Carta
de un soldado de EE.UU. en Faluya:
"Esto
no fue una guerra, fue una matanza"
Por
hEkLe
ZNet, enero 2005
[Publicamos
a continuación una carta escrita por un soldado de EE.UU. apostado en
Irak, conocido como hEkLe, que da a conocer convincentemente el terror
del ataque de EE.UU. contra Faluya. Fue publicada en GI Special,
una hoja informativa diaria en Internet que reúne noticias e
informaciones útiles para los soldados y sus familias. Se puede
encontrar un archivo actualizado de GI Special en cada nueva
edición de www.militaryproject.org. hEkLe y varios de sus compañeros
soldados tienen un blog con ensayos en la red que ponen al día
regularmente, www.ftssoldier.blogspot.com.]
Son
días terribles para los militares estadounidenses en Irak. Parece que
adonde mires hay más y más soldados muertos o mutilados en duros
encuentros con decididos combatientes rebeldes.
La
insurgencia aumenta increíblemente en sitios como Bagdad, Mosul y
Baquba, utilizando técnicas y armas más avanzadas asociadas con una
campaña guerrillera bien organizada. Incluso en la ciudad de Faluya,
completamente destruida, las fuerzas rebeldes comienzan a reaparecer
con dura determinación de vencer o morir en el intento. Muchos críticos
y expertos políticos comienzan a comprender que no se puede ganar
esta guerra.
¿Y
por qué iba a haber quien pensara que una victoria total es posible?
Convencionalmente, las fuerzas de EE.UU. ganan territorio por aquí o
por allá, matando a una plétora de civiles e insurgentes en cada
nueva frontera que conquistan. Sin embargo, como en el reciente caso
de Faluya, los combatientes rebeldes volvieron como un enjambre de
avispones enfurecidos, atacando con un cruento frenesí.
Estuve
en Faluya durante los últimos dos días del asalto final. Mi misión
era muy diferente a la de esos valerosos y cansados soldados y Marines
involucrados en los combates principales.
Me
encontraba en una misión de escolta, acompañado por un batallón
cuya tarea era proteger a un alto oficial en la zona de combate. Ese
oficial particularmente arrogante fue a la última batalla con el
mismo espíritu de un espectador imparcial que mira los últimos
minutos de un partido de fútbol.
Una
vez que llegamos al Campo Faluya ocupado por los Marines y vimos que
la artillería disparaba hacia la ciudad, el tipo repentinamente se
desesperó por tener un papel activo en la batalla que convertiría a
Faluya en cenizas. Ya se había rumoreado que lo que verdaderamente
quería era tener la posibilidad de tener su mano en el gatillo, tal
vez para demostrar que era el cowboy más duro al oeste del Éufrates.
Individuos como él hay a montones en el ejército: un soldado de
carrera que pasó los primeros 20 años de su servicio patrullando el
Muro de Berlín o protegiendo la zona desmilitarizada entre Corea del
Norte y del Sur. Ese tipo de oficial podrá haber tenido la suerte de
servir en la primera Guerra del Golfo, pero es muy probable que haya
pasado muy poco tiempo disparando contra rag heads [cabezas con
turbantes, apodo despectivo de los estadounidenses hacia los árabes,
N.T.].
Para
esos tipos duros de gatillo fácil, las últimas dos décadas de
hostilidades de la Guerra Fría se convirtieron en un frenesí bélico
de un vacío dramático, que se acabó casi por completo con la
administración Clinton.
Pero
esta es la Nueva Guerra, la "Alerta Roja" sin fin, plena de
acción, en la que la amenaza comunista de antaño fue simplemente
reemplazada por la extrema tensión de la actual "guerra contra
el terrorismo".
Los
soldados más jóvenes, que crecieron en tiempos relativamente pacíficos,
interpretan la mentalidad de los carreristas como una compensación
por oportunidades perdidas. Para la generación mayor de gatillo fácil,
esto es la oportunidad real: la ocasión para utilizar todos esos
juguetes fantásticos y el entrenamiento de alta velocidad que tenían
guardado desde los años 70 para algo tangible, útil... y ya era
hora.
Sin
embargo, al llegar a la línea del frente, se había establecido una
regla de seguridad que señalaba que el combate urbano era
extremadamente intenso. Los vehículos más ligeros aceptados en el
sector eran los tanques Bradley.
Echando
una mirada a nuestros Humvees blindados, este comandante insistió en
que nuestra sección estaba bien. A pesar de que los Humvees blindados
son muy macizos y casi impenetrables contra fuego de armas de poco
calibre, usualmente no resisten igual de bien a ataques con cohetes y
a bombas al borde de la ruta como un tanque con blindaje pesado. Los
informes de dentro de la zona de guerra mencionaban fuertes ataques
con cohetes, y un insurgente armado en cada esquina a la espera de
objetivos blandos como camiones.
Finalmente
exhortaron a nuestro oficial súper entusiasmado a que no entrara al
sector con sólo tres camiones, lo que sería suicida en esas
peligrosas horas de penumbra. Sugirieron que en la mañana, después
del fin de los ataques aéreos, podría entrar en acción e
"inspeccionar los daños".
Incluso
cuando el sol se ponía en el nebuloso horizonte anaranjado, la
artillería martillaba el 12 por ciento restante de la ya devastada
Faluya.
Sacaron
muchas unidades durante la noche en preparación para un ataque aéreo
total con una duración programada de hasta 12 horas.
Nuestro
pelotón estaba ubicado sobre nuestros Humvees aparcados, sirviendo
las ametralladoras manejadas por equipos y estudiando el paisaje
urbano a la busca de actividad enemiga. Se suponía que estábamos en
un área de operación avanzada segura, justo al borde de la zona de
combate. Sin embargo, sin un perímetro de alambrada de púas y con sólo
unos pocos tanques dispersos como protección, se suponía que si
alguien descuidaba un detalle menor mientras estaba de guardia,
cualquier cosa podría ocurrir.
Un
soldado me informó que sólo dos noches antes, sorprendieron a un
insurgente que merodeaba alrededor de las casas acribilladas al oeste
de donde nos encontrábamos. Iba armado con un lanzagranadas y se
arrastraba hacia el perímetro. Uno de los tanques lo vio con su visión
nocturna y rápidamente lo partió en tres. Por cierto, aunque nos
sentíamos bastante seguros como para fumarnos un cigarrillo y
descansar, uno tenía que mantenerse muy consciente de sus alrededores
si quería vivir hasta la mañana. Mientras terminaba la tarde y la
artillería continuaba, un nuevo rugido macabro llenó el cielo.
Los
cazabombarderos llegaron puntualmente y comenzaron su grandiosa
actuación con una serie de masivos ataques aéreos. Entre las
aniquiladoras bombas y la feroz artillería, el cielo parecía
inflamarse cada vez durante minutos. Primero se veía un resplandor en
el horizonte, como un relámpago que caía en un depósito de
dinamita, y luego se escuchaba la tremenda explosión que te daba
vuelta el estómago, te hacía saltar los ojos y te golpeaba profundo
en el estómago. Aunque esas bombas eran lanzadas a no más de cinco
kilómetros de distancia, se sentía como si estuviera ocurriendo
directamente delante de tu cara.
Primero,
era imposible no sobresaltarse con cada estampido inesperado, pero
después de varias explosiones intensas, tus sentidos se acostumbraban
y las aceptaban.
A
veces, los jets pasaban bajo, aullando sobre la ciudad, y abrían
fuego con misiles más pequeños hechos para una extrema exactitud. Es
lo que le faltaba a Top Gun, a pesar de toda su gloria y su aclamación
en la pantalla, en los carísimos efectos sonoros de la película.
Esos
misiles aéreos rugían siniestramente, como un cohete en una botella
llena de plutonio, y de repente ya no se les oía. Segundos después,
una colosal explosión desgarraba los aires y martillaba su devastación
en el suelo, lanzando llamas y escombros.
Y
como siempre, las salvas de la artillería eran altamente explosivas,
algunas de iluminación, decían que otras eran de fósforo blanco (el
napalm de nuestros días).
Ocasionalmente,
en los alrededores del área de impacto aislada, se podía oír a
tanques disparando con ametralladoras y sus cañones. Era sorprendente
que hubiese algo que pudiera sobrevivir un semejante ataque mortífero.
Repentinamente, llegó una transmisión por la radio aprobando el
pedido de "revienta-búnkeres". Aparentemente, había un puñado
de reductos de insurgentes que eran impenetrables para la artillería.
Entonces yo no sabía cuándo utilizaban esos revienta-búnkeres, pero
después me dijeron que esas explosiones increíblemente grandes eran
el resultado directo de esos misiles del tipo "solución
final".
Continué
contemplando el asalto final contra Faluya durante toda la noche desde
mi Humvee.
Era
interesante examinar los vastos cielos con gafas de visión nocturna.
Durante toda la batalla hubo una serie de helicópteros de ataque que
volaban permanentemente en círculos sobre la ciudad. Los más
devastadores eran los Cobras y los Apaches con sus lanza misiles en
serie.
Gracias
a la visión nocturna se les podía ver rondando por sobre la carnicería,
examinando el suelo con rayos infrarrojos que parecían tener un
alcance de kilómetros. Una vez que identificaban un objetivo,
resonaba una rápida serie de estallidos huecos y desde el suelo
llegaba un ra-ta-ta- de explosiones, como una cadena ordenada de
petardos sobrecargados.
Más
artillería, más tanques, más tiros de ametralladoras, ominosos
bombarderos que liquidaban manzanas enteras de la ciudad de una
vez.... no era una guerra, ¡era una matanza!.
Al
recordar los ataques aéreos que duraron hasta bien entrada la mañana
siguiente, no puedo dejar de sorprenderme ante nuestra moderna
tecnología y de asquearme por sus usos.
Muchas
veces se me ocurrió durante el cerco que mientras la resistencia de
Faluya nos combatía audazmente con armas arcaicas de la Guerra Fría,
nosotros rondábamos muy alto por sobre sus cabezas lanzando la furia
de Thor con un poder destructivo y una precisión que igual podría
haber sido nuclear. Era como si los iraquíes llevaran un cuchillo a
una batalla de tanques.
Y
a pesar de todo, la resistencia continuaba, muchos combatían hasta la
muerte. ¡Qué determinación!.
Algunos
soldados los llaman estúpidos por pensar que tendrían la más mínima
probabilidad de derrotar al ejército más poderoso del mundo, pero yo
los llamo valientes. No se trata de combatir para lograr una victoria
inmediata. Y ¿de qué vale una victoria convencional en una guerra no
convencional?.
Parece
abrumadoramente evidente que esto ya no está en las manos de Estados
Unidos.
Redujimos
Faluya a polvo. Gritamos victoria y le dijimos al mundo que teníamos
a Faluya bajo un control total y completo. Nuestros militares
afirmaron que hubo muy pocas víctimas civiles y que había miles de
insurgentes muertos. CNN y Fox News machacaron y
aclamaron en la televisión que la batalla de Faluya sería
considerada por la historia como un éxito total y un testimonio de la
supremacía de Estados Unidos en el campo de batalla moderno.
Sin
embargo, pasada la tormenta, cuando los generales estaban sentados en
sus cómodas oficinas fumando sus puros para celebrar la victoria, las
líneas del frente en Faluya estallaron nuevamente con indomables
ataques de morteros, cohetes y armas ligeras contra las fuerzas de
EE.UU. y de la coalición.
Informes
recientes indican que numerosos insurgentes han reaparecido en la
ciudad devastada de Faluya. Ya habíamos pretendido que la situación
estaba bajo control y que comenzábamos a concentrar nuestra atención
en la otra ciudad problemática: Mosul. De repente nuestra atención
tuvo que volver a Faluya. ¿Le mintieron al público el Departamento
de Defensa y la prensa nacional al presumir de otra victoria
preventiva?
No
necesariamente. Convencionalmente, ganamos la batalla – ¿quién
podría negarlo? Destruimos toda una ciudad y matamos a miles de sus
habitantes. Pero el aspecto principal que no analizan los militares ni
el público es que esta guerra, sin duda alguna, es totalmente de
guerrillas.
Algunas
veces me pregunto si los oficiales graduados de West Point han
estudiado alguna vez la intrincada simplicidad y efectividad de la
guerra de guerrillas.
Durante
esta guerra, he preguntado ocasionalmente a un teniente o a un capitán
escogidos al azar si en algún momento habían hojeado la Guerra de
Guerrillas de Che Guevara. Casi la mitad de ellos admitieron que no.
¡Lo considero sorprendente! ¡Tenemos por delante muchos años de
guerra de guerrillas y nuestra dirección militar parece
peligrosamente ignorante de lo que significa!.
Cualquiera
te puede decir que un guerrillero es una persona que utiliza técnicas
de ataque de sorpresa en el intento de quebrantar una fuerza
convencional más fuerte.
Sin
embargo, lo que es más importante en una campaña guerrillera es la
fuerza política que la impulsa. A través de la historia, muchos ejércitos
guerrilleros han tenido éxito, nuestro propio país y su lucha por la
independencia no pueden ser excluidos.
Deberíamos
haber aprendido una lección sobre la guerra de guerrillas en la
Guerra de Vietnam hace sólo 30 años, pero la historia tiene un modo
extraño de repetirse. La Guerra de Vietnam fue un perfecto ejemplo de
cómo ataques rápidos, letales, contra tropas convencionales durante
un largo período pueden conducir a una visión pública impopular de
la guerra, y por lo tanto a que ésta termine.
Che
Guevara subrayó en su libro Guerra de Guerrillas que el factor
más importante en una campaña guerrillera es el apoyo popular. Al
tenerlo, la victoria ya está casi totalmente asegurada.
Los
iraquíes poseen ya muchos de los principales ingredientes de una
insurrección exitosa. No sólo tienen un suministro aparentemente
inagotable de munición y armas, tienen la ventaja de fundirse con su
entorno, sea en un mercado abarrotado o en un denso palmeral.
El
insurgente iraquí ha utilizado al máximo estas ventajas, pero su
ventaja más importante y más relevante es el apoyo popular de sus
propios compatriotas.
Lo
que tienen que comprender nuestros militares y el gobierno es que cada
error que cometemos es una ventaja para la insurrección iraquí. Cada
vez que un hombre, una mujer o un niño son asesinados en un acto
militar, deliberado o no, el insurgente se fortalece.
Incluso
cuando un civil inocente muere a manos de sus propios combatientes por
la libertad, esos combatientes siguen siendo considerados como
guerrilleros del pueblo, mientras que la fuerza ocupante será culpada
en última instancia como el perpetrador responsable.
Todo
en esta guerra es político... cada emboscada, cada atentado, cada
muerte. Cuando un trabajador o soldado de la coalición es secuestrado
y ejecutado, esto sólo agrega aliento y justicia al fervor disidente
del público iraquí, mientras enfurece y desmoraliza al ocupante.
Nuestros
propios medios también serán nuestra perdición. Cada vez que una
atrocidad es revelada a través de nuestros medios noticiosos, nuestro
dominio sobre esta nación que otrora fue laica se desvanece. A medida
que EE.UU. se inquieta cada vez más con las imágenes de carnicería
y muerte violenta de sus propios hijos en armas, su gobierno pierde la
justificación para continuar con esta catástrofe sangrienta. Ya que
todas estas características son errores inevitables del poder
convencional, es seguro que la campaña de guerrillas tendrá éxito.
En
el caso de Irak, la destrucción total de las fuerzas armadas de
Estados Unidos es imposible, pero la insurgencia terminará por
expulsarnos con su perseverancia. Será el resultado inevitable de la
guerra.
Perdimos
muchos soldados en la batalla final por Faluya y muchos más sufrieron
heridas serias. Parece injusto que incluso después de la devastación
que llevamos a esta ciudad sólo para controlarla, vayan a morir en
vano muchos soldados más sólo para que siga bajo control.
Vi
la mirada en los ojos de un explorador de reconocimiento cuando hablé
con él después de la batalla. Sus historias de sangre y muerte
violenta crispaban los nervios. Los sacrificios hechos por él y todo
su pelotón fueron infinitos. Combatieron todos los días casi sin
dormir, con muy pocas interrupciones y sin una comida caliente.
Por
razones obvias, nunca tuvieron el tiempo necesario para enviar correos
electrónicos a sus madres para decirles que estaban bien.
Algunos
de los miembros de su pelotón tendrán la oportunidad de confortar a
sus madres porque, ahora, esos soldados están muertos.
La
mirada en sus ojos al contar algunas de las historias era profunda y
desalentada, incluso perturbada. Describió en detalles exactos cómo
algunos combatientes enemigos fueron destrozados por bazucas del ejército,
a otros les volaron la cabeza con balas de calibre 50, otros fueron
aplastados por tanques mientras los enfrentaban, desafiantes, en medio
de calles estrechas, disparando un AK-47.
Me
contó cómo uno de sus sargentos más apreciados murió justo delante
de él. Estaba oculto detrás de un muro en una callejuela, y cuando
salió para disparar su rifle M4, le dieron en el abdomen con una
granada propulsada por cohete.
La
granada estalló y lanzó metralla a la pierna de mi interlocutor. Me
mostró el sitio del que habían arrancado un trozo de carne quemada
de su muslo izquierdo.
Terminó
su conversación diciendo que no era más que un muchacho tonto de
California, que nunca pensó que al entrar al ejército se iba a ir
directo al infierno. Me dijo que estaba más cansado que el diablo y
que quería darse una ducha. Y se fue lentamente, sujetando su rifle
bajo el brazo.
[Este
artículo fue reimpreso de Socialist Worker online, 3 de diciembre de
2004]
Traducido por Germán Leyens y revisado por Stephanie Díaz
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