Irak resiste

 

Imperialismo y guerra

El ensayo colonial en aprietos

Por Claudio Katz [1]
Enfoques Alternativos, septiembre 2004

Las evidencias del fracaso norteamericano en Irak son contundentes. La tenaz resistencia que enfrentan los invasores les impide controlar el territorio, adiestrar cipayos o infiltrar al enemigo. Los atentados de cada día paralizan la economía e imposibilitan la administración estatal.

La caída de Sadam reanimó la vida política e incentivó la acción popular porque el viejo régimen ya carecía de sustento social. Bush imaginó que este derrocamiento apuntalaría la ocupación, pero se olvidó que la población nunca aspiró a sustituir a un dictador por otro. Por eso el gobierno de fachada impuesto por la Casa Blanca se encuentra completamente aislado. Los norteamericanos cavaron su propia fosa al destronar a un tirano sin contar con algún reemplazo. Si implementan las elecciones libres que han prometido sus agentes locales recibirán una virulenta paliza.

La persistente hostilidad popular fatiga a los marines, que no conocen el oficio de policía, ni entienden porqué sufrieron tantas bajas en los últimos meses. Los desconcierta que la guerra haya empezado cuándo Bush declaró la victoria. La fantasía de afrontar el conflicto con mucha tecnología y pocas tropas se está desmoronando. Los 150.000 efectivos que desplegó el Pentágono son completamente insuficientes para contrarrestar las emboscadas y el acoso guerrillero. Como en Afganistán los invasores se guarecen en las ciudades y dependen de funcionarios anteriormente removidos o líderes autónomos para sostener alguna autoridad.

La difundida comparación con Vietnam ilustra el resultado de la agresión. Hasta el momento las bajas no son tan significativas (1000 caídos frente a 50.000 muertos en el Sudeste Asiático), pero se está generalizando la sensación de derrota. Lo que atormenta al Pentágono es la perspectiva de repetir un escape abrupto (Líbano en 1982) o una huida entre linchamientos (Somalia en 1995). El atolladero iraquí resucita también el fantasma de dos grandes fracasos imperialistas en el mundo árabe: la agonía de  Argelia (1950-60) y la derrota del Canal de Suez (1956).

Cualquier escenarios probable –retirada humillante, retirada honorable o escalada sin fin- representa un duro revés para Estados Unidos. Pero Bush o Kerry carecen de soluciones indoloras. No puede irse ni quedarse en Irak sin afrontar las duras consecuencias de ambas alternativas. Si abandonan el barco, la credibilidad militar norteamericana sufrirá un golpe severo y si optan por la intervención creciente, el desastre final puede ser mayor. Por eso el triunfalismo inicial se ha evaporado y el establishment discute alguna salida del pantano iraquí.

Un protectorado inviable

Los reveses acumulados por Estados Unidos confirman que reducir a Irak a un status colonial no es un proyecto viable. El país no está conformado por una colección de tribus emergidas del Medioevo. Se forjó al calor de una rebelión que expulsó a los británicos (1922) y que permitió la gestación de una economía mediana. Irak llegó a contar con el mejor sistema educativo y sanitario del mundo árabe.

La expectativa norteamericana de hallar una amplia capa de funcionarios favorables al protectorado ha chocado con la realidad de un aparato estatal moldeado en tradiciones nacionalistas. La burocracia local es mucho más gravitante que la debilitada clase capitalista que los invasores esperaban cooptar. El sector público iraquí no presenta la fisonomía colonial que Estados Unidos encontraron al desembarcar en Vietnam. Por eso el puñado de exóticos exilados que transportó la CIA nunca pudo asumir el manejo formal del estado.

Al cabo de un año de encarnizados enfrentamientos los invasores ya saben también que Irak no es Palestina y que no es posible doblegar a la resistencia mediante una guerra sucia. En el país no existe una masa de colonos dispuestos a ejercer el terror sobre el resto de la población y por eso los marines no pueden aplicar el modelo devastador que utiliza Israel en Gaza o Cisjordania.

Bush intentó resucitar en Irak las formas más retrógradas de colonialismo. Instauró un gobierno títere sin respetar ningún formalismo de la autonomía y le otorgó poderes virreinales a un administrador carente de intermediarios con la población. El Pentágono pretendió manejarse con sus propia tropas y por eso disolvió el ejercito local antes de reconstituir una milicia afín. Al convertir a 250.000 efectivos con gran experiencia militar en simples desempleados nutrió rápidamente de cuadros y armamento a la resistencia.

Este modelo colonial Bush le ha impedido también improvisar una alternativa de recambio. La reciente “transferencia de soberanía” consagra el reemplazo de un gerente norteamericano por un empleado de la CIA. En realidad, el cónsul Bremer le ha traspasado el poder al embajador Negroponte, que incluso supervisa el montaje del juicio de Sadam. La CNN adapta a los horarios de sus televidentes la escenografía de jueces, custodios y tribunales de esa farsa. Pero el espectáculos falla porque el pueblo iraquí es ingrato y continúa repudiando a los conquistadores.

Estados Unidos necesitaría capturar la adhesión de alguna minoría para mantenerse en el país. Pero hasta ahora solo obtuvo la neutralidad parcial de los Kurdos a cambio de cierta autonomía regional. En cambio, los chiitas y sunitas han conformado un frente de resistencia en tiempo récord. El rechazo que los ingleses generaron al cabo de tres años de intervención los norteamericanos se lo han asegurado en pocos meses. En su delirio colonial Bremer prescindió de cualquier sostén local. Por eso se distanció de los chiitas (atemorizado por su padrinazgo iraní), confrontó con la minorías sunita (en la que se apoyaba Sadam) y desalentó el independientismo kurdo (para no irritar al gobierno turco).

Es evidente que el ensayo de protectorado yanqui obedece al apetitito petrolero del imperialismo. Los gerentes del combustible que rodean a Bush esperaban controlar las reservas del subsuelo iraquí para independizar el abastecimiento norteamericano de la provisión saudita en una etapa de previsible incremento de la demanda de crudo.

Pero este objetivo expoliador nunca fue un secreto para los iraquíes que conocen el estratégico valor de sus recursos. Por eso la resistencia ataca incesantemente los oleoductos y socava el proyecto imperialista de adaptar el ritmo de la extracción a las conveniencias norteamericanas. Estas acciones han contribuido a la escalada alcista del precio petróleo y al colapso de todos los negocios de la reconstrucción que apuntaban a financiar la ocupación. Lo único que ha prosperado en Irak es la corrupción en gran escala y la evaporación del dinero aportado por el Tesoro norteamericano. Bajo el impacto de una gran sublevación que exige el retiro de las tropas extranjeras y el control nacional del petróleo, el experimento colonial de Bush está naufragando.

Inadecuación de medios y fines

Estados Unidos ha perdido el hábito de administrar protectorados. Aunque utilizó esta forma de dominación en el pasado (Centroamérica, Filipinas) su hegemonía mundial se apoya en los mecanismos contemporáneos del imperialismo. Privilegia el sometimiento económico y la asociación con las clases dominantes del Tercer Mundo y mantiene un dispositivo militar planetario con escasas posesiones territoriales. Las mercancías, los capitales y los gerentes norteamericanos se despliegan por todo el mundo sin plantar bandera. Ni siquiera el principal agente de Estados Unidos en Medio Oriente (Israel) actúa en nombre de su mandante. Al contrario exhibe una imagen de independencia de su tutor.

Las corporaciones norteamericanas prescinden del diagrama colonial porque están más globalizadas y diversificadas que sus antecesoras británicas. Son también más autónomas de proveedores y mercados estrictamente localizados. Además, las elites estadounidenses están entrenadas en la gestión de empresas y no en la administración de territorios de ultramar y el Pentágono no se ejercita en la guerra colonialista que se practicaba en la era victoriana[2]. La dominación económica norteamericana de países políticamente autónomos se ajusta a un molde muy distinto del patrón retrógrado de captura de territorios y saqueo de las riquezas locales. En Irak Bush retomó el viejo esquema e incluso apostó a la vertiente más belicosa de ese modelo (la cañoneras” de Disraeli frente a la diplomacia de Gladstone)[3].

Pero el sistema político norteamericano no es muy compatible con aventuras coloniales. Cómo se apoya en una “ciudadanía débil” (escasa participación popular, enorme manipulación mediática) y en la indiferencia política externa (desconocimiento de lo sucede fuera del país) es vulnerable a un conflicto prolongado. Esta limitación quedó atenuada por el atentado del 11 de septiembre, el resurgimiento del patrioterismo y los mitos de un “pueblo elegido” para actuar como civilizador del mundo. Pero el síndrome legado por la guerra de Vietnam no ha cicatrizado y por eso Bush debe adaptar sus proyectos criminales a la volatilidad de la opinión pública.

Se ha demostrado que el uso oficial de la mentira es una bomba de tiempo. Los engaños de Bush superan todo lo conocido para justificar alguna guerra (armas de destrucción masiva inexistentes, predisposición del pueblo iraquí favorable a la invasión, vinculación de Sadam con Al Qaeda). El presidente ya no sabe a quién responsabilizar por los papelones que le pueden costar la reelección.

Pero además la composición actual del ejercito norteamericano tampoco se adapta a un largo conflicto en Irak y por eso el alto mando no se decide entre el ataque, la negociación o la simple espera. Dirigen a reclutas que carecen de profesionalismo ya que se alistaron por el sueldo, los servicios sociales o la obtención de la nacionalidad. Muchos analistas estiman que para intentar un triunfo el número de tropas invasoras debería multiplicare por tres. Pero el personal disponible en Estados Unidos para actuar como carne de cañón (desocupados, pobres, emigrantes, minorías raciales) no es tan abundante y la restauración de la conscripción obligatoria podría desatar una revuelta juvenil[4].

Hegemonía con dominación limitada

Estados Unidos interviene en todo el mundo pero no puede usufructuar plenamente de ese poder. Lo que sucede en Irak es un ejemplo de esta paradoja. La potencia hegemónica no logra ejercer plenamente su dominación.

El desmoronamiento de la coalición que forjó Bush para desafiar a la “vieja Europa” es una evidencia de esta contradicción. Esa alianza quedó sepultada con el fracaso del engaño mediático de Aznar. El retiro español de Irak ha puesto en duda la presencia de distintos contingentes (El Salvador, Honduras, Polonia), mientras que la impopularidad acosa a los presidentes europeos que más persisten en la aventura colonial (Berlusconi y Blair).

Pero el fracaso iraquí también pone en serios aprietos toda la estrategia del grupo neoconservador del Partido Republicano (W.Bristol, R.Kagan, R.Kaplan) que promueve atropellos militares en gran escala. Este sector interpretó erróneamente que el colapso de la URSS, el estancamiento económico de Japón y la fragilidad militar europea brindaban al imperialismo estadounidense carta blanca para actuar sin restricciones. Por eso alentaron el unilateralismo (desconocimiento de los acuerdos ambientales de Kyoto, retiro del Tribunal Penal Internacional, abandono de los tratados de control de armas) e intentaron realizar en Irak una demostración de fuerza para atemorizar a los rivales. Buscaron actualizar el modelo intimidatorio de Hiroshima y Nagasaki.

Pero la vuelta al multilateralismo que ahora ensaya Bush ilustra que ese rumbo autosuficiente no es muy viable. La Casa Blanca bajó los decibeles de la prepotencia, retornó al Consejo de Seguridad, negoció el apoyo de Francia, Alemania y Rusia al nuevo gobierno de Allawi y busca comprometerlos en la custodia militar compartida de este régimen. Kerry promueve más abiertamente este curso[5].

El pantano iraquí confirma que Estados Unidos no puede atropellar en todos las direcciones. Debe equilibrar amenazas con gestos conciliatorios. Por eso la fantasía de Rumsfeld de ocupar Siria e Irán ha quedado tan congelada como la intervención a Corea del Norte. Incluso para desplegar tropas en pequeños países (Liberia, Haití) Estados Unidos busca aliados en Francia o Latinoamérica. Si se confirma que el poder militar norteamericano no se extiende al control político, las regresiones colonialistas no serán la tónica predominante de los próximos atropellos.

La acción colonial choca también con un escollo estructural: la creciente amalgama global del capital. El Pentágono siempre interviene a favor de las corporaciones norteamericanas, pero estas compañías se ha mundializado y sus negocios se han entrelazado con compañías europeas o asiáticas. Para actuar junto a sus socios- rivales Estados Unidos necesita amedrentar a sus competidores pero sin guerrear con ellos. Estas complejas relaciones distinguen al imperialismo actual del prevaleciente hasta la mitad del siglo XX.

La concurrencia entre potencias por el dominio de la periferia persiste y por eso el “imperio transnacional desterritorializado”  es un concepto que no se verifica en la realidad. Pero la competencia ya no se desenvuelve en los viejos términos del choque diplomático-miliar. Este cambio se comprueba en Irak, dónde Francia y Alemania no participaron de la aventura pero tampoco la bloquearon. Ahora convalidan el nuevo gobierno de Allawi sin enviar tropas. Su eventual presencia militar depende de la tajada que obtengan del botín petrolero y del arreglo que alcancen con su oponente norteamericano en torno al pago de la deuda externa iraquí.

La distribución futura de los costos y beneficios de la invasión en Medio Oriente también presenta grandes implicancias financieras. De los 82.000 millones de dólares gastados en  la década pasada en la incursión del Golfo, Estados Unidos solo aportó 9.000 millones de dólares. En cambio el operativo actual ha sido integralmente solventado por el Tesoro norteamericano mediante una erogación de 150.000 millones, que Bush pretende reforzar con otros 87.000 millones en un período de vertiginosa ampliación del déficit fiscal. El efecto de este gasto es muy incierto porque la tecnología bélica informatizada ha reducido el clásico impacto reactivante del keynesianismo militar. Ya no genera la movilización de recursos y fuerza de trabajo que en el pasado impulsaba la demanda efectiva[6].

El conflicto de Irak ilustra los cambios que caracterizan al imperialismo del siglo XXI. Esta modalidad no es patrimonio de un sola hiperpotencia, no prolonga las viejas confrontaciones interimperialistas y tampoco expresa la conversión de la concurrencia tradicional en un capital global desnacionalizado. Está en curso una combinación de estos tres rasgos en un marco de creciente mundialización del capital, remodelación de las estructuras estatales y polarización entre el centro y la periferia[7].

Disyuntivas antiimperialistas

El sentimiento antinorteamericano se ha generalizado en todo el mundo árabe. Los desconcertados imperialistas se preguntan “¿por qué nos odian tanto?”, sin reconocer los efectos de sus propias acciones. Existe una grotesca campaña de identificación mediática de los árabes con el terrorismo que supera la anterior asimilación de los rusos con el diablo comunista. Los mensajes que emite la Casa Blanca han erosionado incluso las viejas alianzas de la elite estadounidense con jeques, reyes y dictadores del Medio Oriente.

Pero lo que más conmociona al mundo musulmán es el alineamiento de la administración republicana con el terror genocida de Sharon. El ejército israelí aplica la represión indiscriminada para abortar la formación de un estado palestino e implantar una red de guettos amurallados en la mitad de Cisjordania. Mediante el asesinato de dirigentes y la brutalidad sin límite, los sionistas promueven una nueva oleada de colonización y refugiados. Esta humillación ha convertido a la cuestión palestina en la causa nacional de todos los árabes. Observar como la ONU forzó el desarme de Irak mientras encubre el inmenso arsenal nuclear de Israel potencia este resentimiento generalizado contra Occidente.

El canal actual de esta reacción antiimperialista son las organizaciones religiosas fundamentalistas. Este liderazgo clerical es ampliamente visible y se extiende en desmedro del nacionalismo laico que prevaleció hasta los años 80. El mismo desplazamiento afecta a la izquierda de toda la región[8].

El integrismo islámico incluye corrientes radicales, pero el fervor popular acompaña a clérigos reaccionarios del estilo talibán, Komeini o Bin Laden. El reclutamiento que realiza Al Qaeda -inicialmente patrocinado por la CIA y financiado por sectores de esa dinastía saudita- es un ejemplo de esta influencia. La cruzada que esta red promueve no discrimina entre pueblos y gobernantes, ni entre oprimidos u opresores. Desata el terror contra la población civil de cualquier ciudad a fin de exportar el sufrimiento de las masas árabes a todo el mundo. Los efectos políticos de sus atentados son devastadores, porque avivan el antagonismo entre etnias, pueblos y religiones que el imperialismo propicia para dominar dividiendo. El recrudecimiento de este islamismo reaccionario alimenta a su vez la islamofobia y el racismo antiárabe en Occidente.

Presentar esta confrontación como un conflicto entre civilizaciones es completamente absurdo, porque la sangría en curso opone a dos adversarios igualmente hostiles a cualquier progreso de la sociedad humana. Lo que enluta actualmente a todas las víctimas del terror no es una pugna entre culturas, sino un choque entre dos formas de la barbarie[9].

El desarrollo de un movimiento internacional de protesta contra la guerra constituye el principal contrapeso frente a este nefasto antagonismo. Las manifestaciones antibélicas continúan gravitando, aunque sin mantener el nivel de masividad inicial. Un gobierno agresor ya sufrió el efecto de estas movilizaciones (Aznar) y otros dos sobreviven en la cornisa (Berlusconi y Blair).

La credibilidad del operativo imperialista está dañada en todo el mundo. La difusión de los maltratos en la prisión de Abu Ghraib ha conmocionado a grandes segmentos de la población norteamericana. Se ha vuelto muy difícil explicar porqué los “liberadores” torturan a los prisioneros con los mismos métodos de Sadam. Las sádicas fotografías que recorrieron el planeta ilustran el grado de impunidad descontrolada que acompaña la terciarización de la guerra y todavía se desconoce lo que ocurre en Guantánamo o en las cárceles secretas que maneja la CIA en varios países.

El rechazo mundial contra la ocupación ha restringido el margen de acción del Pentágono. No pudieron repetir en Falluja el bombardeo en masa que practicaba en Vietnam del Norte y debieron disimular los cadáveres sembrados en el reciente asalto a Najaf.. Una sucesión de masacres descaradas conduciría a la Casa Blanca a perder la batalla de imágenes que ninguna cadena norteamericanas ha logrado remontar.

Pero el enfrentamiento no se dirime en las pantallas sino en las ciudades y suburbios de Irak. Si esta resistencia empalma con la protesta internacional los oprimidos del mundo comenzarán a reencontrarse en toda su diversidad de etnias, creencias y religiones.

Notas:

[1] Economista, profesor de la UBA, investigador del Conicet. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página Web es: www.netforsys.com/claudiokatz

[2]Estas diferencias son destacadas por:  Callinicos Alex. “El fin del imperio”. Socialist Review, july 2004 y Wood Ellen Meiksins. “Capitalist empire and the nation state”. Against the current, n 106, September-October 2003.

[3]Algunos historiadores interpretan que Estados Unidos repite la “sobreexpansión del imperio” que aceleró la declinación de Gran Bretaña. En ambos casos se erosiona el dominio de las regiones que fueron conquistadas con cierta facilitad militar. Kennedy Paul. “De Clinton a Bush un abismo” (Clarín, 29-1-04),. “El peligroso juego de mesa global” (Clarín, 1-9-03), “Lecturas recomendadas para Bush” (Clarín, 6-8-03). Otros autores extienden la comparación de este desajuste a lo ocurrido con el imperio romano. Bello Waldem “Dos estrategias de conducción imperial”. Enfoques Alternativos, junio 2003.

[4]Estas caracterizaciones son expuestas por: Editors. “Is another Viet Nam ?” Montlhy Review, vol 56, n 2, june 2004 y Petras James, Veltmeyer. “Construcción imperial y dominación”. Los intelectuales y la globalización, Abya-Yala, Quito, 2004.

[5]El candidato demócrata se vanagloria del sesgo militarista de sus apariciones electorales, votó el envió de tropas a Irak y la “ley patriótica” que recorta los derechos civiles. Está actitud es ignorada por todos los progresistas que se han sumado a la campaña de “cualquier cosa menos Bush” (Naomi Klein, Clarín 13-8-04).

[6] Nakatani Paulo. “La guerra y la crisis económica contemporánea”.  Rebelión, 18 de junio de 2003. Beinstein Jorge. “Una ciénaga a la medida del imperio”. Enfoques Alternativos,  n 23, mayo 2004.

[7] La confrontación en Medio Oriente no permite dilucidar por el momento si la hegemonía estadounidense atraviesa por una fase de consolidación o declinación. Existen indicadores de ambos procesos y este interrogante no quedará esclarecido hasta tanto un rival se perfile como sustituto.

[8] El caso de Irak es particularmente significativo porque contó con el principal Partido Comunista de la región. Siguiendo indicaciones de la URSS esta organización gestó alianzas con Sadam que le costaron una sangría. Pero lo peor es el aval actual de esta formación a la invasión norteamericana y su participación en el gobierno títere de Bush. Este tipo de traiciones alimenta la creciente autoridad de los fundamentalistas entre las masas populares. Ali Tariq. “Looking at Bush in Babylon”. Against the Current 108, january February 2004.

[9]Esta acertada observación plantea: Acchar Gilbert. “US imperial strategy” Monthly Review, vol 55, n 9, February 2004. Achcar Gilbert. “L ´imperialism US dans les braises orientales”. Inprecor 495-496, juillet-aout 2004.

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