Tras las elecciones,
no perder el hilo
Por Carlos Varea (*)
Rebelión, 04/02/05
El pasado 31 de enero
se celebraban en Iraq las elecciones impuestas por la Administración
Bush. Parecería que ello permite hacer tabla rasa de lo ocurrido en
el país en estos últimos 20 meses, o lo que es lo mismo, ignorar que
la convocatoria electoral surge de una guerra de agresión y de una
ocupación ilegal. Conviene, ciertamente, no perder el hilo. He aquí
un guión básico para ello.
1. El marco de la convocatoria
El objetivo de las elecciones: ‘legitimar’ e ‘internacionalizar’
la ocupación.
Junto con la aprobación,
a comienzos del pasado año, de la constitución interina (la
denominada Ley Administrativa Transitoria) y el “traspaso de soberanía”
de junio de 2003 de la Autoridad Provisional de la Coalición (APC)
—que se disuelve entonces— al nuevo gobierno interino de Iyad
Alawi, la convocatoria de los comicios del 31 de enero de 2005 se
inscribe en el esfuerzo estadounidense de controlar la debacle a la
que se ve sometida la primera fase —o el proyecto inicial— de
dominación imperialista de Iraq.
Esta crisis de la
ocupación, en cuanto a ejercicio estable y hegemónico por parte de
EEUU y Reino Unido de su poder en el país y la zona, se debe a la
temprana, contundente y en expansión resistencia iraquí, que apenas
transcurridos los meses de verano de 2003 logra desbaratar la
estabilización del proyecto en todos sus aspectos: de legitimación,
político, económico y militar.
No hay pretensión
alguna por parte de EEUU de democratización real de Iraq ni de
devolución de la soberanía a su población. Las elecciones de enero
de 2005 no son más que un paso más en el intento de la Administración
Bush de apuntar la ocupación presentando nuevas instancias iraquíes
—ahora una Asamblea Nacional y un nuevo gobierno— que faciliten:
a) justificar la continuación de la presencia militar estadounidense
en el país, ahora avalada por la petición de instancias iraquíes
supuestamente electas; y b) la implicación de la comunidad
internacional en el escenario iraquí —quizás a través de
instancias multilaterales (Naciones Unidas, la OTAN)— cuando EEUU se
encuentra al límite de su capacidad militar y financiera (casi 5.000
millones de dólares a la semana) en el esfuerzo bélico en Iraq.
Se trata, en suma, de
legitiminar e internacionalizar la dominación
neocolonial sobre Iraq. Por ello, el único beneficiario directo de
las celebración de las elecciones es la propia Administración Bush
(además, claro está, de los actores iraquíes asociados a los
ocupantes). Lo podemos apreciar en la aceptación del proceso y de las
nuevas instancias que de él puedan surgir que han mostrado ya los
gobiernos de la zona y de fuera de ella, entre éstos el español de
Rodríguez Zapatero.
Las elecciones no favorecerán la salida de las tropas de ocupación.
El proceso en curso
no determinará, como se ha especulado, una salida en el futuro de las
tropas de ocupación, ni tan siquiera una reducción de los actuales
contingentes extranjeros a corto o medio plazo. El mismo martes día 1
de febrero, el actual presidente interino de Iraq, Ghazi al-Yawer,
dejaba bien claro que “[...] carece absolutamente de sentido” una
petición por parte de las nuevas instancias iraquíes de una salida
de las fuerzas de ocupación “[...] en este caos y con este vacío
[actual] de poder” [1]. Al-Yawer indicó que
“[h]acia finales de este año podríamos ver una reducción del número
de fuerzas extranjeras”. De igual tenor se han manifestado otros
responsables iraquíes, entre ellos, el ministro interino de Defensa,
Hazem Shaalan. Más significativa sin duda es la posición mostrada
poco después por quienes supuestamente son los ganadores de los
comicios: Mohammad Juzai, uno de sus portavoces de la jerarquía shí’i,
ha confirmado que ésta no solicitará la salida de las tropas de
ocupación por el momento, según informa The Washigntonm Post el
3 de febrero.
Todo parece indicar
que la tendencia —la necesidad— es la inversa, como anticipan
mandos militares y expertos estadounidenses ante la estabilización,
cuando no expansión, de la actividad insurgente [2].
EEUU ha incrementado hasta 150.000 efectivos su presencia en Iraq con
motivo de las elecciones y la previsión es que tenga que aumentar aún
más su número en un futuro inmediato. Ciertamente, su continuidad en
el país es incuestionable: de ella depende la supervivencia efectiva
de las nuevas instancias internas. Respecto al desarrollo de las
nuevas fuerzas de seguridad iraquíes, las elecciones se han celebrado
con la concurrencia de menos de la mitad del contingente previsto
inicialmente, en cualquier caso varias decenas de miles de hombres
menos que el contingente de 170.000 tropas extranjeras a día de hoy
presentes en Iraq.
Por si había alguna
duda, el propio presidente Bush lo confirmaba en su discurso sobre el
Estado de la Unión de la madrugada del 2 al 3 de febrero: la
celebración de las elecciones en Iraq ratifica la corrección de la
política seguida por su Administración en este país y avala la
permanencia de EEUU en el mismo; es decir, ninguna previsión de
retirada de tropas.
Las elecciones no favorecerán la recuperación de la soberanía.
Por lo demás, las
instancias que surjan de estas elecciones (una nueva Asamblea y un
nuevo gobierno) seguirán sometidas a la fiscalización de los más de
40.000 asesores civiles y militares estadounidenses que, bajo
la dirección de John Negroponte, embajador de EEUU en Iraq,
supervisan cada uno de los ámbitos administrativos e institucionales
del país.
Si bien estas nuevas
instancias iraquíes deberán redactar una definitiva Constitución
que sustituya a la actual transitoria, el marco jurídico del país ha
sido modificado esencialmente por los edictos establecidos en su día
por Paul Bremer, particularmente en aspectos económicos y
financieros, edictos irrevocables. De hechos, la actualmente vigente
Ley Administrativa Transitoria recogió, como no podía ser de otro
modo, este nuevo marco jurídico definido por los estadounidenses, y
cabe imaginar que las nuevas autoridades (ni una cosa, ni la
otra) lo mantengan por puro interés en la Constitución definitiva
que han de elaborar.
Por lo demás,
puestos claves de gestión y control del nuevo y enflaquecido Estado
fueron designados por Bremer por un período de cinco años entre
exilados iraquíes de confianza de Washington, al igual que los
miembros de la nueva judicatura iraquí y de los medios públicos de
comunicación, cargos en los que han de continuar ajenos a las
elecciones [3].
2. Las elecciones, como la propia ocupación, son ilegales
Elecciones bajo ocupación.
Las elecciones se han
celebrado bajo un régimen de ocupación, tras un acto de agresión
militar. Las elecciones no legitiman la ocupación: la ocupación
deslegitima las elecciones. Toda la legislación internacional
desarrollada a lo largo del pasado siglo considera ilegal el cambio de
estatuto interno —en cualquier aspecto— de un país bajo ocupación
por parte de la potencia ocupante.
Más allá de este
hecho palmario, las elecciones han presentado al pueblo iraquí una
oferta limitada de candidaturas (no ya candidatos clandestinos),
solamente aquéllas que aceptan el actual marco de ocupación y de
tutela extranjera. Antes que la violencia y la coacción que hayan
podido sufrir los ciudadanos iraquíes que deseaban votar este
domingo, los ocupantes y los colaboracionistas han ejercido la suya
propia al restringir el derecho a ejercer el voto entre opciones que,
todas ellas, se someten a la lógica y los intereses de EEUU.
El día de las
elecciones había en las cárceles y centros de detención de Iraq
10.000 prisioneros políticos.
Como se ha reiterado,
unas elecciones sin cobertura informativa real, sin observadores
internacionales independientes, gestionadas directamente por
instancias directamente asociadas a los ocupantes (el Instituto
Nacional Democrático para Asuntos Exteriores y el Instituto
Republicano Internacional, ambos estadounidenses [4])
con un país parcialmente bajo Estado de excepción y todo él cerrado
al exterior, no son particularmente fiables. Como ha señalado a The
Guardian Salim Lone —quien fuera director de comunicación de
Sergio Viera de Mello, muerto en atentado en Bagdad en agosto de
2003—, si estos comicios se hubieran celebrado en similares
circunstancias en cualquier otro país del mundo, Occidente los
hubiera denunciado sin paliativos [5].
La participación no legitima las elecciones.
Como señala en su
artículo Lone: “Una alta participación no cambia el hecho de que
son las elecciones ilegales del ocupante”. Es la misma formulación
que, con otras palabras, establece Phyllis Bennis: “La legitimidad
[de las elecciones] no está determinada por el número de personas
que han votado”[6]. Pero, ¿ha sido significativo
el voto?.
Cabría afirmar, como
se hacia en la época del depuesto gobierno de Sadam Husein, que sin
fiscalización internacional independiente, los resultados y,
particularmente, el porcentaje de voto emitido no puede ser sancionado
como válido. De igual manera, las coloristas (¿coloreadas?) crónicas
de los/as periodistas occidentales, limitadas al perímetro de
seguridad impuesto por los ocupantes en algunas ciudades del país,
son tan inefables como irrelevantes a la hora de poder componer el
panorama real y general que ha vivido el país en esa jornada. En
amplias zonas de Iraq no habido presencia alguna de medios de
comunicación internacionales.
De los 20 millones de
potenciales votantes, se habían inscrito para poder hacerlo 14
millones (según fuentes oficiales), es decir el 70% [7].
De los 1,2 millones de expatriados (quizás hasta más de dos
millones), solo 280.000 se registraron para poder votar y de éstos
solo la mitad finalmente votaron. Ciertamente, el porcentaje de
participación va disminuyendo a medida que pasan las horas, desde un
inicial 70% anunciado poco después del cierre de las urnas por la
Comisión Electoral Iraquí. Si la estimación de que votaron 7
millones de iraquíes se da por buena, ello significa que votó
finalmente la mitad de los que se inscribieron para hacerlo, o el 35%
de todos los potenciales votantes [8].
3. Unas elecciones contra la integración, la convivencia y la
democratización de Iraq
Unas elecciones en clave confesional y sectaria.
Lo relevante no es,
de todas formas, el porcentaje de abstención o de votos —y ello no
solamente por que las matemáticas no van a aportar un ápice de
legitimidad al proceso. Pese a los cínicos llamamientos a la
concordia nacional del día después emitidos por el primer ministro
Alawi, lo relevante es que las elecciones han sido impuestas por EEUU
y Reino Unido siguiendo una lógica de fragmentación social y
territorial del país, de igual manera que su justificación previa y
su posterior evaluación se han realizado en clave asimismo
confesional y comunitaria. Es decir: se ha procurado presentar la
resistencia a la ocupación y el rechazo a las elecciones como expresión
de la voluntad de hegemonía de una determinada comunidad —la sunní
y árabe— sobre las otras —la shi’í y la kurda—; o dicho de
otra manera: no se habría abstenido legítimamente la parte de la
población iraquí que está en contra de la ocupación y a favor de
un proceso efectivo de restitución de la soberanía y de desarrollo
democrático del país, sino que se han abstenido quienes están en
contra de todo ello.
La perversión del
razonamiento es evidente y encuentra su expresión más extrema en la
identificación exclusiva y abusiva de la resistencia armada con las
supuestas acciones de la red al-Qaeda en Iraq y la figura de az-Zarqawi,
hasta el punto que, mientras barrios y el centro de Bagdad y varias
ciudades del país registraban ese día y durante horas
enfrentamientos armados entre contingentes guerrilleros y tropas de
ocupación, según fuentes árabes y medios independientes, la atención
pública internacional procuraba centrarse en acciones suicidas
puntuales dentro de los colegios electorales.
La jornada electoral
parece haber aportado dos imágenes bien contrapuestas: en barrios de
la capital, en la ciudades del oeste, centro-norte y centro-sur del país,
y en Mosul y Kirkuk los colegios electorales permanecieron vacíos o
no se llegaron a abrir. En otros barrios de Bagdad (además del limbo
territorial que supone la denominada “Zona Verde”), en el
extremo norte del Kurdistán y en algunas ciudades de mayoría shi’í
del en las que las fuerzas confesionales del Congreso Supremo de la
Revolución Islámica en Iraq (CSRII) y del partido ad-Dawa son
predominantes, se ha votado ampliamente. Sin embargo, fuentes israelíes
indican que el voto ha podido ser masivo en Nayaf y Karbala, pero que
incluso en las ciudades de Diwaniya, Mussana, Qadasiya y Amara el
porcentaje no habría alcanzado al 40% de los electores registrados,
con porcentajes en Basora aún menores (32-35%) [9],
quizás por que el clérigo Moqtadar as-Sadr finalmente no ha
respaldado la lista conjunta de as-Sistani, el CSRII y ad-Dawa, y ha
rechazado, como otros religiosos shi’ies, las elecciones.
Un voto
cautivo.
Si se ha pretendido caricaturizar la abstención y
el rechazo a las elecciones como sunní [10],
bien cierto es por el contrario que la participación ha seguido
esencialmente criterios confesionales o étnicos. Las dos candidaturas
más votadas habrán sido sin duda las articuladas en torno a la
figura del ayatollah as-Sistani y las formaciones confesionales antes
mencionadas, el CSRII y ad-Dawa, integradas con formaciones menores en
la denominada Alianza Unida Iraquí, y la de las formaciones
kurdo-iraquíes Partido Democrático del Kurdistán (PDK, de Masoud
Barzani) y Unión Patriótica del Kurdistán (UPK, de Jalal Talabani),
que se presentaban en una misma lista (Alianza del Kudistán) junto a
otras nueve formaciones menores de la zona. Esta lista kurda está
comprometida en apoyar la renovación como presidente del gobierno de
Alawi (que se ha presentado con su propia candidatura, la Lista Iraquí),
esencialmente porque, para quebradero de la Administración Bush,
estos dos principales polos territoriales y comunitarios en los que se
asienta su precario poder en Iraq discrepan abiertamente sobre el
futuro modelo de Estado, y las formaciones kurdas esperan de Alawi que
limite la que será previsible mayoría confesional shi’í de la
nueva Asamblea [11].
Esta configuración
de las principales candidaturas electorales de las formaciones
asociadas a los estadounidenses ha tenido que alentar un voto cautivo,
inducido, no tanto por la libre elección entre programas propuestos,
como por las tramas religiosas, clientelistas, mafiosas y represivas
que se están afianzando a la sombra de los ocupantes en los
territorios dominados por formaciones a ellos sometidas. Además, los
al menos 10.000 efectivos de la milicia del CSRII (antes Brigadas Badr,
ahora Organización Badr) participan con las fuerzas de ocupación
estadounidenses y británicas en el control securitario de zonas del
sur del país, quizás con el apoyo de elementos iraníes o del
Hezbollah libanés. De igual manera, las milicias kurdas de la UPK y
del PDK integran buena parte de los nuevos cuerpos de seguridad iraquíes
(la Guardia Nacional, en concreto); su presencia junto a tropas
estadounidenses en Mosul y Kirkuk durante la jornada electoral ha sido
considerada como abiertamente coercitiva por otras comunidades [12].
Notas:
(*) Carlos Varea es coordinador de la Campaña Estatal contra la Ocupación
y por la Soberanía de Iraq
1. Associated
Press, 1 de febrero de 2005.
2. Véase en
IraqSolidaridad: http://www.nodo50.org/iraq/2004-2005/analisis/balance-dic_11-01-05.html.
3.
Phyllis Bennis, UFPJ Talking Points 29: “Reading the
elections”, 1 de febrero de 2005.
4. Véase el
comunicado emitido tras la elecciones por International Action
Center, organización estadounidense que preside Ramsey Clark.
5.
“An election to anoint an ocupation”, 1 de febrero de 2005.
6.
UFPJ Talking Points 29:
“Reading the elections”, 1 de febrero de 2005.
7.
“Iraq: Who voted and who didn’t and why”, Frontline, 31
de enero de 2005.
8. La ironía es que
quienes quisieron votar lo tuvieron que hacer mostrando como documento
acreditativo la cartilla familiar de aprovisionamiento establecida por
el gobierno iraquí en agosto de 1990, tras la aprobación de las
sanciones económicas por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas,
denostada desde entonces y hasta la invasión por quienes hoy han
propiciado las elecciones, ocupantes extranjeros y opositores iraquíes,
por cuanto se consideraba mecanismo de control social y policial del
depuesto régimen (mientras Naciones Unidas elogiaba el
procedimiento). Está por confirmar que este hecho pueda haber
inducido el miedo entre potenciales abstencionistas a no recibir la ya
menguada dotación alimentaria que otorga la cartilla, ni que las
autoridades hayan amenazado con ello a quienes no acudieran a votar,
como algunos corresponsales árabes han informado.
9. Véase:
http://www.debka.com/article.php?aid=974.
10. Sobre el amplio
abanico de fuerzas políticas y sociales, tanto de dentro del país
como de la diáspora, opuestas a las elecciones, véase en
IraqSolidaridad: http://www.nodo50.org/iraq/2004-2005/docs/elec_26-11-04.html
y http://www.nodo50.org/iraq/2004-2005/docs/elec_2-12-04.html.
11. Se especula en
estos días con que Abdel Aziz al-Hakim, el clérigo que dirige el
CSRII, será el portavoz del nuevo parlamento, y que el portavoz de
ad-Dawa, Ibrahim al-Jaafari (o quizás Ahmad Chalabi, también shi’í)
será primer ministro en el caso de que Alawi no lo vuelva a ser (USA
Today, 31 de enero de 2005).
12. Véase:
http://www.debka.com/article.php?aid=974
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