¿Imperio o imperialismo?
Una polémica con "El largo siglo XX" de
Giovanni Arrighi
e "Imperio" de Toni Negri y Michael Hardt
Por Juan Chingo y Gustavo Dunga
Estrategia Internacional 17 (revista teórica del PTS - Argentina) 2001
Los cambios acaecidos en el sistema capitalista
mundial en los últimos treinta años, desde el fin del boom de la
posguerra, han llevado a una importante discusión teórica sobre la
magnitud y las características de estos y sus consecuencias sobre las
perspectivas trazadas por el pensamiento marxista revolucionario. Así,
para muchos teóricos contemporáneos, la globalización de la producción
capitalista y el mercado mundial, traen aparejados fundamentalmente una
nueva situación y un giro histórico significativo. Este es el caso por
ejemplo, del teórico del autonomismo, Toni Negri, quien sostiene estas
definiciones junto a Michael Hardt en su último libro
"Imperio", al que definen como el nuevo orden político de la
globalización. Otros teóricos asociados a la escuela de sociología histórica
del sistema mundial, por el contrario, argumentan que desde su inicio el
capitalismo siempre ha funcionado como una economía mundial y en
consecuencia rechazan la novedad de la globalización como una incomprensión
de la historia. Uno de los mejores exponentes de esta escuela es Giovanni
Arrighi, que a mediados de los noventa ha publicado el libro "El
largo siglo XX" (recientemente editado en español) donde expone
estas posturas. Estas teorizaciones cuestionan desde presupuestos opuestos
la definición clásica del imperialismo, formulada por Lenin y sostenida
por los marxistas revolucionarios a lo largo del siglo que se fue.
La importancia de este debate radica en que los
cambios acontecidos obligan a una interpretación de los acontecimientos
políticos, económicos y sociales, que revalide o no las categorías
utilizadas por el marxismo, como punto de partida, para su interpretación.
La discusión actual, recuerda, salvando las distancias, la enorme
efervescencia teórica e intelectual, que se dio en el seno del movimiento
socialista internacional, e incluso más allá de este, en la transición
del capitalismo de libre competencia al imperialismo, entre finales del
siglo XIX y principios del siglo XX. A la luz de estas nuevas querellas,
vuelven a replantearse problemas fundamentales del materialismo histórico
y la dialéctica, para poder comprender o interpretar los nuevos desafíos
que presenta esta realidad compleja del mundo y el nuevo siglo. Este último
fue el método de Lenin que retomó las categorías de la dialéctica para
responder a la complejidad de problemas que presentaba la nueva fase del
capitalismo, entre ellas la Gran Guerra. No era para Lenin cuestión de
repetir escolásticamente las categorías del marxismo, sino de aplicarlas
en forma creativa a la nueva realidad, incorporando críticamente aspectos
de las elaboraciones desarrollados por sus antagonistas e interlocutores,
como Kautsky o Hilferding, e incluso ideólogos liberal burgueses como
Hobson, desterrando el carácter reformista que pretendían darle sus
autores. Se trataba para Lenin de integrar estos avances en una totalidad
que demostrara las potencialidades revolucionarias de la época que se abría.
Las dos visiones con las que polemizaremos tienen el
mérito de intentar dar una visión global de la realidad contemporánea.
Sin embargo, las limitaciones de su matriz teórica les impide comprender
de manera certera, a pesar de los señalamientos y problemas reales sobre
los que fundan en muchos casos sus elaboraciones, los cambios producidos
en el orden mundial en los últimos 30 años. Por eso antes de desarrollar
plenamente nuestra propia visión haremos un análisis crítico de las
proposiciones sostenidas por Arrighi y Negri, los que nos permitirá
profundizar y comprender mejor el método del marxismo clásico
desarrollado en la nueva época por Lenin y Trotsky.
En este artículo intentaremos criticar las dos
variantes señaladas anteriormente, que atacan las definiciones sobre el
imperialismo, aprehendiendo el método dialéctico materialista para el análisis
del sistema capitalista mundial y actualizando la noción del mismo para
comprender la escena contemporánea.
El "largo siglo" XX
El objetivo de este libro es comprender cómo la
declinación de la hegemonía americana y la crisis de acumulación de los
'70 (mostrada por ejemplo en la liberación del dólar con respecto al
patrón oro establecido en los acuerdos de Bretton Woods, y en la derrota
norteamericana en Vietnam) constituyen un punto de inflexión fundamental
en la historia del capitalismo mundial. En función de dar cuenta de los
cambios contemporáneos, Arrighi sostiene que es necesario ir hacia atrás
y situar esta crisis en la larga historia de los ciclos de acumulación
capitalista. Rescatando a Fernand Braudel y su metodología, Arrighi
desarrolla un enorme trabajo histórico y analítico que da cuenta de los
cuatro ciclos sistémicos de acumulación capitalista, los cuatro
"largos siglos" que sitúan al siglo americano después del
genovés, el holandés y el británico.
Esta perspectiva histórica lleva a Arrighi a
demostrar que la crisis de los años '70 no constituye un hecho novedoso.
Lo que está sucediendo al capitalismo bajo la hegemonía norteamericana
hoy, sucedió un siglo antes bajo la hegemonía británica, a los
holandeses anteriormente, y a los genoveses al comienzo de la expansión
capitalista. La crisis indica una transición, la cual es un punto común
de inflexión en todos los ciclos sistémicos de acumulación, de una
primera fase de expansión material, inversión en la producción, a una
segunda fase de expansión financiera, incluyendo la especulación. Esta
transición hacia una expansión financiera, que para el autor se da a
comienzos de los '80 en el caso norteamericano, siempre tiene un "carácter
otoñal" ( a decir de Braudel), señalando el final de un ciclo sistémico.
Indicando el declive de la hegemonía norteamericana sobre el sistema
mundial, ya que para Arrighi, el fin de un largo siglo, indica un cambio
geográfico del centro del proceso sistémico de acumulación del capital.
En sus palabras "Cambios de esta clase han ocurrido en todas las
crisis y expansiones financieras que han marcado la transición de un
ciclo sistémico de acumulación a otro."1 Arrighi sostiene que EEUU
ha pasado la posta a Japón para dirigir el próximo largo ciclo de
acumulación capitalista.
Arrighi: la negación de la lucha de clases como motor de la
historia
La construcción teórica que nos presenta Arrighi,
sobre la sucesión de ciclos sistémicos de acumulación, reemplaza la
noción marxiana de la lucha de clases como motor de la historia. Como
toda teoría cíclica no es la acción humana, la agencia humana, la que
determina el curso de la historia, sino las leyes objetivas de la
acumulación capitalista. El cambio ocurre como resultado de la acumulación
estructural de contradicciones. Es una visión de la historia en donde no
hay posibilidad de ruptura y transformación revolucionaria de la
sociedad, sino una repetición cíclica -aunque cada vez más complejizada-
de las unidades estatales y de la empresa capitalista, la dialéctica
estado-capital, que son las únicas agencias de cambio dentro del proceso
histórico que percibe Arrighi. El "caos sistémico", que se
genera cuando finaliza el momento de acumulación capitalista y comienza
la expansión financiera de la potencia hegemónica, y que genera una
exacerbación de la competencia interestatal entre las potencias del
centro y de los procesos sociales, siempre se resuelve con el reemplazo de
la antigua hegemonía por un nuevo poder estatal y económico emergente.
El resultado es un incremento constante del tamaño, la complejidad y el
poder de las agencias líderes de la historia capitalista, que Arrighi
desarrolla en su libro y que sintetizamos a continuación.
Así, el régimen genovés se basaba en una
ciudad-estado de pequeño tamaño y organización simple, que en realidad
ostentaba muy poco poder. Su fortaleza devenía de sus extensas redes
comerciales y financieras que le permitían tratar en términos de
igualdad con la mayoría de los poderosos gobernantes territorialistas
europeos, y que fue la base de su simbiosis activa con los gobernantes del
reino de la Península Ibérica2.
Las Provincias Unidas eran una organización mucho
mayor y más compleja que su antecesor genovés, un tipo híbrido de
organización que combinaba ciertos rasgos de la ciudad-estado medievales
en trance de desaparición con características de los estados-nación
emergentes3.
Posteriormente, como dice Arrighi: "Gran Bretaña
no era tan solo un estado-nación totalmente desarrollado y, como tal, una
organización mucho mayor y más compleja que las Provincias Unidas en
todo momento de su historia; también estaba conquistando un imperio
comercial y territorial de dimensiones mundiales que concedería a sus
grupos dominantes y a su clase capitalista un dominio sin precedentes
sobre los recursos humanos y naturales de todo el mundo."4
Y por último, siguiendo las palabras del mismo
autor: "... los EE.UU. eran ya algo más que un estado-nación
totalmente desarrollado. Eran un complejo militar-industrial continental
dotado de un poder suficiente para proporcionar protección eficaz a un
elevado número de gobiernos subordinados y aliados y para hacer creíbles
las amenazas de estrangulamiento económico o de aniquilación militar
dirigidas a gobiernos no amigos de cualquier parte del mundo."5
Sin embargo, a pesar de los interesantes elementos
históricos que aporta, esta sucesión de ciclos sistémicos de acumulación
cuyo origen y desarrollo está gobernado por un patrón recurrente no
puede explicar el movimiento real del modo capitalista de producción.
Como toda teoría cíclica simplemente describe una pauta de causas
eficientes que no puede descubrir las fuerzas motrices detrás del
movimiento; sólo describe una secuencia de eventos en el cual no hay
necesidad. De esta manera Arrighi cae en una suerte de empirismo opuesto
al materialismo histórico para el cual la fuente del movimiento descansa
en la contradicción y sus leyes de desarrollo devienen del proceso de
interpenetración de los polos opuestos de la contradicción.
Historia y estructura del mercado mundial
capitalista
El resultado de este método que combina una jerarquía
cambiante entre el poder estatal y la empresa capitalista, genera una visión
sobre la historia y la estructura del mercado mundial capitalista que
niega de plano que su desarrollo contempla la existencia de relaciones de
producción diferentes. De esta manera confunde lo que es el
desenvolvimiento del mercado mundial creado por el capital mercantil, que
fue una precondición para el progreso del modo de producción capitalista
en los bordes del régimen de producción feudal, situando el origen del
mercado mundial capitalista hace 500 años, junto al florecimiento de las
ciudades-estado italianas en el Renacimiento6.
En segundo lugar no da cuenta que la existencia del
mercado mundial sólo puede comprenderse como producto del afianzamiento
del modo capitalista de producción como régimen de producción dominante
y que su construcción plantea "... un sistema articulado de
relaciones de producción capitalistas, semicapitalistas y
precapitalistas, vinculadas entre sí por relaciones capitalistas de
intercambio y dominadas por el mercado mundial capitalista."7 El
surgimiento del mercado mundial capitalista conteniendo estas características
sólo puede encontrarse a partir de la Revolución Industrial situada a
finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX.
En tercer lugar, asimila la economía capitalista
con el intercambio mercantil soslayando que en el capitalismo lo
distintivo de su modo de producción es la extracción de plusvalía que
surge de la actividad industrial y que es esta la que impulsa la extensión
del comercio mundial. En palabras de Marx: "El mercado mundial
constituye de por sí la base de este régimen de producción. Por otra
parte, la necesidad inmanente a él de producir en escala cada vez mayor
contribuye a la expansión constante del mercado mundial, de tal modo que
no es el comercio el que revoluciona aquí la industria, sino a la
inversa, esta es la que revoluciona el comercio".8
La conclusión de tal esquema teórico es que no
diferencia entre las fases del desarrollo del capitalismo. Si la expansión
hacia el exterior es una característica del modo de producción
capitalista desde sus inicios, es decir, desde la Revolución Industrial,
en la historia del capitalismo en los últimos más de doscientos años,
pueden distinguirse dos etapas. Como señala Ernest Mandel: "En la
era del capitalismo de libre competencia, la producción directa de
plusvalía por la gran industria estaba limitada exclusivamente a Europa
occidental y Norteamérica. El proceso de acumulación originaria del
capital, sin embargo, se realizaba en muchos otros lugares del mundo al
mismo tiempo, aun cuando su ritmo fuera desigual... el capital extranjero,
por supuesto, afluyó a los países que empezaban a industrializarse, pero
fue incapaz de dominar en ellos los procesos de acumulación". 9
El mismo autor continúa: "En la era del
imperialismo, hubo un cambio radical en toda esta estructura. El proceso
de acumulación originaria del capital en las economías previamente no
capitalizadas quedó entonces sometido también a la reproducción del
gran capital occidental. Desde este momento, la exportación de capital de
los países imperialistas, y no el proceso de acumulación originaria de
las clases dirigentes locales, determinó el desarrollo económico de lo
que más tarde vino a llamarse el 'tercer mundo'. Este último se vio
entonces obligado a complementar las necesidades de la producción
capitalista en los países metropolitanos... el proceso de exportación
imperialista de capital sofocó, por consiguiente, el desarrollo económico
del llamado... 'tercer mundo'".10
Es este cambio cualitativo de la estructura de la
acumulación capitalista mundial el que Arrighi y su teoría de los ciclos
niega. Citando a Fernand Braudel - y discutiendo contra una de las
características de la definición clásica del imperialismo, la
emergencia del capital financiero ( cuestión que Lenin toma de Hilferding)
- sostiene que: "Hilferding contempla el mundo del capital como una
serie de posibilidades, dentro de las cuales la variedad financiera, un
resultado muy reciente según él la considera, ha tendido a predominar
sobre las demás, penetrándolas desde adentro. Es una opinión con la que
estaría dispuesto a mostrarme de acuerdo, con la salvedad de que yo
entiendo que la pluralidad del capitalismo se remonta tremendamente hacia
atrás. El capitalismo financiero no era ningún recién nacido a
principios del siglo XX; sostendría incluso que en el pasado, digamos en
Génova o Amsterdam... el capital financiero se hallaba ya en condiciones
de hacerse con el control y de dominar, durante un tiempo al menos, todas
las actividades del mundo empresarial".11 En esta cita se ve cómo el
patrón cíclico de la acumulación capitalista es totalmente equivocado
para comprender los cambios de calidad que se generaron en la estructura
de este modo de producción. Esta yuxtaposición de épocas procede de la
debilidad de los conceptos. ¿Cómo se puede comparar el capital dinero
acumulado por los comerciantes de las ciudades-estado italianas o de
Holanda, que fue utilizado para otorgar empréstitos a las distintas casas
reales de Europa, con el excedente de capital alcanzado (posibilitado por
el desarrollo de la gran industria) en los países centrales al fin del
siglo XIX, producto de que la concentración y centralización del capital
dentro de las fronteras del estado-nación había llegado a un límite?
Este excedente de capitales fue la base de la extensión de las fronteras
geográficas del capital más importante en su historia12 alcanzando todos
los confines del globo. Esta extensión del capital nacional hacia afuera
condujo inevitablemente a una precipitada competencia por los recursos,
los mercados y el control de las rutas del comercio exterior, que son las
bases materiales de la lucha por el reparto del mundo que alcanzó su
punto cúlmine en la Primera Gran Guerra. Esta no fue más que una
manifestación aguda de que el desarrollo alcanzado por las fuerzas
productivas había superado los límites del estado- nación, que el
imperialismo agudiza la contradicción que existe entre el crecimiento de
las fuerzas de producción de la economía mundial y las fronteras que
separan naciones y estados. Manifestación a su vez de la contradicción
entre el aumento cualitativo de la socialización de la producción, como
era el caso de los monopolios que integraban verticalmente bajo un solo
mando distintos segmentos del proceso productivo y la apropiación privada
de la riqueza social. Estas contradicciones estructurales inherentes al
modo de producción capitalista estallaron a principios de siglo XX en
forma abierta, iniciando, de esta manera, una nueva fase del desarrollo
capitalista. Esta nueva fase de declinación y agonía no niega las
contradicciones del modo de producción capitalista pero le agrega leyes
adicionales a su funcionamiento. Arrighi con su teoría de los ciclos no
puede comprender esto. Pero fue Karl Marx quien decía que: "Hay
leyes especiales que gobiernan el origen, la existencia, el desarrollo y
la muerte de un organismo social dado y su reemplazo13"
El nacimiento de esta nueva época había hecho
surgir una novedad: la primera revolución proletaria triunfante, la
Revolución Rusa de 1917. Es que esta extensión del dominio del capital,
creando la poderosa realidad del mercado mundial capitalista, habían
hecho madurar las condiciones objetivas que transformaron cualitativamente
el carácter de la época, planteando la actualidad de la revolución
proletaria. Desde ese entonces, más que nunca, no se puede comprender la
dinámica de la acumulación capitalista sin tomar en cuenta la poderosa
irrupción revolucionaria del proletariado y las masas oprimidas del
mundo. Llegado a este punto es cuando el esquema presentado por Arrighi se
choca con la realidad del "largo siglo XX", siglo que estuvo
caracterizado no sólo en los momentos de "caos sistémico",
utilizando su terminología, sino en los momentos de "expansión
material" (como fue el boom de la posguerra) por una constante lucha
de clases, guerras y revoluciones, que a lo largo del tiempo conmovieron a
los países centrales y, permanentemente y sin solución de continuidad, a
la periferia.
Siguiendo su propio esquema, Arrighi constata, que
"... a lo largo del tiempo los ciclos se han contraído. A medida que
nos movemos desde las etapas iniciales a las posteriores del desarrollo
capitalista, los regímenes sistémicos de acumulación han invertido
menos tiempo en configurarse, desarrollarse y ser sustituidos".14
Esta aceleración del tiempo histórico es una realidad del mundo
contemporáneo. Sin embargo, Arrighi no acierta a comprender la razón
fundamental del acortamiento del tiempo histórico: el poder social
acumulado por el movimiento obrero y las masas, y la insurrección de los
pueblos de las colonias y semicolonias por su liberación. Son estos dos
elementos sustanciales que afectan cualitativamente la dinámica del
dominio capitalista en el siglo que se fue. Es por eso que en este libro,
no es impune dejar de lado, según sus propias palabras "... la lucha
de clases y la polarización de la economía mundo en áreas del centro y
de la periferia, procesos ambos que han desempeñado una función
preeminente en mi concepción original del largo siglo XX". De este
modo, con un enfoque parcial, del cual es conciente, desarticula la unidad
dialéctica entre la economía, las relaciones interestatales y la lucha
de clases, único punto de partida eficaz para una comprensión cabal del
capitalismo contemporáneo, e incluso de la relación entre el poder y el
dinero, objetivo que Arrighi persigue en este libro.
Imperio
En este libro Negri y Hardt, sostienen que la
globalización ha implicado una declinación de la soberanía que
descansaba en el estado-nación y su creciente incapacidad de regular los
intercambios económicos y culturales. "La soberanía del estado-nación
era la piedra angular de los imperialismos que los poderes europeos
construyeron a lo largo de la era moderna. Por 'Imperio', sin embargo,
nosotros comprendemos algo al mismo tiempo diferente del 'imperialismo'.
Las fronteras definidas por el sistema moderno de naciones estados fueron
fundamentales para el colonialismo europeo y su expansión económica: las
fronteras territoriales de la nación delimitaban el centro del poder
sobre el cual el gobierno era ejercido sobre los territorios extranjeros
externos a través de un sistema de canales y barreras que
alternativamente facilitaban u obstruían los flujos de producción y
circulación. El imperialismo fue realmente una extensión de la soberanía
de las naciones estados europeos más allá de sus propias fronteras...
"15 Sin embargo, esto no significa el final de la soberanía, sino
una nueva forma de la misma, compuesta de una nueva serie de organismos
nacionales y supranacionales, unidos bajo una lógica común de gobierno,
esto constituiría lo que ellos llaman Imperio. "En contraste con el
imperialismo, el Imperio no establece ningún centro de poder territorial
y no se apoya en fronteras fijas o barreras. Es un aparato de gobierno
descentrado y desterritorializado que progresivamente incorpora a todo el
reino global dentro de sus abiertas, expansivas fronteras."16 Para
estos autores estas transformaciones en el orden político mundial señalan
un pasaje dentro del modo capitalista de producción. Esto ha significado
una liquidación de las divisiones espaciales de los 'mundos' conocidos en
Yalta, Primero (potencias occidentales), Segundo (URSS y Este Europeo) y
Tercer Mundo (países semicoloniales), ya que es posible encontrar el
Primer Mundo en el Tercero, el Tercero en el Primero y el Segundo ya casi
en ningún lugar. Esto ha sido acompañado por una transformación del
proceso productivo dominante con el resultado de que el rol del trabajo
industrial fabril ha sido reducido y la prioridad ha sido dada al trabajo
comunicativo, cooperativo y afectivo. El resultado es la 'posmodernización'
de la economía global.
Contra los que sitúan la fuente última de
autoridad que gobierna el proceso de globalización y del nuevo orden
mundial en los EEUU, ya sea para glorificarlo como líder mundial y única
superpotencia o los detractores de la nueva opresión imperialista, la
proposición del teórico autonomista y su socio literario sostiene que
"Nuestra hipótesis básica, sin embargo, de que una nueva forma de
soberanía imperialista ha emergido, contradice ambas visiones. Los EEUU
no son, y ciertamente ningún estado-nación puede hoy, formar el centro
de un proyecto imperialista. El imperialismo está acabado. Ninguna nación
será el líder mundial en la manera de que las naciones europeas lo
fueron."17
Antonio Negri y Michael Hardt: la sobrevaloración
de la lucha de clases
Si en el caso de G.Arrighi el rol de la estructura
está sobredimensionado hasta el punto de negar la agencia humana como
motor de las transformaciones sociales, en el caso de Negri y su socio
literario, Hardt, el rol de esta última está sobrevaluado. Así
polemizando contra el primero en el citado libro - "Imperio"-,
plantean que "Lo que nos preocupa más es que en el contexto del
argumento cíclico de Arrighi es imposible reconocer una ruptura en el
sistema, un giro paradigmático, un evento. En cambio, todo siempre debe
retornar, y la historia del capitalismo de esta manera se convierte en un
eterno retorno de lo mismo. Al final, tal análisis cíclico enmascara el
motor del proceso de crisis y reestructuración. Aún a pesar de que
Arrighi ha hecho él mismo un extensivo trabajo de investigación sobre
las condiciones y movimientos de la clase obrera a lo largo del mundo, en
el contexto de su libro, y bajo el peso de su aparato histórico, parece
que la crisis de los '70 fue simplemente parte de los ciclos objetivos e
inevitables de la acumulación capitalista, más que el resultado de un
ataque proletario y anticapitalista tanto en los países dominantes como
los subordinados. La acumulación de estas luchas fue el motor de la
crisis, y ellas determinan los términos y la naturaleza de la
reestructuración capitalista."18
Estamos de acuerdo con Negri en que la oleada de
luchas obreras y populares que atravesó a los países imperialistas, a
los estados obreros burocratizados y a los países semicoloniales desde
fin de los '60 y que abarcó con flujos y reflujos toda la década
siguiente, significó un cambio en la relación de fuerzas favorable al
movimiento de masas, una etapa donde las clases subalternas estuvieron a
la ofensiva frente al imperialismo.
Pero plantear que "La acumulación de estas
luchas fue el motor de la crisis, y ellas determinan los términos y la
naturaleza de la reestructuración capitalista" es ir demasiado
lejos. De esta manera absolutiza la lucha de clases haciendo una
polarización abstracta con Arrighi que abusa de los elementos
estructurales en la elaboración de sus postulados teóricos. Las
contradicciones inherentes del modo de producción capitalista, es decir,
la relación entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las
relaciones de producción, son subvaluadas ya que las crisis son un
producto directo del poder del trabajo.
En un plano más general la agencia y la estructura
están fuertemente entrelazadas y separar cualquiera de estos términos y
darle primacía a uno sobre otro en forma antidialéctica constituye un
craso error. Absolutizar las contradicciones estructurales en el modo de
producción genera una estructura cerrada en la que no hay posibilidad de
transformación revolucionaria mediante la acción humana y por lo tanto
se cae en un patrón cíclico, que es lo que ya hemos criticado en Arrighi
y la escuela del sistema mundo. Pero hacer lo mismo con la lucha de clases
lo lleva a Negri a subvalorar que las contradicciones materiales son el
sustrato sobre el que la lucha de clases actúa, y que su papel como motor
de la historia, se manifiesta cuando las contradicciones estructurales
adquieren un carácter declarado. Son estos los momentos del salto en la
evolución histórica. En otras palabras los procesos sociales juegan un
rol determinante cuando las contradicciones han madurado. Coincidimos en
este sentido con un viejo libro polémico de Perry Anderson cuando decía
que: "...según el materialismo histórico, entre los mecanismos de
cambio social más fundamentales figuran las contradicciones sistemáticas
entre fuerzas y relaciones de producción, y no sólo los conflictos
sociales entre clases originados por relaciones de producción antagónicas.
Las primeras se superponen a los segundos, porque una de las mayores
fuerzas de producción es siempre el trabajo, que a su vez constituye una
clase especificada por las relaciones de producción. Sin embargo, no
coinciden totalmente. Las crisis de los modos de producción no son idénticas
a las confrontaciones entre las clases. Unas y otras pueden fundirse
ocasionalmente. El comienzo de las grandes crisis económicas, tanto bajo
el feudalismo como el capitalismo, generalmente han cogido desprevenidas a
las clases sociales, al derivar de las profundidades estructurales que se
hallan debajo del conflicto directo entre aquellas. Por otro lado, la
resolución de dichas crisis ha sido no pocas veces el resultado de
prolongadas contiendas entre las clases. De hecho, las transformaciones
revolucionarias- de un modo de producción a otro- son por lo general el
terreno privilegiado de la lucha de clases".19
En relación con los años '70, fueron factores económicos
como el aumento de la composición orgánica del capital generado durante
el boom y la consecuente caída de la tasa de ganancia que comenzó a
manifestarse en esos años, factores políticos como la exacerbación de
la competencia interimperialista con el surgimiento de potencias
emergentes como Japón y Alemania, o en otras palabras una maduración de
factores estructurales que permitieron que la irrupción de las clases
explotadas a escala mundial produjeran un trastocamiento del orden mundial
de posguerra y del equilibrio interestatal, económico y de clases que había
permitido el boom y abrieran un periodo de crisis de acumulación del
capital. Esta crisis es expresión de esta combinación de factores y no
una expresión directa del poder del trabajo.
A su vez este poder del trabajo "determina los
términos y la naturaleza de la reestructuración capitalista". Como
dice Negri en su obra: "Las masas rebeladas, sus deseos de liberación,
sus experimentos para construir alternativas, y sus instancias de poder
constituyente estuvieron todos, en sus mejores momentos, dirigidos hacia
la internacionalización y globalización de las relaciones, más allá de
las divisiones del mando nacional, colonial e imperialista. En nuestro
tiempo este deseo puesto en marcha por las multitudes ha sido dirigido (de
un modo extraño y perverso, pero, sin embargo, real) por la construcción
del Imperio. Podemos decir, incluso, que la construcción del Imperio y
sus redes globales es una respuesta a las diversas luchas contra las
modernas máquinas de poder, y, específicamente, a la lucha de clases
conducida por los deseos de liberación de la multitud. La multitud llamó
al Imperio".20
Es indudable que el ascenso de masas de los años
'70, contra los dos pilares del orden de posguerra tendió a romper la
división del mundo en tres áreas (países metropolitanos, "la
segunda periferia" o los estados obreros deformados y degenerados, y
países semicoloniales o el llamado "tercer mundo") que adquirió
por el peso de los aparatos contrarrevolucionarios (socialdemócratas,
stalinistas y nacionalistas burgueses) la forma de la lucha de clases
durante ese período histórico. La lucha de las masas vietnamitas y el
movimiento de solidaridad que se desarrolló en los países centrales, que
paralizó la maquinaria militar del imperialismo norteamericano, fue la
muestra más elocuente de esto. Es innegable que esta oleada de las masas
impulsó al capital a buscar una respuesta que socavara las bases del
poder del trabajo que más tarde concretaría en la ofensiva neoliberal y
la llamada globalización que la acompaña. Pero plantear que los "términos
y la naturaleza de la reestructuración capitalista" fueron un
resultado directo de esta acumulación de luchas sin tomar en cuenta el
resultado concreto de estos combates es hacer una glorificación de la
lucha de clases en sí. Los momentos de la acumulación capitalista están
determinados por las distintas etapas y los correspondientes cambios en la
relación de fuerzas entre las clases. Durante el "ensayo
general" del '68, pese a la gran intervención de la clase obrera
industrial y pese a lo extendido del ascenso, el proletariado no logró
resolver la crisis de dirección revolucionaria que arrastraba desde hacía
décadas y obtener victorias decisivas sobre el imperialismo. Al no
hacerlo permitió la recuperación de las filas imperialistas y permitió
el posterior desarrollo de la ofensiva neoliberal. Estas políticas se
consolidaron a partir de comienzos de los años '80 pero fueron preparadas
por la contrarrevolución brejneviana que aplastó la Primavera de Praga
del '68 y los acontecimientos polacos de una década más tarde, el rol de
los PC y la socialdemocracia en el desvío de los ascensos tanto en
Francia como en Italia como las luchas antidictatoriales en Portugal y
España, así como la responsabilidad de los partidos comunistas en el
aplastamiento a sangre y fuego del ascenso revolucionario del Cono Sur de
Latinoamérica.
Sobre esta relación de fuerzas es que se fueron
imponiendo los mecanismos endógenos de la acumulación capitalista tales
como la necesidad de contrarrestar la tendencia a la caída de las
ganancias buscando nuevas áreas de materias primas baratas, zonas de mano
de obra barata y nuevos mercados, la incesante búsqueda de los monopolios
de ganancias extraordinarias y la constante revolución tecnológica que
ello requiere, la enorme oleada de fusiones y adquisiciones como forma de
restringir los mecanismos de la competencia.
Ambos elementos, el desvío y la derrota de la
"acumulación de luchas" de los años 70 y la respuesta
imperialista a la crisis de acumulación, fueron los que dictaron los términos
de la reestructuración capitalista, y no sólo el primer elemento,
haciendo abstracción del resultado concreto del combate de clases.
Una teoría ultrasubjetivista de un sujeto
misterioso y fantasmal
La subvaloración de las contradicciones
estructurales inherentes al modo de producción capitalista y la
sobrevaloración del sujeto, se manifiestan en el nuevo esquema teórico
que estos autores proponen para definir al "Imperio", como nueva
fase del capitalismo que deja atrás al imperialismo. Estableciendo una
ruptura en la unidad dialéctica entre las relaciones de producción y la
lucha de clases, plantean una recreación del materialismo que se define
por la exorbitancia del sujeto, una teoría subjetivista donde la
estructura no pone límites, no condiciona a la agencia humana, más aún
la primera es una mera consecuencia de su acción. Esto es lo puede verse
claramente en la afirmación del filosofo italiano y su compañero
literario, cuando dicen que: "Las teorías de los pasajes hacia y
dentro del imperialismo que privilegian la crítica pura de la dinámica
del capital corren el riesgo de subestimar el poder del motor realmente
eficiente que conduce el desarrollo capitalista desde su núcleo más
profundo: Los movimientos y luchas del proletariado... La historia posee
una lógica sólo cuando la subjetividad la dirige, sólo cuando (como decía
Nietzche) la emergencia de la subjetividad reconfigura causas eficientes y
causas finales en el desarrollo de la historia. El poder del proletariado
consiste precisamente en esto ... Los viejos análisis del imperialismo no
serán suficientes ahora porque finalizan deteniéndose ante el desafío
del análisis de la subjetividad, concentrándose en las contradicciones
del propio desarrollo del capital. Necesitamos identificar un esquema teórico
que instale la subjetividad de los movimientos sociales del proletariado
en el centro del escenario de los procesos de globalización y constitución
del orden mundial".21 El balance entre el rol jugado por las
contradicciones estructurales y la agencia humana conciente, de resolver
las crisis orgánicas, ha cambiado del primero al segundo en el curso de
los siglos en los cuales se desarrolla la historia de la humanidad. En la
época de la revolución proletaria este factor, el subjetivo, adquiere un
peso decisivo. Es que la transformación que implica la revolución
socialista constituye el paso más consciente que la humanidad jamás se
haya propuesto. La transición del feudalismo al capitalismo, si se
quiere, ocupa un lugar intermedio (en el sentido que el control de los
medios de producción es previo a la toma del poder político por parte de
la burguesía.) comparado con la caída del Imperio Romano y la Revolución
Rusa. Sin embargo, a pesar del importante rol de la subjetividad, y su máxima
expresión: la organización de las masas en soviets como órganos de
poder y dirigidas por un partido revolucionario, los resultados de las
transformaciones no pueden interpretarse dándole un valor absoluto a la
subjetividad como reconfigurador del mundo. Esta es la visión que tenían
los bolcheviques de sí mismos como: "... uno de los factores históricos,
su factor 'consciente', factor muy importante pero no decisivo. Nunca
hemos pecado de subjetivismo histórico. Veíamos el factor decisivo, -
sobre la base dada por las fuerzas productivas -, en la lucha de clases,
no sólo en escala nacional sino también internacional".22
En este subjetivismo histórico caen Negri y Hardt
cuando afirman que: "La historia posee una lógica sólo cuando la
subjetividad la dirige, cuando la subjetividad reconfigura causas
eficientes y causas finales en el desarrollo de la historia". Sin
embargo, su subjetivismo es de un tipo distinto al que alude la cita de
Trotsky a la que hacemos referencia más arriba. No es un subjetivismo del
partido revolucionario. Ni tampoco un subjetivismo que se deriva de la
maduración o aprendizaje revolucionario de la clase obrera, o sea, del
proceso de constitución de clase en sí en clase para sí, de la
conquista de la independencia política de ésta frente a la burguesía
que sólo puede realizarse a través de la experiencia de la propia clase
y su relación con un partido revolucionario. No es este el caso de Negri
y Hardt para los cuales la constitución del sujeto no depende de esta
conquista sino que sus condiciones para la liberación están siempre
dadas.
Construyendo una lógica de un sujeto irreal
("la multitud"), que no tiene correspondencia con un sujeto
determinable empíricamente, disuelven la posición objetiva que ocupan en
el modo de producción capitalista las distintas clases sociales
subalternas, en particular la centralidad del proletariado como sujeto
social de la revolución socialista. Este sujeto fantasmal que construyen,
omnipresente y pura potencia, no necesita de programas, de estrategia y táctica
y menos que menos de un partido revolucionario para acometer su misión
histórica.
De ahí que cuando los autores de
"Imperio" se enfrentan con la situación de comienzos de los '80
y la mayor parte de los '90, donde se consolida el auge neoliberal, donde
el sujeto real se encuentra fragmentado y en retirada, lejos de las
"llamas constituyentes" de los años '70 su matriz teórica se
vuelva absolutamente incapaz de explicar la realidad. Esto último puede
verse en sus consideraciones sobre por qué EE.UU. pudo continuar su
hegemonía durante la crisis. Así plantean que: "la respuesta
subyace en gran parte, tal vez paradójicamente, no en el genio de los políticos
o capitalistas norteamericanos, sino en el poder y la creatividad del
proletariado de EE.UU. ...en los términos del cambio de paradigma del
comando capitalista internacional, el proletariado de EE.UU. aparece como
la figura más subjetiva que expresa más acabadamente los deseos y
necesidades de los trabajadores internacionales o multinacionales. En
contra del lugar común que afirma que el proletariado norteamericano es débil
por su baja representación partidaria y sindical respecto de Europa y
otros lugares, tal vez deberíamos verlo fuerte por esos mismos motivos.
El poder de la clase trabajadora reside no en sus instituciones
representativas sino en el antagonismo y autonomía de los propios
trabajadores... Para comprender la continuación de la hegemonía
norteamericana, entonces, no es suficiente citar las relaciones de fuerza
que el capitalismo de los Estados Unidos mantiene sobre los capitalistas
de otros países. La hegemonía de Estados Unidos está realmente
sostenida por el poder antagónico del proletariado de Estados
Unidos." 23
Esta última cita es realmente sorprendente. Si hay algún
lugar en los últimos veinte años donde la burguesía pudo resolver a su
favor los límites que el poder del trabajo imponían a su acumulación,
este lugar fue, precisamente, EE.UU. Durante la ofensiva reaganiana,
continuada más tarde en los años '90, los trabajadores norteamericanos
sufrieron un enorme retroceso a través de una combinación de derrotas y
el temor frente a la recesión como fue el caso de la crisis de los años
79/82 que implicó un aumento descomunal de la desocupación. El resultado
de esto fue una enorme pérdida de conquistas, un brutal retroceso
salarial, el aumento desmedido de la jornada de trabajo, elementos todos
que permitieron un aumento significativo de la tasa de explotación y de
la recuperación de las ganancias, cuestión que explica -junto a la
ubicación privilegiada de esta potencia en el sistema financiero
internacional- la fortaleza relativa de EE.UU. frente a sus competidores y
las bases de la continuidad de su hegemonía. Sin embargo, en el análisis
que nos proponen Negri y Hardt esta realidad material es reemplazada por
el análisis subjetivista. Así la relación de fuerzas objetiva entre las
clases es reemplazada por los "deseos" de los trabajadores. En
cuanto al plano sindical y político, es cierto que la representación
sindical y partidaria de los trabajadores europeos tiene un carácter
reformista o ha sido cooptada por la burguesía. Pero celebrar la
debilidad de la organización sindical y la ausencia de la más mínima
representación de clase en el sistema político bipartidista
norteamericano como una muestra de fortaleza es un sin sentido. El bajo
nivel organizacional de la clase obrera norteamericana es un resultado de
la feroz oposición de la burguesía norteamericana al más mínimo
derecho de organización de los trabajadores por un lado, y al atraso político
y conservador de la clase obrera que se derivan de la posición dominante
de EE.UU. por el otro.
Como vemos, el autonomismo y su método de análisis
ultrasubjetivista, cuyo orígen histórico hay que buscar en la inmediata
euforia de las luchas sesentistas y setentistas combinada con el
(justificado) disgusto de muchos intelectuales de la izquierda marxista
con el estructuralismo y el antihumanismo de Althusser, es totalmente
incapaz de comprender el presente.
Un nuevo "ultraimperialismo"
De este nuevo esquema teórico se deduce la
constitución del Imperio "como un orden global, una nueva lógica y
estructura de gobierno, en breve una nueva forma de soberanía que acompaña
a los mercados mundiales y al circuito mundial de la producción" -
según palabras de los autores. Llevando su lógica subjetivista hasta el
final disuelven en este "orden global" la competencia
capitalista y la lucha por la supremacía mundial de los diversos estados
capitalistas que bajo nuevas formas complejas siguen caracterizando a la
fase imperialista.
Kautsky, a comienzos del siglo XX, analizando la
primera "ola de globalización", preveía un debilitamiento
progresivo de las contradicciones imperialistas que debían conducir al
"ultraimperialismo". En este modelo, la fusión internacional
del capital ha avanzado tanto que los distintos intereses económicos
entre los propietarios internacionales del capital desaparecen. En
"Der Imperialismus" aparecido en Die Neue Zeit, el 11 de
septiembre de 1914 sostenía: "Así, desde el punto de vista
puramente económico no es imposible que el capitalismo sobreviva aún
otra fase, la cartelización en política exterior: una fase del
ultraimperialismo, contra la cual debemos, desde luego, luchar tan enérgicamente
como lo hacemos contra el imperialismo, pero cuyos peligros yacen en otra
dirección, no en la carrera armamentística y la amenaza a la paz
mundial."24 Lenin no negaba la posibilidad de una mayor concentración
y centralización internacional del capital. Afirmaba que la tendencia
"lógica" a largo plazo llevaba al establecimiento de un único
consorcio mundial. Pero planteaba que antes que esta conclusión 'lógica'
se consumara el capitalismo estallaría como consecuencia de la exacerbación
de sus contradicciones internas y de la lucha revolucionaria del
proletariado y de los pueblos oprimidos del mundo. En el prólogo al libro
de Bujarin "El imperialismo y la economía mundial" decía:
"No hay duda de que el desarrollo marcha en dirección a un único
trust mundial, que devorará todas las empresas y todos los estados sin
excepción. Pero por otra parte, el desarrollo marcha en tales
circunstancias, con tal ritmo, con tales contradicciones, conflictos y
conmociones- no sólo económicas, sino también políticas, nacionales,
etc., etc.-, que inexorablemente, antes de que se llegue a un único trust
mundial, a la unión mundial 'ultraimperialista' - de los capitales
financieros nacionales, será inevitable que estalle el imperialismo y el
capitalismo se convierta en su contrario." 25
La clave de la política de Lenin era la perspectiva
revolucionaria, pero esta no se desprendía de un acto meramente
voluntarista sino de un análisis objetivo de las contradicciones que había
alcanzado el desarrollo capitalista. Esto último lo separaba de Kautsky y
su "deseo profundamente reaccionario de calmar las
contradicciones" ( según sus propias palabras) de lo que se
derivaban sus conclusiones profundamente pacifistas.
Negri y Hardt quieren emular la política
revolucionaria de Lenin y su lucha por la revolución internacional, como
dicen ellos: "hay una alternativa implícita en el trabajo de Lenin:
o revolución comunista internacional o Imperio". Pero le quitan a
esta alternativa toda base objetiva para su realización. Si Kautsky, por
la vía del economicismo, llega a la teoría del "ultramperialismo"
y su negación de las contradicciones, Negri y Hardt por la vía del
sujeto llegan al mismo resultado aunque sin compartir explícitamente las
conclusiones reformistas del primero. Esto puede verse en la siguiente
afirmación: "Los análisis del Estado y del mercado mundial también
se vuelven posibles en el Imperio por otra razón: porque en este punto
del desarrollo la lucha de clases actúa sin límites en la organización
del poder. Habiendo alcanzado el nivel mundial, el desarrollo capitalista
se enfrenta directamente con la multitud, sin mediaciones. Por ello la
dialéctica, o, en realidad la ciencia del límite y su organización, se
evapora. La lucha de clases, empujando al Estado-nación hacia su abolición
y avanzando más allá de las barreras alzadas por él, propone la
constitución del Imperio como el lugar del análisis y el conflicto. Sin
esa barrera, entonces, la situación de lucha es completamente abierta. El
capital y el trabajo se oponen de un modo directamente antagónico. Esta
es la condición fundamental de toda teoría política del comunismo"
26
Esta negación de la dialéctica tiene enormes
consecuencias. Aquí su esquema de la realidad mundial se torna
completamente abstracto. Es cierto que la internacionalización de las
fuerzas productivas y la consecuente internacionalización del capital y
con esto las bases objetivas para la internacionalización de la lucha de
clases han avanzado en forma pronunciada desde los últimos cien años
comparados con el momento en que Lenin escribió su famoso folleto sobre
el imperialismo. La necesidad del internacionalismo proletario que se
deriva de estas bases objetivas es hoy más necesaria que nunca. De ahí
que compartamos sus criticas a las perspectivas
"tercermundistas", que es uno de los puntos fuertes del nuevo
camino que proponen.27
Pero los autores de "Imperio" confunden
una tendencia con la realidad presente del capitalismo transformando la
tendencia a la internacionalización del capital en un absoluto, mediante
el cual, su esquema de interpretación de la realidad se transforma en una
abstracción que liquida toda mediación. De esta manera, cometen el mismo
error metodológico que Lenin criticaba en Kautsky, aunque a diferencia de
este, transforman al "ultraimperialismo" no ya en una
posibilidad (en un "sueño" al decir del dirigente bolchevique)
sino en una realidad presente. Como decía Lenin: "En este anhelo de
volver la espalda a la realidad del imperialismo y de evadirse en un sueño
con un "ultraimperialismo" que no se sabe si es o no realizable,
no existe ni un ápice de marxismo. Dentro de esta estructura se acepta el
marxismo para esta 'nueva fase del capitalismo' cuyas posibilidades de
realización no son garantizadas ni siquiera por su propio inventor, pero
en cambio para la fase actual, ya existente, en lugar de marxismo nos
sirven un deseo pequeño burgués, profundamente reaccionario de embotar
las contradicciones." 28
La operación lógica de Negri y Hardt, emparentada
con su rechazo a la dialéctica, no permite ver la actual estructuración
del sistema mundial y las contradicciones que se derivan de ésta, es
decir, las distintas jerarquías de países dentro de la economía-mundo
capitalista tanto en el centro como en la periferia, la lucha por la
hegemonía entre las distintas potencias centrales, la distinción del
mundo entre países opresores y oprimidos y la articulación concreta de
la lucha de la clase obrera y los sectores populares de estos últimos con
las masas de los países metropolitanos y por lo tanto la necesidad de
dotarse de una estrategia y táctica revolucionaria. La consecuencia de
esto es un ataque a la teoría leninista del partido revolucionario ya que
la necesidad no es atacar el "eslabón débil" de la cadena
imperialista, sino que "el centro virtual" del Imperio puede ser
atacado desde cualquier punto, tal como dicen a continuación. De ahí que
"Desde el punto de vista de la tradición revolucionaria, uno puede
objetar que todos los éxitos tácticos de las acciones revolucionarias de
los siglos diecinueve y veinte se caracterizaron precisamente por su
capacidad para destruir el eslabón más débil de la cadena imperialista,
que ese es el ABC de la dialéctica revolucionaria y que hoy día la
situación no pareciera ser muy promisoria... enfrentados como estamos a
una serie de movimientos sociales intensamente subversivos que atacan los
más altos niveles de la organización imperial, ya no sea útil insistir
en la vieja distinción entre estrategia y táctica. En la constitución
del Imperio ya no hay un "afuera" del poder y, por ello, ya no
hay eslabones débiles - si por eslabones débiles queremos decir un punto
externo en el cual las articulaciones del poder global son vulnerables.
Para lograr importancia, cada lucha debe atacar al corazón del Imperio, a
su fortaleza. Este hecho, sin embargo, no prioriza ninguna región geográfica,
como si sólo los movimientos sociales de Washington, Ginebra o Tokio
pudieran atacar al corazón del Imperio. Por el contrario, la construcción
del Imperio, y la globalización de las relaciones económicas y
culturales, significan que el centro virtual del Imperio puede ser atacado
desde cualquier punto." 29
Es cierto que la mayor internacionalización del
capital ha achicado las distancias entre el centro y la periferia y que
los acontecimientos de esta última impactan en mayor medida que en el
pasado en el corazón de los países centrales. Pero a pesar de esto, el
hecho visible hasta para cualquier observador sensato de la diferente
vulnerabilidad de EE.UU o Indonesia, por poner un caso extremo, muestra la
validez del concepto "leninista" del eslabón más débil como
el articulador de una teoría de la revolución mundial, como un proceso
concreto que surge de las contradicciones internas del capitalismo
mundial.
Una extraña coincidencia
Ya hemos planteado como el "subjetivismo teórico"
de Negri y Hardt hace una polarización abstracta con las posiciones del
"estructuralismo teórico" de la escuela de sistema mundial y
sus patrones cíclicos en la evolución histórica del capitalismo. Pero
sorprendentemente y a pesar de esta diferencia metodológica, Arrighi, en
su "Largo siglo XX" arriba al comienzo del siglo XXI a una
configuración de la organización del sistema mundial que no difiere
sustancialmente del "Imperio" como orden mundial de la
"globalización". Así plantea "El moderno sistema
interestatal ha adquirido, por consiguiente, su actual dimensión global
mediante hegemonías sucesivas de alcance cada vez más mayor que han
reducido en consecuencia la exclusividad de los derechos de soberanía
realmente disfrutados por sus estados miembros. Si este proceso
continuase, nada excepto un verdadero gobierno mundial tal y como lo
contemplaba Roosevelt, satisfaría la condición de que la próxima
hegemonía mundial tuviera un alcance territorial y funcional mayor que la
precedente... ¿Ha alcanzado el mundo occidental bajo la hegemonía
estadounidense un grado de poder mundial tal que se halla a punto de poner
fin a la historia capitalista tal y como se ha concretizado en el sistema
de expansión del moderno sistema interestatal?... el anverso de este
proceso de formación de un gobierno mundial es la crisis de los estados
territoriales como instrumentos eficaces de dominio."30. Y más
adelante en la conclusión y tomando en cuenta el hecho de que Japón
controla la liquidez mundial pero permanece indefenso en el terreno
militar, a diferencia de los EE.UU. que conservan un cuasi monopolio del
uso de la violencia se plantea que: "Esta configuración peculiar del
poder mundial parece adecuarse excelentemente para formar otra de aquellas
'alianzas memorables' entre el poder de las armas y el poder del dinero
quien ha impulsado espacio-temporalmente a la economía mundo capitalista
desde finales del siglo XV. Todas estas 'alianzas memorables', excepto la
primera, la íbero-genovesa, fueron alianzas entre grupos gubernamentales
y grupos empresariales que pertenecían al mismo Estado: las Provincias
Unidas, el Reino Unido, los Estados Unidos..."31
¿Qué diferencia hay entre estas posiciones y la
conformación de un "ultraimperialismo" que hemos criticado en
Negri? Ambas posiciones se oponen a la caracterización de la fase
imperialista desarrollada por Lenin. Es cierto que a principios del siglo
XX la concentración internacional del capital " no tomó la forma de
una centralización internacional sino que lanzó a los monopolios
imperialistas nacionales a luchar entre sí como antagonistas en el
mercado internacional de mercancías, materias primas y capitales."32
La formación de monopolios estrechamente ligados a su propio estado
pugnaron por el control militar y político de amplias zonas geográficas
lo que sentó las bases para la lucha despiadada por el reparto del mundo,
a veces por medios pacíficos (aranceles, proteccionismo, etc.) y, cuando
las contradicciones estallaron, en forma de conflagración imperialista.
Desde ese entonces la centralización internacional
del capital ha avanzado en forma pronunciada. Después de la posguerra la
expansión de las multinacionales norteamericanas fue la primera gran
oleada. La segunda oleada se produjo después de la apertura de la crisis
de acumulación de capital de los años '70 ya no sólo limitada a las
firmas norteamericanas sino a los dos polos de la tríada imperialista:
Alemania y Japón. Si el monopolio era una de las características
principales en la fórmula de Lenin, su grado ha avanzado
significativamente como muestra la creciente transnacionalización de las
corporaciones imperialistas. La oleada de fusiones y adquisiciones, cuya
escala abarca capitales cada vez más vastos, apunta a quedarse con parte
de los mercados de grupos o firmas fusionadas.
El crecimiento de estas corporaciones
transnacionales y de las transacciones que se desarrollan dentro de su perímetro
y entre las mismas ha significado una mayor integración de la economía
mundial. En otras palabras este proceso es la forma en que el capital
intenta resolver la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas
productivas y los límites del estado nacional. Sin embargo, utilizando la
visión de Marx con respecto al crédito este proceso ha significado
"una abolición del modo capitalista de producción dentro del modo
capitalista mismo", es decir, agravando sus contradicciones a un
nivel superior. Esto no ha significado una desaparición del estado sino
un cambio de sus funciones económicas; orientado cada vez más a
garantizar la reproducción de sus propios grupos transnacionalizados como
se demuestra el rol que juega en la firma de tratados comerciales, en la
regulación de la competencia de los grupos rivales en las áreas de su
dominio, en la promoción de medidas que alienten un crecimiento en la
escala de sus grandes grupos, en las negociaciones en los distintos
organismos multilaterales como la Organización Mundial del Comercio,
donde los distintos estados tratan de defender a sus grupos de interés.
Todo esto plantea que la realidad de la economía mundial no puede
comprenderse sin tomar en cuenta estos dos aspectos de la realidad entre
el nivel de las fuerzas productivas y la supervivencia del estado-nación
como una de las principales contradicciones del capitalismo actual. En el
mismo sentido la introducción de nuevas tecnologías no ha hecho más que
agudizar esta dicotomía. Así el editor en jefe de la revista Foreign
Policy en un artículo titulado "Nueva economía, vieja política"
plantea que: " Esta realidad presenta a las compañías de la nueva
economía con una paradoja poco confortable: ... las compañías de
tecnología favorecen la velocidad, la descentralización, el
individualismo, y la indiferencia por la geografía, las fronteras y la
soberanía. El multilateralismo involucra un proceso de decisión lento,
objetivos no claros y una hipersensibilidad sobre cualquier erosión real
o simbólica de la soberanía nacional."33 La visión de una
corporación "sin estado", no tiene asidero en la realidad.
Dialéctica del siglo XX
El siglo XX ha sido, tomando una frase prestada del
libro de Eric Hobsbawn, la "época de los extremos". El crac del
'29 y las dos guerras mundiales mostraron el carácter convulsivo y
violento que alcanzaron las contradicciones inherentes al desarrollo del
capitalismo. A su vez la época revolucionaria abierta a partir del
triunfo de la Revolución Rusa mostró la enorme fuerza social y la
maduración del proletariado como sujeto transformador de la realidad
mundial. De ahí la tendencia a unilateralizar cualquiera de estos dos
aspectos ya sea las tendencias estructurales, ya sea las tendencias de la
lucha de clases en el análisis de la dinámica real del desarrollo
capitalista. Tomar uno de estos aspectos separando la relación dialéctica
entre ellos y darle un valor sin límites impide una comprensión científica
de la realidad.
Es aquí donde la dialéctica materialista muestra
su superioridad. En ese sentido el concepto de Trotsky de "equilibrio
capitalista", permite analizar en forma dinámica la totalidad del
sistema mundial, al respecto señalaba que "el equilibrio capitalista
es un fenómeno complicado; el régimen capitalista construye ese
equilibro, lo rompe, lo reconstruye y lo rompe otra vez, ensanchando, de
paso, los límites de su dominio. En la esfera económica estas constantes
rupturas y restauraciones del equilibrio toman la forma de crisis y booms.
En la esfera de las relaciones entre clases, la ruptura del equilibrio
consiste en huelgas, en lock outs, en lucha revolucionaria. En la esfera
de las relaciones entre estados, la ruptura del equilibrio es la guerra, o
bien más solapadamente, la guerra de tarifas aduaneras, la guerra económica
o bloqueo. El capitalismo posee entonces un equilibrio dinámico, el cual
está siempre en proceso de ruptura permanente."34
Es este método el que le permite definir que el
estallido de la Primera Guerra Mundial, manifestación de la contradicción
entre el desarrollo de las fuerzas productivas y su constreñimiento en
las relaciones de producción capitalistas y en las fronteras del estado
nacional, significaron una ruptura de las bases del equilibrio capitalista
y la consiguiente apertura de una época revolucionaria.35 En esta época
se agudiza la interacción entre el elemento objetivo y subjetivo,
convirtiéndose en ciertos momentos difíciles de distinguirlos en la
operación de la economía. Tal es así que luego de la completa
desarticulación del comercio mundial después del crac del '29 y la
entrada de la economía mundial en una década de depresión y
estancamiento y luego del fracaso de los procesos revolucionarios que se
desarrollaron en los años treinta por la traición del stalinismo y la
socialdemocracia, y por la responsabilidad histórica que le cupo a ambos
por el ascenso del nazismo, Trotsky podría decir que "la crisis de
la humanidad es la crisis de su dirección revolucionaria". Era el
atraso de la revolución proletaria -no como consecuencia de la falta de
heroísmo y combatividad del proletariado sino como producto de su
elemento más subjetivo: el carácter contrarrevolucionario de su dirección-
lo que explicaba la sobrevida del capitalismo en descomposición.
En otras palabras no se produjo el derrocamiento
revolucionario del capitalismo ya que el "absceso oportunista",
tal como definía Lenin a la socialdemocracia, fue infinitamente más
fuerte y sobre todo con el stalinismo tomó formas completamente
impensables como las que se verían luego de la Segunda Guerra Mundial, en
donde este último pasó a jugar el rol de garante del statu quo mundial,
conocido como "orden de Yalta".
Así, la derrota del fascismo a manos de la Rusia
soviética represtigió al stalinismo, que utilizó su fuerza renovada
para liquidar la revolución europea y pactar con EE.UU. un nuevo statu
quo mundial. Se dio así la contradictoria situación de que la fortaleza
del estado obrero degenerado ruso fue utilizada para consolidar la hegemonía
norteamericana, bajo la que se asentó el boom económico.
El "desarrollo parcial" de fuerzas
productivas en los países capitalistas avanzados no puede explicarse sin
dar cuenta de los factores extraeconómicos que permitieron su emergencia:
el desvío de la revolución europea garantizada por el stalinismo (con el
desplazamiento de la revolución proletaria al mundo colonial y
semicolonial), la destrucción previa de fuerzas productivas ocurrida en
la guerra, el debilitamiento extremo de los imperialismos competidores a
EE.UU. (que le dieron un liderazgo indiscutido por décadas en el campo
imperialista) y los bajos niveles salariales previos producto del
fascismo. Tampoco hubiese podido sostenerse sin el incremento cualitativo
de la acción política y económica de los estados imperialistas (que
introdujeron reformas sociales y fortalecieron los mecanismos de cooptación
de las burocracias obreras por el temor a la revolución), los mecanismos
de inflación monetaria permanente y la inflación del crédito; y el rol
jugado por la industria armamentista como "mercado de reemplazo"
frente a la sobrecapitalización de los monopolios. El mismo
"compromiso" de Yalta expresó el resultado contradictorio de la
guerra, ya que fue a cambio de resignarse ante nuevas conquistas del
movimiento de masas (nuevos estados obreros deformados en
"oriente" y conquistas sociales en "occidente") y a la
cooptación de las burocracias obreras (stalinistas y socialdemócratas)
como garantes del orden mundial que se logró imponer un orden de dominio
imperialista.
Sin embargo, el desarrollo parcial de las fuerzas
productivas ocurrido en las metrópolis imperialistas durante el "boom"
(el crecimiento de la productividad del trabajo fue más intenso en los
'50 y '60 en los principales países imperialistas que en cualquier período
previo) no alteró el carácter general de la época de "crisis,
guerras y revoluciones". Así, con estas particularidades el nuevo
"equilibrio" sellado en gran parte en los acuerdos de Yalta y
Potsdam tampoco pudo evitar que el capitalismo imperialista perdiera como
su campo de acción la tercera parte del planeta entre los años 1948/49,
lo que en última instancia expresaba tanto el hecho de que la URSS había
sobrevivido como que el capitalismo (falto de fuerzas internas propias),
se había visto obligado a negociar con la dirección stalinista de la Unión
Soviética. Con estas particularidades y estos límites, un nuevo
equilibrio capitalista fue establecido y, aunque con varias décadas de
atraso en relación con la previsión de Trotsky, la economía
norteamericana logró un nuevo gran impulso a través de la reconstrucción
de la Europa desvastada. Por otra parte y en contraste con la expansión
capitalista del siglo XIX, el proletariado en la segunda posguerra estaba
ya desarrollado en el mundo colonial y semicolonial, en el que se vivieron
múltiples convulsiones revolucionarias (y contrarrevolucionarias) que
acecharon constantemente la relativa estabilidad en los centros
imperialistas, siendo nuevamente clave el papel del stalinismo para
impedir la ruptura del statu quo. El boom de la segunda posguerra, en este
contexto, lejos estuvo de probar la fortaleza orgánica del capitalismo.
Necesitó no sólo de dos guerras mundiales de destrucción masiva sino
del pacto establecido con el stalinismo que fue condición del nuevo
equilibrio logrado.
El capitalismo de las ultimas décadas
La respuesta del capital a la crisis de acumulación
de los años '70, década durante la cual se desarrolló un debilitamiento
acelerado de las bases de la hegemonía norteamericana, no responde ni a
un patrón cíclico de la acumulación del capital ni constituye una nueva
fase de desarrollo capitalista. La ofensiva neoliberal y la así llamada
globalización fue la forma particular que adquirió la contraofensiva
norteamericana, que condicionada por la crisis de legitimidad de su poder
mundial luego del fracaso en Vietnam, utilizó a su favor las ventajas de
controlar el sistema financiero internacional.
El primer elemento, esto es la debilidad del poder
norteamericano o más precisamente su falta de legitimidad como garante
del orden mundial tanto en el plano interno como en el exterior, lo llevó
a cambiar las formas de sus intervenciones para aminorar los costos de su
dominio. La política de "derechos humanos", la promoción de
las ONGs36, la transformación del así llamado derecho de intervención
detrás de principios morales y jurídicos y la prosecución de
"guerras justas" fue el contenido que adquirió su política
exterior, desde una posición defensiva en los años '70 hacia una política
cada vez más ofensiva en los años posteriores, y que tuvo su éxito más
resonante con la ideología del triunfo de la "democracia y el
mercado" luego de la debacle de los países llamados socialistas. En
los años '90 esta ideología se fortaleció con la intervención a Iraq,
legitimada por la ONU y apoyada por una amplia coalición y en la guerra
de la OTAN en Kosovo, donde la intervención imperialista fue enmascarada
bajo un ropaje "humanitario" y en "socorro de las masas
oprimidas"37 Sin embargo, esta "nuevo modelo de autoridad
imperial" no responde al nuevo orden político de la globalización
como plantea Negri y Hardt sino a las constricciones del poderío
americano como consecuencias de las heridas aún no cerradas del síndrome
de Vietnam y de la ausencia de un discurso legitimador eficaz de su política
intervencionista como antes fue la amenaza ante el gulag stalinista.
El segundo y fundamental elemento, que le dio forma
a la ofensiva neoliberal y a la globalización fue, repetimos, la ubicación
privilegiada de los EE.UU. en el sistema financiero internacional.
En ese sentido viene a colación un reportaje
concedido por Trotsky al New York Times en el medio de la depresión
abierta por el crac del '29. Ante la pregunta de ¿cómo ve la posición
de EE.UU. en la actual situación mundial?, Trotsky respondía que preveía
un dominio cada vez más pronunciado del capitalismo norteamericano sobre
el capitalismo europeo y agregaba: "Sin embargo, este crecimiento
inevitable de la hegemonía mundial de los EE.UU. desarrollará
ulteriormente profundas contradicciones en la economía y la política de
la gran república norteamericana. Al imponer la dictadura del dólar al
mundo entero, la clase dominante norteamericana introducirá las
contradicciones del mundo entero en su propia dominación."38 Hoy
esta afirmación conserva una importancia metodológica fundamental. Es
que desde los EE.UU. han partido los intentos de alcanzar un nuevo
equilibrio una vez trastocadas las bases del orden que permitió el boom
de la posguerra. Al mismo tiempo de manera complementaria y contradictoria
también se dirigen hacia él los principales factores de inestabilidad
que atraviesan la economía mundial desde la década del '70. Esto es así
en el plano de las relaciones internacionales. El sistema monetario
internacional establecido en Breton Woods fue siempre condicionado y
parcialmente implementado y a pesar de que en sus inicios los EE.UU.
aceptaron la disciplina sobre su política del dólar a través de su
ligazón con el oro, cuando esta ligazón fue percibida por el gobierno de
Nixon como contraria a los intereses de EE.UU. fue simplemente dejada de
lado. Esto le permitió escapar de las restricciones de la balanza de
pagos y darle una mayor capacidad de maniobra en el intercambio con otras
monedas, pero al costo de aumentar las fragilidades del sistema monetario
internacional.
Lo mismo puede decirse con respecto al sistema
financiero internacional y la política norteamericana de liquidar el
control estatal de capitales, también especificado en Breton Woods,
impulsando la desregulación y poniendo los flujos financieros
internacionales en las manos de operadores financieros privados y de los
mercados transformando nuevamente a New York en el principal centro
financiero internacional a principios de los años '80. Otro ejemplo de
esta "dictadura del dólar" sobre el mundo entero es la
ratificación en la década pasada del Tratado de la Organización Mundial
de Comercio (OMC) donde explícitamente la aceptación norteamericana de
su jurisdicción está condicionada a que la OMC sea "justa"
para los intereses norteamericanos.
En la década del '90 estas posiciones fueron
reforzadas como consecuencia de la debacle de la URSS, dejando a EE.UU.
con una supremacía militar indiscutible. Sin embargo, es la ubicación
privilegiada en el plano financiero la que le ha permitido retomar su
posición de liderazgo durante la década pasada, utilizándola para
condicionar significativamente la capacidad de otros centros imperiales de
manejar sus cuestiones internas autónomamente.39
En esta última cuestión estriba la diferencia
entre las bases de la hegemonía británica en el siglo XIX comparada con
las bases de la hegemonía norteamericana en el siglo XX. A pesar de que
Arrighi en su libro abre las puertas a un estudio de las nuevas
modalidades que adquiere el desarrollo de la hegemonía norteamericana y
su declinación comparada con sus predecesoras40, la escuela del sistema
mundial y su patrón cíclico es inadecuada para comprender esta
diferencia cualitativa que deviene del carácter imperialista de la época.
Mientras la hegemonía británica se basó en una extensión de sus
fronteras hacia nuevos dominios, su desarrollo no obstaculizó en forma
directa la emergencia de otros poderes como fue el caso de Alemania y
EE.UU. El "equilibrio de poder", política que la diplomacia
inglesa ejercía sobre las distintas potencias europeas, tenía un carácter
más bien negativo: asegurarse que ninguna potencia dominara el
continente. Inglaterra no tenía la capacidad ni la voluntad de dominar a
Europa por sí misma. A diferencia de esto la hegemonía norteamericana se
basa en la necesidad de los estados capitalistas de dominar la economía
de todos los continentes, las inversiones de capital, acuerdos
preferenciales de comercio, reglamentaciones monetarias y el control político.
Se trata de subordinar no sólo al mundo menos desarrollado sino a otros
estados industrializados, ya fueran enemigos o aliados, a las prioridades
de la acumulación de capital de la potencia hegemónica. Esto condiciona
los términos de la emergencia de las potencias que cuestionan el dominio
del viejo hegemón: no sólo porque el mundo ya se halla dividido (aunque
la disolución de las economías planificadas crea una nueva área geográfica
de dominio y de disputa para el capital) sino fundamentalmente por la
mayor integración de estos centros a los términos de la acumulación de
la nación dominante del viejo orden que retrae, retarda, la búsqueda de
una mayor autonomía.
Sin embargo, plantear esta tendencia de la realidad
no significa que la tendencia al "superimperialismo"41 sea la más
probable, como auguran los defensores de la tesis del siglo XXI como un
"siglo americano". Un hombre que conoce bien de cerca el poderío
norteamericano, como el conservador Henry Kissinger, es el que da un diagnóstico
más adecuado de su real fortaleza: "Lo que sí es nuevo en el
naciente orden mundial es que, por vez primera, los EE.UU. no pueden
retirase del mundo ni tampoco dominarlo... Cuando los EE.UU. entraron en
la arena internacional eran jóvenes y robustos, y tenían la fuerza
necesaria para hacer que el mundo adoptara su visión de las relaciones
internacionales. Al término de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, los
EE.UU. eran tan poderosos (en cierto momento, casi 35% de la producción
económica mundial era norteamericana), que pareció que estaban
destinados a modelar el mundo de acuerdo con sus preferencias... Tres
decenios después, los EE.UU. no se encuentran en la misma posición para
insistir en la realización inmediata de todos sus deseos. Otros países
han llegado a la categoría de grandes potencias."42
Es a su vez la existencia de estas grandes potencias
la que hace insostenible la tendencia al "ultraimperialismo",
cuyos sostenedores se basan en la mayor integración de la economía
mundial como consecuencia del acelerado proceso de centralización
internacional del capital, que se desarrolla a partir de la crisis de
acumulación de los años '70, y que tiene al capital norteamericano como
uno de sus mayores impulsores. La tendencia a la competencia
interimperialista aunque bajo nuevas formas es la realidad más palpable.
La creciente fusión de capitales a nivel continental da lugar a una
renovada competencia entre bloques de poder de magnitud continental como
es el caso de la tríada imperialista (EE.UU. y el NAFTA y su intento de
extenderlo al ALCA, la UE y su política hacia el este de Europa y, menos
estructurado, Japón y la zona del pacífico.). Hasta ahora esta
competencia interimperialista se ha expresado en forma
"benigna", como una exacerbación de la competencia mercantil,
el incremento del proceso de fusiones y adquisiciones que buscan limitar
la competencia, el aumento de las inversiones directas en los propios países
imperialistas, etc. La probabilidad de que la economía norteamericana,
que fue el factor dinámico y estabilizador de la economía mundial en la
última década profundice su desaceleración y que ésta se combine con
la depresión de la economía japonesa, abriendo la perspectiva de una
recesión mundial plantea la posibilidad que la competencia
interimperialista adquiera una forma más ponzoñosa con la elevación de
barreras que podrían desarticular las redes del comercio internacional.
Tanto la agencia norteamericana Stratfor como la revista inglesa The
Economist abren la posibilidad de esta perspectiva. La primera plantea que
"En la pasada década, hubo un consenso general a favor del libre
comercio, con la marginación de las fuerzas proteccionistas. La razón
fue menos ideológica que empírica, la política del libre comercio
coincidió con la prosperidad... En los malos tiempos, sin embargo, la
relación entre libre comercio, proteccionismo, y la perfomance económica
se convierten en más problemática. En tanto y en cuanto crece el
desempleo, se incrementan las bancarrotas y la vida se convierte en más
dificultosa, las importaciones extranjeras en el mercado americano y la
dificultad de exportar hacia los mercados extranjeros generan de lejos más
resistencia. Mucho más que sólo alentar intolerancias hacia las
intervenciones en el extranjero, las recesiones tienden a hacer que los
americanos piensen a los otros países como amenazas directas a la
prosperidad y aún como agentes del fracaso económico. Las cosas pueden
hacerse desagradables rápidamente. La fábrica de las relaciones
internacionales puede ser dramáticamente alterada cuando su centro de
gravedad se torna sospechoso y hostil."43 The Economist plantea:
"El producto bruto mundial no ha caído en ningún año desde 1930. Aún
durante la crisis del petróleo de los '70, el PBN mundial creció. Una
verdadera recesión global no sólo sería dolorosa, sino que acarrearía
inmensos peligros, alentando a los países una vez más a retirarse detrás
de barreras proteccionistas. Con suerte y alguna habilidad, una caída
global puede ser evitada. Los políticos deben estar prestos a apoyar las
economías, si es necesario, bajando tasas de interés e impuestos. Ellos
también deben asegurar que la primera recesión de la nueva economía
mundial no signifique una reversión de la globalización misma."44
En este marco, con el fantasma del "viejo"
proteccionismo rondando sobre la economía mundial, la novedad postmoderna
de un "Imperio" que "no establece ningún centro de poder
territorial y no se apoya en fronteras fijas o barreras" aparece o,
como la mera exageración de algunas de las tendencias coyunturales de la
economía mundial o, en el peor de los casos, en un mero artificio
fantasmagórico que no sirve para prever la dinámica del sistema y mucho
menos dar una base científica para combatirlo.
¿A donde va el sistema mundial a comienzos del
siglo XXI?
No nos dirigimos hacia el Imperio ni hacia un "superimperialismo"
sino a una exacerbación de la época de crisis, guerras y revoluciones
que bajo distintas formas y cambiantes relaciones de fuerzas caracterizan
la realidad del capitalismo contemporáneo.
El último período del siglo XX, en particular en
la última década, estuvo marcado por un reforzamiento de la supremacía
norteamericana, comparado con la década del '70 que marcó el inicio de
su declive histórico. El colapso del stalinismo junto al triunfo de la
coalición imperialista en la Guerra del Golfo, profundizaron la ofensiva
neoliberal a escala mundial iniciada en los años '80 y que tuvo a EE.UU.
como centro impulsor. La desaparición de lo que ambos autores que estamos
criticando llaman la "segunda periferia" y la ofensiva
imperialista en los países semicoloniales, que integró a éstos en forma
más abierta a la economía mundial (los llamados "mercados
emergentes"), significaron un ensanchamiento de la extensión geográfica
del capital. A su vez, el debilitamiento de los imperialismos competidores
y de los así llamados modelos "renano" y "nipón", y
su adaptación a la dinámica de la acumulación de los EE.UU. (como
financistas del déficit comercial norteamericano, como tenedores de
acciones y de inversiones directas, a través del proceso de fusiones y
adquisiciones, etc.) es lo que explica que el reforzamiento del dominio
norteamericano tomara la apariencia (junto a la extensión de nuevas
fronteras geográficas) de un avance del capitalismo
"globalizado".
Los que hablan de Imperio no hacen más que adaptar
su análisis a esta apariencia y derivar de estas singularidades y
tendencias coyunturales de la política imperialista en el último período,
en particular la última década, las características de una supuesta
nueva fase del capitalismo. Cometen de esta manera, el mismo error metodológico,
aunque sin llegar a sus conclusiones políticas explícitamente
reformistas, del padre del revisionismo marxista Eduard Bernstein. Este
escribiendo al final de la gran depresión de 1873/96 y al comienzo de la
belle epóque del capitalismo europeo, cuando el capitalismo experimentó
uno de sus mayores momentos de expansión a escala mundial que permitió
un mejoramiento de las condiciones de vida y de trabajo de franjas del
proletariado industrial (lo que el marxismo de Lenin denominó la
"aristocracia obrera") no veía razones para que estas
tendencias pudieran invertirse en un futuro previsible. La guerra de 1914
y la crisis de la sociedad burguesa que estalló en esos años liquidaron
este debate y demostraron lo peligroso que es olvidar la dialéctica (es
decir, las leyes que dan cuenta del movimiento) en el análisis de la
realidad.
Contra este error metodológico y sus conclusiones
que hoy muchos teóricos del capitalismo contemporáneo vuelven a cometer,
la década del '90 no marca la emergencia de un imperio global ni de un
"superimperialismo" sino que abre un interregno de "dominio
inestable" de los EE.UU. comparado con el período de hegemonía
absoluta posterior a la salida de la Segunda Guerra Mundial.
Las ilusiones de comienzos de los años '90, de la
emergencia de un "nuevo orden mundial" que acompañaba la
"globalización" al final de la década se están chocando con
la realidad. La caída de la URSS, aunque ha significado una extensión
geográfica para el dominio del capital, no ha proporcionado aún el
respiro histórico (un nuevo boom) que implicaría su completa
semicolonización. Muy por el contrario la liquidación del viejo orden de
dominio, que tenía a la burocracia stalinista como uno de sus pilares
fundamentales, no fue reemplazada aún por un nuevo orden mundial
reaccionario sino que abrió un período histórico de convulsiones entre
las clases, las relaciones entre los estados y la economía en el ámbito
mundial donde las contradicciones en los países anteriormente llamados
socialistas son una de las principales fuentes de desestabilización.
En el período actual la pérdida del aliado
stalinista, deja a EE.UU. más solo y expuesto para lidiar con las
contradicciones de la situación internacional en el marco que el sistema
mundial se encuentra dividido en una tríada imperialista (EE.UU.,
Alemania y Japón) de potencias competidoras que disputan la hegemonía
norteamericana, esencialmente en el plano económico, crecientemente en el
plano político, y más rezagada en el plano militar donde todavía es
decisiva su supremacía.
Si en la década pasada estas realidades estuvieron
"ocultas", el fin de ciclo de crecimiento económico
norteamericano y sus consecuencias desestabilizadoras sobre el resto de
las economías a escala mundial junto a las fuertes tensiones que se
generan en el sistema de relaciones interestatales están haciéndolas
aflorar a la superficie. Esto es lo que comienza a percibirse en el cambio
de la política exterior del nuevo gobierno Bush que está dejando atrás
todo el "universalismo" del anterior gobierno de Clinton y se
encamina a una política cada vez más "unilateralista" que
priorice la "defensa del interés nacional" aún a costa del
deterioro de las relaciones con las demás grandes potencias. De este
cambio de situación toman nota los análisis geopolíticos como el de la
agencia Stratfor que en uno de sus últimos informes plantea: "Las
tensiones entre los EE.UU. y tanto Rusia como China han marcado las últimas
semanas. Este período será recordado como el fin del período de
posguerra fría, y el comienzo de un nuevo período de las relaciones
internacionales... Está en juego la composición del sistema
internacional. Dos grandes poderes quieren ver un mundo más multipolar.
La única superpotencia comprensiblemente quiere mantener el statu quo, un
sistema unipolar." El período "calmo" de los años '90 y
el optimismo burgués de que el mundo, después de la "derrota del
comunismo", se encaminaba a un período de prosperidad sin límites y
de menores enfrentamientos ha quedado atrás. Como sigue diciendo Stratfor:
"Washington tomó este estado de cosas como garantizado, un sello del
período de posguerra fría. La prosperidad económica de los '90 permitió
esta despreocupación diplomática. La tendencia natural de Rusia y China
a resistir el poder político militar de los EE.UU. fue contrabalanceada
por su interés en mantener relaciones económicas amistosas." Para
esta agencia el escenario que se abre no es sencillamente una "vuelta
atrás" al período de guerra fría, como la retórica del nuevo
gobierno Bush pareciera indicar, sino a un escenario de relaciones
internacionales más complicado por dos razones: "Primero, ni Rusia
ni China podrían tener la estabilidad política interna para llevar
adelante sus políticas en el largo plazo. Segundo, no es claro si otros
países se unirán para resistir a los EE.UU. Japón sufrirá pronto
algunos cambios dramáticos, debido a su insostenible situación económica,
mientras la evolución política de Europa con relación a los EE.UU. es
cada vez más sombría. En cualquiera de estos casos, no estamos en una
nueva guerra fría. Este es un mundo con pocos precedentes, uno en el cual
una superpotencia enfrenta a múltiples grandes potencias que tratan de
controlarla. El período de posguerra ha muerto y no puede ser resucitado.
Todo lo que le falta a este período es un buen nombre."45
Aunque este panorama de la situación internacional
que está emergiendo, unilateraliza las relaciones interestatales, como
todo análisis geopolítico burgués, sirve para tener una visión del
sistema mundial y de la lucha de clases menos "romántica" e
"ingenua" como la que describen los autores de
"Imperio", es decir, sin contradicciones y mediaciones. Frente a
un mundo que se encamina hacia crecientes disputas y tensiones entre las
principales potencias imperialistas, entre estas y los ex países llamados
"comunistas", entre el centro y las semicolonias, con crisis
económicas, tambores de guerra y mayores brechas entre "los de
arriba" y potencialmente mayor lucha de clases, la lógica de la época
imperialista de "crisis, guerras y revoluciones" mantiene su
validez esencial. Esto no significa repetirla en forma escolástica sino
actualizarla incorporando los siguientes elementos que hemos planteado a
lo largo de este artículo y que al final sintetizamos. Estos son: a) la
mayor integración de la economía mundial y por ende de la lucha de
clases con un peso más decisivo de la clase obrera en la mayoría de los
países del mundo (como demuestra el aumento de los asalariados en
importantes áreas de la periferia y el hecho de que la mayoría de la
población mundial es urbana) comparado con el principio del siglo XX; b)
la debilidad de las mediaciones contrarrevolucionarias que, primero con la
socialdemocracia y luego con el stalinismo, constituyeron un elemento
central para contener la emergencia del movimiento de masas en el siglo
pasado; c) la exacerbación de la competencia interimperialista pero
partiendo de una enorme desigualdad entre la vieja potencia hegemónica,
cuyo dominio se asienta en el control de los resortes fundamentales económicos
y militares de la acumulación mundial como nunca antes en la historia, y
las potencias emergentes, lo que retrae-retarda la modificación del statu
quo mundial; d) la tendencia a la formación, a pesar de lo inestable y utópico
del proyecto, de un "pool" de potencias imperialistas que a
pesar de sus intereses nacionales contrapuestos, han dado pasos
importantes en su unidad supraestatal (Unión Europea), como forma de
contrarrestar la desigualdad entre los componentes del sistema
interestatal planteada en el punto anterior; e) el carácter social aún
indefinido del proceso de restauración-semicolonización de los grandes
ex estados obreros deformados y degenerados, Rusia junto a su área de
influencia y China, países que durante el siglo XX expropiaron al
capitalismo y que por lo tanto constituye toda una novedad histórica.
Retomar la teoría clásica del imperialismo en
forma creativa es clave para dar cuenta de esta compleja y difícil
realidad.
Notas:
1 Arrighi G. "El largo siglo XX."
Editorial Akal -1999.
2 "... la expansión material del primer ciclo
sistémico de acumulación (genovés) fue promovida y organizada por una
agencia dicotómica formada por un elemento aristocrático -territorialista
(ibérico), que se especializó en el suministro de protección y en la
obtención de poder, y por un elemento capitalista burgués, que se
especializó en la compraventa de mercancías y en la búsqueda de
beneficios." Idem 1 pág. 148.
3 "El mayor poder del estado holandés frente
al genovés permitió a la clase capitalista holandesa hacer lo que los
genoveses ya habían estado haciendo: convertir la competencia
interestatal en búsqueda de inversión en un mecanismo para la
autoexpansión de su propio capital, pero sin tener que 'comprar' protección
desde estados territorialistas como había tenido que hacer Génova"
Idem 1 pág. 261.
4 Idem 1 pág. 261
5 Idem 1 pág. 261
6 Algunos autores como André Günder Frank van
incluso más atrás y rastrean este origen hace 5000 años.
7 Mandel E. "El capitalismo tardío"
8 Marx K. "El Capital" Tomo III.
9 Idem 7. El mismo autor señala que había dos
grandes obstáculos para el dominio del capital extranjero sobre las
economías capitalistas nacientes: 1- La magnitud de la acumulación
capitalista en los países centrales no era suficiente para que este
capital fuera a comprometerse en el establecimiento de fábricas en otras
regiones del mundo. 2- Lo inadecuado de los medios de comunicación: el
desarrollo desigual de la Revolución Industrial en la manufactura y en la
industria del transporte.
10 Idem 7.
11 Idem 1 pág. 195/ 196.
12 Entre 1876 y 1914 las potencias europeas se
anexaron unos once millones de millas cuadradas de territorio,
principalmente en Asia y Africa.
13 Marx K. El Capital.
14 OP.citada.
15 Negri A. - Hardt M.
"Empire" editorial Harvard University Press - 2000. Preface xii
16 Idem 15.
17 Idem 15 Preface xiii y
xiv
18 Idem 15 Capitulo 3.1
"The limits of imperialism". Pág. 239. Las negritas son
nuestras.
19 Anderson P. "Teoría, política e
historia". Debate con E.P. Thompson.
20 Idem 15 Capitulo 1.3
"Alternatives Within Empire" pág. 43.
21 Idem 15 Capitulo 3.1
"The limits of Imperialism" pág. 234-235
22 Trotsky L. "Bolchevismo y stalinismo".
Editorial El yunque. En esta cita Trotsky está discutiendo contra un
"subjetivismo histórico" que acusaba al Partido Bolchevique de
ser responsable del stalinismo.
Sin embargo, esta cita, sirve metodológicamente
para ver la concepción que tenía Trotsky de la agencia humana (en su máxima
expresión: la unidad entre partido y masas autodeterminadas) y la relación
de esta con los elementos objetivos.
23 Idem 15 Cap. 3.3 "Resistance, Crisis,
Transformation." Pág. 268-269.
24 Citado en "El capitalismo tardío" de
Mandel E., Ed. Era
25 Bujarin N. "La economía mundial y el
imperialismo" Cuadernos de Pasado y Presente- 1984.
26 Idem 15 Cap. 3.1
"The Limits of Imperialism" pág. 237
27 "Las perspectivas Tercermundistas, que antes
pudieron ser de alguna utilidad, eran ahora totalmente inútiles.
Entendemos que el Tercermundismo se define por la noción que la
contradicción primaria y el antagonismo en el sistema capitalista
internacional está entre el capital del Primer Mundo y el trabajo del
Tercer Mundo. Entonces, el potencial revolucionario reside exclusivamente
en el Tercer Mundo. Esta visión ha sido evocada implícita o explícitamente
en numerosas teorías de la dependencia, del subdesarrollo y perspectivas
del sistema mundo. El limitado mérito de la perspectiva Tercermundista
reside en que se opone directamente al "Primermundismo", o la
visión eurocéntrica que considera que la innovación y los cambios se
originan, y sólo pueden originarse, en Euro-América. Sin embargo, su
oposición especular a esta falsa visión conduce a una postura igualmente
falsa. Hallamos inadecuada a esta perspectiva Tercermundista porque ignora
las innovaciones y antagonismos del trabajo en el Primer y Segundo Mundo.
Más aún, y más importante para nuestra argumentación, la perspectiva
Tercermundista es ciega a la convergencia efectiva de luchas en todo el
mundo, tanto en los países dominantes como en los subordinados"
"Empire" Cap. 3.3 "Resistance, Crisis, Transformation"
pág. 264.
28 Idem 25.
29 Idem 15 Cap. 1.3
"Alternatives Within Empire" Pág. 58-59
30 Idem 1 pág. 96-97.
31 Idem 1 pág. 426.
32 Idem 7
33 "New Economy, Old
Politics", Financial Times 22-12-00
34 Trotsky L. "Informe al Tercer Congreso de la
Internacional Comunista." en " Naturaleza y dinámica del
capitalismo y la economía de transición" CEIP - León Trotsky. -
2000.
35 Como dice Trotsky: "La última guerra
imperialista constituyó el acontecimiento que, acertadamente,
consideramos como un golpe terrible, sin precedente histórico, asestado
al equilibrio del mundo capitalista. Es así que, después de la guerra,
comienza la época de los grandes movimientos de masas y de las luchas
revolucionarias. Rusia, el más débil de los eslabones que formaban la
cadena capitalista, fue quien primero perdió su equilibrio, y también
quien antes ingresó en la vía revolucionaria". " La situación
mundial, junio de 1921". Naturaleza y dinámica del capitalismo... CEIP L. Trotsky -2000
36 Más allá de que no concordemos con su definición
de "Imperio", la descripción de los autores sobre las ONGs es
realmente apropiada. En su libro dicen: " Estas ONG humanitarias son,
en efecto, (aún cuando esto vaya contra las intenciones de sus
integrantes) algunas de las armas pacíficas más poderosas del nuevo
orden mundial - las campañas caritativas y las órdenes mendicantes del
Imperio. Estas ONG conducen "guerras justas" sin armas, sin
violencia, sin fronteras. Como los Dominicos en el período medieval tardío
y los Jesuitas en el alba de la modernidad, estos grupos se esfuerzan por
identificar las necesidades universales y defender los derechos humanos.
Por medio de su lenguaje y su acción, definen primero al enemigo como
privación (en la esperanza de prevenir daños serios) y luego reconocen
al enemigo como pecado". Idem 15 cap. 1.2 "Biopolitical
Production" pág. 36.
37 Esto lo que le da pie para decir a Negri y Hardt
que: "Todas las intervenciones de los ejércitos imperiales son
solicitadas por una o más de las partes involucradas en un conflicto ya
existente. El Imperio no nace por su propia voluntad, sino que es llamado
a ser y constituirse sobre la base de su capacidad para resolver
conflictos. El Imperio se conforma y sus intervenciones se vuelven jurídicamente
legitimadas sólo cuando se ha insertado en la cadena de consenso
internacional orientada a resolver conflictos existentes". Idem
15 cap. 1.1 "World Order" pág.15
38 Trotsky L. "Entrevista al New York
Times" 5 de marzo de 1932. Escritos.
39 Como ilustran la presión monetaria ejercida
contra la estrategia keynesiana de crecimiento bajo el primer gobierno de
Miterrand en los años '80, o las constantes presiones de apertura de las
finanzas japonesas a los operadores norteamericanos, o los acuerdos de
restricción del comercio del primero sobre el segundo.
40 Arrighi en su libro plantea que: "En la
actualidad, sin embargo, es el régimen estadounidense el que está siendo
sustituido, siendo la nación rica en activos (Japón) y la nación
dominante del viejo orden (EE.UU) radicalmente diferente de la relación
existente entre los EE.UU y el Reino Unido durante la primera mitad del
siglo XX". Idem 1 pág. 425.
41 En este caso una sola superpotencia imperialista
posee tal hegemonía que las otras potencias imperialistas pierden toda
independencia real frente a ella y quedan reducidas a la condición de
pequeñas potencias semicoloniales.
42 Kissinger H. "La diplomacia." Ed. Fondo
de Cultura Económica - 1995.
43 Stratfor, 22/3/01.
44 The Economist, 22/3/01
45 Agencia Stratfor, "The end of the post-cold
war era", 9/4/2001.
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