El atolladero de
EEUU en Iraq

 

Al borde

Por Juan Gelman
rodelu.net, 24/11/06

La victoria en Irak es imposible, soltó Henry Kissinger por la BBC de Londres. Dijo algo obvio para muchos, pero no todos entienden hasta qué punto la invasión y ocupación de ese país ha roto el equilibrio estratégico que imperaba en la región y ha creado una pendiente por la que declina el poderío estadounidense en el plano mundial. Todo lo que puede imaginar la Casa Blanca para enderezarla es una fuga hacia adelante: la guerra contra Irán.

Ese conflicto a la vista se complicó para los neoconservadores la semana pasada, cuando el muy informado periodista estadounidense Seymour M. Hersh dio a conocer en The New Yorker que, según un alto funcionario de la CIA, no hay evidencias de que Teherán esté enriqueciendo uranio para obtener armamento nuclear, la afirmación que W. Bush reitera para justificar otro ataque “preventivo”. La fuente reveló a Hersh que, según la evaluación del servicio de inteligencia, “la CIA no encontró hasta ahora pruebas concluyentes de un programa secreto iraní de producción de armas nucleares, paralelo a las operaciones de naturaleza civil que Irán ha declarado al Organismo Internacional de Energía Atómica”. Para el vicepresidente Dick Cheney la falta de pruebas indica exactamente lo contrario: que ese programa existe y que Teherán ha sabido cómo esconderlo al espionaje aéreo y/o terrestre. Esta lógica no será kantiana, pero es voluntariosa.

La situación de EE.UU. en Irak es verdaderamente paradójica. Juega al aniquilamiento de la insurgencia sunnita que llevan a cabo las milicias chiítas iraquíes con el apoyo tácito de Teherán, y al parecer no entiende que está apoyando al sector más integrista y hostil a los intereses de Washington. En tanto, Irán asiste con beneplácito a la matanza de sus ex enemigos, los seguidores de Saddam Hussein, las tropas norteamericanas guardan las espaldas de las milicias pro–iraníes y miembros del gobierno de Irak piden ahora que la ocupación continúe hasta terminar la tarea. Si W. Bush envía 20.000 efectivos más, como le pide el senador demócrata Joseph Lieberman, ayudará a proteger esas milicias. Se ignora si el mandatario estadounidense comprende que este matrimonio por conveniencia terminará si se acaba la resistencia sunnita.

Hersh señala que el reemplazo del renunciado Donald Rumsfeld por el ex director de la CIA Robert Gates sólo consiste en un toque de credibilidad para una política que éste no podrá diseñar ni impedir, pese a que es el jefe del Pentágono. “Los neoconservadores siguen trabajando duro e insisten en que el único camino para salvar a Irak es castigar a Irán... También preconizan que esto es algo que Bush tendrá que hacer antes de dejar la presidencia.” Pero el factor más agudo tal vez sea la postura de Tel Aviv que, desde luego, el poderoso lobby estadounidense pro–israelí sostiene y propagandiza por todos los medios: la consigna es que Irán prepara un nuevo holocausto con su programa nuclear. El primer ministro israelí Ehud Olmert “es atacado por no haber sido capaz de terminar con los cohetes (palestinos) Qassam, sufre presiones y se aleja del bajo perfil que mantuvo”, explica Aluf Benn en el diario israelí Ha’aretz (19–11–06).

W. Bush no descarta que Israel bombardee las instalaciones nucleares iraníes y hasta ha dado su permiso: él comprendería –dijo– que lo hiciera. Este vicariato ya costó sangre israelí en la aventura del Líbano y es posible que los dos aliados subestimen la capacidad de respuesta de Teherán. Si el ataque se produce, en el mejor de los casos sólo retrasaría en un par de años la culminación del programa nuclear de Teherán y sería “un desastre total” para todos, aseveró un miembro del gobierno francés que participó en las conversaciones Bush–Chirac (Ha’aretz, 20–11–06). En efecto: la represalia iraní sería más vigorosa que la de Irak cuando Israel bombardeó sus instalaciones nucleares en 1981 y eso sin duda obligaría a la participación de EE.UU., hecho que unificaría al mundo árabe por primera vez en siglos. Las consecuencias: ardería el Medio Oriente y Asia Central y el mundo entero –EE.UU. e Israel incluidos– pagaría la factura.

Irán, con la mitad de su territorio en llamas, aún tendría la capacidad de impedir el paso de los buques–tanque petroleros por el estrecho de Ormuz, disminuir la producción de sus yacimientos y cesar las exportaciones de hidrocarburos, cortar los oleoductos de toda la región del Golfo. Los precios del petróleo se irían a nubes más altas todavía y se precipitaría una crisis económica mundial. Hay conservadores llamados “realistas” que pujan por negociaciones con Irán y Siria a fin de apaciguar el volcán iraquí y entrecerrar la caja de Pandora que abrió Bush. La pregunta es si esto se podrá lograr o si quemantes lavas volcánicas han de cubrir la región entera.


Insistencias

Por Juan Gelman
Página/12, 19/11/06

El pantano iraquí es una de las razones principales del voto–castigo que recibió Bush en las elecciones del 7 de noviembre, pero no parece que la opinión de las urnas será tenida en cuenta. El mensaje fue claro: ocurre que una mayoría de estadounidenses quiere la vuelta a casa de las tropas. Sólo el 32 por ciento de los interrogados por la empresa especializada Angus Reid Global Monitor (14–11–06) quiere que permanezcan allí “hasta que la misión concluya”. El 54 por ciento demanda lo contrario: un 28 por ciento se pronuncia por la retirada ya y el 26 por ciento restante por un regreso escalonado. Sin embargo, la victoria del Partido Demócrata no garantiza que eso ocurra. Lo que está en juego son los comicios presidenciales del 2008 y los unos y los otros lo tienen muy presentes. La voluntad del electorado es lo de menos.

W. Bush se muestra sorprendentemente abierto y declara que está dispuesto a examinar “ideas nuevas” y “visiones frescas” para corregir el rumbo en Irak. Palabras, palabras, palabras, dijo Hamlet. Se supone que las opciones serán proporcionadas por una comisión independiente que encabezan el ex secretario de Estado de Bush padre James Baker III y el ex parlamentario demócrata Lee H. Hamilton. Por las dudas, el mandatario norteamericano ha creado aparte una asesoría particular a cargo de los servicios de inteligencia. El grupo bipartidario discute si conviene desplegar una diplomacia más agresiva contra Irán y Siria, o lo contrario, o reforzar el entrenamiento de los efectivos iraquíes, o mediar entre las milicias chiítas y sunnitas al borde de la guerra civil, o proponer una nueva iniciativa para aplacar el conflicto palestino–israelí. Bush, no: según fuentes fidedignas confiaron al diario británico The Guardian (16–11–06), subrayó a los consultores propios que EE.UU. y sus aliados deben dar a la insurgencia “un gran empujón final” y que, en vez de retirar las tropas, enviaría hasta 20.000 soldados más. Es decir, victoria o nada.

¿Qué harán los demócratas, que hoy dominan las dos ramas legislativas? Corresponde al Poder Ejecutivo decidir sobre la guerra, pero el Congreso tiene la facultad de negarse a financiarla como hizo en los finales de Vietnam. Parece improbable: no faltan los “halcones–gallina” entre los candidatos elegidos de la ex oposición y la medida no se aprobaría, tampoco la de iniciar la retirada. Pero, además, la dirigencia demócrata teme que esto sea utilizado por la crítica republicana con vistas a las elecciones del 2008. Harry Reid, líder de la mayoría en el nuevo Senado, ha declarado ya que no sabe si recortar el gasto bélico es el mejor camino: quiere “encontrar una forma de terminar esa guerra que dé seguridad a todos” (IPS, 11–11–06). Nancy Pelosi, cabeza de la nueva Cámara de Representantes y segunda en la línea de sucesión presidencial, prefiere exhortar al gobierno iraquí a hacerse cargo del desastre y trabajar con los republicanos para buscar soluciones. Se ha visto qué “solución” prefiere W. Bush.

Los demócratas están divididos, frenados desde adentro. Son conscientes del sentido anti–guerra de la votación, pero no pocos de sus legisladores se pronunciarían incluso contra el proyecto de resolución de su colega Carl Levin –futuro presidente del Comité de Servicios Armados del Senado– que demandaría a la Casa Blanca la preparación de un calendario para la retirada de las tropas. Se trata de una propuesta tímida: no es vinculante ni fija plazos, pero dice Levin que no está preparado “para ir más lejos”. Por lo demás, la mayoría demócrata en el Senado es bastante lábil. Teóricamente, cuenta con 51 senadores, 49 propios y dos independientes que prometieron acompañar su línea, contra 49 republicanos. Pero uno de los independientes es Joe Lieberman –ex candidato a vicepresidente del derrotado Al Gore–, quien no cesa de predicar que hay que enviar más tropas a Irak. Si se votara esta materia, es probable un empate 50–50. En ese caso, manejaría la balanza el vicepresidente Dick Cheney, no conocido por su inclinación pacífica.

El Congreso estadounidenses ha autorizado sucesivamente, desde los atentados del 11/9, una inversión de 448.000 millones de dólares para la guerra en Irak y Afganistán, suma casi equivalente al monto de los duros recortes que la Casa Blanca propinó a los programas sociales del presupuesto nacional. En el Senado, republicanos y demócratas aprobaron por unanimidad el gasto bélico y su destino. Una mayoría de representantes demócratas –incluida Nancy Pelosi– lo hizo en la cámara baja. Ahora muchos proclaman que hay que retirar las tropas en un plazo de cuatro a seis meses, pero difícilmente harán lo necesario para que así sea. Temen que si la situación empeora, los republicanos se la cobren en el 2008 y tal vez prefieran que se ahonde el desgaste de la Casa Blanca. Las bajas norteamericanas, las decenas de miles de civiles iraquíes muertos son lo de menos.