En
Bagdad, prepotencia de soldados temerosos sobre una población
aterrorizada
La
ciudad del miedo se apresta al ejercicio democrático
Por
Robert Fisk
The Independent, 12/01/05
Traducción para La Jornada, México de Gabriela Fonseca
En
un país tribal, más que sectario, Powell advierte constantemente
sobre una "guerra civil"
Bagdad.
El periodismo es un mundo de frases hechas, pero la primera que viene
a la mente es cierta. Bagdad es la ciudad del miedo. Iraquíes
temerosos, milicianos temerosos, soldados estadounidenses temerosos,
periodistas temerosos. El 30 de enero, día en que las bendiciones de
la democracia lloverán sobre nosotros, se aproxima con toda la
certeza y la velocidad del día del juicio final.
El
último video de Zarqawi mostró la ejecución de seis policías iraquíes.
Cada uno muerto de un tiro en la nuca, uno a uno. Un sobreviviente se
finge muerto. Un hombre armado, a sus espaldas, se le acerca
sigilosamente y le revienta la cabeza a balazos.
Estas
imágenes persiguen a todos
En
el cruce de Al Hurriya, la mañana del martes, cuatro camiones llenos
de guardias nacionales iraquíes -los futuros salvadores de Irak, según
George W. Bush- pasaron junto a mi automóvil. Sus rifles parecerían
púas de puercoespín apuntadas hacia todos los automovilistas, hacia
todos los transeúntes que caminan sobre el pavimento.
Todos
van enmascarados con capuchas negras o pasamontañas o kuffiyas, que sólo
dejan ver sus ojos espantados. Poco antes de que la localidad de
Mahmoudiya, al sur de Bagdad, finalmente cayera en manos de
insurgentes, el verano pasado, la misma escena podía verse en sus
calles. Ahora la veo en la capital.
En
la plaza Kamal Jumblatt, a un lado del río Tigris, dos Humvees
estadounidenses se acercan a un retorno. A bordo de ellos, hombres
armados con ametralladoras gritan a los conductores que no se
acerquen. En un gran letrero escrito en árabe al costado de cada vehículo
militar se lee: "Prohibido. No rebase este convoy. Manténgase a
50 metros de distancia". Los automovilistas obedecen; ya conocen
el significado de la frase deadly force ("fuerza mortal" o
bien "se disparará a matar"), que aparece en los puestos de
control estadounidenses.
Pero
los dos Humvees llegan a un enorme embotellamiento; los hombres
armados nos gritan que retrocedamos. Cuando un taxi no obedece a los
estadounidenses y les bloquea el camino, un soldado del vehículo que
encabeza el convoy le arroja una botella de plástico llena de agua, y
el taxista se sube al camellón. Un camión recibe el mismo trato del
Humvee. "¡Retroceda!", grita otro soldado armado mirándonos
a través de sus anteojos oscuros. Desesperadamente intentamos volver
atrás en el embotellamiento.
Sí,
los rusos probablemente hayan arrojado granadas de mano en Kabul. Pero
aquí los aterrados "libertadores" de Bagdad arrojan
botellas de agua a los iraquíes que supuestamente deben disfrutar la
democracia que será impuesta por Estados Unidos el 30 de enero.
Que
nadie dude de esta otra escena extraordinaria: el Humvee de atrás
lleva escrita en el parabrisas la identificación "especialista
Carrol".
Estoy
seguro de que el "especialista Carrol" considera potenciales
atacantes suicidas a todos los automovilistas que lo rodeamos;
asesinos sobre ruedas y no puedo culparlo. Uno de esos atacantes
acababa de ir a la estación policial de Tikrit, al norte de Bagdad, y
se hizo estallar, matando al menos a seis policías.
A
la vuelta de la esquina descubro la razón del embotellamiento: policías
iraquíes repelen a cientos de automovilistas desesperados por obtener
combustible. Los conductores se niegan a seguir haciendo cola por algo
que Irak tiene en grandes cantidades: petróleo.
Llego
al restaurante Ramaya para comer y está cerrado. Están construyendo
una pared de seguridad de 20 metros en torno a la zona. Así que me
dirijo a Rif para comer pizza, y mientras espero toco en el piano la
tonada Air on a G-string, mientras vigilo la entrada por si entra
alguien a quien no quiero ver.
Los
meseros parecen nerviosos. Parecen contentos de traerme mi pizza en 10
minutos. No hay nadie más en le restaurante y vigilan la calle como
conejos asustados. Están esperando el auto.
Llamo
a un viejo amigo iraquí que solía publicar una revista literaria
durante el régimen de Saddam. "Quieren que vote, pero no pueden
protegerme", dice. "Quizá no haya un atacante suicida en la
casilla de votación, pero van a estarme vigilando. ¿Qué pasará si
tres días más tarde arrojan en mi casa una granada de mano? Los
estadounidenses van a decir que hicieron lo más que pudieron, la
gente de Allawi dirá que soy un mártir de la democracia. ¿Crees que
pienso ir a votar?".
En
la universidad de Moustansariya -una de las mejores en Irak- los
estudiantes de literatura inglesa están a punto de presentar su
examen final del periodo. Enero marca el término de los semestres
iraquíes. Pero un estudiante me comenta que sus compañeros dijeron
al maestro -así de peligrosos son estos tiempos- que no estaban
preparados para presentar el examen. En vez de reprobarlos, el maestro
optó dócilmente por posponerlo.
Conduzco
de regreso por el crucero de Al Hurriya, a un costado de la Zona
Verde, y aparece ahí de pronto un gran vehículo negro descubierto,
lleno de hombres armados con pasamontañas. "¡Retroceda!",
le gritan a todo conductor que pretende cruzar la intersección. Bajo
la ventanilla e inmediatamente la portezuela del vehículo se abre de
golpe. Sale un occidental -rubio y de ojos azules- que usa un
pasamontañas y apunta a mi auto con un rifle Kalashnikov. "¡Retroceda!",
vocifera en un árabe horrendo.
El
mismo hombre es el que abre paso en la intersección seguido de tres
camionetas blindadas, con cristales polarizados, cuyas llantas
rechinan sobre el camino; llevan a los sagrados occidentales hacia la
dudosa seguridad de la Zona Verde, el complejo herméticamente sellado
desde donde supuestamente se gobierna a Irak.
Advertencias
de occidente
Le
echo un vistazo a la prensa iraquí. Colin Powell advierte nuevamente
de una "guerra civil" en Irak. ¿Por qué los occidentales
insisten en amenazar con la guerra civil a un país cuya sociedad es
tribal, más que sectaria? De todos los periódicos es el kurdo Al
Takhri, leal a Mustafa Barzani, el que hace esta misma pregunta.
"Nunca ha habido una guerra civil en Irak", ruge el
editorial. Y tiene toda la razón. Así es como vamos "a toda máquina"
hacia las temidas elecciones del 30 de enero y hacia la democracia.
Los
generales estadounidenses, con su singular mezcla de mendacidad y
esperanza en medio de la insurgencia, dicen ahora que sólo cuatro de
las 18 provincias de Irak podrían no participar
"plenamente" en las elecciones. Buena noticia. Hasta que se
sienta uno a analizar las estadísticas de población y se da cuenta
de que -como desde luego lo saben los generales- en esas cuatro
provincias habita más de la mitad de la población de Irak.
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