Incoherencias
en el pensamiento estratégico estadounidense
De
las guerras asimétricas al "caos constructivo"
Por
Marwan Bishara
Le
Monde diplomatique, edición Cono Sur, octubre 2006
Traducción
de Lucía Vera
"Vemos germinar un futuro brillante en
el Gran Medio Oriente", afirmó el presidente estadounidense
George W. Bush en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Sin
embargo, observadores y analistas realizan un balance más que crítico
de la "guerra mundial contra el terrorismo", lanzada por
Estados Unidos hace cinco años. Washington se revela incapaz de
pensar los nuevos tipos de conflicto.
El
12 de septiembre de 2001 debía iniciarse' en la Universidad
Estadounidense de París un curso titulado "La guerra asimétrica
en la era de la mundialización". Los acontecimientos del día
anterior en Estados Unidos brindaron, evidentemente, un perfecto
estudio de caso: Al–Qaeda, un grupo transnacional según el modelo
del Segmented, Polycentric Ideologically Networked Groups
(SPIN, Red Ideológica Policéntrica Segmentada), con una estructura
flexible y horizontal, a la manera de los grupos ecologistas o
feministas, y también de las organizaciones clandestinas como las
mafias, los carteles de droga y otras redes de tráficos ilegales (1).
Pero
desde el 11 de septiembre Washington redefinió las amenazas y los
enemigos asimétricos distinguiendo sólo entre "los que están
con nosotros" de "los que están contra nosotros", en
función del humor y los intereses de quienes toman las decisiones,
sin gran relación con las nuevas amenazas "reales".
Transformar
movimientos clásicos de resistencia anticolonial y regímenes laicos
en objetivos de la guerra global contra el terrorismo, poniéndolos en
la misma categoría que Al–Qaeda y otras redes criminales, fue algo
más que un error: fue una catástrofe.
Durante
los diez años anteriores, unos cuatro millones de personas,
principalmente civiles, perecieron en guerras no convencionales,
financiadas por el tráfico de diamantes, de drogas o de armas. Esto
atemperó en parte el optimismo nacido al final de la Guerra Fría.
Antes, la mayoría de los conflictos resultaban de la rivalidad entre
las dos superpotencias. Ahora, los planificadores del Pentágono
asocian las nuevas guerras a la mundialización y analizan la amenaza
que representan para la seguridad de Occidente. Identifican
especialmente dos tipos de amenazas, denominadas asimétricas:
por un lado, guerras internas, debidas principalmente al
debilitamiento o a la desintegración de algunos Estados bajo la presión
de la mundialización; por otro, amenazas transnacionales provenientes
no de otro sistema, territorio o religión, sino de un nuevo paisaje
estratégico más violento, con "pequeñas guerras
criminales", subdesarrollo y transformaciones demográficas.
Generalmente
se admite que las amenazas globales asimétricas. del tipo Al–Qaeda
surgen de la rebelión de poblaciones arrolladas por la mundialización.
Desde los Estados sin porvenir, como Somalia, hasta los bolsones de
pobreza existentes en los Estados más ricos, esas poblaciones se
levantan contra los centros que dominan el planeta. Encendidas por las
desigualdades que produce la dominación neoliberal, utilizan las
nuevas tecnologías de la comunicación para acercar a los rebelados
de todos los países.
Todo
esto poco tiene que ver con Hamas, Al Fatah, Hezbollah u otros
movimientos de resistencia nacional como el de Irak. La administración
del presidente Bush ha demonizado a todos esos grupos, los ha
asimilado a Al–Qaeda y presentado como vinculados con el
"fascismo islámico", en lugar de involucrarlos en procesos
políticos que condujeran hacia la liberación de sus territorios, lo
que habría podido contribuir al combate contra Al–Qaeda.
Sin
embargo, el hecho de que esos movimientos dirijan guerrillas urbanas
de baja intensidad no los emparenta –aun cuando a veces recurran al
terrorismo– con el mismo peligro asimétrico global. Contrariamente
a la "yihad contra los cruzados y los judíos", ellos se
apoyan en una base popular y muestran objetivos territoriales justos y
definidos; y se declaran dispuestos a soluciones políticas.
Aunque
Estados Unidos no ha sufrido (todavía) nuevos ataques, los atentados
que sacudieron a capitales como Madrid y Londres fueron perpetrados
por musulmanes occidentales. Éstos se inspiraron en el programa
populista de Al–Qaeda, pero también en las imágenes guerreras
provenientes de Irak y Palestina; son propiamente la definición de
los ataques planetarios de carácter global y "asimétrico".
"Fracasando
con éxito"
Al–Qaeda
y otros grupos del mismo tipo sacan provecho de la guerra lanzada
desde hace cinco años para aplastarlos. Su poder reside en su
capacidad para asegurarse el apoyo y la adhesión de musulmanes
oprimidos y encolerizados, que se sienten afectados por la
"guerra mundial contra el terrorismo" llevada a cabo por
Washington y sus aliados en Afganistán, Irak, Palestina y Líbano. La
inteligencia y el carácter imprevisible de esta acción asimétrica
contrasta de manera sobrecogedora con el empleo excesivo de la fuerza
por parte de Estados Unidos en esas guerras territoriales tan
previsibles como fracasadas.
El
primer conflicto contra el "terrorismo apocalíptico" –en
Afganistán– fue considerado por algunos moralistas pacifistas como
la "primera guerra justa" de Estados Unidos. Fue lanzada con
recursos y objetivos limitados. Pero la injusticia inherente al empleo
de "medios abusivos y la fijación de objetivos excesivos"
(2) la comprometió rápidamente. El uso excesivo de la fuerza con
relación a los objetivos declarados mancilló la legitimidad de la
guerra, reavivó las llamas del militantismo islamita y justificó los
llamados a la guerra santa.
Los
F–16 y los misiles Tomahawak dominaban los cielos pero, "en el
suelo, siempre son los kalashnikov los que establecen la ley"
(3). Estados Unidos hubiera podido desembarazarse de Al–Qaeda
mediante golpes dirigidos a los planificadores y ejecutantes del 11 de
Septiembre, sin por eso alienar a toda la población afgana, que se
había vuelto indiferente, e incluso hostil, hacia los "afganos
árabes".
No
es casual que los talibanes estén de vuelta cinco años después, más
obstinados que nunca. En un discurso pronunciado el 12 de septiembre
pasado, el presidente pakistaní Pervez Musharraf señaló el riesgo
de una "nueva talibanización", como una amenaza estratégica
para Afganistán y Pakistán. La extensión de este tipo de extremismo
religioso violento es mucho más peligrosa que la superestructura de
Al–Qaeda que, en su opinión, debe ser combatida principalmente por
medios políticos (4).
Desde
que comenzó la guerra, fuera de Kabul, no se avanzó nada o casi
nada, y la población sufre la contienda y las privaciones. El caos
perdura, se reavivó el tráfico de drogas (que representa más del
90% del aprovisionamiento mundial de opio) y los jefes tribales, los
señores de la guerra y los islamitas reinan sobre el resto del país.
Cinco
años después de su caída, los jefes talibanes hostigan a las tropas
de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y les
causan pérdidas cada vez más importantes, hasta el punto de que en
septiembre debieron solicitar refuerzos.
A
pesar de la presencia de 20.000 soldados estadounidenses, alrededor de
2.000 personas fueron asesinadas desde el inicio del año, incluyendo
parlamentarios, personalidades religiosas, alcaldes, etc.
Según
los medios, "el 60% del país está privado de electricidad, y el
80% de la población no dispone de agua potable. La ausencia de una
policía confiable (.. .) creó un vacío que fue llenado por toda
suerte de fuerzas anti–gubernamentales: islamitas en el sur, señores
de la guerra de los años' 80 en el oeste, traficantes de droga en el
norte. Y, durante este tiempo, los combates que enfrentan a las
fuerzas de la coalición con los talibanes interrumpieron los nuevos
proyectos de reconstrucción y disminuyeron el alcance de los que se
terminaron. Sólo la mitad de la ayuda prometida al país en 2001 fue
distribuida, y la ruta de Kabul a Kandahar, cuya reconstrucción fue
el mayor logro de Estados Unidos hasta ahora, hoy está inutilizable a
causa del nivel de violencia que reina en ella" (5).
Los
fuertes y los débiles
Así
es el resultado de la incapacidad de Estados Unidos para concentrarse
en los esfuerzos de reconstrucción, sin mencionar siquiera el mini
"plan Marshall" prometido a un país transformado cínicamente
por Washington y Moscú en polígono de tiro de la Guerra Fría. Un año
después, la operación "Enduring Freedom" era ya una
"guerra olvidada", a la que los medios de comunicación
estadounidenses no prestaban la menor atención, ya que Washington se
había embarcado en una guerra todavía más vasta y más cínica.
En
su cuarto año ya, la ocupación de Irak, el segundo frente de la
"guerra mundial contra el terrorismo", no está próxima a
terminar. Este verano, la escalada de violencia desmintió el
optimismo que siguió a la muerte de Abu Mussab Al–Zarqawi, el jefe
local de Al–Qaeda: según el vicepresidente Richard Cheney, "la
resistencia agonizaba". Pero en un informe reciente, el jefe de
los servicios secretos de los Marines en Irak escribió: "Las
fuerzas militares de Estados Unidos no pueden hacer prácticamente
nada para mejorar la situación política y social". Sus pérdidas
están en vías de alcanzar el número de víctimas, de los ataques
del 11 de Septiembre (6).
La
violencia multiforme polariza a Irak entre sunnitas y chiitas, acentúa
la tiranía del nuevo régimen y alimenta más que nunca la escalada
contra los ocupantes. El Instituto de Medicina Legal de Bagdad ha
contabilizado más de 1.500 cadáveres iraquíes en junio de 2006, y
en julio se batieron todos los récords: 1.855 muertos. El mes de
agosto, a pesar del despliegue en la capital de 8.000 soldados
estadounidenses y de otros 3.000 iraquíes, terminó con 1.526 víctimas,
una áspera desmentida para los militares que se jactaban de una caída
del 52%. Ahora es el ministro de Salud quien se encarga de
contabilizar los cadáveres, ya que los responsables del instituto médicolegal
que divulgaron estas cifras ¡fueron “jubilados”! (7).
Después
de más de tres años de guerra, una de dos: o, como se espera, la
situación empeorará y el país se "hundirá en el caos",
como predijo el presidente del Parlamento Mahmud Al–Mashadani; o,
por algún milagro, Irak sobrevivirá al actual deterioro, pero el
atolladero transformará a la operación "Libertad para
Irak" en una guerra imposible de ganar. En ambos casos, la
multiplicación de grupos insurgentes, de células de resistentes y
también de escuadrones de la muerte, bandas criminales y grupúsculos
paramilitares, complicará enormemente la contra–insurrección y los
trabajos de reconstrucción, los dos pilares sobre los que se apoya
todo éxito.
La
complejidad de la situación es tal que, por un lado, cada vez se hace
más peligroso para Estados Unidos quedarse en Irak y, por otro, cada
vez resulta más irrealista declarar que la batalla está ganada, al
mismo tiempo que se permite que el país se hunda en una guerra civil.
Tanto en una como en otra hipótesis, se plantean grandes problemas
para los intereses estratégicos de Estados Unidos y para su capacidad
de disuasión en esta región particularmente volátil.
El
fracaso iraquí reforzó a sus enemigos, como el Irán del presidente
Ahmadinejad, y dañó la seguridad de su país. ¿Cómo sorprenderse
de que actualmente, para tres estadounidenses de cada cinco, la guerra
de Irak ha hecho más probable un nuevo ataque terrorista contra su
territorio?
Lo
mismo ocurre con Somalia, en camino hacia una "talibanización"
desde que los tribunales islámicos, después de vencer a los jefes
tribales reclutados por las fuerzas estadounidenses de Etiopía y
Djibouti, tomaron el control de Mogadiscio y se expanden en diferentes
regiones– Los conflictos en Somalia acentúan la desestabilización
de todo el Cuerno de África, en detrimento de los intereses de
Washington. Ya se supone que esta zona albergó los centros de
reclutamiento y de entrenamiento donde se prepararon los atentados de
junio de 1998 contra las embajadas estadounidenses de Nairobi y
Dar–es–Salaam, que causaron 250 muertos.
Según
el International Crisis Group, la actual inestabilidad "amenaza
extenderse a una gran parte del sur, desestabilizando territorios autónomos
pacíficos como Somaliland y Puntland, dando tal vez lugar a ataques
terroristas contra países vecinos" (8).
Lo
mismo podría decirse de las guerras asimétricas que desarrolla
Israel en Palestina y Líbano –el presidente George W Bush presentó
al País del Cedro como uno de los "tres frentes de la guerra
mundial contra el terrorismo" (9)–.
Estas
guerras han llevado a callejones sin salida estratégica, después de
enormes destrucciones y de la muerte de miles de palestinos, libaneses
e israelíes. A pesar del apoyo diplomático, logístico y estratégico
de Estados Unidos a la guerra de Israel en la Franja de Gaza, y de su
incitación para extenderla al Líbano, estas aventuras amplificaron
la popularidad de Hamas y reforzaron la influencia de Hezbollah en el
Líbano. La fuerza de disuasión estratégica de Israel resultó
debilitada, hasta el punto de que si pusiera en práctica su proyecto
de "retiro unilateral" de los territorios ocupados correría
el riesgo de que se creara allí una resistencia de tipo Hezbollah
(10).
Aunque
hasta ahora las guerras asimétricas han revelado ser mucho más
eficaces para los enemigos de Estados Unidos que las guerras
convencionales, raramente terminan con una bandera blanca y una clara
distinción entre ganadores y perdedores. Los movimientos de
resistencia no pueden vanagloriarse de haber obtenido una victoria
completa cuando sus países fueron bombardeados, ocupados y
devastados, de la misma manera que sus adversarios no pueden pretender
haber alcanzado sus objetivos. Unos y otros pierden, pero el más débil
puede reivindicar una victoria estratégica, simplemente porque el más
fuerte no logró imponer su voluntad.
Y,
sin embargo, el informe publicado por la Casa Blanca en septiembre de
2006, "National Strategy Report for Combating Terrorism", sólo
da cuenta de los "logros" y de los "desafíos"
encontrados en lrak, en Afganistán y otros lugares: nunca de los
fracasos. La capacidad de Washington para continuar "fracasando
con éxito" tuvo únicamente la consecuencia de hacer crecer la
retórica y los desafíos de la guerra; pero hizo cada vez más
improbable la detención de esta carrera hacia el abismo.
La
extensión sin fin del campo de guerra es peligrosa. A menos que se
entienda la palabra de manera metafórica –de la misma manera que
"hacer la guerra" al crimen o a la pobreza no supone llegar
a un resultado definitivo–, la "guerra perpetua para una paz
perpetua", expresión contradictoria en sus términos, no puede
llevar, en términos teológicos, más que a la muerte. Hemos entrado
en el ámbito de una estrategia escatológica contra el Mal absoluto
con un programa constructivo... de destrucción.
Con
esta perspectiva, Washington ya habría obtenido un "éxito"
estratégico al sembrar el "caos constructivo" en la región,
levantando a los regímenes; grupos y etnias competitivas unos contra
otros. La cínica voluntad de llevar la guerra hacia el enemigo
consiste, en realidad, en destruir, dividir y reinar. Así, la guerra
civil iraquí se origina en la presión del ocupante, mientras los
combates internos son los que desgarran a Somalia. En Líbano, sube la
tensión entre el Hezbollah, apoyado por Irán, y los sostenedores de
la política estadounidense, después de que Israel destruyera una
parte importante de la infraestructura, empujara al éxodo a un tercio
de la población y matara a más de 1.200 civiles sin por eso alcanzar
sus objetivos de guerra.
Durante
todo este tiempo, prosigue el sitio de los territorios ocupados, con
la aprobación de Estados Unidos, fortaleciendo así a los islamitas
de Hamas ante los "laicos moderados" de Al Fatah e
impulsando, como en Irak, a la descentralización del poder que se
disputan las milicias locales palestinas.
La
superpotencia impotente
Tensiones
y guerras debilitan a los gobiernos centrales, socavando la soberanía
de los Estados y abriendo la vía a nuevos actores más eficaces. Un
Estado que ya no protege a sus ciudadanos pierde toda su legitimidad:
por eso el hecho de reemplazar los gobiernos de Medio Oriente, por más
representativos que sean, por actores intra–estatales o
super–estatales para la gestión de la seguridad conduce
inevitablemente a una catástrofe. Aunque el Estado puede ser
reformado, la supremacía de esos actores lleva, según la fórmula de
Alain Joxe, a un "imperio del caos", que se extenderá de
Somalia a Afganistán, y hasta los cinturones de miseria de las
capitales occidentales.
Admitamos
por un momento que el final de esta guerra esté determinado por la
pregunta de Donald Rumsfeld: "¿Llegamos a matar o a capturar a
los yihadistas más rápidamente de lo que nacen?". La mayoría
de los observadores se unen a la respuesta de un ex secretario de
Estado de la marina, John Lehman: ''un no enfático". (11)
Cinco
años, cinco conflictos y cinco mil millones de dólares más tarde,
la guerra planetaria que Washington lleva a cabo contra el terrorismo
fortaleció a sus enemigos fundamentalistas y debilitó a sus
"clientes" moderados. La administración Bush se ha
comportado como un bombero pirómano: aplicó estrategias preventivas
multilaterales y medidas especiales de información con el fin de
precaverse de los ataques terroristas. En realidad, como hemos visto,
la Casa Blanca incrementó las amenazas, que habían culminado en los
ataques contra Nueva York y Washington. (12)
Contrariamente
a las conclusiones de un informe autojustificador, citado más arriba,
de septiembre de 2006, los "éxitos" operativo s
estadounidenses se han visto comprometidos por fracasos estratégicos,
que transformaron sus juramentos de victoria en otros tantos castillos
en el aire. De Afganistán a Somalia y a las comunidades musulmanas
del mundo entero, aumentaron las amenazas "asimétricas"
dirigidas a Estados Unidos y sus aliados. La única superpotencia
mundial parece cada vez más impotente para controlar su propia
empresa devastadora.
Henos
aquí bien lejos de la situación previa al 11 de Septiembre. Aun
cuando los pueblos de Medio Oriente no vertieron lágrimas por las
Torres Gemelas, tampoco lloraron por la expulsión de los talibanes de
AI–Qaeda. A pesar de las ofensivas contra lrak y las de Israel
contra Palestina, Estados Unidos ha gozado de una amplia cooperación
en su guerra al terrorismo por parte de los regímenes árabes. Éstos
también aprobaron, en 2002, una ambiciosa iniciativa de paz para
poner fin al conflicto con Israel, en la esperanza de que Washington
optaría por una política de paz.
Pero
fue en vano, porque la administración Bush prefirió la venganza a la
reconstrucción. Esta estrategia parece sustituir a la anterior, de
contención de la Unión Soviética. Resumida en una publicidad
electoral republicana, podría ser: varios zorros peligrosos y
tremendos reemplazan a un solo oso poderoso.
La
administración Bush persevera en nuevas exhibiciones de fuerza en el
planeta. En 2004, una gira europea del subsecretario de Estado Marc
Grossman acabó resultando chocante para sus aliados de la OTAN,
debido a la envergadura de las reorganizaciones previstas de las
fuerzas estadounidenses, en ese momento estacionadas en Europa, hacia
Asia, África y Medio Oriente.
Algunos
llegaron a ver en ello el anuncio de una nueva guerra mundial. Este
despliegue abarcó a pequeños contingentes móviles de las Fuerzas
Especiales, en primer lugar en el centro y sur de Asia, luego en África
y en el Mediterráneo. No se dirigieron a América Latina, ya bajo la
influencia estadounidense. Finalmente, .algunas tropas podrían
desplegarse en algunos países del Viejo Continente (13).
Estados
Unidos tuvo razón en prever amenazas asimétricas antes del 11 de
Septiembre, pero desde entonces, las soluciones que recomienda son
malas. Aunque Europa haya subestimado los nuevos desafíos, propuso un
enfoque mucho mejor de las amenazas, basado en esfuerzos
multilaterales y en una gobenabilidad más justa y más sensible, que
refleja su propia orientación como proyecto regional pacífico que
privilegia la diplomacia.
La
banalización de la violencia, a la sombra de los interminables
conflictos del "Gran Medio Oriente", tuvo un fuerte impacto
sobre las comunidades árabe–musulmanas de Occidente, aunque las líneas
de fractura corren el riesgo de extenderse desde los barrios periféricos
de Bagdad y El Cairo a los de las grandes ciudades occidentales.
Washington
se atasca en las arenas movedizas del "Gran Medio Oriente"
en cada uno de sus movimientos, porque la administración Bush se
niega a aprender dos lecciones sobre la guerra asimétrica en esta
región.
En
primer lugar, el 11 de Septiembre mostró que en la era de la
mundialización, la violencia y el extremismo provocados por guerras
criminales, ocupaciones ilegales y la ausencia de porvenir para
algunos Estados, no pudieron dejar de desbordar las fronteras
nacionales y regionales, poniendo en peligro el corazón del mundo
occidental, gracias a las facilidades ofrecidas por los transportes
modernos y la transmisión en directo por satélite de las imágenes
de guerra y los sermones que representan otras tantas provocaciones e
incitaciones.
Y,
sin embargo, los esfuerzos occidentales no se concentraron en medidas
de reconciliación y rehabilitación, como por ejemplo, la
reconstrucción de Afganistán o la solución de la cuestión
palestina, principal fuente –de lejos– de los sentimientos
antiestadounidenses. Empujada por los grandes grupos petroleros y
militar–industriales, la administración Bush prefirió exhibir sus
fuerzas: invadió Irak y sus fabulosas reservas de petróleo, apoyó
la última ofensiva israelí en Palestina y, de manera. más general,
contribuyó a la desestabilización regional.
Vayamos
a la segunda lección, que viene del siglo XX: nadie ha vencido a una
guerrilla, o una insurrección, en el marco de una guerra de baja
intensidad, en suelo extranjero. Si juzga por las experiencias soviética
en Afganistán y la francesa en Argelia, así como por su propia
historia en Vietnam, Estados Unidos debería saber que el arsenal más
sofisticado y más destructor no evitará que sus tropas estén mucho
menos motivadas que las de sus adversarios, más frágiles, y por lo
tanto más capaces de retroceder.
En
un conflicto percibido como un enfrentamiento entre una cruzada egoísta
y una yihad desinteresada, los soldados estadounidenses, israelíes y
británicos, mejor entrenados, pagados y equipados, se esfuerzan sobre
todo por sobrevivir, en una guerra que juzgan muchas veces superflua.
Sus adversarios, en cambio, son voluntarios militantes con un
equipamiento modesto, pero dispuestos a sacrificar su vida en una
confrontación que creen necesaria. Mientras Estados Unidos llora sus
muertos, los grupos de la resistencia celebran los suyos.
En
cada uno de los cinco conflictos mencionados, la fragmentación de los
grupos de guerrilla, de insurgentes y de resistencia agravó las
dificultades de Estados Unidos en esos conflictos asimétricos, más
aun porque los sentimientos antiestadounidense s aumentan en los
territorios devastados. El propósito de toda guerra debe ser la paz,
que sólo resulta de una negociación política. Pero ésta se vuelve
cada vez más problemática porque Estados Unidos no tiene objetivos
coherentes y bien definidos. Lo que complica el "paisaje estratégico",
porque Washington tiene muchos enemigos sin una clara identificación
territorial pero dotados de un proyecto político bien definido.
Entonces,
¿quién elude la cuestión central, es decir, qué estrategia supone
verdaderamente la guerra al terrorismo?
En
Estados Unidos, los medios de comunicación y el Congreso tienen
dificultades para responder a esta pregunta después de la serie de
fracasos infligidos al "Gran Medio Oriente". ¿Se equivocó
la administración Bush? ¿Fue llevada a cometer errores en sus
guerras en Medio Oriente (desde el asunto de las armas de destrucción
masiva hasta las flores que lanzaba a los soldados el pueblo liberado
por ellos), o bien engañó intencionalmente al pueblo de Estados
Unidos, con una política deliberadamente mentirosa al servicio de
algunos objetivos específicos?
La
hipótesis de la mistificación parece más verosímil que la del
malentendido. Basta, para convencerse, observar cómo el presidente
Bush, en ocasión del quinto aniversario del 11 de Septiembre, se
dedicó a amalgamar a todos los adversarios de Estados Unidos,
calificados de "amenaza terrorista", para prometer
"ganar con la ayuda de Dios la gran lucha ideológica del siglo
XXI".
¿Cómo
conciliar esas inspiradas expresiones con las espectaculares
revelaciones que deslegitimaron su guerra antes incluso de que
comenzara, en un momento en que, además, la posguerra se convierte en
pesadilla?
Notas:
1.–
M. Bishara, "La era de las guerras asimétricas", Le Monde
diplomatique, edición Cono Sur, Bueno.. Aires, octubre de 2001. Véase
también el dossier de Le Monde diplomatique de septiembre pasado
sobre el post 11 de Septiembre.
2.–
Richard Falk, The Hation, Nueva York. 29–10–01.
3.– Michael Howard, The Invention of Peace and the
Reinvention of War, Profile, Londres, 2001.
4.–
El presidente paquistani señaló la responsabilidad geopolitica de
Pakistán, de Occidente y especialmente de Estados Unidos en el
crecimiento del extremismo religioso en Afganistán, porque hizo venir
a 30.000 mujaidines del mundo entero en los años 1980, para luego
abandonarlos al final de la guerra.
5.– Time, Nueva York. 18–9–06.
6.– The Washington Post, 11–9–06.
7.– Mark Brunswick y Zaineb Obeid, Los Angeles Times,
10–9–06.
8.– ICG, "Can the Somali crisis be
contained?", Africa Report, Bruselas, W 116, 10–8–06:
www.crisisgroup.org/home/index.dm?id=4333&1=1
9.– Le Monde, París, 16–8–06.
10.– Robert
Malley, The Hew York Review of Books, 21–9–06.
11.–
Los Angeles Times, 21–8–06.
12.– Ami Belasco, "The Cost of Iraq,
Afghanistan, and other global war on terror operations since
9/11", Congressional Research Service, Washington, 14–6–06.
13.–
Estos planes se detallan en Foreign Aftairs, Vol. 85, W S, Nueva York,
septiembre–octubre de 2006.
.–
Profesor asociado en la
Universidad Estadounidense de París, autor de
“Palestlne–Israel: la paix ou l'apartheid”, La Découverte,
París, 2002.
|