La
mira gira hacia los chiitas
Análisis
de Gareth Porter (*)
Inter
Press Service (IPS), 03/04/06
El ataque lanzado
contra una mezquita chiita en Bagdad por fuerzas paramilitares
locales, apoyadas por Estados Unidos, marcó el inicio de una nueva
estrategia de Washington: usar a los propios iraquíes para combatir a
las milicias del líder islamista Muqtada Al Sadr.
Sin embargo, la
estrategia podría unir a los chiitas contra las fuerzas de ocupación
y desatar un conflicto que haría insostenible la presencia
estadounidense en Iraq.
Justo antes de la
operación del domingo contra la mezquita, que según las fuerzas
estadounidenses se trataba de una "base terrorista", el
embajador de Washington en Bagdad, Zalmay Khalilzad, había dado a
entender que se avecinaba una campaña contra las milicias chiitas.
"Las milicias
todavía no han sido decisivamente encaradas", dijo entonces
Khalilzad, y añadió que éstas mataban a más personas que los
insurgentes. Además, indicó que los vínculos del Ejército Mahdi,
de Al Sadr, con el gobierno de Irán eran la preocupación más
inmediata de Washington.
Al parecer, la mayoría
de los 20 muertos en el ataque de las Fuerzas Especiales
estadounidenses y sus pares iraquíes integraban el Ejército Mahdi.
Luego de la ofensiva,
el Departamento de Estado (cancillería) de Estados Unidos señaló
que el incidente demostraba la necesidad de liberar a las fuerzas de
seguridad de Iraq del control sectario.
Milicianos leales a
Al Sadr estuvieron implicados en las campañas de asesinatos de
sunitas desde el atentado contra una mezquita chiita el mes pasado en
la septentrional ciudad de Samarra.
Las fuerzas de Al
Sadr están también en la mira de Washington, porque su líder tiene
más vínculos con Irán que cualquier otra figura política chiita.
"El Ejército
Mahdi defiende los intereses de Iraq y de los países islámicos. Si
los países islámicos vecinos, incluyendo a Irán, se convierten en
objetivos de ataques, los apoyaremos", dijo Al Sadr durante una
visita en enero a Teherán.
En una acción
evidentemente destinada a obtener apoyo popular para una posible
confrontación con Estados Unidos, ministros que representan a los
tres partidos chiitas en el gobierno repudiaron la redada y la
calificaron de masacre.
La Alianza Islámica
Chiita exigió que se devolviera el control de los asuntos de
seguridad al gobierno iraquí, en referencia a la constante
dependencia de la policía y del ejército de Iraq a las fuerzas
estadounidenses.
Los líderes chiitas
temen que Washington use ese control para intervenir en la crisis política
sectaria y reducir el poder de esa comunidad dentro el gobierno iraquí.
El portavoz del
Partido Dawa, Kuthair al-Khuzzaie, directamente manejó esa
posibilidad, cuando durante una conferencia de prensa el 26 de marzo
advirtió a Estados Unidos que "una batalla con el gigante calmo
chiita significará caer en una ciénaga".
Los líderes políticos
chiitas no parecen estar dispuestos a ceder control sobre sus
milicias, ya que las ven como su única garantía ante futuros ataques
contra su influencia en el gobierno.
Ahora se habla en
Iraq de la "segunda traición" a la causa chiita por parte
de Estados Unidos, señaló el analista Joost Hilterman, del Centro
Internacional de Crisis, con sede en Bruselas.
La "primera
traición" estadounidense fue no intervenir para apoyar un
levantamiento de esa comunidad contra el régimen de Saddam Hussein al
final de la primera guerra del Golfo, en 1991, que terminó con la
muerte de miles de civiles.
En un eventual
enfrentamiento abierto, las milicias chiitas contarían con la ventaja
de la superioridad numérica, pero Estados Unidos tiene a los mejor
entrenados y equipados soldados iraquíes, a los que podría apoyar
con sus propias tropas.
Las principales
fuerzas disponibles para los chiitas serían los combatientes leales a
Al Sadr, cuya base es el extenso barrio pobre llamado Ciudad Sadr, en
Bagdad, donde habitan al menos un millón de chiitas.
En 2004, los
servicios de inteligencia estadounidenses estimaron que el Ejército
Mahdi contaba con unos 10.000 combatientes, pero el número ahora es
seguramente mucho mayor, ya que Al Sadr pudo reclutar a varios
seguidores el año pasado.
Los chiitas también
pueden contar con unos 10.000 milicianos de la Organización Badr,
antes conocida como la Brigada Badr, creada, entrenada y aún
financiada por Irán.
Muchos milicianos de
Badr ingresaron a las unidades policiales a instancias del ministro
del Interior, el chiita Bayan Jabar, que continúa apoyándolos.
Por otra parte está
la Primera Brigada, con 4.000 hombres, todos chiitas, a la que en 2005
se le asignó el control de Bagdad al oeste del río Tigris.
La principal
herramienta de la campaña estadounidense contra las milicias chiitas
serán las Fuerzas Iraquíes de Operaciones Especiales Iraquíes
(ISOF), una brigada con 1.3000 soldados bajo el comando de oficiales
kurdos.
Las ISOF están bajo
la égida del Ministerio de Defensa y trabajan en forma estrecha con
las Fuerzas Especiales de Estados Unidos.
La campaña contra
las milicias chiitas parece motivada por un creciente temor en la Casa
Blanca de que el desastre en Iraq es inminente, y de que las
negociaciones políticas para la conformación de un nuevo gobierno no
podrán hacer mucho para revertir la tendencia.
Una política más
agresiva hacia las milicias chiitas es un intento desesperado por
retomar el control de la situación.
Pero una estrategia
para acabar con el Ejército Mahdi podría representar otro gran error
de cálculo de Estados Unidos.
Las milicias chiitas
tienen la carta más valiosa en un eventual enfrentamiento: la
capacidad de movilizar cientos de miles de seguidores en las calles de
Bagdad. El resultado más probable de una campaña tal sería una
derrota final de la ocupación.
(*) Gareth Porter es
historiador y experto en políticas de seguridad nacional de Estados
Unidos. "Peligro de dominio: Desequilibrio de poder y el camino
hacia la guerra en Vietnam", su último libro, fue publicado en
junio de 2005.
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