Iraq,
tres años en el horror
Por
Augusto Zamora R. (*)
El
Mundo, 21/03/06
Enviado
por Argos Is-Internacional
“La
guerra civil ya está aquí”, declaró hace una semana el dirigente
chiíta Muqtada al Sadr. Lo mismo afirmó el pasado sábado el ex
primer ministro iraquí, Iyad Alaui. Pocas afirmaciones pueden resumir
de manera tan dramática la situación de Iraq, tres años después
del inicio de la guerra de agresión y de la ocupación extranjera. El
asesinato o muerte diaria de decenas de civiles se ha vuelto noticia
banal, mientras el país sigue sumergiéndose en una espiral
interminable de terror, violencia, ruina y desintegración. Con todo,
lo más atroz es la indiferencia de eso que llaman “comunidad
internacional” y la inoperancia de Naciones Unidas, organización
nacida para “preservar a las generaciones venideras del flagelo de
la guerra”. Una generalidad de países parece haber asumido, entre
el cinismo y la indiferencia, que la ocupación ilegal de Iraq es una
cuestión “interna” de EEUU, respecto de la cual no hay nada que
decir o hacer.
Según
cifras del Departamento de Defensa (DdD) de EEUU, desde marzo de 2003
hasta la fecha, han perecido en Iraq 2.309 soldados estadounidenses,
103 británicos y 103 de otras nacionalidades. Los heridos del ejército
de EEUU ascienden a 16.653. Dichas así, las cifras no reflejan la
magnitud de lo que acontece. En 2003, año de la invasión, las tropas
invasoras sufrieron 486 muertos y 2.409 heridos. La cifra de muertos
se duplicó en 2004 y 2005, con 848 y 846 muertos, respectivamente, en
tanto la de heridos se triplicó en 2004, con 7.989, y se duplicó en
2005, con 5.944. En lo que va de 2006, el DdD reconoce 129 muertos y
311 heridos, manteniéndose el promedio de 70 muertos por mes. Los
policías y soldados iraquíes fallecidos en 2005 ascienden a 4.279.
Los civiles suman 7.308 muertos. Los heridos iraquíes no aparecen en
las estadísticas del DdD, omisión curiosa, pues sus bajas son
tratadas con minuciosidad, incluyen su división por grupos étnicos
(10.24% negros, 11.03% hispanos, 1.05% asiáticos, 73.67% blancos…).
Las cifras reflejan –eso es lo relevante– que Iraq está inmerso
en una guerra implacable que, lejos de amainar con el tiempo, mantiene
un enorme nivel de violencia.
No
obstante, el dato más dramático es el número de civiles muertos,
que asciende a 32.396, según recuentos no oficiales, contando
estrictamente a quienes han perecido como resultado de acciones de
guerra o terrorismo. Si se incluye las personas muertas por causas
imputables directa o indirectamente a la guerra, como hizo la revista
The Lancet, la cifra superaría los 100.000 muertos. Si a esta
cantidad se agregaran los heridos, el número de víctimas podría
acercarse, o incluso superar, las 200.000 personas. Esta enorme cifra
de víctimas explicaría la ausencia de informes oficiales pues, como
han denunciado varias ONGS, existe un propósito deliberado en EEUU de
ocultar su número, para no dar más argumentos a los adversarios de
la guerra. Un ejemplo del grado de discrepancia al hacer los recuentos
lo encontramos en las víctimas que se produjeron tras el atentado
contra la mezquita de Samarra, el pasado mes de febrero. EEUU habló
de unos 400 muertos, mientras el depósito de cadáveres de Bagdad,
según The Washington Post, registraba más de 1.300 fallecidos. Más
allá del juego de cifras, es irrefutable que, desde el inicio de la
guerra de agresión, la población civil iraquí padece una sangría
inmensa en la que no falta nada, desde bombardeos indiscriminados a
escuadrones de la muerte, dirigidos desde ministerios iraquíes.
Otra
cuestión relevante es identificar al responsable de tanta mortandad.
Una investigación llevada a cabo por los organismos Oxford Research
Group e Irak Body Count (A Dossier of Civilian Casualties in Iraq,
2003–2005), arroja resultados que a muchos no sorprenderá. El
informe da la cifra de 24.865 civiles muertos y 42.500 heridos los
primeros dos años de guerra, con un promedio de 34 civiles muertos
por día. La sorpresa llega a la hora de conocer la identidad de los
autores. El informe señala que los ejércitos ocupantes son
responsables del 37% del total de víctimas, en tanto la resistencia
sería culpable del 9,5%. El segundo porcentaje mayor de muertes
(35,9%), corresponde a "grupos criminales" sin relación con
la insurgencia. Se trataría, por una parte, de los escuadrones de la
muerte y, por otra, de grupos delincuentes que medran aprovechando el
desamparo en que vive gran parte de la población iraquí.
Otro
dato de este informe contribuye a deslindar mejor las
responsabilidades en cuanto a la muerte de civiles. Según los
resultados de la investigación, el 53% de estas muertes se había
producido como consecuencia de acciones con explosivos, de las cuales
el 64% correspondía a ataques aéreos efectuados por EEUU. En otras
palabras, aunque lo que más se difunde son los atentados con
coches–bomba, que suelen suceder en ciudades, el mayor porcentaje de
víctimas por explosivos se debe a operaciones aéreas de las fuerzas
ocupantes, a las que rara vez acceden las cámaras de la televisión.
Cuestión
aparte es el costo material de la guerra. ¿A cuánto ascienden los daños
provocados por la agresión y la ocupación militar? La falta de
investigaciones impide dar una cifra aproximada. Con todo, no es difícil
imaginar que tales daños ascienden a centenares de miles de millones
de dólares, sumando desde la destrucción de ciudades como Faluya
hasta el saqueo de los museos de Iraq, sin olvidar los contratos
leoninos y los cobros ilegales. A ello hay que agregar el costo de
cada vida humana que, aunque no tengan precio, sí puede ser fijado a
efectos de indemnización. En este punto resalta la valoración
miserable que EEUU hace de la vida de los ciudadanos iraquíes. En
2001, el procónsul Paul Bremer emitió un decreto ordenando pagar
2.500 dólares por cada iraquí muerto “por error” a manos de
soldados estadounidenses. Pero EEUU exigió a Libia que pagara 10
millones de dólares por cada una de las víctimas del atentado de
Lockerbie. El gobierno libio debió entregar 2.700 millones de dólares.
Es decir, la vida de un ciudadano de EEUU vale 4.000 veces más que la
de un iraquí. Si EEUU tuviera que pagar 10 millones por cada muerte
“errónea” de un iraquí, la cifra sería casi impronunciable. Si
EEUU tuviera que indemnizar a Iraq por todos los daños causados por
la guerra de agresión y la ocupación ilegal, la endeudada
superpotencia quebraría.
Hay
un tercer aspecto a considerar. La guerra en el país mesopotámico
está teniendo una influencia no calculada en otro país ocupado por
EEUU, Afganistán. Hace una semana perecieron cuatro soldados
estadounidenses, al estallar una bomba artesanal al paso de un convoy.
La resistencia afgana está siguiendo el modelo iraquí, de evitar
enfrentamientos directos y sustituirlos por un amplio uso de
explosivos y la emboscada. El resultado de esta nueva estrategia se
revela en las cifras. EEUU tuvo 12 muertos y 35 heridos en 2001, año
de la invasión de Afganistán. En 2005, la cifra de bajas fue de 129
muertos y 263 heridos. En lo que va de 2006, los muertos (26) duplican
los de todo el 2001. Como en Iraq, la guerra se encona y ambas van
camino de convertirse en guerras interminables, con un costo altísimo
en vidas humanas y bienes materiales.
Tampoco
pueden soslayarse las legítimas preocupaciones de Irán respecto a su
independencia e integridad territorial, sobre todo después que EEUU
reafirmara su doctrina de ataques preventivos, con la mira puesta en
Teherán. Convertido en “bestia negra” por Washington, la enorme
campaña lanzada a causa de su programa nuclear tiene el efecto de
aumentar el temor a un ataque de EEUU. Esto, a su vez, alimenta la
decisión iraní de dotarse de tecnología nuclear, lo que nos sitúa
en un círculo vicioso que, si nos guiamos por lo ocurrido en Iraq,
puede terminar en bombardeos masivos o en una invasión.
Tres
años después de iniciada la guerra de agresión, todo está peor que
antes, particularmente los derechos humanos. Iraq ha sido arrastrado a
una catástrofe humanitaria, política y militar de magnitudes
colosales y todo el Próximo y Medio Oriente es una olla a presión.
Pese a ello, ocuparse de resolver la crisis de Iraq no figura en la
agenda de ningún país. En manos de EEUU, la situación seguirá
empeorando y resultará casi imposible hallar una solución. El riesgo
es que, de mantenerse esta dinámica destructiva, el conflicto puede
llegar a un punto sin retorno, desbordando las fronteras iraquíes o
provocando la fragmentación del país. Esos peligros deberían
inducir a los países musulmanes y occidentales involucrados, aunque sólo
fuera por fríos cálculos económicos, políticos y militares, a
presionar a Washington para que acepte negociar la retirada de sus
tropas de Iraq y permita a los iraquíes decidir libremente su futuro.
A
estas alturas, parece obvio que EEUU tiene capacidad pero no voluntad
para resolver el pozo de horrores que ha creado. En cuanto a lo
primero, es evidente que la ocupación de Iraq es la causa principal
del desastre, lo que hace de la retirada de las tropas invasoras un
paso insoslayable si se quiere restablecer la paz. Sobre lo segundo,
el propósito real de Washington es permanecer sine die en el país,
para lo cual ha construido 14 enormes bases militares. Esta pretensión
lo convierte en el obstáculo mayor de cualquier proyecto de paz. El
panorama que asoma es una “palestinización” del conflicto, al
menos en las provincias sunitas, y el riesgo de una balcanización de
Iraq.
No
obstante, Iraq no es Palestina y la situación regional es lo
suficientemente volátil como para no especular con la conversión de
Iraq en una república bananera. La lógica de las cosas llevaría a
reactivar el papel de Naciones Unidas y promover la creación de una
fuerza multinacional árabe que sustituya a las fuerzas ocupantes,
hasta que el país haya podido reorganizarse. Al mismo tiempo, debería
abrirse un diálogo con las fuerzas de la resistencia y los partidos
sunitas, en el que deberían involucrarse, de una forma u otra, los países
más directamente interesados en la crisis iraquí. El proceso debería
desembocar en la constitución de un gobierno nacional que, con el
apoyo de Naciones Unidas, los países musulmanes y la Unión Europea,
acometa la tarea de reconstruir el país, sin tutela foránea ni
tropas extranjeras que condicionen sus decisiones.
En
el callejón sin salida en que se ha convertido Iraq pocas opciones
hay. En EEUU parece ir dándose cuenta de ello, como muestra la decisión
de Washington de abrir conversaciones con Teherán sobre Iraq, paso
que prueba la extrema gravedad de la situación en este país. Pero
una solución definitiva requiere más: el fin de la ocupación del país
y la negociación con la resistencia. No entenderlo así es condenar a
Iraq a una destrucción mayor y a la región a una espiral
interminable de inestabilidad y guerra. Aunque sólo fuera por cálculos
materiales y no por creer en la Paz y el Derecho, no debe prolongarse
la indiferencia internacional respecto a Iraq. Si la situación se
termina de descomponer, las economías occidentales sufrirán y el
mundo con ellas. Incluso desde una perspectiva exclusivamente egoísta,
no hay alternativa a la negociación con todos si se quiere la paz.
(*)
Augusto Zamora R. es profesor de Derecho Internacional Público y
Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid.
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