Desde Sáder City,
Bagdad
Muertos y sepultados
Por Dahr Jamail
Sunday
Herald, Glasgow, 12/12/04
Traducido para Rebelión
por Germán Leyens
El área de Sáder
City en Bagdad es un extenso suburbio pobre con unos tres millones de
habitantes. Es predominantemente chií y el área más pobre de la
capital. La mayoría de los residentes celebraron la caída de Sadam
Husein y de su régimen baasista dominado por los sunníes. El motivo
fue que los chiíes de Sáder, tal vez más que cualquier otro grupo
en Bagdad, sufrieron durante su brutal régimen.
En una pequeña casa
de una habitación en Sáder City vive Sua’ad, viuda, con ocho niños.
“No puedo hacer otra cosa que mirar a mis niños y llorar”, dice,
llorando durante toda nuestra conversación. “¿Qué van a hacer los
niños sin su padre? Haga lo que quiera, las cosas nunca volverán a
ser iguales.”
Hace tres meses el
marido de Sua’ad, Abdullah Rahman, de 30 años, fue muerto después
de verse atrapado en el fuego cruzado entre fuerzas de EE.UU. y el Ejército
Mahdi del clérigo chií Muqtda al-Sáder. En Sáder City – antes
Sadam City – la economía está arruinada. Los suministros de
electricidad son irregulares y el agua es tan sucia que hay constantes
brotes de cólera, Hepatitis-E y diarrea.
Como muchos
vecindarios en todo Irak, Sáder ha vivido más sufrimiento de lo que
sería humano. Es el tipo de lugar en el que las cifras de víctimas
civiles, aunque difíciles de controlar, son indudablemente elevadas.
El mes pasado. The
Lancet, la principal publicación médica en Gran Bretaña, publicó
un informe que estimaba que ha habido 98.000 víctimas civiles en Irak
como resultado de la invasión y ocupación dirigidas por EE.UU.
El informe, que vino
después de otra evaluación realizada por el grupo no gubernamental
Iraq Body Count (IBC) ha causado llamados a Tony Blair de parte de una
serie de antiguos diplomáticos, militares y académicos para que
realice una investigación de las muertes civiles. Dicen que el Reino
Unido, igual que EE.UU., tiene un deber establecido por el derecho
internacional de registrar las muertes – una afirmación rechazada
por el Secretario del Exterior, Jack Straw.
“Se trata de un cálculo
basado en informes de los medios, que no consideramos fiable. Incluye
muertes de civiles a manos de terroristas así como de las fuerzas de
la coalición”, insistió Straw en una declaración escrita a la Cámara
de los Comunes en noviembre.
Sea cual sea la
verdad sobre las cifras, éstas no transmiten el dolor y el impacto
económico sobre familias como la de Sua’ad Rahman que perdieron a
un padre, un marido o un hijo.
“Durante su último
día hizo su trabajo vendiendo ropa usada”, dijo suavemente Sua’ad.
Abdullah había venido a casa a comer con su familia. Jugó con su
hijo de siete años, y luego salieron a ver lo que pasaba cuando
estalló el combate. Volvió poco después a decirle a Sua’ad que
tenía que ir a cerrar su pequeña tienda. Aviones jet de combate
tronaban por el cielo lanzando bombas, y se escuchaba el fuego de
armas ligeras en las calles.
“Su negocio es todo
lo que tenemos”, explicó Sua’ad, “le pedí que no fuera, pero
dijo que ya volvía.”
Pero su esposo nunca
volvió. El hijo mayor de Sua’ad, Ahmed, tiene 14 años. Su pequeña
casa está casi vacía. Fuera de infrecuentes regalos de los vecinos,
no tienen ingresos.
“Era nuestro padre,
y lo necesitamos tanto”, explica mientras alza sus brazos, con un niño
pequeño sentado en su regazo. “Era toda mi vida”.
Se detiene para
respirar, pero no deja de llorar. “Ahora vivimos solos. Tengo cuatro
niños con asma. A veces no pueden respirar y no puedo hacer nada por
ellos. Todo lo que hago es estar de pie junto a ellos y llorar. Me
ayudaba llevándolos al hospital y trayéndoles medicinas, pero ahora
golpeo en las puertas de los vecinos”.
Mira afuera mientras
las lágrimas corren por sus mejillas. “Dios me vengará contra los
estadounidenses. Ahora tengo ocho huérfanos y yo soy la novena. Por
convertirnos en huérfanos, Dios los va a echar a patadas de nuestro
país. Mi marido no hizo nada”,
Sua’ad viven en la
parte norte de Sáder City, un área en el que tuvieron lugar los
choques más violentos durante el verano pasado. Aunque los militares
de EE.UU. no llevan la cuenta de las víctimas iraquíes, la oficina
de Muqtada al-Sáder estima que 800 personas fueron muertas en los
combates en este sector el verano pasado antes de que se llegara a un
alto el fuego.
El área fue
frecuentemente bombardeada por aviones de guerra y helicópteros de
EE.UU. La gente sigue siendo herida por bombas de racimo que no
estallaron, abandonadas en las pequeñas callejuelas entre las casas
abarrotadas.
Al otro lado de la
calle de Sua’ad, donde mercados atestados de gente venden ropa y
zapatos usados en viejos puestos de madera que atiborran las aceras,
se encuentra la casa de la familia Haider.
La madre, de
cincuenta años, Um Haider, vive con otros 21 miembros de la familia y
parientes en una vieja casa de tres piezas, sin baño. Charcos de
aguas servidas se acumulan cerca de los muros externos del
desvencijado edificio.
Su marido fue muerto
en la guerra contra Irán y su hijo de 20 años, Ahmed, murió durante
los recientes combates en su área. Su viuda está embarazada y espera
el bebé para el próximo mes.
“Era tan cortés y
religioso, pero no era un combatiente”, dijo Um Haider, llorando, al
hablar de su hijo muerto.
El día en que Ahmed
fue muerto, un tanque había sido destruido por el Ejército Mahdi.
Ella salió para ver lo que ocurría, y él fue alcanzado en la cabeza
por metralla de un cohete disparado contra los combatientes por un
helicóptero de EE.UU.
“Su sangre me cubría
por todas partes mientras él rezaba para que Dios nos salvara”,
dijo.
Su hijo mayor, Ali, y
sus dos tíos trabajan como jornaleros para apoyar a la familia. Um
Haider va todos los días a la tumba de su hijo.
Abu Khadim, sentado
cerca sorbiendo te, habla de la muerte de su sobrino: “Los
estadounidenses sacaban a todos del hospital en Sáder City si estaban
heridos, porque pensaban que eran todos del Ejército Mahdi”, dijo.
“Así que lo sacamos de Sáder City. Pero igual, falleció el día
después”.
Ali, hermano de Ahmed,
expresó la cólera sentida por tantos iraquíes que han perdido a sus
seres queridos por causa de las fuerzas de la coalición. “Cuando
crezca, me voy a comprar una Kalashnikov y voy a usarla para
dispararle a los estadounidenses”, dijo.
En otra pequeña casa
en la zona viven Salam Mussa con las seis hijas, dos hijos y la viuda
de su hermano Naim que fue muerto. Naim, de 32 años, estaba en el
mercado cercano cuando estalló el enfrentamiento entre el Ejército
Mahdi y las fuerzas de ocupación. Fue muerto por las tropas de EE.UU.
“Gano 110 dólares
por mes, pero no alcanza”, dijo Salam al contarnos cómo se las
arregla la familia. “Cuando los chicos oyen tanques afuera dicen que
son los que mataron a su padre”.
La madre de Naim
Kussir lloró cuando su marido recordó a su hijo muerto.
“Es el tercer hijo
que me matan. Los estadounidenses son unos salvajes. No hacen otra
cosa que producir injusticias.”
Rheem, la viuda de
Naim, tampoco puede dejar de llorar. “Mis niños miran continuamente
las fotos y lo recuerdan tanto. Zenab es la peor. Cada día mira las
fotos y pregunta cuando volverá”.
Zenab tiene cuatro años
y lleva ropas ajadas. Está cerca, a punto de llorar. “No quiero a
los estadounidenses porque mataron a mi papá. Me asustan con sus
helicópteros todos los días. Quiero que mi papá vuelva y que vuelva
a comer conmigo. Es todo lo que quiero”.
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