Ya tenemos nuestro atacante suicida:
la cámara fotográfica
Por Robert Fisk
The Independent y La
Jornada, 10/05/04
Enviado por Correspondencia de Prensa
Traducción
de Jorge Anaya
Primero nuestros enemigos crearon el
atacante suicida. Ahora tenemos nuestro propio atacante suicida
digital: la cámara fotográfica. Fijémonos en la forma en que Lynnie
tira de la correa que sujeta al barbado y desnudo iraquí. Observemos
más de cerca la correa, el dolor en el rostro del prisionero. Ninguna
película sadista podría superar el daño de esta imagen. En 2001 se
estrellaron aviones en edificios; hoy, Lynnie estrella en pedazos toda
nuestra moralidad con un solo tirón de correa.
El atacante suicida musulmán grita
"Allahu Akbar", Dios es más grande. ¿Y qué hace el cómplice
de Lynnie England en este crimen? Vaya, el jardín de su casa está
tapizado con una cita del Libro de Oseas que habla de la siembra, la
rectitud y la cosecha. ¿Podría alguna vez el Islam haber llegado a
un contacto tan íntimo con la sexualidad del Viejo Testamento? ¿Podría
el cristianismo neoconservador -Lynnie es también asidua asistente a
la iglesia- haber chocado con el Islam de manera tan violenta, tan
repulsiva, tan obscena?
¿Y quiénes eran los inocentes en
estas imágenes de vileza? ¿Los torturadores y humillantes
estadunidenses, o las víctimas iraquíes? El presidente Bush teme la
reacción árabe a esas imágenes. ¿Por qué? Desde hace un año los
iraquíes han tratado de denunciar ante los periodistas el trato
brutal que reciben en manos de sus ocupantes. No necesitan que estas
fotos incriminatorias les prueben lo que ellos saben que es verdad.
Pero en la historia de Medio Oriente estas imágenes han surtido ya el
efecto que tuvieron las más perjudiciales instantáneas de la guerra
de Vietnam: el jefe de policía de Saigón que ejecuta a su prisionero
vietcong, la chica que corre quemada con napalm, el rimero de cadáveres
en My Lai.
Los árabes recordaron a Deir Yassin y
los cuerpos apilados en el campo de refugiados palestinos de Sabra y
Chatila, en 1982. No mucho después de la ocupación de Bagdad por
soldados estadunidenses, en abril del año anterior, tuvimos en las
manos videocintas que mostraban la brutal flagelación de prisioneros
iraquíes por la policía de seguridad de Saddam Hussein. No estoy
seguro de qué círculo del infierno soportaban las víctimas los 45
minutos de sadismo que todavía tengo en una cinta. Les dan de
latigazos, les rompen palos en la garganta, los arrojan a puntapiés
al albañal y se les ve encogerse como perros asustados.
¿Por qué se filmaron estos crímenes
de guerra? En un principio pensé que era para entretener a Saddam o a
su repulsivo hijo Uday. Pero ahora me doy cuenta de que los videos se
tomaron para humillar a los prisioneros. Había que grabar su
sufrimiento, sus patéticas imploraciones de piedad, su conducta
animal, para agregar la última palada de degradación a su destino. Y
ahora veo, también, que las imágenes de los iraquíes que recibieron
un trato tan cruel de los estadunidenses se captaron precisamente por
la misma razón.
Alguien decidió que las fotos serían
la gota final, el punto de quiebre, el momento de capitulación para
estos jóvenes. Que simulen sexo oral. Que miren el pene de su mejor
amigo. Que una chica admire su intento de erección. Fue de una
perversidad digna de Saddam Hussein.
¿Quién enseñó a Lynnie, a su novio
y a los otros sádicos estadunidenses de la prisión de Abu Gharib a
hacer esto? En otros tiempos solía yo preguntar quién enseñó a la
policía secreta siria e iraquí a hacer tales cosas. La respuesta a
la última pregunta es simple: la policía secreta de Alemania
Oriental. Pero, ¿y la primera? Bueno, nos han dicho que en Abu Gharib
hubo interrogadores "contratados". Tengo motivos para creer
que la general Janis Karpinski, la infortunada comandante de prisión
que va a ser echada del ejército a causa de unos interrogatorios
sobre los que no tenía control, sabía qué "personas
externas" interrogaban a los prisioneros. Jamás se le permitió
entrar al cuarto de interrogatorios. Y puedo ver por qué. Ella también,
sin duda.
¿Quiénes eran, pues, esos
misteriosos "interrogadores"? Si no eran agentes de la CIA o
de la FBI, ¿quiénes son? Varios nombres han comenzado a circular
-hasta ahora los periodistas dicen no tener prueba concluyente de
ninguno- y, según entiendo, varias de esas personas tienen más de un
pasaporte. ¿Por qué los llevaron a Abu Gharib? ¿Quién los llevó?
¿Cuánto les pagan? ¿Quién los entrenó? ¿Quién les dijo que era
buena idea poner a una chica apuntando a un árabe a quien se obligaba
a masturbarse, o doblegar a un iraquí poniéndole ropa íntima de
mujer en la cabeza para humillarlo? No se trata sólo de
"enfermos": estamos ha-blando de profesionales.
El presidente Bush no se disculpará
con el mundo árabe por esta porquería -sorpresa, sorpresa-, pero la
constante, insistente, interminable perorata de funcionarios de su
gobierno de que se trata de un minúsculo grupo de estadunidenses no
representativos me parece sospechosa en extremo. Lynnie y su novio no
eran parte de una unidad de "vándalos": se les ordenó
cometer esos actos despreciables. Se les animó a hacerlo. Fue orden
de alguien. ¿Quién? ¿Cuándo podremos ver las fotos de esas
personas, conocer su identidad, sus pasaportes, las órdenes que
impartieron?
Sí, es parte de una cultura, de una
larga tradición que se remonta a las Cruzadas: que el musulmán es
sucio, lascivo, anticristiano, indigno de humanidad, lo cual es en
buena medida lo que Osama Bin Laden (ahora olvidado por Bush, según
veo) cree de nosotros los occidentales. Y nuestra guerra ilegal,
inmoral, prostituida, ha producido ahora las imágenes que delatan
nuestro racismo. El hombre encapuchado con los cables atados a las
manos se ha vuelto un retrato icónico tan memorable como la imagen
del segundo avión volando hacia el World Trade Center.
No, claro, nosotros no hemos matado a
3 mil iraquíes: hemos matado muchos más. Y lo mismo puede decirse
por Afganistán.
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