Las
cosas nunca estuvieron tan mal como ahora
Por
Anthony Arnove
Socialist Worker, EEUU, 18/11/05
Enviado
por Correspondencia de Prensa, 23/11/05
Traducido para Rebelión por Felisa Sastre
Cuando
Estados Unidos y las tropas de la coalición invadieron Irak en marzo
de 2003, muchos iraquíes confiaban en que, al menos, sus condiciones
de vida mejorarían tras una década viviendo sometidos a las más
estrictas sanciones económicas jamás aplicadas. Ahora, piensan de
forma diferente: “Yo los creí cuando decían que venían a
ayudarnos”, dice Hossein Ibrahim en una entrevista con un periodista
del Christian Science Monitor, “pero ahora los odio, son peores que
Saddam”.
Hoy,
la vida en el Irak ocupado es tan dura que muchos iraquíes afirman
que se vivía mejor durante los terribles años de las sanciones de
Naciones Unidas y de la dictadura de Saddam Hussein. En la mayor parte
del país, hay menos electricidad que antes de la invasión de marzo
del 2003, con los resultados previstos, entre ellos “pacientes que
mueren en las salas de urgencias cuando los equipos eléctricos dejan
de funcionar”, informa el New York Times.
A
pesar de los miles de millones destinados a los amigos de George W.
Bush en Bechtel y Halliburton para trabajos de reconstrucción,
“casi la mitad de los hogares iraquíes todavía no tienen agua
potable, y sólo el 8 por ciento del país, excluida la capital, está
conectado a la red de desagüe de aguas residuales”, informa el USA
Today.
Los
hospitales en Irak son un caos. En el Hospital Universitario Central
Infantil de Bagdad, las aguas residuales corren por los suelos”,
informaba Jeffrey Gettleman en el New York Times, “el agua para
beber está contaminada y, según los médicos, el 80 por ciento de
los pacientes dejan el hospital con infecciones que no tenían cuando
ingresaron”.
“Definitivamente,
ahora estamos peor que antes de la guerra” dijo al Times Eman Asin,
inspector de 185 hospitales públicos, “incluso en el peor momento
de las sanciones, cuando estábamos en una situación miserable, no
estábamos tan mal como ahora”.
El
paro se ha disparado en gran parte debido a las medidas tomadas por
las autoridades ocupantes. Tras la invasión, L. Paul Bremer III,
presidente de la Autoridad Provisional de las fuerzas de la coalición,
disolvió el ejército iraquí formado por 350.000 personas y echó a
miles de funcionarios del Estado que eran miembros del partido Baaz,
sin tener en cuenta que la afiliación al partido era obligatoria para
obtener muchos trabajos en Irak. Más de la mitad de los trabajadores
está en paro y el primer ministro, Ibrahim Jafari, ha anunciado
planes de reducir el empleo en el sector público mientras el Gobierno
iraquí lleva a cabo proyectos de privatización dictados por
economistas de Estados Unidos.
Los
“liberados” iraquíes han sentido repetidamente la ironía de que
las autoridades ocupantes y los contratistas, beneficiarios de
contratos sin concurso público y sin solicitud de ofertas, no confían
en los iraquíes para trabajar con ellos, y en su lugar pagan millones
de dólares para traer trabajadores que cobran muchas veces el salario
medio anual de los iraquíes. “Cuando se escriba la historia de este
sangriento circo, la gente se quedará boquiabierta por el descaro y
la profundidad de lo sucedido”, escribe el periodista Christian
Parenti en The Freedom: Shadows and Hallucinations in Occupied Iraq.
Se
ha gastado ya la mitad de los 18.400 millones de dólares que el
Congreso destinó para la “reconstrucción de Irak, y unos 100
millones han desaparecido sin que se sepa a dónde han ido a parar,
según Los Angeles Times.
En
lugar de reconstruir Irak, el dinero vuela hacia las empresas de los
amigos de la Administración Bush. “ Se ha premiado a más de 150
compañías estadounidenses con contratos que totalizan más de 50.000
millones de dólares, más del doble del PIB de Irak, afirma la
investigadora Antonia Juhasz, “Halliburton tiene los contratos
principales, por valor de más de 11.000 millones, mientras otras 13
compañías estadounidenses han recibido más 1.500 millones cada una.
Todos esos contratistas responden ante el Gobierno estadounidense y no
ante el pueblo iraquí.
Este
principio de responsabilidad se aplica a cualquier aspecto de la
ocupación de Irak. La autoridad real reside en las fuerzas de ocupación
y no en los iraquíes. Tal como ha señalado el escritor pakistaní,
Tariq Ali, en Bush in Babyilon, estamos contemplando en Irak un
ejemplo claro de “imperialismo en la época de la economía
neoliberal”.
La
Autoridad Provisional de la Coalición ha renovado las leyes anti–sindicales
del régimen de Hussein y ha bajado los impuestos a las empresas de
Irak a niveles sólo soñados por las compañías estadounidenses. La
Administración ha diseñado amplios programas para reformar la economía
iraquí a imagen y semejanza de la estadounidense”, informaba The
Wall Street Journal poco después de que se iniciara la invasión. Tal
como el columnista económico del New York Times, Jeff Madrick señalaba,
los planes económicos para Irak es probable que ocasionen una
“crueldad generalizada”.
Además
de la inseguridad económica, la falta de seguridad personal ha
aumentado enormemente. Mujeres que trabajaban antes como profesoras o
médicos ahora hablan de encontrarse encerradas en casa, con miedo a
salir, y descubren que sus derechos sociales y políticos, duramente
conseguidos, están desapareciendo. Los niños que antes iban a las
escuelas se quedan ahora en casa por el miedo de los padres a que
salgan a la calle.
Y
por si fuera poco, en cualquier momento los iraquíes saben que los
soldados estadounidenses o británicos pueden echar abajo las puertas
de sus casas, los miembros de la familia humillados, detenidos y
sacados a la calle para detenerlos, torturarlos o asesinarlos.
Dexter
Filkins, del New York Times se ha asomado a la realidad de la ocupación
el 5 de octubre de 2005, con un retrato del teniente coronel Nathan
Sassaman, un violento comandante del ejército de la IV División de
Infantería, Batallón 1–8. Tras la muerte de un soldado de la
unidad, Sassaman declaró que las “nuevas prioridades de su unidad
eran las de matar insurgentes y castigar a cualquiera que les ayudara,
incluso a gente que no les prestara apoyo”.
Según
escribe Filkins, “En una misión llevada a cabo en enero de 2004, un
grupo de soldados de Sassaman llegaron a la casa de un iraquí de
quien se sospechaba que había secuestrado camiones. Él no estaba en
casa pero su esposa y otras dos mujeres abrieron la puerta: “tienen
15 minutos para sacar sus pertenencias”, dijeron según cuenta el
sargento primero Ghaleb Mikel. Las mujeres lloraron y gritaron pero al
final obedecieron y sacaron su cama, sofá y televisión a la calle.
Los hombres de Mikel lanzaron entonces cuatro misiles anti–tanques
en el interior de su vivienda, que saltó en pedazos y se incendió.
Tal como Mikel explicó “ a esto se le llama política de “acabar
con los refugios”.
Los
soldados estadounidense se han aficionado también a acuartelar tropas
en los hogares iraquíes y en las escuelas. “El requisar casas u
otros edificios es algo muy extendido en Irak entre las tropas
estadounidenses en misiones que requieren estar lejos de las bases, a
veces durante varios días o semanas”, informa Associated Press.
“Ellos
irrumpieron en mi casa antes de Ramadán y todavía permanecen en
ella”, contaba a un periodista Dhiya Hamid al–Karbuli “No
podemos tolerar que destrocen nuestro hogar ante nuestros ojos...pero
tenía miedo de pedirles que se fueran”.
“Los
marines han acampado en casas requisadas, informó el New York Times
desde Husayba, el lugar que sufrió el principal ataque en noviembre
de 2005, durante el cual “los aviones atacaron desde arriba,
arrojando bombas de 500 libras” sobre la ciudad.
Ni
Associated Press ni el Times parecen haber recordado que el
acuartelamiento de tropas fue una de la principales quejas de los
colonos estadounidenses contra el rey George y los británicos, tal
como se describe en la Declaración de Independencia: “Ha llegado a
tal punto la situación que los militares se sienten independientes y
superiores al poder civil. Se han unido a otros para someternos a una
jurisdicción ajena a nuestra Constitución y desconocida por nuestras
leyes; al dar Su consentimiento a sus actos pretendidamente legales:
al acuartelar entre nosotros a grandes contingentes de tropas armadas
: al protegerlos de los asesinatos que puedan cometer contra los
habitantes de estos Estados mediante tribunales que son una
farsa...”.
Pero
lo que sienten los iraquíes no cuenta para nada en los cálculos de
los Estados Unidos. Como explicaba el coronel Stephen Davis de la
segunda División de Marina, que dirigió el asalto a Husayba, “No
hacemos muchos amigos ahí fuera porque nos resulta irrelevante”.
Todos
los días, se acosa a la gente, se la mata, arresta y tortura sólo
por el crimen de ser iraquíes.
Una
investigación de la Cruz Roja ha revelado que el ejército
estadounidense se ha metido en Irak en una “vía de detenciones
indiscriminadas que comportan la destrucción de la propiedad y el
comportamiento brutal hacia los sospechosos y sus familias. A veces,
arrestan a todos los varones adultos que se encuentran en una casa”,
afirma el informe, “incluidos los ancianos, minusválidos o
enfermos”. Entre la gente presa en Abu Graib, incluso los
funcionarios del servicio de inteligencia estadounidense estiman que
del 70 al 90 por ciento fueron detenidos “por error”.
A
los soldados estadounidenses se les ha entrenado para que vean a los
iraquíes como se entrenó en su momento para que vieran a los
vietnamitas como seres infrahumanos, y los insultan llamándoles
“hajis [1] ”, como hacían con los vietnamitas a quienes llamaban
“gooks” [2]
Desde
el alto mando político y militar se les ha transmitido a las tropas
un mensaje claro: la muerte y el sufrimiento de los iraquíes no
tienen importancia.
Human
Rights Watch en una reciente investigación ha encontrado que el
personal militar estadounidenses tortura rutinariamente a los iraquíes
por “diversión”. El estudio ha documentado ampliamente el
extendido uso de la tortura, “con frecuencia, obedeciendo órdenes o
con la aprobación de los oficiales superiores”.
Soldados
de la 82 División Aerotransportada han explicado que golpeaban a los
iraquíes “para entretenerse”. El sargento A, de esa misma División,
declaró a Human Rights Watch que las tropas de ocupación de forma
rutinaria “jodían” o “fumaban a los PUC (Un “PUC es una
“Persona bajo Control”, un término usado para diferenciar a los
detenidos iraquíes de los prisioneros de guerra, que tienen una
protección legal que la Administración Bush se niega a reconocer a
aquéllos).
“Joder
a un PUC” significa golpearle”, dijo el sargento. “les golpeábamos
en la cabeza, el pecho, las piernas y el estómago, los derribábamos
y les dábamos patadas. Esto sucedía todos lo días”. “Fumarse”
a alguien es colocarlo en posturas estresantes hasta que quedan
exhaustos y se desmayan. También esto se hacía a diario. Algunos días,
si estábamos aburridos, los colocábamos a cada uno en una esquina y
luego les hacíamos formar una pirámide. Lo hacíamos antes de Abu
Graib pero exactamente igual. Y lo hacíamos para entretenernos”.
La
tortura es sólo un síntoma de una ocupación que constantemente
muestra desprecio por el pueblo que afirma haber liberado. Las fuerzas
estadounidenses se han implicado en numerosas formas ilegales de
castigos colectivos contra la población iraquí.
Aunque
Estados Unidos se niega a contar a los iraquíes muertos, un estudio
publicado en octubre de 2004 por The Lancet, la revista médica más
importante de Gran Bretaña, estimaba en 98.000 “ el exceso de
muertes” en Irak después de la invasión estadounidense. Esta cifra
es realmente baja ya que excluye la “mortalidad en Faluya”, donde
se produjo el ataque más mortífero del ejército estadounidense. Según
este estudio “el riesgo de muerte violenta en el periodo posterior a
la invasión era 58 veces más alto...que en el periodo precedente a
la guerra”.
En
estas circunstancias, no resulta sorprendente que una enorme mayoría
de iraquíes vean a las tropas estadounidenses como ocupantes en lugar
de liberadores.
Mientras
tanto el número de bajas de soldados estadounidenses también ha
seguido aumentando, y ahora supera los 2.000 muertos. Los heridos
siguen subiendo, uno de cada seis soldados que vuelve de Irak declara
sufrir síntomas de desórdenes de estrés postraumático, con altos
índices de depresión y suicidio. A los soldados que llegaron a Irak
creyendo que estaban protegiendo al mundo de las armas de destrucción
masiva o para liberar a los iraquíes, ahora se les pide, en cambio,
que sometan al pueblo iraquí que no los quiere en su país.
“Cuando
fui a Irak por primera vez, realmente creía lo que el Gobierno decía,
que buscábamos armas de destrucción masiva, que estábamos
preparando al país para la democracia, y cosas semejantes”, decía
a Amy Goodman en Democracy Now, un soldado que se ha acogido a la
objeción de conciencia, “pero una vez que llegamos allí...me dí
cuenta enseguida de que se trataba de otra historia, comprendí rápidamente
que los iraquíes no nos querían en su país... si nuestro país
hubiera sido invadido por tropas extranjeras, y hubieran tomado
nuestras casas, yo también me hubiera defendido”.
Hoy,
la única manera de liberar a Irak es terminar con la ocupación y
traer ya las tropas de vuelta. Para hacerlo, tenemos que desafiar
todas las mentiras racistas que afirman que los iraquíes son
incapaces de gobernar su propio país, o que Estados Unidos debe
permanecer en Irak para luchar contra los “terroristas”.
Esta
guerra nada tiene que ver con el terrorismo o con la liberación.
Desde el principio, ha sido una guerra por el petróleo y por el papel
que juega en el mantenimiento de Estados Unidos como un imperio
capitalista mundial. El racismo se ha utilizado para vender la guerra
a la opinión pública pero la gente cada vez más pone en tela de
juicio las mentiras.
En
la actualidad, una clara mayoría de la opinión pública en Estados
Unidos cree que la invasión de Irak no merecía las consecuencias que
ha tenido y no debería haberse producido. Una encuesta del Washington
Post– ABC de este mes, revela que “Bush nunca ha tenido menos
popularidad entre el pueblo estadounidense”. En septiembre, otra
encuesta del New York Times–CBS News, revelaba que el apoyo a la
retirada inmediata alcanzaba el 52 por ciento, mientras que el 79 por
ciento de los afro–estadounidenses pensaba que la Guerra de Irak había
sido un error. Sólo un 2 por ciento de ellos aprueban al presidente
Bush, lo que es un índice anómalo.
Millones
de personas simpatizan con los objetivos del movimiento contra la
guerra pero todavía no se han movilizado. Por ello, necesitamos que
esa gran audiencia se implique en nuestro movimiento y establezca vínculos
y coordine las acciones locales con las de ámbito nacional que puedan
ayudar a la gente a superar la persistente sensación de asilamiento y
atomización que muchos experimentan.
De
la misma manera que pasó con el movimiento para acabar con la guerra
de Vietnam, tenemos que luchar en varios frentes: apoyar el rechazo al
reclutamiento; enfrentarnos al Gobierno y a los militares basándonos
en los costes humanos de esta guerra y en las mentiras de las que se
valen para justificarla; denunciar a quienes se benefician de ella;
animar y proteger a los soldados que hablan claramente y que se niegan
a ejecutar sus órdenes o servicios; trabajar con los veteranos y con
las familias de militares, y discutir pacientemente pero con urgencia
con quienes tenemos alrededor sobre la necesidad de terminar ya con la
ocupación.
Anthony
Arnove es el editor de la colección Iraq Under Siege (Irak asediada)
de South Press y coautor, con Howard Zinn, de Voices of a People’s
History of the United States (Voces de la historia del pueblo de
Estados Unidos). Su último libro, Iraq: The Logic of Withdrawal(Irak,
la lógica de la retirada), se publicará la próxima primavera en New
Press. En este artículo, Arnove describe el racismo de la ocupación
estadounidense de Irak.
Notas:
[1]
N.T. Palabra con la que los militares estadounidenses pretenden vejar
a los iraquíes, con el sentido de vendedor de zoco o bazar
[2]
N.T. Término despectivo con el que se menosprecia a los asiáticos.
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