Testimonio
de los fiscales que se entrenan clandestinamente
Por Gustavo Sierra
Clarín.com, 26/01/05
El
hombre vive en forma clandestina en una casa donde nunca se registra
mucho movimiento en la zona de al-Masbah, en el centro de Bagdad. Es
canadiense y está en Irak para entrenar a un grupo de funcionarios en
la organización de las elecciones del próximo domingo. Si lo llegan
a descubrir los terroristas de Abu Moussab al-Zarqawi, lo matan.
"La democracia siempre es muy peligrosa", dice el canadiense
con una risa abierta. Aunque sabe que esto es mucho más que un
problema de democracia. "Nunca antes había ayudado a organizar
una elección en un país ocupado por 150.000 soldados extranjeros.
Ojalá que este proceso termine en un gobierno legítimo que
finalmente le diga a esta fuerza que se vaya del país",
reflexiona.
Este
hombre que no quiere que se publique su nombre tiene un pequeño ejército
de entrenadores que están trabajando en secreto en este momento por
todo Irak para preparar a los observadores y fiscales que estarán en
las mesas electorales. Habla con una de las entrenadoras por su teléfono
satelital y ella acepta que un grupo de periodistas vayamos a observar
el seminario que está dando en una mezquita del barrio de Jamileh, al
este de Bagdad.
Hay
que viajar camuflados y ocultando las cámaras.
No hay problema, el chofer, que por razones de seguridad cambia de vehículo
cada día, hoy trajo un minibus amarillo rabioso como los que se usan
acá de colectivos. Ropa oscura común, nada de pañuelos palestinos,
nunca anteojos de sol y el chaleco antibalas bajo el asiento.
Cuando
llegamos a la mezquita vemos hombres armados en la puerta y en los
techos. Damos un nombre, una contraseña, y nos dejan pasar. Un
guardia que ya había sido alertado nos conduce por un pasillo,
entramos al templo y salimos por una puerta trasera. En el patio, bajo
un sol que sienta bien en este invierno iraquí, una mujer joven está
dando una clase a un grupo de hombres de mediana edad que están
sentados en posición de loto, sin zapatos, sobre unas enormes
alfombras de colores fuertes.
"Esta
es la boleta que se va a usar. Ustedes tienen que estar seguros de que
no sea cambiada y que las urnas no vayan a estar llenas antes de
empezar a votar. Hay rumores de que algunos partidos quieren usar esta
maniobra para hacer fraude", explica Sandus Ashemmari, una
profesora de filología inglesa de la universidad de Bagdad que desde
hace un año es la secretaria ejecutiva del Instituto por una Sociedad
Cívica en Irak. Los hombres la escuchan y hacen preguntas en orden.
Algunos levantan la mano como ordenados alumnos de escuela. "¿Qué
pasa si vienen armados a votar?". "Tienen que dejar sus
armas en la puerta". "¿Y si vienen armados a llevarse las
urnas?".
Nadie
hace la pregunta que sobrevuela esta elección ante las amenazas de
los grupos terroristas contra los comicios y el llamado de la minoría
sunnita a boicotear el proceso: ¿va a venir gente a votar? ¿cuántos?
Acá están convencidos de que mucha gente votará y aseguran que no
tienen miedo.
"En
este país uno puede morir en cualquier momento y sólo por pasar por
una esquina donde estalla un cochebomba. Es mejor jugarse la vida por
algo importante y estas elecciones son cruciales para nosotros y
nuestros hijos", me dice Jabar al-Aqzis, un maestro de mediana
edad que no tienen ningún problema en dar su nombre y dejarse
fotografiar. Dos de sus vecinos de clase asienten y piden salir ellos
también en la filmación.
La
clase se interrumpe porque es la hora de rezar. El imán de la
mezquita es shiíta y tiene órdenes de la máxima autoridad religiosa
shiíta de Irak, el Gran Ayatollah Ali Sistani, de ordenar a la gente
que concurra a votar. "Es un deber moral como musulmán",
dice al micrófono. La profesora Sandus Ashemmari aprovecha para
preparar su siguiente clase. Cuando regresan sus alumnos ya tiene dos
urnas hechas con unas cajas de cartón forradas con papel floreado y
mucha delicadeza. Se pasa la siguiente media hora explicando a los
hombres cómo deben doblarse las papeletas, cómo introducir el papel
y cómo deben pintar el dedo del votante con tinta invisible. Para
evitar fraude se marcan a los votantes, pero por razones de
seguridad, la tinta sólo se puede ver bajo una luz ultravioleta.
Alguien plantea que para que funcione la lámpara deberá haber
electricidad y eso no siempre sucede en este país. Un problema que
nadie sabe cómo resolver.
Es
hora del almuerzo. Sobre la misma alfombra se reparten unos platos de
pollo marinado con fuertes especias y asado al spiedo, acompañado de
arroz a la oriental y una pequeña ensalada de tomates, pepinos y
pickles picantes. Comparto el plato con Rafah Yuaf, un mecánico del
barrio, y los dos comemos tomando la comida con la mano y acompañado
por samún, el pan finito, gomoso y grande como una pizza. "La
verdad es que yo no quería hacer todo esto, pero si no parti cipamos
nada cambia. No hay ningún partido que me entusiasme mucho pero
cualquier gobierno legítimo tendrá la fuerza para detener la
violencia", me dice. ¿Y los norteamericanos? ¿Hasta cuando van
a estar? "Inshallah (Dios quiera) que se vayan muy pronto",
me dice y se toma un trago de Seven Up.
El
almuerzo se interrumpe. Uno de los guardias da el alerta de que se
vieron hombres sospechosos. Nos piden que nos vayamos en forma muy
discreta. La preparación de estos observadores continuará en forma
clandestina hasta que se abran las mesas el próximo domingo.
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