Los
'daños colaterales' se disparan en Iraq
Por
Robert Fisk
The Independent / La Vanguardia, 14/08/05
Traducción
de Joan Parra
Bagdad.–
Estamos en el barrio de Al Yamia. Hemos oído el murmullo de un Humvee
estadounidense calle arriba, así que, por si acaso, hemos retrocedido
y nos hemos colado por una calle lateral. En esta parte de Bagdad
conviene evitar no sólo a los insurgentes sino también a los
norteamericanos.
Yassin
Al Samerai no lo consiguió. El 14 de julio, aquel chico de segundo de
primaria había salido para pasar la noche con dos compañeros de
escuela, y los tres habían decidido – era el mes más caluroso del
año en esta ciudad sin electricidad– dormir en el jardín de
delante de la casa. Dejemos continuar el relato a su abatido padre
Selim, de 65 años, el único que todavía no puede creer que su hijo
ha muerto, ni lo que los estadounidenses le contaron después.
"Eran
las tres y media de la madrugada y estaban durmiendo los tres, Yassin
y sus amigos Fahed y Walid Jaled. Por la calle pasaba una patrulla
norteamericana, y de repente un vehículo blindado Bradley atravesó
la verja y el muro y pasó por encima de Yassin. Ya sabe usted lo que
pesan esos trastos. Murió al instante. Pero los americanos no se
dieron cuenta de lo que habían hecho. El chico estuvo diecisiete
minutos atrapado debajo del vehículo. Um Jaled, la madre de sus
amigos, no paraba de gritar en árabe: ´Hay un niño debajo de este
vehículo´".
Según
Selim Al Samerai, la primera reacción de los norteamericanos fue
esposar a los otros dos chicos. Luego llegó una intérprete libanesa
que trabajaba para los norteamericanos – reconocieron su origen por
el acento; últimamente los intérpretes iraquíes, a quienes la
resistencia tiene en el punto de mira, están siendo reemplazados por
intérpretes procedentes de otros países árabes– y les explicó
que se había tratado de un error. "No tenemos nada contra
ustedes", dijo. Los norteamericanos les entregaron un papel
plastificado titulado "Tarjeta de bolsillo para reclamaciones
iraquíes" que explica en inglés y árabe cómo solicitar
compensaciones. La familia Al Samerai melo enseñó con repugnancia.
La
patrulla norteamericana cuyo Bradley atropelló a Yassin aparece
consignada en el documento como "256 BCT A/ 156 AR,
Morteros". En el apartado "Tipo de incidente", un
norteamericano había escrito: "Verja y puertas destruidas en
redada". En efecto, la verja estaba destruida. Y también lo
estaban las puertas. Pero nadie le dijo a la familia que hubiera
habido una redada.
Y
nada, absolutamente nada en el formulario insinúa que en la misma
redada se destruyó algo más: la vida de un muchacho aficionado al fútbol
que se llamaba Yassin Al Samerai.
Ayer,
en medio del calor sofocante del mediodía, una bandera negra colgaba
en la fachada de la casa de Yassin en recuerdo de su temprana muerte.
Y allí estará hasta que pasen los cuarenta días de luto
preceptivos.
Dentro,
su padre Selim se convulsiona presa de la ira y luego llora
silenciosamente y se seca los ojos. "Seguro que está en el
cielo", replica uno de sus siete hijos varones supervivientes. Y
el anciano me mira y dice: "También le gustaba nadar. Quería
ser ingeniero". Selim, hasta hace un tiempo respondad sable técnico
en la facultad de Letras de la Universidad de Bagdad, no es más que
una sombra. Está sentado en su silla con los hombros caídos hacia
delante, el rostro amarillento y las mejillas hundidas. Ésta es una
familia suní en un barrio suní. Para los norteamericanos es zona
insurgente,y por eso irrumpen estrepitosamente en las calles estrechas
por la noche. Hace varios días, un colaborador reveló el escondite
de un grupo de guerrilleros suníes, y las tropas estadounidenses
rodearon la casa. Después de una batalla a tiros que duró dos horas,
un helicóptero Apache surgió como un relámpago de la oscuribres y
lanzó una bomba que mató a todos los que estaban dentro. En otra
ocasión, después de otra confidencia, los norteamericanos
encontraron una casa amueblada, pero vacía. Y la volaron con
explosivos.
Todos
los que están en la habitación reniegan a media voz contra los
norteamericanos y Occidente. Me doy cuenta enseguida y les expreso mi
gratitud por dejarme entrar en su casa después de lo que ha sucedido,
pese a ser occidental. Selim se gira hacia mí y me da la mano.
"Es usted bienvenido", me dice. "Por favor, cuente a la
gente lo que nos ha pasado".
Por
supuesto, prometo hacerlo. Fuera, mi chófer escudriña la calle. La
misma historia de siempre: un coche con tres hombres dentro o un
hombre con un móvil significa: "Hay que marcharse de aquí".
El sol cae a plomo. Es viernes. "Esos tipos se toman li–los
viernes", me dice el chófer en tono de confidencia. "Los
norteamericanos volvieron dos días después con un oficial",
continúa Selim Al Samerai. "Nos ofrecieron una compensación. La
rechacé. Le dije al oficial que había perdido a mi hijo: ´No quiero
dinero. El dinero no me devolverá a mi hijo. El dinero no resucita a
los muertos´. Eso es lo que le dije". Se hace un largo silencio
en la habitación. Pero Selim, que no deja de llorar, insiste en
seguir hablando.
"Le
dije al oficial estadounidense: ´Matáis a los inocentes, y esas
cosas harán que la gente os destruya y haga una revolución contra
vosotros. Decíais que habíais venido a liberarnos del régimen
anterior, pero lo que hacéis es destruir nuestras verjas y nuestras
puertas´". De repente me doy cuenta de que Selim Al Samerai se
ha enderezado en la silla y de que su voz ha cobrado fuerza. "¿Y
sabe lo que me dijo él? Me dijo: ´Es la fatalidad´. Me lo quedé
mirando y le dije: ´Yo creo a pies juntillas en la fatalidad divina,
pero no en esa de la que habláis vosotros´".
Entonces,
uno de los hermanos de Yassin me dice que hizo una foto al cadáver
del chico cuando estaba tendido en el suelo. La tomó con su teléfono
móvil y la imprimió, y cuando los norteamericanos volvieron al cabo
de dos días, le pidieron que se la enseñase. "Me preguntaron
por qué la había tomado, y les dije: ´Para que la gente vea lo que
los norteamericanos le han hecho a mi hermano´. Me pidieron que se la
dejase y me prometieron devolverla. Se la di, pero no me la han
devuelto. Es igual, todavía la tengo en el móvil y la he vuelto a
imprimir". Y de repente la tengo en mis manos: una instantánea
obscena y terrible de la cabeza de Yassin aplastada como si la hubiera
pisado un elefante y un reguero de sangre manando de lo que había
sido la parte posterior de su cerebro. "Ya lo ve", me
explica el hermano, "así la gente puede seguir viendo lo que han
hecho los norteamericanos". Ayer, en medio del calor, salimos a
hurtadillas de Al Yamia, lugar trufado de insurgentes y de
norteamericanos, de dolor y de venganza. "Cuando explotó el
coche bomba ahí enfrente – me cuenta el chófer– los Humvees
norteamericanos ardieron durante tres horas sin que nadie sacara los
cadáveres. A los norteamericanos les costó tres horas llegar hasta
ellos. Alrededor había un coro enorme de gente mirando". Y
contemplo el coche carbonizado tirado aún en la calle y me doy cuenta
de que se ha convertido en un pequeño icono de la resistencia. Y me
pregunto una vez más cómo puede alguien creer que los
norteamericanos ganarán esta guerra.
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