En
el pasado Vietnam, hoy Irak
Las
«elecciones democráticas» bajo ocupación militar estadounidense
Por Jack Naffair y Arthur Lepic
Red
Voltaire, 12/05/05
En
plena campaña de bombardeos sobre el norte de Vietnam en 1967, los
Estados Unidos organizaban elecciones para que una parte de la población
del Vietnam del Sur ocupado escogiera un presidente. Once años antes,
violaban abiertamente los Acuerdos de Ginebra al anular las elecciones
generales que se celebrarían bajo control internacional y que, sin
duda alguna, hubiesen llevado al poder a Ho Chi Minh. Tergiversando
abiertamente la resolución N° 1546 de la ONU en 2004, Washington
organizó de nuevo una operación electoral en situación de guerra de
ocupación, para tratar de hacer aceptar una ocupación ilegal. Pero
esta vez la mayoría de los líderes de la opinión reverencian esta
«etapa hacia la democracia».
En
plena guerra de Vietnam el diario estadounidense New York Times, de
fecha de 3 de septiembre de 1967 titulaba su página principal de la
siguiente manera: «Vietnam: 83% de participación a pesar del terror
Viet Cong».
Toda
operación de propaganda, sobre todo en situación de guerra, debe
enfocarse desde diversos ángulos según el público receptor del
mensaje. La luz verde la dan por lo general los que toman las
decisiones cuando consideran que la operación propuesta tiene un
efecto lo suficientemente positivo sobre las diferentes partes.
En
el caso de la organización de «elecciones» en un país ocupado
militarmente, el efecto que se busca en el interior de dicho país es
por lo general apaciguar el fervor de la resistencia, ya sea porque
esta teme la autodeterminación de un pueblo al que controla mediante
el terror o porque espera salir fortalecida de ello y, por lo tanto,
quiere evitar el sacrificio inútil de combatientes antes de que
llegue el momento.
Pero
es también la oportunidad de convencer a la opinión, fuera del país,
de las buenas intenciones del ocupante para así justificar a
posteriori una invasión.
Cuando
ya se ha corrido el velo de la propaganda estadounidense que domina
los medios masivos de comunicación occidentales, vemos con claridad
que la opinión iraquí, sobre todo en los medios poblacionales chiíta
al sur y kurdo al norte, se ha dejado llevar hasta cierto punto por el
juego de las elecciones, esperando sacar provecho de ello.
El
desconcierto del gobierno estadounidense ante las reivindicaciones de
victoria de los dirigentes chiítas subraya además toda la ambigüedad
de la operación: brillante maniobra de comunicación ante la opinión
occidental que podría muy bien convertirse en el cuño que sellaría
la segunda gran derrota militar estadounidense de la historia, cuando
esos mismos «iraquíes promedio» que hasta entonces le habían dado
una oportunidad al proyecto de «democracia» estadounidense y votado
por lo que ellos creían ser la retirada de las tropas de ocupación,
pierdan sus ilusiones y se unan al «ejército de las sombras».
De
hecho, las recientes declaraciones de John Negroponte, el «embajador
de los Estados Unidos» que en realidad gobierna a Irak por las armas,
soslayan hábilmente la cuestión de la retirada de las tropas. Falta,
frente a él, un líder del temple de Ho Chi Minh que pueda enunciar
con precisión los objetivos estratégicos de la potencia ocupante
desde un ángulo diferente (bases estratégicas permanentes y petróleo),
despertando de ese modo la conciencia del pueblo iraquí.
Todo
ello nos hace comprender hasta qué punto se han perfeccionado desde
entonces las técnicas de propaganda y división, y también hasta qué
punto la resistencia iraquí carece del apoyo de una gran potencia
extranjera.
Cuando
se celebraron las elecciones iraquíes organizadas por los Estados
Unidos el 30 de enero de 2005, diversos blogs, así como sitios web de
información alternativa tuvieron la buena idea de compararlas con
otras elecciones en situación de ocupación militar, esta vez en
Vietnam del Sur en el año 1967. Si bien ambas situaciones presentan,
en efecto, muchas similitudes, para que esta comparación muestre toda
su pertinencia debe hacerse, sin embargo, un análisis más profundo
que se remonte hasta los Acuerdos de Ginebra del año 1954.
Por
una parte, los Acuerdos de Ginebra firmados en 1954, tras la
humillante derrota sufrida por Francia en Dien Bien Phu, no conciernen
tanto a París como a Washington, que era la única fuerza de
negociación verdadera frente al Vietminh.
Al
permitirle a Francia salvaguardar su prestigio, Washington, a la vez,
la arrastra realmente hacia su política de «contención» de la URSS,
a pesar de que desde 1950, con la guerra de Corea, el conflicto se había
convertido en una cruzada anticomunista franco–norteamericana.
Los
grandes lineamientos de los Acuerdos de Ginebra eran un cese al fuego
incondicional, una división del país en dos al nivel del paralelo 17
y la organización de elecciones libres en todo el país.
Ho
Chi Minh dio muestras de una ejemplar buena voluntad hasta el final de
las negociaciones, e inclusive demostró cierto optimismo en cuanto a
la celebración de elecciones debido a que confiaba en el deseo de
independencia del Sur donde, fuera de Saigón, él era por cierto muy
popular.
Se
estima, en efecto, que Ho Chi Minh habría obtenido una amplia
victoria electoral, probablemente con más del 70% de los votos. Más
tarde confesaría gradualmente sus dudas, de 1954 a 1956, fecha en que
las elecciones generales en Vietnam fueron anuladas por decisión de
Washington. Mientras tanto, la policía del régimen títere de Diem
se había dedicado a saquear e incendiar los locales de la Comisión
Internacional de Control encargada de supervisar la correcta aplicación
de los Acuerdos de Ginebra [1].
Todo
ello sin olvidar las misteriosas circunstancias del asesinato en 2003
de Sergio Vieira de Mello, representante de la ONU en Irak, antes de
que los Estados Unidos impidan el proceso político y acudan a
continuación a la ONU para que desempeñe un papel secundario, sin
tarea de supervisión, en la organización de las «elecciones».
En
este punto, se notará además que el 30 de enero en Irak no hubo más
observadores internacionales (o al menos independientes de Washington)
que el 3 de septiembre de 1967 en Vietnam. Elecciones, sí, pero no
democracia: contrariamente a las que debían celebrarse en 1954, las
elecciones de 1967 sólo concernían a Vietnam del Sur, y se trataba
de seleccionar entre candidatos autorizados por las fuerzas de ocupación.
Dado
que todo representante de la Resistencia es considerado como «terrorista»
y, por tanto, como criminal, no puede de hecho participar en el
proceso electoral. Asimismo, es importante repetir que unas elecciones
en territorio ocupado que no incluyan a las fuerzas políticas de la
Resistencia, de ningún modo pueden tener visos de «democracia».
La
Resolución N° 1546 (2004) de la ONU, adoptada el 8 de junio de 2004
por el Consejo de Seguridad, prevé «el fin de la ocupación» y que
«un gobierno provisional totalmente soberano e independiente (...)
asuma sus plenas funciones y autoridad(...) para el 30 de junio de
2004». La única posibilidad de que la ocupación se prolongara era,
según esta misma Resolución, que un gobierno soberano lo solicitase.
Estábamos,
pues, ante un ejemplar pase de manos jurídico: la «transferencia de
soberanía» al gobierno designado por el ocupante que, a su vez, pedía
que se prolongase la ocupación. La misma Resolución (Artículo 4 c)
exigía « La celebración de elecciones democráticas directas, a ser
posible para el 31 de diciembre de 2004 y a más tardar para el 31 de
enero de 2005» He ahí, pues, cómo los iraquíes tuvieron que sufrir
esta superchería o manipulación democrática en plena ocupación
extranjera, lamentablemente con la colaboración de la ONU.
No
sorprende entonces que en aquella época un régimen títere militar,
el de Nguyen Van Thieu, haya resultado vencedor en Vietnam. En cuanto
a la autenticidad del escrutinio, los pocos investigadores que
analizaron este hecho casi olvidado por la historia, comentan [2]:
Muchos
vietnamitas tenían dudas sobre la integridad del proceso electoral.
Un hombre de negocios vietnamita comentó: «El 99% de la gente piensa
que son unas elecciones fraudulentas, pero votan porque eso es lo que
se espera de ellos.» Había indicios que hacían pensar que la
participación masiva se debía sobre todo a las presiones y amenazas
de represalia que sufrirían aquellos que no acudieran a las urnas.
Dado
que los responsables electorales habían acuñado los documentos de
identidad, en general se sospechaba que la ausencia de ese "símbolo
de lealtad" hacia el gobierno fuese motivo de problemas
ulteriores, inclusive de sospechas de pertenecer al Viet Cong.
El
método escogido en Irak fue esta vez la marca corporal: tinta azul en
el dedo, prenda de lealtad que para los iraquíes significa el
sometimiento al ocupante y, para los más ingenuos, en el extranjero,
la integración a la gran comunidad «democrática» de quienes votan.
Poco importa que los que no voten sean públicamente fustigados por su
opción que, sin embargo, es también completamente democrática: el
hecho de votar representaría por sí mismo un acto de fe democrática.
En
agosto de 1967, la popularidad en Estados Unidos de la guerra llevada
a cabo por el presidente Johnson enfrenta su nivel más bajo (un 33%
apoya esta política, contra un 53% que la rechaza. Fuente:
D.M. Barret, Uncertain warriors: Johnson and his Vietnam advisers). El
Congreso y la opinión pública apoyan la política que consiste en
mantener un Vietnam del Sur «libre», pero no los medios para ello; a
saber, los bombardeos masivos en el norte y cada vez más soldados en
el terreno (500,000 durante el mayor despliegue en 1968) con las pérdidas
que ello implica.
Johnson
trata entonces de justificar su injerencia militar como un sacrificio
destinado a apoyar un gobierno «elegido y legítimo» que representa
la voluntad de los sudvietnamitas. En cuanto a los índices de
participación, las conclusiones de los investigadores eran del todo
elocuentes [3]:
«Según
los cálculos oficiales estadounidenses, cerca de un tercio de los 17
millones de habitantes del sur de Vietnam se encontraban en territorio
controlado por el Viet Cong, por lo cual no pudo votar. El propio
gobierno descalificó a decenas de miles de electores, y muchos
budistas, víctimas de maltratos por parte de la junta militar
sudvietnamita, boicotearon las elecciones.
Además,
la boleta militar de Thieu y Ky sólo obtuvo el 35% de los votos,
lejos de ser un mandato popular. Los reglamentos electorales impuestos
por la junta estipulaban que por muy bajo que fuese el porcentaje de
votos obtenidos por un candidato vencedor, no habría una segunda
ronda, ya que ello permitiría a los candidatos civiles unir sus
fuerzas en un segundo escrutinio».
El
1º de septiembre de 1966, más de 12 años después de los Acuerdos
de Ginebra y casi un año antes de las «elecciones» tragicómicas de
Saigón, el general de Gaulle reafirmó, cuando su «sonada acción»
de Phnom Penh, su adhesión al respeto de esos acuerdos que debían
poner fin a toda ocupación extranjera antes de la celebración de
elecciones libres en todo Vietnam.
Asimismo,
manifestó su inquietud por la escalada militar estadounidense que, en
su criterio, se volvía «cada vez más amenazadora para la paz
mundial». La lógica del paralelismo podría llevarse aún más lejos
y juzgar la actitud de nuestro gobierno actual, que tradicionalmente
evoca su herencia gaullista, y compararla con la de su padre
espiritual, intransigente en una situación similar en el plano de las
leyes y convenciones internacionales. Pero esta no es toda la
realidad. La realidad es también que, en Vietnam, no había petróleo.
Notas:
[1]
«Ho Chi Minh», por Jean Lacouture, reconocido especialista en
biografías francés, ediciones Seuil, 1969.
[2]
En «The Vietnam experience: America takes over, 1965–67», por un
colectivo de investigadores, The Boston Publishing Company (agotado),
citado por Bill Christison en Counterpunch del 4 de febrero de 2005.
[3] «The Vietnam experience: America takes over,
1965–67», Op. Cit.
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