Lo último que
necesita Irak es aprobar la Constitución
Por
Scott Ritter (*)
The Independent / La
Jornada, 13/10/05
Traducción de Gabriela Fonseca
Independientemente del
resultado del voto del pueblo iraquí sobre la Constitución, el 15 de
octubre, la realidad es que éste es un documento fallido en que se
refleja un proceso fallido. Un rechazo, de hecho, representaría un
momento liberador para quienes toman las decisiones en Washington y
Londres, al permitirles adoptar un nuevo rumbo y alejarse del pasado.
Muchos observadores,
incluidos algunos oficiales militares estadounidenses y británicos de
alto rango, admiten que la presencia de las tropas de sus respectivos
países en Irak está teniendo un efecto negativo en la situación
interna de la nación ocupada, y creen que entre más pronto se
retiren, será mejor.
El tema es cómo
retirarse sin desencadenar una serie de eventos incontrolables que
lleven a un mayor caos. Muchos observadores creen que la adopción de
la Constitución representa una posibilidad para comenzar dicho
proceso, pero se trata de una esperanza falsa. Hay fuerzas que juegan
un papel político en Irak que no pueden ser ignoradas y que, de
aprobarse la Carta Magna, estarán fuera de control tanto para los
estadounidenses como para los británicos.
En primer lugar está
la elite radical pro iraní que hoy gobierna Irak. El presidente Jalal
Talabani es decididamente pro iraní, al grado de que luchó del lado
de la vecina nación durante la guerra Irán-Irak (1980-1988). Ibrahim
Kafaari, el primer ministro, es líder del partido Dawa, con sede en
Irán, y tiene fuerte tendencia a emplear tácticas y herramientas de
terror.
Abdel Aziz Hakim, uno
de los más fuertes jugadores tras bambalinas, encabeza el Consejo
Supremo de la Revolución Islámica en Irak, lo mismo que su brazo
armado, la brigada Badr, la cual es organizada, equipada y asalariada
por Irán.
Esta pandilla, en su
mayoría de naturaleza radical, no representa la voluntad del pueblo
iraquí, ni siquiera la de los chiítas, sino la visión de los
dirigentes en Teherán. Un voto aprobatorio del proyecto de Constitución
sólo la entronizará, y ello es garantía para que estalle una guerra
civil.
Hay otros poderes políticos
que hay que reconocer. La caída de Saddam Hussein combinada con la
aceptación occidental de la elite pro iraní ha enajenado a la minoría
sunita.
Las políticas contra
todo lo que provenga del partido Baaz, junto con acciones militares
agresivas contra áreas sunitas tribales, han creado una situación en
que un grupo ampliamente secular y pro occidental se ha volcado a un
wahabismo radical; es decir, la misma interpretación antioccidental
virulenta que predican Osama Bin Laden y Al Qaeda.
Más aún, los sunita
creen que el proyecto de Constitución es un acuerdo injusto, y ven en
su naturaleza federal un arreglo que los privará del acceso a sus
recursos naturales. Si se aprueba, la situación con los sunitas
empeorará y creará una herida infectada que alimentará a las
futuras generaciones de terroristas.
Existe una estrategia
de salida: con la retirada gradual de las tropas estadounidenses y
británicas, con una política para sacar del aislamiento a la población
sunita y reforzar a kurdos y chiítas por fuera de la influencia de Irán,
y separando del gobierno a la elite pro iraní. Desde luego, será
necesaria una guía que no podrá ser estadounidense ni británica. La
Unión Europea, la Liga Arabe y Naciones Unidas pueden jugar un papel
en este proceso, que es algo que todas estas instancias impulsarían
si solamente Estados Unidos y Gran Bretaña lo permitieran.
Hasta la fecha, ambas
naciones, sobre todo Estados Unidos, han rechazado arrogantemente que
otros participen en los asuntos relacionados con Irak. Sólo estos países,
se cree en Washington y Londres, han ganado el derecho de estar
involucrados, por su sacrificio al derrocar a Saddam y encabezar la
ocupación.
Pero ahora ese
sacrificio ya no se considera un precio que valga la pena pagar y, por
tanto, ha llegado el momento en que otras naciones del mundo se
involucren en el futuro de Irak.
(*) Scott Ritter,
antiguo inspector de armas de la ONU, es autor del libro Irak
confidencial: la historia oculta de la conspiración de la
inteligencia estadounidense, de reciente publicación.
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