Irak resiste

 

Los debates presidenciales en EEUU y los pretextos de la guerra en Iraq

Paralelismos entre Bush y Kerry

Por Phyllis Bennis (*)
Institute for Policy Studies, 07/10/04

CSCAweb, 25/10/04
Traducción de Jaime Guitart Vilches

Los debates de la campaña electoral estadounidense nos recuerdan en primer lugar la necesidad de mantener y construir un movimiento pacifista INDEPENDIENTE, amplio y fuerte, que no esté ligado a ningún candidato. Sea quien sea el que gane o robe las elecciones, probablemente pasaremos gran parte de los próximos cuatro años en la calle, protestando y pidiendo un orden del día completamente distinto del inquilino de la Casa Blanca.

Los debates dejaron al descubierto que, si bien existen diferencias notables por lo que respecta a cuestiones internacionales como las de Corea, las armas nucleares e incluso algunos aspectos de la guerra de Iraq (sus causas, su legitimidad, sus fundamentos ideológicos o la "coalición", entre otros), las diferencias entre el equipo de Bush y Cheney y el de Kerry y Edwards se reducen mucho cuando se trata de definir la estrategia a seguir a partir de ahora.

Los paralelismos entre ambos fueron especialmente dramáticos en el debate entre Cheney y Edwards sobre la cuestión de Israel y Palestina, que fue un asunto deliberadamente ignorado en el debate presidencial. A los pocos días de que Israel lanzara sus letales ataques y posterior invasión contra el campo de refugiados de Jabalia, en Gaza, y del día en que los Estados Unidos volvieran a vetar una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que condenara la incursión, Edwards argumentó que Israel tenía no sólo el derecho, sino la responsabilidad de "proteger a sus ciudadanos". No es que no se mencionara la ocupación israelí, es que no se percibió ni un mínimo gesto en relación con este castigo colectivo, claramente visible en las cifras de bajas palestinas, entre las que se incluían muchos niños, ni en relación con la desproporción del ataque israelí. Cheney se sumó a la defensa de la actuación de Israel, y sólo posteriormente se le ocurrió mencionar el supuesto "compromiso" de Bush con la creación de un estado Palestino.

Bush permaneció fiel a sus planteamientos originales sobre Iraq: pasó del 11-S a Sadam Husein y, como se sabe, fue herido en su orgullo cuando Kerry le recordó que fue al Qaeda quien atacó el World Trade Center, y no Iraq. Tanto él como Cheney mantuvieron su confianza en el miedo como estrategia clave para la movilización. Ambos asumen el reto decisivo de proclamar que "las cosas van mejor" mientras todos los titulares y programas de televisión dicen lo contrario. Se vende Samarra como una victoria y un modelo de cómo controlar a "los insurgentes", a pesar del gran número de civiles muertos (muchos de ellos niños) y de los miles de residentes que fueron evacuados de la ciudad. También son vulnerables al proclamar que "habrían hecho exactamente lo mismo" cuando se habla de ir a la guerra ahora que las últimas noticias nos informan de que las razones en las que se basaba la guerra son todas falsas.

Kerry asegura que "puede hacerlo mejor" para ganar la guerra, no para ponerle fin. Su llamada para internacionalizarla se basa en la idea de que la única razón por la que los países europeos que se oponían a la guerra, especialmente Francia y Alemania, se negaban a mandar tropas para reforzar la ocupación estadounidense era que ellos odian a George Bush. Por supuesto que ellos odian a Bush, pero no es por eso por lo que se niegan a enviar tropas. Su oposición se basó en un primer momento en presiones políticas internas, junto con el reconocimiento de que el hecho de que los Estados Unidos se dirijan hacia un poder y un imperio unilaterales no se adecúa a sus intereses, y una hipotética Administración Kerry no parece que vaya a ser capaz de persuadirlos para que envíen apoyo militar.

Nuestro llamamiento debe ser no que se internacionalice la guerra, sino que se le ponga fin y se traigan las tropas de vuelta a casa. ENTONCES podremos internacionalizar la paz.

Los informes

El desenmascaramiento llevado a cabo por The New York Times en relación con los tubos de aluminio de Iraq y el informe de Charles Duelfer sobre el Grupo de Estudio de Iraq confirman lo que se lleva diciendo desde hace años: Iraq no tenía armas de destrucción masiva, ni vínculos con Al Qaeda, ni armas que entregar a organizaciones terroristas. Lo más importante es que ambos trabajos se basaban (totalmente en el caso del New York Times y casi por completo en el caso de Duelfer) en información disponible desde hacía mucho tiempo. La pregunta sigue en el aire: ¿por qué se tardó tanto?

El informe del New York Times confirma que la abrumadora mayoría de los técnicos expertos en armas eran de la opinión de que los tubos se empleaban para fabricar cohetes, no centrifugadores nucleares. El artículo expone explícitamente, citando un informe de la Comisión para el 11S, que la estimación de la CIA en 2002 (apoyada fundamentalmente en que los tubos de aluminio eran centrifugadores nucleares) "es uno de los documentos con más fallos en la historia de la inteligencia estadounidense. El Comité [del 11S] concluyó unánimemente que la mayor parte de los principales descubrimientos de dicha estimación estaban equivocados, infundados o hinchados. Esto era especialmente aplicable a la sección nuclear".

Condoleezza Rice, defendiendo su hiperbólica intención de infundir el temor asegurando que la "pistola humeante" era en realidad un "hongo de humo", dijo que era consciente de los desacuerdos entre los analistas de la CIA en relación con los tubos de aluminio, pero que mediar entre las diferentes agencias no era su trabajo. De hecho, una de las principales tareas encomendadas a la figura del Consejero de Seguridad Nacional es la mediación entre las agencias de inteligencia. Quizás fue esto lo que llevó a Paul Krugman, del New York Times, a exigir su dimisión.

Duelfer y las inexistentes armas de destrucción masiva iraquíes

El informe de Charles Duelfer para el Congreso, basado en quince meses de trabajos del Grupo de Estudio de Iraq, vinculado a la CIA, confirmó lo que nosotros llevamos años diciendo: Iraq no tenía arsenales de armas de destrucción masiva, no tenía armas que dar a Al Qaeda, y no tenía programas viables que pudieran conducir a la elaboración de armas. Todo esto, teniendo en cuenta que el informe declara que el "deseo" de Sadam Husein era recuperar la capacidad iraquí en caso de que las sanciones fueran levantadas, supuso una demanda especulativa, pero que carecía de importancia para la capacidad militar actual de Iraq. Iraq no suponía una amenaza. Si bien Duelfer se extralimitó al redactar su informe incluyendo información que se alejaba mucho de su mandato relativa a las armas de destrucción masiva, y si bien el propio Duelfer parafraseó a Bush al afirmar que "el mundo es mejor ahora" durante su declaración ante el Congreso, no cabe duda que este informe confirma que la guerra estaba basada en mentiras.

La especulación que rodea el "anhelo" de Sadam Husein por tener capacidad de fabricar armas de destrucción masiva se basa en la suposición de que él creía que fue el uso de armas químicas en la guerra entre Irán e Iraq en los años 80 lo que evitó una victoria iraní. Esto bien puede ser verdad, principalmente porque el Pentágono facilitó la selección de objetivos que hacía que las armas químicas fueran terriblemente efectivas contra las concentraciones militares iraníes. Era la época en la que Alemania facilitaba precursores químicos para las armas químicas iraquíes, y los Estados Unidos proveían las existencias de grano para las armas biológicas.

El informe de Duelfer deja claro que las falsas acusaciones en las que la Administración Bush basó la guerra (Iraq tenía armas de destrucción masiva, Iraq podía proporcionar armas de destrucción masiva a Al Qaeda o a otros terroristas, Iraq estaba comprando piezas y reconstruyendo sus programas de armas nucleares) no se fundamentaban en errores de las agencias de inteligencia, sino en una decisión completamente consciente de mentir sobre lo que ya se sabía. Ciertos funcionarios conocían prácticamente todos los datos del informe Duelfer que documentan el período en torno a finales de 1998 gracias a informes previos de las Naciones Unidas.

Duelfer confirmó lo que se sabía desde hace años (pero se ocultaba en gran parte al público estadounidense): que Iraq ya había "suprimido en lo fundamental" su capacidad armamentística a finales de 1991. Esta información precisa se facilitó por primera vez a los funcionarios estadounidenses en 1995 cuando desertó Husein Kamal, yerno de Sadam Husein y responsable de los programas de armas de destrucción masiva (con posterioridad regresó a Iraq y fue asesinado). Kamal contó a los interrogadores que los sistemas armamentísticos habían sido masivamente destruidos a los pocos años; esta información pasó tanto a la CIA como al MI6 británico, quienes le interrogaron personalmente. Pero si bien los funcionarios británicos y estadounidenses hicieron públicas las explicaciones de Kamal sobre sistemas armamentísticos previos, lo cierto es que ocultaron sus declaraciones en relación con la destrucción de las armas. Ya se conocía toda la información.

Duelfer también aporta pruebas que ponen de manifiesto que las inspecciones de las Naciones Unidas funcionaron. El propio Duelfer fue director adjunto del equipo de inspección de armas de las Naciones Unidas durante años, últimamente bajo las órdenes de Hans Blix. Su nuevo informe documenta actividades internacionales de todas las clases entre la primavera de 1991, justo después de la guerra, y el momento en el que la Comisión Especial de las Naciones Unidas abandonó Iraq en diciembre de 1998, avisada por la Administración Clinton de que los bombardeos aéreos de la operación Zorro del Desierto del Pentágono estaban a punto de comenzar.

Pero todo lo que Duelfer describe sobre ese período, incluida la implicación de corporaciones internacionales que posiblemente violaban las sanciones militares a Iraq, ya estaba detallado en el informe final de la Comisión Especial de las Naciones Unidas que, hoy por hoy, sigue siendo secreto. Ciertos periodistas que tuvieron acceso a copias filtradas del documento confirman que no hay prácticamente nada en la exposición de Duelfer que no estuviera ya en la de la Comisión Especial de las Naciones Unidas. ¿Por qué se sigue manteniendo este informe en secreto? Gran parte del material relativo a armamento nuclear que aparece en el nuevo trabajo de Duelfer ya aparecía en los informes de la Agencia Internacional de la Energía Atómica, de las Naciones Unidas, dirigida por Muhammed el-Baradei.

Al documentar el período 1999-2002, en el que no operaron en Iraq inspectores de armas de las Naciones Unidas, Duelfer se centra en lo que él llama "violaciones potenciales" del régimen de sanciones. Pero su informe es muy selectivo (fundamentalmente porque olvida el papel que jugaban los Estados Unidos). Duelfer facilita datos concretos de compañías e individuos privados que podrían haber violado las sanciones introduciendo en Iraq material con un claro "doble uso", es decir, elementos que potencialmente pueden tener usos tanto civiles como militares. Identifica personas y compañías procedentes de China, Rusia, Corea del Norte, Francia, Polonia, Rumanía, Ucrania, Bielorrusia, Siria y Jordania, así como una empresa alemana cuyo nombre no especifica. Pero en la declaración de armas que hizo Iraq en diciembre de 2002 se nombraba por lo menos una empresa estadounidense que habría facilitado a Iraq material potencialmente militar muy valioso desde 1998; esta compañía no aparece en los informes.

Casi todo lo que aparece en el informe de Duelfer sobre el período 1999-2002, posterior a la actuación de la Comisión Especial de las Naciones Unidas, aparecía ya en el informe armamentístico que el propio Iraq elaboró en diciembre de 2002, y que sigue manteniéndose en secreto. Sabemos gracias a copias filtradas de esa declaración de armas (primero a la prensa alemana y poco después a Democracy Now!) que montones de empresas implicadas en los sistemas armamentísticos iraquíes aparecían especificadas en la declaración de 12.000 páginas. Pero esas listas se encuentran entre las cerca de 8.000 páginas que los Estados Unidos eliminaron de los ejemplares que Washington facilitó a los miembros no permanentes (léase no nucleares) del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Los casos excepcionales que aparecían en el informe de Duelfer y no en la declaración de armas de Iraq hacían referencia mayoritariamente a asuntos de obtención de financiación, corrupción y presunto contrabando de petróleo. Por lo que al tema del contrabando se refiere, el problema más importante se centraba en la frontera norte de Iraq con Turquía. Y esta ruta de contrabando a gran escala era conocida y tolerada por los Estados Unidos, principalmente como compensación por el acuerdo turco que concedía al Pentágono libre acceso a la base aérea de Incerlik.

En la sección que detalla la presunta corrupción en el programa Petróleo por Alimentos, el informe de Duelfer incluye listados detallados cada seis meses desde que el programa comenzó, incluyendo compañías, particulares, fechas, quién cobraba sobrecargos, quién presuntamente recibía sobornos, etc. El informe afirma que la corrupción proporcionó más de once mil millones de dólares al régimen iraquí. Estas afirmaciones, dirigidas por fuerzas derechistas en el Congreso de los Estados Unidos y por los medios de comunicación, están siendo utilizadas para atacar a las Naciones Unidas y, en particular, al Secretario General Kofi Annan (cuyo hijo había trabajado previamente en una de las compañías auditoras implicadas). De hecho, fue el Consejo de Seguridad, y no la Secretaría General, quien tenía el control último del programa. El Consejo, y no la Secretaría General, funcionaba como Comité Sancionador, y aprobaba o rechazaba cada contrato enviado por Iraq.

En el capítulo sobre la "corrupción petrolera" del informe de Duelfer, las empresas y los particulares son señalados con su nombre, salvo las compañías estadounidenses que aparecían sólo como "Empresa de los Estados Unidos", sin especificar un nombre, ¿A quién está protegiendo?

El informe demuestra una vez más lo que llevamos diciendo todo el tiempo: Las inspecciones de Naciones Unidas funcionaron. Hans Blix, responsable de la Comisión Especial de las Naciones Unidas (y, por aquel entonces, superior de Duelfer) y Muhammed el-Baradei, director de la AIEA dijeron en su informe final en 2003, antes de la guerra, que ellos no habían encontrado ninguna prueba de la existencia de programas de armas de destrucción masiva, y que con algo más de tiempo podrían confirmar un resultado definitivo. En lugar de hacerles caso, Estados Unidos fue a la guerra. Hans Blix ha sido elegido ganador del premio de la Asociación de Corresponsales de las Naciones Unidas al "Ciudadano de Año", y hay rumores que indican que Muhammed el-Baradei es candidato al Premio Nobel de la Paz de 2004.

Iraq no tenía armas de destrucción masiva, ni la capacidad de fabricarlas. La guerra se basó en una mentira, pero tenemos que seguir recordando a los Estados Unidos que, incluso si esas armas hubieran existido, la guerra habría sido igualmente ilegal. La Carta de las Naciones Unidas sigue siendo una de las bases del derecho internacional, y establece claramente que, si bien la defensa propia es un derecho de todas las naciones, ni siquiera ésta es ilimitada. El artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, que regula el derecho a la defensa propia, incluye dos límites decisivos: por un lado, la defensa militar sólo puede ser utilizada SI se ha producido un ataque armado (incluso aquellos que defienden que no deberíamos esperar un ataque para organizarnos y prevenirlo, tendrían la obligación de demostrar al mundo que un ataque de gran magnitud es verdaderamente inminente, y ni simplemente un destello en los ojos de un dictador). Por otro lado, sólo se podrá mantener la defensa propia hasta que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas pueda reunirse para decidir lo que va a hacer con respecto a la supuesta amenaza.

Seguimos necesitando el derecho internacional. Como Kofi Annan dijo recientemente ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el derecho internacional proporciona "restricciones a los poderosos para que no puedan oprimir a los débiles. Quienes persiguen conferir legitimidad deben encarnarla, y quienes invocan el derecho internacional deben someterse a él". Esto no va a suceder por sí solo, pero nos da algo por lo que luchar.

(*) Phyllis Bennis, autora del presente artículo (cuyo título original es "Debates, Duelfer, y tubos de aluminio"), es miembro del 'Transnational Institute' y del 'Insitute for Policy Studies' de Washington DC. Bennis es especialista en Oriente Próximo y en cuestiones relativas a NNUU.

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