¿Cómo
queda el Imperio después de la invasión en Irak?
Por
Antonio Negri
Antes
de nada, nos interesa aquí definir el cuadro geopolítico que se ha
venido presentando en esta primera década del siglo XXI. Para proceder a
esta definición, tómese como clave los eventos de Seattle, inténtese
comprender cómo de aquellas luchas contra la mundialización neoliberal
(puesta en acto por un capitalismo que había triunfado sobre la gestión
soviética del capital y, consecuentemente, unificado el mundo bajo el
propio mando) se llega hasta el 15 de febrero de 2003, cuando 110 millones
de personas, una multitud por la paz, se oponen al diktat de las potencias
occidentales imperiales contra Irak: el cuadro geopolítico no podrá ser
definido aquí más que a partir de la crisis (es decir, del
enfrentamiento) de las superpotencias que actúan en la globalidad, es
decir, el imperio y las multitudes. Desde esta perspectiva, está claro
que el sistema soberano del Imperio es dual, y que solamente podrá ser
definido considerando la dialéctica que pone en una relación destructiva
y/o constructiva a las multitudes y al soberano: comencemos entonces por
definir al soberano y cómo acosa su acción.
El
soberano ha declarado su estrategia. Su táctica es discutida todos los días
por la denominada opinión pública, propagada y contrastada, pero aún así
está bien atada. El primer objetivo estratégico ha consistido en hacer
madurar la crisis de las instituciones del viejo orden internacional. Si
el soberano imperial quiere gobernar la globalización, debe de hecho
privar a la Organización de Naciones Unidas de toda capacidad política y
jurídica efectiva. Cuando al final de la segunda guerra mundial se creó
la ONU, confluían en ella la aspiracion iluminística a un gobierno
cosmopolita y al diseño democrático de los Estados que habían liderado
y ganado la guerra antifascista. Las Naciones Unidas parecieron poder
constituir tanto el núcleo de un futuro Estado mundial como el
dispositivo gobernativo que preparase su realización. Todo esto ha
terminado en el último medio siglo aproximadamente.
Implicadas
en la Guerra Fría y neutralizadas por su incapacidad de romper con los
mecanismos burocráticos que se habían afirmado en su interior,
bloqueando toda exigencia de renovación, con la caída del orden bipolar
las Naciones Unidas han caído a su vez bajo el dominio de la única
superpotencia imperial residual. La hegemonía estadounidense en la ONU se
ha hecho pesadísima. La ONU se ha convertido en el lugar donde la hegemonía
unilateral de Estados Unidos ha podido jugar mejor su juego. Y es también,
paradójicamente, el lugar donde menos se ha podido expresar una imaginación
de poder adecuada a la globalización.
Actualmente
es clara y violentamente activa la voluntad estadounidense de liquidar a
la ONU después de la imprevista derrota diplomática sufrida en el
momento de la declaración de la segunda guerra iraquí. Ahora se trata de
comprender cuáles serán las formas en que se organizará esta voluntad.
Pero
para considerar el cuadro actual pos-guerra contra Irak es preciso, tras
haber subrayado la crisis de la ONU, recordar en segundo lugar que, a
partir del final de la Guerra Fría, el soberano capitalista
estadounidense de todos modos comenzó a penetrar en las tierras del
ex-enemigo, a desplazar y redefinir los límites, a organizar una gran red
de control, única en el mundo. Las políticas de contención del mundo
occidental respecto a la Unión Soviética han sido ahora releídas en términos
de un roll back que no tenía nada de abstracto, sino que consistía más
bien en la construcción de bases militares en territorios de la ex-Unión
Soviética, un proceso de infiltración militar antes que ideológica y
humanitaria. Por lo tanto, la misión civilizatoria se había agotado muy
rápido. la penetración imperial de Estados Unidos se presentaba en términos
precisos, no equívocos: ahora, en una década, es como una gran media
luna del mando imperial la que se extiende de Medio Oriente a Corea del
Norte atravesando los territorios ex-soviéticos de Asia central, con un
ahondamiento austral de bases estratégicas (Filipinas y Australia).
De
este modo, se ha configurado un horizonte político nuevo y global. El
soberano ha asumido un papel imperial. Un enorme poder militar se
despliega por el mundo. La operación está, sin embargo, todavía
inconclusa. Existen zonas con relevancia estatal y aspiraciones globales
que ni están ni podrán estar nunca incluidas en el régimen imperial.
Por consiguiente se tratará, por parte del poder imperial, de volver frágiles
estas potencias, de encerrarlas en su "disposición zonal" y/o
"continental", así como de integrarlas eventualmente en una
estructura jerárquica con el fin de controlarlas de forma segura y
eficaz. Se trata sobre todo de las tres grandes potencias que, en el flujo
geopolítico imperial, no pueden ser anuladas y que, antes o después,
podrían constituir un peligro: Europa, Rusia y China. Obviamente, la
voluntad hegemónica y el proyecto estratégico del soberano imperial
estadounidense preven bajo presión a estas tres potencias: así, la
guerra iraquí ha atacado directamente la posibilidad de existencia de la
potencia industrial europea, arrebatándole todavía más el control de
las fuentes energéticas; la designación de Irán como "Estado
canalla" expande la amenaza imperial en el bajo vientre asiático de
Rusia; el aislamiento y la represión de una eventual amenaza nuclear
proveniente de Corea del Norte debilita el flanco de toda política de la
potencia china. Las perspectivas geopolíticas y los instrumentos del
poder imperial se definen así de forma plena: el proyecto de guerra
preventiva, cuya concepción precede al 11 de septiembre, se ve aquí
acelerado; los procesos de jerarquización, segmentación y de aislamiento
eventual de mundos continentales alternativos se ven aquí afirmados
definitivamente. Tras la guerra iraquí ya no existe la posibilidad de
considerar el programa imperial como un programa aleatorio en las formas y
particularmente intenso en el tiempo. El poder mundial no se comparte con
nadie y la América posterior al 11 de septiembre parece haber elegido
definitivamente la vía de la organización unilateral del orden global,
liquidando de esta forma a sus partners, subordinando y articulando la
alianza con ellos siempre dentro de "cooperaciones
voluntariosas" diversas y contingentes. La OTAN y las otras
organizaciones/alianzas militares ya no resultan útiles al soberano
imperial -pues podrían influir en la toma de decisiones, aportando así
sus exigencias aleatorias a la perspectiva hegemónica en el choque contra
los globalistas.
Tras
el 11 de septiembre, con la preparación y el desarrollo de las guerras
afgana e iraquí se afirmó el unilateralismo norteamericano. Como hemos
visto, este nuevo dispositivo ha generado consecuencias geopolíticas y ha
producido un reordenamiento geoestratégico fundamental. Este
reordenamiento, confirmado con el final de la guerra iraquí, se ha diseñado
en torno a tres elementos, que intentaremos describir a continuación. Se
trata de dispositivos en sí mismos críticos: en el momento en que se
configuran nuevas posibilidades de ruptura, al mismo tiempo éstas cubren
y mistifican viejas fracturas no resueltas.
Un
primer elemento del reordenamiento geoestratégico consiste en la
reorganización regional y jerárquica de las potencias mundiales. El
Grupo de los 8 (G8) ya no se configura como un encuentro entre pares, sino
como una corte con un primus inter pares. El orden imperial apuesta a
gobernar mediante unidades y filtros regionales. Su mando se despliega en
una relación jerárquica. La situación sigue estando ciertamente
abierta: así al menos resulta oportuno considerarla si, en nuestra
aproximación, tenemos en cuenta el carácter intempestivo a menudo
presente en las relaciones de fuerza geopolíticas y en la realización
efectiva de las tensiones normativas de la política internacional. Las
unidades regionales pueden constituir de hecho elementos de contradicción
respecto a la unidad jerárquica del orden geopolítico y del mando
soberano imperial. Que coincidan el nuevo orden geopolítico y el imperial
es puesto en duda de hecho por algunos protagonistas políticos y económicos
del proceso. Es en esta perspectiva en la que, por ejemplo, se valoran las
oscilaciones de la voluntad política contradictoria de la Unión Europea,
unas veces abierta a la alianza atlántica hacia los Estados Unidos y
otras a la perspectiva de la unificación continental con Rusia. Es aquí
donde el mundo ex-soviético en ocasiones se dispone al acuerdo con el vértice
imperial mientras que en otras intenta compactaciones internas y alianzas
europeas, siguiendo viejas líneas geopolíticas que parecen mantener su
fuerza propulsiva. Y en este cuadro es donde se desarrollan, como se ha
dicho, los extraños experimentos chinos de "democracia de las clases
medias" y las curiosas experimentaciones de una "globalización
autocentrada". Pero este impulso regional en el marco del
reordenamiento estratégico del orden imperial no se afirma solamente en
las políticas y en la acción económica de los grandes centros
continentales sino que encuentra también correspondencias en América
Latina, allí donde se producen experimentos de autonomía regional, sobre
todo en torno a Brasil. Y además, ¿se puede imaginar un reordenamiento
estratégico de las zonas mediorientales fuera de la organización de un
poder regional?
Un
segundo elemento hace referencia a la crisis que ha golpeado y sigue
golpeando a las aristocracias multinacionales del orden imperial. Cuando
hablamos de aristocracias queremos decir las élites o bien las agencias
capitalistas que gestionan empresas multinacionales o administraciones de
Estados nacionales. No se trata por lo tanto de rupturas que impliquen sólo
a figuras estatales, como en el primer caso considerado. Se trata de
fracturas debidas a conflictos (de interés económico-político) entre
fracciones de la clase capitalista mundial y que, tras ciertos
estremecimientos cada vez más frecuentes, han surgido sobre todo en torno
al conflicto iraquí. Vista desde esta perspectiva, la crisis aristocrática
no se refiere por lo tanto sólo a las clases políticas, sino que
atraviesa y afecta al cuadro global de las relaciones productivas en términos
a veces muy pesados. Se va de un desamor genérico respecto al soberano
norteamericano al conflicto en materia comercial, de la competencia
financiera al intento de afirmar una alternativa monetaria respecto al dólar.
Del 11 de septiembre a la segunda guerra del Golfo se ha puesto de
manifiesto de forma dramática el relajarse, o bien el disolverse, de las
relaciones políticas y económicas entre las aristocracias mundiales del
capitalismo, de tal manera que la opinión pública ha podido reflexionar
sobre la extensión y la intensidad de esta fractura. Pero la crisis
aristocrática, que provoca mayores consecuencias en el horizonte geopolítico,
es la que afecta a la convención monetaria. El pasaje del Euro débil al
Euro fuerte, la primera agresión del Euro contra el Dólar en el terreno
de su cualificación como moneda de reserva y de numerario del comercio
internacional, representa una mina móvil y constituye un problema que
debe ser resuelto de algún modo desde el punto de vista imperial.
El
tercer elemento hace referencia al telos mismo, es decir, a los fines y
las formas en las que el orden imperial podrá constituirse y legitimarse.
Asistimos aquí a un juego tan extraño como feroz en torno al tema de la
governanza global y de la seguridad mundial. El predominio norteamericano
en el orden global se ha impuesto de hecho en términos militares, pero el
predominio militar no basta para garantizar el orden mundial. El dinero es
al menos igualmente importante: Estados Unidos no conseguirá nunca
imponer su mando unilateral si no logra establecer un acuerdo con las
otras potencias financieras del planeta. Pero este acuerdo resulta difícil
-imposible mientras el unilateralismo norteamericano no sea atenuado o
derrotado. Por otra parte, la seguridad mundial nunca será posible sin
que se asegure el desarrollo económico de los países más pobres. También
ésta constituye una condición fundamental, no menos esencial que las
otras propuestas por las aristocracias para el mantenimiento de la paz
social. Debemos recordar aquí que en la segunda mitad del siglo XX la
globalización fue impuesta por las luchas obreras y las luchas
anticoloniales: nadie está interesado ya en volver atrás. Pero más allá
de este destino imposible, existen contradicciones que afectan al mismo
tiempo a los puntos más altos y a los más bajos del reordenamiento
geopolítico global en torno, como precisamente decíamos, a los temas de
la seguridad y del desarrollo: Estados Unidos no puede continuar
ejercitando la fuerza sin el dinero; los pueblos relegados al fondo de la
escala mundial de la producción no pueden proporcionar seguridad al mundo
sin desarrollo. Evidentemente, no son sólo los factores económicos los
que importan aquí: son factores de equilibrio, son factores de desarrollo
los únicos que pueden permitirnos evitar escenarios-catástrofe tanto en
los niveles más elevados como en los más bajos del orden global. Y si
queda fuera de toda duda que los norteamericanos detentan las claves de la
industria del futuro (la electrónica y la biotecnología), no es menos
cierto que su economía sufre un déficit inmenso. Y si bien es verdad que
los países más pobres se han visto embestidos por procesos de mayor
desigualdad todavía, no es menos cierto que todos esos sufrimientos podrían
ser transformados en potencia productiva sólo con que les llegara un
flujo adecuado de inversiones. Efectivamente los fines de la globalización
y las formas de la geopolítica actual se ven sometidas a una discusión
radical.
La
segunda guerra del Golfo ha desplazado completa y definitivamente el
terreno de la legitimación del Imperio: la legitimación se proyecta
hacia la guerra. Tras la segunda guerra del Golfo el Imperio se ha
legitimado mediante la guerra preventiva. La política se ha convertido en
la continuación de la guerra bajo otras formas. De ser un producto y una
continuación de la política, la guerra ha comenzado a ser base
legitimadora de la política del Imperio. Consecuentemente, la forma de
hacer la guerra que se ha impuesto definitivamente desde el 11 de
septiembre ha homologado los instrumentos bélicos y los de policía. El
"arte de la guerra" y la Polizeiwisseschaft (la "ciencia de
policía") se han convertido en flores de un mismo jardín. La
reordenación de los ejércitos sobre la escala de la movilidad y de la
flexibilidad de sus funciones represivas, la radicalidad de la intervención
que no posee únicamente un carácter punitivo o destructivo sino que debe
construir la paz o incluso "construir las naciones", bueno, todo
esto nos muestra que guerra, policía y política imperiales se despliegan
en el terreno biopolítico.
Desde
este punto de vista, la guerra de Irak resulta paradigmática. Allí no
había armas de destrucción masiva que descubrir y neutralizar, allí no
había simplemente un dictador al que castigar: se trataba de hacer nacer
un nuevo orden regional en torno a una victoriosa empresa militar.
Injerencia humanitaria y jurídica, ejércitos sofisticados y
Organizaciones No Gubernamentales organizan una guerra ordenadora
destinada a la construcción de una nueva zona de control imperial y a un
nuevo ordenamiento jerárquico de Medio Oriente. Israel debería
convertirse en el polo tecnológico, Irak en el ejemplo de una democracia
árabe, Irak y los países del Golfo en los actores industriales más dinámicos
en tanto que Egipto, Siria, Jordania y Palestina se situarían en el orden
jerárquico de la producción de mercancías y servicios. Por lo que
respecta a Arabia Saudita, ya se verá después cómo modernizarla
(siempre que esto no resulte una misión imposible).
Sin
embargo, es en este nivel biopolítico del ejercicio de la soberanía
imperial donde podemos reconocer hasta ahora el fracaso de la iniciativa
norteamericana. Como recordábamos más arriba, el predominio militar
absoluto del ejército norteamericano no consigue eliminar los elementos
de conflicto, de oposición política y, en este caso concreto, de
renacimiento continuo de la guerrilla armada en la zona del Golfo. Nadie
quiere aquí infravalorar la importancia y la peligrosidad del terrorismo
islámico: se trata de un fanatismo reaccionario, mantenido por las
fuerzas más conservadoras de la organización imperial y puesto a su
propio servicio. Sin embargo, la invocación continua del terrorismo como
base para legitimar la "guerra justa" no puede resultar
suficiente, es más, resulta mistificador: el terrorismo de Medio Oriente
no expresa de hecho un islamismo combatiente sino sobre todo lucha de
clase de las poblaciones pobres, explotadas, a las que se han expropiado
sus riquezas, a las que se ha desarraigado de su cultura. La resistencia
aparece aquí en términos cada vez más radicales e irreductibles. Nadie
piensa que la situación iraquí pueda convertirse en una guerra de
Vietnam: sin embargo, da una idea de cuánto ha avanzado, como comenta el
Subcomandante Marcos, la cuarta guerra (civil) mundial.
Tras
la guerra iraquí, el Imperio se presenta por lo tanto como un territorio
abierto a nuevos conflictos que, horizontalmente, a través de las élites
mundiales aparecen en escena cada vez más y siempre de forma diversa;
verticalmente, de arriba a abajo de la organización del poder imperial,
emergen siempre de nuevo y siempre de forma inédita, nuevos conflictos
como expresión de las necesidades y deseos de las multitudes de mujeres y
hombres explotados. La oposición a la guerra imperial y la opción por la
paz como momentos de construcción de una globalización cosmopolita
verdadera y auténtica han extendido, por otro lado, la percepción de la
unidad de las multitudes. En este momento, sobre todo tras haber medido la
determinación imperial de mantener y reproducir el orden capitalista
mediante la guerra, resulta evidente que la construcción de un proyecto
común (y la afirmación misma "Otro mundo es posible") de las
multitudes requiere otros pasos adelante bastante más eficaces. La
demanda de paz debe saber defenderse, resistir, contraatacar; el éxodo de
la organización capitalista de la producción, de la explotación debe
indicar pasajes realmente alternativos; la democracia de las multitudes
debe tornarse participación de todos en la vida política y en la
capacidad de decidir sobre lo común. A la percepción de estos problemas
debe seguirle un proceso organizativo a la altura de las tareas de
liberación. Tras la guerra iraquí, el Imperio, considerado desde el
punto de vista de las multitudes, pone con urgencia sobre la mesa el
problema de la organización subversiva, global, de las multitudes.
Para
concluir, cabe decir que la geopolítica se parece más a la arqueología
que a nuestra experiencia. El mundo actual es un mundo sin
"afueras" que exige de una genealogía completamente abierta
para ser comprendido. Si el Imperio constituye un orden que mira hacia sí
mismo -si éste representa algo más que un orden internacional
constitucional global (ha destruido la ONU y con ella el derecho
internacional)- entonces el nuestro será un proyecto constituyente a
nivel global. Las multitudes no quieren ser mandadas sino mandar:
la
autonomía del trabajo intelectual e inmaterial incluye un deseo absoluto
de democracia. Por lo tanto, si el Imperio aparece como un orden de policía
y de seguridad para lo privado, los movimientos representan la
constituyente de lo común (subordinadamente, del Imperio).
Pero
nos dicen que el Imperio está legitimado por la guerra, que la suya es
una autoconciencia realista de la existencia. Sin embargo, nosotros somos
el partido de la paz. La paz es realmente débil frente a la guerra, pero
dejará de serlo en el momento en el que se confunda con lo común, con el
general intellect, precisamente cuando éstos desobedezcan. de hecho, no
hay orden, y mucho menos el de la guerra, si las multitudes se plantan
frente a la violencia del poder, sin participar, sin obedecer, sin
soportar un dominio horrendo.
Después
de la segunda guerra del Golfo, si queremos volver a hablar de la
multitud, o bien de la subjetivación del trabajo, no podemos hablar más
que en términos biopolíticos. Es precisamente aquí donde nos
encontramos con los movimientos que se fugan de la miseria y se acompañan
en la rebelión: con las migraciones que abren espacios de mestizaje y
nuevas dimensiones antropológicas y culturales. En esta nueva perspectiva
las multitudes apoyan toda guerra de liberación, denuncian los elementos
del desorden mundial y, tras haber considerado la complejidad del orden
capitalista actual y de las ideologías que lo acompañan, comprometen a
todos los militantes en la unión con los impetuosos movimientos de los
pobres que marchan hacia las metrópolis. Es aquí donde la
multilateralidad de los impulsos espontáneos se abre a los diversos
niveles de la construcción de un orden que no posee ya la cara del mando
capitalista, sino que se expresa a través del ritmo de los procesos de
emancipación.
Rebeldía
26 de septiembre del 2003
Traducción: Carmen Valle y Ángel Luis Lara
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