Referéndum
constitucional
Fracaso
parcial de un plan de propaganda
Red
Voltaire, 11/11/05
Se
han dado a conocer los resultados del referéndum realizado en Irak:
la constitución fue adoptada con un 78% de los votos. Por supuesto,
es imposible verificar esos resultados, al igual que el propio índice
de participación. Las tres provincias del centro del país, que las
tropas de ocupación y los medios de difusión mainstream presentan
como las «provincias sunitas», se opusieron a un texto que muchos
ven como un instrumento para desmantelar el país, pero las cifras
anunciadas no permiten rechazarlo. Una vez más, es imposible
verificar las cifras publicadas por la Comisión Electoral. En todo
caso, cualesquiera que sean los resultados reales, la falta de
transparencia del escrutinio priva el resultado oficial de toda
legitimidad.
Los
medios occidentales de difusión, siempre prestos a denunciar fraudes
electorales o a emitir dudas sobre la validez de los escrutinios en
cualquier Estado cuyos dirigentes tengan la desgracia de no formar
parte del «mundo libre», se abstienen sin embargo, en el caso de
Irak, de comentar la ilegitimidad del referéndum. ¿Qué validez
puede tener un voto realizado bajo el control de una fuerza de ocupación
y después de una invasión ilegal? ¿Cómo aceptar ese voto cuando la
principal potencia ocupante es un país donde las elecciones son
objeto de fraudes masivos?
A
pesar de ello, el referéndum está siendo presentado como una
justificación a posteriori de la invasión. Según esa tesis, la
guerra contra Irak es positiva porque permitió que ese país diera un
gran paso hacia la democracia.
Los
principales defensores de este argumento son los funcionarios
estadounidense e iraquíes que se deshacen en loas sobre la organización
del referéndum. Stephen Hadley, consejero estadounidense para la
Seguridad Nacional, vende así el proyecto constitucional iraquí a la
opinión pública estadounidense, cada vez más reticente, desde las páginas
del Washington Post. Con una argumentación especialmente concebida
con el objetivo de seducir a un pueblo educado en el culto a su propia
constitución, Hadley establece numerosos paralelos entre el proyecto
presentado a los iraquíes y la constitución estadounidense.
Según
él, el poder central iraquí tendrá prerrogativas cercanas a las del
gobierno de Washington y, como en Estados Unidos, la Corte Suprema
iraquí tendrá también un carácter central. Contradiciendo a la
mayoría de los analistas, pero siguiendo la retórica oficial en
vigor, Hadley pretende que ese texto reforzará la unidad iraquí y
permitirá que los «sunitas» se comprometan con el proceso político.
En efecto, el nuevo sistema electoral prevé que cada comunidad tenga
la misma cantidad de representantes, independientemente de su
participación electoral. El texto valida así el sistema comunitario
a expensas de la representatividad democrática. Poco importa que una
comunidad reconozca o no la legitimidad de un sistema mediante el voto
con tal que ciertos miembros de esa misma comunidad participen en el
poder.
En
el Times de Londres, el presidente iraquí Jalal Talabani también
canta loas a la democratización de Irak por las fuerzas ocupantes,
hace de ella el principal objetivo de la guerra, rechaza la mentira
sobre las armas de destrucción masiva y suplica a los británicos que
se queden en Irak para continuar el trabajo comenzado. Con raro
cinismo, exonera a los británicos de toda responsabilidad en los
motines de Basora y atribuye los ataques contra las fuerzas de ocupación
a «hooligans» y «terroristas».
Talabani
no menciona el arresto de un grupo de militares británicos que se
disponían a cometer un atentado disfrazados de partidarios de Moqtada
Sadr ni la liberación de los mismos por los tanques británicos. Por
el contrario, el presidente del gobierno de colaboración presenta a
la resistencia iraquí como terroristas y a los británicos que ponen
bombas como libertadores.
El
vicerrepresentante de Irak ante la ONU, Feisal Amin al–Istrabadi,
también propagandiza las bondades de la ocupación y la constitución.
Se regocija por el sistema instaurado en su país y afirma que gracias
al proceso de redacción de la constitución, Irak está a punto de
convertirse en una democracia responsable y respetuosa del estado de
derecho. Se felicita así ante el hecho de que se haya incluido en el
Comité de Redacción de la constitución a personas no electas para
que representen a los árabes sunitas.
Como
en el texto de Stephen Hadley, encontramos en éste una visión
comunitarista que suplanta la lógica democrática que la constitución
pretende defender. En efecto, según esa lógica, no importa que una
parte de la población no haya votado con tal de que esté
representada por miembros de su misma etnia o del mismo grupo
religioso. Por otro lado, esa extensión del Comité de Redacción está
basada en una doble visión geográfica y étnico–religiosa de Irak.
No se debe olvidar, por consiguiente, que si el centro del país votó
menos que el norte y el sur, denominaciones como «centro del país»
o «triángulo sunita» son arbitrarias y que un millón de kurdos
viven en Bagdad, al igual que gran cantidad de chiítas.
El
texto de Feisal Amis al–Istrabadi está siendo muy ampliamente
difundido por el Project Syndicate. Ya ha aparecido en el Daily Star
(Líbano), Le Matin (Marruecos), el Daily Times (Pakistán), el Taipei
Times (Taiwán), el Jordan Times (Jordania) y el Jerusalem Post
(Israel) y posiblemente en otras publicaciones que se nos pueden haber
escapado. En el marco de la campaña de propaganda que presenta la
constitución como un paso hacia la independencia y la democracia en
Irak, el Project Syndicate, organismo que financia George Soros,
desempeña un papel central.
El
Project Syndicate también ha dado amplia difusión a los textos de
Edward N. Luttwack, estratega del Pentágono, y de Schlomo Avineri,
analista cercano a la CIA. Como ya hemos resumido anteriormente el
pensamiento de ambos personajes, no nos parece necesario presentar aquí
textos que no aportan nada nuevo. Luttwack pone de relieve las
dificultades que aún encuentra la Coalición en Irak para afirmar que
los problemas no provienen de la presencia de una fuerza ocupante sino
de bandas armadas que sería conveniente aplastar. Por su lado,
Avineri finge nuevamente lamentar las divisiones existentes en Irak
antes de apoyar otra vez la independencia del Kurdistán y la división
del país en tres partes. Nada nuevo…
Sin
embargo, si los argumentos no son nuevos, es interesante tomar nota de
la amplia difusión de tales opiniones. El texto de Luttwack gozó de
los favores del Daily Star (Líbano) y del Taipei Times (Taiwán), así
como del Jordan Times (Jordania), La Libre Belgique (Bélgica) y el
Daily Times (Pakistán). Como en el caso anterior, es posible que se
nos hayan escapado algunas publicaciones.
Anotemos
también que los órganos de difusión de los puntos de vista
atlantistas han hecho también lo imposible por presentar Irak como un
país víctima de sus propios demonios y de terribles divisiones
internas, país que la coalición anglosajona y las autoridades que
colaboran con los ocupantes tratan, a veces con escasa habilidad, de
ayudar y democratizar.
Aunque
esta campaña ha influido en la interpretación de la invasión en la
prensa, no ha logrado sin embargo desarmar a los que se opusieron al
conflicto desde el primer momento. Estos últimos tratan de recordar a
la opinión internacional que el primer problema de Irak sigue siendo
la ocupación.
La
escritora Haifa Zangana, ex miembro de la oposición en tiempos de
Sadam Husein, declaraba antes del voto que la adopción de la
constitución no cambiaría nada. Ella señala en el Guardian que el
proyecto de texto constitucional no es más que la envoltura
legislativa vacía de una ocupación que ha hundido un país rico, por
su petróleo, en la más negra miseria y provocado una regresión
espectacular en lo tocante a los derechos de la mujer.
En
The Independent, el ex inspector para el desarme Scott Ritter denuncia
por su lado un proyecto de constitución que ve ante todo como un
instrumento de los intereses iraníes. Para él, el texto no conviene
a Irak y no facilitará la retirada de las tropas de la Coalición,
objetivo que hay que perseguir a toda costa. Ritter llama, por tanto,
a una revisión de todo el proceso por parte de actores que gocen aún
de credibilidad en Irak: la Unión Europea, la Liga Árabe y la ONU.
El
diario electrónico AlterNet publica una entrevista con dos
historiadores progresistas estadounidenses que expresan sus puntos de
vista sobre Irak.
Mark
LeVine analiza el proyecto de constitución iraquí. Alejándose de
las interpretaciones sobre el fraccionamiento previsto en Irak, LeVine
ve en él ante todo un medio, para Estados Unidos, de mantener por
tiempo indefinido su presencia en Irak. Estima que el texto ofrece a
Washington la posibilidad de conservar bases en Irak y de privatizar
ese país conforme a los intereses estadounidenses. Este autor prevé
también una continuación de la resistencia. Es por ello que las
autoridades iraquíes reiteran periódicamente sus pedidos para que se
mantenga la presencia de tropas extranjeras en el país.
Para
Howard Zinn, especialista en la historia popular de Estados Unidos,
este país tiene que retirarse de Irak lo más pronto posible. Citando
declaraciones de los generales estadounidenses encargados de mantener
la ocupación, Howard Zinn anota que es indudable que la situación en
Irak no hace más que empeorar precisamente debido a la presencia
militar.
Aunque
lejos de la oposición interna al imperialismo estadounidense, el ex
consejero de Seguridad Nacional Zbigniew Brzezinski comparte este último
punto de vista. Sin embargo, para Brzezinski el problema esencial de
la ocupación no tiene que ver con los iraquíes sino con la
influencia global de Washington. En el diario Los Angeles Times,
Brzezinski se inquieta al ver a Estados Unidos aislado de un sector de
sus aliados tradicionales así como ante el aumento del déficit
presupuestario y la degradación de la imagen de Estados Unidos.
Para
el ex estratega demócrata, lo peor es que esto proporciona a Rusia y
China la posibilidad de imponerse a Estados Unidos. Este autor
aconseja, por consiguiente, salir de Irak y atacar Irán resolviendo a
la vez la cuestión israelo–palestina para mejorar la imagen de
Estados Unidos en el mundo árabe.
Otro
argumento «democrático» es la justificación a posteriori de la
invasión mediante los crímenes de Sadam Husein. Ya presentamos en
estas páginas el más reciente capítulo francés de esa campaña que
fue la publicación de un Livre noir de Saddam Husein, en momentos de
la apertura del juicio contra éste.
El
analista Patrick Seale denuncia en el Gulf News la realización de un
juicio que no es más que un simulacro de justicia. Para el autor, se
trata únicamente de un supuesto acto de soberanía que esconde en
realidad una manipulación estadounidense tendiente a esconder los
lazos históricos de las potencias occidentales con el dictador
criminal. El reino de Sadam Husein fue sangriento y sus víctimas se
merecen algo mejor que una «justicia» que busca glorificar una
invasión tan criminal como el acusado.
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