¿Qué pasará con la
'zona verde' cuando se derrumbe el tinglado que mantienen en pie los
occidentales?
En el parque temático
de la muerte
Por
Robert Fisk
The Independent / La Vanguardia, 22/08/05
Traducción de Joan Parra
Hoy en día hay dos
Bagdad. Uno es la zona verde, donde los funcionarios estadounidenses e
iraquíes viven en un reducto protegido; el otro es la zona de
peligro, donde viven todos los demás.
El lunes pasado, George
W. Bush elogiaba a los políticos sectarios y codiciosos de este país
- que no habían conseguido cumplir el plazo fijado para la nueva
Constitución iraquí- por sus heroicos esfuerzos en pro de la
democracia. Aproximadamente a la misma hora, yo me encontraba con un
amigo en uno de los hoteles más conocidos de Bagdad. Es el
subdirector del hotel y lo conozco desde hace más de tres años, pero
ahora me parecía el doble de viejo que la última vez. Me cogió del
brazo y, mirándome a la cara, me dijo: "Señor Fisk, ¿sabe
usted que me secuestraron?".
Cada día me encuentro
con conocidos o amigos iraquíes cuyos primos o padres o hijos han
sido secuestrados. Muchas veces los liberan. Otras veces los asesinan,
y entonces voy a visitar a sus familias para expresarles mis
condolencias, algo que me resulta especialmente doloroso, porque soy
un occidental que llega a una casa a dar el pésame a unos familiares
que culpan a Occidente por la anarquía que ha costado la vida a sus
seres queridos. Esta vez mi amigo había escapado por muy poco.
Al día siguiente, otro
buen amigo, un profesor universitario, viene a tomar café a mi casa.
El hecho de que en este artículo no se mencione ninguna identidad
dice mucho acerca de la atmósfera de terror que se vive en Bagdad.
"Mientras supervisaba los últimos exámenes trimestrales del
departamento de lingüística, sorprendí copiando a un estudiante ya
entrado en años. Me acerqué a él y le dije que lo había visto
usando una chuleta. Él lo negó. Le dije que me entregara el examen,
y entonces se giró hacia mí y me soltó que si no le dejaba
acabarlo, podía darme por muerto. Fui a buscar al jefe del
departamento, pensando que él metería en cintura a aquel individuo y
le retiraría el examen. Pero después de hablar con él me dijo que
el hombre podía continuar haciendo la prueba. Mi propio jefe de
departamento me dejó en la estacada".
Mi amigo profesor es un
amante de la literatura inglesa, pero ahora tiene problemas nuevos.
"Ahora muchos de
los estudiantes están muy influidos por el islamismo. Quieren que las
clases se den desde el prisma de su religión. Pero ¿qué puedo hacer
yo? Ya no puedo enseñar existencialismo, porque lo considerarían
contrario al islam. Así que se acabó Sartre. Estos mismos individuos
me preguntan por el mensaje religioso de las obras de Eugene O´Neill.
¿Y yo qué voy a decirles? Ya no puedo enseñar. ¿Lo entiendes? No
puedo enseñar".
Desde la liberación de
Bagdad, en abril del 2003, han sido asesinados en Iraq 180 profesores
y maestros de escuela. Poco después de la visita de mi amigo, recibí
una llamada de uno de sus compañeros.
"Hace dos días
secuestraron a Amin Yassin y a su hijo. No sabemos dónde están".
Amin Yassin no era un ex baasista como muchos de sus compañeros. Era
un antiguo lingüista que enseñaba gramática inglesa en el
departamento de inglés de la Universidad de Bagdad. Su hijo, de 30 años,
es profesor de secundaria. Los atraparon en el barrio de Javraha,
siete millas al oeste de Bagdad.
El jueves, en la estación
de autobuses de An Nahda, dos bombas despedazaron a 43 personas, casi
todos musulmanes chiíes, y en el hospital Al Kindi, en cuyas cercanías
estalló también una bomba, los familiares de los desaparecidos
gritaban mientras trataban de identificar a los muertos. El problema
es que los trabajadores de la morgue no consiguen juntar las
extremidades con los correspondientes cuerpos y, en algunos casos, las
cabezas con los torsos.
Me dirijo hacia el
hotel Palestina, donde tiene su sede una de las más importantes
agencias de noticias occidentales. Tomo el ascensor hasta una planta
elevada y allí me encuentro a un guardia y un ancho muro de acero que
bloquea el pasillo del hotel. El guardia me registra, envía al
interior mi tarjeta y al cabo de unos minutos un guardia iraquí me
mira a través de una rejilla y abre una puerta metálica.
Una vez cruzada la
puerta, encuentro otro ancho muro de acero frente a mí. El guardia
cierra ruidosamente la puerta exterior y de inmediato se abre la
puerta interior, y me encuentro en el mugriento pasillo de siempre.
Los reporteros están
sentados en una habitación con una ventana pequeña por la que se ve
el río Tigris. El aire está viciado. Uno de los periodistas
norteamericanos reconoce que lleva meses sin salir. De la información
de calle se encarga un periodista árabe; además tienen a un
estadounidense recorriendo Iraq, pero como periodista integrado en las
tropas. Ninguno de los norteamericanos de este despacho pisa las
calles de Bagdad. Esto no es periodismo de hotel, como escribí una
vez, esto es periodismo de cárcel.
Un viejo amigo
norteamericano, un valiente al que conocí en los días de Beirut, se
me acerca y me enseña un papel. "Mira esto, Fisk. Ésta es la
basura que recibimos de los norteamericanos últimamente. Esto es de
lo que quieren que escribamos". Es un comunicado de la oficina de
prensa de la coalición, los manipuladores profesionales al servicio
de las tropas de ocupación. Dice así: "Risas a mansalva en el
destacamento de Bagdad con el nuevo espectáculo cómico".
Atravieso de nuevo
Bagdad. Hay un atasco masivo debido a un control de la Guardia
Nacional iraquí (los iraquíes entrenados por los norteamericanos con
el fin de salvar la carrera de Donald Rumsfeld permitiendo que Estados
Unidos reduzca su contingente de tropas). La mayoría tiene tanto
miedo que se tapa la cara con pasamontañas. Como todos los iraquíes
que conozco, no confío en la Guardia Nacional iraquí. Están
infiltrados por la insurgencia suní y chií, y últimamente tienen
una desagradable propensión a llevar a cabo redadas en zonas suníes
para detener a los hombres y robar todo el dinero que encuentran.
"Primero detuvieron a mi hijo y luego se llevaron todas mis
joyas", se quejaba una mujer en un canal por satélite árabe que
estaba investigando a esta milicia corrupta.
Me voy a casa, enciendo
el televisor y me encuentro con un reportaje de la BBC sobre un grupo
de tropas iraquíes de elite que están recibiendo formación
antiterrorista en Gran Bretaña. Y ahí están, con ramas atadas a los
cascos, brincando por encima de los setos y los frescos riachuelos. En
las montañas galesas.
Viernes por la noche.
En el corazón de esta enorme ciudad parecida a un horno se alza la
zona verde, un recinto de 10 kilómetros cuadrados lleno de palacios,
chalets y jardines cerrados a cal y canto, y rodeados de muros y
barricadas, que antes constituía el centro neurálgico del régimen
de Saddam y ahora aloja al Gobierno iraquí, el comité
constitucional, las embajadas estadounidense y británica, y cientos
de mercenarios occidentales. Muchos de ellos nunca ven a ningún iraquí.
Por entre los rosales hay mujeres haciendo footing en pantalón corto;
en las piscinas toman el sol hombres armados acompañados de
contratistas femeninas. Antes había al menos tres restaurantes, hasta
que uno fue volado por terroristas suicidas. Hay una tienda en la que
se pueden comprar accesorios telefónicos, diarios y DVD porno. Por
razones tácticas, los norteamericanos se vieron obligados a incluir
dentro de la zona verde docenas de casas de iraquíes de clase media,
lo que causó la indignación de muchos de los propietarios, que a
veces tienen que esperar cuatro horas para cruzar los controles de
seguridad. En el colmo de las ironías, la tumba de Michel Aflaq,
fundador del partido Baas, que inicialmente incluía Iraq y Siria, se
encuentra dentro de la zona verde.
El viernes por la
noche, este castillo cruzado estaba bañado, como de costumbre, por la
luz de los reflectores. Yo contemplaba las estrellas sobre la ciudad
cuando de pronto oí un ruido sordo y vi un fogonazo dentro de la zona
verde. Desde algún lugar no muy lejano a mí, alguien había
disparado un mortero contra la pecera iluminada que se ha convertido
en el símbolo de la ocupación para todos los iraquíes. Muchos se
preguntan qué pasará con la zona verde cuando se derrumbe el
tinglado que mantienen en pie los occidentales. Hay quien dice que se
convertirá en el cuartel general de la insurgencia, otros creen que
será el próximo Parlamento. Pero yo creo que cuando la ocupación se
venga abajo, los futuros gobernantes de Iraq, sean quienes sean,
convertirán toda la zona en un parque temático. O quizá sólo en un
museo.
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