El
ilusorio poder ilimitado de EEUU
Entrevista
con Emmanuel Todd
Carlos Alfieri - La
Hoja Latinoamericana
rodelu.net
5 de Enero de 2004
Si
a algo está acostumbrado Emmanuel Todd es a nadar contra la corriente.
Este prestigioso demógrafo y analista político francés, nacido en 1951,
predijo en 1976, en su libro La chute finale, la desintegración de
la Unión Soviética y de su esfera de influencia, en momentos en que
resultaba inadmisible plantear siquiera esa posibilidad. Ahora ha desatado
un vasto debate con su libro Después del imperio. Ensayo sobre la
descomposición del sistema norteamericano, que acaba de publicar en
español Ediciones Foca, en el que sostiene, en contra de la percepción
generalizada, que Estados Unidos, lejos de estar en un nivel jamás
conocido de hiperpotencia imperial, ofrece señales evidentes de un
inminente declive.
Todd
presta especial atención a la grave crisis de la economía real
norteamericana y a su creciente desindustrialización, enmascaradas por la
gran afluencia de capitales externos. Señala que entre 1990 y 2000 el déficit
comercial estadunidense pasó de cien mil millones a 450 mil millones de dólares,
por lo que el país requiere un flujo permanente de capitales provenientes
del exterior para equilibrar sus cuentas. Así, afirma, Estados Unidos está
viviendo muy por encima de sus posibilidades y la brecha entre lo que
consume y lo que produce se ensancha cada vez más. "Si bien su
potencial económico relativo ha retrocedido mucho —escribe—, Estados
Unidos ha conseguido aumentar masivamente su capacidad de exacción sobre
la economía mundial, hasta el punto de que es posible afirmar
objetivamente que se han convertido en una nación depredadora. ¿Esta
situación debe interpretarse como un signo de poder o de debilidad? Lo
seguro es que Estados Unidos tendrá que luchar política y militarmente
para mantener una hegemonía en adelante indispensable si quiere mantener
su nivel de vida".
Pero
la demostración del poderío norteamericano, según Todd, se lleva a cabo
mediante lo que denomina un micromilitarismo teatral, que opera contra
enemigos ridículamente débiles a los que se les ha asignado un papel
desmesurado como integrantes del eje del mal: "La exageración de la
amenaza iraquí —¡el cuarto ejército del mundo, decían!— no fue más
que el comienzo de la puesta en escena de inexistentes amenazas para el
mundo", asevera.
El
análisis que despliega Todd en Después del imperio articula
coherentemente factores económicos, políticos, históricos, militares y
demográficos, con un poder de penetración tal que hace que hasta sus críticos
más enconados le reconozcan seriedad, originalidad y voluntad de
independencia al pensamiento que lo sustenta (Carlos Alfieri).
—Casi
todo el mundo sitúa a Estados Unidos en el punto más alto de su poderío,
pero usted, paradójicamente, habla en Después del imperio de su
descomposición. ¿Cuáles son sus razones?
—La
percepción, ciertamente mayoritaria, de la potencia ilimitada de Estados
Unidos es una completa ilusión que nace, en principio, del derrumbe de la
Unión Soviética, y aun de Rusia, como potencia, con la consiguiente
desaparición de contrapesos internacionales. En segundo lugar, de la
llegada a la madurez de la globalización, que permite afluir a Estados
Unidos enormes recursos financieros, lo que le otorga medios que no
corresponden a la realidad de su economía. Debido a esta circunstancia,
debe tenerse en cuenta que su potencia económica es relativa. Está su
potencia militar, que parece aplastante si se la confronta con la de Irak,
para tomar un ejemplo reciente, pero la realidad militar es que la Rusia
actual, la de Putin, conserva la capacidad nuclear estratégica para
suprimir a Estados Unidos.
—¿Actualmente?
—Sí,
por supuesto. Es algo que se olvida con frecuencia: el equilibrio del
terror existe todavía. Estados Unidos es hoy la única nación capaz de
atacar a un país como Irak, pero eso no requiere un tremendo poder
militar. El corazón de una potencia, en mi opinión, es la supremacía
económica, y está claro que Estados Unidos está en vías de perderla o
ya la ha perdido. Hay que olvidarse un poco de la economía virtual, de
todo ese discurso un tanto fetichista de las nuevas tecnologías, del
dinamismo insuperable de la economía norteamericana, que no es más que
un efecto de los flujos financieros. La gente también creía en el siglo
XVII que España era una potencia invencible, con todo el oro que extraía
del Nuevo Mundo y que le permitía mantener una armada muy poderosa, pero
su economía real, productiva, estaba quebrada.
—¿La
nueva economía es entonces una pura fantasía?
—Tengamos
en cuenta que al cabo de diez años de nueva economía el Airbus europeo
compite de igual a igual y está superando al Boeing norteamericano; que
la mayoría de los satélites que surcan el espacio son los Ariane
europeos; que en telefonía móvil y sus derivados informáticos y electrónicos
Estados Unidos está muy retrasado con respecto a Europa y Japón; que
también lo está en robótica: Japón posee 300 mil robots industriales y
Estados Unidos 97 mil; que la industria automovilística marcha mucho
mejor en Europa y Japón; que el equipamiento para el hogar norteamericano
es muy inferior al francés o al alemán. Estados Unidos dispone de muchísimo
dinero, gracias al cual puede consumir muy por encima de lo que produce,
lo que implica el monumental déficit comercial que padece. Tiene, eso sí,
un indiscutible adelanto en el dominio de las nuevas tecnologías y de
internet; sin embargo, pienso que han perdido diez años que debían haber
empleado en reconstruir su industria. Mi análisis puede parecer
verdaderamente original hoy, pero recuerdo que también hace veintisiete años,
cuando pronostiqué el derrumbe de la Unión Soviética, me tildaban poco
menos que de extravagante. Entonces estaba solo y mis teorías parecían
muy originales, pero en la actualidad mi análisis acerca de Estados
Unidos es falsamente original: mi trabajo se inscribe en la tradición de
los clanes económicos e industriales norteamericanos de finales de los años
ochenta, que estaban inquietos frente a la competencia japonesa y europea
y elaboraban estrategias para contenerla. Pero todos esos planteamientos
fueron borrados por el derrumbe de la Unión Soviética y la globalización
financiera.
Hoy
en día Japón inspira menos miedo a Estados Unidos que Europa, que es
sobre la que centra sus principales planes estratégicos. No sólo porque
la masa industrial europea es más importante que la norteamericana. Yo
diría que Estados Unidos ha hecho el papel de cornudo en el desplome de
la URSS. Porque, en efecto, la caída del comunismo fue interpretada en un
primer momento como un éxito incontestable del capitalismo norteamericano
en los planos estratégico y militar, pero el hecho económico real fue la
definición de un espacio de expansión gigantesco al este de Europa para
Europa,por su obvia continuidad geográfica. El derrumbe de la Unión Soviética
va a beneficiar mucho más a Europa que a Estados Unidos.
Es
preciso tomar en consideración todos estos factores reales cuando se
habla de la supremacía total de Estados Unidos que, sé muy bien, es la
idea dominante en el mundo de hoy.
—Más
aún tras la guerra de Irak.
—Sí,
pero ocurre que la guerra de Irak, en mi opinión, fue defensiva para
Estados Unidos, que ve en Europa su verdadero problema. Una Europa
dividida, diversa, pero es precisamente esa diversidad lo que hace, en
parte, su fuerza. Como modelo social e incluso desde el punto de vista del
dinamismo económico, me parece más interesante Europa que Estados
Unidos, porque está ensayando un modelo político—social muy novedoso.
Y la introducción del euro constituye un arma que concreta en el plano
financiero su potencia.
Por
otra parte, creo que geopolíticamente está mucho mejor ubicada que
Estados Unidos, en un continente, Eurasia, que aglutina la mayor población,
recursos naturales y potencia industrial del planeta. Está a las puertas
de Rusia y de África, a las puertas del mundo árabe y próxima a su
inmensa riqueza petrolera. La verdadera cuestión de la guerra de Irak no
fue Saddam Hussein, más allá de que haya sido un dictador sangriento
—los imperios coloniales estuvieron sembrados de tiranos sangrientos. La
auténtica cuestión estratégica que se ha planteado es: ¿Cercano
Oriente pertenece a la esfera de influencia comercial y financiera de
Europa? ¿Y militarmente a la de Estados Unidos? La invasión de Irak fue
un intento norteamericano de frenar la penetración europea, y su
estrategia fue defensiva. Pero pienso que no llegará a controlar
efectivamente a Irak y en cambio está a punto de perder a Turquía,
tradicionalmente en su dominio militar, por la inminente integración de
este país en el ámbito de interacción financiera y comercial europeo.
—¿Se
puede hablar de un eje Estados Unidos—Israel como apuesta perdurable
para el control de Cercano Oriente?
—No
lo sé. Diría que hay paralelismos sorprendentes entre la situación de
Israel y la de Estados Unidos, una suerte de caída mimética, porque
ambas sociedades van muy mal. En la sociedad norteamericana crecen las
desigualdades, la ineficacia económica, hay una renuncia a lo universal.
En la israelí se dan algunos rasgos similares. Creo percibir un declive
paralelo de ambos países, que pueden identificarse uno en el otro.
Ninguno de los dos piensa en términos de categorías universales, como la
igualdad de todos los hombres y la legalidad internacional: ambos comulgan
con la desigualdad. Luego hay algunos factores históricos comunes, como
el papel que cumple la Biblia. Obviamente, existen intereses estratégicos
compartidos. Por ejemplo, el ataque norteamericano a Irak fue facilitado
por Israel, que funciona como un portaaviones fijo de Estados Unidos y
neutralizó militarmente a Siria, Jordania, Egipto y Arabia Saudita.
Aunque no intervino directamente en la guerra, el ejército israelí fue
un factor de contención en este conflicto.
En
cambio, no estoy del todo de acuerdo con la teoría del papel esencial que
juega en esta alianza el lobby judío norteamericano, porque lo
sorprendente es que el aliado más firme de Israel es la derecha
estadunidense, que tradicionalmente contó con componentes antisemitas.
Pero
más allá de todo esto, no pienso que ambos aliados sean fiables entre sí.
Diría que son dos países que tienen, cada uno, intereses absolutamente
específicos. Washington procura, por medio de lo que yo llamo su
micromilitarismo teatral, asegurarse el control político de las fuentes
de recursos mundiales, porque tiene un grave déficit de producción; además,
mantiene así la ilusión de que es una potencia necesaria para el orden
mundial. La lógica israelí es totalmente regional y contiene algunos
elementos como la implantación del "Gran Israel". Estoy
convencido de que en cuanto sus objetivos nacionales entren en conflicto,
se traicionarán uno a otro.
—Blair
y Aznar, a quienes en principio se había unido Berlusconi, aunque luego
fue desapareciendo poco a poco de la escena a medida que la invasión a
Irak se hacía realidad...
—Bueno,
Berlusconi tenía sus razones para desaparecer. Italia es miembro fundador
de la Comunidad Económica Europea, y en el fondo tiene una conciencia más
próxima a Francia y Alemania que a España e Inglaterra, que son socios
de la segunda oleada de la ue. Tampoco hay que desechar la influencia tan
próxima del Papa, que se opuso firmemente a la guerra. Por último,
existe una excelente relación entre Berlusconi y Putin: Italia
contribuye, a su manera, al acercamiento entre Europa y Rusia.
—Volviendo
a lo que iba a ser mi pregunta: ¿La total subordinación de Blair y Aznar
a la política de Bush constituye un éxito rotundo del gobierno de
Washington en su intento de dividir a Europa?
—Eso
es lo que piensa todo el mundo, pero creo que se equivocan, porque para
analizar este hecho es preciso adoptar una perspectiva histórica más
amplia y mirar un poco al pasado.
—¿Cuál
era en el pasado la situación de Europa?
—Que
se encontraba en la imposibilidad de estructurar una verdadera unidad y
una política independiente, a causa de que Alemania obedecía ciegamente
a Estados Unidos. Esa era la desesperación de De Gaulle y de Francia, el
sometimiento total de Bonn a Washington, lo que impedía el diseño de políticas
comunes. El elemento fundamental de la actual situación, para mí, es que
Alemania ha roto su dependencia de Estados Unidos y éste ha perdido su
principal pilar estratégico en Europa. Una vez producido este
acontecimiento, la pareja franco—alemana se consolidó y Rusia encontró
su nuevo lugar. Esta es en verdad la Nueva Europa, y no la Vieja Europa,
como la calificó Donald Rumsfeld. De hecho, lo que ha pasado con la
guerra de Irak, creo, es que Inglaterra, España, Italia en cierto modo,
Polonia y algunos países del Este fueron quienes encarnaron la Vieja
Europa, en el sentido de su sumisión total a Estados Unidos. Esta no es
la otra Europa, sino una Europa que comprende la nueva situación mucho más
lentamente, para la cual los acontecimientos se suceden demasiado rápido
y no puede leerlos correctamente.
No
digo que sea la situación perfecta. Evidentemente, Europa está dividida.
Pero las consecuencias prácticas de la división que se produjo por la
crisis de Irak son nulas. España e Italia, por ejemplo, pertenecen a la
zona euro, y en los hechos esto contribuye a la seguridad económica de
Francia y Alemania, al margen de su alineamiento ocasional junto a Estados
Unidos. Los ingleses, en cambio, han intervenido militarmente en Irak en
función de su alianza tradicional con los norteamericanos, pero los españoles
y los italianos nada han hecho y siguen siendo socios positivos de Francia
y Alemania. Pienso que tanto España como Italia, y en cierta medida
Polonia, están retrasadas en su toma de conciencia del sentido profundo
de estos últimos acontecimientos.
Francia
y Alemania ya no son grandes potencias sino potencias medianas que juntas
son, diría, casi una gran potencia, y con el conjunto de la Unión
Europea lo son sin el casi. Pero ambos países, a diferencia de España o
Italia, conservan ciertos reflejos estratégicos propios de las grandes
potencias. Por eso creo que Berlín y París han comprendido mucho más rápidamente
que otros países europeos que en Cercano Oriente Estados Unidos actuó
directa y muy agresivamente contra Europa.
España
fue sin duda una gran potencia, pero hace demasiado tiempo, nada menos que
cuatro o cinco siglos, e Italia nunca lo fue realmente. El caso de
Inglaterra es muy diferente: tampoco es hoy una gran potencia, pero también
conserva tales reflejos. Hay que distinguir la realidad de la pequeña
historia. Inglaterra sigue desplegando una estrategia, pero aquí está el
problema, tanto para los ingleses como para el resto de los europeos.
Porque su situación es verdaderamente muy difícil. Yo sé que muchos
dicen que Blair ha jugado bien su carta en el conflicto de Irak, pero a mí
me parece que su situación es espantosa. Si revisamos la trayectoria
diplomática reciente del Foreign Office veremos que su inquietud
fundamental ha sido, en primer lugar, que Estados Unidos no se ha
interesado jamás por las opiniones de los ingleses, nunca se ha tomado en
serio ninguna de sus propuestas.
—¿Cuál
es el proyecto de Blair para Europa?
—Blair
quiere una Europa fuerte, pero absolutamente fiel a Estados Unidos. Se
trata de una proposición asombrosa, que los norteamericanos no aceptan,
porque son realistas, al revés del primer ministro inglés. Ellos saben
muy bien que dos entidades comparables —y según el proyecto de Blair
Europa debe llegar a serlo con respecto a Estados Unidos— no pueden
estar unidas eternamente. El simple hecho del surgimiento de una potencia
europea constituye para los norteamericanos una amenaza.
La
posición de Londres ante Washington es de subordinación. El
desequilibrio entre ambos es enorme. En cambio, Inglaterra tiene un lugar
importante en Europa, porque aunque no pertenece a la zona euro es
indiscutiblemente europea. Pero también es anglosajona y se siente muy
cerca de los norteamericanos. En fin, es una situación muy complicada que
hay que observar con mucha comprensión y tolerancia. Yo la entiendo
porque soy un francés anglófilo, mi familia es de origen inglés y
estudié en Inglaterra.
Lo
curioso es que si el Foreign Office analiza la situación en que está
Inglaterra por su política de fidelidad absoluta a Estados Unidos, puede
comprobar que hoy el continente europeo es la realización de su pesadilla
histórica: todas las potencias están aliadas en dirección contraria. En
verdad, no hay mayor pesadilla para los ingleses que la configuración de
un eje París—Berlín—Moscú: es como si se retrotrajeran a los
tiempos de Napoleón. En cambio, para los alemanes o los franceses las
posiciones actuales no entrañan ningún riesgo, porque los
norteamericanos no los pueden penalizar económicamente. Si se perturbasen
los circuitos financieros y comerciales transatlánticos, sería Estados
Unidos el más perjudicado, porque Europa es económicamente más potente
y tiene medios para acceder a otros mercados.
—Los
países del Este europeo parecen ser hoy los aliados más fieles de
Estados Unidos. ¿Cuál es su opinión al respecto?
—En
principio, habría que diversificar el concepto "países del
Este", porque no son un bloque uniforme. Se tiende a pensar que todos
ellos son ahora pronorteamericanos, y no es así. No es el caso, por
ejemplo, de los húngaros o los checos, pero sí de los polacos. Pienso
que esta última postura es absurda, porque tras la desintegración del
Pacto de Varsovia se adhieren a la OTAN, que es una organización en vías
de desaparición, en momentos en que Alemania y Francia se aproximan a
Rusia. Hay algo de loco en la actitud de ciertos países del Este, porque
parecen no haber comprendido que están hoy en una situación de seguridad
absoluta, ya que no se encuentran más en una zona de conflicto. La
"falla geopolítica", la zona de enfrentamiento pasa hoy por el
Atlántico. Europa central se ha convertido en una región de paz debido a
que los intereses de Europa occidental y los de Rusia son convergentes.
Analizada
con detenimiento, la desunión de Europa es aparente. Es cierto que los
polacos han comprado algunos aviones a Estados Unidos, pero la realidad
económica es que todos sus intercambios comerciales los efectúan con
Europa y Rusia. Parecen no haber advertido todavía que Norteamérica no
puede ser un socio comercial efectivo y mucho menos derramar capitales
sobre su territorio. También con el ritmo de evolución política de
Polonia hay que ser muy pacientes y comprensivos. No es grave que surjan
ciertas diferencias entre los países europeos: todos están imbricados en
la construcción de la Unión Europea y es un proceso que no se ha
detenido. Creo que todo lo que resta de Estados Unidos como gran potencia
militar y diplomática se asienta fundamentalmente en la desunión de los
otros, en la existencia de conflictos residuales entre otros países, y en
este sentido todo proceso de pacificación es un fracaso para su
estrategia.
La
paz es un concepto moral; ciertamente toda guerra es horrible y es preciso
evitarla a toda costa, pero para los europeos la idea de paz, de resolución
de los conflictos por medio de la negociación ,es un arma formidable.
—Según
Robert Kagan, uno de los ideólogos de la política exterior de Bush, esa
posición pacifista y negociadora de Europa no es más que la expresión
de su debilidad...
—Siempre
he pensado que cuando uno es verdaderamente fuerte no lo proclama. Tras la
segunda guerra mundial, Estados Unidos era una potencia incomparable por
su supremacía en todos los órdenes, aun respecto de la Unión Soviética.
Sin embargo, en esa época no gritaba que era superpotente: se mostraba
amable y simpático. Yo llamo a estos ideólogos del estilo de Kagan
"militaristas de cátedra". Son gente que confunde la potencia
real con el poderío meramente militar. Y en cuanto a éste, el de Estados
Unidos es incontestable en el plano aeronaval, pero deja mucho que desear
en el combate terrestre.
Los
norteamericanos no tienen la menor idea de los enormes sufrimientos que
conlleva una verdadera guerra, de la inmensa capacidad de sacrificio que
requiere, mientras que rusos, alemanes o franceses lo han vivido en carne
propia. Estos ideólogos a lo Kagan tienen una visión de cómic de la
guerra, una visión de videojuego acerca de la potencia de un país. En
definitiva, la verdadera potencia es la industria. Los europeos no son
ingenuos, no han renunciado a la potencia; simplemente, han aprendido la
lección de los últimos dos siglos y no están dispuestos a derrochar su
poderío económico en guerras inútiles y conflictos secundarios. Estados
Unidos está en camino de repetir, en pequeña escala y de una manera un
tanto paródica, los antiguos errores de los europeos. Esta situación
neocolonial que ha creado en Irak entraña riesgos enormes, con el
consiguiente derroche de vidas humanas, de dinero, de tiempo. Los mercados
saben que Washington no dispone de los medios financieros para mantener
allí una ocupación prolongada. Es muy posible que al final su política
lo autodebilite y termine favoreciendo a Europa.
—¿Se
puede hablar de una involución democrática en Estados Unidos y del
triunfo de su extrema derecha?
—Hay
que diferenciar, en primer lugar, el concepto europeo de extrema derecha,
asociado al fascismo, de lo que puede denominarse extrema derecha en
Estados Unidos. Diría que la norteamericana es una nueva forma de extrema
derecha de matriz neoliberal. En efecto, creo que se registra una regresión
en la sociedad estadunidense —al fin y al cabo, Bush no fue elegido
democráticamente—, con un alarmante crecimiento de las desigualdades.
No podemos definir a Estados Unidos simplemente como una democracia si
tenemos en cuenta su jerarquización oligárquica, su fervor militarista,
su apología de la violencia, en definitiva, que reenvía a una problemática
de tipo fascista. La invasión de Irak es reveladora de su situación
interna. El desorden interior de Estados Unidos se proyecta sobre el
mundo.
Mucha
gente no quiere reflexionar sobre la posible descomposición del sistema
norteamericano, incluidos por supuesto los antinorteamericanos
tradicionales, porque resulta tremendamente angustiante imaginar a la
primera potencia mundial en un proceso de descomposición democrática. Y
paradójicamente, pienso que el antinorteamericanismo tradicional es mucho
más tranquilizante que mi manera de pensar, porque no hace más que
confirmar, de algún modo, la índole casi ontológica del poderío de
Estados Unidos. En cambio, yo no soy antinorteamericano pero imagino lo
peor.
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