El imperialismo en

el siglo XXI

 

Toni Negri en perspectiva

Por Alex Callinicos
International Socialism Journal, Otoño (hemisferio norte) del 2001

Si había alguna duda de que el movimiento anticapitalista representaba una reactivación importante de la izquierda a escala mundial, ésta fue removida por la vasta movilización contra la cumbre del G8 en Génova el 21 de julio de 2001.(1) Alrededor de 300.000 personas, la abrumadora mayoría de ellas de Italia, participaron en la protesta, a pesar de la extrema violencia desplegada por la policía. La juventud, la confianza y la militancia de los manifestantes ofrecieron una evidencia clara de que la izquierda italiana —después de casi un cuarto de siglo de derrotas y desmoralización— estaba en proceso de renovarse.

Sin embargo, este tipo de resurgimiento es algo complejo. Lo fácil es pensar que una nueva izquierda se basa necesariamente en nuevas ideas. La retórica de algunas de las figuras dirigentes del movimiento anticapitalista frecuentemente expresan este pensamiento. El énfasis que Naomi Klein, por ejemplo, pone en “la estructura descentralizada, no jerárquica del movimiento” y su “estructura de red” apunta a resaltar la novedad del movimiento contemporáneo contra la globalización de las corporaciones. (2) Pero las luchas nuevas siempre tienen elementos de continuidad así como de discontinuidad con las pasadas. Los cuerpos de pensamiento formulados en condiciones diferentes, y marginados durante los últimos años, pueden reemerger para ejercer una influencia importante en un nuevo movimiento.

Imperio es un ejemplo. Escrito por el filósofo marxista italiano Antonio Negri y el crítico literario Michael Hardt, este libro atrajo desde su publicación el año pasado una extraordinaria atención de los medios para una obra oscura, impresa en tapa dura, publicada por Harvard University Press y que concluye evocando “la indomable ligereza y alegría de ser comunista” (3). En el momento de las movilizaciones de Génova, The New York Times proclamaba a Imperio “La próxima Gran Idea”, mientras que la revista Time lo llamaba “el libro caliente, inteligente, del momento” (4). En un perfil de Hardt publicado en Observer, Ed Vulliamy escribió:

“¿Con cuánta frecuencia ocurre que un libro sea barrido de los estantes al punto que uno no pueda encontrar ni una copia en Nueva York por amor o por dinero? La edición de la biblioteca central está reservada para un futuro previsible. La promesa de Amazon de que el volumen «usualmente se envía dentro de las 24 hs» se demostró absurda. El editor ha vendido todo, está reimprimiendo y acelerando una edición rústica... Hardt con su coautor, se han transformado en los sabios (y los críticos) inconscientes del movimiento lanzado por Seattle, Praga y Gotemburgo, y han escrito un libro sobre... el tema que nos domina a nosotros y a los titulares que leemos: la globalización.” (5)

La academia radical chic de EEUU es notablemente propensa a las modas. Pero las ideas de Imperio están teniendo un efecto práctico. Una de las principales corrientes del movimiento anticapitalista es el autonomismo. Esta tiene dos características políticas importantes: 1) el rechazo de la concepción leninista de la organización; y 2) la adopción de formas sustitucionistas de la acción en la que una elite políticamente iluminada actúa en nombre de las masas. El autonomismo es de hecho una formación política diversa. La versión más notoria está representada por el movimiento anarquista Black Bloc, cuya búsqueda de la confrontación violenta con el estado le hizo el juego a la policía en Génova.

Más atractiva es la coalición autonomista italiana Ya Basta!, que combina un rechazo intransigente al establishment político —incluyendo a los partidos de la izquierda reformista— con, por un lado, la adopción de formas imaginativas de acción directa no violenta y, por el otro, presentarse a elecciones municipales, algunas veces con éxito. Ya Basta!, que actúa como un paraguas de diferentes posiciones e importancia, se superpone con Tute Bianche, conocidos por los overoles blancos que suelen usar en las movilizaciones, más famasos a partir de las protestas de S26 en Praga, en septiembre de 2000. Naomi Klein llama a los centros sociales que tienden a darle a Ya Basta! su principal base de actividad “ventanas —no sólo hacia otra forma de vida, independiente del estado, sino también hacia una nueva política comprometida” (6) Las declaraciones de Tute Bianche están impregnadas con el lenguaje de Imperio. Así su dirigente más conocido, Luca Casarini, dijo después de Génova:

“Hemos hablado de Imperio, o mejor de una lógica imperial en el gobierno del mundo. Esto significa la erosión de la soberanía nacional. No el fin, sino una erosión y su redefinición en la estructura global, imperial. En Génova vimos esto funcionando, con los escenarios de guerra que implica. Sobre cómo oponernos a esta lógica imperial es donde todavía no estamos preparados.” (7)

Esta evidencia de la influencia política de Imperio no debería sorprender. Toni Negri es el principal filósofo del autonomismo italiano. Nacido en 1936, actualmente cumple una sentencia de 20 años de prisión en Italia por su supuesta participación en la campaña de terror armado de las Brigadas Rojas durante fines de los '70. Su situación es una indicación del contexto histórico específico en el cual tomó forma primero el autonomismo, durante la prfunda crisis que experimentó la sociedad italiana durante los '70. Cualquier evaluación de Imperio por lo tanto presupone una comprensión del contexto, y del desarrollo del pensamiento de Negri.

El terremoto italiano y el ascenso del autonomismo 

Con la importante excepción de la revolución portuguesa, el gran ascenso de las luchas obreras que barrió Europa occidental durante fines de los '60 y la primera mitad de los '70 alcanzó su punto más alto en Italia (8). La revuelta estudiantil de 1967—68 y la explosión de huelgas en el “Otoño caliente” de 1969 marcaron el preludio de una oleada masiva de luchas obreras que se desarrolló en una radicalización social más amplia expresada, por ejemplo, en la derrota de la oligarquía de la Democracia Cristiana (DC) gobernante en el referendum sobre el divorcio en 1974.

Este clima favoreció la emergencia a fines de los '60 de una extrema izquierda sustancial dominada por tres organizaciones principales —Avanguardia Operaria, Lotta Continua y PDUP (Partido de la Unidad Proletaria por el Comunismo). La extrema izquierda ejerció una influencia significativa en los sectores más militantes de la clase obrera. A mediados de los '70 podía movilizar 20.000—30.000 personas sólo en Milán. En ese momento, Italia estaba atrapada en una crisis económica, política y social masiva. En Washington y Bonn el país era percibido como el enfermo del capitalismo occidental. El régimen corrupto y autoritario de la DC estaba manifiestamente en estado de decadencia avanzada. En las elecciones locales y regionales de junio de 1975 la izquierda ganó el 47% de los votos, mientras que la porción de votos de la DC cayó al 35%. Pero en cinco años el movimiento obrero italiano había sufrido una serie de derrotas aplastantes de las que sólo ahora está comenzando a recuperarse.

Dos factores principales fueron los responsables del desastre.(9) En primer lugar, y el más importante, el Partido Comunista Italiano (PCI) salió al rescate de la DC. Tobias Abse escribe, “A pesar de su resistencia a las rebeliones obreras y estrudiantiles de 1967—69, y su equivocación sobre el referendum del divorcio en 1974, el PCI paradójicamente se benefició de ambos como fuerza electoral (10). Paralelamente, la confederación sindical CGIL dominada por el PCI absorbió gran parte de la militancia de base que había explotado a fines de los 60 —por ejemplo, estableciendo los concejos de fábrica (11). La restauración del control del PCI fue facilitada porque, en la medida que comenzaba a subir del desempleo a mediados de los '70, las luchas en los lugares de trabajo se hicieron mucho más fragmentadas y defensivas de lo que lo habían sido durante el Otoño caliente.

En las elecciones parlamentaria de junio de 1976 la porción de votos del PCI alcanzó el 34.4%. Pero el dirigente del PCI Enrico Berlinguer respondió ayudando a rescatar al capitalismo italiano. Después del golpe en Chile en 1973 le ofreció a la DC un “compromiso histórico”. Aunque se evitó que el PCI entrara realmente al gobierno gracias a la intervención norteamericana, en 1976—79 el partido le dio su apoyo a una serie de “gobiernos de solidaridad nacional” encabezados por el político ultramaquiavélico de la DC y aliado del Vaticano Giulio Andreotti. El PCI usó su dominio sobre el movimiento obrero para superar la resistencia al programa de medidas de austeridad del gobierno, ayudando de ese modo a estabilizar el capitalismo italiano.

Un factor secundario en esta crisis fue la debilidad de la izquierda revolucionaria. La versión dominante del marxismo en la extrema izquierda italiana en los '60 era el maoismo. La idea de que las guerrillas campesinas habían derrocado al capitalismo en China abrió la puerta a creer que había atajos a la revolución que podían evitar la tarea prolongada y difícil de ganar el apoyo de la mayoría de la clase obrera. En el clima de intensa radicalización a fines de los '60, esto había tomado la forma de construcción de comités de base fabriles (CUBs) por fuera de los sindicatos.

A mediados de los '70 las tres principales organizaciones de la extrema izquierda giraron bruscamente a la derecha, desarrollando una estrategia basada en la suposición de que las elecciones de 1976 llevarían a un gobierno de izquierda en el que la extrema izquierda podría participar, y que llevaría adelante un programa de reformas de largo alcance. De hecho, los votos de la DC subieron, la izquierda revolucionaria sólo ganó el 1,5 % de los votos, el PCI formó una coalición con la derecha en lugar de hacerlo con el resto de la izquierda. El resultado fue la crisis de Avanguardia Operaria, Lotta Continua y PDUP, y la asombrosamente rápida desintegración de sus organizaciones. (12)

Sin embargo, este no fue el fin de la lucha de clases. A principios de 1977 se desarrolló un nuevo movimiento estudiantil que rápidamente se extendió a la juventud desocupada, en el cual Autonomia Operaria, una federación laxa de colectivos revolucionarios, ejercía una creciente influencia. Comenzó cuando los estudiantes ocuparon la Universidad de Roma en febrero de 1977. Paul Ginsborg escribe:

Autonomia Operaria, aunque no les guste a las feministas, controlaba la ocupación y limitaba la libertad de expresión. El 19 de febrero Luciano Lama, dirigente de la CGIL, fuertemente protegido por los delegados del sindicato y del PCI, llegó para hablar en la ocupación ... En una escena trágica de incomprensión mutua, Lama fue silenciado, y estallaron choques violentos entre los autonomi y los delegados del PCI. Quince días después una movilización de alrededor de 60.000 jóvenes en la capital degeneró en una batalla de guerrillas de cuatro horas con la policía. Se hicieron disparos de los dos lados, y una parte de los manifestantes contaban una consigna macabra en honor a la pistola P38, el arma elegida por los autonomi.” (13)

El movimiento se extendió rápidamente, con una serie de confrontaciones violentas con las fuerzas del estado en las cuales dos jóvenes activistas, Francesco Lorusso y Georgina Masi, fueron asesinados por los carabinieri en Boloña y Roma respectivamente (14). Como lo plantea Abse:

La agitación estudiantil original de principios de 1977 fue una expresión confusa pero auténtica de la alienación y la desesperación de grandes masas de la juventud italiana, una protesta contra el clima de crisis económica y conformismo político que marcó al régimen de la solidaridad nacional. Su expresión inicial anticipó muchos elementos de la posterior cultura punk británica —una predilección por lo deliberadamente bizarro aunque inofensivo que tomó la forma de una identificación fantasmagórica con los “indios” (norteamericanos más que subcontinentales)”. (15)

Sin embargo, a pesar de sus cualidades atractivas, y la bronca que expresaba, el movimiento de 1977, tal como se desarrolló en el contexto de un creciente desempleo de masas especialmente entre los jóvenes, era inherentemente propenso a entrar en conflicto con la clase obrera organizada. Esta posibilidad se hizo realidad como resultado de la influencia política del autonomismo. Autonomia Operaria, que surgió en marzo de 1973, era una formación internamente heterogénea en la cual los escritos de Negri ejercían una particular e importante influencia política. (16) Sus antecedentes intelectuales se basaban en el operaismo —‘obrerismo’— una corriente teórica marxista italiana distintiva cuya figura más importante era Mario Tronti. El eje de este marxismo estaba en el conflicto directo entre el capital y el trabajo en el proceso inmediato de producción. Tronti exploraba el interjuego entre las estrategias capitalistas y proletarias. Así veía el estado de bienestar keynesiano desarrollado en Estados Unidos bajo el New Deal, como una respuesta y un intento de incorporar al ‘obrero masa’ forjado durante la segunda revolución industrial de fines del siglo 19 y principios del 20. (17)

El operaismo era sólo una de las tantas corrientes teóricas marxistas que hacían eje durante los '60 y los '70 en lo que ellos llamaban el proceso capitalista de trabajo —la escuela de la “lógica del capital” alemana es otro ejemplo. Esta preocupación tenía sentido en un momento de intenso conflicto industrial en el que una fuerte organización en los lugares de trabajo desafiaba a la patronal y también a la burocracia sindical. En 1974 Negri todavía podía escribir que la fábrica era “el sitio privilegiado para la negación del trabajo y el ataque contra la tasa de ganancia” (18). Pero a fines de los '70, cuando la militancia de base se desomoronaba ante la crisis económica y el compromiso histórico, él preservó las categorías teóricas del operaismo mientras que, como señala Abse, las transformó en “virtualmente lo opuesto de su anterior sentido ideológico” (19). Su movimiento teórico clave fue reemplazar el concepto de “obrero masa” por el de “obrero social”.

Negri planteaba que el proceso de explotación capitalista ahora tenía lugar a escala de toda la sociedad, y que en consecuencia, los grupos social y económicamente marginados como los estudiantes, los desocupados y los trabajadores casuales debían contarse como sectores clave del proletariado. De hecho, en relación con esos grupos, el viejo “obrero masa” en las grandes fábricas del norte de Italia parecía una aristocracia obrera privilegiada. Según el siguiente pasaje, el hecho de recibir meramente un salario hacía del trabajador un explotador a la par de la gerencia:

Algunos grupos de trabajadores, algunos sectores de la clase obrera, siguen atados a la dimensión del salario, a sus términos mistificados. En otras palabras, viven de sus ingresos como de rentas. Por lo tanto, están robando y explotando plusvalía proletaria —están participando de la estafa del trabajo social —en los mismos términos que los gerentes. Estas posiciones —y la práctica sindical que las alienta— deben ser combatidas, con violencia si fuera necesario. No será la primera vez que  una marcha de desocupados entre en una gran fábrica y pueda destruir la arrogancia del ingreso asalariado!” (20)

Este tipo de sofistería  era más que un sin sentido teórico. Ofrecía una legitimación aparentemente “marxista” a los choques violentos que se estaban desarrollando entre los autonomistas y los sindicatos. (21) La incitación a atacar a los obreros empleados era parte de un culto más general a la violencia. Negri escribía:

La violencia proletaria, en la medida en que  es una alusión positiva al comunismo, es un elemento esencial de la dinámica del comunismo. Suprimir la violencia de este proceso sólo puede entregarlo al capital, atado de pies y manos. La violencia es una afirmación primera, inmediata y vigorosa de la necesidad del comunismo. No da la solución, pero es fundamental.” (22)

Mientras tanto, otros estaban llevando este culto a la violencia a su conclusión lógica. Las Brigadas Rojas (BR) se formaron a principios de los 70, pero fue en el clima de violencia y desesperación de 1977—78 que fueron alentadas a escalar su campaña de terror armado contra el estado italiano. La acción más espectacular de las BR  fue el secuestro y asesinato del dirigente de la DC y ex primer ministro, Aldo Moro, en la primavera de 1978. Las BR no sólo tenían como blanco a funcionarios del estado, sino también  a dirigentes sindicales  a los que consideraban colaboracionistas con el estado. El fuerte apoyo del PCI a las medidas gubernamentales que restringían drásticamente las libertades civiles, le daba a estas tácticas una cierta legitimidad espúrea.Pero el efecto fue aislar a toda la extrema izquierda, y desencadenar una oleada de represión severa que destruyó a las BR y envío a muchos otros a prisión.

Frente a una izquierda dividida y debilitada, y beneficiándose de la complicidad del PCI, la patronal pasó a la ofensiva. En octubre de 1979 Fiat despidió a 61 militantes en su planta Mirafiori en Turín, acusándolos de haber estado implicados en la violencia. En septiembre del año siguiente anunció un plan de despido de 14.000 trabajadores en los sectores más militantes. Incluso la dirección del PCI reconoció que este ataque los debilitaría junto al resto del movimiento obrero. Berlinguer fue a la puerta de la fábrica y declaró su apoyo a una ocupación. Pero había cumplido su propósito. Explotando las divisiones en la fuerza de trabajo en Turín, Fiat logró una victoria aplastante. Un total de 23.000 trabajadores, muchos de ellos militantes, fueron despedidos. Comparando este conflicto con la gran huelga minera británica de 1984—85, Abse escribe: “El objetivo real de Fiat era cambiar la relación de fuerzas en la fábrica, y retomar el control sobre la fuerza de trabajo y el proceso de producción que había perdido en 1969” (23). El éxito en lograr este objetivo estableció la escena para el resurgimiento del capitalismo italiano en los '80 cuyo mayor símbolo sería el ascenso de Silvio Berlusconi.

Negri reescribe a Marx como Foucault

Negri fue una de las víctimas de esta derrota. Fue arrestado en Padua en abril de 1979 acusado de ser el ideólogo de las Brigadas Rojas y del secuestro de Moro. Fue retenido en prisión sin juicio durante cuatro años y sólo fue liberado en 1983 después de haber sido electo al parlamento como diputado por el libertario Partido Radical, y después se exilió en Francia. Su sentencia a prisión fue dada in absentia en 1984 (24). Ese mismo año, apareció en inglés Marx Beyond Marx  (Marx más allá de Marx), probablemente el libro más importante de Negri. Basado en los seminarios que Negri había dado por invitación de Louis Althusser en la Ecole Normale Supérieure en  París en 1978, fue escrito precisamente en el momento del desastre de la izquierda italiana.

El editor inglés de Marx Beyond Marx lo llamó “uno de los documentos más cruciales del marxismo europeo desde ... bien, probablemente desde nunca” (25). Esta descripción entusiasta captura al menos la ambición del libro. Lo que busca hacer Negri, en efecto, es reducir al marxismo de una teoría compresiva de las fuerzas motrices del cambio social, a una mera teoría del poder. Lo hace sobre la base de una lectura de los Grundrisse —el texto escrito en 1857—58, que representa el primero en una sucesión de impresionante manuscritos que culminan en el primer volumen de El Capital una década después.

Sin embargo, Negri considera a El Capital como una obra imperfecta que “sirvió para reducir la crítica a la teoría económica, para aniquilar la subjetividad en la objetividad, para someter la capacidad subversiva del proletariado a la inteligencia reorganizadora y represiva del poder capitalista”. “Subjetividad” es la palabra clave aquí. Para Negri, la historia está “reducida a relaciones colectivas de fuerza”, el choque entre las subjetividades de las clases rivales —capital y trabajo. “Los Grundrisse apuntan a una teoría de la subjetividad de la clase obrera contra la teoría de la ganancia de la subjetividad capitalista” (26).

De ningún modo Negri es el primero en haber notado las diferencias entre los Grundrisse y El Capital, aunque algunos han hecho de los primeros precisamente una lectura opuesta a la suya, argumentando que los Grundrisse representan una versión excesivamente “objetivista” del marxismo que trata al capital como una entidad autónoma que se autorreproduce. (27)  Los mejore comentarios han tratado a los Grundrisse como un laboratorio de los conceptos económicos de Marx, que están elaborados y revisados en sus escritos posteriores (28). Negri es conciente de esas interpretaciones, pero las minimiza en la forma más desdeñosa. Así se deshace del que concede que es el “trabajo pionero” sobre los Grundrisse del trotskista ucraniano Roman Rosdolsky diciendo que está limitado por “la ideología de la izquierda comunista del período de entreguerras: por un lado un objetivismo extremo, por el otro la necesidad de fundamentar ese objetivismo recuperando la ordoxia marxista.” (29)

La lectura que hace Negri de Marx implica de hecho una reescritura sistemática de algunas de sus posiciones clave. Tres ejemplos serán suficientes:

1.— La ley de la tendencia a la caída de la tasa de ganancia: Esta teoría es, por supuesto, la base de la teoría de Marx de la crisis capitalista. Pero para Negri, fiel aquí a su pasado “obrerista”, el desarrollo del modo de producción capitalista está reducido al conflicto directo entre capital y trabajo. Así afirma que “la tendencia a la caída de la tasa de ganancia indica la rebelión del trabajo vivo contra el poder de la ganancia”. Negri sabe perfectamente que Marx mismo en el Volumen III de El Capital hace de esta tendencia una consecuencia de la acumulación competitiva del capital, que lleva a los capitalistas a invertir mucho más en los medios de producción que en la fuerza de trabajo, causando así una caída en la tasa de ganancia (porque el trabajo es la única fuente de plusvalor), pero plantea que cuando se conceptualiza en estos términos “toda la relación será dislocada a nivel económico e impropiamente objetivizada” (30).

2.— La teoría de los salarios: Cualquier teoría que considera a las crisis una conscuencia directa del conflicto inmediato entre capital y trabajo muy probablemente le atribuya una gran importancia a los salarios. Esto es así, por ejemplo, para las así llamadas explicaciones del achicamiento de la ganancia por la suba de los salarios, de la primera gran crisis de posguerra durante los '70, que la atribuían a que los trabajadores bien organizados habían sacado ventaja del pleno empleo para empujar hacia arriba los salarios reduciendo por lo tanto la tasa de ganancia. (31) Una de las implicancias de este tipo de explicación es que los salarios deben ser tratados como un factor autónomo. Consistente con esto, Negri plantea que cuando “el salario realmente aparece en el primer volumen de El Capital, tomando un número de temas explícitamente lanzandos en los Grundrisse, aparece como una “variable independiente”. Sus leyes surgen de la condensación en un sujeto de la revuelta contra el trabajo contenido en el desarrollo capitalista”. (32)

Este es un pasaje sorprendente. Lo que Marx dice realmente en el Volumen I de El Capital es precisamente lo opuesto: “Planteado matemáticamente, la tasa de acumulación es la variable independiente, no la dependiente; la tasa de salarios es la variable dependiente, no la independiente” (33). Los salarios son la variable dependiente relativa a la acumulación del capital porque los capitalistas, por su control sobre la tasa de inversión, también determinan la tasa de desocupación. Cuando son enfrentados por obreros militantes, pueden cambiar la relación de fuerzas entre las calses a su favor organizando la detención de la inversión y por lo tanto aumentando el desempleo. Los trabajadores, frente a la amenaza del despido, caen bajo la presión de aceptar salarios más bajos y más en general, un aumento en la tasa de explotación. Esto es precisamente lo que ocurrió en Italia (y de hecho en Gran Bretaña, el otro eslabón débil del capitalismo europeo) desde mediados de los '70 en adelante.

3.— El trabajo como un sujeto absoluto: La flagrante mala interpretación de la teoría del salario de Marx es sintomática de un giro conceptual más profundo. Aunque concibe al capitalismo como definido por las relaciones antagónicas entre trabajo y capital, le da primacía en esta relación “al trabajo como subjetividad, como fuente, como potencial de toda riqueza” (34). Una vez más esto contradice directamente las propias posiciones de Marx, más específicamente su ataque en la “Crítica del Programa de Gotha” a la idea de que el trabajo es la fuente de toda riqueza: “El trabajo no es la fuente de toda riqueza. La naturaleza es tanto la fuente de los valores de uso (y seguramente la riqueza material consiste de estos) como el trabajo, que es sólo la manifestación de una fuerza de la naturaleza, la fuerza de trabajo humana”. (35)

La transformación de Negri del trabajo en un tipo de sujeto absoluto se refleja en su teoría de la crisis. Plantea que “la ley de la caída de la tasa de ganancia deriva del hecho de que el trabajo necesario es una cantidad rígida —es decir, cuando los capitalistas buscan reducir la porción de trabajo necesario (requierdo para reproducir la fuerza de trabajo) en la jornada laboral y por lo tanto aumentan la tasa de explotación, encuentran “Una fuerza con cada vez menos voluntad de ser sujetada, y menos dispuesta a la compresión”. Esta resistencia obstinada significa  “la autonomía de la clase obrera del desarrollo del capital” (36).

Ahora bien, Marx no es dios. No hay nada sagrado en sus teorías, y por lo tanto no es un crimen revisarlas. Las preguntas interesantes tienen que ver con la dirección de las revisiones de Negri y si nos permiten o no comprender más efectivamente en el mundo contemporáneo. Críticamente Negri busca transformar al marxismo en una teoría del poder. Así plantea que “la relación capitalista es inmediatamente una relación de poder”. Le da una importancia especial al hecho de que los Grundrisse comienzan con una extensa discusión sobre el dinero. Aquí Marx avanza “de la crítica del dinero a la crítica del poder”. (37)

O sería mejor decir que centrándose en el dinero Marx comprende directamente al capital como una forma de poder. El desarrollo del dinero bajo el capitalismo, que alcanza su climax en el sistema de crédito (lo que en estos días se llaman los mercados financieros), representa en una forma altamente distorsionada y antagónica, la socialización de la producción. Al comenzar con el dinero en los Grundrisse, Marx opera con “un esquema tendencial de capital social”. De esta forma puede anticipar el desarrollo subsecuente del capitalismo como una forma de producción que se vuelve cada vez más social, en la que la función moderna del valor es transformada en una función de mando, de dominación, y de intervención en las fracciones sociales del trabajo necesario y la acumulación. El estado es aquí la “síntesis de la sociedad civil”. (38)

De esta manera, de acuerdo a Negri, Marx en los Grundrisse anticipa la emergencia del estado benefactor keynesiano:

“Marx indicó especialmente en los Grundrisse, y también frecuentemente, que decir estado es sólo otra forma de decir capital. El desarrollo del modo de producción nos lleva a reconocer que decir estado es la única forma de decir capital: un capital socializado, un capital cuya acumulación se hace en términos de poder, una transformación de la teoría de mando; el lanzamiento en un circuito y el desarrollo del estado de las multinacionales.” (39)

Aquí Negri se une nuevamente a la clásica preocupación del operaismo con las estrategias perseguidas por el “capitalista colectivo”, cada vez más a través del estado, para contener y dominar al “obrero masa” de la línea de ensambleje de la producción fordista. Pero Negri le da un giro radicalmente diferente a este análisis reemplazando al “obrero masa” con el “obrero social”:

“La (supersesión) capitalista de la forma del valor —lo que Marx llama el proceso de la subsunción real— disloca las relaciones de producción de conjunto. Transforma la explotación en una relación social global. Encierra factores iguales ... En realidad, la operación de la subsunción real no elimina el antagonismo [de clase], sino más bien la desplaza al nivel social. La lucha de clases no desaparece; más bien se tansforma en algo permanente en la vida cotidiana. La vida cotidiana de un proletario está puesta de conjunto contra la dominación del capital.” (40)

La lucha de clases está en todas parte, por lo tanto, y también lo está el proletariado. Cualquiera que en sus condiciones de vida experimente la dominación del capital es parte de la clase obrera. La lógica de la lucha de clases dentro del proceso de producción implica la “negación del trabajo” —trabajadores rebelados contra la relación asalariada misma. Esto es implícitamente comunista porque el comunismo no es otra cosa que “la abolición del trabajo”. Al valorizarse dentro del proceso productivo, los trabajadores se abren un espacio bajo su propio control. Se transforman, como Negri lo plantea, en “auto valorados”, rompiendo la conexión entre el trabajo asalariado y la realización de sus necesidades. La confrontación entre esta negación del trabajo y el “capital social” se reduce cada vez más a una relación de fuerzas: “una vez que el capital y la fuerza de trabajo global se han vuelto completamente clases sociales —cada una independiente y capaz de una actividad autovalorada— entonces la ley del valor sólo puede representar la fuerza (potenza) y la violencia de la relación. Es la síntesis de las relaciones de fuerza” (41).

Esta confrontación cada vez más violenta tiene lugar en todas partes: “La lucha contra la organización capitalista de la producción, del mercado de trabajo, de la jornada laboral, de la reestructuración de la energía, de la vida familiar, etc, etc, todo esto implica a la gente, la comunidad, la elección de un estilo de vida. Ser comunista hoy significa vivir como comunista” (42). De esta manera, paradójicamente, una forma de marxismo que estaba originalmente obsesionada con la lucha en el momento de la producción se vuelve en su contrario, algo mucho más cercano a la obsesión post marxista con una pluralidad de relaciones de poder y movimientos sociales.

De hecho Negri conceta explícitamente su versión del marxismo con el postestructuralismo, diciendo, “La teoría de la plusvalía rompió los antagnismos [de clase] en una microfísica del poder” (43). Fue Michael Foucault quien en una serie de textos clave a mediados de los '70 desarrolló una crítica al marxismo basada en la idea de que la dominación consiste en una pluralidad de relaciones de poder que no pueden ser removidas por medio de alguna transformación social amplia (esta simplemente reinstalaría un nuevo aparato de dominación, como en la Rusia stalinista) sino sólo resistidas sobre una base descentralizada y localizada” (44). Lo que hace Negri aquí es tomar la desintegración de la totalidad social de Foucault en una multiplicidad de micro prácticas y reclama que eso es lo que Marx hace, al menos en los Grundrisse.

Esas alusiones a Foucault son indicativas de la extensión en la que Negri transforma el materialismo histórico en una teoría del poder y la subjetividad. Esta teoría le permite observar el curso crecientemente desastroso que tomó la lucha de clases en Italia a fines de los '70 con una serena indiferencia. Así escribió en 1977:

“La relación de fuerzas se ha revertido ... la clase obrera, su sabotaje, son el poder más fuerte —sobre todo, la única fuente de racionalidad y valor. Desde ahora se hace imposible, incluso teóricamente, olvidar esta paradoja producida por las luchas: cuanto más se perfecciona la forma de dominación, más vacía se vuelve; cuando más resiste la clase obrera, más llena está de racionalidad y valor ... Estamos aquí, somos indestructibles, y estamos en mayoría.” (45)

Si quisiera, uno podría encontrar algo magnífico en este optimismo desafiante. Pero para que la teoría marxista ofrezca una guía política y una dirección responsable, tiene que esforzarse para trazar las oscilaciones de la lucha de clases. Casi al mismo tiempo, Tony Cliff estaba desarrollando su análisis del cambio en la relación de fuerzas entre las clases a favor del capital en Gran Bretaña(46). La apreciación de Cliff de la situación se demostró mucho más precisa que la de Negri. En Italia también, la negativa de Negri a enfrentar los hechos fue duramente atacada en ese momento incluso dentro del propio movimiento autonomista —por ejemplo por Sergio Bologna:

“Hubo muchas pequeñas (o grandes) batallas, pero en su curso la composición política de la clase ha cambiado sustancialmente en las fábricas, y ciertamente no en la dirección indicada por Negri ... En síntesis ha habido una revalorización de la hegemonía reformista sobre las fábricas, brutal e incesante en sus esfuerzos por desmembrar la izquierda de clase y expulsarla de la fábrica.” (47)

Bologna acusó a Negri, al inventar “una figura social diferente para imputar el proceso de liberación de la explotación”, de evadir simplemente el proceso real de derrota que la clase obrera italiana estaba experimentando. Esos juicios equivocados eran efectivamente síntomas de una imperfección teórica más profunda. Negri es un admirado del gran filósofo de principios de la modernidad, Spinoza, y escribió un importante libro sobre él, La anomalía salvaje, cuando estaba en prisión a fines de los '70. Spinoza era muy crítico de las explicaciones que tratan lo que ocurre como el resultado de una afirmación de la voluntad, ya sea que la voluntad en cuestión sea la de dios o de los humanos. Esta forma de procedimiento era, decía Spinoza, “tomar refugio en el santuario de la ignorancia” (48). Pero precisamente esa crítica puede ser aplicada a la reescritura de Marx que hace Negri. Reducir la historia al choque de voluntades de clases rivales —el “capitalista colectivo” versus el “obrero social”— es no explicar nada. La naturaleza y el desarrollo de las luchas sólo puede ser comprendido con propiedad una vez que se reconstruido su contexto objetivo.

Así Marx integra su explicación de la lucha de clases —tanto dentro del proceso de producción inmediato como más ampliamente en la sociedad— en una teoría del modo de producción capitalista como totalidad. Los choques entre clases rivales sólo se comprenden en el trasfondo de las tendencias más amplias del modo de producción. Negri no les atribuye a los capitalistas ninguna otra motivación que un impulso abstracto a dominar. Marx por el contrario conceptualiza a la burguesía como una clase internamente dividida atrapada en luchas competitivas entre ellos. Esta es la esfera de lo que Marx — en los Grundrisse (aunque Negri ignora esos pasajes). Llama “muchos capitalistas”. La tendencia a la caída de la tasa de ganancia no es sólo producto del conflicto entre trabajo y capital en el proceso de producción inmediato, sino también de esta lucha competitiva, que empuja a los capitalistas a invertir en equipamiento que ahorren trabajo. (49)

La teoría voluntarista de las crisis de Negri fue superficialmente atractiva en los 70 cuando se desarrolló la primer depresión importante de la postguerra en el marco de un ascenso de las luchas obreras. Incluso entonces, sin embargo, ofrecía una explicación completamente inadecuada de la crisis, que reflejaba una caída general de la tasa de ganancia independientemente del nivel de lucha de la sociedad en cuestión. Alemania Occidental y Estados Unidos eran tan víctimas como Italia o Gran Bretaña, incluso si el nivel de la lucha de clases era mucho más bajo en los dos primeros países que en los dos últimos. De la misma manera, la teoría de Negri no puede explicar la actual recesión global que se está desarrollando, que llega en un momento en que la combatividad de la clase obrera todavía es comparativamente baja.

Además, Marx es claro en que —en la medida en que las relaciones capitalistas de producción permanezcan— los capitalistas retienen la ventaja. Pueden, como lo hicieron a fines de los '70 y los '80, usar su control de los medios de producción para debilitar a los obreros cerrando sus plantas y dejando afuera a la gente. Esta es la razón por la cual no es suficiente rebelarse en la producción —los trabajadores necesitan un movimiento político generalizado que pueda tomar el poder a nivel de la sociedad de conjunto y expropiar al capital.

Decir todo esto no es caer culpable de la acusación de “objetivismo” que Negri constantemente arroja. El marxismo plantea una dialéctica de la objetividad y la subjetividad, no la reducción de un término al otro, ya sea el sujeto o el objeto, como en la noción althusseriana de la historia como “un proceso sin sujeto” o del objeto al sujeto, como en la reescritura voluntarista de Negri del marxismo. Las estructuras sociales —crucialmente las fuerzas y las relaciones de producción— imponen límites a lo que los actores humanos pueden lograr, pero también constituyen las capacidades que esos actores usan cuando buscan rehacer su mundo. (51)

Del poder constituyente a Imperio

Marx Beyond Marx representó un impasse en el pensamiento de Negri, porque buscaba articular teóricamente los principios guía de un movimiento político que cayó en una derrota aplastante a fines de los '70. En sus escritos de los '80 y los '90 que culminan con Imperio, Negri buscaba resituar y desarrollar los temas de Marx Beyond Marx. Muchos de esos textos están dedicado a la historia del pensamiento político moderno, y como tales son valiosos por su propio derecho. Pero también sirven para reconstruir el sistema de Negri. Un breve repaso de esta naturaleza sólo puede resaltar algunos puntos clave.

Ya en Marx Beyond Marx Negri había enfatizado lo que llamó “el principio de constitución”, lo que quería decir la capacidad de de luchar creativamente para producir una estructura cualitativamente nueva que se volvía objeto de nuevas luchas que llevan a mayores transformaciones (52). En sus últimos escritos Negri desarrolla esta idea. Traza el desarrollo de la idea de “poder constituyente” —la capacidad colectiva subyacente a las formas constitucionales específicas de hacer y rehacer las estructuras sociales y políticas— desde sus orígenes en el humanismo renacentista, a través del primer pensamiento político moderno (crucialmente Maquiavelo y Spinoza) hasta su creciente articulación clara en la era de las revoluciones, culminando en Marx. Aquí hay implicado un conflicto entre dos tipos de poder —la potenza vresus potere (en francés puissance versus pouvoir) —es decir, el poder creativo de las masas (lo que Negri llama la “multitude”) versus la dominación del capital (53).

Negri ofrece una concepción abstracta del poder constituyente. Es un “poder creatrivo [puissance] de ser, en otras palabras de figuras concretas, de valores, de instituciones y de órdenes de lo real. El poder constituyente [puovoir] constituye a una sociedad identificando lo social y lo político, uniéndolos en un lazo ontológico”. Según Negri, Marx veía el poder constituyente en funciones en el capital en la forma en la que creaba violentamente una nueva forma de sociedad en la era de la acumulación primitiva pero también sacaba las capacidades creativas de cooperación iherentes a la multitud. Negri escribe:

“La cooperación es en efecto la pulsación viviente y productiva de la multitud ... La cooperación es innovación y riqueza, es así la base del plus creativo que define la expresión de la multitud. Es sobre la abstracción, sobre la alienación y sobre la expropiación productiva de la multitud que se construye el mando.” (54)

En Marx, el trabajo cooperativo que es apropiado y explotado por el capital, es por supuesto, el de la clase obrera. Al reestructurar los temas marxistas en un vocabulario filosófico más abstracto, Negri es capaz de tomar ventaja de sus resonancias (por ejemplo, la idea de que el capital parasita la fuerza creativa de los otros) mientras que hace a un lado todo análisis de clase directo. Pero la misma tendencia a absolutizar la subjetividad de las masas que veíamos en los escritos de Negri de los 70’ está presente aquí: “Toda práctica del poder constituyente, desde su comienzo a su fin, en sus orígenes como en su crisis, revela la tensión de la multitud que tiende a hacerse el sujeto absoluto del proceso de su poder [puissance].” (55)

Negri, sin embargo, va más allá del subjetivismo de sus primeros escritos cuando plantea la pregunta de cómo “un sujeto adecuado al procedimiento absoluto” del poder constituyente puede ser identificado. La respuesta, él cree, se debe encontrar en los escritos del “segundo Foucault”, en particular en su Historia de la Sexualidad: “El hombre, como la describe Foucault aparece como una totalidad de resistencias que le dan una capacidad de liberación absoluta, más allá de todo el finalismo que no es la expresión de la vida misma y de su reproducción. Es la vida la que libera al hombre, que se opone a todo lo que la limita y la aprisiona”. (56)

La multitud, cuando se esfuerza en transformarse en el sujeto absoluto de la historia es una expresión de la vida. Negri busca así basar su subjetivismo en una forma de vitalismo —es decir, en una teoría metafísica que ve el mundo físico y social en su totalidad como expresiones de alguna fuerza vital subyacente. Negri de hecho está acá menos en deuda con Foucault,  que es evasivo, si no confuso, cuando se confronta con las implicaciones filosóficas de su teoría del poder, que con otra figura clave del postestructuralismo francés, Gilles Deleuze (57). Particularmente en Mil Mesetas, el segundo volumen de su principal colaboración teórica con Félix Guattari, Capitalismo y esquizofrenia (El Anti Edipo), Deleuze concibe el deseo como una expresión de la vida que, aunque constantemente confinado y estratificado en constelaciones de poder históricamente específicas, constantemente las subvierte y las burla.

Deleuze reconoce abiertamente su deuda con el filósofo vitalista francés de principios del siglo 20, Henri Bergson. Sin embargo, el suyo es un “vitalismo material”, para el que hay “una vida propia a la materia”, en la cual la materia se licúa y fluye. La materia tiene efectivamente la misma estructura que el deseo, que constantemente sobrepasa las fronteras de las jerarquías estratificadas del poder. Por lo tanto Deleuze trata al nómada como el modelo de toda resistencia al poder. El impulso del estado es a la “territorialización” —confinar el deseo dentro de las constelaciones del poder, atarlo dentro de un territorio específico. El impulso del nómade es “desterritorializar”, cruzar las fronteras y escapar a esas estratificaciones. “La primera determinación del nómade, de hecho, es que ocupa y retiene un espacio fluido [espace lisse]”. Pero la economía capitalista moderna mundial también se caracteriza por la misma tendencia a la desterritorialización: “El mundo se vuelve de nuevo un espacio fluido (mar, aire, atmósfera, etc.)”. (58)

Ese espacio fluido es el de Imperio. Hardt y Negri reconocen explícitamente su deuda con Mil Mesetas (59). Más generalmente, Negri toma el vitalismo de Deleuze para darle a su versión del marxismo los apuntalamiento filosóficos de los que previamente carecía. Pero esto es a un alto precio, ya que lo que Deleuze ofrece es una forma altamente especulativa de metafísica.

Los últimos escritos de Negri revelan lo que Daniel Bensäid ha llamado “en extraño misticismo sin trascendencia” (60). En ningún otro de los últimos escritos de Negri esto es tan verdad como en Imperio. Es un buen libro a su manera —bellamente escrito, lleno de pasajes líricos y de interesantes insights. Pero también Imperio es una obra profundamente imperfecta.

Por la escala y la complejidad de Imperio, sólo me podré centrar aquí en los temas principales. En particular, son tres los que sobresalen. En primer lugar, Hardt y Negri aceptan lo que a veces es llamada la visión hiperglobalizadora —que la globalización económica ha transformado al estado nación en un mero instrumento del capital global. De esta manera, escriben sobre las corporaciones:

“... ellas directamente estructuran y articulan los territorios y las poblaciones. Tienden a hacer de los estados nación meros instrumentos para registrar los flujos de mercancías, dinero y poblaciones que ellas ponen en movimiento. Las corporaciones transnacionales distribuyen directamente la fuerza de trabajo en distintos mercados, asignan funcionalmente los recursos y organizan jerárquicamente los distintos sectores de la producción mundial. El aparato complejo que selecciona las inversiones  y dirige las maniobras financieras  y monetarias determina la nueva geografía  del mercado mundial, o realmente la nueva estructuración biopolítica del mundo.” (61)

La declinación del estado nación, sin embargo, no significa la desaparición  del poder político. Más bien, emerge una nueva forma de soberanía política, lo que Hardt y Negri llaman Imperio:

“A diferencia del imperialismo, el Imperio no establece un centro territorial de poder y no se basa en fronteras fijas o barreras. Es un aparato de dominio descentralizado y desterritorializado que incorpora progresivamente a todo el campo global dentro de sus poderes abiertos, en expansión. El Imperio maneja identidades híbridas, jerarquías flexibles e intercambios plurales por medio de modular las redes de mando. Los distintos colores nacionales del mapa imperialista del mundo se han fusionado y mezclado en el arcoiris imperial global.” (62)

El lenguaje que usan aquí Negri y Hardt —híbrido, pluralidad, flexibilidad, etc.— es en gran parte el de los posmodernos para quienes la terminología tiende a transmitir la idea de que hemos ido más allá del capitalismo, con su rígida polarización entre explotadores y explotados. La metáfora de la red es usada ampliamente en las explicaciones más o menos apologéticas del capitalismo contemporáneo, porque sirve para evocar una ausencia de jerarquía y de concentración del poder. (63)

La vuelta que le dan Negri y Hardt es usar este lenguaje críticamente, y plantear que representa una nueva fase de la dominación capitalista que opera no a pesar sino a través de la hibridez y el multiculturalismo que son celebrados frecuentemente como rasgos de las sociedad liberales contemporáneas: “El fin de la dialéctica de la modernidad no ha resultado en el fin de la dialéctica de la explotación. Hoy casi toda la humanidad está absorbida en algún grado dentro de o subordinada a las redes de la explotación capitalista” (64).

Hardt y Negri toman el término “biopolítica” de Foucault para referirse a formas de dominación que operan desde adentro, moldeando a los individuos como sujetos y dotándolos de motivos apropiados: “Ahora el poder es ejercido a través de máquinas que organizan directamente los cerebros (en sistemas de comunicaciones, sistemas de redes de información, etc.) y los cuerpos (en sistemas de bienestar, actividades monitoreadas, etc.) hacia un estado de alienación autónoma del sentido de la vida y del deseo de creatividad” (65). Desde este perspectiva el Big Brother de Canal 4 es más peligroso que el de George Orwell, porque nos permite creer que comprometerse en formas altamente estereotipadas y manipuladas de comportamiento son actividades genuinamente placenteras que desarrollamos por nuestra propia voluntad.

Pero se necesitan conceptos y modelos más antiguos para comprender la naturaleza del capitalismo contemporáneo. El uso creciente de la fuerza para anular la soberanía nacional en nombre de valores universales como los derechos humanos es sintomático de la emergencia de la soberanía imperial —o más bien de su reemergencia. Como comprendieron los antiguos griegos y los romanos, el Imperio no conoce fronteras. No es la propiedad de ningún estado, ni siquiera de Estados Unidos. En la Guerra del Golfo Estados Unidos intervino “no en función de sus propios motivos nacionales, sino en nombre del derecho global”.

La nueva estructura de poder internacional de tres escalones corresponde a un descripción del Imperio Romano como una combinación de monarquía, aristocracia y democracia pintada por el historiador griego Polibio. En el vértice están los cuerpos “monárquicos” —Estados Unidos, el G7 y otras instituciones internacionales como la OTAN, el FMI y el Banco Mundial; después viene una elite de actores “aristocráticos” —las corporaciones transnacionales y los estados—nación; finalmente están los órganos “democráticos” que pretenden representar al pueblo —la asamblea general de las Naciones Unidas, ONGs, etc. (66)

Cómo sitúan históricamente Negri y Hardt esta estructura del tipo de Heath Robinson?  Ellos insisten en afirmar que el Imperio es un paso adelante para sacarse de encima la nostalgia por las estructuras de poder que lo precedieron, y niega toda estrategia política que impique retornar a esos viejos arreglos, tales como tratar de resucitar el estado—nación para protegerse contra el capital global". Aunque comparan esta posición con la insistencia de Marx en la naturaleza históricamente progresiva del capitalismo, esto va más allá: "La multitud llama a ser al Imperio". Lo que Hardt y Negri llaman (nuevamente siguiendo a Foucault) "la sociedad disciplinaria" creada por el New Deal, en la cual el capital y el estado regulaban la sociedad de conjunto, entró en crisis a fines de los '60 "como resultado de la confluencia y la acumulación del proletariado y los ataques anticapitalistas conta el sistema capitalista internacional" (67).

Este afirmación sobre los orígenes del Imperio implica una versión más fuerte de la teoría voluntarista de la crisis a la que, como hemos visto, Negri adhirió en los '70: "El poder del proletariado impone límites al capital pero también dicta los términos y la naturaleza de la transformación. El proletariado inventa realmente las formas social y productiva que el capital se verá obligado a adoptar en el futuro". En el caso del Imperio, la clase obrera norteamericana juega un rol de vanguardia: "Ahora, en términos del cambio de paradigma del mando capitalista internacional, el proletariado norteamericano aparece como la figura subjetiva que expresaba más plenamente los deseos y las necesidades de los obreros internacionales o multinacionales." (68)

Esta tesis general refleja el énfasis de larga data dentro del operaismo: 30 años antes de la aparición de Imperio, Tronti había planteado que el capital desarrolla una comprensión de sus propios intereses gracias a las iniciativas del trabajo, y que "los obreros europeos encuentran ante ellos, como el modelo más avanzado de comportamiento para sus necesidades actuales, la forma de ganar, o la forma de derrotar al adversario, adoptada por los obreros norteamericanos en los '30". (69) Pero el capitalismo del estado de bienestar keynesiano que Tronti ve como una creación del poder del proletariado en la era del New Deal es lo que, según Hardt y Negri, la rebelión obrera destruyó en los '60 y los '70, abriendo el camino al Imperio.

En tercer lugar, ¿cuáles son las condiciones de la clase obrera en esta nueva fase del desarrollo capitalista? Hardt y Negri rechazan la idea de que representa el fin de la explotación y la opresión. La sociedad disciplinaria ha sido reemplazada por la "sociedad de control". En lugar de ser moldeados dentro de instituciones específicas como escuelas y fábricas, los individuos se encuentran bajo la amplia presión de la sociedad a disciplinarse. Al mismo tiempo, las nuevas tecnologías de información han hecho "inmaterial" al trabajo. La clase obrera debe por lo tanto ser concebida en los términos muy vagos que Negri ya había desarrollado en los '70: "Entendemos al proletariado como una categoría amplia que incluye a todos aquellos cuyo trabajo es directa o indirectamente explotado por y sujetado a los modos de producción y reproducción capitalistas". (70)

Imperio mantiene así las categorías teóricas de la versión del marxismo de Negri, aunque  su contenido haya cambiado. El obrero social, por ejemplo, que en los '70 Negri concebía como el resultado de lo que ahora llamaría "la sociedad disciplinaria", de la regulación estatal característica del capitalismo keynesiano, se ha vuelto producto del nuevo "capitalismo informático": "Hoy, en la fase de la miltancia obrera que corresponde a los regímenes postfordistas, informáticos de producción, se eleva la figura del obrero social" (71) Pero Hardt y Negri prefieren usar el concepto de Spinoza de la multitud cuando buscan analizar las contradicciones del Imperio.

Aquí, donde el capital es genuinamente global, encuentra (como Rosa Luxemburgo lo predijo) sus límites. Bajo el Imperio "los poderes del trabajo están infundidos por los poderes de la ciencia, la comunicación y el lenguaje", y "la vida es lo que infunde y domina toda la producción". Una actividad social como esta es ahora la fuente del plusvalor económico: "La explotación es la expropiación de la cooperación y la nulificación de los significados de la producción lingüística." El Imperio es una formación social parasitaria, una forma de corrupción que carece de cualquier realidad positiva comparado con "la productividad fundamental del ser" que se expresa en la multitud. (72)

Una vez más, vemos a Negri reinterpretando los conceptos marxistas en términos más laxos y metafóricos que permiten ser infundidos con la metafísica de Deleuze. Así Hardt y Negri buscan sacar a relucir el carácter negativo y parasitario del Imperio del siguiente modo: "Cuando la acción del Imperio es efectiva, esto no se debe a su propia fuerza sino al hecho de que es empujado por el rebote de la resistencia de la multitud contra el poder imperial. Deberíamos decir que en este sentido la resistencia es en realidad previa al poder". Como reconocen, esta tesis de "la antelación de la resistencia al poder" se deriva directamente de Deleuze, por lo que es una consecuencia de "la productividad fundamental" de la vida (73). Imperio es tanto la obra de una filosofía postestructuralista como una pieza de análisis histórico concreto.

Los límites de Imperio

Naturalmente se podría decir mucho sobre un libro tan complejo y sugestivo como Imperio. Aquí me concentro sobre los que me parecen ser sus tres debilidades centrales. (74) El análisis que ofrece del capitalismo contemporáneo es en general vago y en ciertos aspectos específicos equivocado. Hardt y Negri se sitúan dentro de la tradición marxista de escritos sobre el imperialismo, usando el argumento de Luxemburgo de que el capitalismo necesita un "exterior" no capitalista para comprar las mercancías que los trabajadores no pueden consumir. (75) Pero más allá de decir que el Imperio abole este exterior, incorporando al mundo entero bajo el dominio del capital, dicen poco sobre las tendencias específicas a la crisis en esta fase del desarrollo capitalista, a menos que se suponga que las generalidades filosóficas citadas más arriba constituyen una explicación de esas tendencias. Negri no dudaría en minimizar el debate entre los economistas marxistas provocado por la interpretación de Robert Brenner del capitalismo de la postguerra como "objetivismo", pero Imperio ofrece muy poco a cualquiera interesado en descubrir hasta qué punto los mecanismos de la crisis capitalistas todavía operan. (76)

Más aun, en un aspecto clave es positivamente equivocado. Hardt y Negri niegan que el conflicto interimperialista sea un aspecto significativo del capitalismo contemporáneo: "Lo  que solía ser un conflicto o una competencia entre distintas potencias imperialistas ha sido reemplazado en muchos aspectos importantes por la idea de una sola potencia que sobredetermina a todas ellas, las estructura en una forma unitaria y las trata bajo una noción común de derecho que es decididamente postcolonial y postimperialista". En lugar del imperialismo, con sus centros rivales de poder, tenemos una red de poder impersonal y descentralizada, el espace lisse de Deleuze: "En este espacio fluido de Imperio, no hay lugar para el poder —está en todas partes y en ningún lado". (77)

Oculto aquí en lo que Ludwig Wittgenstein llamaría una nube de metafísica, hay un pequeño grano de verdad. Hardt y Negri tienden a definir al Imperio como una forma de soberanía. (78) El problema de la soberanía es el de la legitimación del ejercicio del poder en términos morales y legales. La soberanía es así un fenómeno ideológico, aunque, por supuesto, como toda instancia ideológica, tiene efectos reales. Ha habido indudablemente un giro en los términos ideológicos —así la idea de la intervención humanitaria afirma que es permisible violar los derechos de los otros estados no sobre la base del interés nacional, sino en defensa de los derechos humanos y las necesidades humanitarias de sus sujetos. Más ampliamente, el desarrollo de lo que se llaman "formas de gobierno global" como el G7, la OTAN, la UE y la OMC sugiere que la soberanía se ha vuelto un híbrido, por lo que las acciones de esos estados son legitimadas no sobre la base de sus procedimientos constitucionales nacionales, sino más bien bajo la autoridad de alguna institución internacional. (79)

Este cambio ideológico, sin embargo, no determina la distribución real del poder geopolítico. Ni tampoco las instituciones internacionales reflejan simplemente la naturaleza jerárquica del poder global, en que son dominadas por las potencias capitalistas occidentales líderes, sino que son moldeadas por los conflictos que dividen a esas potencias, estableciendo en particular Estados Unidos contra Japón y la UE (en sí mismo una entidad lejos de ser homogénea). El desarrollo de la estructura del conflicto geopolítico que enfrenta a Estados Unidos contra China y Rusia, está interrelacionado con esas formas primeramente económicas y políticas de competencia. No reconcer la profundidad de esos antagonismos entre centros rivales del poder capitalista es no comprender la naturaleza del mundo contemporáneo. (80)

Es también acercarse peligrosamente a ofrecer una visión apologética de este mundo. Esta tendencia es efectivamente la segunda mayor debilidad de Imperio. La concepción del Imperio como un "espacio fluido", una red descentralizada en la cual el poder "está en todas partes y en ningún lado", no está muy lejos de la idea planteada por los teóricos de la tercera vía como Anthony Giddens de que "la globalización política" está acompañando a la globalización económica y subordinando el mercado mundial a las formas democráticas de "gobierno global". Hardt y Negri son críticos de esta idea pero algunas de sus formulaciones se prestan a la apropiación para propósitos políticos muy distintos. Así Mark Leonard, un ideólogo blairista particularmente burdo, publicó una entrevista entusiasta con Negri en la cual elogia a este último por plantear que la globalización es una oportunidad para "una política de izquierda preocupada por la libertad y la igualdad de vida, más que por una búsqueda reduccionista de la igualdad entre grupos" —que suena más como Tony Blair que como Toni Negri. (81)

No se puede responsabilizar a Negri por los giros que otros ponen a sus palabras, pero puede ser criticado por lo que él mismo le dijo a Leonard: "El cambio mayor es la imposibilidad de una guerra entre naciones civilizadas. Pero éste no fue provocado por los industrialistas. Surge de la emancipación de las clases trabajadoras que ya no quería ir a la guerra". (82) Ciertamente la guerra dentro del bloque capitalista occidental es altamente improbable, por razones demasiado complicadas para explicarlas aquí. Pero la crisis del avión espía que enfrentó a China con Estados Unidos en el mar del sur de China en abril de 2001 es un síntoma de una preparación militar y del desarrollo de tensiones geopolíticas en el este de Asia que podrían plausiblemente desarrollarse en una confrontación armada. Dos analistas de seguridad estadounidenses escribieron recientemente sobre las tensiones entre Estados Unidos y China por Taiwan, "Probablemente en ningún otro lugar del globo la situación parece tan intratable y la perspectiva de una guerra importante que comprometa a Estados Unidos tan real". (83) Esta sería una guerra que enfrentaría, Negri supuestamente concedería esto, a "naciones civilizadas" (uno confía en que esta terminología está usada irónicamente). Por fuera del mundo capitalista avanzado, la guerra no muestra ningún signo de desaparecer —la guerra en la República Democrática del Congo solamente ha costado 2,5 millones de vidas estimativamente desde 1998. (84)

Sin duda Hardt y Negri son concientes de estos sufrimientos horrorosos. Su argumento es que este progreso tal como ha ocurrido es una victoria para la "multitud". Pero incluso esta tesis tiene connotaciones apologéticas en un sentido directamente relevantes a la propia historia de Negri. Nadie puede negar que el capitalismo sufrió una importante reestructuración en los '70 y los '80, una de cuyas dimensiones ha sido la mayor integración global del capital. Pero, ¿es realmente correcto ver estos cambios en cierto sentido como una conquista de la "multitud"? Verlos de este modo borra de la historia las derrotas reales que hicieron posible la reorganización del capitalismo —las catástrofes en Fiat en 1979—80, la gran huelga minera en Gran Bretaña en 1984—85, y todas las otras luchas en las que el capital pudo quebrar las formas existentes de organización obrera, arrancando las malas hierbas de los militantes, y reestableciendo su dominio sobre áreas donde había sido desafiado.

Reconcer esta historia no nos requiere negar que, como Negri y Hardt lo plantean, "la globalización, en la medida en que opera una desterritorialización real de las estructuras previas de explotación y control, es realmente una condición para la liberación de la multitud". (85) En un sentido este es simplemente el ABC del marxismo —el capitalismo en su forma actual constituye el contexto en el cual se desarrollan las luchas obreras. Pero esto no significa que tengamos que olvidar que el proceso a través del cual el capitalismo se reformó implicó serias derrotas para la clase obrera. La elisión histórica de esas derrotas puede ser conveniente para Negri, porque le permite evitar confrontar hasta qué punto su teoría y su política fueron insuficientes en el test decisivo de fines de los '70, pero un marxismo real no puede tolerar este tipo de visión selectiva.

La razón más importante para estudiar la historia de las luchas pasadas es que esto puede ayudar a clarificar qué estrategia deberíamos tener en el presente. Pero la tercer gran debilidad de Imperio se que no ofrece a los lectores ninguna guía estratégica. El libro concluye con tres demandas para "un programa político para la multitud global" —"ciudadanía global", "un salario social y un ingreso garantizado para todos" y "el derecho a la reapropiación". (86) Uno puede discutir los méritos de esas demandas —la primera y la tercera son, como están formuladas, muy vagas, mientras que la segunda es un lugar común en la política liberal de izquierda contemporánea. Mucho más serio, sin embargo, es la ausencia de cualquier discusión sobre cómo desarrollar un movimiento que pueda implementar este programa.

El vacío estratégico de Imperio no es una mera falla de detalle, sino que refleja algunas de las suposiciones más profundas de Hardt y Negri. En un pasaje ligeramente bizarro plantean que "las luchas más radicales y más poderosas de los últimos años del siglo veinte" —Tiananmen, la primera Intifada, el levantamiento de Los Angeles, Chiapas, las huelgas en Francia en 1995 y en Corea del Sur en 1996—97— no compartían "el reconocimiento de un enemigo común" o "un lenguaje de lucha común". (87) Pero, más allá de lo que pueda ser verdad de otras luchas, tanto la rebelión zapatista como el movimiento francés de noviembre—diciembre de 1995 plantearon elementos de un lenguaje político común, en ambos casos identificando al enemigo como neoliberalismo. Por lo tanto ayudaron a forjar la conciencia anticapitalista que se hizo visible en Seattle.

Hardt y Negri (que escribieron Imperio antes de Seattle) se conforman con la siguiente reflexión:

“Probablemente la incomunicabilidad de las luchas, la falta de túneles comunicantes estructurados, es de hecho una fortaleza más que una debilidad —una fortaleza porque todos los movimientos son inmediatamente subversivos en sí mismos y no esperan ningún tipo de ayuda externa o de extensión para asegurar su efectividad ... la construcción del Imperio, y la globalización de las relaciones económicas y culturales, implica que el centro virtual del Imperio puede ser atacado desde cualquier punto. Las preocupaciones tácticas de la vieja escuela revolucionaria son así completamente irrecuperables —la única estrategia disponible para las luchas es que surja un contra poder constituyente desde dentro del Imperio.” (88)

En otro lugar Negri ha invertido el viejo adagio de Lenin, declarando, "El eslabón más débil del capitalismo es su eslabón más fuerte". (89) Ahora si esto fuera literalmente así, si el capitalismo contemporáneo fuera genuinamente un "espacio fluido" homogéneo en el cual el poder estuviera distribuido uniformemente, entonces la idea de la estrategia dejaría de tener mucha aplicación. Pero esto es completamente falso. Las distintas partes del globo tiene una importancia diferente para el capital. Mientras que la riqueza natural del Africa Sub-Sahariana continúa siendo extraída por medios legales o corruptos, partes importantes del continente pueden ser dejadas a la tierna merced de los Cuatro Jinetes de la Apocalipsis. La porción más pequeña de la tierra donde está concentrada gran parte de la riqueza productiva del capitalismo —todavía en primer lugar Norteamérica, Europa Occidental, Japón y unos pocas extensiones asiáticas y latinoamericanas— es una cuestión distinta. El proceso de la que Trotsky llamó "desarrollo desigual y combinado" continúa operando en el capitalismo contemporáneo, creando enormes concentraciones de riqueza y poder en puntos particulares del sistema. Esta desigualdad requiere un análisis estratégico y un debate para identificar los puntos de vulnerabilidad del enemigo y nuestras principales fuentes de fortaleza.

El pensamiento estratégico también es necesario para responder a lo que Lenin llamó "los giros bruscos de la historia", las crisis repentinas que ofrecen oportunidades inesperadas para el movimiento revolucionario si son reconocidas rápidamente. Pero toda la visión de Negri de la historia es curiosamente abstracta — la multitud enfrenta eternamente al capital independientemente de las condiciones específicas, las contradicciones acumuladas, los cambios sutiles en las relaciones de fuerza que los grandes textos políticos de la tradición marxista son tan magistrales en delinear. Lo que está perdido aquí es lo que Daniel Bensäid llama "razón estatégica":

“El arte de la decisión, del momento correcto, de las alternativas abiertas que se pueden esperar, es un arte estratégico de lo posible, no el sueño de una posibilidad abstracta, donde todo lo que no es imposible será posible, sino el arte de una posibilidad determinada por la situación concreta: cada situación es singular, el instante de la decisión es siempre relativo a esta situación, adaptado al objetivo a lograr.” (90)

Este tipo de análisis estratégico es inseparable del intento de identificar los agentes de la transformación. Aquí Hardt y Negri tienen muy pocas cosas útiles para decir. Es probablemente una de las ventajas del concepto de la multitud desde su punto de vista que identifica a los oprimidos y los explotados como una masa anónima y amorfa sin nunguna ubicación social definida. Así celebran inmigrantes y refugiados, proclamando "la deserción, el éxodo y el nomadismo" como una fuerza democrática: "Un espectro recorre el mundo y es el espectro de la migración": A través de rebasar las fronteras y de confundir todas las identidades fijas la multitud constituye una "ciudad terrenal" en oposición a la corrupta ciudad imperial. (91)

La migración es indudablemente una realidad política y social de gran importancia contemporánea. Sin embargo, hablar de esto difícilmente sea una novedad en la academia liberal de izquierda contemporánea, donde en la última década el multiculturalismo, la hibridez, y el nomadismo han sido deidades asiduamente veneradas por los profesores seudo radicales como Gayatri Spivak y Homi Bhabha (ambos son citados con aprobación por Hardt y Negi (92). Este no el único punto en el que Imperio corre el riesgo de darle nueva vida a la ortodoxia posmoderna en un momento cuando está mostrando todos los signos de la decadencia senil.

Más allá de este fracaso general en responder seriamente al problema de la estrategia, Negri muestra algunos signos preocupantes de caer en sus mismos viejos errores. Escribe:

“Atribuir a los movimeintos de la clase obrera y del proletariado esta modificación del paradigma del poder capitalista es afirmar que los hombres están acercándose a su liberación del modo de producción capitaista. Y tomar distancia de aquellos que vierten lágrimas de cocodrilo sobre el fin de los acuerdos corporativos del socialismo nacional y el sindicalismo, así como aquellos que lloran la belleza de los tiempos pasados, nostálgicos del reformismo social impregnado con el resentimiento de los explotados y con envidia hacia aquellos que —frecuentemente— bulle por debajo de Utopía.” (93)

Cuestionado por este pasaje, Negri describió a los sindicalistas como "kulaks" —los campesinos ricos a los que Stalin buscó "liquidar" con la colectivización forzosa de la agricultura a fines de los 20— y expresó nostalgia por 1977, cuando la juventud desocupada enfrentó a los trabajadores de fábrica. (94) La hostilidad a la clase obrera organizada parece haberse preservado en la gelatina del pensamiento de Negri por las dos últimas décadas.

Negri escribió en 1981, "La memoria proletaria es sólo la memoria de la alienación pasada ... La transición comunista es la ausencia de memoria" (95). Se puede ver por qué diría esto, a pesar de sus innegables dotes como historiador de cualquier pensamiento político: cualquier intento de evaluar críticamente su pasado expondría cómo él —y el autonomismo en general— fracasaron en los '70. Esta negación a enfrentar este pasado no es un fracaso moral individual sino un síntoma de las limitaciones inherentes de la versión del marxismo de Negri.

El autonomismo, como traté de indicar al principio de este artículo, es una fuerza política viva. No hay, por suerte, versiones contemporáneas de las Brigadas Rojas. Pero la idea de la acción ejemplar en nombre de las masas sigue siendo influyente, ya sea en el culto del Black Bloc a la violencia callejera o las tácticas mucho más pacífica de Tute Bianche. Esas acciones funcionan como un sustituto de la movilización de masas. En análisis como los de Hardt y Negri la clase obrera —reconfigurada en las transformaciones de los últimos años pero todavía una fuerza real— está disuelto en la multitud amorfa o denunciada como una aristocracia obrera privilegiada. Los activistas actúan en nombre de uno y tratan de pasar por alto o enfrentar al otro.

Génova expuso muy claramente los límites de la política autonomista. El viernes 20 de julio de 2001 la acción directa de Tute Bianche fue atacada por grandes concentraciones de policías que evitó que alcanzara la zona roja (el área fuertemente fortificada de la ciudad vieja donde se estaba reuniendo el G8). Su dirigente, Luca Casarini, describió lo que ocurrió:

“Fuimos atacados a sangre fría, cuando nuestra marcha era totalmente pacífica. Nos atacaron primero con gas lacrimógeno y después con vehículos blindados, cerrando todas las rutas de escape. El viernes a la tarde estalló el infierno, y la gente tenía miedo de morir ... cuando comenzaron los ataques con tanques, cuando escuchamos los primeros disparos, reaccionamos escondiéndonos detrás de contenedores de basura y arrojamos piedras.” (96)

Todo el entrenamiento especial y el blindaje del cuerpo de los Tute Bianche no pudieron enfrentar al poder armado del estado italiano. Miles de manifestantes, incluyendo sectores de la izquierda revolucionaria, que se habían unido a la marcha de Tute Bianche se encontraron reducidos a espectadores pasivos en la batalla. Antes de Génova los Tute Bianche habían anunciado la obsolescencia de la izquierda tradicional:

“Finalmente el zapatismo se sacó de encima el siglo 20 —esta es un ruptura irreversible y no negociable con el imaginario de la izquierda europea. Va más allá de cualquier oposición clásica de la tradición política del siglo 20: reformismo versus revolución, vanguardia versus movimiento, intelectuales versus trabajadores, toma del poder versus éxodo, violencia versus no violencia.” (97)

Después de Génova, sin embargo, un Casarini humilde advertía contra el reavivamiento del terrorismo al estilo de los '70: "Realmente tengo mucho miedo a esto. Hay individuos y pequeños grupos que podrían ser tentados a transformarse en vanguardias armadas ... Este es el abismo que podríamos enfrentar en los próximos meses, si no cambiamos ahora la dirección" (98). Casarini admitió que la experiencia de Tute Bianche "parece inadecuada para enfrentar la lógica imperial que tenemos ahora ante nosotros", y se declaró a favor de avanzar de la "desobediencia civil" a la "desobediencia social". (99) Si esto implica un cambio hacia comprometerse con el movimiento obrero, esto será un paso adelante. Génova expuso crudamente una verdad del marxismo clásico que Tute Bianche ha minimizado tan vanagloriosamente —sólo la movilización masiva de la clase obrera organizada puede rebatir el poder concentrado del estado capitalista.

Al romantizar sus propias confrontaciones con este estado, los autonomistas han evitado la tarea real de la política revolucionaria —la conquista política de la mayoría de la clase obrera.

Toni Negi es todavía el teórico clave del autonomismo. Le debemos nuestra solidaridad como víctima del estado italiano. Probablemente también debamos respetar su persistencia como intelectual revolucionario durante las últimas cuatro décadas. Pero sigue en pie el hecho de que la influencia de sus ideas es un obstáculo para el desarrollo de un movimiento exitoso contra el capitalismo global cuyas estructuras busca trazar en Imperio.

Notas:

1-       Este artículo se originó como una conferencia para el evento Marxism 2001 en julio. Le agradezco a Chris Bambery, Sebastian Budgen y Chris Harman por su ayuda en proveerme el material.

2-       Por ejemplo, N Klein, "Reclaiming the Commons", New Left Review 2:9 (mayo—junio 2001), p 86.

3-       M Hardt y A Negri, Imperio (Cambridge MA, 2000) p413.

4-       E Eakin, "What Is The Next Big Idea? Buzz Is Growing For Imperio", The New York Times, 7 de julio 2001; M Elliott, "The Wrong Side Of The Barricades", Time, 23, julio 2001.

5-       E Vulliamy, "Imperio Hits Back", The Observer, 15 de julio 2001.

6-       N Klein, "Squatters In White Overalls", The Guardian, 8 de junio 2001.

7-       Entrevista en Il Manifesto, 3 de agosto 2001. Ver también "Desde las multitudes de Europa, levantarse contra el Imperio y marchar a Génova" (19—20 de julio 2001), 29 de mayo 2001, www.qwerg.com/tutebianche/it

8-       Hay un relato magnífico de este período en P Ginsborg, A History of Contemporary Italy: Society and Politics 1943—1988 (Harmondsworth, 1990). Para una historia general del ascenso, ver C Harman, The Fire Last Time (Londres, 1988).

9-       Para un análisis preciso del fracaso de la izquierda italiana en este período, ver T Abse, "Judging the PCI", New Left Review 1:153 (septiembre—octubre 1985).

10-   Ibid, p25.

11-   P Ginsborg, op cit, pp320—332.

12-   Ver C Harman, "The Crisis of the European Revolutionary Left", International Socialism 4 (primavera 1979).

13-   P Ginsborg, op cit, p382.

14-   Una colección de documentos contemporáneos simpatizantes del movimiento se encontrarán en Red Notes (eds) Italy 1977—78: Living with an Eathquake (Londres, 1978).

15-   T Abse, op cit, p30.

16-   Hay un estudio útil de su escrito en este período en S Wright, "Negri's Class Analysis: Italian Autonomist Theory in the Seventies", Reconstruction 8 (1996). Negri había sido anteriormente un miembro dirigente de Potere Operaio, que se organizó según criterios leninistas. Una mayoría de sus miembros se unió al movimiento autonomista emergente.

17-   Ver, por ejemplo, M Tronti, "Workers and Capital", en Conferencia de Economistas Socialistas, The Labour Process and Class Strategies (Londres, 1976).

18-   Citado en S Wright, op cit.

19-   T abse, op cit, p30.

20-   Citado en J Fuller, "The New 'Workerism' —the Politics of the Italian Autonomists", International Socialism 8 (primavera 1980), reimpreso en este número.

21-   Para una explicación clara de la diferencia entre la explotación y la opresión sufrida por ejemplo, por los desocupados, ver E O Wright, "The Class Analysis of Poverty", en Interrogating Inequality (Londres, 1994).

22-   A Negri, Marx Beyond Marx (South Hadley M, 1984), p173.

23-   T Abse, op cit, p35.

24-   Negri regresó a Italia en 1997 para cumplir su sentencia, lo que está haciendo en condiciones más livianas. Ahora se le permite vivir en su departamento en Roma pero sujeto a una veda entre las 7pm y las 7am.

25-   J Fleming, "Prefacio del editor", en A Negri, op cit, pvii.

26-   A Negri, op cit, pp19, 56, 94.

27-   Irónicamente, dado sus otras diferencias, esta era la visión de ambos E P Thompson y Althusser: ver L Althusser, Prefacio a G Duménil, Le Concept de loi économique dans 'Le Capital' (París, 1978) y E P Thompson, The Poverty of Theory and Other Essays (Londres, 1978), pp251—255.

28-   Ver V S Vygodsky, The Story of a Great Discovery (Tunbridge Wells, 1974), R Rosdolsky, The Making of Marx's Capital (Loncres, 1977) y J Bidet, Que faire du Capital? (París, 1985).

29-   A Negri, op cit, p17.

30-   Ibid, pp91, 101.

31-   Para una versión sofisticada de la teoría del empuje de los salarios, ver P Armstrong et al, Capitalism Since World War Two (Londres, 1984).

32-   A Negri, op cit, p131.

33-   K Marx, Capital, vol I (Harmondsworth, 1976), p770.

34-   A Negri, op cit, p69.

35-   K Marx y F Engels, Collected Works, vol XXIV (Londres, 1989), p81.

36-   A Negri, op cit, pp100—101.

37-   Ibid, pp138, 140.

38-   Ibid, pp27, 25.

39-   Ibid, p188.

40-   Ibid, p xvi.

41-   Ibid, p172.

42-   Ibid, p xvi.

43-   Ibid, p14.

44-   Ver M Foucault, Discipline and Punish [Vigilar y castigar] (Londres, 1977) y M Foucault, Power/Knowledge [Poder/Saber] (Brighton, 1980).

45-   Citado en S Wright, op cit.

46-   T Cliff, "The Balance of Class Forces in Recent Years"; International Socialism 6 (otoño 1979).

47-   Citado en S Wright, op cit.

48-   Spinoza, Ethics [Etica] en Works of Spinoza, vol II (Nueva York, 1955), Apéndice I, p78.

49-   Este argumento está mucho más desarrollado en A Callinicos, Is There a Future for Marxism? (Londres, 1982), que fue escrito en respuesta a la "crisis del marxismo" de la cual los escritos de Negri de los 70 eran un síntoma.

50-   Para críticas de lo que Robert Brenner llama las teorías de la oferta de la crisis, ver C Harman, Explaining the Crisis (Londres, 1984), pp123—126, y R Brenner, "Uneven Development and the Long Downturn", New Left Review 1:229 (mayo—junio 1998).

51-   Ver A Callinicos, Making History (Cambridge, 1987).

52-   A Negri, op cit. pp56—57.

53-   Ver M Hardt, "Prólogo del traductor" en  A Negri The Savage Anomaly  [La anomalía salvaje] (Minneapolis, 1991). Negri deriva la idea de la multitud de los escritos políticos de Spinoza, donde juega un rol mucho más ambivalente de lo que Negri está dispuesto a reconocer. Ver E Balibar, Spinoza and Politics (Londres, 1998).

54-   A Negri, Le Pouvoir constituant [El poder constituyente] (París, 1997), pp429, 435.

55-   Ibid, p401.

56-   Ibid, pp37, 40. Al evocar la Historia de la Sexualidad de Foucault, Negri ignora las diferencias muy significativas entre el primer volumen, que apareció en 1976, y el segundo y el tercero, publicados poco antes de la muerte del autor en 1984.

57-   "Foucault" (París, 1986) de Deleuze, que Negri cita en apoyo a su interpretación de Foucault, es de hecho una reescritura del pensamiento de Foucault sobre la base de la propia ontología distintiva de la vida y del deseo de Deleuze. Para una discusión crítica del tratamiento que dan Deleuze y Foucault de la resistencia, ver A Callinicos, Against Postmodernism [Contra el Postmodernismo] (Cambridge, 1989), pp80—87.

58-   G Deleuze y F Guattari, Mille plateaux [Mil mesetas] (París, 1980), pp512, 510, 583. Deleuze y Guattari desarrollan una teoría altamente compleja de las dimensiones social y psíquica de la territorialización y la desterritorialización en el primer volumen de Capitalisme et schizophrenie: L'Anti—Edipe [El Anti Edipo —Capitalismo y esquizofrenia] (París, 1972). Deleuze es también autor de un importante estudio sobre Spinoza, Spinoza et le probléme de l'expression (París, 1968), que influenció mucho el propio tratamiento de Negri del mismo filósofo en La anomalía salvaje. Para los marxistas antihegelianos, Spinoza tiende a actuar como un punto de referencia alternativo a Hegel. Esta tendencia, ya evidente en Althusser, es llevado a su extremo por su discípulo Pierre Macherey en Hegel ou Spinoza? (París, 1979). Aunque no es de ninguna manera althusseriano, Negri es consistentemente hostil tanto a Hegel como a la dialéctica, una actitud que comparte también con Deleuze y Foucault.

59-   M Hardt y A Negri, op cit, p423,n23.

60-   D Bensäid, Résistences (París, 2001), p212.

61-   M Hardt y A Negri, op cit, p31—32. Sobre los hiperglobalizadores, ver D Held et al, Global Transformations (Cambridge, 1999), cap. I.

62-   M Hardt y A Negri, op cit, pp xii—xiii.

63-   Para una versión relativamente sofisticada, ver M Castells, The Rise of the Network Society, segunda edición (Oxford, 2000). El rol de Deleuze en promover la metáfora de las redes descentralizadas está enfatizado en L Boltanski y E Chapiello, Le Nouvel esprit du capitalisme (París, 1999), por ejemplo, pp220—221.

64-   M Hardt y A Negri, op cit, p43.

65-   Ibid, p23. La noción de biopolítica de Negri ha sido tomada por Ya Basta!, por ejemplo para justificar su uso de armaduras: "La biopolítica es la forma de la política que, desde dentro del paradigma post—disciplinario de control, reconstruye la posibilidad de una acción colectiva. El peligro está en equivocar la época, retornar a la única acción colectiva que creemos conocer: la acción cara a cara, que es tan claramente arte del viejo conflicto—forma de la disciplina. El relleno acolchado de los cuerpos de los camaradas significa el pasaje a otra gramática política." J Revel citado en "Changing the World (One Bridge At A Time?) Ya Basta! After Prague" www.geocities.com/swervdc/ybasta.html

66-    M Hardt y A Negri, op cit, p180, cap 3.5.

67-   Ibid, pp43—259. Sobre la sociedad disciplinaria, ver también, ibid, cap. 3.2.

68-   Ibid, pp268—269.

69-   M Tronti, op cit, p.104.

70-   M Hardt y A Negri, op cit, p52.

71-   Ibid, p409.

72-   Ibid, pp364, 365, 385, 387. Ver también ibid, cap. 4.1 y 4.2.

73-   Ibid, pp360, 469, n13. Comparar con G Deleuze, op cit, pp95, 98.

74-   Una crítica útil, aunque desde un punto de vista trotskista excesivamente ortodoxo, se encontrará en J Chingo y G Dunga, Imperio o Imperialismo? Estrategia Internacional 17 (2001), también disponible en www.ft.org.ar/estrategia/.

75-   M Hardt y A Negri, op cit, cap. 3.1.

76-   Ver el simposio sobre Brenner en Historical Materialism 4 y 5 (1999).

77-   M Hardt y A Negri, op cit, pp9, 190.

78-   Por ejemplo, "El cambio radical cualitativo debería reconocerse más en términos de soberanía". M Hardt y A Negri, "A Possible Democracy in the Age of Globalisation", texto próximo a aparecer en francés en Contretemps (le agradezco a Daniel Bensäid por darme una copia).

79-   Ver M Hardt y A Negri, op cit, cap 1.1. El tratamiento moderno más influeyente de la soberanía es el del teórico de derecha de la Alemania de Weimar, Carl Schmitt. Ver especialmente Political Theology (Cambridge MA, 1985). El poder constituyente de Negri es hasta cierto punto su teoría alternativa a la de Schmitt sobre la soberanía.

80-   Ver A Callinicos et al, Marxism and the New Imperialism (Londres, 1984); G Achcar, "The Strategic Triad: USA, China Rusia" en T Ali (ed), Masters of the Universe? (Londres, 2000); y A Callinicos, Against the Third Way (Cambridge, 2000) cap. 3.

81-   M Leonard, "The Left Should Love Globalisation", New Statesman, 28 de mayo 2001, p36.

82-   Ibid, p37.

83-   KM Cambell y DJ Mitchell, "Crisis In The Taiwan Strait?", Foreign Affairs, julio—agosto 2001, p15.

84-   The Guardian, 21 de julio 2001.

85-   M Hardt y A Negri, op cit, p52.

86-   Ibid, pp400—406.

87-   Ibid, pp54, 56, 57.

88-   Ibid, pp58—59.

89-   Título del trabajo entregado (in absentia) a la conferencia "Towards a Politics of Truth: The Retrieval of Lenin", Kulturwissenschaftliches Institus NRW, Essen, 3, febrero 2001.

90-   D Bensäid, Les Irreductibles (París, 2001), p20.

91-   M Hardt y A Negri, op cit, pp212, 213, 396. La referencia es a las dos ciudades de San Agustín, la ciudad divina y la terrenal. Este es uno de los tantos pasajes donde Hardt y Negri hacen analogías entre la multitud contemporánea y las versiones tempranas o igualitarias del cristianismo. Imperio concluye ofreciendo a San Francisco de Asís como un modelo para "la vida futura de la militancia comunista". Ibid, p413.

92-   Ibid, pp422 n17, 143—145.

93-   A Negri, "L'Imperio", stade supreme de l'imperialisme", Le Monde diplomatique, enero 2001, p3.

94-   Señalamientos durante una discusión telefónica en la conferencia sobre Lenin citada más arriba en la nota 89.

95-   Citado en S Wright, op cit.

96-   Entrevista en La Repubblica, 3 de agosto 2001.

97-   "Why are White Overalls Slandered by People who Call Themselves Anarchists?", 8 de julio 2001. www.italy.indymedia.org

98-   Entrevista en La Repubblica, 3 de agosto 2001.

99-  Entrevista en Il Manifesto, 3 de agosto 2001.

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