Elecciones prêt à
porter
Por Augusto Zamora
(*)
AIS (Agencia de
Información Solidaria), 02/02/05
El censo electoral en
Irak es alto secreto y no lo conoce nadie, salvo EEUU. No había
observadores internacionales para verificar la limpieza de las
votaciones ni los hay para el recuento electoral. Los 192 observadores
registrados estaban en hoteles de Bagdad y allí siguen sin salir.
Tampoco hay un órgano imparcial que pueda dar fe de la limpieza de
las elecciones ni del proceso posterior. Pese a tan absolutas
arbitrariedades, Occidente ha proclamado como un éxito las elecciones
en Irak y da por ciertas las cifras de participación anunciadas por
el gobierno impuesto por EEUU. Se trata de un acto de fe ciega,
similar al de los gobiernos que juraban, por sus muertos, que existían
armas de destrucción masiva.
Delegados de Naciones
Unidas han reconocido que las cifras dadas son meras apreciaciones, ya
que nadie ha podido verificarlas. Pues bien, aun dando por buena la
cifra de que la participación rondó el 60% del censo electoral, debe
recordarse que, según el propio gobierno iraquí, sólo se inscribió
el 60% de la población con derecho a voto, cifrada en 14 millones de
iraquíes. De los 1,2 millones de iraquíes en el extranjero, votó el
94% de los inscritos, pero se registró solamente un 23%. Ciñéndonos
a tales cifras –que, repetimos, no son fiables al carecer de censo
electoral- habría votado, como mucho, un 40% de los iraquíes en edad
de hacerlo. ¿Puede afirmarse con seriedad que lo celebrado el 30 de
enero ha sido un "éxito electoral"? ¿No podría la
resistencia iraquí, siguiendo esa lógica, afirmar por el contrario,
que el éxito ha sido suyo, pues del 100% de votantes se abstuvo el
60%, que es bastante más que el 40% admitido oficiosamente?.
Irak es, no hay que
olvidarlo, un país ocupado por 200.000 soldados extranjeros y en
estado de guerra. Las elecciones se desarrollaron bajo estado de
sitio, sin que nadie pudiera hacer libremente campaña por la abstención
ni realizar actividad política alguna contra la ocupación del país
y los medios de comunicación estaban controlados por las fuerzas
invasoras. Un país agredido y ocupado está impedido de ejercer
libremente su derecho a la autodeterminación, como sucedió en el
caso de Timor Este, donde Naciones Unidas exigió la retirada del ejército
indonesio para proceder a celebrar elecciones. Era inadmisible
celebrarlas mientras Indonesia controlara Timor. Por demás, EEUU no
ha derrochado 300.000 millones de dólares para devolver Irak a los
iraquíes. Por eso Bush se dio prisa en interpretar el "éxito
electoral" como un "espaldarazo" a la ocupación del país,
aunque la situación sea la opuesta, es decir, que la inmensa mayoría
de los iraquíes que votaron lo hicieron pensando en que así acelerarán
la salida de las tropas extranjeras. Pero, según los antecedentes,
EEUU sólo abandona los países que invade en dos circunstancias.
Derrotado militarmente, como ocurrió en Corea en 1953 y Vietnam en
1975, o tras dejar un ejército cipayo que, como la Guardia Nacional
de Somoza o Trujillo, actúe como guardián de sus intereses. Pero
nada indica que pueda hacer de Irak un país bananero u otra Arabia
Saudí.
Soldados muertos
Mientras Bush
interpreta a su manera las elecciones, otras cifras, estas del ejército
de EEUU, revelan distinta realidad. El número de soldados muertos en
acciones guerrilleras ha pasado de 17 en mayo de 2003 a un promedio de
82 mensuales. Los soldados heridos, de 142 a 808 al mes. Los ataques
de la resistencia han ascendido de 735 mensuales a 2.400 y los
coches-bomba de cero a 13 por mes. Este enero la resistencia derribó
tres helicópteros y un avión, con 48 soldados muertos. El colmo: la
efectividad de los sabotajes ha obligado a importar gasolina en un país
que tiene las segundas mayores reservas petroleras del mundo.
Dar por buenas unas
elecciones celebradas en tales condiciones no sólo agitará la
confrontación entre chiíes, suníes y kurdos, sino que implicará
legitimar –también hay que recordarlo- las guerras de agresión y
validar los crímenes internacionales. La Carta de Naciones Unidas y
el Tribunal Penal Internacional verán mermada su credibilidad, pues
no tendrá sentido defender un orden jurídico y un tribunal mundial
si una farsa electoral basta para limpiar los más abominables crímenes
y presentar a los criminales como guardianes de la paz. O serán,
simplemente, órganos para juzgar a tiranuelos perseguidos por los
mismos que hoy aplauden o silencian los crímenes en Irak. Estamos
ante una nueva derrota de la humanidad y el renacimiento en triunfo
del más rancio y atroz colonialismo.
Una última nota. Las
elecciones recuerdan las celebradas en El Salvador en 1982, realizadas
para enmascarar la intervención de EEUU y derrotar a la guerrilla.
Cerrada toda posibilidad de solución política, la guerra continuó
ocho años más, dejando 70.000 muertos y centenares de miles de
detenidos, torturados y desplazados. En esa espiral de horror están
metiendo a Irak, entre vítores a los agresores y el silencio cómplice
ante sus víctimas. Lo dicho y repetido tantas veces. Si algo enseña
la historia es que la historia no enseña nada.
(*) Profesor de
Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la UAM
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