Contra
las 'elecciones', a favor de la resistencia:
Tener que explicar lo obvio
Por
Carlos Varea
Rebelión (www.rebelión. org)
IraqSolidaridad (www.nodo50.org/iraq), 27/01/05
"Las
razones para rechazar las elecciones en Iraq -¿es preciso
explicarlo?- se derivan de las propias que alentaron la oposición a
la guerra y a la ocupación, y que en su día se expresaron
multitudinariamente a nivel mundial: el no a un acto de agresión
ilegal sustentado en la reiteración de mentiras y alentado por
intereses mercantiles; el no a la más palmaria demostración de
fuerza imperialista que hemos vivido en las últimas décadas; el no a
la imposición en Iraq de un marco de tutela indefinido, neocolonial
en sentido estricto, al que se le procura ahora empolvar la nariz con
instituciones internas sin legitimidad alguna, como son las que surgirán
de las elecciones del día 30."
El
próximo domingo 30 de enero nos movilizaremos en Madrid y otras
ciudades del Estado español contra la farsa electoral impuesta en
Iraq para ese día por la Administración Bush. El problema menor de
esta convocatoria no es que se pretenda celebrar en plena situación
de guerra, sin garantías mínimas. Las razones para rechazar las elecciones
en Iraq -¿es preciso explicarlo?- se derivan de las propias que
alentaron la oposición a la guerra y a la ocupación, y que en su día
se expresaron multitudinariamente a nivel mundial: el no a un acto de
agresión ilegal sustentado en la reiteración de mentiras y alentado
por intereses mercantiles; el no a la más palmaria demostración de
fuerza imperialista que hemos vivido en las últimas décadas; el no a
la imposición en Iraq de un marco de tutela indefinido, neocolonial
en sentido estricto, al que se le procura ahora empolvar la nariz con
instituciones internas sin legitimidad alguna, como son las que surgirán
de las elecciones del día 30. En suma, estar en contra de las elecciones
en Iraq del día 30 -¿de verdad que es preciso explicarlo?- es estar
a favor de la soberanía de su pueblo; es estar en contra de la
ocupación y de la violencia que ejercen los ocupantes y los cuerpos
de seguridad iraquíes por ellos creados -de día en día más
descarnada-; es estar a favor de la recuperación de un proyecto
democrático, integrador y social para el país.
El
proceso de cesión formal de la soberanía por parte de EEUU a nuevas
instancias iraquíes, iniciado el pasado mes de junio con la disolución
de la Autoridad Provisional de la Coalición, anticipado con la
imposición de la constitución interina (que no es tal, al
imponer irreversiblemente, por ejemplo, el cambio de modelo económico
del país) de comienzos de 2004 y continuado ahora con la convocatoria
electoral es, en primera instancia, no la expresión de la voluntad de
los invasores de restituir a las iraquíes su soberanía, si no la
demostración del fracaso de su proyecto hegemónico de dominación de
Iraq, imaginado al invadirlo en marzo de 2003. Dicho de otra manera:
el objetivo esencial de estas elecciones es legitimar la invasión
y ocupación de Iraq con la presentación formal de nuevas instancias
iraquíes supuestamente democráticas, procurando con ello implicar de
nuevo a la comunidad internacional en esta fase crítica. Al límite
de su capacidad militar (EEUU tendrá dentro de poco en Iraq más
soldados de los que invadieron el país) y con los aliados largándose
uno tras otro, manteniendo un gasto semanal que se aproxima a los
cinco mil millones de dólares a la semana, la Administración Bush
intenta de nuevo internacionalizar la dominación de Iraq,
simplemente.
No
cabe perder el hilo de esta historia. La clave de esta derrota múltiple
de EEUU en Iraq -de control de la seguridad, de beneficio económico,
de sanción internacional, de encubrimiento mediático- se debe al fenómeno
de la resistencia iraquí, no a ningún otro. Inmediatamente de
ocupado el país, cuando el movimiento contra la guerra se desvanecía
conmocionado por su derrota, cuando todas las instancias
internacionales y los propios gobiernos que se habían opuesto a la
invasión comenzaban a asumir como un hecho consumado la ocupación de
Iraq (recuérdese la aprobación por el Consejo de Seguridad de las
primeras resoluciones tras la invasión, en el verano de 2003), la
resistencia iraquí comienza a desbaratar lo que se imaginó como una
fácil dominación del país.
El
debate sobre el apoyo o no a la resistencia iraquí que recorre citas
antiglobalización, medios de comunicación alternativos y círculos
progresistas y de izquierda europeos y estadounidenses, que es el
mismo debate sobre el rechazo o la aceptación de estas elecciones
"como mal menor", no es nada más que el tenue, inmoral e
inconsistente eco de quienes, acomodados a la sombra de los ocupantes
(esencialmente un sector de la dirección del Partido Comunista Iraquí
y sus múltiples excrecencias sociales, sindicales, feministas, etc.),
pretenden legitimar su alineamiento con los genocidas de su pueblo
-ahora y antes, durante más de una década de criminal embargo-
descalificando, como hace la propia Administración Bush, a la
resistencia como compuesta por "terroristas de al-Qaeda" y
"restos de la dictadura de Sadam Husein". La resistencia es
por el contrario -así la describen los propios mandos militares de
los ocupantes sobre el terreno y los análisis más fiables y fuentes
propias- un fenómeno esencialmente interno, de amplia base popular,
sin duda creciente y mayoritariamente patriótico, si así podemos
denominar un sentimiento que aglutina a corrientes ideológicas
diversas, por lo demás cada vez más distanciadas de las prácticas
de los wahabitas.
Quienes
defienden las elecciones venideras y condenan la resistencia armada
como antidemocrática no se percatan de que el discurso ahora
predominante se torna contra ellos: la lógica de los ocupantes nunca
ha sido democratizar Iraq, más bien todo lo contrario,
particularmente a día de hoy: se trata, simplemente, de apuntalar mal
que bien la ocupación con los sectores y personajes más regresivos,
corruptos y sectarios del país, aceptando incluso un papel relevante
de Irán, cuyo régimen, quizás para disimulo de ambos, recibe en
estos días nuevas amenazas de la Administración Bush.
Cansino
-y mendaz, por poco práctico- es describir la oposición a las
elecciones del 30 de enero como el "intento desesperado de la
minoría sunní de preservar sus privilegios obtenidos durante el régimen
anterior" (léase cualquier artículo, véase cualquier
telediario o escúchese cualquier informativo en los grandes medios de
comunicación del Estado español en estos días), mientras las
propias elecciones prefiguran un país segmentado en reinos de taifas
establecidos en función de criterios confesionales y étnicos, modelo
que se da de bruces con la esencia de la sociedad iraquí
(secularizada, respetuosa e integradora, pese a una década de
sanciones) y con la propia propaganda de los ocupantes. En el interior
de Iraq la oposición a las elecciones, como igualmente la oposición
civil y armada a la ocupación, atraviesa y expresa -se nutre- de un
amplio y mayoritario sentir popular, no solamente sunní, más
representativo, más plural, más ético, más enraizado que el que
pueda expresarse en las urnas el día 30 [1]. De ello no nos cabe
duda, y de hecho la amplitud creciente del desafío insurgente y la
insolvencia absoluta de los resultados electorales que se prevé no
pueden explicarse razonablemente con la reciente implantación en Iraq
de la red al-Qaeda. Es más, grandes medios de comunicación, centros
de análisis no gubernamentales o paragubernamentales, agencias de
inteligencia y asesores gubernamentales, y miembros del denominado establishment
estadounidense coinciden en que las elecciones no son la solución
del problema -que es esencialmente de legitimidad- sino que contribuirán
a su agravamiento [2], y que es un error de bulto -que ya se está
pagando en vidas propias y en impuestos- minimizar el fenómeno
insurgente. (Cordesman, analista del Centro de Estudios Estratégicos
e Internacionales, afirmaba recientemente, de manera muy gráfica, que
la Administración Bush vive en fantasilandia en relación a la
situación en Iraq [3].) Significativo es que, sin coacción
imaginable alguna, se espera una participación mínima en estos
comicios por parte de la diáspora iraquí del exterior. La figuras más
preclaras y conocidas del exilio iraquí ya se han expresado contra la
convocatoria [4].
Hay
más garantías en una restauración democrática en Iraq derivada del
éxito de la resistencia, que las que caben esperar de los planes -o
improvisaciones- estadounidenses. Nos es ciertamente la genuina
resistencia iraquí quien pretende abocar al país a la confrontación
civil. Son los gobiernos de EEUU y el Reino Unido quienes pretender
transformar y camuflar la quiebra de la ocupación -y el fenómeno
mismo de la perpetuación de la misma- en un enfrentamiento entre
iraquíes, ahora categorizados atropelladamente como "a
favor" y "en contra de la democracia". La lógica antes
indicada del proceso de institucionalización de la ocupación, que
desde el primer momento (empezando por la designación por Bremer en
junio de 2003 del Consejo Gubernativo) se ha basado esencialmente en
criterios confesionales y sectarios, se nutre interna y exteriormente
de las acciones armadas indiscriminadas y brutales que, teniendo por
objetivo determinadas comunidades iraquíes (la shi'í, las
cristianas), justifican la continuidad de la ocupación y avivan los
sentimientos de autoprotección en esa misma lógica de fragmentación
grupal. Es preciso decirlo sin ambigüedades: si no son obra directa
de los propios ocupantes (o de Israel), esos atentados son la expresión
de la misma lógica que la Administración Bush quiere imponer a Iraq:
cantonalización territorial y homogenización comunitaria; promoción
de gestores mafiosos, tribales o religiosos fácilmente sometibles;
destrucción del Estado y de la sociedad iraquíes; reparto de
prebendas, corrupción y expolio; pérdida de derechos colectivos e
individuales; supremacía regional de Israel -por lo demás, un Estado
étnico.
El
reto para quienes nos movilizamos contra la guerra primero y contra la
ocupación después es no dejarnos arrastrar, como si de un tsunami
virtual se tratara, por esta bochornosa combinación de brutalidad
militar, negocio espurio y mentiras -estupideces- mediáticas. Iraq
vive una guerra de liberación y el esfuerzo aquí ha de encaminarse,
sin reservas ni justificaciones innecesarias, a hacer emerger, a
dotarles de voz y escuchar, a apoyar resueltamente a aquellos sectores
sociales y políticos que en Iraq asocian el combate contra los
ocupantes con la defensa de un proyecto -recuperemos el sentido
genuino de las palabras- democrático, integrador, socialista y
antiimperialista, proyecto cuyas raíces podrán encontrarse fácilmente
en la historia contemporánea de este país, como de igual manera lo
percibíamos nítidamente, al menos hasta hace pocos meses, en las
calles de sus ciudades y en sus pueblos.
No
nos cabe duda que son la mayoría del pueblo iraquí, y que la minoría
son, por el contrario, quienes se aprestan a darle a los ocupantes,
avalando (¿no ha donado el gobierno español 20 millones de euros
para la campaña electoral [sic]? o participando en estas
elecciones, el balón de oxígeno que precisan para no estamparse
definitivamente contra el suelo de Iraq, que por lo demás es
extremadamente fértil.
Notas:
1.Véase en IraqSolidaridad: Un amplio
abanico de fuerzas sociales y políticas anuncian el rechazo de las
elecciones de enero de 2005 - Declaración del Congreso Fundacional
Nacional Iraquí llamado al boicot de las elecciones.
2. Véase en IraqSolidaridad: El plan de Bush:
provocar la guerra civil - Creciente ansiedad en los círculos
dirigentes de EEUU sobre la debacle de Iraq.
3. Véase en IraqSolidaridad: Balance de la
resistencia iraquí en diciembre de 2004Balance de la resistencia
iraquí en diciembre de 2004.
4. Véase en IraqSolidaridad: Declaración de
escritores, periodistas y activistas iraquíes en la diáspora en
apoyo a los partidos iraquíes que rechazan el fraude de las
elecciones en Iraq
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