Los marines:
“Bagdad como Saigón en el ‘68”. Soldados y “funcionarios”
americanos hablan desde “la fortaleza” asediada de los mandos
militares y la mega-embajada de EE.UU.
Reportaje desde la zona verde
Por Stefano Chiarini,
Il manifesto
Traducido para Rebelión
por Gorka Larrabeiti, 01/02/05
“La situación es desastrosa, nos encontramos en medio de
una guerra cuyas razones no entendemos, para la cual no estábamos
preparados, y en la cual no creemos. Sin embargo, me temo que aquí,
como en Vietnam, tendrá que correr aún mucha sangre tanto nuestra
como iraquí para que en Washington renuncien a sus locos proyectos.
Entre tanto, hay un
tufo irrespirable de coroneles Kurtz y de escuadrones de la muerte que
no presagia nada bueno”. “John”, un chicarrón no demasiado
joven, oriundo de Nueva York, “experto en desarrollo”, arabista y
miembro de algún servicio secreto ignorado por el Pentágono, no se
da paz por haber tenido que venir aquí a la zona verde de Bagdad, la
“ciudad prohibida” estadounidense en la margen derecha del Tigris,
transformada en la embajada americana más grande del mundo, “para
montar un poco de teatro con vistas a las elecciones en el ámbito de
una política sin futuro que sólo está destruyendo Irak”. “A
propósito –nos dice tras un momento de pausa-, ¿sabes qué día se
ha elegido para celebrar las elecciones? El trigésimo séptimo
aniversario de la “ofensiva del tet” lanzada por los vietcong el
30 de enero de 1968, cuando el gobierno Johnson y la opinión pública
americana entendieron la imposibilidad de ganar la guerra”.
Pesimismo, amargura y
deseo de marcharse son las notas más recurrentes en las palabras de
no pocos funcionarios y soldados americanos que no desean sino
desfogarse para poder así seguir adelante. Más de 500 soldados de
EE.UU han sido repatriados desde el comienzo de la guerra por
problemas relacionados con el equilibrio mental.
“Las diferencias
entre Vietnam e Irak son muchas y evidentes –sigue John, cuyo padre
es un superviviente de Indochina- pero es tristemente similar el lento
hundimiento en la ciénaga de la ocupación”. John nos habla después
del resentimiento de algunos sectores militares por la decisión del
ministro de defensa, Rumsfeld, no sólo de enviar a un “ejército
ligero” (cerca de 138.000 soldados, reducidos actualmente a 150.000)
que no puede controlar un país tan vasto, sufriendo así pérdidas
graves, sino por las continuas prórrogas de los periodos de
permanencia en Mesopotamia y por los recurrentes rechazos a dejar
libres a los soldados al final de sus contratos.
70 ataques armados diarios
En el campo, además,
las cifras de la ocupación resultan desastrosas: 1430 muertos
americanos, 76 ingleses y 85 entre las filas del resto de contingentes
mientras la media de soldados muertos cada me pasa de los 17 en junio
de 2003 a unos 70 actualmente, y el número de heridos, de 142 a 708.
Paralelamente, los ataques de la resistencia iraquí han pasado de 735
al mes a 2400, o sea, unos 80 al día, y el número de resistentes ha
crecido, aproximadamente, de 5000 a 40000 a tiempo completo y 200.000
a tiempo parcial. Al mismo tiempo, la gasolina es imposible de
encontrar, la energía eléctrica, cada vez más escasa, la
reconstrucción está paralizada, los precios se han triplicado. “No
hay mucho de lo que sentirse orgullosos –nos dice un John de oscuro
rostro- y será cada vez peor. Viendo estos folios me vienen a la
memoria las palabras de Winston Churchill cuando, refiriéndose a
Irak, dijo: “Es sorprendente cómo hemos conseguido, en tan poco
tiempo, enemistarnos con un entero país”.
“La ciudad
prohibida”, que acoge, no sólo las oficinas del nuevo embajador
estadounidense, John Negroponte –veterano de la guerra sucia en
Centroamérica-, situadas en el ex palacio presidencial de Saddam
Hussein (quién sabe si habrá cambiado la famosa grifería de oro,
motivo recurrente en muchos reportajes de antes de la guerra), sino
también las del gobierno iraquí, algunas embajadas aliadas, las
sedes de las multinacionales y las residencias de muchos ministros y
funcionarios iraquíes, miembros de los servicios secretos, contractors
y mercenarios, se va transformando más y más en una pura y dura
fortaleza asediada por todos lados. Una realidad cuya evidencia se
advierte ya a unos dos kilómetros de distancia, apenas cruzado el
Tigris. Barreras de cemento, rollos de alambre espinado, bloques de
tierra comprimida envuelta en grandes redes de acero colocadas a lo
largo de Carrada Mariam. Dos tanques, delante de la entrada, no lejos
del ex hotel Rashid. Uno tiene bajo tiro el puente “Jumuriya” y la
margen izquierda de la ciudad, con el centro comercial y la zona de
los hoteles; el otro, la amenazante Haifa Street, que se extiende por
la orilla derecha del Tigris.
El paso de la “zona
roja”, roja en el sentido de peligrosa, a la “zona verde”, la
ciudadela del bien , de la biblia, donde también el aborto está
prohibido, se presenta como una auténtica frontera con el centro de
un campo de batalla. Dentro, una vez superados los munuciosos y
repetidos controles realizados por parte de mercenarios nepalíes y
filipinos de la sociedad británica “Global international”, se
respira una tensión tan fuerte que, en Bagdad, se afirma que el mismo
premier Allawi aconseja siempre a sus huéspedes extranjeros que no se
asomen a las ventanas, diciéndoles “sabéis, no quisiera que…”.
Dentro de la base,
entre contractors con pinta de perro lobo, mercenarios tipo robocop,
personal “civil”, médicos, enfermeros, todos ellos armadísimos,
con chaleco antibalas, ray ban, metralleta, dos cargadores,
pistola, radio etc., parece que uno se encuentra en el set de
una película.
El segundo ejército,
los 25.000 mercenarios
Los mercenarios de la
seguridad son más de 25.000, y constituyen el segundo contingente
después del de EE.UU, pero los contractor civiles
militarizados superan los 75.000. Basta pensar que, hoy por hoy,
aproximadamente uno de cada diez soldados en la línea de fuego es un
mercenario. Un negocio de alcance mundial que equivaldría a más de
100.000 millones de dólares. La ocupación de Irak no podría
funcionar sin ellos ni desde el punto de vista militar ni en lo que
hace a los servicios esenciales para hacer funcionar las 14 grandes
bases de EE.UU construidas en el país. Las sociedades que organizan a
los mercenarios, provenientes de cuerpos especiales de medio mundo,
son en su mayor parte americanas, aunque también británicas. Entre
las estadounidenses, destacan por afamadas y controvertidas, la Mpri,
la conocida sociedad tejana Kellogg, Brown y Root, subsidiaria de la
Halliburton, y la Dynacorp, antaño ocupada también en la
antiguerrilla en Colombia y la ex Yugoslavia, la cual, en Irak, se
ocupa, al parecer, de los raids a casas de supuestos líderes
de la guerrilla.
Todos los mercenarios
gozan de plena inmunidad, reconocida por medio de un edicto del propio
ex administrador estadounidense en Irak, Paul Bremer, y sus pagas son,
en muchos casos, fabulosas: “En un año llego a ganar –nos dice
Jerry, contractor sudafricano, “enfermero y escolta de
convoyes”- hasta 170.000 dólares y dos semanas de vacaciones cada
90 días. Y luego está siempre la atracción de la aventura, de
arriesgar la vida en situaciones extremas”. Claro que, en la ocupación,
no importan los gastos, ya que, hasta este otoño, en la mayor parte
de los casos, no se han usado los fondos del Congreso (sometidos a rígidos
controles) sino los fondos iraquíes de la “Oil for food” [Petróleo
por alimentos] así como los de las ventas petrolíferas.
Al final de un día
en la zona verde, uno se da cuenta de lo bien que harían quienes
hablan de “infiltraciones de terroristas extranjeros en Irak” si
echaran una ojeada a este lugar, donde quizá esté concentrada gran
parte de la escoria de las “guerras sucias” de medio mundo.
Desde quien
colaboraba con los escuadrones de la muerte en el Ulster, como el británico
Derek William Adgey, a los asesinos de los cuerpos especiales
sudafricanos del apartheid, como Francois Strydom (muerto el pasado año),
o su colega de Deon Gouws. Por no hablar del coronel Tim Spicer,
encargado por los EE.UU para coordinar las más de 50 sociedades de
mercenarios presentes en Irak, protagonista de las “guerras en la
sombra” en el Ulster, luego en Papua Nueva Guinea, luego en Sierra
Leona.
Al Pentágono le
encantan los mercenarios porque no tienen que respetar ley alguna, su
uso no está sometido al control del Congreso, los fondos destinados a
ellos no forman parte del presupuesto de defensa y, si mueren, quedan
fuera de las estadísticas oficiales de caídos en Irak.
La escoria de las
guerras sucias del mundo
Esta filosofía de
las operaciones clandestinas –según lo que sostienen algunos
funcionarios y soldados de EE.UU- no habría inspirado sólo la acción
de las sociedades privadas de seguridad, sino también los programas
de las mismas autoridades oficiales de ocupación provocando, entre
otras cosas, serios problemas de coordinación con el ejército
regular.
“Ellos se meten en
jaleos –nos dice un militar de paso mientras un capuccino terrible
- y nosotros tenemos que ir a salvarles. Cuando es posible, lo
hacemos, pero, en muchos casos, se las tienen que apañar solos”.
Figura representativa del vínculo entre autoriaddes de ocupación y
“guerras clandestinas” es, sin duda, James Steel, consejero del ex
vicerrey de EE.UU en Irak, Paul Bremer, para las Fuerzas de seguridad
iraquíes: veterano de Vietnam, coronel en El Salvador, sucesivamente
ocupado con el coronel North en el apoyo a los contras, luego, en
Panamá, para finalmente responder a la llamada del número dos del
Pentágono, Paul Wolfowitz, viejo amigo suyo.
La tendencia a la
“iraquización” de la guerra se está acentuando con el progresivo
aumento de pérdidas estadounidenses, y ahora, el general Gary Luck,
enviado a Mesopotamia por el Pentágono, parece haber decidido
emprender con decisión este camino proponiendo el envío de al menos
10.000 consejeros para los nuevos cuerpos del ejército iraquí a fin
de adiestrarlos, así como de controlarlos. Asimismo, parece estar
dispuesto a explotar las divisiones étnicas y confesionales enviando
tropas kurdas a reprimir las zonas suníes y shiíes e incitando a
estos últimos a la represión de aquéllos. Parece haberse decidido
también el envío de “expertos” a los vértices de los
ministerios iraquíes de defensa y del interior para coordinar una
“lucha al terrorismo” más eficaz. Prácticamente, el programa de
“vietnamización” de la guerra, que, en el sureste asiático,
sirvió sólo para provocar millares de muertos sin obtener resultado
concreto alguno.
Propuestas que nos
recuerdan lo que escribió en el Sunday Times, durante la
revuelta de 1920, el coronel T.E. Lawrence: “Los ingleses, en
Mesopotamia, han caído en una trampa de la cual será durísimo
escapar con dignidad y honor. Nos hemos dejado engañar por la falta
de información contrastada. Los comunicados oficiales llegan tarde,
atrasados y no son sinceros. Las cosas están mucho peor de lo que
dicen… No estamos muy lejos del desastre”. El sol se ha puesto y
un oficial nos invita a volver al hotel antes de que oscurezca, cuando
la “zona roja”, que, en realidad, es la capital iraquí por
entero, cae en manos de las fuerzas del mal, mientras las del bien
gozan de un merecido descanso en la “zona verde”.
|
|