Polémica Achcar–Callinicos sobre las elecciones
(1)
Publicado en
Znet/Rebelión, 24/01/05
Los intelectuales Gilbert Achcar, de
Le Monde
Diplomatique y Alex Callinicos, del Socialist Workers Party (SWP)
de Gran Bretaña, expresan su diferencia de opiniones ante las próximas
elecciones iraquíes y el papel del movimiento contra la guerra y la
ocupación.
1) Sobre las próximas elecciones en Irak
Por
Gilbert Achcar, Znet, 03/01/05
Traducido para Rebelión por Felisa Sastre
La hipocresía de la administración de Bush no
tiene límites: cuando George W. Bush y sus compinches alardean de las
próximas elecciones como un logro de la misión civilizadora que,
supuestamente, han asumido para llevar la democracia a los atrasados
musulmanes, recuerdan a un empresario que presume de haber subido los
salarios de los obreros de su fábrica como una muestra de su
diligencia para mejorar su nivel de vida cuando, en realidad, la
subida le fue impuesta porque los trabajadores se declararon en
huelga.
La realidad del asunto es que la democracia jamás
ha sido sino un pretexto secundario de la administración Bush para
controlar la estratégica y crucial región que se extiende desde el
Golfo Arábigo–Pérsico hasta Asia Central, un pretexto surgido tras
otros como el de Al–Qaeda o las armas de destrucción masiva. La
mayoría de los vectores de la influencia estadounidense en la región
son regímenes despóticos, que van desde el más antiguo aliado de
Washington y más antidemocrático de todos los Estados, el Reino Saudí,
a los aliados más recientes, los estados policíacos de las repúblicas
pos–soviéticas, más parecidas a una mafia, como Azerbaiján,
Kirguizistán o Uzbekistán que funcionan como paladines de la
democracia al estilo de los generales Mubarak en Egipto y Musharraf en
Pakistán.
Washington sólo apoya elecciones cuando hay muchas
probabilidades de que las ganen sus secuaces. Cuando Arafat se enfrentó
al desafío de Bush y Sharon sobre su legitimidad, y propuso la
celebración de elecciones en los territorios palestinos, la propuesta
fue rechazada categóricamente, dado que estaba claro que iba a
ganarlas por abrumadora mayoría ya que el pueblo palestinos le
hubiera votado como desafío a Israel y EE.UU. Por eso, tras su
muerte, aceptaron la celebración de elecciones, no sin interferir
significativamente en el proceso mediante la intimidación del otro
candidato para que se retirara, la hostilidad hacia los demás y
llevando a cabo públicamente campaña a favor de su preferido, tal
como hizo Blair en su visita a Abu Mazen con este propósito.
Es cierto que se organizaron elecciones en Afganistán
pero sólo porque nada estaba en juego: a los Talibán y otras fuerzas
políticas contrarias a EE.UU. se les impidió participar y ningún señor
de la guerra se hubiera arriesgado a oponerse seriamente a Estados
Unidos para conseguir una posición de mero representante de las
autoridades estadounidenses en Kabul. Los señores de la guerra
afganos saben que resulta más eficaz controlar libremente sus feudos
que el control que mantiene Karzai en la capital, el único lugar del
Estado donde ejerce algún tipo de autoridad real por delegación. Por
segunda vez le han aceptado como presidente en unas elecciones ridículas,
de la misma forma que lo hicieron en la primera ocasión tras sus
trapicheos con Washington antes de la caída de Kabul– aunque no era
un cero a la izquierda tanto en base social cuanto en fuerza militar,
su colaboración con la CIA constituía sus "credenciales".
Karzai fue aceptado, precisamente, porque ninguno de los señores de
la guerra lo percibían como una amenaza real.
En Irak no existe algo semejante. Allí, desde el
principio, la ocupación estadounidense ha tenido que enfrentarse al
vacío de poder creado por su invasión y agravado por la decisión de
Bremer, inspirada por los neoconservadores, de desmantelar lo que
quedaba del aparato de poder del ba'azismo. Salvo la prácticamente
autónoma región del Kurdistán en el Norte, no existían señores de
la guerra en Irak con auténtico poder. De esta manera, Washington se
ha enfrentado a la "paradoja de la democracia" (Huntington)
producida por el hecho de que una abrumadora mayoría de los árabes
iraquíes eran– y lo son todavía más ahora– hostiles a que
Estados Unidos controlara su país y de ahí que cualquier gobierno
elegido democráticamente habría de intentar acabar con la ocupación.
Esta "paradoja" lleva a otra: Estados
Unidos, el abanderado de la democracia que habría ocupado de forma
altruista Irak para llevar sus beneficios a los atrasados musulmanes,
intentó retrasar lo más posible la convocatoria de elecciones y las
sustituyó por el nombramiento de gentes designadas y una Constitución
definitiva diseñada por los estadounidenses. Eso fue lo que el
pro–cónsul Bremer intentó imponer en junio de 2003, sólo semanas
después del fin de la invasión. A lo que se opuso uno de los más
ortodoxos miembros de la jerarquía islámica chi'í, el Gran Ayatolá
Ali al–Hussein al–Sistani. La confrontación entre ambos se agudizó
hasta que el ayatolá convocó manifestaciones para exigir a los
ocupantes elecciones democráticas: en enero de 2004, enormes masas se
echaron a las calles en muchas ciudades iraquíes, especialmente en
las regiones chi'íes, con miles de personas que gritaban: "sí a
las elecciones, no a las designaciones".
Es seguro que el ayatolá tenía sus propias
motivaciones, que no eran un compromiso "Jeffersoniano puro"
con la democracia (como les gusta decir en Washington) como el de Bush
y Bremer. Sus cálculos eran sencillos: la chi'a constituye la inmensa
mayoría de la población iraquí, casi los dos tercios, y hasta
entonces habían sido oprimidos por diversos tipos de gobernantes déspotas.
Poner en marcha un mecanismo electoral permitiría legítimamente
hacerse cargo del destino del país. Un proceso electoral es el mejor
medio a través del cual la Chi'a puede ejercer sus derechos
mayoritarios y al mismo tiempo poner de manifiesto el equilibrio de
fuerzas, aunque no existe un movimiento político chi'í más o menos
unificado semejante al que existía en Irán bajo el mandato de
Jomeini. A Sistani– que nunca se adhirió a la doctrina de Jomeini
del velayat–e faqih ( "gobierno de los ulemas"), una fórmula
que se basa en la pirámide jerárquica de los dirigentes de la Chi'a–
le gustaría que las leyes y normas del país estuvieran de acuerdo
con la ley islámica (la sharia, sus rigurosas fatwas, etc.) En este
sentido, Sistani es también intransigente.
Bremer tuvo que dar marcha atrás por miedo a verse
obligado a enfrentarse a una masiva insurgencia a favor de la
democracia y en contra de EE.UU. que hubiera dado el traste con el último
pretexto de Washington para la ocupación de Irak. A través de una
mediación de Naciones Unidas para salvar la cara, Bremer y sus jefes
en Washington aceptaron resignadamente convocar elecciones a no más
tardar en enero de 2005. (El enviado de la ONU era nada menos que
Lajdar Brahimi, quien como miembro del gobierno militar apoyó la
interrupción del proceso electoral en Argelia en 1992, cuando el
Frente de Liberación Islámico estaba a punto de obtener la mayoría
de escaños). De esa manera, la administración Bush se concedió
algunos meses para encontrar una salida a su problema.
Si se hubieran realizado elecciones en los primeros
meses inmediatos a la ocupación, como insistía Sistani, hubieran
podido celebrarse de forma mucho más ordenada, con la participación
de todos y, por ello, de forma legítima. Washington se hubiera tenido
que enfrentar a un Gobierno indiscutiblemente legítimo que le habría
pedido que retirara sus tropas de Irak. Para evitar que ocurriera algo
semejante, Bremer, hipócritamente, alegó que no existían listas
electorales disponibles y que llevaría mucho tiempo prepararlas.
Sistani contestó que las cartillas de racionamiento y los documentos
preparados bajo la supervisión de la ONU eran perfectamente válidas
para la ocasión. Las fuerzas de ocupación aceptaron, eventualmente,
pero demorándolas en más de un año, periodo durante el cual la
situación en Irak se ha ido deteriorando hasta llegar a las trágicas
circunstancias actuales.
En cierto sentido, la ocupación estadounidense ha
ocasionado ese deterioro– bien sea de forma deliberada o no, es difícil
decirlo–, aunque el más probable escenario es el de que una vez más
los aprendices de brujo de Washington hayan obtenido consecuencias que
no buscaban de forma consciente. Una vez aceptada la celebración de
elecciones, Washington llevó a cabo una cuidadosa revisión de su política
en Irak– un ataque terrible contra las más destacadas fuerzas
rebeldes: contra la alianza entre fundamentalistas–nacionalistas y
baazistas en la ciudad sunní de Faluya y contra el movimiento
fundamentalista chi'í de Moqtada al–Sadr– para reforzar su posición
en el país. El amigote de los neoconservadores, Chalabi, fue
sustituido por el colaborador de la CIA, Allawi, como títere
principal de EE.UU. de Irak y se organizó una ridícula
"transferencia de soberanía" llevada a cabo de forma
subrepticia el 28 de junio de 2003. Allawi intentó desempeñar su
papel sin rodeos, proclamando el estado de emergencia, restaurando la
pena de muerte, etc. y, por encima de todo, dando cobertura públicamente
con su manto iraquí a la continuidad de los ataques de las fuerzas
estadounidenses.
El intento de aplastar el movimiento de Moqtada
al–Sadr culminó en la ciudad chi'í de Nayaf. Sistani, tras haber
dejado al joven al–Sadr que llegara a una situación en la que se
encontraba al borde de una derrota sangrienta y aplastante–
obviamente para amansarlo–, intervino para detener el ataque
estadounidense y, a partir de ahí, consolidar su incuestionable
liderazgo de la comunidad chi'í. El segundo ataque a Faluya,
inmediato a la celebración de las elecciones estadounidenses, parecía
no tener sentido. La ocupación estadounidense no podía hacerse ilusión
alguna – en ese momento– sobre su capacidad para acabar con la
violencia en el país recurriendo a medios tan violentos. Todo lo
contrario, existen serias razones para creer que el verdadero propósito
era el de agravar el caos existente en Irak con el fin de negar
legitimidad al resultado de las elecciones del 30 de enero.
La doblez de Washington no puede ser más
descarada: por un lado, Bush y sus secuaces iraquíes afirman su
decidido compromiso con la celebración de las elecciones en la fecha
prevista; por el otro, el "partido" de Allawi se une a una
coalición de grupos sunníes relacionados con los wahhabíes saudíes
para pedir que se pospongan las elecciones. El "presidente"
iraquí, que es sunní, repite lo que dicen los leales aliados de
EE.UU. en la región, como las monarquías saudí y jordana,
advirtiendo de una conspiración iraní para convertir Irak en un
escalón importante hacia el establecimiento de "una media luna
chi'í" que se extienda desde Líbano a Irán, como una nueva
versión del "eje del mal", más terrorífico incluso que el
originario de Bush. Los Hermanos Musulmanes, relacionados con los
wahhabíes saudíes, cuyo principal facción es la rama egipcia, han
denunciado las elecciones con el argumento de que no se pueden
celebrar bajo la ocupación. Su rama iraquí, el partido islámico,
tras haberse registrado para las elecciones, ha anunciado su retirada
y se ha unido al "Consejo sunní de Ulemas musulmanes" para
denunciar las elecciones antes de que se celebren.
La realidad es que el grave aumento del nivel de
violencia provocado por los ataques de los ocupantes estadounidenses
ha puesto en grave peligro la posibilidad de una participación de
votantes relevante en las zonas donde la unión de sunníes con las
fuerzas fundamentalistas–nacionalistas–baazistas es más activa.
De ahí que, cualesquiera que sean sus intenciones, las fuerzas sunníes
que han anunciado su retirada de la campaña electoral están
reconociendo el hecho de que la mayor parte de su potencial electorado
se quedará prudentemente en casa el día de las elecciones. Lo que no
quiere decir que la población sunní esté políticamente convencida
de la necesidad de "boicotear" las elecciones: las primeras
encuestas han mostrado que están masivamente dispuestos a aprovechar,
como sus otros conciudadanos, estas primeras elecciones pluralistas
tras décadas de despotismo en el país. Pero, definitivamente, están
aterrorizados ante las amenazas de muerte lanzadas por varios grupos
de la "resistencia" para evitar las elecciones.
La denominada resistencia iraquí está formada por
un conglomerado heterogéneo de fuerzas, muchas de ellas
exclusivamente locales. En su mayor parte, se trata de gente que se
rebela ante la dura ocupación de su país, y lucha contra los
ocupantes y sus auxiliares iraquíes armados. Pero otro segmento de
las fuerzas comprometidas en acciones violentas en Irak lo constituyen
fanáticos enormemente reaccionarios, principalmente fundamentalistas
islámicos, que no distinguen entre civiles– incluidos los propios
iraquíes– y personal armado, y recurren a actuaciones horrendas
como la decapitación de trabajadores emigrantes asiáticos y al
secuestro y / o asesinato de todo tipo de personas que en ningún caso
son hostiles o perjudiciales para la causa nacional iraquí. Esas
actuaciones las utiliza Washington para contrarrestar el efecto de los
legítimos atentados contra las tropas estadounidenses: la tarea de
presentar al "enemigo" como el mal se convierte así en más
fácil.
Incidentalmente, esto significa que cualquier apoyo
incondicional a la "resistencia" iraquí en su totalidad en
los países occidentales, donde el movimiento contra la guerra lo
necesita extremadamente, es gravemente contraproducente en tanto que
está profundamente equivocado (si bien basado en buenas intenciones).
Debería existir una clara distinción entre las acciones contra la
ocupación que son legítimas, y las de los denominados grupos de
"resistencia" que deben ser rechazados. Un caso muy obvio es
el de los atentados sectarios del grupo de Al–Zarqawi contra la
Chi'a. Dicho esto, ha quedado claro que hasta ahora la estrategia más
provechosa para oponerse a la ocupación es la que ha llevado a cabo
Sistani, y los intentos de hacer fracasar las elecciones y
deslegitimarlas antes de su celebración sólo pueden favorecer a la
ocupación estadounidense.
Quienes más activamente intentan que fracasen no
están verdaderamente preocupados por el hecho de que se lleven a cabo
mientras continúa la ocupación. Después de todo, la historia de la
descolonización está plagada de situaciones en las que las
elecciones o consultas se llevaron a efecto bajo la ocupación como
pasos importantes hacia la independencia y la evacuación de las
tropas extranjeras. Durante muchos años, los palestinos han estado
luchando por el derecho a tener elecciones bajo la ocupación israelí.
Este argumento, por ello, es una pobre excusa del miedo a celebrar
elecciones por parte de las fuerzas que saben que están abocadas a
ser una minoría o quedar completamente marginadas en unas elecciones
libres. (Esto puede aplicarse a Allawi, cuya absoluta falta de
popularidad pudiera reflejarse en el resultado de cualquier elección
limpia, aunque está obligado a actuar de acuerdo con su
responsabilidad y no puede expresar abiertamente sus deseos).
A esto, hay que añadir el argumento de las gentes
a quien les gusta Zarqawi, recientemente respaldado por Bin Laden: las
elecciones son impías porque se van a celebrar según leyes
"positivas", es decir, hechas por los hombres, mientras que
las únicas elecciones "legítimas" son las que se llevan a
cabo según las prescripciones de la Sharia. El carácter totalmente
reaccionario de este argumento no precisa de comentario alguno. Pero
lo cierto es que existen puntos en común entre Bin Laden y Sistani:
ambos creen que la Sharia debería ser la principal, si no la única,
fuente legislativa. La diferencia estriba en que Bin Laden, además de
ser mucho más fanático, se afana en su loca creencia de que se puede
conseguir la victoria por medio de la violencia terrorista, mientras
que Sistani– quien advirtió a la ONU y a otras instancias de que
estaba en contra de cualquier consolidación de las normas
introducidas por los ocupantes (por ejemplo, las que se refieren a
ellos en una Resolución de Naciones Unidas), quiere primero
asegurarse el control a través de las elecciones, con el fin de que
el parlamento elabore después una Constitución y legisle a su gusto.
El sentimiento real de la población chi'í y su
opinión sobre las elecciones quedaba bastante bien reflejados en una
crónica del periodista del Washington Post, Anthony Shadid, en un
comentario sobre el principal barrio chi'í de Bagdad:
"El fortalecimiento de los chi'íes es sólo
una faceta en la campaña de los ayatolá, aunque habitualmente se
esconde bajo un lenguaje oculto. Lo más común son las llamadas
viscerales a un electorado que se encuentra muy cansado y
desilusionado con las matanzas de la guerra. En un lado de la calle,
las pancartas prometen una nueva era de estabilidad si se vota. En el
otro, se presentan las elecciones como el medio más seguro de
terminar con la ocupación que cada vez se ha hecho más impopular.
'Hermanos iraquíes, el futuro de Irak está en vuestras manos. Las
elecciones son el medio ideal para echar a los ocupantes de Irak',
proclama una pancarta blanca. 'Hermano iraquí, tu voto en las
elecciones vale más que una bala en la batalla', se lee en otra roja
que está al lado". (7 de diciembre de 2004).
La lista de candidatos preparada bajo los auspicios
de Sistani, "Coalición Iraquí Unificada" incluye la gama más
amplia de la Chi'a, desde Chalabi ( que lo mismo sirve para un roto
que para un descosido) a al–Sadr (quien intenta en realidad hacer
apuestas por delegación: mientras tiene a gente de su entorno en la
lista unificada de candidatos, declara que él personalmente no
"entrará en el juego político"). La lista de candidatos da
preferencia al pro–iraní "Consejo Supremo de la Revolución
Islámica en Irak".
A su favor, hay que decir que esta coalición hizo
esfuerzos para incluir candidatos sunníes, kurdos y turcomanos,
incluidos jefes tribales, de manera que no constituye una candidatura
sectaria – aunque los medios así la han descrito. La lista podría
recibir, ciertamente, una abrumadora mayoría de votos si las
elecciones tienen lugar el 30 de enero, lo que daría lugar a la
constitución de un Parlamento y de un Gobierno en los que las fuerzas
de la Chi'a fundamentalista– más o menos favorable a Irán– sean
hegemónicas. Un asunto principal en el programa de la coalición, que
afirma impondrá la "identidad islámica" de Irak, es la
negociación de una fecha para la retirada de sus tropas del país con
las autoridades de ocupación.
¿Qué hará Washington después de las elecciones
del 30 de enero? Es difícil predecirlo. La administración Bush tiene
un objetivo estratégico claro: asegurarse el control de Irak durante
mucho tiempo pero Washington desconoce cómo conseguirlo o de qué
manera adaptarse al resultado previsto de las elecciones, que un alto
funcionario anónimo, residente en la Zona Verde de Bagdad, describía
acertadamente en el New York Times como "una jungla de
enigmas" (18 de diciembre de 2004). Uno de los escenarios que se
contemplan, enormemente facilitado por el comportamiento de las
fuerzas ocupantes, y que muchos neoconservadores apoyan tras el
colapso de sus ilusiones de asegurarse el control de Irak "democráticamente"
es el de dividir el país, si no de jure sí de facto entre facciones
sectarias (hipótesis que Israel apoya desde el principio).
Para conservar el control del territorio,
Washington podría recurrir a la bien conocida receta imperialista de
dividir y vencer, asumiendo el riesgo de llevar a Irak a una
devastadora guerra civil– de tipo sectario (Chi'íes contra Sunníes)
y étnico (árabes frente a kurdos). La forma en que los ocupantes
estadounidenses han permitido que se deteriorara la situación entre
kurdos y árabes en el Norte, sin intentar con seriedad conseguir un
compromiso satisfactorio para todos, así como la manera en que se ha
gestionado el tema de las elecciones que ha tensado las relaciones
entre chi'íes y sunníes, son muy reveladores a este respecto.
Este grave peligro seguirá gravitando sobre las
cabezas del pueblo iraquí a no ser que la situación llegue rápidamente
a tal punto de deterioro que Washington se vea obligado a cambiar sus
objetivos y abandonar Irak lo antes posible con los menores costes y
daños para los intereses de Estados Unidos. Para que se llegue a esa
situación, la unión de las presiones desde el interior de Irak y de
las del movimiento contra la guerra en el exterior– sobre todo en
EE.UU.– resulta imprescindible. Ello significa que la tarea más
urgente desde fuera de Irak es complementar las elecciones del 30 de
enero, y las legítimas actuaciones de resistencia contra la ocupación
de EE.UU. y sus aliados, con la organización, el 19 de marzo, de
manifestaciones mundiales lo más masivas posibles contra la guerra.
2) Carta a Gilbert Achcar
Por Alex
Callinicos, Znet, 13/01/05
Traducido para Rebelión por Felisa Sastre
Querido
Gilbert:
Sabes cuánto respeto tus opiniones sobre políticas
revolucionarias en general y más específicamente sobre Oriente
Medio. Tus artículos en los últimos años han sido enormemente
importantes como fuente de orientación en los tortuosos giros y
cambios de la estrategia imperialista. Tu "Carta a un activista
del movimiento contra la guerra ligeramente deprimido" se ha
convertido en un clásico. Pero, precisamente por esas razones he leído
tu artículo "On the Forthcoming Election in Irak"
(publicado en ZNet a principios de año) con gran consternación.
Durante meses, ha sido evidente que la resistencia
iraquí– en el amplio sentido que integra a todas las fuerzas que se
oponen a la ocupación– estaba dividida sobre la cuestión de
participar o no en las elecciones: las vacilaciones del religioso
radical chi'í, Moqtada al–Sadr, sobre el asunto son síntoma de
ello, ya que él actúa como una veleta. (Es interesante el que la
Asociación de Académicos Musulmanes, que tiene lazos con los
insurgentes en el denominado Triángulo Sunní, acabe de declarar que
está dispuesto a desconvocar el boicot a las elecciones a cambio de
que los Estados Unidos establezcan una fecha para su retirada). Estoy
de acuerdo contigo en que participar o no en unas elecciones bajo
ocupación extranjera o dominación colonial es una cuestión táctica,
no una cuestión de principios. Pero, precisamente por ello, no me
siento muy feliz con el tono inflexible de tu planteamiento que no
aborda de verdad la dinámica de la situación (1).
Escribes "los intentos de hacer fracasar las
elecciones y su deslegitimación antes de que se celebren sólo pueden
favorecer a la ocupación estadounidense". Por supuesto, es
cierto que Bush y Bremer se vieron obligados a celebrar elecciones
gracias a las protestas masivas que el Gran Ayatollah chi'í, Ali
al–Sistani, convocó justo hace un año. Pero las cosas han cambiado
desde entonces. Ahora, siempre que algún miembro del gobierno títere
da muestras de duda ante la insurrección, son Bush, Blair y su
marioneta, Iyad Allawi, quienes se muestran inflexibles y afirman que
las elecciones no pueden posponerse, lo que revela que EE.UU. ha
desarrollado una estrategia que busca servirse de las elecciones para
legitimizar la ocupación y presionar a la Unión Europea y a Naciones
Unidas para que se involucren más en Irak, etc.
La idea de que– como sugieres– las ofensivas
militares contra Nayaf y Faluya fueron diseñadas por Washington para
provocar el caos y deslegitimar las elecciones me parece bastante
rocambolesca.
Una faceta importante de la verdadera estrategia
estadounidense es la de tratar cada vez más de dividir a los chi'íes
y los sunníes. No sé si has leído el artículo de Charles
Krauthammer, de hace un mes más o menos, en el que argumentaba que no
importaba el que las zonas sunníes votaran o no (al fin y al cabo, el
Sur estadounidense no votó en las elecciones presidenciales de 1864
cuando se sublevaron contra el Gobierno de Estados Unidos), y exigía
que los chi'íes se unieran a los ocupantes para luchar contra los
insurgentes porque se trataba de "su guerra civil" (2).
Aunque exagerado, este argumento coincide con lo que piensa la
Administración. Por ejemplo, consulta el Financial Times del 8 de
enero de 2005, en el que se recogen las declaraciones de Bush en el
sentido de que las elecciones deberían seguir adelante porque 14 de
las 18 provincias iraquíes estaban "relativamente en
calma".
La aceptación del presidente de la posibilidad de
una baja participación entre los votantes sunníes en Irak, refleja
la determinación de la Administración de seguir adelante con las
votaciones. Donald Rumsfeld ... ha dicho también que los resultados
serían legítimos si los iraquíes pueden votar en la mayoría de las
provincias.
En privado, los funcionarios estadounidenses
afirman que un 30 por ciento de participación entre los sunníes...
sería aceptable.
Dada la desastrosa situación general de los
estadounidenses en Irak, la carta chi'í es casi la última que tienen
en el bolsillo (la verdaderamente definitiva es la estrategia israelí
de romper el país, pero no creo que Washington esté dispuesto a ello
todavía). Déjame que cite de nuevo al Financial Times ( 5 de enero
de 2005):
"Estados Unidos ha mostrado una creciente
aceptación de la probable victoria de los partidos chi'íes.
Colin Powell...dijo que pensaba que la Chi'a iraquí
'se valdría por sí misma' incluso si se diera un aumento de la
influencia iraní".
Que la 'menos mala' opción de la administración
Bush, actualmente, sea una Asamblea dominada por la dirección chi'í,
muy cercana intelectual y políticamente a sus correligionarios de Líbano
e Irán, es en sí misma un síntoma de su debilidad e indica que
Estados Unidos tiene interés en provocar el conflicto entre chi'íes
y sunníes. No dudo de que los grupos islámicos sunníes han llevado
a cabo atentados directos contra comunidades chi'íes, cristianas,
etc. y, desde luego, debemos condenarlos. Sin embargo me resultan muy
sospechosos algunos sucesos– por ejemplo el asesinato de chi'íes en
ciudades al sur de Bagdad, atribuidos a militantes salafistas. Al
analizar este tipo de actuaciones lo único racional es preguntarse
Quis profuit (¿a quién beneficia?) y recordar, asimismo, la larga y
sangrienta historia de la CIA, del SIS y del resto de trabajos sucios
llevados a cabo por el imperio anglo–estadounidense. Este peligro se
percibe intensamente: Ali Fahdi, un médico iraquí que ayudó a rodar
un terrible documental– que se acaba de emitir aquí en Gran Bretaña
en el Canal 4, en el que se muestra la devastación de Faluya–
afirma que "el ejército estadounidense ha incrementado las
posibilidades de desatar una guerra civil al utilizar en Faluya a su
nueva guardia nacional chi'í para eliminar a los sunníes" (3).
Ante este panorama, tenemos que admitir simplemente
que la resistencia iraquí sigue dividida en lo relativo a participar
o no en las elecciones. Puede que tengas razón en que la participación
será muy alta – lo fue en Afganistán, incluso en zonas donde los
Taliban eran militarmente activos, pero ¿ promoverán las elecciones
un régimen democrático legítimo? No, no en mayor medida que en
Afganistán. La ocupación seguirá y el gobierno títere continuará
en el poder. Todo ello quiere decir que si se produjera un
relativamente auténtico voto popular en enero, el movimiento contra
la guerra debería exigir que los estadounidenses y sus aliados se
retiraran inmediatamente y se permitiera a la nueva Asamblea elegir un
Gobierno que respondiera a la auténtica voluntad del pueblo iraquí.
Pero
ello no implica que, de momento, debamos respaldar –como haces tú–
el que "la estrategia más provechosa para oponerse a la ocupación"
es la de Sistani. Tú no puedes justificarlo sobre la base de que él
tenga objetivos genuinamente democráticos: tal como señalas, Sistani,
a su manera, se ha comprometido a establecer un Estado Islámico como
Jomeini, Bin Laden o Zarqawi. Aún más, ¿fue realmente una
"provechosa estrategia" permanecer quieto mientras las
fuerzas estadounidenses reducían a escombros Faluya y masacraban a
muchos de sus habitantes? ¿Por qué no convocó manifestaciones
masivas en todo Irak exigiendo el fin del ataque a Faluya? Esta
ausencia de solidaridad elemental, sí que " jugó a favor de la
ocupación estadounidense".
Aunque haces alusión a los "atentados legítimos
contra Estados Unidos", la idea básica de tu argumentación es
la de dejar de lado la lucha armada contra los ocupantes. Así,
afirmas que "un apoyo incondicional a la resistencia iraquí en
los países occidentales– donde el movimiento contra la guerra se
necesita de forma extrema–, es totalmente contraproducente". ¿Qué
significa eso? En Gran Bretaña– donde existe un sólido movimiento
contra la guerra– tenemos muy claro que la Coalición Paremos la
Guerra no va a hacer campaña en apoyo de la resistencia (en el
sentido más literal que comprende a quienes están comprometidos en
la lucha armada) porque ello supone la unión de todos los que quieren
que acabe la ocupación y las tropas occidentales se vayan, sin tener
en cuenta sus tendencias políticas. Y hemos tenido hasta cierto punto
éxito: el ejército británico culpa del descenso en el reclutamiento
al impacto del movimiento contra la guerra y, en particular, a la
campaña sin precedentes de las Familias de Militares contra la
Guerra. (4).
De acuerdo, la plataforma del movimiento contra la
guerra no debería incluir el apoyo a la resistencia armada a la
ocupación. Pero ¿qué pasa con la rama anti–imperialista de
izquierdas del movimiento? Tú resaltas el carácter heterogéneo de
la resistencia, pero te concentras en Abu Musab al–Zarqawi. Al
enfocar el asunto de esta manera, temo que giras peligrosamente hacia
la postura de Toni Blair, quien dice que cualesquiera que fueran
nuestras opiniones iniciales sobre la invasión, todos debemos
reconocer ahora que la lucha en Irak se desarrolla entre la
"democracia" y el "terrorismo". Y en relación con
la izquierda, Fausto Bertinotti argumenta que el Partito della
Rifondazione Comunista debería renunciar a la violencia, rechazar el
apoyo a la resistencia representada por 'fascistas' como Zarqawi y
formar gobierno con la coalición social–liberal del Olivo.
Desde luego que deberíamos condenar el tipo de
secuestros y decapitaciones perpetradas por grupos como el de Zarqawi.
No es un problema nuevo. Recuerdo las discusiones que tuvimos en los años
70 en Gran Bretaña con tus antiguos camaradas de la Cuarta
Internacional, cuando hacían campaña con el lema de "Victoria
para el IRA" y se negaban a condenar los atentados con bombas en
pubs de Birmingham. Nunca hemos dado "apoyo incondicional" a
ningún movimiento nacional de liberación.
Pero me niego a equiparar la "resistencia
iraquí" en su totalidad con las barbaridades llevadas a cabo por
Zarqawi. ¿Qué pasa con otras tácticas que se están utilizando–
por ejemplo, los coches bomba que matan a soldados estadounidenses y
los atentados contra los reclutas iraquíes del ejército del gobierno
títere y contra sus policías y funcionarios, como el gobernador de
Bagdad, asesinado la semana pasada? Si los condenas en Irak entonces
tienes que condenar otros métodos similares que se utilizaron una y
otra vez en las guerrillas anti–coloniales– desde Irlanda a
Vietnam, de Chipre a Argelia y Zimbabwe. Supongo que consideras esas
actuaciones como "legítimos ataques", pero entonces ¿por
qué nos adviertes con tanta intensidad contra el apoyo a Zarqawi,
cuando sólo los islamistas radicales y unos pocos fanáticos e imbéciles
izquierdistas pensarían en hacerlo?
La razón de por qué es tan importante es la de
que lo que ha dado lugar a la crisis que afrontan los estadounidenses
en Irak no es la campaña de Sistani para las elecciones ni las
decapitaciones de Zarqawi sino– como Walden Bello de forma elocuente
ha argumentado desde el inicio de la crisis en Faluya del pasado
abril–, la insurgencia de la guerrilla principalmente en las
regiones sunníes. Es la que está matando soldados estadounidenses,
la que está obligando al Pentágono a mantener un mayor número de
tropas en Irak de las previstas, y la que amenaza con erosionar al
personal militar estadounidense (el jefe de la Reserva del ejército
de Estados Unidos se lamentaba el mes pasado de que el ejército está
"degenerando rápidamente para convertirse en una fuerza de
'choque'"); es la que está evitando que se creen unas
estructuras administrativas estables y evitando que gran parte de las
elites iraquíes se integren en el régimen.
Con independencia del balance general que nos
merezca la contribución de Lenin a las políticas revolucionarias,
algo en lo que tenía toda la razón es la del potencial de las
revoluciones nacionalistas en los países coloniales y semi–coloniales
para crear o exacerbar problemas al imperialismo. Y eso es exactamente
lo que está sucediendo hoy en Irak. Comprenderlo no nos exige
respaldar las políticas de quienes se han implicado en la resistencia
armada a la ocupación, no más que lo que ocurrió (o debería haber
ocurrido), en el caso del FNL, el Vietcong o el IRA . Desde luego es
una tragedia que el nacionalismo laico y las fuerzas socialistas sean
tan débiles políticamente en Irak, pero son el legado histórico con
el que tenemos que conexistir, al menos a corto plazo, mientras nos
enfrentamos a las inmediatas realidades políticas.
Estoy seguro de que quieres ver la derrota de los
EE.UU. en Irak tanto como yo. Pero la forma en la que polarizas tu
argumentación entre quienes están a favor o en contra de las
elecciones y, tu crítica de la resistencia armada, que centras en
Zarqawi, se encuentran muy cercanas al discurso dominante en
Washington y Londres. No pongo en duda que tu intención sea la de
ayudar al movimiento contra la guerra, en la misma medida que lo has
hecho en el pasado, pero en las próximas semanas el movimiento en
EE.UU. y Gran Bretaña, especialmente, se enfrentará a una enorme
ofensiva ideológica que trata de presentarnos como antidemocráticos
partidarios del terrorismo. Precisamente, en los últimos días, el
asesinato de un dirigente del Partido Comunista de Irak, que apoyaba
la ocupación, ha provocado en Gran Bretaña una algarabía en los
medios de información y en los sindicatos, en la que ex izquierdistas
y partidarios del imperio como Nick Cohen han hablado
grandilocuentemente del "carácter totalitario de los dirigentes
del movimiento contra la guerra" que "permite que los
fascistas iraquíes luchen por la libertad mediante el
terrorismo" (5).
En este clima, bastante contrario a tus propias
intenciones, tu artículo es, por decir lo mínimo, de poca utilidad
ya que no ayuda. Está, a mi juicio, gravemente mal planteado en
relación con la situación en Irak y con el debate sobre la guerra en
el resto del mundo. Espero que disculpes mi franqueza, ya que ¿qué
clase de amigo se andaría con miramientos sobre asuntos tan
importantes como éstos?
Con los mejores deseos para el nuevo año,
Alex
Callinicos.
Notas:
(1). Un excelente análisis sobre esta dinámica
acaba de aparecer en el último número de International Socialism: A.
Alexander y S.Assaf, "Irak: The Rise of the Resistance".
(2). "A Fight for Shiites", Washington
Post, 26 de noviembre de 2004.
(3). "City of Ghosts", Guardian, 11 de
enero de 2005.
(4) "Army Blames Iraq for Drop in Recruits",
Observer, 119 de diciembre de 2004.
(5). "Our Liberal Elite", Observer, 9 de
enero de 2005.
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