Entrevista
a Gilbert Achcar (*)
El
imperialismo americano en las llamas orientales
Viento
Sur Nº 76
Traducción de Alberto Nadal
Enviado por Correspondencia Internacional, 24/11/04
La
entrevista que publicamos es el resultado de la fusión de dos,
realizadas por Jean François Marquis para el mensual suizo La Brèche
y por la redacción de Inprecor, el pasado mes de junio. La fuente está
citada en el texto.
La
Brèche: A comienzos de mayo de 2004, el presidente Bush organizó una
puesta en escena triunfal, en un portaviones de la US Navy, para
anunciar el fin oficial de los combates en Irak. ¿Cómo caracterizas
la situación de ese país un año más tarde?
Gilbert
Achcar: Lo que ocurre confirma lo que decíamos al comienzo de la
invasión de Irak: “Las dificultades para Washington y Londres no
hacen más que comenzar”. Estaba claro desde el principio que el
derrocamiento de Sadam Hussein y la ocupación militar del país no
plantearían problemas al Ejército americano, si se tiene en cuenta
la desproporción enorme de las fuerzas en presencia. Pero otra cosa
es controlar un país como Irak. La ventaja tecnológica aplastante
del Ejército americano no es ya tan determinante. En primer lugar, es
preciso un número de soldados mucho más importante de lo que
necesita una simple victoria militar. Sin embargo la Administración
Bush creyó poder ocupar Irak con un número muy limitado de soldados.
Es uno de los talones de Aquiles de la potencia de los Estados Unidos:
el factor humano, demasiado rápidamente considerado como superado,
tras la revolución tecnológica que ha cambiado de arriba abajo “el
arte de la guerra”. En segundo lugar, hay que tener enfrente una
población controlable, es decir que manifieste un cierto grado de
resignación, incluso de aquiescencia con la ocupación. Sin embargo,
esto es algo que está muy lejos de producirse. La mayoría de la
población iraquí acogió al Ejército americano con un sentimiento
que se podría resumir así: “Habéis derrocado a Sadam Hussein,
gracias. Ahora, abandonad el país, no os queremos como potencia
ocupante”.
Este
sentimiento está en la raíz del movimiento de oposición a la
ocupación, que ha crecido como una bola de nieve y que se traduce
casi diariamente en acciones armadas. En mi opinión, eso no es sin
embargo lo determinante. Lo más importante es el carácter masivo del
rechazo a la ocupación, por ejemplo, las manifestaciones gigantescas
desarrolladas cuando se produjo el pulso entre el procónsul Bremer y
el Gran Ayatolá Sistani sobre la cuestión de las elecciones.
Eso
es lo que hace que el proyecto de la Administración Bush esté
fracasando y que Irak se haya convertido ya en un “pantano”: el Ejército
americano se ha atascado allí y la situación no hace más que
empeorar, sin perspectiva de salida honorable. En este sentido, hay
puntos de comparación con Vietnam. No al nivel militar –no hay
comparación posible entre la guerrilla iraquí y la guerra del
Vietnam– sino a nivel político: como Vietnam, Irak se ha convertido
en una carga enorme para la clase dirigente de los Estados Unidos. Los
Estados Unidos han gastado cerca de 130 millardos de dólares por su
presencia en Irak, con el objetivo de controlar las considerables
riquezas petroleras de ese país. Pero hoy ya no están tan seguros de
poderse quedar.
L.
B.: ¿Cómo caracterizas las principales medidas de política económica
impuestas por los Estados Unidos en Irak en este año?
G.
A.: Se constata a este nivel igualmente una primera derrota americana:
Washington no ha tenido aún la posibilidad de cambiar la situación
de la explotación del petróleo iraquí, que era sin embargo su
objetivo fundamental. Los Estados Unidos no se han lanzado a esta
guerra por las pocas industrias de transformación o de servicios que
existen en Irak. En este terreno, la Administración Bremer ha
aplicado su programa al pie de la letra, a golpe de privatizaciones y
de atribución de mercados a empresas americanas, sin concursos públicos,
incluso en detrimento de otras empresas americanas, lo que ha
provocado numerosos escándalos.
Por
el contrario, los Estados Unidos no han dejado de atrasar las
decisiones en materia de petróleo, justamente a causa de la
hostilidad hacia ellas que han debido constatar en el país. Ahora
bien, cuanto más tiempo pasa, más se intensifica la hostilidad
popular que les ha llevado a atrasar las decisiones.
El
proyecto de la Administración Bush no era, como se ha dicho a veces,
privatizar pura y simplemente los recursos petrolíferos iraquíes.
Eso sería demasiado difícil de hacer admitir. Su objetivo era una
privatización que no apareciera como tal, bajo la forma de acuerdos
que permitieran a las compañías petroleras estadounidenses “coexplotar”,
con la compañía estatal, el petróleo iraquí. Pero, hoy, la
principal preocupación de los Estados Unidos es saber si podrán
mantenerse en el país y en qué condiciones.
L.
B.: La Administración Bush ha fijado la fecha del 30 de junio para la
“transferencia” de la soberanía a los iraquíes. ¿Cómo ves el
asunto?
G.
A.: Fue en el pasado otoño cuando Bremer anunció oficialmente su
proyecto de autodenominado “gobierno iraquí”, que reuniría a
personas designadas por el ocupante o elegidas por las asambleas
designadas por el ocupante. Ha resultado de ello un pulso en el que el
principal adversario era Sistani, el más alto dignatario chiíta en
Irak.
El
Gran Ayatolá Sistani es un redomado raccionario en el terreno social,
un tradicionalista medieval. Sin embargo, en esta batalla, ha
aparecido como alguien que desafía al procónsul Bremer. Un hombre
eminentemente reaccionario se ha convertido así en el portavoz de su
comunidad y de una mayoría de la población iraquí, en la oposición
a los planes de las fuerzas de ocupación. A pesar de las diferencias
importantes entre Sistani y Jomeini, principalmente en su concepción
de las relaciones entre poder político y autoridades religiosas, esta
situación no deja de recordar el papel que jugó Jomeini en Irán en
la lucha contra el Shah. Por muy ultrarreaccionario que fuera en
materia social o de derechos de las mujeres, Jomeini se había
convertido en la principal figura de la oposición al Shah de Irán, a
finales de los años 1970, asumiendo, en un primer momento, el tema de
la democracia.
Cuando
en noviembre de 2003, Bremer quiso forzar la mano a los iraquíes,
Sistani aceptó el desafío y convocó manifestaciones que tuvieron
una amplitud considerable y obligaron a Bremer a retroceder.
La
Administración Bush se volvió de nuevo hacia las Naciones Unidas
para obtener una mediación y salvar la cara. Esta mediación desembocó
en la autodenominada “promesa” de organizar elecciones en enero de
2005. Digo “autodenominada” porque no creo que los Estados Unidos
–en todo caso la Administración Bush– estén realmente dispuestos
a organizar elecciones libres en Irak.
En
este contexto, nadie se engaña respecto al 30 de junio. El gobierno
iraquí que se instale seguirá, de hecho, siendo designado por las
potencias ocupantes: incluso si la formación de este gobierno se hace
a través de la ONU, serán los Estados Unidos quienes, en última
instancia, lo pondrán en pie. Además, este gobierno no será
soberano: no tendrá ningún control sobre las fuerzas de ocupación,
ni siquiera, por otra parte, plenas competencias presupuestarias.
En
realidad, el 30 de junio, el verdadero traspaso de poderes no se hará
entre Bremer y el nuevo “gobierno” iraquí, sino entre Bremer y el
nuevo embajador de los Estados Unidos en Bagdad, John Negroponte.
Negroponte participó en la guerra de Vietnam y ha estado implicado en
los más sucios episodios de la intervención de los Estados Unidos en
América Central en los años 1980. Es actualmente embajador de los
Estados Unidos en la ONU, esperando dirigir en Bagdad la mayor
embajada de los Estados Unidos en el mundo, con más de 3.000
funcionarios.
L.
B.: ¿Cuáles son las líneas de fuerza de los alineamientos políticos
y sociales actualmente en Irak? El paisaje es difícil de entender,
con fuerzas sociales y políticas en parte aliadas, en parte en
competencia u opuestas: las que participan en el Consejo Interino de
Gobierno (CIG) puesto en pie por los americanos y las que no están
asociadas a él; las que están definidas por bases religiosas o étnicas;
las divisiones en el seno de la comunidad chiíta; sectores baasistas
reintegrados por el Ejército americano para controlar Faluya.
G.
A.: La fractura más importante no pasa entre chiítas y sunnitas,
sino entre árabes y kurdos. Hoy, los kurdos son la única fracción
de la población iraquí que aprueba la ocupación y que cree que está
interesada en perpetuarla. Es cierto que el Kurdistán iraquí ha
disfrutado, a partir del fin de la primera Guerra del Golfo de 1991,
de una autonomía real y de un estatuto muy privilegiado en comparación
con el resto de Irak.
Ha
escapado a la dictadura de Sadam Hussein. Incluso ha podido prosperar
económicamente sirviendo de pulmón al resto del país sometido al
embargo de la ONU, lo que ha favorecido el desarrollo de todo tipo de
tráficos. Todo esto se ha hecho bajo la protección de los Estados
Unidos y de la Gran Bretaña. Por lo demás, el paisaje político está
fraccionado. No hay una fuerza hegemónica, capaz de gobernar el país.
Por
esta razón, las perspectivas para una cierta forma de democracia en
Irak son reales, en mi opinión, a condición, por supuesto, de que se
ponga fin a la ocupación.
Digo
esto en el sentido en que, por ejemplo, se puede afirmar que Irán es
hoy infinitamente más “democrático” que el reino saudita. En Irán,
hay batallas electorales, que no son un puro simulacro. Hay una
pluralidad de fuerzas políticas, incluso si esto se produce con
ciertos límites bien conocidos. Existe una vida política iraní
realmente conflictiva, que no tiene nada que ver con el integrismo islámico
totalitario del reino saudita, ni con la ex-dictadura semifascista de
Sadam Hussein.
El
potencial en Irak para un cierto funcionamiento democrático es mayor
aún que en Irán, pues no hay fuerza político-clerical iraquí hegemónica.
Además, en el seno de la población, la mayoría chiíta cohabita con
una minoría sunnita, por no hablar de otras minorías, y además,
ninguna comunidad es homogénea. Todo esto contribuye a la existencia
de condiciones objetivas para un funcionamiento pluralista, aunque sea
dentro de ciertos límites.
Los
Estados Unidos, involuntariamente, han creado las condiciones de esta
posible democratización. En efecto, han creído que controlarían más
fácilmente el país destruyendo su aparato de Estado, el de Sadam
Hussein. En los Estados Unidos, casi todo el mundo está de acuerdo
hoy en decir que la disolución del Ejército y de los servicios de
todo tipo, así como la “desbaasificación” -que expulsó a
decenas de miles de funcionarios, la mayor parte miembros del partido
por estricto oportunismo y que no son fácilmente reemplazables- han
representado un error monumental. Los Estados Unidos se han visto así
privados de la única fuerza que habría sido capaz de perpetuar un
control de la población: un aparato de Estado represivo y bien
rodado.
Esto
crea una situación difícilmente reversible. No se reconstruye fácilmente
un aparato de Estado que se ha disuelto hace más de un año. Se ha
visto en Faluya que la tentativa de recurrir a un general de la
ex-Guardia Republicana para estabilizar la situación ha provocado un
follón tal que el Ejército americano ha debido en parte retroceder.
En
este contexto, la única posibilidad de recomponer el Estado iraquí
es hacerlo en un marco pluralista, al menos en un primer momento.
Inprecor:
El Consejo de Seguridad de la ONU ha adoptado finalmente por
unanimidad una resolución que ha ratificado la política
estadounidense en Irak. ¿Cómo explicar lo que podría parecer como
un cambio de los dirigentes franceses, alemanes, rusos y chinos? ¿Ha
hecho concesiones la Administración Bush para lograr ese acuerdo?
G.
A.: Es cierto que el equipo Bush ha hecho concesiones: el solo hecho
de haberse de nuevo dirigido a la ONU es una confesión de impotencia
y una “concesión” por parte de una administración que, hasta una
fecha reciente, tenía una actitud muchísimo más arrogante. París,
Moscú y Pekín están encantados al ver al Consejo de Seguridad
–donde los tres Estados disponen de un escaño permanente y de un
derecho de veto– investido de nuevo de una responsabilidad oficial
en la suerte de Irak. Sin embargo, nadie se engaña: el hecho de que
París y Berlín continúen rechazando participar en la ocupación del
país, en el marco de la OTAN, indica claramente que las dos capitales
saben que el poder real está allí todavía en manos exclusivas de
Washington. Lo que desean, es una verdadera asociación en la gestión
de Irak, y por tanto en el reparto del botín (petróleo y mercado de
la reconstrucción). El pretexto oficial, es que el gobierno puesto en
pie, a pesar del aval de la ONU, no es aún suficientemente legítimo
como para autorizar una presencia militar extranjera. Dicho de otra
forma, París, Berlín y Moscú esperan que se produzca un gobierno
elegido en Irak, lo que, en teoría, debería tener lugar a comienzos
del año que viene. Esperan también un cambio de equipo en Washington
con la llegada al poder de un Kerry mejor dispuesto a asociarles y a
pasar la página del deterioro de las relaciones por causa del
“unilateralismo” estadounidense. Esperan de una y otra elección
que la situación evolucione a favor de sus intereses.
I.:
El nuevo gobierno iraquí anuncia la puesta en pie de una fuerza
armada iraquí. ¿Se trata de una “iraquización” de la ocupación,
a imagen de lo que fue la “vietnamización” en los años 1970? ¿Constituye
la puesta en pie de esta fuerza armada una tentativa tardía de
atraerse a los elementos del antiguo aparato de estado sadamista?
G.
A.: La tentativa de poner en pie una fuerza armada iraquí está en
curso desde el comienzo de la ocupación. Hasta ahora ha sido un
fracaso patente. Tendrían que cambiar muchas cosas para que una
“iraquización” del tipo de la “vietnamización”, es decir, el
reemplazo de las tropas estadounidenses por las de un gobierno local
fantoche se hiciera posible; por otra parte, no olvidemos que la
“vietnamización” no fue más que el preludio de la debacle
final...
Dicho
esto, en el marco de la revisión general de la acción de Washington
en Irak, ha habido también un cambio de peón: el impresentable
Chalabi ha sido reemplazado por el bruto Allawi, que Le Monde ha
calificado, con razón, de “Sadam sin bigotes”. Éste era
partidario, desde el comienzo, de apoyarse en el aparato del régimen
baasista, uno de cuyos barones era él mismo. Tras haber sido acunados
por las ilusiones de los “neoconservadores” (llamados
corrientemente “neocons” en los Estados Unidos), los Estados
Unidos vuelven a la realidad: no encontrarán nada mejor para
controlar Irak que el aparato de Sadam. Pero lo acometen demasiado
tarde, y que lo que habría podido ser una estrategia cínica pero
eficaz, al comienzo, aparece ahora como condenada al fracaso.
L.
B: ¿Cuál es el lugar de los movimientos que tienen una dimensión
democrática y social y que son independientes de las grandes fuerzas
religiosas o políticas?
G.
A.: En este tema hay una decepción enorme. Se podía ser optimista
antes de la invasión: Irak ha conocido en su historia una izquierda
comunista masiva, particularmente en los años 50 y 60 del siglo
pasado. Aunque aplastada en Irak por Sadam Hussein, continuaba
representando en el exilio –donde vivían cuatro millones de iraquís
antes del comienzo de la guerra– una fuerza real.
Se
habría podido esperar que esta tradición, que conservaba raíces en
el país, renaciera de sus cenizas. Sin embargo, el Partido Comunista
Iraquí, tras haber tenido una actitud relativamente correcta antes de
la guerra –se oponía a Sadam Hussein, lo que es elemental, pero
también a la guerra que se preparaba y al proyecto de dominación de
los Estados Unidos– aceptó participar en el CIG designado por el
ocupante. El Partido Comunista Iraquí ha logrado así algo increíble:
pasar de la participación en el gobierno baasista, a comienzo de los
años 70, a la participación en un consejo de colaboradores con la
ocupación americana. Esto ha desacreditado enormemente a ese partido
y a la tradición comunista.
Existen
otras fuerzas más a la izquierda, pero no tienen peso frente a la
situación del país. Como en Palestina, y en toda la región, son los
integristas islámicos con el discurso más radical contra la dominación
occidental quienes han tomado el primer plano y captado el
resentimiento popular. Desde ese punto de vista, las consecuencias de
la actitud del Partido Comunista Iraquí son enormes.
I.:
El PCI se ha integrado al CIG. En los enfrentamientos de Faluya el
Partido Comunista Obrero de Irak (PCOI) ha asimilado los “dos
terrorismos”, es decir el ocupante y los milicianos de Moqtada Al
Sadr. ¿Está la izquierda iraquí condenada o a alinearse con el
ocupante o a situarse por encima de la lucha contra la ocupación?
G.
A.: Es trágico ver que la “oferta” en la izquierda, en el Irak de
hoy se reduce en lo esencial a esas dos organizaciones: por un lado,
un partido que actúa como “colaboracionista” de la ocupación
estadounidense en la peor de las tradiciones estalinistas; por otro,
una organización ultraizquierdista y ultrasectaria, que no podrá
encontrar eco más que entre sectores predispuestos a oír su discurso
de denuncia virulenta del “nacionalismo árabe” y del “Islam político”,
es decir entre una pequeña fracción de los kurdos (el PCOI salió de
la radicalización de una organización nacionalista que actuaba en el
Kurdistán iraní). Hay, por supuesto, otra vía que el alineamiento
tras integristas musulmanes o baasistas y –lo que es, ciertamente,
infinitamente más grave– tras el ocupante. Es la que consiste en
“golpear juntos marchando separados”, no en el sentido de la acción
militar contra el ocupante –ésta es legítima, pero se trata de una
cuestión de relaciones de fuerza y de eficacia estratégica– sino
en el sentido de una campaña de agitación política y de
manifestaciones contra la ocupación, considerando ésta como el
enemigo principal. Es la condición indispensable para poder llevar a
cabo de forma eficaz el combate ideológico, necesario, contra los
integristas y los nacionalistas.
I.:
los recientes secuestros y asesinatos de ciudadanos estadounidenses en
Arabia saudita, seguidos de un impresionante despliegue de las fuerzas
represivas sauditas indican la aparición en ese país de una oposición?
¿Cuales son las líneas de división política en ese país?
G.
A.: Indican no “la aparición”, sino el crecimiento de una oposición
violenta a la familia reinante y a la potencia tutelar estadounidense.
Es un hecho antiguo que el carácter semitotalitario e integrista
musulmán del régimen saudita ha impedido la emergencia en ese país
de toda oposición progresista. Por ello, el resentimiento virulento
hacia el poder y sus dueños no ha encontrado como canal de expresión
más que otra variante del integrismo islámico. Con respecto a esto,
desde la insurrección de La Meca de 1979 hasta Osama Bin Laden
–desde que el despliegue de tropas estadounidense en el suelo del
reino en 1990 ha conllevado el giro de este último contra la casa de
los Saud– hay una constante que está establecida. Las demás
oposiciones potenciales –mujeres, demócratas, etc.– están
cogidos en tenazas entre estos dos polos. Desgraciadamente, el futuro
de la región es cada vez más sombrío, y las modalidades de la
hegemonía estadounidense alimentan esta terrible regresión. El fin
de esta hegemonía aparece como una condición necesaria de la
emergencia de una nueva oposición de izquierdas a escala regional. En
este sentido, los sinsabores de Washington son la única buena
noticia, tanto más en la medida que tienen un alcance mundial y no
pueden sino mejorar las condiciones del combate progresista
antiimperialista en otras regiones del planeta.
La
Brèche: Desde el comienzo de la segunda Intifada, en septiembre de
2000, la represión israelí contra los palestinos no ha dejado de
crecer. La construcción del muro avanza inexorablemente. La
Administración Bush ha dado su luz verde al plan Sharon que cierra la
puerta a los refugiados palestinos e implica la anexión de una parte
importante de Cisjordania. El cuarteto (USA, ONU, UE y Rusia) se ha
alineado con esta posición americana... ¿Qué está ocurriendo? ¿Asistimos
a una nueva Nakba para los palestinos ?
G.
A.: La segunda Intifada ha sido, desgraciadamente, parte integrante de
esta dinámica regresiva. Ha sido mucho menos eficaz que la primera en
la lucha contra la ocupación israelí. Esto deriva del hecho de que
los palestinos, de alguna forma, han caído en la trampa de la
militarización de la Intifada. Creo que, de forma bastante
deliberada, se ha favorecido por parte israelí esta militarización
del enfrentamiento.
Esto
permitía recurrir a los grandes medios, bajo pretexto de que no se
trataba ya de aplastar manifestaciones, sino de llevar a cabo una
guerra; el término es utilizado hasta la saciedad por parte israelí.
Del lado palestino, esta dinámica ha llevado a una fuerte reducción
de la participación popular. La diferencia es llamativa entre el carácter
de masas de la primera Intifada y la segunda. La participación
directa de las mujeres es un índice de ello: era notable en la
primera, está completamente ausente de la segunda. Esto corresponde
perfectamente a lo que deseaba alguien como Ariel Sharon, que jugó un
papel decisivo en la provocación inicial en septiembre de 2000, y que
luego ha podido “surfear” sobre esta situación para ganar las
elecciones de febrero de 2001. Desde entonces, no deja de echar leña
al fuego, pues es de ese brasero de donde saca su propia fuerza.
Hoy,
la situación de los palestinos es peor que nunca en toda la historia
del conflicto israelo-palestino. No ha habido nunca tal desamparo.
Este pueblo está siendo completamente estrangulado; una política
creciente de expulsión está de hecho en marcha. La política del
gobierno israelí crea una situación hasta tal punto insoportable que
obliga a un número creciente de palestinos al éxodo.
Quienes
permanezcan prisioneros de esta situación serán luego concentrados
en algunos enclaves situados bajo alta vigilancia.
Esta
dinámica favorece los extremos por una parte y por otra. Sharon se
beneficia de ello por la parte israelí. En el lado palestino, es
Hamas quien acapara el primer plano, pues este movimiento es el más
violento de todos en su oposición a la ocupación y al sionismo. Esto
agrava el callejón sin salida histórico en el que se encuentra esta
parte del mundo.
L.
B.: En este contexto, ¿cuál es el alcance de la iniciativa de
Ginebra?
G.
A.: Las críticas que se le pueden hacer a esta iniciativa desde el
punto de vista de los derechos de los palestinos son evidentes. Pero
no me extenderé sobre ello, pues, en la situación actual, es una
iniciativa que ha nacido muerta: quienes están en el origen de esta
iniciativa, tanto por la parte israelí como por parte palestina, están
completamente marginados.
Si
el contexto político tuviera que cambiar y el espacio para tales
iniciativas viniera a abrirse de nuevo, adoptaría la misma actitud
que la que tuve a propósito de los Acuerdos de Oslo en 1993.
Consiste, por un lado, en explicar que eso no satisface de ninguna
manera los derechos fundamentales de los palestinos, y por tanto que
eso no resolverá el conflicto. Pero, por otra parte, me parece
evidente que una vuelta a una situación más o menos parecida al período
que ha seguido a los acuerdos de Oslo sería mejor que el infierno
actual y la asfixia a la que los palestinos están ahora condenados.
En definitiva, no apoyaría iniciativas de ese tipo, pero no me sumaría,
tampoco, a una política de lo peor. Habrá que continuar el combate
por los derechos del pueblo palestino, a partir de las pequeñas
conquistas que habrá podido obtener, más que rechazar estas últimas.
L.
B.: La Administración Bush está confrontada a grandes dificultades,
tanto sobre el terreno como a nivel diplomático, como ha mostrado la
decisión de retirada de España de la coalición ocupante. ¿Qué
tipos de respuesta intenta poner en marcha la Administración Bush y
qué debates abre esto en el seno del establishment americano, entre
republicanos y demócratas, sobre la ocupación de Irak y el futuro
del despliegue imperial americano?
G.
A.: La principal diferencia en este asunto entre Kerry y Bush reside
en la mayor disposición de Kerry a repartir de nuevo el pastel, con
Francia y Rusia principalmente, a fin de permitir una
internacionalización mayor de la gestión de Irak, por medio de la
ONU. Piensa que esto permitiría desactivar la violenta oposición a
la ocupación del país. Es lo que quiere decir Kerry cuando afirma
que sería capaz, al contrario que Bush, de volver a establecer lazos
con los aliados.
La
Administración Bush persiste por su parte en querer acondicionar la
presencia americana, sin ceder terreno en cuanto al control de Irak.
Si se tiene en cuenta la evolución de la situación, esto me parece
casi imposible. Pero esto no quiere decir tampoco que una solución
tipo Kerry tenga muchas más oportunidades de resolver la cuadratura
del círculo: mantener el control de los EE.UU sobre Irak –incluso
su presencia militar en el país– a la vez que lo pacifican.
En
efecto, si se entra en un proceso directamente controlado por el
Consejo de Seguridad de la ONU, la presión a favor de elecciones
libres será demasiado fuerte para resistirse a ella. Y difícilmente
veo cómo unas elecciones en Irak podrían llevar al poder a algún
gobierno que se acomodara a la presencia de las tropas americanas.
Dicho
esto, los imponderables son numerosos. Es una región muy inestable,
donde pueden producirse mutaciones brutales. Nadie, por ejemplo, puede
apostar por la perennidad de los regímenes sirio o iraní. La situación
está haciéndose crítica en el reino saudita, sin embargo
relativamente preservado hasta hoy bajo una capa de plomo.
En
realidad, las políticas practicadas hasta ahora por los Estados
Unidos en Oriente Medio, en lo que tienen de común de una
administración a otra, no pueden sino alimentar el desorden y una
forma de descenso a la barbarie; yo había hablado tras el 11 de
septiembre de “choque de las barbaries”.
Por
un lado, el escándalo de los malos tratos y de las torturas
practicadas por los soldados americanos en Irak y en Afganistán, los
centenares de presos privados de todo derecho en Guantánamo, en
violación de las convenciones internacionales, ilustran los pasos
dados en esta espiral regresiva del lado americano. Por el otro lado,
en Oriente Medio, todos los héroes populares son hoy integristas
musulmanes: Bin Laden, los jefes de Hamas, del Hezbollah libanés,
Moqtada Al-Sadr, etc. Se mide así la dinámica regresiva que pesa con
fuerza sobre la región y que hace la situación particularmente sombría.
L.
B.: Pero, ¿no hay también tendencias opuestas?
G.
A.: En este cuadro tan inquietante, hay felizmente algunos pequeños
atisbos de esperanza. El movimiento internacional contra la
mundialización neoliberal y contra la guerra comienza a tener un
impacto, muy modesto por el momento, en países como Marruecos, Egipto
o Siria, y suscita actividades que se inspiran en lo que ocurre en
Europa. El primer Foro Social Marroquí ha reunido a algunos
centenares de personas en 2003 y celebrará una segunda edición este
verano. Un pequeño movimiento contra la mundialización intenta
desarrollarse en Siria. Estos atisbos son, así, debidos esencialmente
a factores exógenos; los factores endógenos alimentan más bien la
radicalización en el terreno del integrismo islámico.
El
impacto nuevo del movimiento altermundialista remite a cambios
importantes: la información circula infinitamente más que en el
pasado en Medio Oriente y en el mundo árabe. Las cadenas de televisión
vía satélite han resquebrajado las chapas de plomo impuestas por los
regímenes autoritarios de la región, que no pueden, tampoco,
controlar completamente el acceso a Internet.
Este
nuevo contexto puede también favorecer la emergencia de nuevas
corrientes de izquierda. Para desarrollarse, éstas deberían
privilegiar los terrenos en los que los integristas son, por esencia,
incapaces de hacerles competencia: el terreno social, los derechos de
las mujeres, la denuncia del capitalismo salvaje y de sus estragos a
escala planetaria. Por supuesto, toda izquierda digna de ese nombre
debe también oponerse a la ocupación y a los planes de dominación
occidentales; pero no podría, en ese terreno, derrotar a los
integristas, que ocupan ampliamente la escena.
(*)
Gilbert Achcar, marxista libanés residente en Francia. Militante de
la Liga Comunista Revolucionaria. Profesor de ciencias políticas en
la Universidad de París-VIII. Autor entre otras obras: Le choc des
barbaries. Terrorismes et désordre mondial (Complexe, Francia, 2002);
L´Orient incandescent.Le Moyen-Orient au miroir marxiste (Editions
Page deux, Suiza, 2003). Fue co-redactor del Atlas de Le Monde
Diplomatique (2003).
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