Las compañías privadas generan un negocio en
todo el mundo de 100.000 millones de dólares
Privatización del Ejército norteamericano
Por Carlos Fresneda y Pablo
Pardo
Revista
Autogestión, 12/04/04
Enviado por Argenpress
Aseguran que muchos de los extranjeros en Irak, a
los que Estados Unidos llama “contratistas”, son “guerreros
privados” al servicio del Pentágono en la lucha contra la
resistencia.
La Convención de Ginebra prohíbe el uso de
“personas reclutadas para un conflicto armado por un país distinto
del suyo y motivado por la ganancia personal”. Pese a ello, Estados
Unidos no ha dudado en recurrir a las Corporaciones Militares Privadas
durante la ocupación de Irak. Estas empresas están suplantando las
funciones del Ejército norteamericano hasta límites alarmantes. Se
calcula que en Irak puede haber hasta 20.000 hombres de este “ejército
invisible” que trabaja para el Pentágono.
“Todo lo que sabemos de él es que era
colombiano y que murió acribillado en Tikrit. Viajaba en un convoy
militar, pero no era un soldado, sino un contratista”. ¿Y qué hace
un “contratista” colombiano trabajando para Kellogg, Brown & Root,
la primera gran beneficiaria del Ejército norteamericano en Irak?
Nunca lo sabremos. Tampoco nos dan su nombre, “por razones de
seguridad”. Kellogg, Brown & Root,
la misma compañía que impulsó la privatización del Ejército
norteamericano y que ahora está sufriendo en sus carnes los ataques
de la guerrilla iraquí, tiene por norma no identificar a sus “bajas
de guerra” ni revelar su misión exacta.
Más de 20 “contratistas” han muerto desde
que arrancó la guerra. Todos ellos trabajaban para alguna de esas
empresas de nuevo cuño, las Corporaciones Militares Privadas (CMP),
que están suplantando poco a poco a los soldados. Ellos defienden su
labor en aras de la “eficiencia” y de los requisitos de las
guerras modernas. Muchos les ven simplemente como los mercenarios del
siglo XXI.
Los nuevos guerreros privados llevan más de 10 años
tomando posiciones, pero es ahora cuando empiezan a salir de las
sombras. Se calcula que en Irak puede haber de 10.000 a 20.000 en
estos momentos, aunque el secretismo del Pentágono y de sus compañías
hermanas tienen a todos los expertos haciendo cábalas.
Se sabe, por ejemplo, que una sola compañía,
Global Risk, tiene a mil cien hombres y ocupa el sexto lugar entre las
potencias de la coalición, justo entre Italia y España. Entre los
guerreros privadísimos de Global Risk hay decenas de ex soldados
gurkas, conocidos precisamente por su fiereza en la batalla.
Irak se está convirtiendo en el campo de batalla
de las Corporaciones Militares Privadas (CMP), con su particulares ejércitos
paralelos, nutridos por miles de ex militares.
Ahí tenemos a los hombres de Vinnell,
con años de
experiencia adiestrando a la Guardia Nacional de Arabia Saudí. Y a
los expertos militares de DynCorp, curtidos en la lucha contra la
guerrilla en Colombia, y beneficiados ahora por un contrato de 40
millones de dólares para preparar a la policía de Irak. Y a los
aguerridos expertos de Recursos Militares Sociedad Anónima (MPRI, Inc.),
capitaneados por el ex general Carl Vuono, veterano de la primera
Guerra del Golfo.
Hace 12 años, sin ir más lejos, la proporción
entre contratistas y soldados era de uno a cien. En Irak, ahora mismo,
se estima que puede haber un “contratista” por cada seis o diez
soldados.
Muchas bombas han caído desde que el propio Dick
Cheney, secretario de Defensa con Bush padre como presidente,
encargara el primer estudio para impulsar la privatización del Ejército.
Aquel informe fue elaborado precisamente por Brown & Root
(filial de Halliburton, que luego dirigiría él mismo) y llegó a la
conclusión de que era mucho más efectivo y barato ceder el trabajo
sucio del Ejército a los “contratistas”.
Hoy por hoy, una tercera parte de las funciones
del Ejército norteamericano está en manos privadas (incluido el
mantenimiento y el manejo del Air Force One, el avión presidencial). La Administración Bush
confía en seguir regalando pedazos de la torta bélica a los
“contratistas”, hasta dejar la proporción en mitad y mitad.
Las Corporaciones Militares Privadas, en plena
“guerra contra el terror”, son uno de los sectores industriales más
prósperos de Estados Unidos y están creciendo más de prisa incluso que
las empresas de Internet o de biotecnología.
Según Peter Singer, analista del centro de
estudios Brookings Institution y autor del libro Corporate Warriors
(Guerreros Corportativos), las CMP ya generan en todo el mundo una
cifra de negocio de 100.000 millones de dólares. Para el 2010, los
ingresos previstos alcanzarán los 200.000 millones.
Estos mercenarios posmodernos no tienen nada que
ver con sus precursores de los años 60 y 70, que se movían en el
borde de la legalidad cuando se iban a Biafra o al Congo a pegar tiros
y leían la revista Soldier of Fortune (Soldado de Fortuna). Ahora se
trata de un sector tan profesional como cualquier otro, protegido por
el escudo de las grandes corporaciones y amparado por un vacío legal
que nadie parece interesado en subsanar.
La Convención de Ginebra, artículo 47, prohíbe
el uso de mercenarios y los define como “aquellas personas
reclutadas para un conflicto armado por un país distinto del suyo y
motivado por la ganancia personal”.
Las Corporaciones Militares Privadas no ocultan
su afán de lucro, aunque rechazan la acusación de mercenarios. Gran
parte de los contratistas, sin embargo, son ex militares que deciden
incluso abandonar el Ejército de su país para ponerse el uniforme de
guerrero empresarial.
Un miembro del cuerpo de elite SAS, del Ejército
británico, recibirá el doble del salario si cuelga el uniforme y se
va a una empresa privada. Un gurka especializado en misiones de alto
riesgo será también una pieza codiciada de las empresas que se
ofrecen para “operaciones tácticas”.
Las CMP están además empotradas en
multinacionales que han empezado a olerse el negocio, desde
Halliburton (propietaria de Kellog, Brown &Root) a L-3 Comunicaciones (que adquirió MPRI
Inc.)
En marzo pasado, los dueños de DynCorp la
vendieron por 950 millones de dólares a CSC, uno de los mayores
proveedores de sistemas de comunicaciones del Pentágono (y, de paso,
dueño del equipo ciclista del mismo nombre, que entrena a Bjarne Rijs,
el corredor que impidió que Indurain ganara el Tour en 1995).
La maraña de las CMP se ha extendido también
por el sistema político, y ahí tenemos a su mentor Dick Cheney,
instalado como vicepresidente en la Casa Blanca. Tan sólo en 2001,
las compañías militares privadas gastaron 32 millones de dólares
en grupos de presión en Washington, con notables conexiones tanto con
el Partido Republicano como con el Partido Demócrata.
La opinión pública norteamericana ha empezado a
contraatacar con campañas como Stop the War Profiteers (Parar a los
que se benefician de las guerras), pero el tema sigue siendo tabú en
los grandes medios y en el Capitolio. La congresista demócrata Jan
Schakowsky ha sido la única en levantar la voz contra la privatización
de la guerra. “No existe ningún modo de controlar a estas empresas
que actúan por cuenta propia”, ha denunciado Schakowsky. “Por un
lado son empresas civiles, y por otra parte empresas militares, pero
sus empleados no están sometidos al código militar y funcionan en
una especie de limbo legal”.
La misma preocupación transmite Laura Peterson,
analista del Centro por la Integridad Pública y autora del informe
Making a Killing: the Business of War (Haciendo un asesinato: el
negocio de la guerra). “No hay ninguna agencia del Gobierno ni ningún
organismo internacional que vigile a estas empresas”, denuncia
Peterson. “Es imposible tener una idea exacta de ellas, saber cómo
funcionan, cómo son los mecanismos de licitación y cuáles son las
condiciones impuestas a los contratistas militares”.
Para mejorar su imagen pública, una docena de
empresas han unido fuerzas en la así llamada Asociación
Internacional para las Operaciones de Paz. Según su director, Doug
Brooks, no se trata de despistar ni de lavar la imagen de las
controvertidas corporaciones militares. “La paz y la estabilidad son
siempre más rentables que las guerras”, afirma Brooks. “Pero las
guerras existen, y nosotros salimos al encuentro de unas necesidades
que están ahí”.
El mayor intento de arrojar luz sobre este ejército
transnacional, invisible y paralelo que está desplegado ya en 50 países
acaba de hacerlo Peter Singer con su libro Corporate Warriors.
“Tanto las corporaciones militares como los gobiernos democráticos
tienen que entender que no se pueden seguir camuflando”, afirma
Singer. El autor adopta una posición neutral en el tema y acusa
incluso a la ONU de doble rasero: “Por un lado critican la labor de
estas empresas, pero por otro lado las utilizan como apoyo en misiones
de paz”. “Tenemos que partir del hecho de que vivimos en un mundo
donde hay guerras”, añade Singer. “Y estas empresas, que no son
ni buenas ni malas en sí mismas, salen al encuentro de necesidades
creadas por estas guerras. Otra cosa es el factor moral. Hay gente que
piensa que los ejércitos nunca se deben privatizar, y que es injusto
que haya quien se beneficie de las guerras”. Singer le da la vuelta
al viejo axioma y proclama, a modo de conclusión del libro: “Aun así,
la guerra es una cosa muy importante como para dejarla en manos de las
empresas. Necesitamos más transparencia y leyes que pongan coto de
alguna manera a estas empresas, que hoy por hoy se mueven en un
terreno muy ambiguo y cruzan la frontera con bastante frecuencia”.
“La situación sobre el terreno es
complicada”, ha explicado a este periódico un ex soldado americano
que trabaja a tiempo parcial en SAIC (Science Aplicatios International
Company), otra de estas empresas. “Ahora estamos entrenando a policías
en Irak. Eso implica salir con ellos de patrulla. Y entonces, podemos
ser atacados. Así que tenemos que tomar medidas para defendernos”.
Northrop Grumman también es dueño de otro de
los líderes del sector, Vinnell, una empresa que está pujando por el
contrato para el mantenimiento de dos bases de uso conjunto de España
y EEUU. Vinnell ha puesto anuncios en EEUU pidiendo, entre otras
cosas, ex oficiales del Ejército y los Marines —desde tenientes hasta
tenientes coroneles—, “en buena condición física” para entrenar
a los reclutas iraquíes.
Ahora, con la guerra de Irak, todo el sector vive
una edad de oro. La Administración Bush está subcontratando gran
parte de las funciones que tradicionalmente han llevado a cabo las
Fuerzas Armadas. Por ejemplo, cuestiones tan básicas como la entrega
de correo o incluso la distribución y reparto de alimentos a los
130.000 soldados americanos en Irak corren a cargo de Kellog, Brown
& Root
(KBR).
Pero en Irak es precisamente donde la actuación
de las CMP ha empezado a ser puesta en cuestión. Según muchos
militares, la guerra privatizada no es una buena idea. La evaluación
ofensiva terrestre llevada a cabo por la Tercera División de Infantería
—la que tomó Bagdad— incluye quejas por la tardanza de KBR en
entregar el correo. Otros soldados han criticado la pésima comida que
les ha dado Halliburton. Finalmente, la empresa texana ha sido acusada
de cobrar 2,65 dólares por cada galón —unos cuatro litros— de petróleo
que transporta de Kuwait a Irak, cuando el Ejército lo hace por un dólar.
Otros no lo ven de forma tan negativa. “En Irak
ha habido un problema básico: el Pentágono ha llamado a los
contratistas privados demasiado pronto. El resultado es que están en
medio de una situación de combate”
Guerreros privados sin frontera
En la última década, las Corporaciones
Militares Privadas se han visto envueltas en numerosos incidentes en
diversas partes del planeta. Hoy por hoy, sus efectivos están
desplegados en unos 50 países, principalmente en Africa Central,
Oriente Medio, Sureste Asiático, Sudamérica y los Balcanes. A veces
son contratadas por los gobiernos locales para adiestrar a sus ejércitos;
otras se limitan a prestar apoyo técnico a los ejércitos
norteamericano y británico. En varias ocasiones han cruzado sin
embargo la línea y se han implicado en misiones propias de soldados.
El secretismo que las rodea ha servido para mitigar el efecto de esta
serie concatenada de noticias sin fronteras.
Croacia: El 4 de agosto de 1995, el Ejército de
Croacia lanzó la ofensiva para recuperar la Krajina, una extensa
franja de ese país ocupada por los serbobosnios. Los croatas
retomaron todo el territorio en apenas tres días en una ofensiva
bautizada como Operación Tormenta, en la que cometieron ejecuciones
sumarias, bombardeos indiscriminados y limpieza étnica.
El ejército croata había sido adiestrado
durante meses por una empresa americana cuyo nombre deja lugar a pocas
dudas: Recursos Militares Profesiones (MPRI). La compañía está
dirigida por el ex general de dos estrellas Carl E. Vuono, veterano de
la Guerra del Golfo, frente a un equipo de otros 19 ex militares
norteamericanos.
Ninguno de ellos había realizado ese trabajo por
orden del Pentágono. Era, simplemente, un contrato de consultoría de
su empresa, que en 1994 consiguió la licencia del Departamento de
Estado para entrenar al ejército croata. MPRI ha negado
reiteradamente su participación directa en la Operación Tormenta
(bautizada al más puro estilo americano) y ha sostenido que su labor
consistió únicamente en preparar técnicamente al ejército croata.
Los analistas reconocen que la ofensiva fue el
punto de inflexión en la guerra contra Serbia. La otra cara de la
moneda es ésta: la ofensiva rompió el alto el fuego de Naciones
Unidas, causó 170.000 refugiados y provocó una nueva limpieza étnica.
Los comandantes croatas que dirigieron la operación han sido
procesados por el Tribunal Internacional de Crímenes de Guerra.
Bosnia: Varios empleados de DynCorp, otra de las
empresas punteras del sector militar privado, se vieron implicados en
un escándalo de tráfico sexual, prostitución de menores y tráfico
ilegal de armas en Bosnia. Según Peter Singer, autor de Corporate
Warriors, el supervisor de DynCorp en Bosnia grabó un vídeo de sí
mismo violando a dos jóvenes. Nadie fue procesado por el caso. Para
que escapara a las autoridades locales, los empleados fueron sacados
del país.
Kosovo: En 1999, tras los bombardeos contra
Serbia, Estados Unidos se hizo con un terreno de cientos de hectáreas
en una zona rural de Urosevac, en el sureste de Kosovo. En cuatro
meses, la compañía Kellog, Brown & Root
levantó la mayor base militar norteamericana construida desde la época
del Vietnam.
Cuatro años después, mil norteamericanos y
siete mil albaneses trabajan en la base, situada nada casualmente en
la ruta del futuro oleoducto trasbalcánico AMBO. El estudio de
viabilidad del oleoducto fue realizado en 1996 (y actualizado en el año
2000) por la misma compañía que construyó la base militar: Kellog,
Brown & Root,
subsidiaria de Halliburton, la empresa que dirigió en su día el
vicepresidente Dick Cheney.
Colombia: Es el escenario de una de las primeras
y más ostensibles guerras privatizadas de la última década. El
Gobierno de EE. UU. ha evitado implicar a sus efectivos en misiones de
combate, pero los soldados de compañías como DynCorp llevan tiempo
ejerciendo ese papel y se han ganado —según Peter Singer— la reputación
de “arrogantes y dispuestos a luchar”.
Africa: Con su serie inacabable de conflictos de
baja intensidad, este continente es un campo abonado para las compañías
privadas militares. Aunque en algunas ocasiones el Departamento de
Estado ha denegado la licencia a algunos contratistas que pretendían
adiestrar ejércitos en regímenes dictatoriales. MPRI ha conseguido
contratos en Guinea Ecuatorial y en Nigeria. En 1996 firmó un
contrato de 60 millones de dólares con el Gobierno de Angola, donde
han llegado a trabajar hasta 80 compañías militares y de seguridad
privadas.
Executive Outcomes (EO), con experiencia en la
propia Angola, en Sierra Leona, en Ruanda y en el Congo, es una de las
compañías líderes del sector en Sudáfrica, el tercer exportador de
servicios militares, tras Estados Unidos y Gran Bretaña.
Afganistán: La CIA da una nueva vuelta de tuerca
en la privatización de la guerra y pone parcialmente en manos de
contratistas particulares los vuelos de sus aviones Predator durante
la campaña de Afganistán.
Una vez acabada la guerra, la empresa DynCorp
—la
que vela por el mantenimiento del Air Force One— consigue el contrato
para la protección privada del presidente afgano Hamid Krzai. Su
siguiente misión será entrenar al Ejército afgano una vez que los
Boinas Verdes abandonen el país.
Kuwait: Decenas de contratistas armados
participan en cursos de adiestramiento del Ejército local en la
estratégica base de Camp Doha.
Arabia Saudita: El 12 de mayo, poco después de
que el presidente George W. Bush diera por concluidos los combates en
Irak, un atentado suicida de Al Qaeda se cobra 34 víctima (ocho de
ellas norteamericanas) en Riad. Uno de los objetivos de los
terroristas fue el bloque de viviendas donde vivían 70 empleados de
Vinnell.
Vinnell, creada en 1975 por ex militares
americanos, es la responsable del adiestramiento de la Guardia
Nacional. Desde la Guerra del Golfo, el Gobierno saudí ha puesto
millones de dólares en las manos de compañías militares privadas
norteamericanas.
Gaza: Tres guardias de seguridad norteamericanos
que protegían al agregado de Cultura de la embajada en Tel Aviv,
mueren al hacer explosión una bomba en Gaza.
Irak: Un contratista de Kellog, Brown
& Root
que viajaba empotrado en un convoy militar en Irak muere al estallar
una mina a su paso en agosto pasado en las cercanías de Tikrit. El 30
de noviembre, un día después de la muerte de los siete espías españoles,
fallece tiroteado, también en Tikrit, un contratista colombiano de la
misma Kellog, Brown & Root, que se niega a
facilitar su nombre y su cometido exacto “por razones de
seguridad”.
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