Bush
no sabe qué hacer con Irak
Por
Vladimir Simonov (*)
RIA
Novosti, Moscú, 30/06/05
El
presidente norteamericano George W. Bush ha pronunciado en la base
militar de Fort Bragg un discurso hecho coincidir con el primer
aniversario del traspaso formal del poder al nuevo Gobierno de Irak.
La
alocución del jefe de la Casa Blanca ha puesto en evidencia que el
Estado más poderoso del mundo no sabe cómo desenredarse del
atolladero iraquí.
Bush
se ha negado a presentar el cronograma de la retirada del contingente
de 135 mil efectivos norteamericanos acantonado en Irak, alegando que
ello alentaría al enemigo y desmoralizaría a los iraquíes y a los
soldados estadounidenses. Los pronósticos que hace Bush son poco
alentadores y todo indica que la violencia y las muertes continuarán.
Simplemente porque "es un asunto que merece la pena". En
realidad, ni Bush ni sus colaboradores más cercanos tienen idea de cuándo
y cómo terminarán los ignominiosos intentos de implantar la
democracia a la norteamericana en Irak.
A
este respecto, en Washington reina un caos de ideas. El vicepresidente
Dick Cheney, por ejemplo, se cree que los insurrectos ya "están
agonizando". La secretaria de Estado, Condoleezza Rice, también
reboza optimismo y considera que Irak "avanza por el camino de la
libertad". Al mismo tiempo, el secretario de Defensa, Donald
Rumsfeld, ha dejado pasmados a sus colegas cuando les dijo que la
resistencia armada en Irak podría durar 12 años. Nadie le ha
preguntado por qué 12 años, pues se sabe que esa cifra la ha sacado
de su caletre para disimular que la Administración Bush desconoce dónde
buscar la salida a la situación.
Hasta
ahora, la estrategia iraquí de la Casa Blanca seguía dos vertientes:
la de desarrollo en Irak de lo que suele llamarse proceso político, y
la de los tímidos contactos con los insurrectos sunitas con la
esperanza de dividir la resistencia armada.
En
cuanto al proceso político, éste avanza a ritmo acelerado pero...
sin ningún resultado. Washington cumple formalmente una tarea y pasa
a la otra: celebrar elecciones, formar el Gobierno, debatir el
proyecto de constitución en agosto, convocar un referéndum en
octubre, realizar otras elecciones en diciembre, etc. Sin embargo, la
oleada de violencia en el país no decrece. Incluso pronto se elevará
por las nubes. Desde que Paul Bremer transfiriera hace un año la
soberanía a las autoridades iraquíes, en Irak se han registrado 470
explosiones perpetradas por suicidas, mientras que el número de víctimas
en los dos últimos meses ya alcanza 1.330 personas.
Es
más, la CIA reconoce en un informe secreto filtrado a la prensa que
Irak se ha convertido en un centro para entrenar a terroristas. Los
comandos iraquíes y los islamistas foráneos perfeccionan allí sus técnicas
subversivas y establecen contactos que luego pueden resultar
provechosos en países como Arabia Saudí, Jordania, Gran Bretaña e
incluso EE UU. "Esos combatientes de la yihad abandonan Irak ya
preparados para llevar el terrorismo urbano a otros países",
hace constar tristemente el director de la CIA, Porter Goss.
De
manera que el objetivo fundamental de la guerra lanzada contra Irak
–castigar la cohorte de Ben Laden– se ha convertido en lo
contrario y la amenaza terrorista se ha propagado en escala nunca
antes vista.
Entretanto,
Rusia sigue atenta la segunda vertiente de la estrategia iraquí
trazada por la Casa Blanca: incorporar al proceso negociador aunque
sea una parte de los sunitas, que forman el núcleo de la resistencia.
Durante largo tiempo, el Occidente había estado insistiendo en que
Moscú entablara negociaciones con los terroristas chechenos, por
ejemplo, con el ya extinto Aslan Masjadov. Pues ahora sería muy
interesante observar cómo harían lo mismo en Irak los autores de esa
idea. Por cierto, el paralelo hecho es bastante convencional, pero ya
se sabe de antemano que los contactos entre los norteamericanos y los
comandos iraquíes resultarán infructuosos. Incluso podrían
convencer a los insurrectos de que los ocupantes van perdiendo
terreno. Washington procura mantenerse apartado de los líderes de la
resistencia, que son los que realmente gozan de prestigio y tienen el
poder. Los comandos con los que contactan los norteamericanos no están
muy interesados en que cese el fuego: prefieren preparar las
condiciones para una guerra civil entre los sunitas y chiítas.
Esa
guerra será inminente si EE UU decide marcharse de Irak. Con ello
rebajará su estatuto de Estado más poderoso el mundo que, además,
ha sufrido otra gran derrota después de Vietnam. También hay otra
opción, que consiste en poner a los estadounidenses ante el hecho de
que las tropas de EE UU permanecerán en Irak "hasta no dar más",
o sea, por decenas de años.
Una
tercera opción ya no existe, y George W. Bush no tiene la menor idea
de cuál de las dos elegir.
(*) Comentarista en temas políticos de RIA "Novosti".
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