¿Una retirada
victoriosa de Iraq?
Una decisión
sensata debería prever que, antes de la retirada, las tropas de EEUU
se asentaran en el desierto, lejos de áreas pobladas
Por
Edward N. Luttwak (*)
La
Vanguardia, 07/10/05
Traducción José María
Puig de la Bellacasa
Al rechazar los
llamamientos en favor de una retirada de Iraq, el presidente Bush
atina totalmente cuando afirma que EEUU, sencillamente, no puede
abandonar el país en manos de los insurgentes, un conglomerado de
asesinos formado por extremistas suníes, compinches de Saddam y
guerreros de la guerra santa salafistas, fanáticos que serían aún
mucho más peligrosos si se vieran estimulados por una victoria en
Iraq. No obstante, al presentar la victoria sobre los insurgentes
asesinos como la única alternativa frente a una ocupación militar de
deficiente balance, el presidente Bush se equivoca de medio a medio,
pues se trata del menos probable de todos los resultados posibles.
Como el competente
embajador estadounidense en Iraq, Zalmay Khalilzad, no deja de
recordarnos oportunamente, aproximadamente un 80% de los iraquíes no
son suníes o agentes de Saddam que se dediquen por ahí a asesinar a
tantos no suníes como pueden.
Esa mayoría del 80% de
toda la población iraquí se compone fundamentalmente de árabes chiíes
y kurdos de todas las confesiones, quienes conjuntamente dominan las
filas del ejército y las fuerzas de seguridad iraquíes en ciernes.
Como ambas fuerzas carecen de suficiente moral, recursos e instrucción,
es posiblemente más importante que tanto kurdos como chiíes posean
sus propias milicias, tan bien armadas como las fuerzas oficiales y
mucho más cohesionadas.
De esto último se
desprende que si EE.UU. retirara sus propias tropas, no por ello los
insurgentes resultarían victoriosos sobre el terreno; por el
contrario, deberían combatir contra milicias chiíes y kurdas más
numerosas, como también contra la mayoría de las nuevas fuerzas
armadas y de seguridad iraquíes, en cuyo seno las unidades dotadas
total o parcialmente con efectivos suníes son escasas. Los
insurgentes se hallarían en franca minoría y en inferioridad de
condiciones de ataque dado que se han atraído la ira legítima de
aquellos a quienes oprimieron en el pasado y además recientemente y
de manera indiscriminada han perpetrado varios atentados contra la
población chií.
Constituye una ironía
que los norteamericanos, quienes permanecen en Iraq para luchar contra
los insurgentes, de hecho están protegiéndolos de sus enemigos mucho
más numerosos... Es verdad que en el seno del bando chií no reinan
la armonía y la unidad, y que incluso las Milicias Mahdi del faccioso
Muqtada Al Sadr y las más nutridas milicias Badr, brazo armado del
Consejo Supremo para la Revolución Islámica (SCIRI), han cruzado
disparos; tampoco las milicias peshmergas kurdas actúan bajo un mando
unificado y las distintas fuerzas chiíes y milicias kurdas aún
adolecen de mayor falta de coordinación. Y no es de extrañar, ya que
hasta ahora las tropas norteamericanas se han interpuesto entre ellas
y los insurgentes y por lo demás no se daban las condiciones ni
incentivos necesarios para una acción conjunta; no obstante, el
panorama cambiará probablemente con mucha rapidez si las fuerzas
norteamericanas se desentienden de la cuestión... Como las fuerzas de
los propios insurgentes se hallan ellas mismas cuarteadas en diversas
facciones y grupos –un ejemplo de hostilidad y animadversión es la
rivalidad entre la resistencia baasista y los salafistas–, las
fuerzas mucho más numerosas tanto de las fuerzas oficiales como de
las milicias del bando de la mayoría, dado el caso, apenas precisarían
en realidad alcanzar un grado de unión perfecta a la hora de combatir
a la insurgencia, al menos con el nivel de eficacia que muestran
actualmente las fuerzas norteamericanas.
Entre tanto, mientras
las fuerzas norteamericanas sigan operando militarmente en Iraq, los
insurgentes reclaman para sí un estatus legítimo en calidad de
resistencia nacional contra la ocupación extranjera, obteniendo con
ello un notable respaldo tanto interior como exterior... EE.UU. paga
en consecuencia un alto precio político por sus operaciones militares
además del precioso coste en vidas humanas y un gasto considerable.
No obstante, nadie puede reclamar que el coste diario en puestos de
control y patrullas, y las incursiones bélicas para destruir focos
enemigos tan expertamente realizadas por las fuerzas norteamericanas
estén mermando las filas de esquivos insurgentes ni reduciendo su
poder de destrucción y muerte. De momento debería tenerse como
verdad reconocida y admitida que siempre que los insurgentes puedan
recibir u obtener por la fuerza el apoyo de la población autóctona
–como así es en las áreas predominantemente suníes de Iraq– difícilmente
habrá tácticas, operaciones o estrategias que valgan para
derrotarlos, y menos aún el procedimiento actual de volver a capturar
las mismas localidades en manos de los insurgentes... para
abandonarlas o perderlas a continuación.
De cuanto antecede
puede inferirse que cabría abreviar gradualmente el ritmo de las
operaciones militares estadounidenses en Iraq sin gran quebranto; se
trata únicamente de una de las posibilidades entre los elevados
niveles actuales de actividad militar y el extremo opuesto de una
retirada inmediata. En este sentido, el presidente Bush se equivoca
igualmente, pues es menester ser consciente de que de hecho se abre un
abanico de alternativas a las políticas que se aplican en la
actualidad, ninguna de las cuales va a darse por vencida frente a los
insurgentes.
La más cuerda y
sensata sería la retirada ordenada y paulatina de las tropas
norteamericanas debidamente coordinada con antelación con todas las
fuerzas de la mayoría tanto oficiales como de las milicias, a fin de
darles tiempo para realizar sus correspondientes preparativos. Como
precaución suplementaria, las tropas norteamericanas podrían ser
desplegadas de nuevo durante un tiempo en alejadas bases en el
desierto, lejos de las áreas pobladas, antes de su retirada completa
del país. Además, algunas fuerzas norteamericanas podrían
permanecer allí de forma indefinida a fin de estabilizar el país y
disuadir de cualquier tipo de invasión o intervención extranjera
mientras tal sea la voluntad tanto de EE.UU. como del Gobierno de Iraq.
Otros preferirían otro
tipo de retirada, pero obstinarse en una operación militar deficiente
o fracasada constituye la actitud y la senda menos prudente a largo
plazo.
(*) Experto del Centro
de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), Washington.
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