Mientras
suenan cada vez más voces discordantes con la marcha de la guerra en
Iraq dentro del gobernante Partido Republicano de Estados Unidos, el
opositor Partido Demócrata sufre una profunda división en torno del
conflicto.
Demócratas también están empantanados
Por
Jim Lobe
IPS
/ IAR-Noticias 30/08/05
En
privado, la mayoría de los dirigentes demócratas describen el
conflicto como un gran desastre de política exterior.
Pero,
a pesar de que cae sin pausa la aprobación de la guerra –y de la
gestión del presidente George W. Bush en general–, los principales
portavoces del Partido Demócrata, en especial los líderes del
Senado, se han negado a hablar de una retirada.
Prefieren
cuestionar a Bush por la forma en que conduce la guerra más que la
guerra en sí. La reticencia se inspira, sin duda, en el temor a ser
calificados de "blandos ante el terrorismo" y en la
desastrosa división del partido entre halcones y palomas en ocasión
de la guerra de Vietnam.
Sin
embargo, la postura parece insostenible, en momentos en que las bases
del partido se enrolan en un vigoroso movimiento antibelicista, al
influjo de las protestas de la simple madre de un soldado. Al mismo
tiempo, republicanos de renombre se dedican a fustigar la guerra.
"Deberíamos
empezar a pensar cómo salir de allí", dijo ante las cámaras de
la televisión el senador republicano Chuck Hagel, un condecorado
veterano de la guerra de Vietnam con aspiraciones presidenciales.
"Nuestro
involucramiento en Iraq ha desestabilizado Medio Oriente. Cuanto más
tiempo nos quedemos allí, más desestabilización habrá", añadió.
"Creo
que la Casa Blanca aún no ha entendido –y tampoco algunos de mis
pares– que el dique de esta política se rajó. Cuanto más tiempo
estemos allí, más similitudes (con la guerra de Vietnam) se
constatarán", concluyó Hagel.
Estas
declaraciones se conocían al mismo tiempo que una nueva serie de
encuestas constataba una nueva caída de la aprobación popular a la
gestión del gobierno a su menor nivel, entre 36 y 40 por ciento. Todo
indica que eso se debe a la guerra en Iraq.
Otros
sondeos indican que mayorías relativas ahora consideran un error
haber ido a la guerra y se inclinan por una retirada inmediata o
gradual.
Podría
suponerse que las preocupaciones de Hagel y otros republicanos, así
como las encuestas, deberían dar a los demócratas la confianza política
como para tomar una posición más agresiva respecto de la guerra.
Pero ese no es el caso.
En
mayo, la mitad de los demócratas en la Cámara de Representantes
–el cuerpo legislativo más cercano a las bases– votaron una
resolución para solicitar al presidente una estrategia de salida de
Iraq. Pero los líderes del Senado se negaron incluso a considerar esa
propuesta.
Hasta
ahora, sólo un posible candidato para las elecciones de 2008, el
senador Russel Feingold, llamó a una retirada completa... para el 1
de enero de 2007. E incluso indicó ante las cámaras de televisión
que esa fecha debería considerarse una "meta", no un
"plazo.
Mientras,
cinco de los principales senadores demócratas –el candidato
presidencial de 2004, John F. Kerry, el líder de la minoría, Harry
Reid, Joseph Biden, Evan Bayh e Hillary Clinton– se han opuesto a
fijar una fecha para la retirada.
Pero,
además, los cinco apoyaron en varias oportunidades aumentos
sustanciales en la cantidad de soldados en Iraq, así como en el ejército
y en la marina de guerra en general. Biden, Bay y Clinton son fuertes
precandidatos presidenciales.
"Si
vamos a fijar artificialmente un plazo de alguna naturaleza, sería
como prenderle la luz verde a los terroristas. No podemos darnos ese
lujo", dijo Clinton en febrero. Su esposo, el ex presidente Bill
Clinton (1991-2003), también se ha negado a criticar la guerra.
Biden,
el principal senador demócrata en el Comité de Relaciones Exteriores
de la cámara alta y portavoz de su partido en la materia, advirtió
hace poco: "No podemos darnos el lujo de perder."
También
un connotado antibelicista como el presidente del Partido Demócrata y
ex precandidato Howard Bean ha mantenido silencio sobre el asunto.
Los
cinco senadores demócratas votaron en octubre de 2002 la autorización
para que Bush lanzara la guerra, al contrario de Feingold. Por lo
tanto, se les dificulta proponer una retirada: Kerry fue acusado por
los republicanos en la campaña de 2004 de acomodar sus ideas de
acuerdo con los vientos electorales.
También
les espanta el recuerdo de lo que sucedió en el Partido Demócrata
durante la era de Vietnam, cuando la división entre halcones y
palomas le allanó a Richard Nixon el camino hacia la presidencia.
El
candidato rival de Nixon, George McGovern, tenía una postura
francamente contraria a la guerra, y los republicanos aprovecharon
para caricaturizarlo como "blando" en cuestiones de
seguridad nacional.
Y
algunos connotados demócratas, como el ex portavoz de Clinton Michael
McCurry, insisten en que el partido debe ser muy cuidadoso a la hora
de criticar a Bush.
"Los
demócratas sacan provecho de no echar gasolina sobre el fuego, aun
cuando no estén particularmente unificados en su mensaje. Lo más
inteligente que pueden hacer es brindar apoyo", recomendó
McCurry en una entrevista concedida al diario The Washington Post.
Lo
mismo piensan otras personalidades demócratas, como los ex
embajadores en la Organización de las Naciones Unidas Richard
Holbrooke y Madeleine Albright –la cual también fue secretaria de
Estado (canciller)– y expertos ubicados en centros académicos como
la Brookings Institution.
Esta
"clase estratégica" está dominada por "demócratas de
la seguridad nacional" que, en general, apoyaron la guerra en
Iraq aunque criticaron el enfoque unilateralista con que Bush la
fundamentó, sostuvo el periodista Ari Berman en una columna para la
revista The Nation.
Pero
la negativa a revisar la posición del partido puede originar una
creciente frustración en la base demócrata, seducida por la cruzada
de Cincy Sheehan, madre de un soldado muerto en Iraq, que acampó en
las afueras del rancho de Bush para pedirle explicaciones. La campaña
de Sheehan puso a Bush a la defensiva.
Por
otra parte, el ex precandidato presidencial demócrata Gary Hart acusó
a los principales dirigentes demócratas de "cobardía" por
mantener silencio ante lo que denominó "una crisis moral".
Lo hizo en una columna para The Washington Post titulada "¿Quién
dirá 'ya basta'?"
Ese
es el mensaje que comienza a predominar en el ala más militante del
Partido Demócrata, preocupada de que un electorado desilusionado
castigue a sus candidatos por dejar la iniciativa a Bush.
"Puedes
jugar a dejar que Bush debata consigo mismo. En cierto sentido, tener
a Bush solo en la escena puede ser útil, pero no creo que ayude a
resolver el problema", sentenció Eli Pariser, director ejecutivo
de MoveOn.org, un comité de acción política.
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