Nuevas
revelaciones sobre el racismo en las fuerzas armadas de EEUU
Por
Aiden Delgado y Paul Rockwell (*)
Traducido
por Germán Leyens y revisado por Marga Vidal
ZNet
en español, junio 2005
Aiden
Delgado, reservista del ejército en la 320 compañía de la Policía
Militar, sirvió en Irak del 1 de abril de 2003 hasta el 1 de abril de
2004. Después de pasar seis meses en Nasiriyah en el sur de Irak,
estuvo seis meses ayudando a hacer funcionar la prisión Abu Ghraib en
las afueras de Bagdad, de tan infausta memoria.
El
joven mecánico de 23 años presenció crímenes de guerra
generalizados, casi diarios, de EEUU en Irak. Su historia contiene
nuevas revelaciones sobre la continua brutalidad en Abu Ghraib,
información no mencionada por los medios nacionales.
Me
encontré con Delgado por primera vez en una sala de clases en la
Acalanes High School en Lafayette, California, donde hizo una
presentación con dispositivas sobre las atrocidades que él mismo
observó en el sur y el norte de Irak. Delgado reconoció que los
militares de EEUU hicieron algunas cosas buenas en Irak. “Depusimos
a Sadam, construimos algunas escuelas y hospitales”, dijo. Pero
concentró su testimonio en la ruptura del orden moral dentro de las
fuerzas armadas de EEUU, un modelo de violencia y terror que excede
los límites de lo que es legal y moralmente permisible en tiempos de
guerra.
Delgado
dice que observó la mutilación de muertos, fotos de iraquíes
muertos exhibidas como trofeos, redadas masivas de no-combatientes
inocentes, colocación de prisioneros en la línea de fuego – todo
ello violaciones de las convenciones de Ginebra. Sus propios colegas
–hombres decentes, cristianos, como los describe– dispararon sobre
prisioneros desarmados.
En
una clase gubernamental para mayores, Delgado presentó imágenes gráficas,
sus propias fotos de un soldado jugando con un cráneo, los restos
calcinados de niños, críos acribillados a balazos, un soldado de su
unidad vaciando el cerebro de un prisionero. Algunos estudiantes, como
yo, se impresionaron, y miraron a otro lado. Otros se secaban lágrimas
de los ojos. Pero al final del período de preguntas, muchos
expresaron su aprecio porque se había hablado de un tema que es casi
un tabú. “Si tienes suficiente edad para ir a la guerra”, dijo
Delgado, “tienes edad suficiente para saber lo que sucede en
realidad”.
Sólo
en casos muy excepcionales los estudiantes estadounidenses, que se
dedican a los juegos de vídeo más que al béisbol, se ven expuestos
a las realidades de la ocupación. Delgado no usa nombres. Tampoco
quiere denigrar a soldados o debilitar la moral. Quiere ser una
conciencia para los militares, y quiere que los estadounidenses se
hagan cargo de la guerra en toda su trágica totalidad.
Aiden
Delgado no creció en Estados Unidos. Su padre era un diplomático
estadounidense. Aiden vivió en Tailandia y en Senegal, África
Occidental. Pasó siete años en El Cairo, Egipto, donde aprendió a
hablar árabe con fluidez y desarrolló un profundo aprecio por la
cultura árabe.
El
11 de septiembre de 2001, ignorando por completo los aciagos eventos
del día. Delgado se alistó en el ejército, suponiendo que iba a
servir dos días al mes en la Reserva. Cuando encendió la televisión
se dio cuenta instantáneamente de que todo su mundo había cambiado.
Después
de unirse al ejército, Delgado comenzó a leer los Sutras. Se hizo
budista, vegetariano, y finalmente llegó a ser objetor de conciencia.
Delgado fue licenciado con honores cuando volvió a casa. Obtuvo
cuatro medallas de servicio que, dice, son condecoraciones estándar.
Provocó críticas del ejército cuando comenzó a expresarse
abiertamente sobre la conducta militar en Irak. Don Schwartz, portavoz
del ejército en Washington, D.C., dijo que Delgado debería haber
informado sobre cualquier desmán al personal del ejército.
“Debiera haber informado en primer lugar a su jefe, su comandante.
Es el modo normal como funciona la cadena de comando”.
Cuando
entrevisté hace poco a Delgado, expresó su profundo amor por su país,
pero también insistió en que el racismo –un importante ímpetu
para la violencia en la historia de EEUU– está impulsando la
ocupación e infectando toda la operación militar en Irak.
El
testimonio de Delgado tiende a confirmar el mensaje de Chris Hedges,
el corresponsal de guerra de New York Times que escribió antes de la
invasión de Irak: “La guerra conforma su propia cultura. Deforma la
memoria, corrompe el lenguaje, e infecta todo lo que la rodea… La
guerra saca a la luz la capacidad de hacer el mal que amenaza cerca de
la superficie dentro de todos nosotros. Aun cuando la guerra da un
sentido a vidas estériles, también impulsa a asesinos y racistas”.
Ésta
es la historia de Aiden Delgado:
P: ¿Cuándo comenzaste a volverte contra lo militar y la
guerra?
DELGADO:
Desde el momento mismo en que llegué a Irak. Comencé a ver las
horribles vetas del racismo entre nuestros soldados – sentimientos
antiárabes, antimusulmanes.
P: ¿Puede darnos algunos ejemplos?:
DELGADO:
Había un sargento mayor. Un sargento mayor es uno de los grados más
altos del personal conscripto. Azotó a un grupo de niños iraquíes
con la antena de acero de un Humvee. Los azotó sólo porque se
aglomeraron, molestándolo, y se cansó de hablar. Otra vez, un
marine, un soldado de primera clase –un tipo grande de más de 1,80
m –le puso la bota sobre el pecho a un niño cuando éste se le
acercó y le pidió un agua. El sargento primero dijo: “No es
necesario, soldado”. Y eso fue todo. Conducir un Humvee y romper
botellas sobre las cabezas de iraquíes era cosa acostumbrada para los
muchachos de mi unidad. Y son muchachos a los que yo consideraba mis
amigos. Y les dije: “¿Qué diablos estáis haciendo? ¿Qué lográis
con eso?” Uno respondió: “Odio tener que estar aquí. Odio
verlos. Odio estar rodeado por todos estos hajjis”.
P: ¿Se refieren a los iraquíes como “hajjis”?
DELGADO:
“Hajji” es el nuevo insulto, el nuevo insulto étnico para árabes
y musulmanes. Es utilizado ampliamente entre los militares. La palabra
árabe se refiere al que ha ido en peregrinaje a la Meca. Pero es
utilizada entre los militares con el mismo tipo de connotación que
“gook”, “Charlie” o ”nigger".1) Documentos oficiales
del ejército la utilizan ahora para referirse a iraquíes o árabes.
Es harto común. Había realmente un aura densa de racismo.
P: ¿Hubo algunos incidentes de importancia aparte de
insultos raciales y violencia ocasional contra civiles?
DELGADO:
La última misión que dirigí en el sur antes de que fuéramos
reubicados en el norte fue extraña. Me dijeron que condujera hacia el
desierto, fuera de la carretera. Cuando llegamos allí, encontramos a
kuwaitíes excavando una inmensa fosa común (de la era de Sadam).
Ingenieros kuwaitíes querían identificar y repatriar los restos. Era
un asunto solemne. Yo estaba con el sargento primero. Dijo: “Dame
ese cráneo. Quiero tener el cráneo en mis manos”. Tomó el cráneo,
lanzándolo al aire. Luego se volvió hacia mí y dijo: “Sácame una
foto”. Fue tomada mientras estaba junto a una fosa común. El tiempo
que pasé en Irak me pareció muy surrealista, sombrío. Me fue duro
ver que mi propia unidad realizaba brutalidades. Había vivido en
Medio Oriente. Tenía amigos egipcios. Pasé casi una década en El
Cairo. Hablaba árabe, y tenía conocimientos de cultura árabe y de
las vestimentas árabes. La mayoría de los muchachos en mi unidad
estaban casi todo el tiempo en un estado de choque cultural. Veían a
los iraquíes como enemigos. Vivían en un estado de miedo. En general
descubrí que los iraquíes eran enormemente amistosos. Recuerdo que
una vez iba caminando por Nasiriyah cargado de dinero, nadires que
eran cambiados por dólares. Pude caminar 300 metros hacia mi convoy
– un soldado de EEUU caminando solo con dinero. Y pensé: Estoy más
seguro aquí en Irak que en EEUU Nunca me sentí amenazado por la
gente en el sur.
P: ¿Qué ocurrió cuando se fueron al norte, antes de
que llegaran a Abu Ghraib?
DELGADO:
Éramos una compañía de 141 Policías Militares. Dábamos apoyo en
combate, seguíamos detrás de las unidades para tomar y detener
prisioneros. Yo era mecánico. Reparaba Humvees. Seguíamos a la
Tercera división de infantería. Era muy mecanizada, con muchos
tanques y vehículos de reconocimiento. Podíamos seguir sus huellas
por todos los vehículos calcinados y la devastación que dejaban detrás.
La Tercera aniquiló bastante a las fuerzas iraquíes. Los iraquíes
no poseían gran cosa en cuanto a fuerzas armadas organizadas. Tenían
vehículos civiles, y resistieron con bastante valor, considerando que
los superábamos considerablemente. La Tercera de Infantería los
masacró totalmente. Tomamos tantos prisioneros que no podíamos
transportarlos a todos. Numerosos civiles fueron atrapados en el fuego
cruzado.
P: ¿Cómo morían los civiles?
DELGADO:
Era práctica común establecer bloqueos de ruta. La Tercera de
Infantería bloqueaba una carretera. Antes del asalto, los civiles huían
de la ciudad en un ataque de pánico. Cuando se nos acercaban, alguien
gritaba “¡Alto, alto!”. En inglés. Naturalmente no comprendían.
Sus coches eran volados usando cañones, o aplastados por tanques. El
asesinato de no combatientes en los puntos de control ocurría como
cosa de rutina, no sólo en el caso de la Tercera de Infantería, sino
con la Primera de Marines. Y sigue ocurriendo actualmente. Si miró
MSNBC la semana pasada, vería que sacaron a un padre y una madre con
sus seis niños. Recibíamos constantemente informes de vehículos que
eran destruidos (con gente adentro) en los puntos de control.
P: Su unidad, la Policía Militar 320, estuvo estacionada
en Abu Ghraib durante seis meses. ¿Quiénes eran los prisioneros en
Abu Ghraib? ¿De dónde provenían? ¿Tiene alguna información nueva
que no haya sido presentada en los medios?
DELGADO:
Había entre 4.000 y 6.000 prisioneros en Abu Ghraib. Trabajé con
numerosos oficiales, así que pude ver la documentación. Descubrí
que muchos prisioneros estaban encarcelados sin haber cometido ningún
crimen. No eran insurgentes. Algunos estaban ahí por pequeños robos
o embriaguez. Pero la mayoría – más de un sesenta por ciento –
no estaba encarcelada por crímenes cometidos contra la coalición.
P: ¿Cómo ocurrió que fueran encarcelados tantos
no-combatientes?
DELGADO:
Cada vez que nuestra base era atacada, enviábamos equipos a hacer
redadas de todos los hombres entre los 17 y los 50 años. Eran redadas
al azar. Los trámites burocráticos para sacarlos de prisión tomaban
entre seis meses y un año. Adentro era un infierno. Muchísimos
civiles completamente inocentes estaban en las prisiones sin motivo.
Suena totalmente escandaloso. Pero mire el Informe del Departamento de
Defensa de 2005, en la parte en la que habla de los prisioneros.
P:
Cuando usted llegó a Abu Ghraib, ¿qué vio, más allá
de lo que todos hemos conocido sobre el escándalo en las noticias? ¿Y
cómo lo afectó a usted?
DELGADO:
Me comenzaba a desilusionar. Esperaba brutalidad de parte del enemigo.
Era un hecho cierto. Pero ver brutalidad de nuestro propio lado, fue
algo que me resultó realmente duro. Fue duro ver cómo el ejército
caía tanto en mi estima. Los prisioneros estaban afuera, en carpas,
60 a 80 presos por carpa. Llovía mucho. Los detenidos vivían en el
lodo. Afuera hacía un frío helado, y los prisioneros no tenían ropa
de invierno. Nuestros soldados vivían adentro, en celdas, con cuatro
paredes que nos protegían del bombardeo. La Policía Militar
utilizaba el frío para controlar a los prisioneros. Si se producía
una infracción, los detenidos eran sacados de sus carpas. Luego, les
confiscaban las mantas. Después incluso les quitaban la vestimenta.
Casi desnudos, en ropa interior, los prisioneros de guerra se
apretujaban en una plataforma afuera para darse calor. Había
abarrotamiento y casi todos tenían tuberculosis. Dieciocho miembros
de nuestra unidad, que trabajaban de cerca con los prisioneros, también
se contagiaron con tuberculosis. La comida estaba putrefacta y a los
presos les dio disentería. Las condiciones insalubres, los
desperdicios y la suciedad por todas partes, el abarrotamiento en el
tiempo frío, provocaban enfermedades, condiciones epidémicas, pandémicas.
La actitud de los guardas era brutal. Para ellos los iraquíes eran la
escoria de la sociedad. Los detenidos eran golpeados hasta casi morir.
P: ¿Murieron algunos detenidos?
DELGADO:
Murieron más de 50 prisioneros.
P: ¿Qué ocurrió?
DELGADO:
Los enemigos alrededor de Bagdad bombardeaban nuestra base a diestro y
siniestro. Bajo las Convenciones de Ginebra, una fuerza ocupante no
puede colocar a personas protegidas en áreas expuestas a los peligros
de la guerra. Más de 50 detenidos fueron muertos porque estaban
alojados afuera en carpas, directamente en la línea de fuego, sin
protección, sin sitio para poder escapar. Estaban encerrados con
alambradas de púas. Estaban atrapados y tenían que quedarse sentados
con la esperanza de sobrevivir. Sé como era porque una sola granada
de mortero destruía toda una línea de neumáticos de los Humvees,
toda una línea de parabrisas. Es por eso que pensé en los daños,
porque yo era el mecánico que tenía que reemplazar los parabrisas.
Así que los bombardeos con morteros mataron e hirieron a muchos
prisioneros.
P: ¿Por lo tanto, sus comandantes mantuvieron a
sabiendas a sus prisioneros en la línea de fuego? ¿Cuántos soldados
de EEUU murieron durante los bombardeos?
DELGADO:
Hubo dos soldados estadounidenses muertos durante mi estadía.
P: ¿Hubo algún otro incidente?
DELGADO:
El peor incidente que vi fue a fines de noviembre. Los prisioneros
protestaban todas las noches por sus condiciones de vida. Protestaban
por el frío, la falta de vestimenta, la comida podrida que causaba
disentería. Y querían cigarrillos. Desgarraban ropa, hacían
pancartas y letreros. Hubo una manifestación que se intensificó y
llegó a ser difícil de controlar. Los prisioneros recogieron
piedras, trozos de madera, y los lanzaron contra los guardas. Uno de
mis compañeros fue alcanzado en la cara. Le sangró la nariz. Pero no
fue herido. Los guardas pidieron permiso para usar fuerza letal. Lo
recibieron. Abrieron fuego contra los prisioneros con las
ametralladoras. Hirieron a doce y mataron a tres. Lo sé porque hablé
con el tipo que los mató. Me mostró esas horribles fotografías, y
fanfarroneó sobre los resultados. “Oh”, dijo, “A éste le
disparé en la cara. Ves, tiene la cabeza partida en dos”. Hablaba
como si fuera Terminator. “A éste la disparé en la ingle, tardó
tres días en desangrarse hasta morir”. Me espantó. Era el tipo más
simpático que se podía soñar. Era un hombre de familia, un tipo
cortés de verdad, un cristiano devoto. Me horroricé y le dije: “Le
disparaste a un hombre desarmado que estaba detrás de alambrada de púas
por haber lanzado una piedra”. Dijo: “Bueno, me arrodillé. Dije
una oración, me levanté, y los maté a tiros a todos”. Existía
una desconexión total entre lo que había hecho y su propia
moralidad.
P: Los comandantes permitieron el uso de fuerza letal
contra detenidos desarmados. ¿Cuál fue su reacción ante la carnicería?
DELGADO:
Nuestro comandante tomó las horribles fotos y las fijó en el
cuartel. Fue algo grande, macho, que nuestra compañía hubiese matado
más prisioneros que ninguna otra unidad.
P: ¿Cuándo sucedió todo esto?
DELGADO:
El 24 de noviembre. De hecho, el evento fue mencionado en el Informe
Taguba, en el acta Golden Spike. Y hay más. Antes que nuestra compañía
transportara los cuerpos, los soldados se detuvieron y posaron con los
cadáveres y los mutilaron más todavía. Tengo fotos del tipo que
estaba ahí, mi amigo. Tengo una foto de un miembro de mi unidad,
vaciando el cerebro de un prisionero con una cuchara para MRE (comidas
listas para comer). Había cuatro personas mirando, dos tomando
fotografías. Si se acuerda de las cosas de Abu Ghraib que aparecieron
en CNN, este tipo de asunto era común. Se ve a tipos posando con cadáveres,
o jugando con cadáveres. Era algo común entre los militares, porque
los muchachos pensaban que los árabes son terroristas, la escoria de
la sociedad. Cualquiera cosa que les hagamos está bien.
P: Que yo sepa ningún comandante ha sido
responsabilizado por los eventos en Abu Ghraib. Su historia implica a
comandantes en la brutalidad permanente. En una de sus presentaciones
usted dijo: “Nuestro comando sabía definitivamente que se estaba
disparando a los prisioneros. Pusieron las fotos en sus cuarteles. Sabían
todo sobre las palizas a los prisioneros”. ¿Trataron de impedir sus
comandantes que la información llegara al público?
DELGADO:
Después que el escándalo de Abu Ghraib estallara en CNN y en la
televisión, llegaron los comandantes y nos dijeron: “Somos todos
una familia en este sitio. No lavamos nuestra ropa sucia en público.
Esta noticia no necesita salir en CNN. Nadie necesita saber de
esto”. Fue una especie de orden mordaza informal.
P: Usted se alistó de buena fe en la Reserva del ejército.
Ahora usted es objetor de conciencia. Una vez que estuvo en la Reserva
del ejército, ¿cómo se convirtió en objetor de conciencia?
DELGADO:
Después del entrenamiento avanzado, tomé en serio el budismo. Leí
traducciones de los Sutras. Me hice vegetariano. Después, cuando
conocía personalmente a prisioneros iraquíes, vi la gente que
supuestamente eran nuestros enemigos. No sentí ningún odio hacia
ellos. Eran muchachos jóvenes, pobres, sin educación, igual que
nosotros. Tuvieron que combatirnos. Y nuestros muchachos, igual,
tuvieron que combatirlos. Y dije: “¿Qué estoy haciendo aquí,
combatiendo a gente pobre?” Fui a ver a mi comandante, le entregué
mi rifle, y dije: “Mire, me quedaré en Irak. Terminaré mi período
como mecánico. Haré mi trabajo, pero no voy a matar a nadie”.
P: A pesar de todo usted realizó todo su período de
servicio en Irak. ¿Cómo reaccionó su comando ante su pedido de ser
considerado objetor de conciencia?
DELGADO:
En cuanto los informé, se mostraron hostiles. Primero me quitaron mis
placas duras, balísticas, que iban dentro de mi chaleco. Dijeron:
“Usted no va a combatir, así que no necesitará blindaje
personal”.
P: Las placas lo protegían contra balas y morteros. Son
necesarias para la seguridad, ¿verdad? ¿Usted seguía siendo
vulnerable?
DELGADO:
Sí, lo era. También me quitaron mi licencia para ir a casa,
diciendo: “Usted no volverá”. Supuestamente me iban a promover,
pero dijeron que no me podían ascender. El comando probó muchas
cosas para hacer que me retractara. Me hicieron el vacío. Pero cuanto
más me hacían, más obstinado me volvía. Les causé problemas. No
me afeitaba. Amenacé con involucrar a mi congresista. Llamé a
organizaciones budistas y a la ACLU [Unión por las Libertades Cívicas].
Terminaron por ceder.
P: Quisiera echar una mirada a sus observaciones. Su
informe no se concentra en uno o dos individuos malos. Esencialmente,
usted describe la brutalidad de un grupo, una pérdida colectiva del
respeto a los límites, un colapso generalizado del orden moral dentro
de las fuerzas armadas. Estoy seguro de que su compañero cristiano,
un típico joven estadounidense, jamás dispararía contra una persona
desarmada en su vida privada. El teólogo Reinhold Niebuhr nos dice
que, con la sanción del estado, impulsados por el nacionalismo,
individuos decentes se convierten en asesinos y torturadores en grupo.
Usted atribuye el colapso del respeto a los límites al racismo. ¿Cuándo
comenzó el proceso de deshumanizar a los árabes? ¿Influyó el
entrenamiento básico en la conciencia de nuestros soldados?
DELGADO:
Fui a Fort Knox para el entrenamiento básico. Se sabía que era más
duro que en otras bases. El entrenamiento era agotador mentalmente, y
ya había un cierto sentimiento antiárabe.
P: ¿Como por ejemplo?
DELGADO:
Al principio, recuerdo algunos cantos del ejército. Cantábamos en
cadencia. Y los cantos tenían temas antiárabes. Como quemar
turbantes, matar a cabezas de trapo, matar a los talibán.
P: ¿Qué decían los cantos?
DELGADO:
Fue hace tres años. No recuerdo las palabras exactas, pero el
sentimiento era quemar turbantes y matar cabezas de trapo. Era la
fraseología. Nuestros sargentos de instrucción nos daban charlas de
motivación para aumentar nuestro espíritu combativo. El tema era la
necesidad de vengarnos, de ir a Medio Oriente a combatir a los árabes.
P: ¿Todo eso fue incluso antes de ir a Irak?
DELGADO:
Sí. Mi propio comandante gozaba de triste fama por sus discursos antiárabes.
Incluso antes de que se nos enviara a Medio Oriente, dijo: “Bueno,
no vayan a decirles a los medios que van para allá a matar a algunos
cabezas de trapo y a quemar algunos turbantes”. Todos se rieron, y
él se rió con ellos. Recuerdo que estaba ahí, en formación,
habiendo crecido en Egipto. Y yo pensaba: “Oh, Dios mío, esto va a
ser un desastre. Nuestro comandante tiene esa actitud antiárabe
incluso antes de que vayamos”. El comandante nos daba conferencias
sobre el Islam. Dijo que los musulmanes abogaban por una guerra santa
contra nosotros, que el Islam promueve la guerra perpetua. Yo había
estado rodeado por musulmanes durante una década, expuesto a su
cultura. Él se equivoca.
P: En los años ochenta, los militares de EEUU hicieron
numerosas reformas. Se cree en general que el racismo en las fuerzas
armadas es algo del pasado.
DELGADO:
Tengo dos respuestas. Primero: ¿hemos superado el racismo en el
sentido de que negros y blancos están unidos en el odio contra los árabes?
Eso no es un progreso. Segundo, tuvimos un incidente en nuestra unidad
con un especialista negro. Era un tipo simpático, verdaderamente
popular en la unidad. No fue una pelea física, pero fue una disputa
porque el veía a una muchacha blanca, tenía una relación con una
muchacha blanca. Dos blancos tomaron una soga, hicieron un lazo,
colocaron una soga de verdugo sobre su cama. Descubrió quién había
sido y fue a ver a su sargento negro. Fueron a ver al representante de
igualdad de oportunidades. El tema fue sofocado efectivamente.
P: Después de su dura prueba, ¿cómo se siente respecto
a su país, y qué espera del pueblo estadounidense?
DELGADO:
Todavía amo a mi país. Amo la idea de EEUU Pero me desilusioné.
Ahora quiero que la gente estadounidense sepa en qué se está
metiendo cuando dicen que apoyan la guerra en Irak. Y quiero que los
estadounidenses reconozcan los matices racistas de la ocupación y
comprendan los costes humanos de la guerra.
(*) Paul Rockwell es un columnista de In Motion
Magazine.
Nota de Traducción:
1)
“gook” era término usado en la guerra del Vietnam para referirse
a cualquier asiático, Charlie en general designa a todo tipo de
enemigo sobre el que disparar, y “nigger” es una forma despectiva
de “negro”, hasta tal punto que el autor no la usa, sino dice
literalmente palabra que comienza por n, o n-word.
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