Faluya,
las elecciones estadounidenses y el 11/S
La
despiadada complicidad de los medios occidentales con la carnicería
iraquí
Por
John Pilger (*)
Znet, 18/11/04 (**)
El
hito ensayístico de Edward S. Herman titulado La banalidad del Mal
nunca pareció más oportuno. “Para perpetrar actos terribles de
forma organizada y sistemática es necesaria la ‘normalización’,
escribió Herman. “Existe usualmente una división del trabajo para
ejecutar y racionalizar lo impensable: un grupo de individuos lleva a
cabo la brutalización y el asesinato... y otros trabajan en mejorar
la tecnología (un horno crematorio más eficiente, un tipo de napalm
que arda durante más tiempo y sea más adhesivo, fragmentos de bomba
que penetran en la carne siguiendo trayectorias de difícil trazado).
Es la tarea de los expertos y de los medios de comunicación
mayoritarios normalizar lo impensable para el público general”.
En
el programa Today de la emisora Radio 4 (6 de noviembre), un reportero
de la BBC que transmitía desde Bagdad describía el inminente ataque
contra la ciudad de Faluya como “peligroso” y “muy peligroso”
para los estadounidenses. Al ser preguntado sobre la población civil
el reportero respondió tranquilizadoramente que los marines
estadounidenses estaban “haciendo sonar la megafonía” y
conminando a la gente a salir. Omitió decir que decenas de miles de
personas iban a quedar atrapadas en la ciudad. Mencionó de pasada el
“intensísimo bombardeo” de la ciudad, pero en ningún momento
sugirió lo que eso significa para la población sobre la que se
lanzan las bombas.
Por
lo que respecta a los defensores de la ciudad, aquellos irakíes que
resisten en una ciudad que desafió heroicamente a Sadam Husein eran
simplemente “los insurgentes emboscados en la ciudad”, como si
constituyeran un cuerpo extraño, una forma inferior de vida destinada
a ser “expurgada” (The Guardian), una presa adecuada para “atraparratas”,
que es la palabra que, según informó otro reportero de la BBC,
emplean los soldados británicos del Black Watch (1). Según un alto
oficial británico, los estadounidenses ven a los irakíes como
untermenschen, el término utilizado por Hitler en su Mein Kampf para
describir a judíos, gitanos y eslavos como subhumanos. Así es como
el ejército nazi plantó sitio a las ciudades rusas, masacrando por
igual a combatientes y a civiles.
Ése
es el racismo que hace falta para normalizar crímenes coloniales como
el ataque contra Faluya, uniendo nuestra imaginación al “otro”.
El eje central de las informaciones [que se difunden en los medios
occidentales] es que los “insurgentes” están dirigidos por
siniestros extranjeros del tipo de los que decapitan a la gente: por
ejemplo, por Musab al-Zarkawi, un jordano al que se atribuye ser el
“máximo representante” de Al-Kaeda en Irak. Eso es lo que dicen
los estadounidenses; ésa es también la última mentira de Blair al
Parlamento. Cuéntese las veces que se va repitiendo como cháchara de
loro a las cámaras y a nosotros. No se advierte la ironía del hecho
de que los extranjeros que hay en Irak son en su abrumadora mayoría
estadounidenses y que, según todos los indicios, los irakíes los
odian. Estos indicios provienen de organizaciones de prospección
aparentemente fiables, una de las cuales calcula que de los cerca de
2.700 ataques llevados a cabo mensualmente por la resistencia, sólo
seis son atribuibles al infame al-Zarkawi.
En
una carta enviada el 14 de octubre a Kofi Annan, el Consejo de la
Shura de Faluya, responsable de la administración de la ciudad,
manifestaba lo siguiente: “En Faluya [los estadounidenses] han
creado un nuevo objetivo difuso: al-Zarkawi. Ya ha pasado casi un año
desde que se inventaron este nuevo pretexto y cada vez que destruyen
casas, mezquitas, restaurantes y asesinan niños y mujeres, dicen:
`Hemos lanzado una exitosa operación contra al Zarkawi’. El pueblo
de Faluya le garantiza a usted que tal persona, caso de que exista, no
se halla en Faluya... y que no mantenemos ningún vínculo con ningún
grupo que apoye semejante conducta inhumana. Apelamos a usted para que
inste a la ONU [a que impida] la nueva masacre que los estadounidenses
y el gobierno títere planean perpetrar en breve en Faluya al igual
que en otros lugares del país”. Ni una sola palabra de todo esto
halló un hueco en los principales medios de comunicación de Gran
Bretaña y de los USA.
“¿Qué
impacto necesitan experimentar para salir de su desconcertante
silencio?”, se preguntaba el autor teatral Ronan Bennett el mes de
abril después de que los marines estadounidenses, en un acto de
venganza colectiva por la muerte de cuatro mercenarios
estadounidenses, mataran a más de 600 personas en Faluya, una cifra
que nunca fue disputada. Entonces, igual que ahora, los
estadounidenses descargaron sobre miserables barriadas la feroz
potencia de fuego de aviones artillados AC-130, de cazabombarderos
F-16 y de bombas de 250 kilos. Incineran niños y sus francotiradores
se jactan cuando matan a alguien, como hacían los francotiradores de
Sarajevo.
Benett
se refería a la legión de silenciosos laboristas que se sientan en
los escaños de la oposición --salvadas algunas honrosas
excepciones-- y a jóvenes ministros lobotomizados (¿recuerdan a
Chris Mullin?). Podría haber añadido también a esos periodistas que
tensan hasta el último tendón para defender a “nuestro” bando y
que normalizan lo impensable sin pararse a señalar la evidente
inmoralidad y criminalidad de la empresa. Por supuesto, sentirse
impactado por “nuestras” acciones es peligroso, pues puede
conducirnos a una comprensión más amplia de la razón por la cual
nosotros estamos ahí en absoluto, así como del dolor que nosotros
estamos llevando no solamente a Irak sino a muchos lugares del mundo.
En definitiva, puede alumbrar la comprensión de que el terrorismo de
Al Kaeda es una minucia comparado con nuestro terrorismo. No hay nada
de ilegal en este encubrimiento. Está ocurriendo a la luz del día.
El ejemplo reciente más impresionante se produjo después de que el
pasado 29 de octubre la prestigiosa publicación científica Lancet
publicara un estudio que arrojaba una cifra aproximada de 100.000 irakíes
muertos como consecuencia de la invasión anglo-estadounidense. Según
Lancet, el 85% de las muertes han sido causadas por acciones de
estadounidenses y británicos, y el 95% de esos muertos han perecido víctima
de ataques aéreos y fuego de artillería. La mayoría de las víctimas
son mujeres y niños.
Los
editores del excelente MediaLens observaron la prisa, o mejor dicho,
la estampida que se produjo para ahogar esta estremecedora noticia
bajo un manto de “escepticismo” y silencio (mediaLens.org).
Informaron que, a fecha del 2 de noviembre, el informe de Lancet había
sido ignorado ya por el Observer, el Telegraph, el Sunday Telegraph,
el Financial Times, el Star, el Sun y por muchos otros medios. La BBC
dio cuenta del informe encuadrándolo en un contexto de “dudas”
gubernamentales y Channel 4 News emitió una crítica feroz basada en
instrucciones de Downing Street. Con una sola excepción, nadie pidió
a ninguno de los científicos que confeccionaron este informe
rigurosamente contrastado por sus colegas que defendiera su trabajo
hasta diez días más tarde, cuando el Observer, favorable a la
guerra, publicó una entrevista con el editor de Lancet, sesgada de
tal forma que daba la impresión de que el editor estaba
“respondiendo a sus críticos”. David Edwards, editor de Media
Lens, pidió a los investigadores que respondieran a las críticas de
los medios de comunicación. Los argumentos con los que las demolieron
meticulosamente pueden ser leídos en el número de medialens.org del
2 de noviembre. Nada de todo esto apareció publicado en los medios de
comunicación mayoritarios. Así, la impensable realidad de que
nosotros nos habíamos dedicado a perpetrar tamaña carnicería fue
suprimida –normalizada. Eso recuerda el modo como se suprimió la
muerte de más de un millón de irakíes, incluyendo a medio millón
de niños menores de cinco años, víctimas del embargo auspiciado por
los británicos y estadounidenses.
Por
contraste, en ningún momento los medios de comunicación han
cuestionado la metodología empleada por el Special Tribune irakí
para afirmar que existen 300.000 cadáveres de víctimas de Sadam
Husein enterradas en fosas comunes. El Special Tribune, un producto
del régimen colaboracionista de Bagdad, está dirigido por
estadounidenses; los científicos respetables no quieren tener nada
que ver con él. No se cuestiona lo que la BBC denomina “las
primeras elecciones democráticas de Irak”. No se informa de que los
estadounidenses han asumido el control del proceso electoral mediante
dos decretos emitidos en junio que autorizan a una “comisión
electoral” a eliminar a los partidos que no sean del agrado de
Washington. La revista Time ha revelado que la CIA está comprando a
sus candidatos preferidos, método con el que la agencia ha amañado
elecciones en todo el mundo. Cuando las elecciones se celebren –si
se celebran— nos van a inundar de clichés hueros sobre la nobleza
de las votaciones mientras que las marionetas de los USA estarán
siendo elegidas “democráticamente”.
El
modelo de esta estrategia lo constituyó la “cobertura” de las
elecciones presidenciales estadounidenses: una tempestad de tópicos
destinados a normalizar lo impensable, es decir, que lo que ocurrió
el 2 de noviembre no fue un ejercicio de democracia. Con una sola
excepción, ninguno de los expertos transportados en avión desde
Londres describió el circo de Bush y Kerry como una martingala
controlada por menos del 1% de la población, los ultra-ricos y
poderosos, que controlan y gestionan una economía de guerra
permanente. El hecho de que los perdedores no fueron solamente los demócratas,
sino la vasta mayoría de estadounidenses, independientemente de a quién
hubieran votado, era algo inmencionable.
Nadie
informó de que John Kerry, al contraponer la “guerra contra el
terror“ a la desastrosa invasión de Irak de Bush, se estaba
limitando a explotar la desconfianza del público con respecto a la
invasión de Irak para recabar apoyos en favor del dominio
estadounidense del mundo. “No estoy hablando de salir de Irak”,
dijo Kerry. “¡Estoy hablando de ganar!”. A su manera, tanto Bush
como Kerry modificaron la agenda para llevarla a posiciones más
derechistas, de forma que millones de demócratas opuestos a la guerra
pudieran ser persuadidos de que los USA tenían “la responsabilidad
de acabar el trabajo empezado” a fin de evitar el “caos”. El
tema de la campaña electoral no fue ni Bush ni Kerry, sino una economía
de guerra orientada hacia la conquista exterior y hacia la división
económica interior. El silencio sobre esta cuestión fue universal,
tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña.
Bush
ganó las elecciones atizando con más habilidad que Kerry el miedo a
una amenaza imprecisa. ¿Cómo fue capaz de normalizar esa paranoia?
Echemos un vistazo al pasado más reciente. Después del final de la
guerra fría la elite estadounidense –tanto republicana como demócrata--
estaba teniendo muchas dificultades para convencer al público de que
los miles de millones de dólares gastados en la economía de guerra
no debían ser desviados a “inversiones de paz”. Una mayoría de
estadounidenses se negó a creer que seguía habiendo una
“amenaza” tan poderosa como la amenaza comunista. Esto no fue óbice
para que Bill Clinton presentara ante el Congreso el mayor presupuesto
de “defensa” de la historia en apoyo de la estrategia del Pentágono
denominada “dominio de espectro completo”. El 11 de septiembre del
2001 se encontró un nombre para designar la nueva amenaza: Islam.
En
un reciente viaje a Filadelfia vi que el informe Kean del Congreso
sobre el 11 de septiembre estaba en venta en las estanterías de las
librerías. “¿Cuántos ejemplares vende?”, pregunté. “Uno o
dos”, fue la respuesta. “Pronto lo retiraremos”. Sin embargo,
este modesto libro de tapas azules es una auténtica revelación. Como
el informe Butter, que reunía toda la evidencia incriminatoria sobre
la forma como Blair maquilló la información de los servicios de
inteligencia antes de la invasión de Irak y que luego ponía los
necesarios paños calientes para acabar afirmando que nadie era
responsable, igualmente la Comisión Kean deja prístinamente claro qué
es lo que ocurrió para, acto seguido, abstenerse de extraer las
conclusiones evidentes. Se trata de un acto supremo de normalización
de lo impensable. Nada sorprendente, en vista del carácter explosivo
de las conclusiones.
El
testimonio más importante recogido por la Comisión lo constituyen
las declaraciones del General Ralph Eberhart, jefe del Comando de
Defensa Aeroespacial de Norteamérica (NORAD). “Cazas a reacción de
la fuerza aérea podrían haber interceptado los aviones de pasajeros
que volaban hacia las Torres Gemelas y el Pentágono”, declaró,
“si los controladores aéreos hubieran solicitado ayuda solamente 13
minutos antes... Habríamos sido capaces de derribar los tres... los
cuatro”.
¿Por
qué no sucedió así?
El
informe Kean deja claro que “el 9 de septiembre la defensa del
espacio aéreo de los USA no se realizó siguiendo los protocolos y
ejercicios habituales.
En
caso de secuestro aéreo confirmado las reglas del procedimiento
establecían que el coordinador de secuestros que se hallara de
servicio debía ponerse en contacto con el Centro de Mando Militar
Nacional del Pentágono (CMMNP)... El CMMNP debía entonces solicitar
la aprobación de la oficina del Secretario de Defensa para
proporcionar asistencia militar...” . Sólo que nada de eso se hizo.
El viceadministrador de la Autoridad Federal de Aviación dijo a la
Comisión que no había ninguna razón para que el procedimiento no
fuera aplicado aquella mañana. “En mis 30 años de
experiencia...” declaró Monte Belger, “el CMMNP siempre se ha
mantenido conectado y a la escucha de todas las incidencias en tiempo
real... Puedo decirle que he vivido docenas de secuestros... y en
todos los casos siempre estaban escuchándolos junto con el resto de
la gente”. Pero esta vez no lo hicieron. El informe Kean dice que
nunca se informó al CMMNP. ¿Por qué? Una vez más, se dijo a la
Comisión que fallaron de forma excepcional todas las líneas de
comunicación con el escalón militar supremo. El secretario de
defensa Donald Rumsfeld estaba ilocalizable; y cuando finalmente habló
con Bush hora y media más tarde, se trató, según el informe Kean,
de “una corta llamada en la que no se habló del tema de la
autorización para derribar los aparatos”. Como resultado de ello,
los comandantes del NORAD “permanecieron en la oscuridad sin saber
qué debían hacer”.
El
informe revela que el único segmento de un sistema de comando hasta
entonces infalible que funcionó correctamente fue el situado en la
Casa Blanca, donde el vicepresidente Cheney se hallaba al mando aquel
día, en estrecho contacto con el CMMNP. ¿Por qué no hizo nada
respecto a los dos primeros aviones secuestrados? ¿Por qué el CMMNP,
el enlace vital, quedó inutilizado por primera vez en toda su
existencia? Kean rechaza de forma ostentosa plantear estas cuestiones.
Por supuesto, pudo haberse debido a una extraordinaria serie de
coincidencias. O tal vez no. En julio del 2001 un informe de alto
secreto preparado para Bush decía lo siguiente: “Creemos [la CIA y
el FBI] que en las próximas semanas OBL [Osama Ben Laden] va a lanzar
un gran ataque terrorista contra intereses de los USA y/o de Israel.
El ataque será espectacular y estará diseñado para causar daños
masivos contra instalaciones o intereses estadounidenses. Los
preparativos para el ataque se han realizado ya. El ataque se producirá
sin previo aviso o con un aviso mínimo”.
La
tarde del 11 de septiembre Donald Rumsfeld, tras fracasar en su tarea
de actuar contra quienes acababan de atacar a los USA, ordenó a sus
colaboradores que pusieran en marcha un ataque contra Irak, a pesar de
que no existía ninguna evidencia que incriminara a ese país.
Dieciocho
meses más tarde se produjo la invasión de Irak sin mediar provocación
y basándose en mentiras que ahora están documentadas. Este crimen de
proporciones épicas constituye el mayor escándalo político de
nuestro tiempo, el último capítulo de la larga historia del siglo XX
de las conquistas occidentales de otros países y de sus recursos. Si
permitimos que este acto se normalice, si nos negamos a inquirir y a
investigar las agendas ocultas y las secretas estructuras de poder
ajenas a todo escrutinio que se hallan insertas en el corazón de los
gobiernos “democráticos”, y si permitimos que la gente de Faluya
sea aplastada en nuestro nombre, condenaremos nuestra democracia y
nuestra humanidad.
(*)
John Pilger es profesor invitado en la Universidad de Cornell, Nueva
York. Su último libro, No me cuentes mentiras: el periodismo de
investigación y sus victorias, ha sido publicado en Gran Bretaña por
Random House.
(**)
Traducido para Rebelión por L.B.
(1)
Nombre del regimiento escocés de infantería del ejército británico
de invasión desplegado en Irak. (N. del T.)
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