La
mundialización del capitalismo imperialista
Capítulo
2. Seis rasgos fundamentales de la mundialización del capital
2.1.
La globalización del capital-dinero: constitución de un único
mercado financiero global, crecimiento fabuloso de los capitales allí
volcados y hegemonía del capital financiero sobre las otras formas de
capital.
2.2.
De los
monopolios nacionales que
operaban internacionalmente
a los
oligopolios realmente
mundiales. Cambios fundamentales en
la producción y el
comercio internacionales.
Regionalización del
intercambio. Las
contradicciones del
mantenimiento de las
fronteras y economías
nacionales.
2.3.
Los cambios en las relaciones entre los centros de los oligopolios
mundiales (los países imperialistas) y la periferia atrasada y
semicolonial. Tendencias a la recolonización.
2.4.
Restauración del capitalismo en los países mal llamado
“socialistas” y asimilación de sus burocracias a la burguesía
mundial.
2.5.
Transformación del
sistema mundial de
estados (derrumbe
del sistema Yalta-Potsdam) y crisis
de los
estados-naciones. La contradicción de la mundialización del
capital sin un estado mundial.
2.6.
Revolución del
“sistema técnico”,
cambios en
las formas de
explotación del
trabajo, transformaciones
estructurales de
la clase
trabajadora y
crisis del
viejo movimiento
obrero.
Como
dijimos al principio —y recordando la advertencia de Lenin de que “el
resumen de los puntos fundamentales” presenta siempre el peligro
de dejar por fuera “rasgos especialmente importantes del fenómeno
que hay que definir” y de que “jamás pueden abarcar todas
las concatenaciones de un fenómeno”—, vamos a tratar de
describir, a trazos gruesos, lo que se nos aparecen como los rasgos
fundamentales de la mundialización.
Existe
inevitablemente una cierta cuota de arbitrariedad en la determinación
o elección de esos “puntos fundamentales”. Asimismo,
dejaremos muchas zonas imprecisas o inconexas en la trama de “concatenaciones”.
Pero, al mismo tiempo, vemos útil hacerlo, por lo menos para definir
algunos parámetros que nos permitan ordenar los cambios ocurridos
mundialmente.
2.1.
La globalización del capital-dinero: constitución de un único
mercado financiero global, crecimiento fabuloso de los capitales allí
volcados y hegemonía del capital financiero sobre las otras formas de
capital.
“La
esfera financiera representa el punto más avanzado del movimiento de
mundialización del capital.”()
Es donde sus operaciones han alcanzado el grado más elevado de movilidad
y una internacionalización prácticamente total.
Mediante
la desregulación general de los movimientos internacionales del
capital-dinero y los mercados financieros (consumada en los ’80) y
la interconexión en tiempo real de todas las bolsas, mercados de
cambio y plazas financieras en general (hoy posible gracias a la telemática),
se ha configurado un único mercado financiero global “libre”
(es decir, prácticamente sin regulación ni control estatal alguno).
Esto es algo sin precedentes en la historia del capitalismo.
En
primer lugar, hay un crecimiento fenomenal, desde mediados de los
’70 y plenamente en los ’80, de los capitales volcados al mercado
financiero global (generalmente en operaciones exclusivamente
usurarias, rentísticas o especulativas), crecimiento que no guarda
proporción alguna con los aumentos mundiales del PBI, ni de la
inversiones productivas, ni del comercio exterior. Dicho de otro modo:
hay “una divergencia muy marcada entre la tasa de crecimiento de
las actividades financieras y la de las actividades productivas”.
El
mercado de cambios (de moneda extranjera), aunque no es el único termómetro,
es el que mejor mide este “desarrollo en tijeras”. De 1980 a 1988,
el PBI de los países de la OCDE creció 1,95 veces, el comercio
exterior 2 veces, mientras que las transacciones sobre el mercado de
cambios lo hicieron ¡8,5 veces! Al finalizar la década del ’80 ya
había multiplicado por 10 el volumen de sus transacciones. Asimismo,
se calcula que apenas el 3% de esas transacciones en el mercado
mundial de cambios tiene que ver con el pago de operaciones del
comercio internacional (importaciones y exportaciones de bienes y
servicios, turismo, etc).()
En
la década del ‘90, ese crecimiento ha sido no menos espectacular.
De acuerdo a un estudio reciente basado en datos de los bancos
centrales, el movimiento del mercado de cambios en las diez
principales plazas financieras del mundo, creció un 42% de abril de
1989 a abril de 1992, y un 47% desde esa fecha a abril de 1995. El
total de operaciones diarias en esas diez plazas sería de 1,3
billones (trillones en inglés) de dólares. En 1973, era de sólo
10.000 a 20.000 millones diarios.()
Estos
hechos tienen que ver con una cuestión de fondo de esta fase del
capitalismo: la recuperación de la tasa de ganancia (producto de la
ofensiva que el capital desató en este período) ha ido generando una
ingente masa de capitales. El crecimiento de los mercados financieros
se ha alimentado en gran medida de una porción de las ganancias de
las grandes industrias que no vuelven a ser reinvertidas en la
producción.
Un
porcentaje de esas ganancias no quieren ni pueden tener colocación en
actividades productivas (de valor y plusvalía), que en esta
fase de crecimiento lento de la economía mundial no se amplían
aceleradamente. De tal forma, no reingresan al ciclo del capital
productivo, sino que permanecen girando como capital-dinero (y también
en parte como capital comercial),()
con el agravante de que la alquimia de los mecanismos de la hoy
llamada “ingeniería financiera” (otro engendro de la
mundialización) permiten a esos capitales desdoblarse y vivir varias
vidas, como “capitales ficticios”.
El
fenómeno del capital ficticio —analizado en su embrión por Marx en
el Libro III y luego en su juventud por Hilferding— hoy no sólo ha
llegado a su edad madura, sino que impera sobre las otras formas del
capital.()
El
capital-dinero que no se transforma en capital productivo, se
constituye, como decía Marx, en “la matriz de todas las formas
de l”)
de la época en que comenzó a estudiarlas, este cáncer de “las
formas absurdas de capital” se ha colocado en el centro del
sistema y determina en gran medida su metabolismo.
El
capital-dinero reclama su parte de la plusvalía mundial generada en
el ciclo del capital productivo, aunque no haya participado en él. Y
no sólo reclama, sino que la mundialización lo ha puesto en
condiciones de lograr la parte del león en el reparto de las
ganancias.
Las
tasas de ganancia obtenidas en los circuitos del capital-dinero no sólo
aparecen como satisfactoriamente altas, sino también como las más rápidas
e inmediatas. Se ha producido, entonces, mundialmente una fuga de
capitales hacia el sector financiero y simultáneamente una
concentración no menos fenomenal.
Los
mismos holdings industriales funcionan hoy como centros financieros,
aunque no sean bancos y aunque posean principalmente grandes empresas
productivas. Se esfuman las fronteras entre sus actividades
productivas y las especulativas. La “deslocalizaciones” de su
producción en diversos países suelen obedecer no sólo a
conveniencias de la producción y el comercio, sino también a
complejas maniobras especulativas sobre tipos de cambio, intereses,
etc.
Pero
el hecho más notable es la constitución de colosales concentraciones
de capital-dinero en ”.()
Aquí, lo de
especulativos en el mercado global.
Hay
otro hecho no menos importante y también sin precedentes en la
historia del capitalismo: la globalización financiera implica que los
estados nacionales (inclusive EE.UU., Japón y Europa occidental) han
perdido casi completamente la capacidad de controlar y regular por
medio de sus bancos centrales los gigantescos movimientos mundiales
del capital-dinero e inclusive, en cierta medida, las tasas de interés,
las tasas de cambio, etc.
Si
antes decíamos que la mundialización podía caracterizarse como un
“movimiento de liberación” del capital de todas sus “trabas”,
hay que precisar que es principalmente el capital-dinero quien ha
conquistado una “libertad” de acción prácticamente sin límites,
como jamás existió en el capitalismo.
Esto
genera contradicciones serias, que han establecido a las
finanzas mundiales como “el reino de lo imprevisible y lo caótico”,
según define un economista francés.
Que
los “mercados” estén dominados por un número relativamente pequeño
de operadores y no por la supuesta “mano invisible del mercado”,
no significa que su curso sea ordenado y previsible. Pueden provocarse
estampidas como la de México el año pasado, que van mucho más allá
de sus causas originales. Algunos, en ese sentido, analizan lo de México
como ejemplo de crisis financieras de nuevo tipo, que muy
probablemente vamos a presenciar frecuentemente en esta fase de
mundialización del capital. Los 1,3 billones de dólares diarios que
se negocian en los principales mercados de cambios, son apenas el
indicio de la magnitud gigantesca de la masa de capital-dinero
mundialmente en movimiento: no hay banco central que pueda oponerse o
encauzarla cuando en ella se desata algún ciclón.
Ahora
bien, la insólita “libertad de acción” internacional conquistada
por el capital-dinero no significa que se cortan sus lazos con la
“economía real”, con los movimientos de la producción, los
intercambios y el empleo. Tanto los movimientos “normales” del
capital-dinero especulativo y usurario, como sus convulsiones —como
la de México y ahora quizás la crisis bancaria japonesa—, al mismo
tiempo que reflejan los problemas de la mal llamada “economía
real”, tienden a su vez a producir efectos recesivos de la producción
y de aumento del desempleo )
La
“volatilidad” de las finanzas mundiales se agrava por otro factor
también estrechamente ligado a la actual situación de la “economía
real”: la mencionada “precariedad del sistema monetario
internacional”. Las finanzas se han mundializado sin contar con
una sólida moneda mundial. Por el contrario, en eso el capitalismo
está peor que nunca. Durante gran parte de los últimos dos siglos,
existió alguna moneda-patrón, ligada al oro o a sistemas de cambios
más o menos fijos. Durante largo tiempo, ese papel lo jugó la libra
esterlina. Después de la Segunda Guerra Mundial, el dólar se impuso
como moneda de referencia, con patrón-oro hasta 1971, sucedido por un
sistema de cambios fijos hasta 1973. Pero, luego, en los últimos 20 años,
el dólar ha dejado de ser una moneda-patrón sólida. Reflejando el
cambio de proporciones entre la economía norteamericana y mundial, el
endeudamiento del estado yanqui y sus maniobras para aumentar la
“competitividad” de sus exportaciones, el dólar no sólo se ha
devaluado notablemente desde 1973, sino que registra graves
oscilaciones. Lo mismo sucede entre las principales monedas mundiales.
Esto da un terreno adicional para las más desenfrenadas
especulaciones, así como un marco de inseguridad a un mercado
financiero que “flota” sin estar anclado a una sólida moneda-patrón.
Por
último, la globalización del capital-dinero está emparentada con
otra contradicción que también ha alcanzado proporciones insólitas,
en comparación a otras épocas del capitalismo. Es el endeudamiento
gigantesco, tanto público como privado. Es otro testimonio de la
hegemonía del capital-dinero usurario y de que hoy pocos se salvan de
pagarle tributo.
En
los últimos 20 años, se ha instaurado mundialmente la denominada “debt
economy” (“economía del endeudamiento”), tanto pública
como privada. El ejemplo lo ha dado EE.UU., cuyo estado es el mayor
deudor del mundo. La deuda pública del conjunto de los países de la
OCDE, en 1974, alcanzaba al 35% del PBI en promedio del total. En
1994, llegaba al 68% del PBI total, y hay países centrales
importantes, como Italia o Bélgica, que están muy por encima de ese
promedio.[]
En
ese marco de endeudamiento mundial al capital usurario, la
“fabricación” de las deudas externas latinoamericanas y de otros
países del “tercer mundo” ha sido una operación de importancia
fundamental. Las deudas externas latinoamericanas son hijas directas
de la globalización del capital-dinero.
“Fabricación”
es una palabra exacta. Ha sido una de las primeras hazañas mundiales
de la llamada “ingeniería financiera” y también uno de
los primeros hitos de la globalización de las finanzas.
Alrededor
de 1975, los grandes bancos de Europa y EE.UU. tuvieron “luz
verde” de sus gobiernos para ubicar “como sea”, en el Tercer
Mundo y en algunos estados burocráticos, las masas de eurodólares
que no encontraban colocación por la recesión mundial. El objetivo
era “prestarlos” para que los países atrasados aumentaran sus
compras en los países imperialistas y ayudaran a relanzar sus economías.
Casi
todos esos préstamos no se aplicaron a inversiones productivas en los
países deudores. En verdad, buena parte de ese auténtico “capital
ficticio” ni siquiera salió realmente de los bancos europeos y
norteamericanos. Fueron movimientos contables en los libros de los
banqueros, para financiar toda suerte de despilfarros improductivos,
como compra de armamentos, productos de consumo (en buena parte de
lujo), financiación de los déficits de los estados y otros gastos
parasitarios. Esos movimientos contables fueron además
convenientemente “inflados” en complicidad con las burguesías
nativas y sus gobernantes, a cuyas bolsillos fue a parar otra parte
importante de la operación.
Pero
la importancia de este hecho no se agota allí. Alrededor del
endeudamiento, los países latinoamericanos y demás semicolonias,
convertidos en esclavos del capital usurario mundial, fueron
configurando cambios fundamentales en sus relaciones con los países
imperialistas, que veremos más adelante.
2.2.
De los
monopolios nacionales que
operaban internacionalmente
a los
oligopolios realmente
mundiales. Cambios fundamentales en
la producción y el
comercio internacionales.
Regionalización del
intercambio. Las
contradicciones del
mantenimiento de las
fronteras y economías
nacionales.
Hilferding
(1910) y Lenin (1915) analizaron el nacimiento de los monopolios
modernos, uno de los rasgos que definen a la etapa imperialista del
capitalismo. Pero si bien éstos competían en el terreno del comercio
mundial, aun eran por regla general (a excepción de los petroleros)
monopolios esencialmente nacionales, tanto por sus capitales como por
la localización de casi toda su producción.
Tras
la última postguerra, esto comenzó a cambiar con la rápida
generalización de las multinacionales. Estas operaban y producían ya
en varios países. Pero, en esa fase inicial, se trataba de lo que se
denomina “producción multidoméstica”.
“La
industria internacional era una colección de industrias esencialmente
domésticas.”()
Es decir, seguían actuando principalmente ajustados al marco de las
economías nacionales donde tenían sus empresas e inversiones. Por
ejemplo, en la esfera de la producción, la multinacional instalaba
una filial no especializada que producía unidades completas del
producto, que se vendían principalmente en el mercado interno del país.
En los países donde operaban, hacían parte de monopolios u
oligopolios a escala nacional.()
Por ejemplo, la industria automotriz en EE.UU. constituía un
oligopolio nacional, formado por GM, Ford y Chrysler; en
Francia, por Renault, Citröen y Peugeot; en Brasil, por Ford, VW,
etc.
La
mundialización significa una nueva fase. Las multinacionales
—y los grupos económicos (holdings) que las agrupan— se organizan
como empresas globales: operan a nivel mundial en el
conjunto de sus actividades (producción, tecnología, finanzas e
integración de sus capitales, comercio, etc) y no para un mercado
nacional ni tampoco para una suma de mercados nacionales, como se hacía
inicialmente en la postguerra.
Esto
se traduce asimismo en la constitución de oligopolios ya
verdaderamente mundiales. La rama automotriz, que dábamos de ejemplo,
constituye un oligopolio mundial donde sólo cuentan una docena de
empresas.
La
constitución de los oligopolios mundiales implicó la disolución o
transformación de los anteriores oligopolios nacionales. Por ejemplo,
en EE.UU., el oligopolio nacional del automóvil quedó desmontado por
la penetración japonesa. En otras ramas y productos, por ejemplo la
industria electrónica de televisores, se ha llegado a algo más
extremo. En los años ‘50, era un oligopolio de un puñado de marcas
nacionales. Ahora, hace poco desapareció la última marca
norteamericana de televisores —Zenith—. Hoy, todos los televisores
que se venden en EE.UU. son producidos por las empresas de un
oligopolio mundial donde no hay ni siquiera una sola marca
norteamericana.
Se
puede definir el concepto de oligopolio mundial como el “espacio de
rivalidad” o “espacio de competencia” delimitado por el pequeño
número de grandes grupos económicos (holdings) que, en una rama o en
un grupo de ramas, son los únicos competidores y operadores efectivos
a nivel mundial.()
Las grandes empresas y holdings incluidos en el oligopolio mundial no
actúan reaccionando ante ninguna “fuerza impersonal del mercado”,
sino directamente ante las acciones de las firmas rivales del
oligopolio.
Estos
“espacios de competencia” están de hecho cerrados a nuevos
miembros. En esto hoy juega un papel decisivo no sólo el monto
colosal de los capitales requeridos para “entrar” a los
oligopolios mundiales, sino quizás más aun el dominio prácticamente
absoluto de la alta tecnología por parte de los holdings existentes.
Esta
situación de ninguna manera suprime la competencia entre capitalistas
ni resuelve la anarquía que resulta de la contradicción entre el carácter
social y mundial de las fuerzas productivas y el carácter privado de
su apropiación. El capitalismo no logra por eso desarrollarse “armónicamente”
y sin sobresaltos, ni planificar su desarrollo. Cada capitalista sigue
viviendo en guerra contra los otros capitalistas, pero ahora las
batallas fundamentales de esa guerra se dan a nivel del oligopolio
mundial.
Como
toda guerra, esto no niega sino por el contrario implica pactos,
alianzas y acuerdos entre rivales. Por eso, en el oligopolio mundial
hay competencia feroz, pero simultáneamente colaboración y acuerdos
entre las firmas que lo componen.
La
redes del oligopolio mundial están organizadas bajo una forma antes
existente, la del grupo económico o holding, que agrupa
internacionalmente a una cantidad de firmas. Pero sus características
han cambiado mucho en los últimos 20 años. Hoy, en la etapa de la
mundialización, los holdings internacionales son esencialmente centros
de decisión financiera, con un conjunto diversificado de
inversiones en empresas de múltiples actividades, sin que por eso los
holdings sean necesaria ni generalmente bancos.()
Los
grandes grupos multinacionales industriales y de servicios de la etapa
de postguerra se han transformado ahora en grupos financieros con
predominancia industrial. Una parte fundamental de sus inversiones
pueden estar en industrias y servicios, pero no por eso dejan de ser
ante todo centros financieros, aunque no sean bancos. Esta
transformación está, por supuesto, íntimamente relacionada con la
globalización del capital-dinero, a la que ya nos referimos, y que ha
conquistado la hegemonía sobre las otras formas o ciclos del capital.
En
la base de la conformación de los oligopolios mundiales se encuentra
un fenómeno de excepcional importancia, íntimamente ligado a la
globalización del capital-dinero y la constitución de un único
mercado financiero mundial, al que nos referimos antes.
Este
fenómeno, es el crecimiento importante de las IDE (inversiones
directas en el extranjero) como así también de las inversiones de
cartera de un país al otro.()
En
los últimos 15 a 20 años, las IDE han tenido un crecimiento
espectacular (de alrededor de 100.000 millones de U$A en 1967 a casi
1,5 billones en 1989),()
en un ritmo muy superior al ritmo de crecimiento del PBI mundial o del
PBI sumado de los países de la OCDE, así como también muy superior
al ritmo de crecimiento del comercio mundial (que de por sí, desde
los años ´50, casi todos los años superó al del crecimiento de los
PBI).()
Pero
al revés de las tendencias de las inversiones directas en el
extranjero que se observaron en la primera época del imperialismo
—en que desde los países avanzados exportaban capitales hacia las
colonias o semicolonias—, el grueso de las IDE (a fines de los ´80
alrededor de las 4/5 partes)()
se han ido canalizando principalmente entre los ismos países
avanzados en general, y principalmente (alrededor de un 40%) entre la
llamada Tríada (EE.UU., Japón y Europa occidental). Además,
el porcentaje históricamente()
decreciente de las IDE que van a los “países en desarrollo”
se concentra en gran medida en sólo diez países, principalmente
China —que es, después de EE.UU., el principal receptor de las IDE—
y otros estados del sudeste asiático, región que en los últimos años
ha resultado ser la de desarrollo capitalista más dinámico.
Que
las IDE se realicen principalmente entre los países centrales
imperialistas, es un hecho de múltiples implicaciones. Algunas de
ellas las veremos más adelante, al analizar las relaciones entre el
centro y la periferia atrasada. Ahora señalemos que la concentración
de las IDE en esos países significa que se viene dando un proceso de interpenetración
mutua de los capitales de los países avanzados, mediante inversiones
cruzadas de un país a otro, compras y fusiones de empresas, etc.
O sea, los holdings de Japón invierten en empresas en EE.UU., los de
EE.UU., en Europa occidental, etc.
Esto
ha determinado, lógicamente, una colosal concentración del
capital monopolista, pero ahora a escala realmente mundial.
Esta concentración se manifiesta, por ejemplo, en que, por encima de
las más de 37.000 multinacionales contabilizadas por la ONU, existe
una “crema” de apenas 100 grupos económicos (holdings),
los más transnacionalizados, que en 1990 concentraron en sus manos un
tercio del total mundial de las IDE, poseyendo activos por 3,2
billones (trillones en inglés) de dólares, de los cuales el 40% está
fuera de sus países de origen.
Todo
esto tiene relación estrecha con cambios en sus operaciones económicas,
que han determinado transformaciones de fundamental importancia en la
producción, el comercio internacional, la investigación y desarrollo
y el flujo de tecnologías a escala mundial, etc. Aunque en menor
medida que las finanzas, todas las operaciones económicas han tendido
a internacionalizarse. Por un lado, se produce un entrecruzamiento y
concentración fenomenal de capitales. Por el otro, las operaciones se
“descentralizan”, distribuyéndose entre distintos países.
En
vez de la antigua “producción multidoméstica”, en la industria
se desarrolla la llamada “deslocalización”: una red de firmas
especializadas produce una pieza en un país, otra en otro, etc.
Toyota, por ejemplo, fabrica sus autos para el sudeste asiático en
cuatro países distintos cada parte: en Indonesia, los motores de
nafta, en Tailandia, los diesel, en Filipinas, las transmisiones y en
Malasia las piezas de dirección y el equipo eléctrico. El Ford
Escort, que se montaba en Europa en dos fábricas, una en Inglaterra y
otra en Alemania, tenía piezas de quince países de tres continentes.
La “maquila” es otro modo de internacionalización de la producción
industrial.
Asimismo,
también produce cambios en la compleja división internacional del
trabajo entre los países centrales y periféricos. Como señala el
citado Reich, sectores de industrias “deslocalizadas” de “producción
standarizada de alto volumen” tienden a instalarse en algunos países
de bajos salarios (cuyo mayor ejemplo es China), mientras que los “bienes
y servicios de alto valor” (en suma, de alta tecnología y alta
capacitación del personal) tienden seguir produciéndose en los países
de salarios altos.()
Esto
determina cambios fundamentales en el comercio mundial. Desde la
postguerra, éste ha tendido a crecer a un ritmo más rápido que el
crecimiento del PBI mundial. Pero el hecho más significativo es que
en el flujo del comercio mundial se constata un fenómeno semejante al
de las IDE: se ha ido concentrando cada vez más entre los países
desarrollados (con el agregado del Sudeste asiático) y, en especial,
entre la Tríada (EE.UU. + Canadá, Europa occidental y Japón). Con
algunas excepciones, el resto de los países ha visto caer su
participación proporcional en el comercio mundial.[]
Pero
las transformaciones del comercio mundial no sólo son cuantitativas
sino cualitativas.
Al
tender a internacionalizarse la producción, hoy el sector
predominante del intercambio internacional es cada vez más el comercio
intrasectorial (dentro de oligopolios de la misma rama o afines) e
incluso intrafirmas (un holding, a través de sus filiales, se
compra y se vende a sí mismo productos de país a país, como sucede
por ejemplo con las automotrices del Mercosur).
Podemos
resumir diciendo que, desde este ángulo, la mundialización consiste
en que se va produciendo una integración de los mercados
nacionales en el mercado mundial, que tiende a dominarlos y a marcar
sus pautas y operaciones; en primer lugar, en las finanzas, pero
también en los otros sectores y actividades económicas.
En
investigación y desarrollo e intercambio de tecnologías,
la “deslocalización” y el entrecruzamiento entre los grupos
oligopólicos mundiales es aun mayor: hay una feroz rivalidad pero al
mismo tiempo “redes de alianzas” para desarrollar y/o monopolizar
investigaciones, incluso entre competidores frontales. Esto implica
que hoy existe una apropiación casi absoluta de toda innovación
por parte de los oligopolios mundiales. Esta es un arma decisiva de
los grandes grupos, en un período como el actual, caracterizado por
cambios tecnológicos inmensos.
Lo
que ya señalamos de las IDE y del comercio mundial se
aplica más aun al flujo de tecnologías. En este terreno, el
“tercer mundo” simplemente no existe: más del 95% de los
“acuerdos de cooperación tecnológica entre firmas” y de
“licencia y transferencia de tecnología” entre 1980/90 se
firmaron entre los países avanzados o los NPI (nuevos países
industrializados, Corea, Taiwán, etc), estrechamente ligados a la Tríada.
La
regionalización del intercambio (con el NAFTA, la extensión
de la Unión Europea, el Mercosur, etc) es también un fenómeno
característico de esta fase del capitalismo, que tuvo su precedente
en el antiguo Mercado Común Europeo. Es fácilmente comprensible que
para los holdings que operan como analizamos, los amplios mercados
regionales sean un ámbito ideal de actividad. Se hacen, por ejemplo,
imbatibles para los competidores que sólo operan a escala nacional
(aunque sean monopólicos), les facilita las “deslocalizaciones”,
el comercio intrasectorial, etc. Asimismo, la regionalización les da
un arma adicional frente a la clase trabajadora y el movimiento
obrero, encerrados aún en los marcos del estado-nación.
Todos
estos fenómenos han hecho teorizar a muchos que vamos hacía la práctica
desaparición de las economías nacionales, de las fronteras (por lo
menos en su sentido económico) y hasta, en perspectiva, de los
estados nacionales. Es, por ejemplo, la tesis del citado Reich: “Lo
único que persistirá dentro de las fronteras nacionales será la
población que compone un país... La principal misión política de
una nación consistirá en manejarse con las fuerzas centrífugas de
la economía mundial que romperán las ataduras que mantienen unidos a
los ciudadanos... A medida que las fronteras dejen de tener sentido en
términos económicos, aquellos individuos que estén en mejores
condiciones de prosperar en el mercado mundial serán inducidos a
librarse de las trabas de la adhesión nacional...”()
De la misma manera, la organización de los holdings como empresas globales,
que operan a nivel mundial en el marco de oligopolios igualmente
mundiales, y donde se entrecruzan las IDE y las inversiones de cartera
de país a país, determinaría que esas empresas y grupos económicos
ya han perdido o están perdiendo su “nacionalidad”.()
Esto significaría, entre otras consecuencias, que irían
desapareciendo las contradicciones interimperialistas, entre EE.UU.,
Japón y Europa.
Si
todo esto fuese así, deberíamos reconocer que el capitalismo está
en vías de resolver una de sus contradicciones históricas: la que
existe entre el carácter mundial de la economía, y los estados y
fronteras nacionales.
Sin
embargo, una conclusión así sería falsa y unilateral. Junto a las
tendencias que van en el sentido descripto, hay otras que van en
sentido opuesto. Y hasta “ciudadanos del mundo” —como el citado
presidente de la NCR—, cuando es necesario, no vacilan en apelar
indignados al gobierno yanqui, para que éste intervenga contra la
“competencia desleal” japonesa o coreana, como hacen las
corporaciones del automóvil estadounidense...
La
resultante de las tendencias contrapuestas no parece ser, por lo menos
hasta ahora, la desaparición de las economías y fronteras
nacionales, ni la de la rivalidad interimperialista (¡y ni qué
hablar de las contradicciones entre países avanzados y atrasados!).
Esas contradicciones —y en ciertos aspectos se agravan— pero en
otro contexto.
Por
ejemplo, las poderosas tendencias a la internacionalización de la
producción y el comercio mundial no han dado origen a un mundo sin
aduanas, sino a los mercados regionales (Unión Europea, Nafta,
Mercosur, etc.) que se abren por dentro pero parcialmente se cierran
hacia afuera.
Por
eso, junto a hipótesis como las de Reich, otros analistas auguran lo
contrario: un futuro de bloques regionales (organizados alrededor de
las economías nacionales más poderosas de la Tríada —EE.UU.,
Alemania y Japón—, y con satélites como el Mercosur, o el mercado
centroeuropeo, etc.) dedicados a hacerse guerras económicas y
comerciales, como la que amenaza reiteradamente desencadenar EE.UU.
sobre Japón...
Estos
diferentes pronósticos obedecen a que en la realidad también existen
tendencias contrapuestas, cuya resultante a largo plazo aún no está
clara.
Lo
que podemos decir es que la mundialización del capital, la
globalización financiera y la constitución de los oligopolios
mundiales, no significan (por lo menos hasta ahora) la desaparición
lisa y llana de las economías nacionales como tales, sino un cambio
trascendental en sus mecanismos y relaciones con la economía mundial.
Así,
tomando una definición de Michel Beaud, sobre la que volveremos más
adelante, podríamos decir que en la actualidad la economía mundial
se estructura como un “sistema nacional/mundial jerarquizado”.()
Es decir, una economía internacional/multinacional/mundial, con tres
“polos” (EE.UU.-Canadá, Unión Europea y Japón), desde los
cuales los grupos económicos oligopólicos operan a escala global en
un sistema mundial jerarquizado de economías nacionales dominantes
(las de los países centrales) y dominadas (las de los países
atrasados).
2.3.
Los cambios en las relaciones entre los centros de los oligopolios
mundiales (los países imperialistas) y la periferia atrasada y
semicolonial. Tendencias a la recolonización.
En
la presente fase del capitalismo, se han producido asimismo cambios en
las relaciones entre el centro del mundo
—la Tríada, con sus tres polos de EE.UU.-Canadá, Europa
occidental y Japón, donde se asientan los oligopolios mundiales del
capital imperialista— y la periferia atrasada y semicolonial o
dependiente.
Esos
países eran y siguen siendo semicolonias. Sin embargo, no se debe
disolver en esa abstracción los nuevos fenómenos característicos de
este período, y especialmente los cambios en las relaciones entre el
centro imperialista avanzado y la periferia atrasada.
Esquematizando,
podemos decir que, en el siglo XX, esas relaciones pasaron por dos
situaciones previas a la presente fase de mundialización.
La
primera, es la que analizó Lenin, en 1915, en su clásico El
imperialismo, fase superior del capitalismo. En ese momento, la
mayoría de los pueblos y países atrasados eran directamente colonias,
principalmente de las potencias europeas.
Pero,
advertía Lenin, entre “los dos grupos fundamentales de países
—los que poseen colonias y las colonias—” existían excepcionalmente
“diversas formas transitorias de dependencia estatal...
las formas variadas de países dependientes que, desde un punto de
vista formal, son políticamente independientes, pero que en realidad
se hallan envueltos en las redes de la dependencia financiera y diplomática”.
()
Los
estados de América Latina se encontraban entre esa variedad
excepcional de situaciones “transitorias”, con distintos
grados y formas: desde la mera dependencia económica y diplomática
de Argentina y Chile hasta los virtuales protectorados yanquis de
Centroamérica y el Caribe.
A
la vez que los sujuzgaba políticamente, el imperialismo dirigía sus
exportaciones de capitales hacia los países atrasados, invirtiendo
principalmente en minería, materias primas y commodities en
general, y en ferrocarriles y puertos para transportar esos productos
a las metrópolis y recibir desde ellas las manufacturas industriales
.
La
segunda situación se configuró en la segunda postguerra, producto,
por un lado, de la gran revolución anticolonial que barrió Asia y
Africa; por el otro, de la hegemonía mundial del imperialismo yanqui,
que no poseía grandes colonias y al que resultaba intolerable que sus
maltrechos competidores europeos las conservaran. La “diversidad
de formas transitorias de dependencia” pasaron a ser la
regla y no la excepción.
Dentro
de esa “diversidad de formas de dependencia” de los países
atrasados, se desarrolló una amplia variedad de economías
capitalistas nacionales más o menos “cerradas” y estatizadas.
Decimos
“cerradas” no en el sentido de absolutamente autárquicas o
desconectadas de la economía mundial, sino para indicar que estaban
rodeadas de mayores o menores obstáculos y mediaciones en sus
relaciones con el mercado mundial y el capital imperialista.
El
complejo juego de relaciones de fuerza entre el capital extranjero
imperialista, las burguesías nacionales con sus propios intereses (en
algunos de esos países, una clase apenas en formación), los
trabajadores y campesinos, la clases medias y la burocracia del estado
(sobre todo, las fuerzas armadas, que adquirieron un peso económico,
social y político desmesurado) daba muchas veces como resultante que
esas economías nacionales mantuvieran áreas importantes fuera de la
propiedad o del control directo del imperialismo (aunque éste,
por supuesto, al controlar la economía mundial, indirectamente
los dominaba y explotaba, mediante diversos mecanismos, entre ellos el
intercambio desigual).()
Esto
se materializó de distintas maneras: nacionalización y estatización
de amplios sectores de la economía —que en algunos países, como
Argelia o el Egipto de Nasser, llegaron casi al 100% de los sectores
no agrícolas—();
subtitución de importaciones y protección de la industria y la
producción “nacional” mediante barreras aduaneras (industria
“nacional” que frecuentemente comprendía las filiales de empresas
imperialistas instaladas en esos países como industrias sustitutivas
de importaciones o, a veces, de exportación); regulación más o
menos restrictiva del capital extranjero en diversos aspectos:
sectores vedados, “reservas de mercado”, obligaciones de asociarse
al estado o a burgueses nacionales, normas más o menos severas para
las inversiones y el retorno de ganancias, etc.
En
varios de esos países, el trasplante de industrias sustitutivas de
importaciones (y secundariamente exportadoras), que funcionaban según
el sistema fordista de las metrópolis, dieron cierto aire de realidad
a la mitología del “despegue”, teorizada por W.W. Rostow. Lo
cierto es que, durante cierto lapso luego de la Segunda Guerra
Mundial, se produjo un importante desarrollo capitalista que, aunque
muy desigual, creó el espejismo de que los países atrasados podían
seguir la ruta antes recorrida por las metrópolis, y tener un
“desarrollo propio” e “independiente”.
Sobre
esa realidad económico-social, se constituyó en 1955 el movimiento
de países “no-alineados” y florecieron las ideologías
nacionalistas burguesas del “desarrollo nacional independiente” y
el “tercermundismo”, que en los casos más extremos llegaron a
autoproclamarse como “socialismos nacionales”.
La
fase de mundialización del capital se caracteriza por la liquidación
de todo eso.
En los últimos 20 años, hemos asistido a la paulatina y finalmente
acelerada crisis, bancarrota y “apertura” de casi todas las economías
capitalistas nacionales estatizadas y (relativamente) “cerradas”
de América Latina, Asia y Africa.
Probablemente
no ha sido casual que este proceso se haya dado en los mismos años de
la crisis y restauración del capitalismo en las economías nacionales
no capitalistas de China, la ex URRS, el Este, etc.
Se
ha ratificado que la economía-mundo capitalista no puede ser
sustituida o superada sino por otro sistema mundial, socialista.
Ninguna forma de economía nacional puede superar esa realidad
superior, la economía mundial, ni desarrollarse más o menos
“independiente” de ella durante largo tiempo.
Los
apologistas de la “globalización” presentan como un gran progreso
la “apertura” e “integración” de las economías nacionales
anteriormente “cerradas” de América Latina y otras regiones
atrasadas. Se estaría formando, según ellos, una economía mundial
cada vez más integrada y convergente, un mundo más homogéneo, en el
cual, países como México, Brasil, Chile o Argentina, tienen la
oportunidad de acortar distancias con los países avanzados.
Es
la fábula del “ingreso al primer mundo”, recitada por todos los
gobiernos del sur, desde México a Buenos Aires, que ha venido a
reemplazar la fallida teoría del “despegue” de W.W. Rostow.
Sucede,
en verdad, lo contrario. Más que nunca, como ya señalamos, la economía
mundial es un sistema nacional/mundial/jerarquizado donde hay dominadores
y dominados. Y, lejos de marchar hacia una convergencia, la
tendencia generalizada (aunque con desigualdades y contradicciones)
del capitalismo mundializado es la polarización económico-social
más brutal entre el centro y la periferia, hasta el grado de la
marginación de buena parte de ella.()
Esa
polarización está relacionada con varios de los fenómenos que vimos
antes: la hegemonía del capital-dinero usurario y especulativo —que
fabricó el mortífero endeudamiento del Tercer Mundo—, el hecho de
que las inversiones directas en el extranjero, el comercio mundial y
el desarrollo tecnológico se concentran esencialmente en la Tríada y
no convergen hacia los países atrasados (a excepción del Sudeste asiático),
que la tecnología ha ido relativamente sustituyendo materias primas
de esos países, etc.
La
concentración de inversiones, producción, comercio y tecnología en
los países centrales revela simultáneamente la tendencia a la
marginación de la periferia. El desarrollo del capitalismo en esta
fase no se da como una vigorosa “expansión” global productiva
sino como una “contracción” o un “recentrarse” en sus tres
polos de América del Norte, Europa y Japón.
Pero,
subrayada esta tendencia general a la polarización y marginación
crecientes de la periferia, debemos alertar contra el peligro de
simplificar la realidad en la que se despliega. El desarrollo desigual
y combinado actúa más nunca en este terreno. Hay variedad y
combinación de situaciones, y fenómenos que contradicen esas
tendencias generales. Veamos algunas variantes:
En
el extremo opuesto a los tres centros oligopólicos, están los países
y regiones a los que la polarización ha llegado al extremo de
marginarlos en mayor o menor grado de la economía mundial:
“Estos ya no son sólo países dependientes, reservas de materias
primas que sufren los efectos conjuntos de la dominación política y
del intercambio desigual, como en la época «clásica» del
imperialismo. Son países que ya no representan prácticamente más
interés ni económico ni estratégico (fin de la «guerra fría»)
para los países y las firmas situadas en el corazón del oligopolio.
Son fardos puros y simples. Ya no son llamados países «en vías de
desarrollo», sino «zonas de pobreza» (palabras que han invadido el
lenguaje del Banco Mundial)...”()
Son los países que otro analista ha llamado “estados
fallidos” o “en quiebra”. Por causas diversas, han
quedado en alguna medida como “desconectados” de la economía
mundial.
Los
ejemplos más notorios de estas zonas marginales se dan en Africa, y
son la base económica de tragedias como las de Somalia y
Ruanda-Burundi. Sin embargo, este fenómeno creciente de la marginación
zonal o regional también se presenta en mayor o menor grado al
interior de casi todos los países, incluso los imperialistas.
Provincias o “economías regionales” que quedan al margen de la
nuevas formas de integración y relacionamiento con la economía
mundial, y que se hunden sin remedio.
Pero
el conjunto de los países y zonas atrasadas no es uniformemente
marginado. Hay desarrollos desiguales. Desde y hacia el centro oligopólico
se establecen relaciones selectivas.
En
Sudamérica, por ejemplo, la Cuenca del Plata y la provincia de Buenos
Aires, la región São Paulo-Río-Minas, el centro de Chile, etc,
pueden ser consideradas como “periferias integradas al centro”,
donde se asientan “nudos” de la red internacional del oligopolio
mundial. Estos nudos, entre otras funciones, actúan como “centros
de subtratamiento” de la producción oligopólica, como subcentros
comerciales y financieros, etc.
El
Mercosur asocia los dos principales “nudos” en América del Sur
—el paulista y el rioplatense—, de allí el interés del
imperialismo en que salga adelante. Sudáfrica quizás tiene
probablemente un carácter parecido en el continente negro, y se está
proyectando la constitución de otro mercado regional a su alrededor.
¿Pero
cuál es el carácter de esas “integraciones”? No se trata de que
Brasil, Argentina o México emprenden el viaje al primer mundo, sino
que la “apertura” de sus economías, el levantamiento de las
barreras entre el mercado nacional y el mundial, etc., facilita la
integración de algunas de sus regiones y de algunas ramas como
filiales de la red mundial de los oligopolios en la industria,
servicios, comercio, finanzas, etc. Por ejemplo, en la industria, como
“centros de subtratamiento”, o de aprovechamiento de alguna
ventaja comparativa local, o de alguna materia prima, o como asiento
de un sector de alguna industria “deslocalizada”, etc.
Ahora
bien, la “apertura” integra algunas ramas y regiones a la
economía mundial, pero simultáneamente desintegra y lleva a
la ruina a muchas más: la que no se adecua a la “globalización”,
quiebra; por ejemplo, los sectores “anticuados” de la industria
del calzado en Brasil o de la industria de maquinaria agrícola de
Argentina.
La
consecuencia inmediata es el ascenso del desempleo estructural. Lo
mismo sucede a nivel geográfico: amplias zonas del Mercosur —tanto
de Brasil como de Argentina— que quedan “desconectadas” de la
economía internacionalizada, van a la marginalidad.
Una
expresión de este desarrollo desigual es un hecho económico-social
de fundamental importancia y de profundas consecuencias políticas: un
sector minoritario (que en América Latina varía mucho según los
países, pero que puede estimarse de un 10 a un 15%), proveniente
principalmente de la antigua burguesía pero también de la clase
media alta, se integra a la mundialización. Con ella asciende
socialmente y una minoría llega a hacer ganancias fabulosas. En el
otro extremo, se ha polarizado una parte mucho mayor de la sociedad,
que se hunde en la marginación y la miseria. En el medio, resta una
masa de la cual, con cualquier tropiezo de la economía, ruedan al
abismo más y más sectores. Este es el cuadro que en los principales
países de América Latina dibujan las estadísticas de distribución
del ingreso de los últimos 10 ó 15 años.
Insistimos
sobre este fenómeno de gran importancia económica, social y política:
la relativa integración al capital mundializado de un sector nativo,
burgués y también de clase media,
Esta
integración ha tenido variadas facetas. El entrecruzamiento de las
inversiones directas y de cartera, y la globalización financiera han
abarcado también a los países de América Latina. La famosa “fuga
de capitales” que se produjo (sobre todo en los `70 y ’80) en casi
todos los países latinoamericanos, consistió en que sectores de la
burguesía y la clase media alta invertían lo fugado en el mercado
financiero global. Pero el entrecruzamiento de capitales también ha
funcionado en el otro sentido, como puede comprobarse analizando, por
ejemplo, las inversiones de los países centrales en el puñado de
grupos económicos que son hoy día los dueños de los distintos países
de América Latina.
Las
vías de integración no se han limitado a ese entrecruzamiento de
capitales. La trama social se refuerza con otros hilos: tecnología y
patentes, relaciones comerciales, filiales de multinacionales,
integración de las bolsas y mercados financieros locales al mercado
global, desarrollo de las nuevas ramas propias de la mundialización,
como la informática, etc. No sólo la burguesía se asimila a esto.
También un sector de la clase media hace carrera y asciende como
operadores, ejecutivos, técnicos, publicistas, docentes, burócratas
sindicales, etc. de los nuevos sectores o de los viejos,
“reconvertidos”.
Las
“deudas externas” han sido otro campo de entrecruzamiento. Hoy día,
en buena parte de los países de América Latina —por vía de la
emisión y/o conversión de las en bonos—, la deuda ha dejado de ser
puramente “externa” para convertirse en deuda pública, de la que
son también acreedores los capitalistas nativos. Por eso, los
burgueses mexicanos, argentinos o brasileños están tan interesados
como los banqueros de EE.UU. y Europa en evitar un default.
En
resumen: gran parte de la burguesía y parte de la clase media alta se
“mundializaron” (y los que no, perdieron). Por sus intereses,
inversiones y empleos, y hasta por sus ideologías, están más próximos
e integrados a las burguesías y clases medias del centro que a las
sociedades locales, aunque no dejen de ser parte de ellas.
En
América Latina, este fenómeno social es específico de la
mundialización, aunque pueden rastrearse antecedentes en Centroamérica
y el Caribe. No se trata sólo de que sectores burgueses y de clase
media actúen, como lo hicieron siempre, de agentes del imperialismo.
Aquí se trata de una relativa fusión (que por supuesto no es ni podrá
completa), que hoy posible principalmente por la globalización de las
finanzas y la mundialización del capital en la esfera productiva.
Esta
es una de bases estructurales, junto a la bancarrota del antiguo
modelo de economía nacional “cerrada”, de la desaparición prácticamente
total del nacionalismo burgués más o menos
“antiimperialista” como corriente política en América Latina, y
de que todos los partidos (incluso los del Foro de San Pablo)
presentan programas similares de “acomodarse” a la globalización.
Algo
parecido sucede en otros continentes, pero en forma más matizada.
Aunque no ha desaparecido por completo, los grandes movimientos
nacionalistas burgueses y pequeñoburgueses “antiimperialistas”,
que con líderes como Nehru, Sukarno, Nasser, Kruma, etc. ocupaban un
lugar fundamental en el escenario político de Asia y Africa, hoy día
son cosa del pasado.
Las
contradicciones sociales se agravan por los fenómenos concomitantes a
la mundialización, como las deudas externas y públicas y las
“reformas” del estado, ambas estrechamente ligadas.
Como
ya hemos señalado, la amortización de las deudas externas es un
tributo de tal magnitud que, de por sí, hace descartar la hipotética
posibilidad de una acumulación propia, que acorte distancias entre
los países latinoamericanos deudores y los países centrales. Es muy
difícil que soportando semejante sangría de vampiros, esas economías
nacionales tengan la fortaleza suficiente como para desarrollarse
velozmente integradas a la economía mundial y pisarle los talones a
los países centrales.
Las
“reformas” del estado (privatizaciones, ajustes, reducción del
empleo público, etc) que se hacen además en gran medida para
amortizar la deuda, completan el cuadro. Las privatizaciones y
“desregulaciones” allanan los últimos obstáculos para el control
directo de todas las ramas por el capital transnacional. Ambas
medidas, con sus consecuencias de despidos masivos y reducción de los
gastos sociales, contribuyen directamente a agravar la polarización
social y el desempleo.
Este
conjunto de cambios económicos configuran asimismo una pérdida
significativa de las soberanías nacionales de estos estados. Es
una nueva colonización. Es una cuestión pendiente, de gran
importancia política, analizar más fondo estas transformaciones a
nivel del sistema de estados que se ha ido delineando en la
fase de mundialización.
Puede
hablarse de nueva colonización, no sólo porque esos estados
son mucho más sometidos, hecho por demás evidente. Lo más
importante es que ha habido en estos 20 años cambios cualitativos,
institucionales. En ese sentido, la nueva doctrina del derecho
internacional sobre la “soberanía limitada” formulada en la ONU
no ha caído de los cielos...
Pero
no se trata sólo de ocupaciones o intervenciones militares tipo
Somalia, Haití o ex Yugoslavia. Estos son casos extremos. Más
importantes son los cambios generalizados.
Por
ejemplo, el FMI era una institución del imperialismo fundada a fines
de la Segunda Guerra, inicialmente concebida para compensar los
desequilibrios del comercio exterior y de los balances de pagos, y así
impedir las oscilaciones del comercio internacional.
Pero
desde los ‘70, el FMI cambió sus funciones al generalizarse los
“planes de ajuste” en los estados atrasados. Se ha convertido de
hecho en una institución de esos estados: una institución
internacional “cuasi estatal”, que determina sus planes económicos
y las cuentas del estado, controla estrechamente su aplicación y, de
hecho, en muchos casos también los ejecuta, imponiendo como ministros
de economía a personajes que son sus agentes directos. Ejerce así
poderes discrecionales sobre resortes esenciales de la soberanía de
un estado, como la emisión de moneda o la creación y destino de los
impuestos. Es una institución colocada por encima de los poderes
“constitucionales”, que no sólo decide, ejecuta y controla, sino
que también amonesta severamente a los gobernantes
“indisciplinados”.
El
Banco Mundial, creado junto con el FMI también para funciones muy
distintas, asume asimismo un carácter cuasi estatal. Por ejemplo,
dictamina sobre aspectos fundamentales de las “reformas del
estado”: así, planifica cambios totales en sus sistemas de salud,
de educación, etc.
Por
último, es necesario destacar que, como parte del desarrollo desigual
y combinado, hay una región del mundo —el Sudeste asiático— que
parece contradecir las tendencias que señalamos como dominantes en la
periferia. No se trata sólo de los Nuevos Países Industrializados,
de los cuales sólo dos —Corea del Sur y Taiwán— son realmente países.
Está el fenómeno impresionante de China, que ostenta el record
mundial de crecimiento capitalista de la última década (un promedio
de casi el 10% anual). A esos ritmos de crecimiento parecen sumarse
ahora Indonesia, Tailandia y Vietnam. Esto hace predecir a algunos que
el centro del capitalismo mundial en el siglo XXI se habrá traslado a
esas regiones. Es más: se llega a sostener que el dinamismo del
capitalismo sudasiático será la locomotora de un nuevo boom
mundial, que ya no garantizan las lentas máquinas de Europa, EE.UU. y
Japón.
Esta
cuestión requiere ser estudiada más a fondo. ¡El capitalismo nos ha
dado más de una sorpresa! Pero, mientras tanto, no pensamos que haya
que cambiar las caracterizaciones generales que hemos dado. La
distancia entre el Sudeste asiático y los actuales centros del
capitalismo mundial es aún sideral. El surgimiento de gigantescos
holdings de capitales chinos (donde confluyen la burguesía china del
exterior y los dineros de la aburguesada burocracia maoísta) es un
hecho cierto, a la vez que una cuestión histórica y teórica a
analizar. Pero de allí a alcanzar a los países centrales, hay un
largo camino. La cuestión no puede reducirse al ritmo de crecimiento
de los PBIs. El desarrollo de tecnologías, por ejemplo, sigue siendo
monopolio prácticamente absoluto de los países centrales.
Por
otro lado, el “milagro económico” del Sudeste asiático en
general y de China en particular no ha atenuado las contradicciones de
la polarización y marginación que señalamos, sino que le ha dado
formas propias: por ejemplo, entre la costa y el interior de China,
entre el campesinado (con 100 millones de desarraigados que deambulan
buscando trabajo) y los sectores urbanos, entre los nuevos sectores
obreros salvajemente explotados y las capas enriquecidas por la
restauración y el desarrollo capitalista, etc.
Nada
de esto niega, entonces, las tendencias generales y las
contradicciones que señalamos entre el centro y la periferia, sino
que se integra como aspectos diferentes del desarrollo desigual.
2.4.
Restauración del capitalismo en los países mal llamado
“socialistas” y asimilación de sus burocracias a la burguesía
mundial.
La
restauración en la ex URSS, el Este europeo y China es otra de las
transformaciones fundamentales ocurridas en esta fase del capitalismo.
Aunque
distinto, ha sido en cierto modo un fenómeno paralelo al curso
seguido por las economías capitalistas “nacionales” más o menos
“cerradas” y estatizadas del tercer mundo, muchas de las cuales
también pretendían seguir un camino de (relativo) “desarrollo
independiente”.
El
desarrollo de las economías nacionales no capitalistas chocó con sus
propios límites y contradicciones.
En
primer lugar, la apropiación de la plusvalía estatizada por
burocracias de estado que, para instrumentar esa explotación
parasitaria, planificaban la economía desde arriba, sin la decisión
ni control democrático de los productores y los consumidores, y
tampoco sin el control del mercado.
En
segundo lugar, no pudo superar la contradicción de sus estrechos
marcos nacionales, que la burocracia elevó a los altares como
“socialismo en un solo país”. Esta crisis se conjugó con la
primacía de la economía mundial sobre esas economías nacionales
atrasadas. Así, terminaron “abriéndose” hasta las más
“cerradas” de esas economías, y sobre todo se fueron asimilando
al capitalismo sus sectores sociales explotadores y dominantes: las
burocracias stalinistas.()
Por
supuesto, existen una multitud de interpretaciones acerca del cómo y
el porqué de esos cambios. Aquí no es posible considerarlas
extensamente, sino comenzar constatando un dato de la realidad: ya es
un hecho la asimilación por el capitalismo mundial de las economías
nacionales no capitalistas, dominadas por la burocracia. Habría
tratar de evaluar el carácter y la magnitud de ese hecho, en relación
al capitalismo mundial y sus transformaciones de estos años.
Este
aparece proceso de raíces profundas. Lo prueba que se haya producido
tanto en los países donde fueron derrocados los regímenes
stalinistas (el Este europeo y la ex URSS) como en donde siguen
gobernando los pp.cc. (China, Vietnam, etc.). Ha sido, entonces, un
proceso generalizado, que se impuso por encima de las amplias
diferencias de condiciones económicas, sociales y políticas de esos
países.
Los
que interpretan las restauraciones capitalistas como el resultado de
los movimientos de 1989/91 que tiraron abajo las dictaduras de los PCs
—movimientos que nosotros consideramos revoluciones antiburocráticas—,
no están en condiciones de explicar por qué también China siguió
el mismo camino (y en cierto sentido fue la pionera, junto con
Yugoslavia y Hungría).
En
verdad, los inicios del proceso de transición y asimilación al
capitalismo mundial —con marcadas diferencias de formas y ritmos en
cada país— se remontan en el Este y la URSS a más de dos décadas
antes de la caída de 1989/91. En esos alzamientos obreros, populares
y nacionales, el proletariado careció de la conciencia de clase, el
programa y la organización que le permitiese imponer una salida
propia a la crisis y caída de los regímenes stalinistas. El curso
hacia el capitalismo, ya poderoso detrás del cartón pintado del
“socialismo real”, pudo entonces seguir adelante y consumarse. El
“milagro” que asombra a muchos comentaristas occidentales, que
Rusia lograra privatizar su economía en el corto lapso de menos de
tres años, no aparece como tan “milagroso” si consideramos que no
fue el punto de partida sino el de llegada de una evolución mucho más
prolongada.
En
cuanto a China, el levantamiento de Tien-an-men (1989), al revés de
lo que pronosticó la mayoría del periodismo occidental, no hizo que
la burocracia diera marcha atrás en las “reformas de mercado”
iniciadas en la década anterior. Por el contrario, después de
algunos meses de vacilaciones, pisó el acelerador del desarrollo del
capitalismo.
Es
importante, como decíamos, establecer el carácter de este hecho: la
asimilación por el capitalismo mundial de las economías no
capitalistas dominadas por la burocracia.
Para
los que creían —como la mayoría de la izquierda— que el mundo
estaba dividido en dos sistemas económicos mundiales (el capitalista
y el “campo socialista”, que funcionaban autónomamente, según
leyes propias y exclusivas de cada uno), estamos ante una catástrofe
histórica: se trataría nada menos que de la derrota del
“socialismo”. Y aunque se den mil y una explicaciones, no se
termina de entender cómo sistemas (supuestamente) socialistas —por
definición, superiores al capitalismo—, terminaron abdicando de tal
forma.
Para
nosotros, este proceso no ha consistido en la transformación de
sociedades socialistas en capitalistas. Tampoco creemos que el
capitalismo ha sido restaurado en sociedades que, sin ser aún
socialistas, eran por lo menos de “transición al socialismo”
(como creíamos los trotskistas). Es decir, sociedades donde los
trabajadores eran “la clase económicamente dominante”, aunque políticamente
estuviesen bajo la férula de una burocracia “obrera”: menos aún
se trataba de “dictaduras del proletariado” ejercidas por esa
burocracia.
La
forma en que se produjo su tránsito al capitalismo, nos parece que
evidencia que esas formaciones económico-sociales no eran ni
“socialistas”, ni estaban “en transición al socialismo”, ni
en ellas bajo ningún aspecto el proletariado era la “clase
dominante”, aunque lo fuese sólo “económicamente”.
La
Revolución de Octubre en Rusia fue el más grande triunfo de las
masas obreras y populares del siglo XX, y un golpe importante (aunque
no estratégico) al dominio mundial del capital imperialista.
Pero
la estrategia de los revolucionarios del ‘17, el sentido de su política,
no era encerrase a construir una sociedad “socialista” aislada,
sino partir de un país atrasado (Rusia) para llevar la revolución al
centro del capitalismo mundial de ese momento: Europa occidental y en
especial Alemania.
Luego,
aunque con direcciones que tenían una política y un carácter muy
distintos, otras revoluciones (como China, Cuba, etc.,) llegaron a
también a expropiar a los capitalistas dentro de sus fronteras.
Pero
esa histórica experiencia revolucionaria de 1997 debe ser distinguida
claramente de la posterior degeneración burocrática y sus
resultados.
Las
sociedades, las economías y los estados conformados por la degeneración
burocrática fueron lo opuesto. No eran su continuidad
“socialista” o “transicional al socialismo”, sino el triunfo
contrarrevolucionario de las tendencias antisocialistas, que tarde o
temprano desembocarían en la restauración...
Desde
mucho tiempo atrás —con la contrarrevolución stalinista en la ex
URSS y con la asfixia burocrática que padecieron desde el principio
las revoluciones de China, Yugoslavia o Cuba—, en esas sociedades
quedó clausurada la perspectiva de “transición al socialismo”,
así como de un dominio real, económico o político, de la clase
trabajadora.
En
vez de seguir un curso de transición al socialismo y de construcción
de un verdadero poder obrero (de constitución de los trabajadores en
clase dominante), fueron a parar a una “vía muerta”: en esos límites
nacionales, cristalizó por un breve período histórico un sistema de
explotación parasitario-burocrático, basado en elementos tomados del
capitalismo (en primer lugar, el trabajo asalariado). Este tenía la
inconsistencia y la incurable debilidad de no ser un sistema de
explotación “orgánico” (con la solidez de una verdadera clase
dominante, la burguesía), ni tampoco un sistema desplegado
mundialmente, como el capitalismo.
Esas
formaciones nacionales se fueron integrando en la economía
capitalista mundial como un “subsistema” contradictorio, del cual
el imperialismo, a medida que se ampliaban las relaciones económicas,
extraía una parte creciente de la plusvalía estatizada, por medio
del intercambio desigual, los préstamos, la inmensa superioridad
tecnológica y finalmente las inversiones directas. Esas relaciones
crecientes fueron, a su vez, otros tantos “vasos comunicantes”
para la asimilación y aburguesamiento de la nomenklatura y de las
capas medias de la burocracia técnica.
Las
crisis internas (como parte de ellas, el descontento y hasta la rebelión
de las masas), el creciente desarrollo de una economía paralela a la
“oficial” (la “economía de sombras”, completamente
capitalista) y las presiones de la economía mundial fueron minando y
disolviendo esas formaciones nacionales no capitalistas. En la esfera
económica, los elementos tomados del capitalismo, como el trabajo
asalariado, fueron otros tantos puentes que facilitaron la transición
en la esfera de las relaciones de producción.
Nos
parece que desde esta óptica puede ser comprensible —no sólo para
el marxismo sino hasta para el sentido común— que el tránsito a la
economía capitalista se haya ido realizando sin mediar un
aplastamiento contrarrevolucionario, una derrota sangrienta de la
clase obrera. Esto habría sido imprescindible si los trabajadores
hubiesen sido realmente “la clase económicamente
dominante” en una sociedad “en transición al socialismo”; una
“clase dominante” a la cual era necesario arrancar el control de
la economía y de la propiedad para transferirlas a los capitalistas.
En
la historia, ninguna “clase dominante” (aunque lo fuese sólo
“económicamente”) ha abdicado su dominio de la economía y de sus
posesiones sin una resistencia feroz. No hay “propaganda” ni
discurso por TV que logre ese milagro, que sería único en la
historia.
Si
la clase obrera de esos países no opuso esa resistencia, la causa es
ante todo material y no “ideológica”. El hecho material
es que el proletariado no poseía ni dominaba económicamente ni
políticamente nada. Era una clase oprimida, alienada y
explotada, directamente por el aparato de estado burocrático e
indirectamente por el capitalismo mundial.
Si
esas sociedades hubieran sido de alguna manera la encarnación del
“socialismo” o de la “transición al socialismo” o de la
“dictadura del proletariado” y el “estado obrero” (aunque
burocratizado), deberíamos concluir que la clase trabajadora se habría
revelado como históricamente incapaz de ejercer su dominio.
Es
necesario delimitar, entonces, el carácter de clase y las verdaderas
dimensiones de esta transformación.
Lo
que hemos presenciado es la reabsorción por el capitalismo de un
“subsistema” burocrático explotador, que ya estaba
contradictoriamente integrado al capitalismo mundial, que no constituía
una plataforma para la transformación socialista del mundo y que había
agotado sus capacidades de reproducción.
No
estamos, entonces, ante la derrota histórica del socialismo por el
capitalismo, ni frente a la certificación de la incapacidad de la
clase obrera de ejercer el poder, gestionar la economía y desarrollar
la transición del capitalismo al socialismo.
Sin
embargo, con la misma claridad debemos decir que la reabsorción del
“subsistema” burocrático ha fortalecido al capitalismo
imperialista (como también lo favoreció la debacle y apertura de
las economías estatizadas y relativamente “cerradas” del tercer
mundo).
Esto
tiene varios aspectos económicos y políticos, objetivos y
“subjetivos”.
*
En
primer lugar, la restauración capitalista significó para la clase
obrera de esos países una derrota, no porque haya perdido el
poder (el “estado obrero”) y la propiedad que no tenía, sino
porque perdió una colosal oportunidad: la de luchar por el poder y
dar a la crisis una salida propia.
No
logró aprovechar el breve momento de la crisis revolucionaria, de la
debacle de los regímenes stalinistas, de la anarquía, desmoralizacón
y confusión de la burocracia, y del vacío de poder que se dio en
muchos de esos países, cuando todo estaba en cuestión y aún se
hallaba menos avanzado el proceso de conformación de una nueva
burguesía y de una pequeña burguesía capitalistas.
El
proletariado pagó así muy caro la herencia envenenada del stalinismo:
la destrucción de su conciencia de clase y de toda organización
obrera independiente y revolucionaria. La consecuencia inmediata de
esto, ha sido el ataque generalizado a su nivel de vida, la pérdida
de conquistas, etc.
*
En segundo lugar, ha significado para el capitalismo mundial la
explotación mucho más directa y sobre todo más considerable de un
tercio de la humanidad. Esto, por supuesto, se desarrolla con
grandes desigualdades. Sin embargo, no puede haber dudas sobre la
enorme importancia que de conjunto tiene este cambio y los beneficios
no sólo potenciales sino actuales para el capitalismo. Basta un dato
para medir eso: “A mediados de los ’90, China es la segunda
destinataria de inversiones extranjeras en el mundo, después de EE.UU.”()
Es que la China del “socialismo de mercado” —es decir, de la
restauración— ostenta el record mundial de crecimiento capitalista
de los últimos años (casi el 10% anual para el conjunto del país y
de un 15% a un 20% en algunas “zonas económicas especiales”) y es
el centro geopolítico de la región económicamente más dinámica
del planeta —el Sudeste asiático—, que supera con creces el lánguido
incremento del PBI de los países de la OCDE.
Ni
la ex URSS ni el Este europeo han tenido esa performance. Sin embargo,
eso no significa que el capitalismo mundial, en la esfera económica,
haya salido perdiendo con la restauración. Las cuentas entre los
centros del capitalismo mundial, y la ex URSS y Este europeo no están
en rojo. En todo caso, los malestares de Occidente son los de una
indigestión, por la magnitud de lo ingerido.
*
Pero, en tercer lugar, hay una determinación mucho más importante
que la mera consideración “economicista” de las ganancias y pérdidas
inmediatas del capitalismo en el buen negocio de restauración.
Al
extenderse universalmente, al reabsorver a esos países, al dominarlos
y explotarlos de manera más directa, el capitalismo ha reforzado
también su dominación mundial. Este hecho material, es la base
de la ideología nefasta de “la muerte del socialismo”, de que no
existen alternativas al capitalismo.
Esta
“crisis de alternativas” es una ideología, pero no nació ni vive
suspendida en el aire, sin conexión con las relaciones entre las
clases y, por lo tanto, con la economía, que no es más que su
cosificación. Por el contrario, tiene sólidos lazos con esos
procesos económico-sociales, enlances que son de ida y vuelta. Ella
refleja el hecho material, estructural de que las economías no
capitalistas han desaparecido, asimiladas o reabsorbidas por el
capitalismo.
Pero
este hecho es pensado por los trabajadores en forma ideológica: como
la falsa conciencia de que “el socialismo fracasó” y que “no
hay alternativas al capitalismo”.
En
sentido inverso, esta ideología a su vez reactúa sobre sus bases
estructurales, sobre las relaciones entre las clases: así, la clase
trabajadora mundial enfrenta la actual ofensiva del capitalismo con
una traba muy seria, con la convicción mayoritaria de que no existen
alternativas al sistema.
Dicho
de otro modo: veinte o treinta años atrás, amplios sectores de
trabajadores, quizás la mayoría en los países capitalistas, mantenía
todavía una conciencia confusamente socialista.
Por
un lado, tenían la conciencia de clase acertada de que el capitalismo
podía y debía ser reemplazado por un sistema social más justo, el
socialismo, aunque no hubiera precisión de lo que eso significaba.
Por el otro, como suele suceder, esto se presentaba íntimamente
mezclado con confusiones e ideologías de todo tipo y color,
alimentadas por los aparatos: “vía pacífica al socialismo”;
socialismo = lo que existe en la URRS y/o China; socialismo =
socialdemocracia; socialismo = Nehru, Nasser, Ben Bella, Perón, etc.
La
bancarrota de los “socialismos nacionales” de las semicolonias, de
la socialdemocracia de Mitterand, Craxi y Felipe González, pero por
sobre todo la restauración en los países que se suponían
“socialistas” sin que surgieran contra ese proceso
alternativas anticapitalistas, barrió esa conciencia socialista
confusa de la cabeza de la mayoría de los trabajadores. Lo grave es
que, junto con la basura ideológica depositada por el stalinismo, la
socialdemocracia y los nacionalismos tercermundistas, se desechó la
idea invalorable de la alternativa socialista al capitalismo.
Desde
entonces, todos los aparatos —desde los stalinistas “reciclados”
hasta los socialdemócratas y laboristas new age, desde los
sandinistas hasta Lula y el PT, junto con los burócratas sindicales
de todo el mundo— se dedican a predicar a los trabajadores que no
hay otra posibilidad que no sea la de “adecuarse” o
“adaptarse” al capitalismo. A lo sumo, cuando están en la oposición
y no tienen la responsabilidad de gobernar, critican verbalmente a
“los planes económicos neoliberales”, como si fuesen posibles
mayores variantes en los marcos del capitalismo mundializado.
Esta
cuestión, la crisis de alternativas anticapitalistas y la
ideología de la “muerte del socialismo”, generadas o potenciadas
por la restauración, aparecen como fenómenos ideológicos, “extra
económicos”. Pero no por eso dejan de tener, como ya explicamos,
una poderosa determinación en las relaciones entre las clases, en las
luchas sociales y de clase, que en última instancia son el fondo del
hecho económico.
Para
una clase explotada —esclavo antiguo, campesino siervo u obrero
moderno— nunca ha sido lo mismo enfrentar al explotador con la
perspectiva de la posibilidad aunque sea lejana de un cambio de
sistema, que con la convicción de que no hay cambio posible.
Al
restaurar el capitalismo, se han instaurado nuevas contradicciones
estructurales que, en muchos países, parecieran a primera vista no
menos graves que las anteriores (y en algunos son su continuidad). Sin
embargo, no tenemos el suficiente conocimiento de esas realidades como
para hacer pronósticos serios. Sólo queremos enumerar —entre
signos de interrogación— algunos fenómenos y tendencias aparentes.
En
primer lugar, los analistas burgueses más serios coinciden en sus
crecientes preocupaciones sobre el futuro de China.
El
país de desarrollo capitalista más fabuloso del planeta aparece, al
mismo tiempo, como una montaña no menos fabulosa de contradicciones,
algunas de las cuales señalamos en el capítulo 4.2.: desproporciones
gigantescas entre las ramas de la economía (expresadas como déficit
de energía, transportes, etc.), inflación, contradicciones entre la
costa (donde se concentra el desarrollo económico) y el interior
(relativamente estancado y empobrecido), tensiones entre las
burocracias locales y el poder central, contradicciones entre el
campesinado (con decenas de millones de desarraigados que deambulan
buscando trabajo) y los sectores urbanos, entre los nuevos sectores
obreros salvajemente explotados y las capas enriquecidas por la
restauración y el desarrollo capitalista, los nuevos burgueses-burócratas,
etc.
En
ese inmenso crisol, donde el capitalismo está hirviendo a fuego
fuerte a la cuarta parte de la humanidad, se están operando
transformaciones sociales de una magnitud sin precedentes: por
ejemplo, la proletarización de más de 100 millones de campesinos en
condiciones de explotación inhumanas. Mientras en casi todos los países
tiende a decrecer la clase obrera industrial, en China se está
conformando un proletariado de dimensiones superiores a las de Rusia o
EE.UU..
Los
temores occidentales ante la sucesión de Deng reflejan, entonces,
inquietudes más de fondo.
Rusia
(y la Comunidad de Estados Independientes), aunque en situación muy
distinta a la de China, aparece también con un rosario de
contradicciones estructurales, sociales y nacionales, que habría que
estudiar a fondo. La nueva formación económico-social, los rasgos
estructurales del capitalismo ruso y sus relaciones con los estados de
la CEI, la economía mundial y el capital imperialista, la nueva
burguesía y sus sectores aparentemente contradictorios, el aparato
burocrático y político y los diversos intereses que refleja, la
conformación de una clase media ligada al desarrollo capitalista, la
relación del Kremlin con las nacionalidades dentro de Rusia, las
trasformaciones estructurales de la clase trabajadora y en especial
del proletariado, el ataque que implica la inevitable reconversión
que ya ha comenzado en el aparato productivo, etc., son algunos de los
polos de contradicciones que aparecen más a la vista.
2.5.
Transformación del
sistema mundial
de estados
(derrumbe del
sistema Yalta-Potsdam) y crisis
de los
estados-naciones. La contradicción de la mundialización del
capital sin un estado mundial.
A
lo largo de este texto, hemos ido examinando desde diversos ángulos
las contradicciones entre la mundialización del capital y la
continuidad de los estados y economías nacionales, así como las
relaciones de rivalidad interimperialista y de su dominio sobre los
estados y economías atrasadas.
Como
ya aclaramos varias veces, la mundialización del capital no puede
entenderse en el sentido de que van perdiendo significación económica
ni menos aún que desaparecen las fronteras y los estados-naciones,
sino que cambian profundamente sus relaciones con esa totalidad
superior que es la economía mundial.
Con
la globalización financiera, con la conformación de oligopolios
mundiales, con las tendencias a la internacionalización de la
producción de bienes y servicios y demás rasgos del capital
mundializado, la economía mundial determina cada vez más
directamente, con menos mediaciones y mediante nuevas formas, el
conjunto de las operaciones de las economías nacionales.
En
esta esfera de la crisis de los estados y las transformaciones del
sistema mundial de estados, como en los otros rasgos antes analizados,
hay muchas cuestiones que no tenemos resueltas. Nuestras limitaciones
subjetivas se combinan con el hecho de que actúan tendencias
contrapuestas, cuyos resultados finales no están claros.
Por
ejemplo, no está aún claro qué “orden mundial” sucederá al de
Yalta-Potsdam, organizado por el imperialismo yanqui y la burocracia
stalinista a fines de la guerra, y cuyo derrumbe en 1989/91 fue uno de
los acontecimientos políticos y también económico-sociales más
importantes de la fase de mundialización.
El
derrumbe del sistema de Yalta-Potsdam, no significa que se haya
relajado el dominio de los estados y economías más desarrolladas
sobre el resto. Por el contrario, en estos 20 años, en muchas
regiones atrasadas, como América Latina, nuevas cadenas se han
agregado a las anteriores: las insoportables endeudamientos, la
transformación del FMI en una especie de superestado encargado de
regir la economía de los países atrasados en crisis, las
privatizaciones que ponen directamente en manos del capital
imperialista las antiguas propiedades estatales, etc. Además, como
hemos subrayado, el capital imperialista tiene ahora un dominio mucho
más directo sobre los ex “países socialistas”, a los que
antes explotaba más indirectamente. Entonces, como señalamos desde
el principio, más que nunca hay un sistema nacional/mundial
jerarquizado con dominadores y dominados.
Sin
embargo, aunque el dominio mundial del capital imperialista es
indiscutible (y en más de un sentido se ha reforzado), no está para
nada claro qué régimen va a suceder al de Yalta-Potsdam. Es
decir, qué orden asumirá el sistema mundial de estados. Y
esto tiene una trascendencia económica enorme. O sea, no hay una
definición clara como el sistema de postguerra, basado en el
pacto-rivalidad EE.UU.-URSS, en el que cada bando tenía un jefe y un
orden indiscutidos.
La
crisis tanto política como económica y militar de las Naciones
Unidas refleja estas indeterminaciones y este vacío. Los años de
contradicciones y vacilaciones en la guerra de la ex Yugoslavia son
otro ejemplo de lo mismo.
Para
el imperialismo, el problema se agrava porque hay una desigualdad
enorme entre en el colosal poder estatal-militar de EE.UU. y las
proporciones de la economía yanqui en relación a sus socios-rivales
de la Unión Europea y Japón. A esa complicación para organizar un
sistema mundial sólido, se suman los interrogantes acerca de Rusia y
China.
Los
políticos del imperialismo no tienen claro cómo encajar las piezas
de este rompecabezas, para volver a armar un sistema de estados
coherente y estable. Por eso, hay vivas discusiones sobre decenas de
problemas derivados de esto: qué hacer con la ONU y sus
intervenciones militares —¿ejércitos de intervención de la ONU o
delegación de esta tarea en el gendarme yanqui o en la OTAN?—, la
extensión de la OTAN a los países del Este europeo, el papel del
ASEAN en el Sudeste asiático, el rol de Rusia en la CEI y en Europa,
si Japón y Alemania deben o no volver a asumir roles militares, el
problema de “pararle el carro” a China, etc.
Esta
relativa indeterminación presenta para el imperialismo peligros,
actuales pero más aun potenciales. Entre ellos, cómo manejarse ante
el ascenso islámico, qué hacer ante los conflictos nacionales como
Bosnia, Chechenia, etc. Y, lo más importante, aunque hoy sea
potencial: qué hacer el día de mañana si triunfan nuevas
revoluciones.
Pero
las dificultades que esta situación provoca al capitalismo, tienen
también otras dimensiones no menos graves.
El
capitalismo ha internacionalizado en mayor o menor medida sus
operaciones, sin que al mismo tiempo existan poderes estatales que
regulen sus movimientos mundiales,
como antes en cierta medida podían hacerlo los estados-naciones
burgueses.()
En
pocas palabras: el capital se ha globalizado pero no existe un
estado global. Y no se ve cómo el capitalismo pueda lograr
constituirlo. Nos parece que éste es uno de los más graves problemas
que tiene en esta fase.
Ya
nos referimos a esta contradicción del capitalismo en la esfera de la
globalización financiera. Esta es una de las razones de que los
estados (incluso los del G-7) han perdido gran parte de su capacidad
de aplicar políticas de “relanzamiento” keynesiano, en base al crédito,
la baja de los tipos de interés, el gasto público, etc.
Aunque
en la postguerra se exageró la idea de que los estados burgueses tenían
el poder objetivo de controlar y revertir los ciclos, “relanzando”
el crecimiento y bajando el desempleo con esas medidas, hoy su
incapacidad se ve agravada cualitativamente. Las medidas de
“relanzamiento” suelen esfumarse en el aire, como el gas de un
globo pinchado. Los “agujeros” son la multiplicidad de vasos
comunicantes que hoy tiene la economía del estado-nación con la
economía mundial. Bajar los tipos de interés, dar créditos,
aumentar el gasto público, etc., no lleva automáticamente a elevar
la actividad industrial y el empleo en esa economía nacional, sino en
otros países... en la economía de Hong Kong, por ejemplo.
Para
“salir de ese círculo infernal”, algunos economistas
plantean “mundializar la legislación”: “Los estados
no están más en situación de arbitrar ante su propia economía. La
libre circulación de capitales ha dado al dinero un poder superior a
la voluntad individual de los estados... la solución desborda el
cuadro nacional.” Entonces, se propone una “legislación
internacional... La mundialización de la economía supone la
mundialización de la legislación económica”.()
¡Utopía
burguesa! No puede haber “legislación mundial” sin un estado
mundial que haga respetar esas leyes por la fuerza. El capitalismo se
debate en esa cuadratura del círculo. No puede seguir con las
fronteras y estados nacionales, pero tampoco puede suprimirlos. La
mundialización del capital no ha resuelto, sino agravado esta
contradicción.
Es
en este marco general y mundial que hay que ubicar las crisis de
los estados nacionales, un fenómeno generalizado, aunque asuma
formas completamente diferentes según los países.
Económicamente,
la cara más visible de la crisis de los estados es la crisis de
las finanzas públicas: déficits exagerados, endeudamientos, etc.
En los estados más atrasados, se han sucedido las bancarrotas, las
cesaciones de pagos, hiperinflaciones, destrucción de la moneda que
emitían, etc.
Esto,
por supuesto, significa algo más que un simple desbalance entre lo
que el estado gasta y recauda.
Interesadamente,
se atribuyen las culpas al “estado providencia”, con su exceso de
empleados públicos y de gastos “improductivos” y “demagógicos”,
tales como seguros de desempleo, jubilaciones, “excesivos” gastos
de salud pública, subsidios a los sectores más pobres, educación
gratuita, etc.()
La
crisis financieras tienen raíces más importantes que el solo gasto
“social” en los “pobres”. En América Latina, por ejemplo, los
estallidos financieros de los estados, que se han venido sucediendo
desde hace casi dos décadas, no se debe a que se ocupen mucho de los
desamparados: en estas crisis han sido decisivas las deudas externas,
el saqueo de los estados por las burguesías nativas y las
multinacionales, etc.
El
sistema impositivo y de ingresos del estado, por un lado, y el gasto público
y la deuda pública, por el otro, cumplen complejas funciones de exacción
de las ganancias brutas de los capitalistas y del ingreso de los
trabajadores, y de redistribución de esos ingreso mediante el gasto público.
En esta redistribución, siempre hay algunos que se benefician y otros
que se perjudican.
El
hecho de que la deuda pública haya tenido desde los ‘70 una expansión
sin precedentes históricos y que el servicio de la deuda sea un rubro
cada vez más abultado de los presupuestos de casi todos los estados,
no hace más que reflejar en la esfera estatal las características
asumidas por el conjunto de la economía mundial en esta fase, y al
mismo tiempo indica quiénes se benefician principalmente de esto: el
capital usurario.
Los
cambios de las funciones económicas de los estados reflejan la
hegemonía conquistada por el capital-dinero mundializado, por el
capital usurario-especulativo.
Una
de las mentiras hoy más difundidas es la de que el estado, en esta
etapa de privatizaciones y desregulaciones, deja de intervenir en las
actividades económicas (por haberse mostrado “ineficiente”) y
devuelve estas funciones a los ciudadanos privados y al “mercado”,
supuestamente más “eficaces”. Según este cuento de hadas, antes
había “más estado” y ahora habría “menos estado”, “menos
intervención estatal”.
En
verdad, ni por un segundo, los estados (por supuesto, en primer lugar,
los imperialistas, que son los que cuentan económicamente a escala
mundial) quieren o pueden dejar de intervenir en la economía ni de
cumplir un rol económico, como una función fundamental del estado
moderno. Lo que ha cambiado es cómo intervienen en la economía.
El
“estado-plan keynesiano” ha dejado paso al estado ocupado en
implementar los mecanismos requeridos por el capital mundializado. Por
ejemplo, las intervenciones del estado en la economía bajo Reagan y
Thatcher —desregulaciones, privatizaciones, etc— fueron un factor
indispensable y decisivo para poner en marcha el mercado financiero
global.
Hay
grandes diferencias en cómo intervienen hoy los estados en la economía,
tanto entre los países imperialistas y los periféricos, como entre
los mismos países centrales. En líneas generales el llamado
“modelo neoliberal” parecería ser el correspondiente a esta etapa
de la mundialización del capital (como en la anterior fue el modelo
keynesiano). Pero estos lineamientos generales son aplicados de
distinta manera según los países, y comienza a haber
cuestionamientos de sectores burgueses.
Haciendo
estas salvedades, podemos señalar algunos rasgos generales:
Servicio
de la deuda pública como uno de las tareas principales del estado, en
función de la cual se diseñan los presupuestos y la estructura del
mismo estado (búsqueda del “equilibrio fiscal”). Tendencia a
disminuir los impuestos a los capitalistas —so pretexto de
“estimular la inversión”— y cargar el fardo fiscal sobre los
pobres (reformas impositivas de Reagan, Poll Tax de Gran Bretaña,
etc). “Desregulaciones” y privatizaciones generalizadas. Tendencia
al desmantelamiento de los sistemas de bienestar social (seguros de
desempleo, salud, educación, jubilaciones, etc). Liquidación de las
“leyes sociales” de protección al trabajador y “desregulación”
o “flexibilización” de las relaciones laborales. Tendencias a la
mercantilización de todas las actividades y servicios del estado.
Ya
nos hemos referido a la importancia del endeudamiento estatal
generalizado. Pasa a ser función fundamental de los estados la exacción
de la población del capital usurario.
Las
privatizaciones generalizadas, que después de la Thatcher se
impusieron como modelo en todo el mundo, obedecen tanto a los
problemas financieros de los estados como a los apetitos del capital
privado que en esta etapa de crecimiento lento exige que se hagan
“productivas” de ganancias privadas, actividades que no lo eran
directamente.
El
mismo criterio —aunque con muchas diferencias en los distintos países—
se aplica no sólo a las empresas del estado, sino también a sectores
que antes constituían servicios del estado, frecuentemente
gratuitos, por ejemplo, educación, salud pública, jubilaciones,
servicios sociales, carreteras, etc.
La
línea es mercantilizar esos y otros servicios del estado:
privatizar y/o arancelar la salud pública, imponer sistemas de
jubilación privada, arancelar la educación pública y ampliar su
sector privado, etc. O sea, hacer producir ganancias a actividades que
antes eran servicios del estado y también, en alguna medida,
conquistas sociales.
En
estas áreas se desarrollan sectores particularmente parasitarios,
como los fondos privados de pensiones, que son actores de primera línea
en el mercado financiero global.
Tomándose
de los déficits presupuestarios y atribuyéndolos falsamente al
“derroche” de gastos sociales y/o al “exceso de empleados públicos”
se ha hecho universal en esta fase del capitalismo la consigna de
liquidar el “estado de bienestar” o “estado providencia”. Es
decir, desmontar lo más posible los sistemas de servicios sociales y
seguridad social (desempleo, salud, jubilaciones, educación, etc.),
que desde la postguerra se generalizaron mundialmente, en parte como
conquistas o concesiones a los trabajadores y en parte como mecanismos
de anticíclicos.
Pero,
al hacer esto, los estados se han embarcado en un camino peligrosísimo.
Los estados pierden capacidad como “amortiguadores”
sociales de las consecuencias de la mundialización.
Mientras
por un lado la mundialización del capital hace crecer el desempleo y
la polarización social, se exige el “ajuste” del estado (para
“equilibrar” los presupuestos y pagar la deuda pública al capital
usurario), con despidos masivos, reducción de servicios sociales,
etc. Despojan a sus estados de los medios con que antes paliaban o
disimulaban las catástrofes estructurales del capitalismo. No es difícil
ver el carácter potencialmente explosivo de esta contradicción.
2.6.
Revolución del
“sistema técnico”,
cambios en
las formas de
explotación del
trabajo, transformaciones
estructurales de
la clase
trabajadora y
crisis del
viejo movimiento
obrero
En
esta fase del capitalismo se han desarrollado inmensas innovaciones
tecnológicas y también innovaciones organizacionales que,
como recomienda B. Coriat, “hay que distinguir cuidadosamente”
unas de otras.()
A lo cual agregamos que es aun más importante distinguir
cuidadosamente entre los cambios de esas relaciones técnicas y
organizativas de la producción y los cambios de las relaciones
sociales de producción; es decir, las relaciones de sumisión
y de explotación del trabajo por el capital, las relaciones
entre las clases, relaciones estructurales.
Los
inmensos avances técnicos y organizativos son parte del componente
científico-técnico de las fuerzas productivas o infraestructura
de la sociedad. En el marco de otra estructura social que tuviera como
objetivo producir para satisfacer las necesidades humanas, los
colosales progresos de las últimas dos décadas significarían una
superabundancia de los bienes realmente necesarios para el pueblo
trabajador, al mismo tiempo que permitirían una reducción
substancial de la jornada laboral.
Pero,
en el marco del capitalismo, las innovaciones tecnológicas y
organizacionales del trabajo son formas que se llenan de otro
contenido: se constituyen en formas o medios con que el capital acrecienta
la explotación del trabajo y también el dominio sobre los
trabajadores.()
Las transformaciones técnicas y organizativas de la mundialización
tienen ese hilo conductor.
Como
sintetizó Marx, cuando el capitalismo “realiza una revolución
en todas las condiciones sociales y tecnológicas del proceso
laboral”, lo hace para acrecentar “la sumisión del hombre
de carne y hueso al capital”: “el hombre de hierro [la
nueva máquina] interviene contra el hombre de carne y hueso”.(
Las
innovaciones tecnológicas aplicadas a la producción en los últimos
veinte años han ido mucho más allá del mero desarrollo de las
viejas técnicas o la aparición de alguna técnica novedosa. Se ha
producido una revolución, estamos ante un cambio de conjunto: “asistimos
a la consolidación progresiva de un «sistema técnico»”.
Se trata de un nuevo sistema.
La
primera revolución industrial, de fines del siglo XVIII y principios
del XIX, tuvo un sistema técnico, cuyo corazón fue el vapor: desde
las tecnologías derivadas del vapor, se transformaron por completo
todas las ramas existentes (minería, transportes, textiles, etc) y se
desarrollaron otras nuevas. Hoy, las tecnologías de la información
(informática, electrónica, telecomunicaciones y robótica) se han
constituido en el corazón de un nuevo sistema tecnológico: como
sucedió hace dos siglos con el vapor, el nuevo “corazón” tecnológico
extiende su influencia y penetra en todas las esferas de la actividad
económica, crea sectores de producción nuevos, y también productos
y mercancías que antes no existían, como, por ejemplo, la información.
Aún
es imposible medir, en todos sus alcances, las consecuencias de este
cambio de sistema tecnológico. Pero es claro que ha sido para el
capitalismo una palanca decisiva en las transformaciones de la
mundialización. Sin él, por ejemplo, la globalización financiera
sería imposible. Asimismo, habrá que estudiar en qué medida fue
también un factor importante para volcar hacia la restauración
capitalista las economías burocráticas de los países del Este y la
ex URSS, cuyo gran atraso “cuantitativo” en relación a Occidente
se hizo además “cualitativo”, al producirse el cambio de sistema
tecnológico.
Paralelamente
a estas innovaciones tecnológicas, el capitalismo desarrolló
innovaciones no menos amplias en la organización del trabajo.
Las diferentes combinaciones de estos factores han engendrado cambios
muy importantes en las relaciones sociales de producción, es
decir, en las formas de explotación y sometimiento de los
trabajadores, que han tenido, a su vez, consecuencias trascendentales
sobre la clase trabajadora como tal y sobre el movimiento obrero
(sindicatos, etc.).
Aquí
no corresponde desarrollar un análisis completo de los cambios en las
formas de explotación —un tema muy amplio—, pero sí algunas
consecuencias de esa nueva realidad:
En
primer lugar, se han desarrollado nuevos modelos de producción
distintos del modelo norteamericano taylorista-fordista, que hasta
hace poco era de vigencia universal.
Sin
que de ninguna manera el modelo taylorista-fordista haya desaparecido
(aunque se ha ido transformando), se han desarrollado otros sistemas
de trabajo alternativos.
“En
condiciones de acumulación flexible, sistemas de trabajo alternativo
pueden existir lado a lado, en el mismo espacio, de manera que permite
a los empresarios capitalistas escoger a voluntad entre ellos. El
mismo modelo de camisa puede ser producido por fábricas de gran
escala en la India, por el sistema cooperativo de la «Tercera Italia»,
por explotadores [del sector informal] de Nueva York o por sistema de
trabajo individual en Hong Kong.”()
El toyotismo es uno de esos sistemas de producción, pero no el único.
En
la actualidad, entonces, a escala mundial e incluso en cada país,
coexisten esos variados sistemas o mezclas de ellos, de acuerdo a las
condiciones de las ramas y/o el país.
En
segundo lugar, hay que subrayar que el taylorismo-fordismo, cuando regía
como casi único sistema productivo en todo el mundo, uniformaba los métodos
de extorsión de trabajo excedente, y así contribuía a homogeneizar
a la clase trabajadora, al mismo tiempo que tendía a agrupar en
grandes fábricas a importantes masas de obreros, unidos como un ejército
de la producción en masa y en serie, con una rígida jerarquía y
disciplina verticales. Involuntariamente, la burguesía, al imponer
esas condiciones materiales de producción, contribuía a la unidad
obrera, a fortalecer su poder y a forjarle una conciencia común, de
clase, aunque fuera sólo sindicalista.
A
esas bases materiales de la producción, se correspondía el convenio
colectivo común a toda una rama de la industria, el sindicato único
por industria, etc.
En
el contexto político mundial de postguerra, cuando el capitalismo tenía
un razonable sentimiento de temor a la amenaza de revolución
socialista, esto facilitó a las grandes concentraciones obreras de
Europa occidental, EE.UU. e incluso de varios países de América
Latina lograr una serie de conquistas, tanto directamente de las
patronales (salarios, estabilidad, normas de los convenios, etc.) como
de los estados burgueses (sistemas de seguridad social, salud,
jubilación, etc.).
Hoy,
la variedad de sistemas de explotación apunta en sentido opuesto:
junto a otros factores que veremos más adelante, en vez de tender a
uniformar, tiende a diferenciar; o sea, a hacer a la clase
trabajadora mucho más heterogénea. Tienden a fragmentarla
lo más posible.
La
clase trabajadora siempre estuvo sometida a presiones opuestas, tanto
centrífugas como centrípetas. El capital siempre trató de que la
clase trabajadora se atomizara en individuos que compiten entre sí
por la venta de su fuerza de trabajo.
Pero,
la mismo tiempo, involuntariamente, las necesidades de la producción
obligan a la burguesía a agrupar a los trabajadores en un trabajo social
y no individual. La burguesía se vio obligada a tratar
colectivamente con la clase obrera, pero a partir de allí ingenió
nuevas trampas mortales, como la pudrición burocrática de los
organismos obreros, sindicatos y partidos.
Los
nuevos sistemas de organización del trabajo tienen como rasgo común
que buscan potenciar las presiones para la fragmentación de la
clase trabajadora.
Estos
distintos sistemas de explotación tienen procedimientos diferentes y,
en buena medida, opuestos.
El
toyotismo —con sus principios de “involucramiento” de los
trabajadores, polivalencia obrera, trabajo en equipos y autocontrol de
calidad, promoción de las “ideas innovadoras” (“soifuku”) del
personal, “horizontalización” de la empresa, etc— o el
“modelo alemán” aparecen a primera vista como lo opuesto de lo
que se llama “neotaylorismo” o el “taylorismo salvaje”
—estilo maquila latinoamericana o de las fábricas no sindicalizadas
de EE.UU.—, o del trabajo a domicilio o en pequeños talleres,
revivido gracias a la informática —en lo que se basan empresas
gigantescas como, por ejemplo, Benetton—.
Sin
embargo, a escala mundial y también nacional, tienen una profunda
unidad de complementación, y sobre todo de efectos malignos sobre el
conjunto de la clase trabajadora.
Por
supuesto, todos ellos tienen en común que, por distintas variantes,
han logrado un aumento espectacular de la productividad y del trabajo
excedente exprimido a la clase obrera. Asimismo, de una u otra manera,
han tendido a barrer con las conquistas del período precedente.
Pero,
la peor consecuencia es que tienden a acrecentar la sumisión
de los trabajadores.
De
conjunto, empujan a la fragmentación de los trabajadores,
dentro y fuera de la empresa, y a imponer el principio disgregador de
la competencia y rivalidad contra el principio de la
solidaridad de clase: rivalidad y competencia entre trabajadores de
distintas empresas, entre efectivos y contratados, entre trabajadores
centrales y tercerizados, entre ocupados y desocupados, entre nativos
y extranjeros... y, por último, rivalidad y competencia individual de
cada trabajador contra el compañero que tiene al lado...
Los
nuevos sistemas de trabajo se han conjugado con otros factores
—desarrollo del sector servicios, desempleo “estructural”,
etc.— para producir mundialmente una recomposición social,
estructural de la misma clase trabajadora.
La
clase trabajadora se ha vuelto mucho más heterogénea, más compleja
y fragmentada.
“Obsérvase
en el universo del mundo del trabajo del capitalismo contemporáneo
—resume el ya citado Antunes— un múltiple proceso: por un
lado, se ha verificado una desproletarización del trabajo
industrial fabril, en los países de capitalismo avanzado, con
mayor o menor repercusión en las áreas industrializadas del Tercer
Mundo. En otros palabras, ha habido una disminución de la clase
obrera industrial tradicional. Pero, paralelamente, se ha efectivizado
una notable expansión del trabajo asalariado, a partir de la enorme
ampliación del sector servicios. Se ha verificado una significativa
heterogeinización del trabajo... Se vivencia también una subproletarización
intensificada, presente en la expansión del trabajo parcial,
temporario, precario, subcontratado, “tercerizado”, que marca a la
sociedad dual del capitalismo avanzado, del cual los gastarbeiters
de Alemania y el lavoro nero en Italia son ejemplos del enorme
contingente del trabajo inmigrante que se dirige al llamado Primer
Mundo, en busca de lo que aun queda del welfare state,
invirtiendo el flujo migratorio de décadas anteriores, del centro a
la periferia.
“El
más brutal resultado de esas transformaciones es la expansión, sin
precedentes en la era moderna, del desempleo estructural, que
afecta al mundo a escala global. Sintéticamente, puede decirse que
hay procesos contradictorios que, de un lado, reducen el
proletariado fabril; y del otro, aumentan el subproletariado, el
trabajo precario y el asalariamiento del sector de servicios.
Incorpora el trabajo femenino y excluye a los más jóvenes y a los más
viejos. Hay, por lo tanto, un proceso de heterogeinización, fragmentación
y complejificación de la clase trabajadora.[...]
“La
segmentación de la clase trabajadora se intensificó de tal modo que
es posible indicar que, en el centro del proceso productivo se
encuentra un grupo de trabajadores, en proceso de retracción a escala
mundial, que permanecen por tiempo completo en las fábricas, con
mayor seguridad en el trabajo y más insertado en la empresa.[...]
“La
periferia de la fuerza de trabajo comprende dos subgrupos
diferenciados: el primero, consiste en «empleados de tiempo completo
con habilidades fácilmente disponibles en el mercado de trabajo, como
personal del sector financiero, secretarias, áreas de trabajo
rutinario y trabajo manual menos especializado». Este subgrupo tiende
a caracterizarse por una alta rotatividad del empleo. El segundo grupo
situado en la periferia «ofrece una flexibilidad numérica aun
mayor e incluye trabajadores de tiempo parcial, casuales, personal con
contrato por tiempo determinado, temporarios, sub-contratados,
subsidiados por el estado, etc, que tienen aun menos seguridad de
empleo que el primer grupo periférico.”
A
esta correcta descripción de Antunes, habría que agregar un tercer
grupo también creciente: el de los excluidos por tiempo indefinido
del trabajo asalariado, producto del desempleo estructural que
caracteriza esta fase del capitalismo.
Simultáneamente,
los procesos de internacionalización de las actividades económicas
en general y de la producción en particular, como por ejemplo la “deslocalización”,
han dado ventajas adicionales al capital sobre el trabajo.
Como
señalamos al principio, la clase trabajadora de todos los países
sigue moviéndose en los marcos de sus estados nacionales, dentro de
los cuales, en la etapa anterior, pudo obtener, gracias a luchas y
presiones, conquistas y leyes sociales que le permitían una cierta
defensa contra los capitalistas más voraces. Pero esto, sumado a acción
de los aparatos burocráticos que liquidaron el internacionalismo
obrero, terminó siendo un obstáculo para que pudiera ver y actuar más
de allá de la jaula asfixiante del estado nacional. Esta contradicción
se hace cada vez más trágica, porque paralelamente el capital logró
internacionalizar cada vez más sus operaciones.
La
combinación de estas transformaciones estructurales de la
clase trabajadora y de los sistemas de trabajo, con la precedente
burocratización de las organizaciones obreras, la traición total de
las direcciones socialdemócratas, stalinistas y nacionalistas y la
crisis de dirección revolucionaria, ha determinado una profunda
crisis del movimiento obrero en todo el mundo, y, en primer lugar,
de los sindicatos.
La
crisis mundial de los sindicatos conjuga, entonces, varias
determinaciones. Su punto de partida es una traición monumental: en
todos los países, las burocracias sindicales fueron parte activa en
el consentimiento e implementación de los planes de ajuste y
“reconversión” que desde mediados de los años 70 se hicieron de
aplicación universal. Estos planes económicos fueron parte del
proceso de la mundialización que fue produciendo, simultáneamente,
los cambios estructurales que minaron la bases de la vieja estructura
sindical adecuada al modelo taylorista-fordista.
Por
un lado, en el modelo toyotista, el sindicato, asimilado a la empresa,
queda convertido en un anexo de la oficina de personal, parte integral
de la organización productiva de la fábrica. En el otro extremo, el
taylorismo salvaje, llevado a sus últimas consecuencias, deja escaso
lugar a los sindicatos.
El
viejo sindicato, por otra parte, ya no abarca ni de lejos a los
trabajadores de la rama. Los contratados, temporarios, “tercerizados” o subcontratados, aunque
trabajen en la misma fábrica que los efectivos (permanentes), no
pertenecen al sindicato. Fuera de la organización sindical quedan
también las masas de desempleados.
Las
burocracias sindicales, en vez de reorganizar los sindicatos de
acuerdo a esa nueva realidad estructural para abarcar a los nuevos
sectores fragmentados de la clase trabajadora y poder enfrentar así
la ofensiva del capital, han hecho lo contrario; se han adaptado y
capitulado por completo frente a las transformaciones de la
mundialización. ¡Se han convertido en sus mejores colaboradores e
instrumentos!
En
numerosos países, muchos sindicatos asumen actividades empresarias
y/o se asimilan a la estructura de las gerencias de personal de las
grandes empresas, pasando a ser parte —y en el toyotismo parte
fundamental— de la organización productiva de la empresa. Esto
llega al grado de que en esas fábricas, según describe Coriat,()
es indispensable ser o haber sido dirigente sindical para hacer
carrera en los puestos superiores de gestión del personal. El
“sindicato” involucrado en los “consejos de producción” y
otros organismos obrero-patronales se vuelve difícilmente
distinguible de la estructura organizativa de la empresa.
Hoy
la crisis del movimiento obrero y del movimiento sindical en especial
combina, entonces, dos factores: por arriba, la crisis de dirección,
la pudrición absoluta de las direcciones burocráticas y la debilidad
de las alternativas revolucionarias o clasistas; por abajo, los
cambios materiales, estructurales sufridos por la propia clase
trabajadora y por los sistemas de producción.
Esto
nos plantea la necesidad de una transformación global del movimiento
obrero, entendido en su sentido más amplio. Es decir, del conjunto de
las que fueron sus instituciones tradicionales (sindicatos, partidos
“obreros” o que eran referencia política de la clase
trabajadora), direcciones, ideologías y programas.
Es
necesaria una recomposición global con nuevas organizaciones políticas,
sindicales y de lucha, nuevos dirigentes y un cambio de 180º en las
ideologías de que no hay alternativas al sistema capitalita y que,
entonces, es necesario “adaptarse” y, a lo sumo presionar para
“humanizar” lo más que se pueda un sistema esencial e
irremediablemente inhumano. El fracaso histórico de la utopía
generalizada tras la Segunda Guerra Mundial, de que los trabajadores
podían tener su lugar al sol dentro del sistema, falsedad que orientó
en última instancia al grueso del movimiento obrero, debe ser
definitivamente erradicada de la cabeza de todos los asalariados.
Está
planteada la lucha por reconstruir un movimiento de la clase
trabajadora sobre nuevas bases clasistas, anticapitalistas,
socialistas e internacionalistas. Sólo desde esa perspectiva, el
“mundo del trabajo” podrá responder con una ofensiva de conjunto
a los ataques cada vez peores del capitalismo globalizado.
>>> Al capítulo
3 (final) >>>
.-
Chesnais, Op. cit. p. 209 y 210.
.-
The Forein-Exchange Market: Big, The Economist,
23/9/95.
.-
Recordemos la distinción de Marx (El capital, Libro II,
Sección I) entre capital-dinero, capital productivo y
capital-mercancías (comercial) y sus ciclos. Sólo el capital
productivo está “dotado de la propiedad de crear valor y
plusvalía”. (Op. cit. Libro II, Sección I, Cap. I)
.-
“Al desarrollarse el capital a interés y el sistema de crédito
—analiza Marx—, parece duplicarse y hasta
triplicarse todo el capital, por el diverso modo con que el mismo
capital o simplemente el mismo título de deuda aparece en
distintas manos bajo distintas formas. La mayor parte de este
“capital-dinero” es puramente ficticio. Todos los depósitos,
con excepción del fondo de reserva, no son más que saldos en
poder del banquero, pero no existen nunca en depósito.[...]”
“[...]
...la mayor parte del mismo capital bancario es puramente ficticio
y se halla formado por los títulos de deuda, títulos de la deuda
pública (que representan capital pretérito) y acciones
(asignaciones que dan derecho a percibir rendimientos futuros). No
debe olvidarse que el valor en dinero del capital que estos títulos
representan en las arcas del banquero, aun cuando sean
asignaciones que den derecho a percibir rendimientos seguros (títulos
de deuda pública) o títulos de propiedad sobre un capital
efectivo (acciones), es absolutamente ficticio y se regula por
normas divergentes de las del valor del capital efectivo que
representan, al menos en parte;...” El capital, Libro
III, Sección V, Cap. XXIX.
Por
su parte, Hilferding advierte que “mediante la transformación
de la empresa individual en una sociedad por acciones, parece
tener lugar una duplicación del capital. Pero el capital
originario desembolsado por los accionistas se ha transformado
definitivamente en capital industrial... Por lo tanto, el dinero
que se paga en las transacciones posteriores de acciones, no es el
dinero que originariamente dieron los accionistas y que se ha
gastado; no es ninguna parte integrante del capital de la sociedad
por acciones, del capital de la empresa. Es dinero complementario,
necesario para la circulación de los títulos de renta
capitalizados. [...]
“La
acción es, pues, un título de renta, un título de crédito
sobre la futura producción, una asignación sobre los
rendimientos. Capitalizando estos rendimientos, y constituyendo
esa capitalización el precio de la acción, parece existir un
segundo capital en estos precios de acciones. Esto es puramente
ficticio. Lo que existe realmente es sólo el capital industrial y
sus beneficios. Esto no impide, en cambio, que este capital
ficticio exista aritméticamente y se lo cite como «capital en
acciones». En realidad no es ningún capital, sino sólo el
precio de una renta —un precio que es posible calcular
precisamente porque, dentro de la sociedad capitalista, toda suma
de dinero produce renta y por eso, al contrario, toda renta
aparece como fruto de una suma de dinero—.
“Si
en la acción industrial se facilita esta ilusión por existir un
capital industrial realmente activo, el carácter ficticio de este
capital es completamente indudable frente a otros títulos de
renta. Los títulos de la deuda del estado no necesitan de ningún
modo representar cualquier capital existente. El dinero prestado
un día al estado puede haberse disipado desde hace tiempo en humo
de pólvora. Los títulos de la deuda del estado no son más que
el precio para participar en una parte del producto de los
impuestos... La
compra-venta de acciones y títulos no es ninguna transacción de
capital, sino sólo compra-venta de títulos de renta...” (Rudolf
Hilferding, El capital financiero, Tecnos, Madrid, 1963, p.
113, subrayados nuestros).
.-
El capital, Libro III, Sección V, cap. XXIX.
.-
Según estudios del propio FMI, el mercado de cambio de las
divisas claves es manejado por no más de 30 a 50 bancos. En las
plazas financieras más importantes, Nueva York y Londres, más
del 40% de las operaciones son hechas por sólo 10 bancos. Pero
“el fenómeno más marcado de los últimos años” ha sido
el ingreso y el crecimiento espectacular en el mercado financiero
mundial de los llamados “inversores institucionales” que
agrupan principalmente a los fondos de pensión (4 billones de
dólares en activos financieros en 1991), compañías de seguros
(1,9 billones), fondos mutuos de inversión (2,5 billones).
(Cifras de Chesnais, Op. cit., p. 245).
.-
“Esta degradación [de la situación económica mundial
después de la crisis de México] se explica por la estrecha
interconexión entre la precariedad del sistema monetario
internacional, la tiranía de los mercados financieros, y la
situación de la producción, del comercio internacional y del
empleo. [...]
“El
caos monetario y los sacudimientos financieros no son los únicos
responsables de la atonía de las inversiones y de la actividad
industrial de los años `90. Es en las relaciones de producción y
de reparto donde se sitúan los que comúnmente se llaman «los
obstáculos al crecimiento».
“La
hipertrofia de la esfera financiera no se comprende por fuera de
las contradicciones e impasses de la economía global. La
mundialización del capital, a la cual el movimiento de desregulación
y liberalización financiera ha dado un carácter desenfrenado, ha
hecho esas contradicciones aun más agudas.
“Después
de 30 años, el crecimiento de los mercados financieros se ha
nutrido de la parte de las ganancias de los grandes grupos
industriales que no son reinvertidas en la producción. Hoy día,
el funcionamiento de esos mercados está dominado por el hecho de
que el ahorro mundial (que tiene en los fondos de pensión
japoneses y anglosajones una de las formas más masivas y
concentradas) quiere solamente colocarse a muy corto plazo, y no
invertirse en actividades productivas.” (L`Armé du
dollar et la guerre commerciale: Graves secousses dans le système
financier mondial, Le Monde diplomatique, mayo 1995)
.-
Minsburg, Op. Cit., p.26.
.-
Chesnais, Op. Cit., p. 91.
.-
Se habla de “oligopolio” cuando la producción o las
ventas de una rama o un grupo de productos es dominada por muy
pocas empresas. La mayoría de los autores definen que si la
cuatro firmas más importantes tienen más del 25% del mercado,
comienza una situación de oligopolio. Entre el 25% y el 50%, es aún
un oligopolio débil o inestable. Más allá del 50%, se lo
define como oligopolio durable y cristalizado. Los oligopolios
moderadamente concentrados serían aquellos en que las ocho
primeras firmas retienen entre el 70% al 85% del mercado y las
cuatro primeras entre el 50% al 65%. Los muy concentrados, entre
el 85% y el 90% las ocho primeras, y del 60% al 65%, los cuatro
primeras. Los altamente concentrados, más del 90% las ocho
primeras firmas y del 65% al 75% las cuatro primeras.
.-
Chesnais, Op. cit., p. 71.
.-
Hilferding, en El capital financiero (1910), planteaba que
la interpenetración (él hablaba de “fusión”) de los
capitales industriales y las instituciones bancarias se realizaba
universalmente bajo la férula de los bancos. Luego Lenin, en “El
imperialismo...”, suscribió la tesis de Hilferding. Sin
embargo, esto resultó históricamente incorrecto. Desde entonces,
se han dado las más variadas formas de relaciones (fusiones y
cooperación pero también conflictos) entre los capitales
imperialistas industriales y bancarios, que han variado de país
en país y de época en época. Pero lo que caracteriza la
actual fase de mundialización es la globalización financiera
(con la hegemonía del capital-dinero especulativo y usurario) y
lo que podríamos llamar la “financierización” generalizada
de los grupos multinacionales, aunque desarrollen primordialmente
actividades industriales y/o de servicios, y no estén
centralizados por un banco.
.-
A las inversiones extranjeras se las divide en dos tipos:
inversiones directas en el extranjero (IDE) e inversiones de
cartera. Se considera que es una IDE cuando el inversor extranjero
tiene cierto control e influencia en la gestión de la empresa
donde invierte. Arbitrariamente, se supone que tiene eso si posee
más del 10% de las acciones ordinarias o con derecho a voto. Si
es menos del 10%, se considera como una inversión de cartera.
.-
Harry Magdoff, Globalization: To What End?, Monthly Review,
Nueva York, 1994, p. 3.
.-
Un reflejo (aunque inexacto) del entrecruzamiento o interpenetración
de inversiones de país a país es la comparación entre el PBI
de los países imperialistas y el monto anual de las operaciones
de compra y venta de acciones y títulos entre residentes y
no residentes (llamadas “operaciones transfronterizas”).
En EE.UU., en 1980, estas “operaciones transfronterizas”
alcanzaban un monto del 9,8% del PBI; en 1992, llegaban al 109,3%.
En Japón, en 1984 eran del 25% del PBI; en 1992, el 72,2%. En
Alemania, en 1980 llegaban al 7,5% del PBI; en 1992, al 90,8%. En
Francia, en 1982, llegaban al 8,4% del PBI; en 1992, al 122,2%. En
Gran Bretaña, en 1985 sumaban el 366,1% del PBI; en 1991, al
1.016,6%! (Chesnais, p.
209)
.-
Magdoff, Op. cit., p. 13.
.-
El porcentaje de las IDE para los países en desarrollo tuvo un
pequeño aumento en los primeros años ´90 (con toda la historia
de las “economías emergentes”, etc.); pero este leve aumento
no cambia el hecho de las 4/5 partes de las IDE se realizan entre
los países avanzados. Habrá que esperar para ver si esto
constituye un cambio de tendencia.
.-
Reich, Op. cit., p. 134.
.-
Las exportaciones de los países capitalistas desarrollados
subieron del 65,9% del total de exportaciones mundiales en 1960 al
75,9%, en 1992. Si a esas cifras les sumamos las de los “cuatro
tigres asiáticos” (Taiwán, Hong Kong, Corea y Singapur), ellas
se elevan al 69,5% y al 85,1%, respectivamente. En contraste, América
Latina bajó del 6,6% en 1960 al 3,4% en 1992. (Minsburg,
Op. cit., p. 69)
.-
Reich, Op. Cit., p. 13.
.-
El mencionado Reich, cita al presidente de la gran corporación
norteamericana NCR (National Cash Register), quien dijo en 1989: “Me
preguntaron un día acerca de la competitividad de los EE.UU. y
contesté que jamás pienso en eso. En NCR nos consideramos una
compañía competitiva a nivel mundial, que circunstancialmente
tiene sus oficinas centrales en EE.UU..” (p. 123)
.-
Michel Beaud, L‘économie mondiale dans les années quatre-vingt,
La Découverte, París, 1989, p. 24 y ss.
.-
Lenin, El imperialismo..., cit. p. 105.
.-
Tomamos lo del intercambio desigual entre el centro y la periferia
como un hecho dado de la realidad. Otra cuestión son las teorías
que tratan de interpretar este hecho, como la muy difundida
años atrás de Arghiri Emmanuel, que lo explicaba por las
diferencias de productividad, salario, los monopolios, etc.
Otros autores marxistas, criticando a Emmanuel, señalan que en
verdad las desigualdad no es sólo una particularidad del comercio
internacional entre países adelantados y atrasados, sino una
característica general del capitalismo, que se origina
directamente del “libre comercio de mercancías”, y que se da
tanto nacional como internacionalmente.
.-
La nacionalización en los países atrasados, señala Trotsky al
comentar el caso del México de Cárdenas, “no tiene, por
supuesto, nada que ver con el socialismo. Es una medida de
capitalismo de estado en un país atrasado que busca de ese modo
defenderse, por un lado, del imperialismo extranjero, y, por el
otro, de su propio proletariado”. (Los sindicatos en la
era de la decadencia imperialista, Pluma, Buenos Aires, 1975,
p. 47.
.-
“El término «global» permite ocultar el hecho que una de
las características esenciales de la mundialización es
precisamente la de integrar como componente central un doble
movimiento de polarización, que pone fin a una tendencia de
duración secular que iba en el sentido de la integración y de la
convergencia. La polarización se da, en primer lugar, al interior
de cada país... La polarización es, seguidamente, internacional,
ampliándose brutalmente las diferencias entre los países
situados en el corazón del oligopolio mundial y los situados en
su periferia.” Chenais,
Op. cit. p. 26.
.-
Chesnais, Op. cit., p. 26.
.-
Para el caso de la ex URSS y el Este europeo, a nivel académico,
hay una bibliografía cada vez más abundante sobre este
cambio, así como también publicaciones que lo siguieron con
bastante precisión. En la LIT, nos remitimos al libro de Andrés
Romero —Después del estalinismo. Los Estados burocráticos y
la revolución socialista, Antídoto, Buenos Aires, 1995—,
donde se desarrolla un análisis amplio de esta cuestión. Sobre
el proceso de China, hay también una diversidad de autores y
publicaciones.
.-
Francis Deron, Chine, perte de contrôle, en Bilan
Economique et Social, Ed. Le Monde, París, 1995, p. 141.
.-
Una de las funciones del estado burgués ha sido la de imponer a
los capitalistas individuales los interés generales de la
clase burguesa. Por eso, acertadamente, el marxismo definió al
estado como el comité de asuntos comunes de la burguesía. Pero
hay una contradicción permanente entre el interés particular del
capitalista y el interés general de la clase burguesa. Por
ejemplo: individualmente, ningún burgués desea pagar impuestos.
Pero el estado burgués debe cobrárselos. La mundialización da
al burgués individual y a la empresa capitalista mayores
posibilidades de burlar los controles y regulaciones del estado
burgués.
.-
Jean-René Vernes, Mondialiser la législation, Dossier
& Documents, Le Monde, abril 1995.
.-
En EE.UU., por ejemplo, se desarrolla hoy una campaña en ese
sentido, para terminar con el “despilfarro” de alimentar o
sanar a desocupados, pobres, negros, inmigrantes y otros indeseables,
y de tener médicos y empleados a sueldo para que se ocupen de
ellos. Esto es un falsedad. Estudios serios han demostrado, además,
que tanto en EE.UU. como en otros países centrales, los
trabajadores y los pobres pagan en su vida más impuestos al
estado (especialmente indirectos) que lo que reciben en salud,
subsidios, etc.
.-
Benjamín Coriat, El
taller y
el robot, Siglo
XXI, México,
1992, p. 20.
.-
Creemos que las relaciones de fuerza entre las clases, entre el
poder del capital y el poder de la clase trabajadora, y los
cambios que se producen en esas relaciones, no se pueden reducir a
una sola determinación o a un único factor todopoderoso.
En
ese sentido no compartimos las concepciones de los regulacionistas
—como Coriat— que tratan de explicar todo —el conjunto de la
vida social, del estado, de las relaciones de poder entre las
clases, etc, a partir de un solo centro determinante: el taller y
los cambios que allí se suceden en las relaciones laborales. Es
una construcción metafísica, aunque los regulacionistas tienen
el mérito de haber investigado esferas descuidadas por el
marxismo y haber formulado problemas importantes.
Sin
embargo, hoy sería un error subestimar o ignorar la importancia
de esos cambios en los sistemas de producción, para determinar
las relaciones de poder entre las clases.
Las
relaciones de fuerza entre las clases, el mayor o menor dominio
del capital y la mayor o menor sumisión de la clase trabajadora,
son la resultante de múltiples vectores, cuya magnitud y fuerza
relativas varían según el momento histórico. El análisis
marxista exige, entonces, ser concretos: es decir, definir la
combinación específica de los factores que actúan en una
situación determinada.
Por
ejemplo, es evidente que en Alemania en 1933 el cambio en las
relaciones de poder entre el capital y el trabajo no se debió a
que se introdujeran grandes variaciones en la organización de la
producción, sino a la asunción de Hitler.
Pero
hoy no es menos evidente que estas variaciones han tenido una
influencia importante en los cambios de las relaciones de fuerza
entre las clases, sin necesidad de que venga un Hitler. Por
ejemplo: el hecho de que hoy en EE.UU., en las 500 firmas más
grandes, sólo el 10% de la fuerza laboral es de pleno empleo o de
empleo permanente, determina una relación mucho más favorable
para la burguesía, en comparación con las épocas de empleo
completo, permanente y estable. (Datos de César Altamira, Hacia
una revolución en el trabajo (para combatir el desempleo),
Realidad Económica, Buenos Aires, ago/sep/95)
.-
Marx, Capital y tecnología (Manuscritos inéditos de 1861-63),
México, Terra Nova, 1980, p. 158, cit Gyll&@@
.-
Coriat, Op. cit., p. 28 y ss.
.-
Ricardo Antunes, Adeus ao trabalho? Ensaio sobre as
metamorfoses e a centralidade do mundo do trabalho, Cortez
Editora, Campinas, Brasil, 1995, p. 22.
.-
Pensar al revés, Siglo XXI, México, 1992.
>>> Al capítulo
3 (final) >>>
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