Claves
económicas de la guerra de Irak: mercados financieros, acumulación de
capital y hegemonía mundial (IV)
Nacho Álvarez Peralta
Rebelión, 27 de junio de 2003
Cuestionamiento del dólar
como divisa internacional de reserva y asalto final a Bagdad: el tempo
de la guerra
No obstante, han existido otros tres factores (esta vez de índole política
y geoestratégica) que, unidos al proceso de incipiente salida de
capitales financieros de la economía norteamericana, explicarían el
creciente cuestionamiento al que se ha visto abocado el dólar durante
estos últimos dos o tres años como moneda de reserva de los mercados
internacionales y, con ello, explicarían también el propio
cuestionamiento de los diversos mecanismos de financiación
tradicionalmente utilizados por la economía norteamericana.
A pesar de ser tres factores diferentes entre sí, aunque coincidentes en
el tiempo, los tres tienen un denominador común: su relación con las
rentas derivadas de la venta del petróleo. Dichos factores, unidos al ya
mencionado pinchazo de la burbuja bursátil de Wall Street, la lógica,
aunque muy limitada aún, salida de capitales y la consiguiente depreciación
del dólar, se situarán claramente como una arista explicativa
fundamental para explicar el tempo de la guerra, así como la
decisión relativa a cuando desencadenar el "asalto final" a
Bagdad.
En primer lugar, y por orden de menor a mayor importancia, debemos situar
las relaciones diplomáticas entre EE.UU. y Arabia Saudí en su justo término
después del 11 de septiembre de 2001. Tras esa fecha, el histórico
aliado norteamericano en Oriente Próximo ha pasado de ser un elemento
incuestionable en el diseño geoestratégico de los EE.UU para la zona, a
ser un elemento, tal y como proclaman los senadores de la derecha
republicana, "deseablemente prescindible". Arabia Saudí ha sido
precisamente el país que ha permitido desde 1973 un acuerdo táctico muy
particular entre EE.UU. y el cartel de la OPEP: la potencia hegemónica no
torpedearía el funcionamiento de dicho cartel siempre y cuando Arabia
Saudí tuviese la potestad de ejercer el control de facto sobre los
precios finales del crudo comercializado, así como siempre y cuando la
OPEP estableciese su comercio de crudo en dólares. De esta forma, como ya
se ha dicho, el reciclaje de estos petrodólares en Wall Street permitiría
a la Reserva Federal norteamericana crear una masiva expansión crediticia
para financiar el déficit comercial y el crecimiento económico.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 supusieron un
significativo no tanto cuestionamiento como "replanteamiento",
de las relaciones estratégicas norteamericanas con su tradicional aliado.
Este "replanteamiento" se materializó con la salida, en la
primavera del 2003, de los más de 5.000 marines norteamericanos que
estaban asentados de forma estable en suelo saudí. Las razones de la
"escenificación" de dicho desencuentro, en las que no
profundizamos, parecen venir dadas fundamentalmente por los difusos vínculos
de Riad con Bin Laden, así como por la percepción norteamericana del carácter
crecientemente antioccidental de grupos organizados de la sociedad saudí,
que parecen empezar a situar al régimen monárquico en una situación
ciertamente inestable. The Financial Times desvelaba a mediados del
2002 cómo los inversores saudís retiraron de Wall Street, en los meses
siguientes a los atentados del 11 de septiembre, capitales por un valor
superior a los 200.000 millones de dólares, seguramente influidos por la
escenificación de dicho conflicto por parte de la administración Bush.(1)
En cualquier caso, dicho "desencuentro" se ha ido traduciendo,
progresivamente desde los atentados del 11 de septiembre, en la necesidad
norteamericana por afianzar un nuevo bastión incuestionable en la zona;
en un doble sentido: un nuevo bastión geográfico (fundamental en términos
militares), y un nuevo bastión en el seno de la OPEP (fundamental en términos
económicos, dada la gran importancia que tiene el establecimiento del
comercio del crudo). Iraq, en ambos sentidos, constituye sin duda un bastión
privilegiado, dada su excelente ubicación geográfica en la zona, y su
nada despreciable cuota de negocio en la OPEP antes de la primera Guerra
del Golfo.
En segundo lugar, el siguiente factor que cuestionará en el momento
preciso de desencadenarse la guerra contra Iraq la capacidad de EE.UU. de
gestionar en su propio beneficio la renta petrolera mundial, será el
papel internacional jugado por el presidente venezolano, Hugo Chávez. El
soterrado intento norteamericano de terminar con su presidencia apoyando
entre bambalinas el pasado –y fallido– golpe de Estado, así como los
cierres patronales y las huelgas de sector petrolero, ilustran bien a las
claras el carácter hostil que su presencia al mando de la presidencia del
país representa para los intereses norteamericanos. Venezuela es el
segundo abastecedor de petróleo de la economía norteamericana
(proporcionando un 19% del total del crudo importado). Pero la importancia
de estos flujos no es sólo cuantitativa, sino –fundamentalmente–
cualitativa: Venezuela ha jugado históricamente un papel clave en su
abastecimiento al mercado norteamericano, proporcionándole una
"ventaja comparativa" muy relevante frente a Europa y Japón en
momentos de encarecimiento del crudo.
No es de extrañar por tanto que las, hasta ahora, simbólicas
medidas emprendidas por Venezuela en relación al comercio del petróleo
(como pueden ser el continuo subsidio facilitado a Cuba, el fomento del
comercio "barter" –trueque sin dólares de por medio– con
una decena de países latinoamericanos, o la nacionalización de dicho
sector) hayan sido vistas por Washington como el preludio de un creciente
desafío regional en su propio "patio trasero". Así, en la
entrevista anteriormente mencionada a Humberto Calderón, el antiguo
ministro de energía y minas de Venezuela y ex-presidente de la OPEP, éste
clarificaba la relación entre la situación política venezolana y la
guerra contra Iraq, planteando que "los importadores de crudo tienen
que tener muy claro que, mientras Chávez permanezca en el poder, nunca se
va a restablecer la condición de Venezuela como abastecedor seguro […]
La productividad de los pozos en Medio Oriente es muy alta. Si hay
capitales y músculo tecnológico y financiero, se puede recuperar rápidamente
la producción. Iraq tiene la mayor potencialidad después de Arabia Saudí.
Produce 2,7 millones de barriles y, con inversiones, se puede poner fácilmente
en 7 u 8 millones por día. Eso requiere empresas extranjeras que aporten
tecnología y capital. Estoy convencido de que EE.UU. va a actuar [contra
Iraq]. Con o sin Naciones Unidas."(2)
Resulta en cualquier caso muy ilustrativo el apoyo norteamericano a un
supuesto futuro gobierno democrático en Iraq, frente al continuo
hostigamiento que de hecho se practica con el gobierno democráticamente
electo de Hugo Chávez. Parece, sin temor a equívoco, que es el control
de las rentas del petróleo la que establece las prioridades en la agenda
democratizadora de Washington.
Pero el factor, en tercer y último lugar, posiblemente más
significativo y que más analistas han destacado,(3)
es el relativo al posible cambio de la divisa que la OPEP utiliza para el
comercio del crudo, lo que se traduciría de facto en un abandono
del dólar como moneda de reserva en los mercados internacionales en
beneficio del euro.
El comercio del petróleo en el marco de la OPEP se ha llevado a cabo
siempre en dólares hasta hace un par de años. La primera señal de lo
contrario vino de la mano del gobierno de Bagdad, al tomar este la decisión,
en octubre de 2000, de cambiar la divisa en la cual vendía su petróleo,
en el marco del programa de las Naciones Unidas "Petróleo por
Alimentos": dejaría de ser el dólar y pasaría a ser el euro. La
decisión fue vista desde un primer momento por las diferentes cancillerías
como una decisión estrictamente política (dadas las cuantiosas pérdidas
económicas que el devaluado euro del momento reportaría a Iraq), frente
al régimen de sanciones y genocidio impuesto por Washington al país. Sin
embargo, en el camino del gobierno iraquí se cruzó el pinchazo de la
burbuja financiera de Wall Street, la incipiente salida de capitales de
los mercados financieros norteamericanos y, con ello, la depreciación del
dólar frente al euro. Esto reportó relativos beneficios económicos a
Iraq (siempre, claro está dentro del tremendo régimen de sanciones económicas
impuestas por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas al país).
No obstante, lo relevante de este proceso no fueron tanto las relativas
ganancias obtenidas por Iraq dada la coyuntura cambiaria internacional del
momento, en el marco de unas devastadoras sanciones económicas contra el
país, como el papel de "ejemplo a seguir" jugado por Bagdad
para otros miembros de la OPEP; incluso para la propia OPEP.
El propio Hugo Chávez, según un artículo de Michael Ruppert, por boca
de su embajador Francisco Mieres-López, ha anunciado en sucesivas
ocasiones su futura intención de comenzar a comercializar su petróleo en
euros.
Igualmente, el parlamento de otro importante miembro de la
OPEP, en este caso Irán, ha discutido recientemente sobre la posibilidad
de avanzar en un cambio de la divisa asociada al comercio de petróleo
similar al de Iraq. Angelica Gimpel Smith(4) señala,
en esta dirección, como Irán ha cambiado durante el año 2002 la mayoría
de las reservas de su banco central a euros, pareciendo cada vez menos
lejano el intento del Parlamento iraní de aprobar un cambio de divisa en
el comercio del petróleo. De hecho, el parlamentario de la comisión para
el Desarrollo, Mohammad Abasspour, anunciaba ya en el verano de 2002 que
la mayor cotización del euro frente al dólar dará a los países
exportadores de petróleo una posibilidad de estrechar sus relaciones económicas
con la Unión Europea, expresando así mismo su esperanza por que un euro
fuerte termine con el monopolio comercial del dólar en el sector del petróleo.
Ahora bien, al margen de los casos particulares anteriormente
señalados (Iraq, Venezuela, Irán…), ya de por sí importantes en
cuanto a la magnitud de su cuota comercial en el mercado mundial de petróleo,
así como de otros más o menos simbólicos como el de Corea del Norte (en
Diciembre de 2002 decidió adoptar el euro como divisa oficial en su paupérrimo
comercio exterior), lo que sí que ha constituido un factor trascendental
ha sido el hecho de que la propia OPEP se plantee en su conjunto, aunque
todavía no abierta ni públicamente, el cambio en su divisa comercial,
del dólar al euro. William Clark, en un revelador ensayo titulado
"Las razones reales de la guerra que se avecina contra Iraq: un análisis
macroeconómico y geoestratégico de la verdad no desvelada",(5)
recoge unas declaraciones muy clarificadoras al respecto de Mr. Javad
Yarjami, Director del Departamento para el Análisis del Mercado de Petróleo
de la OPEP, pronunciadas en el discurso oficial de su visita a España en
Abril de 2002. Su discurso se centró precisamente de lleno en la cuestión
del posible cambio de divisa, del dólar al euro, en el seno de la OPEP,
planteando que "la cuestión que nos ocupa es si el euro logrará
establecerse en los mercados financieros internacionales, desafiando de
esta manera la supremacía del dólar norteamericano, y consecuentemente
desencadenando un cambio en el dominio del dólar sobre los mercados de
petróleo.
[…] Una vez dicho esto, merece la pena advertir que en el largo plazo el
euro no presenta semejante desventaja respecto al dólar cuando uno
compara los tamaños relativos de las economías implicadas, especialmente
dados los planes de ampliación de la UE. Además, la zona euro tiene un
porcentaje mayor del comercio mundial que los EE.UU. y mientras los EE.UU.
presenta un inmenso déficit por cuenta corriente, la zona euro tiene unas
cuentas exteriores más saneadas, o incluso equilibradas. Uno de los
argumentos más irresistibles para mantener la valoración y los pagos del
petróleo en dólares ha sido que los EE.UU.
siguen siendo un gran importador de petróleo, a pesar de ser el mismo un
importante productor de crudo. No obstante, repasando las estadísticas de
los exportadores de petróleo, uno se da cuenta que la zona euro es un
importador de petróleo y de sus derivados aún mayor que los EE.UU.
[…] Desde el punto de vista de la UE, está claro que Europa preferiría
ver un cambio en los pagos por petróleo de dólar a euro, lo cual
efectivamente eliminaría el riesgo cambiario. Pero además aumentaría la
demanda de euros, lo cual ayudaría a que se apreciase su valor. Por otra
parte, en la medida en que el petróleo es una mercancía tan importante
en el comercio internacional, en términos de valor, si su tasación
comenzase a hacerse en euros, podría proporcionar un significativo
aumento a la aceptación mundial de la moneda única.
[…] De cara a alcanzar el éxito final del euro será de crucial
importancia, en relación a la fijación de los precios del petróleo, si
los dos mayores productores de petróleo de Europa –el Reino Unido y
Noruega– se incorporan a la moneda única.
Naturalmente, la futura integración de estos dos países en la zona euro
y en Europa será importante dado que ellos son los dos mayores
productores de petróleo de la región del Mar del Norte, que es el lugar
de origen del Brent, punto de referencia del crudo internacional. Esto
podría configurar un momento apropiado para cambiar el sistema de
valoración del petróleo a euros.
[…] En el corto plazo, los miembros de la OPEP, salvo posiblemente
algunas excepciones, tienen expectativas de seguir aceptando los pagos en
dólares. Sin embargo, yo creo que la OPEP no descartaría totalmente la
posibilidad de adoptar el euro en el futuro para la valoración y los
pagos del petróleo.
[…] La cuestión fundamental para los inversores
internacionales es el valor global y la estabilidad del euro, y si otros
países en el seno de la Unión adoptarán la moneda única. [….] Es muy
probable que, a medida que el comercio bilateral se incremente entre
Oriente Próximo y la Unión Europea, podría ser factible fijar los
precios del petróleo en euros dado que Europa es el principal socio económico
de dicha región. Si el euro desafiase al dólar con suficiente
intensidad, lo cual se podría traducir en la denominación monetaria de
la factura petrolera, podría ser que emergiera un sistema que beneficiara
a más países en el largo plazo. Quizá con el desarrollo del proceso de
integración europea y con una economía europea más fuerte, esto podría
llegar a ser una realidad."(6)
La posibilidad por tanto de un cambio en el seno de la OPEP respecto de la
divisa internacional tomada como referente del comercio de petróleo, con
el paso de dólares a euros, ha sido planteado sin duda –y además
reiteradamente en estos últimos años–como un elemento ciertamente
posible en un futuro no necesariamente lejano, como se puede deducir de
las cautelosas palabras de este alto funcionario de la OPEP.
Ahora bien, las consecuencias que dicho cambio en la moneda de
comercialización del petróleo tendría para EE.UU. serían seguramente
devastadoras en lo que a la conservación de su hegemonía económica
mundial se refiere. Así, si la OPEP, o un número lo suficientemente
significativo de países en su seno, decidiesen cambiar el dólar como
moneda de valoración y comercialización del petróleo por el euro, las
naciones consumidoras-importadoras de petróleo (la gran mayoría) se verían
obligadas a deshacerse de las reservas de dólares mantenidas en sus
bancos centrales y sustituirlas por euros. Este desprendimiento
generalizado de dólares como moneda de reserva por parte de los bancos
centrales de todo el mundo, profundizaría aún más en el proceso
devaluador emprendido por el dólar desde el pinchazo de la burbuja bursátil
de Wall Street. De esta manera, y en la medida en que de producirse este
cambio supondría una devaluación del dólar aún mucho mayor que la ya
iniciada por esta moneda a finales del año 2001, este cambio en la moneda
de reserva del sistema retroalimentaría el propio proceso de salida de
capitales de EE.UU., dado que se produciría, ante la devaluación del dólar,
una ingente pérdida de valor de los activos de Wall Street denominados en
dólares. En esas condiciones habrías resultado imposible seguir
manteniendo la actual financiación exterior del déficit comercial, así
como el elevado nivel de endeudamiento global.
De hecho, dicho cambio en
la divisa de comercialización del petróleo supondría, junto a los
restantes factores anteriormente apuntados (la situación geoestratégica
derivada de las relaciones con Arabia Saudí y Venezuela) un progresivo
cuestionamiento del papel de reserva internacional jugado por el dólar.
En palabras de James K. Galbraith (hijo del famoso
economista), "el fantasma de la vulnerabilidad financiera significa
que para los Estados Unidos, la combinación de la caída de la demanda
interna, la caída de los precios de los activos, y la caída del valor
del dólar, representa una amenaza que bien podría ser descrita como
milenaria. Las consecuencias internas incluirían un incremento del
desempleo. Habría una escasa recuperación de la inversión financiada
con fondos privados, en medio de un continuo replanteamiento de aquellos
planes –tanto personales como empresariales– que estuvieran basados en
las delirantes cotizaciones bursátiles de los últimos 90. El núcleo de
la industria bancaria mundial se movería, presumiblemente a la Europa
continental. Con el tiempo, los Estados Unidos podrían perder tanto su
posición como principal beneficiario mundial del oren financiero
internacional, como su margen de maniobra en la escena doméstica".(7)
Ante esta situación coyuntural, y derivado de la marcha de
los acontecimientos recientes ya mencionados (pinchazo de la burbuja
financiera en Wall Street, salida de capitales de la economía
norteamericana, depreciación continuada del dólar frente al euro y
cuestionamiento con ello del papel de reserva de dicha divisa), la economía
norteamericana, y su "brazo político" la administración Bush,
se encontraban según Geoffrey Heard(8) frente a un
difícil dilema: o no intervenir en dicho proceso de cuestionamiento del
papel del dólar como moneda internacional de reserva, aceptando la
progresiva pérdida de su monopolio en favor del euro, o intervenir y
tratar de evitarlo.
Las consecuencias de la primera opción habrían sido, en el medio plazo,
seguramente muy duras en términos económicos, en especial en lo
referente a la propia conservación de la hegemonía económica
norteamericana en la economía mundial. De esta manera, el pinchazo de la
burbuja financiera de Wall Street y la consiguiente salida de capitales de
la economía norteamericana, unido a la lógica depreciación del dólar
y, en general, al cuestionamiento global de dicha divisa como moneda de
reserva internacional, habría derivado en la imposibilidad de financiar
el déficit por cuenta corriente con el exterior, así como en una caída
del nivel total de endeudamiento de la economía, y con ello del nivel de
crédito facilitado a los consumidores y empresas, repercutiendo todo ello
negativamente sobre la demanda agregada de la economía y, finalmente,
sobre el propio proceso de acumulación de capital. Estamos hablando, en
definitiva, de una hipotética –pero posible– situación económica no
muy diferente a la de aquellos países subdesarrollados con abultados
problemas de balanza de pagos ante la llegada de una crisis de solvencia
frente a los acreedores extranjeros.
En este sentido, William Clark planteaba cómo "la
economía de los Estados Unidos está íntimamente ligada al papel del dólar
como moneda de reserva. Esto no quiere decir que la economía de los EE.UU.
no pueda funcionar de otra manera, sino que la transición tendría que
ser gradual para evitar semejantes dislocaciones (y el resultado último
de esto sería probablemente que los EE.UU. y la UE cambiarían sus
respectivos roles en la economía global)".(9)
Así, la administración Bush se decantó finalmente por seguir la segunda
opción: la intervención, en este caso militar. No obstante, esta segunda
opción, intervenir militarmente para –además de las razones ya
apuntadas– mantener el papel del dólar como moneda de reserva en los
mercados internacionales, ha supuesto también, indudablemente, muchos
costes. En la medida en que en este momento preciso de la Historia
reciente, la toma de control por parte de la potencia hegemónica del
destino dado a la renta petrolífera no se podía hacer más que por la vía
militar, el conflicto bélico ha supuesto una pérdida de legitimidad
democrática y política ingente para el régimen político norteamericano
en el contexto mundial, además de la generación de una creciente
confrontación interimperialista con sus tradicionales aliados europeos.
En este sentido resultan muy significativas las 16.000
encuestas realizadas entre el 28 de abril y el 15 de mayo de 2003 por el
prestigioso Pew Research Center, con sede en Washington, a la población
de más de 20 países del mundo acerca de su actitud frente a los EE.UU.
(llevadas a cabo antes incluso de que Paul Wolfowitz efectuase sus ya
mencionadas declaraciones en la Cumbre sobre Seguridad de Singapur).(10)
Este estudio sociológico refleja el tremendo escepticismo, la
desconfianza y el temor con el que los habitantes del planeta contemplan
la política exterior de Bush, especialmente en el mundo árabe (incluso
entre la población de los países tradicionalmente aliados como Kuwait o
Arabia Saudí). La imagen negativa que la población tiene de los EE.UU.,
así como el temor a una futura invasión de su país se ha disparado en
Oriente Próximo, Asia y África, al tiempo que se ha producido un
significativo pivotar hacia posiciones abiertamente fundamentalistas. El
impacto sociológico que refleja el estudio es tal, que la propia
Madeleine Albright, ex secretaria de Estado de la administración Clinton
y consultora del análisis, ha lamentado "algo que nunca pensé que
vería, y que es sumamente preocupante: que la gente ahora teme el poder
de los Estados Unidos".(11)
Indudablemente, el coste que la guerra ha tenido en términos de
legitimidad internacional para el poder hegemónico ha sido muy
significativo. En este sentido, no por más obvio resulta menos importante
señalar aquí que la legitimidad política y social de todo poder hegemónico
a lo largo de la Historia se ha fundamentado sobre dos pilares esenciales
y necesarios: la dominación "real" (económica, militar…), y
la dominación "subjetiva" (la asunción de los principios,
valores y estructuras de pensamiento del dominador por el dominado).
Sin lugar a dudas, parece lógico señalar el hecho de que la administración
Bush se ha visto forzada a cruzar esa línea trascendental en el curso
histórico de toda potencia hegemónica (local, regional o mundial) en el
seno de la fase imperialista del capitalismo, consistente en tratar de
mantener desesperadamente la dominación económica real, aun a costa de
cuestionar la propia capacidad de dominación "subjetiva" de los
pueblos. El incremento exponencial del fundamentalismo islámico, por otro
lado terriblemente funcional a la propia lógica de acción-represión de
los halcones de Washington, es una excelente prueba de ello.
En cualquier caso, todo parece indicar que, al menos en lo que a la
conservación de la hegemonía económica mundial se refiere, el coste de
la primera opción –la no intervención– hubiese sido mayor.
Repetimos nuevamente, llegados a este punto, que este intento de la
administración Bush por invertir la tendencia que venía manifestando el
proceso de depreciación del dólar, así como la salida de capitales
financieros de Wall Street, no debe ser entendida como la "causa última
de la guerra", como han pretendido numerosos analistas
internacionales. La guerra se explica, como ya se ha dicho, por la
confluencia de múltiples factores, entre los que destaca especialmente la
necesidad de reordenar el mapa de Oriente Próximo, eliminando
definitivamente (después de toda una década de asedio) a Iraq como
potencia regional emergente en una zona vital para los intereses geoestratégicos
norteamericanos. Ahora bien, la necesidad que arrastra a lo largo de estas
últimas décadas la economía norteamericana de controlar el destino del
reciclaje de petrodólares (así como la divisa con la que se lleva a cabo
el comercio de petróleo), favoreciendo su colocación en Wall Street como
forma de financiar su proceso de acumulación de capital, y,
concretamente, el cuestionamiento del ejercicio de dicho control, parecen
haber marcado definitivamente la ubicación temporal de la guerra y de la
posterior ocupación de Iraq.
Es ahora por tanto, una vez abordadas las relaciones fundamentales entre
las variables económicas clave del crecimiento económico norteamericano
durante los años 90, cuando podemos establecer el vínculo de estas con
la trayectoria general de la política comercial seguida por la
administración Bush tras finalizar la guerra, una vez que la ocupación
de Iraq estaba ya garantizada. Y es ahora también cuando se cierra el círculo
de interrelaciones entre las diferentes variables económicas aludidas a
lo largo de estas líneas (déficit de la balanza por cuenta corriente,
endeudamiento, crecimiento económico, política comercial, política
laboral y política cambiaria).
Vimos ya como la economía norteamericana se tuvo que mover durante los años
90 en un precario equilibrio en cuanto a su política comercial y
cambiaria, estableciendo todo un instrumental crecientemente
proteccionista (aranceles, subvenciones ocultas a las exportaciones…),
al tiempo que se debatía entre promover un "dólar fuerte" o un
"dólar débil". La pérdida acumulada de competitividad en los
mercados internacionales de bienes y servicios de EE.UU. frente a los
productos de la UE y Japón, ha requerido no sólo de un encubierto "dumping"
comercial junto a significativos aranceles en algunos sectores, sino también,
posiblemente, de un continuado "dólar débil" durante los 90
que hubiese permitido favorecer las exportaciones estadounidenses. Ahora
bien, eso resultaba un escenario ciertamente inalcanzable.
Una política de "dólar débil", tal y como demuestra
precisamente la apuesta por un "dólar fuerte" iniciada a
principios de los años 90 por la administración Clinton, habría tenido
un coste insoportable para la economía norteamericana: la reducción de
la riqueza financiera de los activos denominados en dólares mantenidos
por los inversores extranjeros en Wall Street, con el consiguiente
abandono progresivo de dicha plaza y la salida de capitales del país
(precisamente eso que la guerra ha conseguido, al menos momentáneamente,
evitar).
Un dólar débil, en dicho contexto de fragilidad financiera, habría
impedido toda la secuencia vista de aumento del crédito agregado y, por
tanto, de arrastre del crecimiento económico. Las únicas políticas
comerciales posibles pasaban fundamentalmente por subvenciones encubiertas
a los sectores exportadores, restricciones extraarancelarias crecientes a
las importaciones, así como un continuo abaratamiento de los costes
laborales unitarios mediante la permanente agresión a las conquistas históricas
de los trabajadores.
Sin embargo, el final de la guerra contra Iraq y la posterior ocupación
del país, darán un giro a este precario equilibrio, flexibilizándolo
significativamente. La explícita apuesta de la administración Bush,
hecha pública inmediatamente después de terminada la guerra a través
del Secretario del Tesoro John Snow, por mantener de manera prolongada una
política de "dólar débil", sólo puede ser entendida derivada
de la posición internacional de fuerza en que se encuentran los EE.UU.
tras la guerra, y con la posterior ocupación del territorio nacional
iraquí. Así, la administración colonial de Iraq, permitirá a los EE.UU.,
entre otras cosas, abordar desde una nueva dimensión el difícil
equilibrio que se ha venido dando durante los años 90 entre la política
comercial, la financiación del déficit por cuenta corriente, la política
cambiaria, y la entrada exterior de capitales. Ahora, una política
cambiaria explícitamente favorecedora de un "dólar débil"
(para competir con las mercancías europeas y japonesas en los mercados
internacionales) no necesariamente tendrá que suponer salidas de
capitales de Wall Street. Y estos es así, principalmente, por tres
motivos.
En primer lugar, por que EE.UU. pasa a ejercer un control importantísimo
sobre el reciclaje de las rentas del petróleo a nivel mundial (en la
medida en que se siente, mediante algún "delegado" iraquí, en
un sillón de la OPEP), facilitando el necesario flujo de capital
financiero hacia EE.UU. al margen de la paridad debilitada del dólar.
En segundo lugar, EE.UU., y por las mismas razones que en el caso
anterior, pasa a tener una influencia determinante en el seno de un
organismo clave de la economía mundial como es la OPEP, garantizando en
dicho contexto que el dólar siga siendo la moneda en la que se establezca
el comercio del petróleo y, con ello, que no pierda peso como referente
monetario internacional y moneda de reserva del resto de economías (lo
que permite proseguir con los mecanismos favorables de financiación y de
"subsidio gratuito").
Y finalmente, en tercer lugar y de forma ciertamente más genérica y
tentativa, una política de "dólar débil" no debería entrar
en creciente contradicción con la llegada de capitales extranjeros a Wall
Street, flexibilizándose así el mencionado equilibrio, en la medida en
que pudiéramos asistir, como señalan algunos autores, al afianzamiento
del papel de fundamental económico que la guerra y la posterior
ocupación de Iraq, pudieran tener sobre los mercados financieros y las
cotizaciones bursátiles. Según esta hipótesis, la necesaria confianza
que precisan los inversores internacionales para seguir manteniendo sus
posiciones en Wall Street (ante la creciente desconfianza que generan los
fundamentos reales de las empresas norteamericanas, así como ante los
crecientes déficits públicos y exteriores del país) vendría dada
directamente por la demostración fáctica de la hegemonía militar
norteamericana, permitiendo así esta demostración de fuerza la
mencionada confianza de los inversores extranjeros en la cuestionada
hegemonía económica.
Además, y como elemento de apoyo a estos factores, la
reforma fiscal pactada por la administración Bush y el Congreso de los
EE.UU. a finales de mayo de 2003, daba enormes beneficios a las rentas del
capital, tratando de favorecer con ello, entre otras cosas, la continuidad
de la llegada de los fondos de los inversores internacionales a la economía
norteamericana. En estas reformas fiscales, se reducía el tipo máximo
por el que tributan los dividendos del 38,6% al 15%, mientras que el tipo
medio de las plusvalías caía en cinco puntos, hasta el 15%.(12)
Estos factores han redundado lógicamente en la posibilidad de proyectar
nuevamente hacia el futuro el esquema de acumulación mantenido por la
economía norteamericana durante la década de los 90. Así, al tiempo
que, de mantenerse, la política del "dólar débil" favorecerá
una mejora en la competitividad de los productos norteamericanos en los
mercados internacionales, la continuidad mantenida en las llegadas netas
de capital financiero a Wall Street permitirá seguir financiando los déficits
exteriores de la balanza de pagos, así como favorecer un crédito
flexible y un alto endeudamiento de trabajadores y empresas que hagan de
correa de transmisión de la demanda agregada, interaccionando todo ello a
favor de nuevas posibilidades de relanzar la acumulación de capital y las
ganancias.
Los trabajadores, el movimiento antiimperialista y el pivotar de la
hegemonía mundial
Es en este punto donde se puede comenzar a atisbar cómo, en el corto y
medio plazo, la guerra emprendida por los EE.UU. ante la abierta oposición
de sus tradicionales socios europeos (especialmente Francia y Alemania,
aunque también Rusia), estaría dando los frutos que cabría esperar: la
conservación y consolidación de esa pretendida hegemonía mundial.
Ciertamente, la importante oposición mostrada en el seno del Consejo de
Seguridad de Naciones Unidas por los representantes alemán, francés y
ruso, respondía, además de a la incuestionable presión interna de las
poblaciones de esos países frente a la guerra, al intento de sus clases
dirigentes de no facilitar en ningún momento su paso a situaciones de
mayor subordinación en la correlación de fuerzas interimperialistas.
Además, resulta muy significativo ver cómo, prácticamente la totalidad
de las concesiones administrativas de los yacimientos petrolíferos iraquíes
en manos foráneas se concentraban en estos tres países durante la década
de los años 90, así como la inmensa mayor parte de la deuda externa que
tenía contraída Iraq.
No obstante esta posición de abierto enfrentamiento
interimperialista tornó tras la guerra –y una vez ya establecida la
correlación final de fuerzas– en una postura mucho más comedida, cundo
no claramente seguidista, por parte de los anteriores opositores europeos.
De hecho, es muy ilustrador el hecho de que estos tres países hayan
cerrado filas tan rápidamente con EE.UU. (aceptando levantar las
sanciones económicas que pesaban sobre Iraq), nada más terminar la
guerra. En este sentido Moisés Naím planteaba como "para los países
que se opusieron a la guerra, como Francia, Alemania o Rusia, apoyar la
resolución [en la ONU del levantamiento de las sanciones] era coger el último
tren para tener un papel en el proceso [de reconstrucción], como Estados,
y para sus empresas petroleras o de construcción."(13)
Es más, resultarán a este respecto sumamente esclarecedores los procesos
políticos abiertos en Francia y Alemania inmediatamente después de la
guerra. En ambos países, una vez cerrada la incertidumbre sobre la
contienda bélica y ratificada la momentánea correlación de fuerzas
frente a la economía norteamericana, se ha optado por unas reformas
laborales cuyo eje central es un durísimo ataque a las conquistas históricas
del trabajo. Así, en Francia el Gobierno de Jean-Pierre Raffarin
presentaba en mayo en severo plan para reformar las pensiones, retrasando
la edad de jubilación, plan que era contestado con importantes
manifestaciones y huelgas por todo el país. Igualmente, en Alemania, en
este caso el gobierno de la socialdemocracia junto con los verdes, se
presentaba la Agenda 2010, un plan de reformas encaminado a reducir las
prestaciones por desempleo, enfermedad y jubilación, que también era
duramente contestado desde el ámbito sindical.
En el fondo, no parece arriesgado interpretar estos ataques
contra las condiciones de vida de la clase trabajadora francesa y alemana,
como la única "huida hacia delante" que, en un momento de
importante crisis económica y tras el triunfo de la estrategia bélica,
se ha podido permitir el corazón industrial de la vieja Europa. La
respuesta interimperialista que la Europa continental ha presentado ante
el "tirón" norteamericano, en un momento en el que incluso se
bordea la deflación germánica,(14) ha sido el
tradicional recurso de la pauperización social, que debería permitir en
última instancia reducciones en los costes laborales y ganancias en la
competitividad del comercio internacional, así como relanzar el
crecimiento económico.
En último lugar, y teniendo en cuenta el papel jugado por la
guerra en la evolución de la posición hegemónica de los diferentes
bloques económicos, cabría referirse al concepto de "Guerra Global
Permanente",(15) recientemente acuñado por el
movimiento antiglobalización, para conceptualizar a una realidad que
parece tomar forma en nuestros días (paralelamente a la doctrina
formulada por la administración Bush de "guerra preventiva"):
la creciente necesidad del imperialismo norteamericano (constatada
sucesivamente a lo largo de la década de los 90 en los conflictos de
Yugoslavia, Afganistán e Iraq) por hacer valer su hegemonía económica a
partir del uso directo de la fuerza militar. Así, sería la continua
necesidad que tiene la economía de los EE.UU. de afluencia de capital
financiero la que precipitaría un estado de "Guerra Global
Permanente", en un desesperado intento por conservar la confianza del
capital transnacional de sus países acreedores, y no deslizarse por la
senda de la crisis y de la deflación.
Semejante hipótesis no introduce, no obstante, ningún elemento
significativamente nuevo al análisis de la historia del imperialismo, al
margen de la descripción de los mecanismos particulares por medio de los
cuales se lleva a cabo el despliegue de la estrategia hegemónica en este
momento, así como de lo que parece una constatación irrefutable: la
necesidad de la potencia mundial de embarcarse, de forma continua y
creciente, en sucesivas guerras para poder conservar su posición de
dominio. La historia de la evolución de la economía mundial en la década
de los 90, así como la relación de los diferentes conflictos armados
emprendidos por la potencia hegemónica con su devenir económico, no son
por tanto otra cosa que la forma en cómo llega hasta nuestros días la
secular historia del imperialismo como fase particular –senil– del
capitalismo. Y en esta secular historia del capitalismo, la guerra no ha
mantenido un papel significativamente diferente de unas fases a otras.
Recordemos en este sentido las elocuentes palabras del
influyente analista norteamericano, Thomas Friedman, cuando plantaba que
"la mano invisible del mercado, nunca funcionará sin el puño
invisible. Mc Donald no prosperará sin la Mc Donell Douglas, que ha
construido el F15. El puño invisible que garantiza un mundo seguro para
la tecnología de Silicon Valley se llama ejército, fuerzas aéreas,
armada y cuerpo de marines de los Estados Unidos".(16)
No es desde luego el único analista norteamericano que recoge la tradición
del Manifest Destiny. Así, Robert Kaplan, en su libro Warrior
Politics, escribe que "una nueva cruzada es necesaria para traer
prosperidad a distintas partes del mundo a través de la influencia del
imperialismo benigno americano".(17) También el
influyente Michael Ignatieff, catedrático de Derechos Humanos de la
Universidad de Harvard, señala que "el imperialismo solía ser una
carga y responsabilidad de la civilización blanca en el mundo. El hecho
de que tenga mala reputación no lo hizo innecesario. Aunque no es políticamente
correcto, el imperialismo continúa siendo necesario".(18)
Es desde luego muy difícil, por no decir imposible, llegar a contrastar
si esta última hipótesis teórica planteada desde el ámbito de la
militancia política –la de la Guerra Global Permanente– está
operando como tal a la hora de explicar los diferentes conflictos
interimperialistas en los últimos años, pero lo que sí parece claro es
que, en caso de estar operando como tal, se verá enfrentada a una
creciente contradicción. Dicha contradicción se deriva precisamente de
que la "jugada" puesta en marcha por la administración Bush
para evitar el deslizamiento económico hacia un déficit insostenible, la
huida de los capitales que financian el proceso de acumulación, la crisis
y la deflación, es la "jugada" que históricamente han
pretendido jugar todos los imperios declinantes: la solución militarista
a sus problemas económicos. Lógicamente, dicha "jugada" puede
ser mantenida durante un largo periodo de tiempo, pero a costa de hacer
transitar a la economía hegemónica por un camino ciertamente inestable y
arriesgado, de forma tal que, cada vez con mayor probabilidad, pequeñas
alteraciones coyunturales pudieran dar al traste con toda una hegemonía
sistémica.
Como se advirtió en un primer momento, hemos analizado a lo largo de
estas líneas el curso del despliegue de aquellos mecanismos económicos
de los que se ha servido la potencia hegemónica para proyectar en el
tiempo su posición de relativo dominio. No obstante, resulta
imprescindible recordar que el despliegue histórico de estos mecanismos
es un despliegue que ha sido llevado a cabo por las clases dominantes de
los respectivos bloques comerciales; y no sólo en defensa de sus propios
intereses económicos (no existe nada parecido a los "intereses
nacionales" para aquellos que sólo les queda vender su fuerza de
trabajo en mercados crecientemente precarizados), sino, precisamente, a
costa de los intereses y de las condiciones de vida de las clases
trabajadoras de los diferentes países.
La lucha interimperialista por la hegemonía mantenida por los diferentes
segmentos dominantes de la economía mundial, contrasta no obstante con el
aplastante consenso con el que recaen la políticas neoliberales y de
ajuste estructural sobre los trabajadores de todo el mundo. Además, los
ingentes costes económicos que ha tenido la guerra contra Iraq, así como
los que tendrá la ocupación prolongada del país, se pagarán en una
importante medida mediante los impuestos de la clase trabajadora
norteamericana, y se los embolsarán fundamentalmente las empresas del
sector militar-industrial.
Es por ello que el curso de la competición interimperialista de las
clases dominantes de EE.UU. y Europa, no debiera ser a priori ni el
discurso, ni el espacio político idóneo en el que se devuelva la
construcción de un referente sindical y político antagonista para la
defensa de los derechos de los trabajadores. Ahora bien, en la medida en
que dicha carrera por la hegemonía se está corriendo, una vez más en la
historia, sobre las espaldas de las clases trabajadoras y populares de
todo el mundo, el combate en torno al correspondiente espacio político
asociado a ella, se torna en ineludible para las fuerzas progresistas del
mundo.
Indudablemente, el coste en vidas y sufrimiento de los trabajadores y de
las clases populares de todo el mundo, derivado de la "huida hacia
delante" militarista de la hegemonía norteamericana, exige de un
firme ejercicio de confrontación política frente a dicha estrategia
imperialista, a desarrollar desde el movimiento pacifista y desde el
movimiento antiimperialista mundial. En la necesaria construcción de
estos referentes políticos radicará la posibilidad real de parar las próximas
guerras.
Bibliografía
Arrizabalo, X. (ed.) (1997): Crisis y ajuste en la economía mundial,
Ed. Síntesis, Madrid.
Brenner R. (2003): La expansión económica y la burbuja bursátil,
Ed. Akal, Madrid. Buendía, L. (2003): La evolución del nivel de vida
de los trabajadores en Estados Unidos entre 1980 y 2000, Facultad de
Ciencias Económicas y Empresariales, UCM, Madrid, Mimeo.
Bureau of Economic Analysis, US Department of Commerce, 2003.
Caputo, O. (2003): "Informes especiales: las causas económicas de la
guerra de EE.UU.", Argenpress.info, 12/03/2003.
Chesnais, F. (2002): "La Nueva Economía: una coyuntura singular de
la potencia hegemónica americana", en Chesnais, F., Duménil, G., Lévy,
D., Wallerstein, I. (2002):
La globalización y sus crisis, Los libros de la Catarata, Madrid.
Clairmont, F. (2003) "Una deuda que amenaza al imperio", Le
Monde Diplomatique, Abril 2003, Madrid.
Clark, W. (2003): "The Real Reasons for the Upcoming War With Iraq: A
Macroeconomic and Geo-strategic Analysis of the Unspoken Truth", Independent
Media Center, January 2003.
Duménil, G. y Lévy, D. (2002): "Salida de crisis, amenazas de
crisis y nuevo capitalismo", en Chesnais, F., Duménil, G., Lévy,
D., Wallerstein, I. (2002): La globalización y sus crisis, Los
libros de la Catarata, Madrid.
Duménil, G. y Lévy, D. (2000): "Capital financiero y
neoliberalismo: un análisis de clase", en Guerrero, D. (ed.) (2000):
Macroeconomía y crisis mundial, Ed. Trotta, Madrid.
Fernández , R. (2003): Capitalismo (financiero) global y guerra
permanente. El dólar, Wall Street y la guerra contra Irak, Virus
Editorial, Barcelona Flow of Funds Accounts of the United States.
Annual Flows and Outstandings, 1995- 2002. Federal Reserve, USA.
Friedman, T. (2003): "Time for aggressive engagement with Syria",
The New York Times, jueves 17 de abril, 2003.
Galbraith, J.K. (2002): "The Brazilian Swindle and The Larger
International Monetary Problem", Policy Note 2002/2, The Levy
Economics Institute.
Gill, L. (2002): Fundamentos y Límites del Capitalismo, Ed. Trotta,
Madrid.
Gimpel, A. (2003): "El verdadero motivo de la invasión a Iraq",
9/05/2003, Agencia Latinoamericana de Información, en www.nodo50.org/csca
Gluckstein, D. (2001): Lucha de clases y mundialización, POSI,
Madrid, 2001.
Gowan, P. (2000): La apuesta de la globalización. La geoeconomía y la
geopolítica del imperialismo euro-estadounidense, Akal, Madrid, Heard,
G. (2003): "An Economic Perspective On The War ", 23 March,
2003, Australia, publicado en www.GuluFuture.com.
Martínez González-Tablas, A. (2000): Economía Política de la
Globalización, Ariel, Barcelona.
Medialdea, B. y Martínez González-Tablas, A.(2001): "Reflexión crítica
sobre la globalización financiera", en Ekonomiaz, nº 48, 2001,
Vitoria-Gasteiz.
Navarro, V. (2003): "¿Por qué Irak y por qué ahora?", El
País, 18 de abril de 2003.
Palazuelos, E. (2000): Estructura económica de Estados Unidos.
Crecimiento económico y cambio estructural, Ed. Síntesis, Madrid.
Palazuelos, E. (1998): La globalización financiera, Ed. Síntesis,
Madrid. Petroleum Supply Monthly Energy Information Administration, U.S.
Department of Energy, junio 2002. Statistical Review of World Energy,
British Petroleum, 2002. Varea, C y Maestro, A. (1997): Guerra y
sanciones a Irak. Naciones Unidas y el nuevo orden mundial, La
catarata, Madrid.
Notas:
1-El País, 22/08/2002. . Subir
2- El País, 11/02/2003. Subir
3- Véase Clark, W. (2003): “The Real Reasons for the
Upcoming War With Iraq: A Macroeconomic and Geo-strategic Analysis of the
Unspoken Truth”, Independent Media Center, January 2003 ; Gimpel, A.
(2003): “El verdadero motivo de la invasión a Iraq”, 9/05/2003,
Agencia Latinoamericana de Información. En www.nodo50.org/csca ; Heard,
G. (2003): “An Economic Perspective On The War “, 23 March, 2003,
Australia, publicado en www.GuluFuture.com.. Subir
4- Gimpel, A. (2003): pag.2. Subir
5- Clark, W. (2003): “The Real Reasons for the Upcoming War
With Iraq: A Macroeconomic and Geo-strategic Analysis of the Unspoken
Truth”, Independent Media Center, January 2003.. Subir
6- Clark, W. (2003): "… The question that comes to mind
is whether the euro will establish itself in world financial markets, thus
challenging the supremacy of the US dollar, and consequently trigger a
change in the dollar's dominance in oil markets. […]Having said that, it
is worthwhile to note that in the long run the euro is not at such a
disadvantage versus the dollar when one compares the relative sizes of the
economies involved, especially given the EU enlargement plans. Moreover,
the Euro-zone has a bigger share of global trade than the US and while the
US has a huge current account deficit, the euro area has a more, or
balanced, external accounts position. One of the more compelling arguments
for keeping oil pricing and payments in dollars has been that the US
remains a large importer of oil, despite being a substantial crude
producer itself. However, looking at the statistics of crude oil exports,
one notes that the Euro-zone is an even larger importer of oil and
petroleum products than the US.[…]From the EU's point of view, it is
clear that Europe would prefer to see payments for oil shift from the
dollar to the euro, which effectively removed the currency risk. It would
also increase demand for the euro and thus help raise its value. Moreover,
since oil is such an important commodity in global trade, in term of
value, if pricing were to shift to the euro, it could provide a boost to
the global acceptability of the single currency. […]Of major importance
to the ultimate success of the euro, in terms of the oil pricing, will be
if Europe's two major oil producers -- the United Kingdom and Norway join
the single currency. Naturally, the future integration of these two
countries into the Euro-zone and Europe will be important considering they
are the region's two major oil producers in the North Sea, which is home
to the international crude oil benchmark, Brent. This might create a
momentum to shift the oil pricing system to euros.[…]In the short-term,
OPEC MCs, with possibly a few exceptions, are expected to continue to
accept payment in dollars. Nevertheless, I believe that OPEC will not
discount entirely the possibility of adopting euro pricing and payments in
the future.[…]. The critical question for market players is the overall
value and stability of the euro, and whether other countries within the
Union will adopt the single currency. "It is quite possible that as
the bilateral trade increases between the Middle East and the European
Union, it could be feasible to price oil in euros considering Europe is
the main economic partner of that region.[…]Should the euro challenge
the dollar in strength, which essentially could include it in the
denomination of the oil bill, it could be that a system may emerge which
benefits more countries in the long-term. Perhaps with increased European
integration and a strong European economy, this may become a
reality.." . Subir
7- Galbraith, J.K. (2002): “The Brazilian Swindle and The
Larger International Monetary Problem”, Policy Note 2002/2, The Levy
Economics Institute, (pag.7).. Subir
8- Heard, G. (2003): pag.3. Subir
9- Clark, W. (2003): pag. 2. Subir
10- El País, 05/06/2003, pag.6. Subir
11- El País, 05/06/2003, pag.6. Subir
12- El Mundo, 23/05/2003.. Subir
13- Entrevista a Moisés Naím, El País, 27/05/2003.-. Subir
14- Véase Krugman, P. (2003): “¿Está el mundo cayendo en
un atolladero económico?”, El País, 02/06/2003.. Subir
15- Véase en esta línea Fernández, R. (2003):
Capitalismo(financiero) global y guerra permanente. El dólar, Wall Street
y la guerra contra Irak, Virus Editorial, Barcelona.. Subir
16- Thomas Friedman. New York Times, 28-3-1999. "Market´s
invisible hand, will never work without the invisible fist. Mc Donald will
not prosper without Mc Donell Douglas, which has built the F15. The
invisible fist that guarantees a safe world for Silicon Valley´s
tecnology is called army, air force, navy and Marines Corps of the United
States." . Subir
17- Citado en Navarro, V. (2003): “¿Por qué Irak y por qué
ahora?”, El País, 18/04/2003.. Subir
18- New York Times Magazine, 28/07/2002.. Subir
|
|