Como
Hitler y Breshnev,
Bush está en negar
la realidad
Por Robert Fisk
The
Independent / Página/12, 01/12/06
Traducción
de Gabriela Fonseca
Más
de medio millón de muertes, un ejército atrapado en la mayor debacle
militar desde Vietnam, una política para Medio Oriente que ya está
enterrada en las arenas de Mesopotamia, y aún así George W. Bush está
en la negación, ¿cómo lo hace? ¿Cómo logra convencerse –como lo
hizo aparentemente el jueves en Amman– de que Estados Unidos
permanecerá en Irak "hasta que la labor quede concluida".
La
"labor" –es decir, el proyecto de Washington de reformar a
Medio Oriente a su propia imagen y a la de Israel– murió hace mucho
tiempo, pues ya hasta los neoconservadores que lo originaron están
negando la autoría de esos objetivos políticos sin esperanza y
culpando a Bush y, por supuesto, también a los iraquíes, del
desastre.
Las
personas que niegan la historia abundan y todas son víctimas del
mismo comportamiento absurdo: al ser confrontadas con evidencias
insuperables de una catástrofe se refugian en la fantasía;
desestiman la evidencia del colapso e insisten en que esto es sólo el
síntoma de un breve tropiezo militar, y se aferran a la idea de que
mientras sus generales prometan victoria –o porque ellas mismas han
estado prometiéndola– el destino será compasivo.
Bush
–o Lord Blair de Kut al Amara, para el caso–
no deben sentirse solos. Medio Oriente ha producido fantasías
a montones en las últimas décadas.
En
1967 el presidente egipcio Gamel Abdul Nasser todavía insistió en
que su país estaba ganando la Guerra de los Seis Días, horas después
de que los israelíes habían destruido a toda la fuerza aérea
egipcia. El presidente estadounidense Jimmy Carter exaltó al Irán
del Sha como "una isla de estabilidad en la región", sólo
días antes de que la Revolución Islámica del ayatola Jomeini
derrocara al régimen. El presidente, Leonid Breshnev declaró la
victoria soviética sobre Afganistán al tiempo que sus tropas estaban
siendo expulsados de sus bases en Nangahar y Kandahar por Osama Bin
Laden y sus combatientes.
¿No
fue Saddam Hussein quien prometió "la madre de todas las
batallas" por Kuwait antes de la gran retirada iraquí en 1991?
¿Y no fue también Saddam Hussein quien nuevamente predijo una
derrota estadounidense en las arenas de Irak en 2003?
El
leal acólito de Saddam, Mohamed Sahaf, fantaseaba sobre el número de
soldados estadounidenses que morirían en el desierto. Después se
supo que Bush a veces se escapaba de reuniones en la Casa Blanca para
ver por televisión las ridículas actuaciones de Sahaf y reírse de
las fantasías del ministro de Información iraquí.
¿Quién
se está riendo de Bush ahora? El primer ministro iraquí, Nuri Maliki,
un sirviente casi tan leal a Bush como lo era Sahaf de Saddam, recibe
del presidente estadounidense los mismos falsos elogios que Breshnev y
Nasser obsequiaban a sus generales. "Aprecio mucho el valor que
muestra usted durante estos tiempos difíciles, a la cabeza del país",
le dice Bush a Maliki. "El es el hombre que necesita Irak",
nos dice a nosotros.
Y
el primer ministro iraquí que se esconde en la zona verde de Bagdad
(jamás se ha ideado mejor nombre para una fortaleza de los cruzados)
protegida por los estadounidenses, nos anuncia que "no hay
problema". El jueves se nos informó que los poderes deben ser
transferidos a Maliki con mayor celeridad. ¿Por qué? ¿Eso es lo que
salvará a Irak? ¿O más bien porque esto permitirá a Estados Unidos
afirmar, como lo hizo al salir de Vietnam abandonando al ejército del
sur para que éste luchara solo contra Hanoi, que Washington no tiene
la culpa de la debacle que siguió?
"Una
de las cosas que lo tienen frustrado sobre mí es que él cree que
hemos sido demasiados lentos al darle las herramientas necesarias para
proteger al pueblo iraquí". Eso es lo que dice Bush. "El no
tiene la capacidad de respuesta y por lo tanto, queremos acelerar esa
capacidad". ¿Pero cómo puede Maliki tener cualquier tipo de
"capacidad" cuando controla sólo unos cuantos kilómetros
cuadrados del centro de Bagdad y un puñado de ruinas de ex palacios
de los baazistas?
Probablemente
la única declaración cierta pronunciada en Amman el jueves fue la
observación de Bush en cuanto a que "hay mucha especulación en
Washington en torno a estos reportes y se habla de que habrá una
especie de salida decorosa de Irak, pero este asunto sobre una
graciosa retirada no es realista".
No
puede haber una salida decorosa de Irak; sólo un aterrador y
sangriento colapso del poder militar. El que ministros chiítas hayan
abandonado el gabinete de Maliki es un reflejo de la renuncia de
ministros chiítas de otra administración apoyada por Estados Unidos
en Beirut, donde los libaneses temen un conflicto igualmente
apabullante sobre el cual Washington, en realidad, no tiene el menor
control militar o político.
Bush,
al parecer, nunca ha visto el actual mapa sectario de Irak. "El
primer ministro ha dejado claro que separar este país en partes, como
han sugerido algunos, no es lo que quiere el pueblo iraquí, y que
cualquier partición de Irak sólo incrementará la violencia
sectaria, y yo estoy de acuerdo", señaló.
Pero
Irak ya está "separado en partes". La fractura es prácticamente
completa y sus grietas están chupando cadáveres en cantidades que
llegan a ser de mil por día.
Hasta
Hitler se reiría de este baño de sangre; el mismo que en abril de
1945 proclamó que Alemania aún podía ganar la Segunda Guerra
Mundial, alardeando porque su enemigo, Roosevelt, había muerto;
alardeando de una manera muy similar a la de Bush, cuando mataron a
Zarqawi, al tiempo que exigía saber cuándo el mítico ejército del
general Wenck iba a rescatar a la gente de Berlín. ¿Cuántos Wencks
serán invocados desde la Unidad 82 aerotransportada y la marina para
salvar a Bush de Irak en las próximas semanas?
No,
Bush no es Hitler. De la misma forma, Blair alguna vez pensó que él
era Winston Churchill, un hombre que nunca –jamás– le mintió a
su pueblo sobre las derrotas de Gran Bretaña en la guerra. Pero la
fantasía no conoce fronteras.
|