inseparable del
intento de identificar los agentes de la transformación. Aquí Hardt y
Negri tienen muy pocas cosas útiles para decir. Es probablemente una de
las ventajas del concepto de la multitud desde su punto de vista que
identifica a los oprimidos y los explotados como una masa anónima y
amorfa sin nunguna ubicación social definida. Así celebran inmigrantes y
refugiados, proclamando "la deserción, el éxodo y el
nomadismo" como una fuerza democrática: "Un espectro recorre el
mundo y es el espectro de la migración": A través de rebasar las
fronteras y de confundir todas las identidades fijas la multitud
constituye una "ciudad terrenal" en oposición a la corrupta
ciudad imperial. (91)
La migración es indudablemente una realidad política y
social de gran importancia contemporánea. Sin embargo, hablar de esto difícilmente
sea una novedad en la academia liberal de izquierda contemporánea, donde
en la última década el multiculturalismo, la hibridez, y el nomadismo
han sido deidades asiduamente veneradas por los profesores seudo radicales
como Gayatri Spivak y Homi Bhabha (ambos son citados con aprobación por
Hardt y Negi (92). Este no el único punto en el que Imperio corre
el riesgo de darle nueva vida a la ortodoxia posmoderna en un momento
cuando está mostrando todos los signos de la decadencia senil.
Más allá de este fracaso general en responder seriamente al
problema de la estrategia, Negri muestra algunos signos preocupantes de
caer en sus mismos viejos errores. Escribe:
“Atribuir a los movimeintos de la clase obrera y del
proletariado esta modificación del paradigma del poder capitalista es
afirmar que los hombres están acercándose a su liberación del modo de
producción capitaista. Y tomar distancia de aquellos que vierten lágrimas
de cocodrilo sobre el fin de los acuerdos corporativos del socialismo
nacional y el sindicalismo, así como aquellos que lloran la belleza de
los tiempos pasados, nostálgicos del reformismo social impregnado con el
resentimiento de los explotados y con envidia hacia aquellos que
—frecuentemente— bulle por debajo de Utopía.” (93)
Cuestionado por este pasaje, Negri describió a los
sindicalistas como "kulaks" —los campesinos ricos a los que
Stalin buscó "liquidar" con la colectivización forzosa de la
agricultura a fines de los 20— y expresó nostalgia por 1977, cuando la
juventud desocupada enfrentó a los trabajadores de fábrica. (94) La
hostilidad a la clase obrera organizada parece haberse preservado en la
gelatina del pensamiento de Negri por las dos últimas décadas.
Negri escribió en 1981, "La memoria proletaria es sólo
la memoria de la alienación pasada ... La transición comunista es la
ausencia de memoria" (95). Se puede ver por qué diría esto, a pesar
de sus innegables dotes como historiador de cualquier pensamiento político:
cualquier intento de evaluar críticamente su pasado expondría cómo él
—y el autonomismo en general— fracasaron en los '70. Esta negación a
enfrentar este pasado no es un fracaso moral individual sino un síntoma
de las limitaciones inherentes de la versión del marxismo de Negri.
El autonomismo, como traté de indicar al principio de este
artículo, es una fuerza política viva. No hay, por suerte, versiones
contemporáneas de las Brigadas Rojas. Pero la idea de la acción ejemplar
en nombre de las masas sigue siendo influyente, ya sea en el culto del
Black Bloc a la violencia callejera o las tácticas mucho más pacífica
de Tute Bianche. Esas acciones funcionan como un sustituto de la
movilización de masas. En análisis como los de Hardt y Negri la clase
obrera —reconfigurada en las transformaciones de los últimos años pero
todavía una fuerza real— está disuelto en la multitud amorfa o
denunciada como una aristocracia obrera privilegiada. Los activistas actúan
en nombre de uno y tratan de pasar por alto o enfrentar al otro.
Génova expuso muy claramente los límites de la política
autonomista. El viernes 20 de julio de 2001 la acción directa de Tute
Bianche fue atacada por grandes concentraciones de policías que evitó
que alcanzara la zona roja (el área fuertemente fortificada de la ciudad
vieja donde se estaba reuniendo el G8). Su dirigente, Luca Casarini,
describió lo que ocurrió:
“Fuimos atacados a sangre fría, cuando nuestra marcha era
totalmente pacífica. Nos atacaron primero con gas lacrimógeno y después
con vehículos blindados, cerrando todas las rutas de escape. El viernes a
la tarde estalló el infierno, y la gente tenía miedo de morir ... cuando
comenzaron los ataques con tanques, cuando escuchamos los primeros
disparos, reaccionamos escondiéndonos detrás de contenedores de basura y
arrojamos piedras.”
(96)
Todo el entrenamiento especial y el blindaje del cuerpo de
los Tute Bianche no pudieron enfrentar al poder armado del estado
italiano. Miles de manifestantes, incluyendo sectores de la izquierda
revolucionaria, que se habían unido a la marcha de Tute Bianche se
encontraron reducidos a espectadores pasivos en la batalla. Antes de Génova
los Tute Bianche habían anunciado la obsolescencia de la izquierda
tradicional:
“Finalmente el zapatismo se sacó de encima el siglo 20
—esta es un ruptura irreversible y no negociable con el imaginario de la
izquierda europea. Va más allá de cualquier oposición clásica de la
tradición política del siglo 20: reformismo versus revolución,
vanguardia versus movimiento, intelectuales versus trabajadores, toma del
poder versus éxodo, violencia versus no violencia.”
(97)
Después de Génova, sin embargo, un Casarini humilde advertía
contra el reavivamiento del terrorismo al estilo de los '70:
"Realmente tengo mucho miedo a esto. Hay individuos y pequeños
grupos que podrían ser tentados a transformarse en vanguardias armadas
... Este es el abismo que podríamos enfrentar en los próximos meses, si
no cambiamos ahora la dirección" (98). Casarini admitió que la
experiencia de Tute Bianche "parece inadecuada para enfrentar la lógica
imperial que tenemos ahora ante nosotros", y se declaró a favor de
avanzar de la "desobediencia civil" a la "desobediencia
social". (99) Si esto implica un cambio hacia comprometerse con el
movimiento obrero, esto será un paso adelante. Génova expuso crudamente
una verdad del marxismo clásico que Tute Bianche ha minimizado tan
vanagloriosamente —sólo la movilización masiva de la clase obrera
organizada puede rebatir el poder concentrado del estado capitalista.
Al romantizar sus propias confrontaciones con este estado,
los autonomistas han evitado la tarea real de la política revolucionaria
—la conquista política de la mayoría de la clase obrera.
Toni Negi es todavía el teórico clave del autonomismo. Le
debemos nuestra solidaridad como víctima del estado italiano.
Probablemente también debamos respetar su persistencia como intelectual
revolucionario durante las últimas cuatro décadas. Pero sigue en pie el
hecho de que la influencia de sus ideas es un obstáculo para el
desarrollo de un movimiento exitoso contra el capitalismo global cuyas
estructuras busca trazar en Imperio.
Notas:
1-
Este artículo se originó como una conferencia para el evento
Marxism 2001 en julio. Le agradezco a Chris Bambery, Sebastian Budgen y
Chris Harman por su ayuda en proveerme el material.
2-
Por ejemplo, N Klein, "Reclaiming the Commons", New Left
Review 2:9 (mayo—junio 2001), p 86.
3-
M Hardt y A Negri, Imperio (Cambridge MA, 2000) p413.
4-
E Eakin, "What Is The Next Big Idea? Buzz Is Growing For
Imperio", The New York Times, 7 de julio 2001; M Elliott, "The
Wrong Side Of The Barricades", Time, 23, julio 2001.
5-
E Vulliamy, "Imperio Hits Back", The Observer, 15 de
julio 2001.
6-
N Klein, "Squatters In White Overalls", The Guardian, 8
de junio 2001.
7-
Entrevista en Il Manifesto, 3 de agosto 2001. Ver también
"Desde las multitudes de Europa, levantarse contra el Imperio y
marchar a Génova" (19—20 de julio 2001), 29 de mayo 2001,
www.qwerg.com/tutebianche/it
8-
Hay un relato magnífico de este período en P Ginsborg, A History
of Contemporary Italy: Society and Politics 1943—1988 (Harmondsworth,
1990). Para una historia general del ascenso, ver C Harman, The Fire Last
Time (Londres, 1988).
9-
Para un análisis preciso del fracaso de la izquierda italiana en
este período, ver T Abse, "Judging the PCI", New Left Review
1:153 (septiembre—octubre 1985).
10-
Ibid, p25.
11-
P Ginsborg, op cit, pp320—332.
12-
Ver C Harman, "The Crisis of the European Revolutionary Left",
International Socialism 4 (primavera 1979).
13-
P Ginsborg, op cit, p382.
14-
Una colección de documentos contemporáneos simpatizantes del
movimiento se encontrarán en Red Notes (eds) Italy 1977—78: Living with
an Eathquake (Londres, 1978).
15-
T Abse, op cit, p30.
16-
Hay un estudio útil de su escrito en este período
en S Wright, "Negri's Class Analysis: Italian Autonomist Theory in
the Seventies", Reconstruction 8 (1996). Negri había sido anteriormente un miembro dirigente
de Potere Operaio, que se organizó según criterios leninistas. Una mayoría
de sus miembros se unió al movimiento autonomista emergente.
17-
Ver, por ejemplo, M Tronti, "Workers and Capital", en
Conferencia de Economistas Socialistas, The Labour Process and Class
Strategies (Londres, 1976).
18-
Citado en S Wright, op cit.
19-
T abse, op cit, p30.
20-
Citado en J Fuller, "The New 'Workerism' —the Politics of
the Italian Autonomists", International Socialism 8 (primavera 1980),
reimpreso en este número.
21-
Para una explicación clara de la diferencia entre la explotación
y la opresión sufrida por ejemplo, por los desocupados, ver E O Wright,
"The Class Analysis of Poverty", en Interrogating Inequality
(Londres, 1994).
22-
A Negri, Marx Beyond Marx (South Hadley M, 1984), p173.
23-
T Abse, op cit, p35.
24-
Negri regresó a Italia en 1997 para cumplir su sentencia, lo que
está haciendo en condiciones más livianas. Ahora se le permite vivir en
su departamento en Roma pero sujeto a una veda entre las 7pm y las 7am.
25-
J Fleming, "Prefacio del editor", en A Negri, op cit,
pvii.
26-
A Negri, op cit, pp19, 56, 94.
27-
Irónicamente, dado sus otras diferencias, esta era la visión de
ambos E P Thompson y Althusser: ver L Althusser, Prefacio a G Duménil, Le
Concept de loi économique dans 'Le Capital' (París, 1978) y E P Thompson,
The Poverty of Theory and Other Essays (Londres, 1978), pp251—255.
28-
Ver V S Vygodsky, The Story of a Great Discovery
(Tunbridge Wells, 1974), R Rosdolsky, The Making of Marx's Capital (Loncres,
1977) y J Bidet, Que faire du Capital? (París, 1985).
29-
A Negri, op cit, p17.
30-
Ibid, pp91, 101.
31-
Para una versión sofisticada de la teoría del empuje de los
salarios, ver P Armstrong et al, Capitalism Since World War Two (Londres,
1984).
32-
A Negri, op cit, p131.
33-
K Marx, Capital, vol I (Harmondsworth, 1976), p770.
34-
A Negri, op cit, p69.
35-
K Marx y F Engels, Collected Works, vol XXIV (Londres, 1989), p81.
36-
A Negri, op cit, pp100—101.
37-
Ibid, pp138, 140.
38-
Ibid, pp27, 25.
39-
Ibid, p188.
40-
Ibid, p xvi.
41-
Ibid, p172.
42-
Ibid, p xvi.
43-
Ibid, p14.
44-
Ver M Foucault, Discipline and Punish [Vigilar y castigar]
(Londres, 1977) y M Foucault, Power/Knowledge [Poder/Saber] (Brighton,
1980).
45-
Citado en S Wright, op cit.
46-
T Cliff, "The Balance of Class Forces in Recent Years";
International Socialism 6 (otoño 1979).
47-
Citado en S Wright, op cit.
48-
Spinoza, Ethics [Etica] en Works of Spinoza, vol II (Nueva York,
1955), Apéndice I, p78.
49-
Este argumento está mucho más desarrollado en A Callinicos, Is
There a Future for Marxism? (Londres, 1982), que fue escrito en respuesta
a la "crisis del marxismo" de la cual los escritos de Negri de
los 70 eran un síntoma.
50-
Para críticas de lo que Robert Brenner llama las teorías de la
oferta de la crisis, ver C Harman, Explaining the Crisis (Londres, 1984),
pp123—126, y R Brenner, "Uneven Development and the Long Downturn",
New Left Review 1:229 (mayo—junio 1998).
51-
Ver A Callinicos, Making History (Cambridge, 1987).
52-
A Negri, op cit. pp56—57.
53-
Ver M Hardt, "Prólogo del traductor" en
A Negri The Savage Anomaly [La
anomalía salvaje] (Minneapolis, 1991). Negri deriva la idea de la
multitud de los escritos políticos de Spinoza, donde juega un rol mucho más
ambivalente de lo que Negri está dispuesto a reconocer. Ver E Balibar,
Spinoza and Politics (Londres, 1998).
54-
A Negri, Le Pouvoir constituant [El poder constituyente] (París,
1997), pp429, 435.
55-
Ibid, p401.
56-
Ibid, pp37, 40. Al evocar la Historia de la Sexualidad de Foucault,
Negri ignora las diferencias muy significativas entre el primer volumen,
que apareció en 1976, y el segundo y el tercero, publicados poco antes de
la muerte del autor en 1984.
57-
"Foucault" (París, 1986) de Deleuze, que Negri cita en
apoyo a su interpretación de Foucault, es de hecho una reescritura del
pensamiento de Foucault sobre la base de la propia ontología distintiva
de la vida y del deseo de Deleuze. Para una discusión crítica del
tratamiento que dan Deleuze y Foucault de la resistencia, ver A Callinicos,
Against Postmodernism [Contra el Postmodernismo] (Cambridge, 1989),
pp80—87.
58-
G Deleuze y F Guattari, Mille plateaux [Mil mesetas] (París,
1980), pp512, 510, 583. Deleuze y Guattari desarrollan una teoría
altamente compleja de las dimensiones social y psíquica de la
territorialización y la desterritorialización en el primer volumen de
Capitalisme et schizophrenie: L'Anti—Edipe [El Anti Edipo —Capitalismo
y esquizofrenia] (París, 1972). Deleuze es también autor de un
importante estudio sobre Spinoza, Spinoza et le probléme de l'expression
(París, 1968), que influenció mucho el propio tratamiento de Negri del
mismo filósofo en La anomalía salvaje. Para los marxistas antihegelianos,
Spinoza tiende a actuar como un punto de referencia alternativo a Hegel.
Esta tendencia, ya evidente en Althusser, es llevado a su extremo por su
discípulo Pierre Macherey en Hegel ou Spinoza? (París, 1979). Aunque no
es de ninguna manera althusseriano, Negri es consistentemente hostil tanto
a Hegel como a la dialéctica, una actitud que comparte también con
Deleuze y Foucault.
59-
M Hardt y A Negri, op cit, p423,n23.
60-
D Bensäid, Résistences (París, 2001), p212.
61-
M Hardt y A Negri, op cit, p31—32. Sobre los hiperglobalizadores,
ver D Held et al, Global Transformations (Cambridge, 1999), cap. I.
62-
M Hardt y A Negri, op cit, pp xii—xiii.
63-
Para una versión relativamente sofisticada, ver M Castells, The
Rise of the Network Society, segunda edición (Oxford, 2000). El rol de
Deleuze en promover la metáfora de las redes descentralizadas está
enfatizado en L Boltanski y E Chapiello, Le Nouvel esprit du capitalisme
(París, 1999), por ejemplo, pp220—221.
64-
M Hardt y A Negri, op cit, p43.
65-
Ibid, p23. La noción de biopolítica de Negri ha sido tomada por
Ya Basta!, por ejemplo para justificar su uso de armaduras: "La
biopolítica es la forma de la política que, desde dentro del paradigma
post—disciplinario de control, reconstruye la posibilidad de una acción
colectiva. El peligro está en equivocar la época, retornar a la única
acción colectiva que creemos conocer: la acción cara a cara, que es tan
claramente arte del viejo conflicto—forma de la disciplina. El relleno
acolchado de los cuerpos de los camaradas significa el pasaje a otra gramática
política." J
Revel citado en "Changing the World (One Bridge At A Time?) Ya
Basta! After Prague" www.geocities.com/swervdc/ybasta.html
66-
M Hardt y A Negri, op
cit, p180, cap 3.5.
67-
Ibid, pp43—259. Sobre la sociedad disciplinaria, ver también,
ibid, cap. 3.2.
68-
Ibid, pp268—269.
69-
M Tronti, op cit, p.104.
70-
M Hardt y A Negri, op cit, p52.
71-
Ibid, p409.
72-
Ibid, pp364, 365, 385, 387. Ver
también ibid, cap. 4.1 y 4.2.
73-
Ibid, pp360, 469, n13. Comparar
con G Deleuze, op cit, pp95, 98.
74-
Una crítica útil, aunque desde un punto de vista trotskista
excesivamente ortodoxo, se encontrará en J Chingo y G Dunga, Imperio o
Imperialismo? Estrategia Internacional 17 (2001), también disponible en
www.ft.org.ar/estrategia/.
75-
M Hardt y A Negri, op cit, cap. 3.1.
76-
Ver el simposio sobre Brenner en Historical Materialism 4 y 5
(1999).
77-
M Hardt y A Negri, op cit, pp9, 190.
78-
Por ejemplo, "El cambio radical cualitativo debería
reconocerse más en términos de soberanía". M Hardt y A Negri,
"A Possible Democracy in the Age of Globalisation", texto próximo
a aparecer en francés en Contretemps (le agradezco a Daniel Bensäid por
darme una copia).
79-
Ver M Hardt y A Negri, op cit, cap 1.1. El tratamiento moderno más
influeyente de la soberanía es el del teórico de derecha de la Alemania
de Weimar, Carl Schmitt. Ver especialmente Political Theology (Cambridge
MA, 1985). El poder constituyente de Negri es hasta cierto punto su teoría
alternativa a la de Schmitt sobre la soberanía.
80-
Ver A Callinicos et al, Marxism and the New Imperialism (Londres,
1984); G Achcar, "The Strategic Triad: USA, China Rusia" en T
Ali (ed), Masters of the Universe? (Londres, 2000); y A Callinicos,
Against the Third Way (Cambridge, 2000) cap. 3.
81-
M Leonard, "The Left Should Love Globalisation", New
Statesman, 28 de mayo 2001, p36.
82-
Ibid, p37.
83-
KM Cambell y DJ Mitchell, "Crisis In The Taiwan Strait?",
Foreign Affairs, julio—agosto 2001, p15.
84-
The Guardian, 21 de julio 2001.
85-
M Hardt y A Negri, op cit, p52.
86-
Ibid, pp400—406.
87-
Ibid, pp54, 56, 57.
88-
Ibid, pp58—59.
89-
Título del trabajo entregado (in absentia) a la conferencia
"Towards a Politics of Truth: The Retrieval of Lenin",
Kulturwissenschaftliches Institus NRW, Essen, 3, febrero 2001.
90-
D Bensäid, Les Irreductibles (París, 2001), p20.
91-
M Hardt y A
Negri, op cit, pp212, 213, 396. La referencia es a las dos ciudades de San
Agustín, la ciudad divina y la terrenal. Este es uno de los tantos
pasajes donde Hardt y Negri hacen analogías entre la multitud contemporánea
y las versiones tempranas o igualitarias del cristianismo. Imperio
concluye ofreciendo a San Francisco de Asís como un modelo para "la
vida futura de la militancia comunista". Ibid, p413.
92-
Ibid, pp422 n17, 143—145.
93-
A Negri, "L'Imperio", stade supreme de
l'imperialisme", Le Monde diplomatique, enero 2001, p3.
94-
Señalamientos durante una discusión telefónica en la conferencia
sobre Lenin citada más arriba en la nota 89.
95-
Citado en S Wright, op cit.
96-
Entrevista en La Repubblica, 3 de agosto 2001.
97-
"Why are White Overalls Slandered by People who Call
Themselves Anarchists?", 8 de julio 2001. www.italy.indymedia.org
98-
Entrevista en La Repubblica, 3 de agosto 2001.
99-
Entrevista
en Il Manifesto, 3 de agosto 2001.
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