Anatomía de la resistencia:
el modelo Fallujah
Por Alfredo
Jalife-Rahme (*)
Red Voltaire, 25/09/04
En la Convención del Partido Demócrata
que se celebró en Boston, Al Gore le endosó al presidente George W.
Bush el declive inocultable de Estados Unidos. Lo que nunca confesó
Al Gore es que fue la asombrosa resistencia iraquí en Fallujah, que
ha entrado a la dimensión legendaria, la que develó las
vulnerabilidades del poderío militar de la otrora superpotencia
unipolar.
En la Convención del Partido Demócrata
que se celebró en Boston, Al Gore le endosó al presidente George W.
Bush el declive inocultable de Estados Unidos. Lo que nunca confesó
Al Gore es que fue la asombrosa resistencia iraquí en Fallujah, que
ha entrado a la dimensión legendaria, la que develó las
vulnerabilidades del poderío militar de la otrora superpotencia
unipolar.
El periodista Nir
Rosen consagra siete extensos artículos a la asombrosa resistencia
iraquí en Fallujah, que acaban por derrapar, a nuestro humilde
juicio, al intentar demostrar que se trata de un movimiento jihadista
(«Dentro de la resistencia iraquí», Asia Times del 15 al 24 de
julio). Pepe Escobar («El emirato islámico de Fallujah», Asia
Times, 15 de julio) llega a la misma conclusión fundamentalista que
Rosen y desvirtúa a la resistencia iraquí, a su juicio contaminada y
minada por la «talibanización».
La asombrosa resistencía iraquí comienza a cosechar en el público
europeo los frutos de haber humillado al ejército más poderoso del
planeta y Subhi Toma, sociólogo asilado en Francia por su oposición
al régimen de Hussein, quien se ostenta como «uno de sus
coordinadores» (Red Voltaire, 11 de julio), afirma que «los
responsables del ejército de Estados Unidos han confirmado el apoyo
masivo a la resistencia del pueblo iraquí contra la ocupación».
Subhi Toma afirma que los insurgentes, entre 20 mil y 50 mil, «pertenecen
a todos los componentes de la sociedad iraquí».
Quizá sea muy optimista, tanto en
la participación de los kurdos (cuando es notorio que poseen su
agenda independentista propia) como en la «instauración de un régimen
republicano, pluralista y secular», que parece fuera de tono con las
tendencias religiosamente patrióticas del sunismo y el chiísmo, que
nada descabelladamente pueden desembocar en una teocracia federada. Lo
relevante de los asertos de Toma es doble: primero, se expresan en
Francia, lo que retroalimentará el resentimiento francofóbico de los
unilateralistas y los sharonistas; y, segundo, deja entrever que «los
actos terroristas espectaculares son manipulados por diferentes
servicios secretos» regionales y trasatlánticos que buscan
enfrentamientos entre los componentes del mosaico étnico-religioso de
Irak.
Toma destaca el factor chiíta como
«determinante», sin dejar de admitir que existen «riesgos de una
manipulación de los religiosos chiítas por los servicios secretos de
Irán y Kuwait». Le faltó agregar a otros países limítrofes como
Jordania, que encubrirían al extraño «factor Zarqawi», de quien
Red Voltaire (como Bajo la Lupa) llega a dudar de su existencia. ¿Es
Zarqawi otro espantapájaros más del montaje terrorista del
unilateralismo bushiano?
Con una óptica diferente, el
estadunidense Scott Ritter (controvertido inspector de la ONU en Irak
de 1991 a 1998 y autor del libro Las fronteras de la justicia: armas
de destrucción masiva y la paliza de Bush a EU) demuestra que «la
gente de Saddam está ganando la guerra» (International Herald
Tribune, 23 de julio). Dígase lo que se diga, Ritter tuvo la razón
histórica sobre la ausencia de «armas de destrucción masiva» en
Irak, a diferencia de la postura pusilánime del sueco Hans Blix, jefe
ejecutivo de la Comisión de Monitoreo de Verificación e Inspección
de la ONU.
El estadunidense (su nacionalidad
es relevante) Ritter, ex jefe de la misión de la ONU destinada a
verificar el arsenal iraquí, quien había condenado sin tapujos la
campaña de la administración Bush, había también fustigado,
durante un mensaje memorable al Parlamento en Bagdad, que «Estados
Unidos se había embarcado en una política de intervención
unilateral que está en contra del espíritu y la constitución de la
ONU» (BBC, 8 de septiembre de 2002).
En casi un década, Ritter
-proveniente de una familia de militares, funcionario de espionaje
militar y experto en misiles balísticos- tuvo tiempo de conocer los
laberintos de la política interna de Irak, así como su presunta
capacidad letal; era evidente que no era muy apreciado por el régimen
de Saddam. De allí que sus evidencias sean más concluyentes, en
cuanto a la sobresaliente participación de la Guardia Republicana
iraquí en el movimiento de resistencia se refiere, que las del
proisraelí Nir Rosen, quien califica a la resistencia como una
caterva de fanáticos religiosos.
En forma más estructural, Ritter
aduce que el «nacionalismo baazista había cesado de existir desde
hace casi una década». Como consecuencia de la primera Guerra del
Golfo, «el régimen de Hussein se había cambiado a una amalgama de
nacionalismo, tribalismo y fundamentalismo islámico que reflejaba la
realidad política de Irak». Viene una sorprendente revelación: «gracias
a una planificación meticulosa, los lugartenientes de Saddam ahora
dirigen la resistencia iraquí, incluidos los grupos islámicos».
Lo mal planeado de la invasión
anglosajona contrasta así con la «meticulosa planificación» de los
estrategas de Saddam, considerados por la pueril desinformación
estadunidense unos ineptos, incapaces siquiera de pensar.
Ritter reseña que la deserción
del yerno de Saddam, Hussein Kamal, 14 meses antes de la invasión
anglosajona, profundizó las mentiras sobre la inexistente posesión
de armas de destrucción masiva por el régimen, pero reveló algo
importante que no fue tomado en serio: que su suegro había ordenado
que todos los altos funcionarios del partido Baaz realizaran
obligatoriamente estudios del Corán, y que se añadiera el lema «Alá
es Grande» a la bandera nacional. A juicio de Ritter, el «cambio
radical en su estrategia» era necesario para la supervivencia del régimen.
Se ha perorado ampliamente sobre el
error estratégico del anterior procónsul, el kissinegeriano Paul
Bremer III, quien se apropió del leitmotiv del chiíta postmoderno
Ahmed Chalabi (un títere de los neoconservadores straussianos
promotores del unilateralismo bushiano) para depurar ideológicamente
a Irak por medio de la desbaazificación como se había desnazificado
a Alemania. Ritter enfatiza que en abril pasado, fecha de la
legendaria rebelión sunita de Fallujah seguida por la intifada chiíta,
Bremer III tuvo que dar marcha atrás a la demencial desbaazificación.
El anterior inspector se burla del
diagnóstico del Pentágono, que considera a la resistencia «un
matrimonio de conveniencia» entre los baazistas y los
fundamentalistas islámicos, lo cual pone en evidencia su «desconocimiento
de Irak». Ritter es categórico: «la resistencia iraquí es producto
de varios años de planificación».
En lugar de «ser absorbidos por un
amplio movimiento islámico, los lugartenientes de Saddam se colocaron
como cabezas al haber cooptado a los fundamentalistas años atrás,
con o sin su conocimiento». Recuerda que no existió ninguna
ceremonia de rendición ante el ejército invasor anglosajón, que había
sobredimensionado a la oposición en el exilio. Revela que «la mal
llamada resistencia islámica es dirigida nada menos que por Izzat
Ibrahim al-Douri, anterior vicepresidente y ardiente nacionalista árabe
sunita, y practicante de la hermandad sufi, una sociedad de místicos
islámicos».
¡Qué dato tan fascinante! Ahora
se entiende el misticismo intrínseco de la notable resistencia iraquí
y la seducción que ejerce sobre las masas pauperizadas tanto sunitas
como chiítas. Pero que también delata la exquisita sensibilidad de
un observador foráneo como Ritter. Resalta que las categorías semánticas
de los analistas militares de pacotilla de Estados Unidos -quienes
desde su materialismo consumista a ultranza tienden a trivializar y a
profanar lo sagrado- son muy raquíticas para entender la religiosidad
patriótica (o, si se desea, el patriotismo religioso) del pueblo
iraquí.
Ritter se detiene a escudriñar el
nivel de «sofisticación» de la anterior «Organización Especial de
Seguridad que dirigía Hani al-Tifah, quien ahora coordina las
operaciones de resistencia con sus mismos funcionarios», ayudado por
Tahir Habbush, jefe de los servicios de inteligencia: «los recientes
ataques antiestadunidenses en Fallujah y Ramada fueron perpetrados por
hombres muy disciplinados que luchan en unidades cohesivas, que
provienen en su mayoría de la Guardia Republicana».
La contundencia sarcástica de
Ritter es inigualable: «El nivel de sofisticación no debe haber
constituido sorpresa alguna para alguien familiarizado con el papel
del anterior mandamás de la Guardia Republicana, Sayf al-Rawi, en
haber desmovilizado a unidades selectas de la guardia para este propósito
antes de la invasión de Estados Unidos».
¿Pues no que Saddam y parte de la
Guardia Republicana se habían vendido (literalmente) al invasor
anglosajón? Incluso en fechas recientes, nada menos que el destacado
orientalista Evgeny Primakov, anterior jefe de servicios de
inteligencia foráneos de la sucesora de la KGB, afirmó que Saddam
había colaborado en la entrega de Bagdad al ejército estadunidense,
lo cual era notorio por la inexplicable ausencia de combates en el
cruce de los soldados invasores en el río Tigris sin ser molestados.
¿Se trató de una trampa genial?
El tiempo lo dirá pero, por lo pronto, las estrujantes revelaciones
de Ritter, profundo conocedor de la pirámide social iraquí y, sobre
todo, de su jerarquía militar, parecen apuntar en este sentido.
Ritter no le concede el menor
respeto al gobierno de Allawi, reclutado por Estados Unidos entre los
expatriados opositores a Saddam: «lo cierto es que nunca existió una
oposición significativa en número dentro de Irak para que la
administración Bush formara un gobierno en sustitución de Saddam».
¿Fueron, entonces, Bush y los neoconservadores straussianos, presas
de sus alucinaciones fantasmagóricas?
Por último, Ritter vaticina «una
década de pesadillas con la muerte de miles más de estadunidenses y
decenas de miles de iraquíes. Seremos testigos de la creación de un
viable y peligroso movimiento antiestadunidense en Irak que un día
vigilará la retirada unilateral de los soldados de Estados Unidos
como Israel lo hizo en forma ignominiosa en Líbano».
Viene la estocada en el más
depurado estilo de Ritter: «No existe solución elegante para la
debacle en Irak. No se trata más de ganar sino de mitigar la derrota».
Amén: sea dicho en el místico lenguaje de los sufis.
(*)Alfredo
Jalife-Rahme,
especialista mexicano en asuntos internacionales, autor de varios
libros sobre los síntomas indeseables de la mundialización. Colabora
dos veces por semana en el diario mexicano La Jornada.
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