Irak,
Medio Oriente y Asia
Hacia
una estrategia de salida iraquí
Por Imad Salamey y Frederick Pearson
(*)
Asia Times, 09/09/04
Traductor Isidoro, especial para Panorama Internacional
Más
de un año y medio ha pasado desde la invasión de Irak por la coalición
conducida por EE.UU., y aún poco progreso ha sido visto en las vidas
cotidianas de la gente iraquí. No solo la reconstrucción se ha
atascado, sino que además los abusos a los derechos humanos en la
prisión de Abu Ghraib por parte de soldados de EE.UU. y la represión
sobre grupos de oposición política han minado los esfuerzos de
Washington por emerger como un campeón de la democracia y los
derechos humanos en Irak.
La
inhabilidad de los Estados Unidos para controlar la situación de
seguridad y el levantamiento de varios insurgentes, sunitas y chiítas,
ha resultado en una situación peligrosa para lo iraquíes, junto a un
mayor potencial para el terrorismo en la región.
Esta
primavera, la administración del Presidente George W. Bush buscó
cooperación internacional para una estrategia de salida de Irak
viable para EE.UU.; sin una visión clara tanto de una salida política
como tampoco de una militar, no hubieron tomadores (de la oferta). Con
la guerra bramando en Irak, el proceso político en el matadero y un
situación económica lamentable, un nuevo plan es desesperadamente
necesario.
En
el ultimo estallido de violencia en el país, las conversaciones de
paz entre los militantes chiítas y el gobierno iraquí en la barriada
de Sadr City, dominada por los chiítas, en Bagdad, se han roto.
Agentes del Ministerio de Salud iraquí dicen que por lo menos 34
personas murieron el martes y 170 fueron heridas en choques con
fuerzas de EE.UU. Tres soldados de EE.UU. también murieron – ahora,
más de 1.000 americanos han muerto desde la invasión del país el año
pasado.
La
violencia vino luego de que un ataque suicida sobre un convoy militar
fuera de la ciudad de Fallujah matara a siete marines de EE.UU. y a
tres soldados iraquíes. En incursiones pesadas de represalia en
Fallujah, hasta 100 iraquíes fueron muertos.
Quizás
el desafío de corto plazo más significativo para un nuevo plan sea
la cuestión de devolverle la soberanía completamente a los iraquíes
en el medio del actual desasosiego que diariamente apunta a las
fuerzas de ocupación de EE.UU. y a los iraquíes vinculados a la
ocupación.
Elementos
clave en este desafío incluyen una constitución pluralista viable,
elecciones creíbles y la preservación de la unidad política de
Irak. La cuestión inmediata sobre la que ningún candidato
presidencial está discutiendo en la senda de la campaña de EE.UU. es
qué plan transicional puede conseguir objetivos tan complicados,
mientras provee a los EE.UU. de una estrategia de salida.
La
fragilidad política y social del emergente Irak requiere planeamiento
de prioridades para integrar y fortalecer aún más la multietnicidad,
religiosidad y la tendencia secular de Irak. Los objetivos deben ser
suaves cambios sistémicos, que fomenten las formas democráticas
tanto indígenas como importadas, y que salven al país de cambios
chocantes y radicales que pueden costarle, y a la región entera, años
de trastornos sociales, económicos y políticos. Pero para que
semejantes planes tengan éxito, los mismos iraquíes, a través de
negociaciones entre sus varias facciones, deben inspirarlos, con un énfasis
sobre los grupos indígenas en vez de los antiguos exiliados. Los más
importante, las soluciones necesitan ser fomentadas por un contexto de
soporte regional e internacional.
En
contraste a lo acontecido a la fecha, este contexto requiere el
establecimiento de una comunidad internacional multilateral que
refleje altamente los intereses regionales de árabes, kurdos, iraníes
y turcos. Las propuestas sauditas dieron un paso en esta dirección,
pero fracasaron ya que sólo respondían a la situación militar. Una
conferencia regional convocada por la Naciones Unidas para adoptar
planes económicos, de seguridad y políticos para fortalecer la
cooperación entre los países fronterizos con Irak, e incluir a
participantes europeos y del Medio Oriente, parecería ser un esencial
primer paso.
Pero
para establecer la completa soberanía, deben darse pasos también
dentro de Irak. El primer paso debe ser una elección, directa y
popular, donde los iraquíes como un todo, y no una minoría o una
potencia o potencies neocoloniales extranjeras, decidan el futuro del
país. Suficiente daño y humillación han sido ya experimentados para
hacer de semejante movida un imperativo. Todavía acechando en la
oscuridad está la ambivalencia de Washington sobre el resultado final
de las reformas democráticas en Irak, ¿emergerá, por ejemplo, una
facción militante islámica, un partido nacionalista chiíta o
sunita, o la militancia kurda en el proceso electoral? El puesto
preponderante de un ex líder militar iraquí para ayudar a negociar y
mitigar la insurgencia en Fallujah en la primavera presagia el
prolongado potencial de una figura militar o de hombre fuerte en el
futuro de Irak.
Si
un estado desbaratado y conflictuado como Sudáfrica puede determinar
su futuro político basándose en una transición pactada del poder y
en una autoridad centralizada sin interferencia externa, entonces los
ciudadanos de Irak deberían ser capaces de seleccionar a líderes
respetados que puedan entenderse sobre un muy deseado plan de reforma
política, y siguiendo eso, como hizo Sudáfrica, con entrenamiento cívico
para las masas en la democracia participativa y el voto.
Un
conjunto de disposiciones constitucionales que puedan nutrir un
acuerdo político mientras preservan la unidad del país serían
adoptar formulas electorales y de reparto del poder que garanticen el
acceso a posiciones de poder. Mientras los modelos de estado de poder
repartido como el Líbano han sido estropeados por guerras internas e
intervenciones extranjeras (por parte de Siria, Israel, los
Palestinos, Irán y otros), constituyen no obstante estrategias
regionales apropiadas en sociedades divididas. La designaciones de los
más altos puestos de gobierno por etnia y religión, por ejemplo,
representación confesional, con inclusión de subgrupos siempre que
sea posible, apaciguaría algunas de las inquietudes de aquellos
potencialmente excluidos del poder.
Aún
así la clave seguiría siendo construir confianza en garantías de
derechos y seguridades basados étnica y regionalmente. Los kurdos
continúan sosteniendo inquietudes de que las disposiciones en la
constitución transicional podrían ser fácilmente erosionadas si una
mayoría chiíta dominante en el gobierno tomara efector. Por otra
parte, los líderes chiítas han expresado oposición a las
disposiciones que dan a la oblación kurda, 20% del total, un veto
efectivo. Esto parecería reclamar la negociación diplomática
concertada de términos, lo que reaseguraría a los kurdos que sus
derechos como minoría no serían violados y serían protegidos por
garantías, ya sean domésticas o internacionales, mientras permitiría
a la comunidad chiíta el sentido de mayoría gobernante que busca.
Ninguna
de estas comunidades es monolítica, ya que existen subgrupos y líderes
rivales. Dado que la percepción de amenaza tiende a unificar y
polarizar a los grupos étnicos, un ambiente de mayor confianza con
menores presiones por los problemas de seguridad y las rivalidades por
el poder y el bienestar, como el acceso al petróleo y al agua,
presumiblemente permitiría una mucho mayor oportunidad para el
desarrollo de relaciones cruzadas y de redes. Las instituciones cívicas,
como las organizaciones de servicio y las asociaciones profesionales,
deben ser alentadas a incluir membresías diversas que hagan de puente
entre la división étnica.
Con
una solución política en su lugar, una solución militar o de
seguridad también es necesaria. La controversia sobre la relativa
autoridad de EE.UU. y los líderes iraquíes para autorizar acciones
militares indica que es difícil mantener a las fuerzas de EE.UU. en
territorio iraquí por largo tiempo y hacer que el nuevo gobierno
emerja con apoyo popular y credibilidad internacional. Esto fue
evidente en los choques entre EE.UU. y las fuerzas de Muqtada al-Sadr
en la ciudad santa de Najaf, cuando los comandantes militares de
seguido ordenaban los disparos sobre el terreno con poca o ninguna
consulta con sus colegas iraquíes. Al fin, un cese del fuego
negociado por iraquíes y el desarme de la milicia fueron necesarios y
factibles.
En
Najaf, como en incontables otras batallas dentro de Irak, las
autoridades de Washington y EE.UU. han leído mal la situación
militar y política. La administración Bush usa el combate como
justificación de la presencia continua de fuerzas militares
extranjeras. No obstante, es precisamente la presencia de fuerzas
militares extranjeras, como una irritación constante, la mayor causa
de la inestabilidad.
Con
Estados Unidos fura de Irak, este estaría mejor posicionado con sus
recursos sustanciales, junto con la comunidad internacional, árabe y
regional, para jugar un rol más efectivo en la reforma ofreciendo
asistencia en el desarrollo de la etnicidad moderada, la democracia y
políticas de derechos humanos. La habilidad de Washington para
influenciar las políticas domésticas de los estados puede ser mayor,
en su carácter de superpotencia, desde fuera que desde dentro,
jugando al kingmaker (influencia en la designación de altas
autoridades, NT) y tratando de controlar a una población dividida
mientras estimula y contiene las disputas domesticas internas y los
levantamientos.
Los
Estados Unidos y el Reino Unido se arrogaron la responsabilidad de
derribar al régimen de Saddam Hussein; ahora es tiempo de que dejen a
los propios iraquíes tomar más completamente la responsabilidad de
escoger la alternativa. Esto puede conseguirse mejor alentando las políticas
multilaterales y la cooperación regional, y revigorizando las
organizaciones regionales como la Liga Árabe y el Concejo de
Cooperación del Golfo para hacer avanzar la democracia y la seguridad
en Irak e inevitablemente a lo largo de todo el Medio Oriente.
(*)
El Dr. Imad Salamey es disertante de ciencia política en la
Universidad de Michian – Dearborn. El Dr. Frederick Pearson es
professor de ciencia política y dirige el Centro de Estudios para la
Paz y el Conflicto en la Universidad Estatal de Wayne. Ambos trabajan
como analistas para Foreign Policy in Focus.
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