Carta desde Irak
Un email privado de una
corresponsal del Wall Street Journal
Por Farnaz Fassihi (*)
Rebelión, 10/10/04
Ser un corresponsal extranjero en
Bagdad estos días es como estar bajo arresto domiciliario. Olvidad
las razones que me empujaron hacia este trabajo: una oportunidad de
ver mundo, explorar lo exótico, hacer nuevos amigos en tierras
lejanas, conocer sus costumbres y contar historias que pudiesen
cambiar las cosas.
Poco a poco, día tras día, permanecer en
Irak ha echado por tierra todas esas razones. Estoy atrapada en casa.
Sólo salgo cuando tengo una buena razón para hacerlo y una
entrevista programada. Evito ir a las casas de la gente y jamás
camino por la calle. No voy al supermercado, no puedo comer en
restaurantes, no puedo comenzar una conversación con un desconocido,
no puedo buscar historias, no puedo conducir nada que no sea un coche
blindado, no puedo ir a los escenarios de las noticias, no puedo estar
en un atasco, no puedo hablar inglés fuera de casa, no puedo viajar
por las carreteras, no puedo decir que soy americana, no puedo
rezagarme en los controles, no puedo tener curiosidad acerca de lo que
la gente dice, hace o siente. No puedo y no puedo. Ya he tenido muchos
avisos, incluyendo a un coche bomba que explotó tan cerca de nuestra
casa que rompió todos los cristales. Ahora mismo mi mayor preocupación
de cada día no es escribir la gran noticia sino permanecer viva y
asegurarme de que nuestros empleados iraquíes tampoco mueran. En
Bagdad, soy antes responsable de seguridad que reportera.
Es difícil establecer exactamente
cuándo fue el punto de inflexión. ¿Fue en abril, cuando Faluya
escapó del control de los estadounidenses? ¿Fue cuando Moqtada
declaró la guerra al ejército estadounidense? ¿Fue cuando el barrio
bagdadí de Ciudad al Sader, el hogar del diez por ciento de los iraquíes,
se convirtió en un campo de batalla cada noche? ¿O fue cuando la
resistencia empezó a extenderse de los grupúsculos aislados en el
triangulo suní hasta incluir a la mayor parte de Irak? A pesar de las
afirmaciones optimistas de George Bush, Irak sigue siendo un desastre.
Si bajo Saddam era una amenaza “potencial”, bajo los
estadounidenses se ha transformado en una amenaza inminente y activa,
un gran fallo de política exterior que se convertirá en la maldición
de los Estados Unidos durante las próximas décadas.
Los iraquíes llaman a este
desastre “la situación”. Cuando les pregunta cómo van las
cosas, responden “la situación es muy mala”.
Lo que quieren decir con “la
situación” es lo siguiente: el gobierno iraquí no controla la
mayoría de las ciudades, varios coches bombas explotan cada día por
todo el país matando e hiriendo a montones de personas inocentes, las
carreteras se han vuelto impracticables, sembradas con cientos de
minas y explosivos colocados para matar soldados estadounidenses, hay
asesinatos, secuestros y decapitaciones. La situación básicamente
significa que hay una sanguinaria guerra de guerrillas. En cuatro días,
han muerto 110 personas y alrededor de 300 han sido heridas solamente
en Bagdad. Las cifras son tan impactantes que el ministro de Sanidad
–que hasta ahora estaba haciendo un ejercicio de transparencia
informativa– ha dejado de hacerlas públicas.
La resistencia ahora ataca a los
estadounidenses 87 veces al día.
Un amigo viajó ayer a través de
una barriada chiíta, en Ciudad al Sader. Me dijo que había jóvenes
a la vista de todos enterrando improvisados explosivos en las calles.
Cavaban un agujero profundo en el asfalto, enterraban el explosivo, lo
cubrían de tierra y ponían encima un neumático viejo o una lata de
plástico para advertir a los vecinos de la trampa. Me contó también
que la mayoría de las carreteras de Ciudad al Sader tienen una docena
de minas cada pocos metros. Su coche tuvo que serpentear entre ellas
para evitarlas. Escondidos detrás de cada muro, hay iraquíes
enfadados, listos para detonar los explosivos tan pronto llegue un
convoy estadounidense. Y esto es territorio chiíta, esa población
que se supone que ama Estados Unidos por liberar Irak.
Para los periodistas, el punto de
inflexión llegó con la ola de secuestros. Hasta hace dos semanas,
nos sentíamos seguros en Bagdad porque los extranjeros estaban siendo
secuestrados en las carreteras y autopistas entre las ciudades. Hasta
que llego una llamada de teléfono frenética a las once de la noche
de una periodista amiga mía contándome que dos italianas habían
sido secuestradas en sus casas a plena luz del día. Después, los dos
estadounidenses, que fueron decapitados esta semana, y el británico
fueron raptados de sus casas en una zona residencial. Estaban
proporcionando electricidad 24 horas al día para todo el bloque desde
su generador para así ganar amigos. Los captores cogieron a uno de
ellos a las seis de la mañana, cuando salía para encender el
generador. Su cuerpo decapitado fue arrojado cerca del barrio.
La resistencia, nos dicen, está
desbocada, sin signos de que vaya a calmarse. De hecho, es más
fuerte, organizada y sofisticada cada día. Los distintos grupos de
militantes del partido Baas, criminales, nacionalistas y terroristas
de Al Qaeda están coordinados y colaboran entre sí.
Fui a una reunión de emergencia
para los corresponsales extranjeros con los militares y la embajada
para discutir sobre los secuestros. Nos dijeron que nuestro destino
dependería de dónde nos encontrásemos en la cadena del secuestro en
el momento en que se supiese que habíamos desaparecido. Así es como
funciona: una banda de criminales te secuestra y te vende a la
resistencia Baas de Faluya, que después te vende a Al Qaeda. En cada
turno, dinero y armas fluyen desde Al Qaeda a los militantes de Baas y
a los criminales. Mi amigo Georges, el periodista francés secuestrado
en la carretera de Nayaf, lleva desaparecido un mes sin una sola
noticia sobre su posible liberación o si está aún vivo siquiera.
¿Cuál es la última esperanza
estadounidense para una salida rápida? La policía iraquí y las
unidades de la Guardia Nacional en la que gastamos miles de millones
de dólares para entrenarlos. Los policías están siendo asesinados
por docenas cada día –ya van unos 700 muertos hasta la fecha– y
la resistencia se está infiltrando entre sus cargos. El problema es
tan serio que el ejército se ha gastado seis millones de dólares en
sobornar a 30.000 policías que acaban de terminar su entrenamiento
para librarse de ellos sin hacer ruido.
Y sobre la reconstrucción:
primero, es tan inseguro para los extranjeros trabajar aquí que la
gran mayoría de los proyectos están estancados. Después de dos años,
de los 18.000 millones de dólares que el Congreso destinó a la
reconstrucción de Irak, sólo se han gastado unos 1.000 millones y
una buena parte del dinero ha sido reasignada para mejorar la
seguridad, un signo de hasta qué punto van las cosas mal.
¿Y los sueños de petróleo? La
resistencia interrumpe de forma rutinaria la producción y como
resultado de los sabotajes, el precio del petróleo ha alcanzado el récord
de 49 dólares por barril. ¿A quién benefició exactamente esta
guerra? ¿Mereció la pena? ¿Estamos más seguros ahora con Saddam
encerrado y Al Qaeda campando a sus anchas por Irak?
Los iraquíes dicen que gracias a
Estados Unidos han conseguido libertad a cambio de inseguridad. ¿Saben
qué? Ellos dicen que cambiarían la seguridad por la libertad en
cualquier momento, incluso si eso significa una dictadura.
Escuché a un iraquí culto que si
a Saddam Hussein le dejaran presentarse para las elecciones ganaría
por mayoría absoluta. Esto es realmente triste.
Esta semana fui a ver a un erudito
iraquí para hablar sobre las elecciones. Ha estado intentando educar
a la población de la importancia de votar. Él dice: “El presidente
Bush quería convertir Irak en una democracia que fuese un ejemplo
para el Oriente Medio. Olvidaos de la democracia, olvidaos de ser un
modelo para la región, tenemos que salvar Irak antes de que todo esté
perdido”.
Uno puede argumentar que Irak ya
está perdido. Para los que estamos aquí, a pie de calle, es difícil
de imaginar qué nada pueda salvarlo de esta creciente espiral de
violencia. Como resultado de los errores de Estados Unidos, el genio
del terrorismo, caos y mutilación se ha escapado en este país y
ahora no se puede devolver a la botella.
El gobierno iraquí habla de
elecciones en tres meses, mientras la mitad del país continúa siendo
zona prohibida, fuera de las manos del gobierno y de los
estadounidenses y lejos del alcance de los periodistas. En la otra
mitad, el desencanto de la población es demasiado terrorífico como
para dejarse ver por las oficinas electorales. Los suníes ya han
dicho que piensan boicotear las elecciones, dejando la puerta abierta
a un gobierno polarizado de kurdos y chiítas que no será considerado
legítimo y muy probablemente llevará al país a una guerra civil.
Le pregunté a un ingeniero de 29 años
si él y su familia iban a participar en las elecciones, ya que es la
primera vez que los iraquíes podrán de alguna manera elegir su
destino. Su respuesta se resume así: “¿Ir, votar y correr el
riesgo de que te vuelen en pedazos o que te sigan los insurgentes y
que te maten por colaborar con los estadounidenses? ¿Para qué? ¿Para
practicar la democracia? ¿Estás bromeando?”
(*) Farnaz Fassihi es periodista de The Wall Street
Journal. Este
correo electrónico fue enviado a sus amigos y ha aparecido publicado
en un foro del instituto Poynter. Traducción, Ignacio Escolar y Marta
Peirano. Más sobre el mail y cómo se lo han tomado sus jefes en
Guerra Eterna en Oriente Medio.
|