La madre de todas las fuerzas
Por Naomi
Klein
Argenpress, 22/07/04
Hay una escena notable en
Fahrenheit 9/11 en que Lila Lipscomb, madre del sargento Michael
Pedersen, habla con un activista contra la guerra frente a la Casa
Blanca sobre la muerte de su hijo de 26 años en Irak. Una transeúnte
partidaria de la guerra se siente molesta por lo que oye y dice dos
veces: 'Es un montaje'. A continuación pregunta insistentemente a
Lipscomb: '¿Dónde lo mataron?'.
Lipscomb se vuelve hacia la mujer y
con la voz temblando de rabia, exclama: 'Mi hijo no es un decorado. Lo
mataron en Karbala'. Más adelante, una Lipscomb destrozada gime:
'Necesito a mi hijo'.
Viéndola rota por el dolor, recordé
a otras madres que han llevado la pérdida de sus hijos hasta la sede
del poder y que han cambiado el destino de las guerras.
Durante la guerra sucia de
Argentina, un grupo de mujeres, cuyos hijos habían sido desaparecidos
por el régimen militar, se reunía todos los jueves delante del
Palacio presidencial de Buenos Aires. En una época en que cualquier
protesta pública estaba prohibida, caminaban silenciosamente en círculo,
llevando pañuelos blancos y fotografías de sus hijos desaparecidos.
Las Madres de la Plaza de Mayo
revolucionaron el activismo en favor de los derechos humanos
transformando el dolor materno, que de motivo de lástima se convirtió
en una imparable fuerza política. Los generales no podían atacar a
las madres abiertamente, de modo que lanzaron brutales operaciones
encubiertas contra su organización. Sin embargo, ellas no dejaron de
manifestarse y desempeñaron un significativo papel en la caída de la
dictadura.
A diferencia de las Madres de la
Plaza de Mayo, que se manifestaban juntas todas las semanas (y lo
siguen haciendo hasta hoy), en Fahrenheit 9/11, Lipscomb dirige sola
su rabia contra la Casa Blanca. A pesar de ello, Lipscomb no está
sola. Otros padres estadounidenses y británicos cuyos hijos han
muerto en Irak también actúan para condenar a sus gobiernos y su
indignación moral podría contribuir a poner fin al conflicto militar
que hace estragos en Irak.
Hace unas semanas, Nadia McCaffrey,
residente en California, desafió al Gobierno de George W. Bush
invitando a los medios de comunicación a que fotografiaran la llegada
del ataúd de su hijo. La Casa Blanca ha prohibido fotografiar la
llegada de ataúdes cubiertos con banderas a las bases de las fuerzas
aéreas, sin embargo, los restos de Patrick McCaffrey, especialista de
la Guardia Nacional, fueron enviados al aeropuerto internacional de
Sacramento y la madre pudo invitar a los fotógrafos. 'No me importa
lo que quiera', declaró McCaffrey a un periódico local. 'Basta ya de
guerra'.
Mientras el cuerpo de Patrick
McCaffrey volvía a California, otro soldado moría en Irak: Gordon
Gentle, 19 años, de los reales fusileros de las Highland de Glasgow,
Escocia. Nada más saber la noticia, su madre, Rose Gentle, culpó al
Gobierno de Tony Blair: 'Mi hijo sólo era para ellos un pedazo de
carne, sólo un número. Esta guerra no es la nuestra. Mi hijo ha
muerto en su guerra por el petróleo'.
Y justo mientras Gentle pronunciaba
estas palabras, resultaba que Michael Berg, cuyo hijo, Nicholas Berg,
había muerto en Irak en mayo, estaba de visita en Londres para hablar
en una concentración contra la guerra. Desde la decapitación de su
hijo de 26 años, que había trabajado como contratista en Irak,
Michael Berg no ha dejado de insistir: 'Nicholas Berg murió por los
pecados de George W. Bush y Donald Rumsfeld'.
Preguntado por un periodista
australiano acerca de si declaraciones enérgicas como esas 'hacen que
la guerra parezca infructuosa', Berg contestó: 'El único fruto de la
guerra es la muerte, el pesar y el dolor. No hay otro fruto'.
Da la impresión de que esos padres
han perdido algo más que unos hijos, que también han perdido el
miedo, lo cual les permite hablar con claridad y fuerza. Esta actitud
representa un peligroso desafío para el Gobierno de Bush, que gusta
de reivindicar el monopolio de la claridad moral.
En el funeral militar de McCaffrey
celebrado hace unas semanas, Paul Harris, capellán del 579.º batallón
de Ingenieros, dijo a los congregados: 'Patrick estaba haciendo algo
bueno, correcto y noble... Hay miles, no, millones de iraquíes
agradecidos por su sacrificio'. Sin embargo, Nadia McCaffrey opina de
otro modo e insiste en transmitir los sentimientos de profunda decepción
de su propio hijo desde más allá de la tumba. 'Estaba muy
avergonzado con el escándalo de las vejaciones a los prisioneros',
declaró a The Independent. 'Decía que no teníamos nada que hacer en
Irak y que no teníamos que estar ahí'.
Libre de los censores militares que
impiden que los soldados digan lo que piensan mientras están vivos,
Lipscomb también ha compartido las dudas de su hijo sobre su trabajo
en Irak.
En Fahrenheit 9/11, lee una carta
de Michael Pedersen. 'Qué demonios pasa con George, que intenta ser
como su padre, Bush. Nos ha metido en esto para nada. Ahora mismo
estoy furioso, mamá'.
Muchos iraquíes que han perdido a
sus seres queridos a causa de la agresión extranjera han respondido
resistiendo a la ocupación. Y las víctimas empiezan ahora a
organizarse en el seno de los países que libran la guerra.
Primero fue la organización
September 11th Families for Peaceful Tomorrow (familias del 11-S por
un mañana pacífico), que denuncia cualquier intento por parte del
Gobierno de Bush de utilizar las muertes de sus familiares en el World
Trade Center para justificar nuevas muertes de civiles.
Military Families Speak Out
(familias de militares sin miedo a hablar) ha enviado delegaciones de
veteranos y padres de soldados a Irak, mientras que Nadia McCaffrey
proyecta crear una organización de madres que han perdido a sus hijos
en ese país.
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