La
guerra constituyente y el Imperio
Por
Antonio
Negri
Fragmento
de su intervención en el último Foro Social Europeo, realizado en París.
La
guerra, así como se presenta hoy, no es simplemente, aunque sin duda es
eso, un intento de algunas elites estadounidenses por adueñarse del petróleo.
La guerra no es simplemente, aunque lo es, un intento, una operación, por
intervenir en los asuntos de Oriente Medio y facilitar ulteriores
operaciones políticas. La guerra, así como hoy ha sido inventada,
aplicada, desarrollada, es constituyente. Un conflicto constituyente
significa que la forma de la guerra ya no es simplemente la legitimación
del poder. La guerra deviene la forma externa e interna a través de la
cual todas las operaciones del poder, la organización de éste a escala
global, se desarrollan. La guerra es algo que compete a todas las acciones
del poder, del poder mundial, del poder global, y es ésta la forma en que
nosotros debemos combatir esta guerra.
Tenemos
que oponernos a este conflicto comprendiendo que en su interior, en su
forma, es una guerra constituyente, una guerra biopolítica que implica el
ordenamiento entero de la vida, de la producción y la reproducción de la
vida.
Es
una guerra que quería ser una guerra de policía, quería transformar la
intervención de las fuerzas armadas estadounidenses en una fuerza dúctil,
flexible, capaz de intervenir fácil y velozmente en todas partes del
mundo. Una guerra que quería presentarse no ya como guerra entre estados,
sino contra un enemigo público, contra una realidad interna que se definía
como peligrosa, que englobaba la relación social en el término más
completo de la palabra.
Todo
lo que Ignacio Ramonet decía en un principio acerca de la superposición
de guerra económica, social y militar es perfectamente correcto: son
cosas que están todas juntas, porque existe un proyecto organizativo
constituyente que atraviesa este mundo. Como ven ya no se trata de la
guerra imperialista que va a expandir los poderes de las naciones
singulares; se hace en nombre del capital global. Una guerra que se mueve
como el capital global, y esto es lo que debemos tratar de entender hoy.
Imagino en Italia los llamados a la patria, a la nación. Los llamados
generosos a los que quisieran que fueran los grandes valores de las
tradiciones italianas. Pero estos valores ya no son los nuestros. Estos
valores de patria y nación nunca han estado en la verdadera tradición
comunista y hoy ya no lo estarán más, no lo estarán nunca.
Somos
realmente internacionalistas hasta el fondo, pero sólo podemos serlo en
la medida en que comprendamos que hoy existe este imperio que se está
formando y que es la potencia militar, más allá de lo económico, ideológico
y político, que debemos combatir. Tenemos que luchar contra esta unidad
fundamental, y evidentemente éste es el tránsito que nos toca hacer.
¿Qué
quiere decir hacer este tránsito? Significa que a esta guerra, que es
fundadora, constitutiva, tenemos que oponer propuestas y acciones, y está
claro que el valor de la paz en este punto ya no es una cosa que podamos
tratar o no.
La
paz se ha convertido en un valor fundamental en toda nuestra acción.
Nuestra desobediencia activa es una desobediencia que quiere introducirse
realmente en los términos de la paz. Una desobediencia activa y
posiblemente no violenta. Digo probablemente no violenta porque no podemos
repetir en nuestra lucha por la democracia el carácter totalitario y
violento del poder capitalista.
Tenemos
que romper realmente la homología de una lucha por el poder que repite
las características de éste. Tenemos que movernos reconquistando los términos
de la paz como elemento fundamental y constitutivo. Esto es, una
constitución realmente alternativa de nuestra perspectiva.
Naturalmente
no somos los reductos. Sabemos perfectamente que si no se hubiesen
producido las plagas de Egipto, Moisés nunca habría podido emprender un
éxodo del país donde su pueblo era esclavo. Sabemos perfectamente que
sin la retaguardia de Aarón probablemente no se habría abierto el Mar
Rojo. Sabemos que existe necesidad de resistir y que la resistencia no es
siempre amable. Pero sabemos también que nuestra fuerza y nuestra
capacidad de agregar, de poner en común, pasa antes que nada a través de
una desobediencia activa y no violenta. Esto debe ser en verdad un
elemento que asumimos, y creo que cuando lanzamos desde esta formidable
asamblea una batalla continua contra la ocupación de los capitalistas en
Irak, contra todo lo que se ha desarrollado y contra la guerra en general,
tenemos que hacerlo teniendo en cuenta esta forma.
Si
es cierto que hoy el desarrollo capitalista usa la guerra para organizar
el mundo, para por tanto jerarquizarlo, seleccionarlo, incluir y excluir,
nosotros tenemos que transformar también nuestra lucha por la paz en
lucha social. No existe posibilidad de distinguir la lucha por la paz de
la lucha social. Y es aquí donde volvemos de nuevo al problema
fundamental de la reconstrucción de la izquierda. De una izquierda que
sepa ser pacífica y que sepa simultáneamente proponer lo común a todos.
Proponer los que son los grandes valores de la reconstrucción de una
sociedad de demócratas, donde la democracia no es una democracia de
pocos, sino de todos y por y para todos.
Brecha,
Montevideo - 26 de diciembre de 2003
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