Las
raíces de la resistencia
Por
Noam Chomsky
La
Jornada, y Rebelión, 17/04/04
Mucho
antes de los nuevos brotes de violencia en Irak, las evaluaciones de
inteligencia de agencias estadunidenses admitían que "el más
formidable enemigo (de Washington) en Irak en los próximos meses podría
ser el rencor de los iraquíes que se muestran cada vez más hostiles
ante la ocupación militar estadunidense", señalaron Douglas
Jehl y David E. Sanger en septiembre en The New York Times.
El
fracaso en entender las raíces de esa hostilidad (no sólo de la
resistencia armada que atrae los titulares y las secuencias filmadas
en televisión) puede sólo conducir a más derramamiento de sangre y
a un impasse.
El
prolongado conflicto, incluidas las horribles demostraciones en
Fallujah y otras partes, tal vez no hubiera ocurrido si la ocupación
encabezada por Estados Unidos hubiera sido menos arrogante, ignorante
e incompetente.
Conquistadores
dispuestos a transferir una soberanía auténtica, como exigen los
iraquíes, habrían escogido un curso diferente.
El
gobierno de George W. Bush, entre sus numerosos pretextos para la
invasión a Irak, ha patrocinado la visión de una revolución democrática
a través del mundo árabe. Pero la más plausible razón para la
invasión ha sido eludida: el emplazamiento de seguras bases militares
en un estado cliente situado en el centro de los mayores recursos
energéticos del mundo.
Los
iraquíes no soslayan este tema crucial. En una encuesta de Gallup
realizada en Bagdad y divulgada en octubre, cuando se preguntó a un
grupo de personas por qué Estados Unidos había invadido Irak, uno
por ciento dijo que era para establecer una democracia, y cinco por
ciento, que era para ayudar a los iraquíes. El resto señaló que el
motivo de Washington era controlar los recursos de Irak y reorganizar
el Medio Oriente para satisfacer los intereses estadounidenses.
Otra
encuesta de opinión en Irak divulgada en diciembre por la firma
encuestadora Oxford Research International también es reveladora:
cuando se formuló la pregunta sobre qué era lo que necesitaba Irak,
más de 70 por ciento dijo "democracia". Otro 10 por ciento
mencionó a la Autoridad Provisional de Ocupación, y 15 por ciento,
al Consejo de Gobierno Interino iraquí. Por "democracia"
los iraquíes querían decir democracia, no la soberanía nominal que
el gobierno de Bush ha estado planteando.
En
general, "la gente no tiene confianza en las fuerzas de Estados
Unidos y Gran Bretaña (79 por ciento) o en la autoridad provisional
(73 por ciento)", según la encuesta. El favorito del Pentágono,
Ahmed Chalabi, no tenía respaldo alguno.
El
conflicto entre los estadunidenses y los iraquíes en materia de
soberanía fue altamente visible en el primer aniversario de la invasión.
Paul Wolfowitz y su personal en el Pentágono señalaron que
"estaban en favor de una estable, prolongada presencia de
soldados estadunidenses y de un ejército iraquí relativamente débil
como la mejor forma de alimentar la democracia", escribió
Stephen Glain en The Boston Globe.
Esa
no es democracia, tal como la entienden los iraquíes. O como la
entenderían los estadounidenses, si estuviesen sometidos a una ocupación
extranjera.
No
tenía sentido invadir Irak, si eso no conducía a bases
militares permanentes en un estado dependiente del tipo tradicional.
La
Organización de las Naciones Unidas puede ser convocada, pero Washington
le está pidiendo que "respalde un futuro gobierno iraquí de
soberanía sólo nominal y de dudosa legitimidad, bajo cuya invitación
las potencias ocupantes podrán quedarse en el lugar", comentó
The Financial Times en enero.
Mas
allá de los temas de control militar, los iraquíes también
entienden que las medidas impuestas intentan reducir la soberanía
económica, incluyendo una serie de órdenes para abrir las industrias
y los bancos al efectivo control de Estados Unidos.
No
resulta sorprendente que los planes estadounidenses hayan sido
criticados por empresarios iraquíes que denunciaron que eso destruirá
la industria local.
En
cuanto a los obreros iraquíes, el gremialista David Bacon dice que
las fuerzas ocupantes allanaron oficinas de sindicatos, arrestaron
dirigentes, están haciendo cumplir las leyes antilaborales de Hussein
y han entregado concesiones a empresarios estadounidenses conocidos por
su inquina hacia los sindicatos.
El
resentimiento iraquí y el fracaso de la ocupación militar han hecho
que Washington tuviese que dar marcha atrás de cierta manera en sus
medidas más extremas.
Las
propuestas para abrir la economía al capital extranjero han excluido
el petróleo. Al parecer, eso hubiera sido demasiado osado. Sin
embargo, los iraquíes no necesitan leer The Wall Street Journal para
descubrir que "el conocimiento en detalle de la destruida
industria petrolera de Irak", gracias a lucrativos contratos
financiados por los contribuyentes estadounidenses, "eventualmente
podría ayudar a Halliburton a obtener grandes contratos de energía"
en la nación árabe, junto con otras corporaciones multinacionales
respaldadas por sus gobiernos.
Falta
aún saber si los iraquíes pueden ser obligados a aceptar la soberanía
nominal que les ha sido ofrecida por las potencias ocupantes.
Otra pregunta es aún más importante para los privilegiados
occidentales: ¿permitirán sus gobiernos "alimentar la
democracia" y favorecer los intereses de esos estrechos sectores
del poder a los que sirven esas administraciones, pese a la vigorosa
oposición iraquí?
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