Iraq resiste

 

Export–Import

Por Juan Gelman
Página/12, 05/06/06

La Casa Blanca ha introducido un nuevo rubro en el amplio espectro de sus exportaciones: la de bandas juveniles que ahora cometen sus fechorías con impunidad, uniforme y sueldo del ejército norteamericano.

"Los Gangster Disciples, los Latin Kings y los Vice Lords nacieron hace décadas en los vecindarios más violentos de Chicago. Ahora sus grafitti aparecen a 6400 millas de aquí en uno de los barrios más peligrosos del mundo: Irak. Tanques, barricadas de concreto y las paredes de los baños sirven de bastidor para su arte gangsteril hecho con spray" (Chicago Sun–Times, 1–5–06). El investigador del Pentágono Scott Barfield ha identificado a 320 miembros de esas gangs que han servido en Irak desde abril del 2002 y confiesa: "Es sólo la punta del iceberg".

En el 2004 existían en Estados Unidos 24.000 bandas juveniles con 760.000 miembros, según un estudio del National Youth Gang Center publicado por el Departamento de Justicia estadounidense (www.ojp.us doj.gov, abril de 2006). Perpetran la mayoría de los crímenes que alimentan la crónica roja y sus desmanes denunciados ese año tuvieron lugar en el 29 por ciento de las jurisdicciones urbanas y rurales de más de 2500 habitantes, casi un tercio habitado del país.

En 1970 eran apenas 270 gangs, alrededor del 1 por ciento de las que hoy asaltan, roban, violan, matan y trafican droga en las calles de la llamada superpotencia del Norte. Algo grave ocurre allí: Lincoln –por ejemplo– nunca hubiera imaginado que los pandilleros juveniles son material que las fuerzas armadas de EE.UU. demandan con preferencia para desplegar su brutalidad en Irak. Díganlo, si no, los marines que el 19 de noviembre del 2005 acribillaron en Haditha, localidad ubicada a 225 km al noroeste de Bagdad, a 24 civiles iraquíes inermes, incluidos un anciano sin piernas y una niña de tres años. O los que el miércoles pasado mataron a balazos a dos mujeres, una embarazada, que supuestamente no detuvieron su coche en un puesto de control.

"Estamos bajando el nivel –relató Barfield al diario chicaguense–. Un amigo mío es reclutador. Le han dicho que si el candidato tiene menos de cinco tatuajes, no vale la pena. Si tiene más, extiende un papel que certifica que el reclutado no tiene relación con las bandas. Se pueden ver soldados (yanquis en Irak) con la estrella de seis puntas y una GD (Gangster Disciples) tatuada en el brazo derecho." Se dedican al tráfico de drogas y otras actividades non sanctas cuando salen del cuartel. Las pandillas alientan a sus miembros a engrosar las filas del ejército para aprender el manejo de nuevas armas y tácticas de combate, que sin duda aplicarán en sus vecindarios cuando regresen, reintroduciendo más violencia en EE.UU. No importa: "Hacen un buen trabajo" y algunos hasta son condecorados.

Sucede que el despliegue de los efectivos norteamericano en Irak y Afganistán se ha extendido hasta la fatiga: la guerra dura más de lo previsto y la frecuente rotación de tropas en los dos países invadidos no basta para terminar con la resistencia a la ocupación. Por primera vez desde 1999, el ejército no cumplió su meta de reclutamiento en el 2005, está "en una carrera contra el tiempo" y lo amenaza "el riesgo de'quebrarse' por una declinación catastrófica del reclutamiento y del realistamiento", según el militar retirado Andrew Krepinevich asentó en un informe que le solicitó el Pentágono (Editor Publisher, 25–1–06). El documento levantó polvareda en el debate sobre la retirada parcial –o no– de algunas fuerzas ocupantes de Irak y Afganistán, su punto de desgaste y la posibilidad de que esa carga impida a la Casa Blanca nuevas aventuras "preventivas".

La penuria de personal y sus penurias son evidentes: The Hartford Courant informó que "efectivos norteamericanos con graves problemas psicológicos han sido enviados a Irak o siguen en combate" NBC, 13–5–06). El Congreso aprobó en 1997 una reglamentación que obliga a las fuerzas armadas a evaluar la salud mental de todas las tropas desplegadas pero, según el diario de Connecticut, sólo uno de cada 300 militares fueron examinados por especialistas antes de ser devueltos a su casa. El año pasado 22 efectivos estadounidenses de servicio en Irak se quitaron la vida, la tasa de suicidios más alta desde que empezó la invasión.

Los médicos del ejército tratan los desórdenes mentales con pastillitas antidepresivas y rara vez controlan la evolución de los casos. La carne de cañón es desechable. Y aún más los civiles iraquíes como Zaidun Hassun, 19 años, obligado a punta de pistola a tirarse al Tigris con su primo Marwan (The Boston Globe, 6–1–05). El teniente primero Jack Saville y el sargento primero Tracy Perkins se reían mientras Zaidun luchaba contra la corriente y finalmente se ahogó.


Manzanas excepcionales

Por Juan Gelman
rodelu.net, 08/06/06

El presidente W. Bush calificó alguna vez de “manzanas podridas” a los soldados yanquis que torturan y matan civiles en Irak. No deben ser pocas: es larga la lista de las matanzas de iraquíes inermes a manos de las tropas ocupantes que, cubierta por una pesada capa de impunidad tendida por los jefes, sólo ahora se está empezando a conocer. Los marines que asesinaron a mansalva a 24 civiles en Haditha el 19 de noviembre pasado tuvieron mala suerte: Taher Tabet, vecino de las víctimas, no sólo es cofundador de la Organización Hammurabi de Derechos Humanos y Vigilancia de la Democracia, también es periodista y filmó la escena cuando los efectivos se retiraron.

El mando norteamericano sostenía que las 24 personas habían muerto por el estallido de una bomba casera plantada al borde del camino. “Los comandantes de los marines en Irak supieron dos días después (de la matanza) que esas muertes de civiles iraquíes fueron provocadas por armas de fuego y no por una bomba, pero no consideraron necesario investigar el hecho” (The New York Times, 3–6–06). Ese mismo día el jefe del Pentágono Donald Rumsfeld declaraba que “el 99,9 por ciento de las tropas (norteamericanas) se comportan de manera ejemplar” (Baltimore Sun, 3–6–06). En efecto, dan ejemplo. El escándalo de Haditha crece y puede superar al que causó Abu Ghraib. Al encubrimiento suele seguir la absolución de los culpables, o condenas muy leves, suponiendo que se investigue la matanza.

El jefe de los marines que el 15 de marzo ejecutaron en una casa de Ishaqi, a 80 km al norte de Bagdad, a seis adultos y cinco niños, incluidos un bebé de seis meses y una anciana de 75 años, no fue inculpado porque “había cumplido las normas de combate”. La versión oficial pretende que los marines fueron atacados a tiros desde la casa y que respondieron con fuego de mortero: “Las acusaciones de que las tropas ejecutaron a la familia que habitaba esta casa de seguridad y que luego realizaron un ataque aéreo para ocultar el presunto crimen son absolutamente falsas”, estableció el comunicado militar (The International Herald Tribune, 4–6–06).

Mala suerte otra vez: la BBC proyectó un video con “evidencias –se lee en su web– de que las fuerzas de EE.UU. pudieron haber sido responsables de la muerte deliberada de 11 civiles iraquíes inocentes”. El vocero de la 101ª división de tropas aerotransportadas declaró que el 18 de marzo se había dado muerte a siete “atacantes terroristas” en la aldea sunnita de Dhuluiya, a 90 km de Bagdad, pero la policía iraquí informó que las víctimas eran un niño de 13 años y sus padres, acribillados en su casa (Reuters, 3–6–06). Y entonces llegan las justificaciones.

Los “halcones–gallina” no se quedan cortos en la materia. Peter Beinart dirige The New Republic y explica: “Esta historia horrible de Haditha subraya la visión liberal... no somos ángeles... los estadounidenses pueden ser tan bárbaros como cualquiera. Pero lo que nos vuelve una nación excepcional capaz de conducir y de inspirar al mundo es nuestro reconocimiento de los hechos... de ese modo nos diferenciamos de los jihadistas” (www.haffingtonpost.com, 1–6–06). Claro que reconocer –los crímenes que se reconocen porque no hay más remedio– no significa hacer justicia o detener esa barbarie. Ya se ha visto.

William Kristol, impulsor del Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense que preconiza la dominación norteamericana del planeta, le corrige la plana a Beinart: “Lo que nos hace excepcionales es que estamos por la libertad y que queremos luchar por la libertad. No necesitamos ‘probar’ que somos diferentes de los jihadistas llevando ante la Justicia a nuestros propios soldados, si hicieron algo mal. Por supuesto debemos hacerlo y lo haremos. Pero hacerlo no ‘prueba’ nada. Incluso aunque hubiere diez Hadithas, no tendríamos por qué probar que somos ‘diferentes de los jihadistas’. La idea sería ofensiva si no fuera absurda” (The Weekly Standard, 12–6–06). También Stalin asesinó sin escrúpulo a millones de civiles en aras de la lucha por “la patria socialista” y nunca sintió la necesidad de probar que era diferente del enemigo capitalista.

Esta semana despertó particularmente violenta en Bagdad: secuestros masivos perpetrados por individuos en uniforme policial y más muertes de civiles. El martes 6 aparecieron en sendos canastos de fruta nueve cabezas sin cuerpo en la localidad de Hadid, al noroeste de la capital, y esto parece obra de los escuadrones de la muerte que organizan y arman los servicios de inteligencia estadounidenses. Se asesina a sunnitas y se vuelan santuarios chiítas para atizar una guerra civil que “justificaría” la ocupación permanente de Irak. Según la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, “las tropas de EE.UU. son aquí la solución, no el problema” (AFP, 56–06). Menos mal.