La
historia de un temible comando en un país en guerra. Camina entre las
sombras. Usa un fusil de precisión ruso. Ya mató a 31 soldados de
EE.UU. Y filmó cada ataque. Los CD con sus misiones son un éxito
entre la juventud de Irak
Juba, el francotirador que es
leyenda y pesadilla para los marines norteamericanos
Por Patrice
Claude
Le Monde / Clarín
10/12/06
Traducción
de Joaquín Ibarburu
En
qué pensaba ese joven soldado tras la visera transparente de su
casco? ¿Estaba contento de haber abandonado su California o su Texas
natal? ¿Satisfecho de encontrarse ahí, bajo el sol de otoño, en
pleno centro de una ciudad llamada Bagdad? ¿Contaba con angustia los
días que le faltaban para volver? ¿Tenía miedo a la muerte?
¿Alguna vez había matado a alguien con la ametralladora que empuñaba
ese día en la torreta de su vehículo blindado?
A
doscientos metros, sin duda el iraquí Juba no se planteaba esas
preguntas. Echado sobre un colchón en el interior de un minibús de
vidrios oscuros, Juba estaba ahí para matar. Con el ojo en la
mira y respirando con lentitud, se tomaba su tiempo, estudiaba el
viento que agitaba el follaje de un eucaliptus, corregía la puntería,
buscaba a su víctima, así como el mejor ángulo de tiro para su
fusil de mira telescópica.
La
mira del Dragonov de fabricación rusa que cuidaba como un tesoro
pasaba de una posible víctima a otra. Eran cuatro. ¿Sería ese
soldado vestido como un templario moderno que se alejaba del blindado,
se acercaba a la acera y observaba uno de los autos que pasaban
lentamente ante él en un gran desfile urbano? ¿O bien ese otro que más
atrás, las manos crispadas sobre su fusil de asalto, examinaba con
recelo a los que pasaban sin mirarlo, esforzándose por ignorarlo y
seguir su camino?
Juba
no puede fallar. Tiene que disparar una bala, una sola.
Es una regla de supervivencia. De inmediato, como acostumbra, deberá
retirarse, despacio, sin apurarse y sin llamar la atención, perderse.
La cámara que sigue toda la escena hace zooms a cada uno de los
soldados. El objetivo se detiene sobre el artillero. ¿Es él el eslabón
más débil?
En
la acera, los soldados caminan, se detienen, dan media vuelta, parten
otra vez. El artillero está encaramado en su torreta. Inmóvil. Es
imposible adivinar sus facciones. Está muy lejos. Sólo se
distinguen la cabeza cubierta por el casco, los brazos, la parte
superior del torso. El zoom va y viene; se detiene en él. Su
suerte está echada. Un golpe seco, una efímera voluta de humo que
surge del casco, los brazos que se alzan en un último espasmo, y el
hombre se desploma como un muñeco de trapo. La bala calibre 7.62
le destrozó la cabeza.
Distribuida
a fines de octubre a la salida de las mezquitas junto con los dulces
tradicionales de las fiestas del Aïd, que marcan el fin del Ramadán,
la muerte del soldado grabada en un DVD –del que Le Monde
obtuvo una copia– se convirtió en un verdadero "éxito"
entre una juventud iraquí a la que la guerra sumió en el desamparo,
cuyas tres cuartas partes carecen de trabajo. Menos de la tercera
parte de los estudiantes de la ciudad se atreve a asistir a clases,
las cuales en su mayor parte carecen de docentes, ya que éstos huyen
del país. Ya hace cuatro años que los cines, teatros y salas de
juego cerraron sus puertas. De todos modos, como el toque de queda
comienza a las ocho de la noche, la única opción es la tevé. E
Internet. Bajo la dictadura de Saddam Hussein, todo eso estaba
prohibido. Gracias, EE.UU....
Debido
a ello, además de las grabaciones que se ofrecen e intercambian de
manera informal, el mito de Juba es un gran éxito online. Por
lo menos 35.000 iraquíes vieron las "proezas" del temible
francotirador. Para los jóvenes que frecuentan los cibercafés, Juba
se transformó en un héroe. Entre 100.000 y 650.000 iraquíes
–nadie lo informa con exactitud– perdieron la vida en estos 4 años.
Otros dos millones, sobre todo las elites, partieron al extranjero.
El
país vive en medio de dos guerras simultáneas, la que libran unos
20.000 militantes contra la ocupación militar y la que enfrenta a los
miles de gángsters y milicianos por el control de partes del poder.
Los shiítas y los sunnitas tienen posiciones diametralmente opuestas.
Los asesinatos, las matanzas y los atentados que dejan a diario un
saldo de decenas de civiles y policías iraquíes muertos aterran a
casi todo el mundo y nadie los defiende abiertamente. ¿Quién podría
aplaudir una carnicería semejante que desborda los cementerios?
A
juzgar por las encuestas, el único denominador común entre las
comunidades árabes del país es que detestan "al ocupante".
De ahí el éxito de Juba, el francotirador, que, como destaca Taher
M., un joven de Bagdad de 21 años, "sólo mata a los
infieles".
¿Quién
es ese "zorro árabe" misterioso que siempre deja en el
lugar un papel o un graffiti de dos líneas que dice que "lo que
se tomó por medio de la sangre, sólo puede recuperarse por medio de
la sangre"?
Nadie sabe más que eso. "Es una leyenda urbana que creó la
propaganda terrorista a través de un hábil montaje de secuencias que
probablemente protagonizan muchos francotiradores", especula
azorado el cuartel general estadounidense en Bagdad. Puede ser.
Una
sola cosa es segura: los francotiradores parecen pertenecer a un mismo
grupo: el "Ejército islámico en Irak", una organización
clandestina formada en el verano de 2003 y que integrarían iraquíes
nacionalistas sunnitas cercanos a los Hermanos Musulmanes. No
pertenecen a la minoritaria red Al Qaeda de Irak. Hace unos meses se
distribuyó en las mezquitas una primera película propagandística de
trece minutos. Las imágenes eran borrosas y de mala calidad. La
segunda película duraba quince minutos y se titulaba "Juba, el
francotirador de Bagdad, parte II". Tenía imágenes nítidas,
y el sonido y el montaje eran de buena calidad. En otra de las nuevas
escenas de tiro al blanco contra los soldados aparecen dos personajes
bastante corpulentos que podrían ser el mismo hombre.
El
rostro del primero está oculto bajo una capucha negra. Tiene una
pistola, un walkie-talkie y un fusil de mira telescópica que coloca
sobre una mesa antes de agregar una 37ª línea en un papel colgado en
la pared: su "tabla de caza", cabe suponer. A continuación
se lo ve transcribir unas palabras en árabe en un cuaderno. "Somos
la tempestad que destruye a los soldados estadounidenses",
escribe el desconocido. "Somos el fuego que nunca duerme ni
descansa".
"¿Cómo
se puede comer, beber y dormir cuando nuestros hijos y hermanos están
encerrados en las cárceles de los infieles? Abu Ghraib, Guantánamo,
Afganistán, Palestina... ¿Qué decirle a Alá cuando nos pregunte qué
hicimos cuando el enemigo llegó a nuestra tierra, destruyó
mezquitas, violó nuestro honor, insultó el santo Corán?"
Luego, se escucha en off un "llamamiento a la juventud musulmana:
¡No hay que demostrarles piedad alguna! ¡Hay que matarlos a todos!
Destruyeron nuestro país y nuestra amada Bagdad. ¡Hay que hacer de
su vida un infierno!".
El
segundo personaje lleva un keffieh a cuadros rojos y blancos. El
rostro está borroso. Explica a cámara que "son los
estadounidenses los que dieron a (los) francotiradores el nombre de
Juba". El hombre, al que se presenta como el "comandante de
las unidades de tiradores de elite del Ejército Islámico en
Bagdad", afirma que dispone de un "número relativamente
importante" de ases del gatillo. "¡Hay centenares de
Juba!", asegura.
Explica
que les resultó "muy útil" un libro, The Ultimate Sniper,
de un ex francotirador de la Infantería de Marina estadounidense, el
mayor John Plaster. Le Monde lo verificó. El autor no sólo
actualizó su trabajo en 2005 –se había publicado por primera vez
en 1993– a los efectos de "contribuir a la guerra global
contra el terrorismo", sino que tiene un sitio Web en el que
cualquiera puede comprar un DVD, así como consejos para
"adquirir el arma adecuada" y no errar "nunca el
blanco."
¿Qué
piensa el alto mando militar estadounidense de esta mortífera ironía?
Es imposible saberlo. La idea de filmar las operaciones y de difundir
los videos, confirma el comandante, "se decidió cuando se tomó
conciencia de que la caída del soldado a manos de nuestros
francotiradores tuvo más efecto sobre el enemigo que cualquier
arma". ¿Guerra psicológica? En realidad, los soldados saben
a qué se exponen cuando circulan. Las filmaciones sirven sobre
todo para el reclutamiento. "Sabemos –dijo la capitana de
Infantería Glen Taylor a The New York Times– que en algunas
ciudades de la provincia de Al Anbar –bastión de la resistencia–
los hombres circulan con altoparlantes invitando a sumarse a los
francotiradores y ofreciendo tres veces el sueldo actual".
De
los 2.860 soldados que murieron en Irak en la guerra más de la
tercera parte cayó en su vehículo en emboscadas imprevisibles: minas
disimuladas en bolsas de residuos en las calles que recorren los
convoyes militares, artefactos enterrados y detonados a distancia,
burros y kamikazes con explosivos, etc. El número de muertes que se
atribuye a "disparos de armas de mano" en un sitio Web
estadounidense que registra las bajas en Irak (www.icasualties.org)
sería de 270. De ellas, 80 desde enero.
¿Cuántos
fueron víctima de francotiradores? Es un misterio.
Según el "Ejército Islámico" –que no hace referencia a
los secuestros seguidos de asesinato, sobre todo de periodistas
extranjeros, uno de los métodos menos gloriosos a los que se
recurre–, sus combatientes dieron muerte a 630 militares
estadounidenses –entre ellos 23 oficiales y once francotiradores–
en lo que va de la guerra. Mucho para un solo grupo. Demasiado para un
solo hombre llamado Juba.
A
mediados de agosto, un diario estadounidense especializado, The
Army Times, entrevistó a un francotirador militar en Bagdad. El
sargento Randal Davis, 25, explicó que después de horas de espera,
logró alojar una bala de su M14 en el pecho de un iraquí. "La
pared quedó cubierta de sangre", explicó. Otro francotirador,
el cabo Mike, 31, habló sobre "la diferencia entre un
profesional y un maniático del gatillo". Luego mostró su propia
lista: "Catorce muertos en Somalia, tres en Afganistán, uno en
Irak".
Y
ahora, los superhombres del otro bando
Por
Marcelo Cantelmi
Clarín, 10/12/06
La invasión
norteamericana a Irak hace 4 años fue una batalla sencilla. El más
poderoso ejército del mundo demoró apenas semanas en conquistar el
país, derrumbar la dictadura y poner en fuga a sus milicias de elite.
Pero EE.UU. nunca logró el control del terreno. De ahí que jamás
hubo una posguerra en Irak, sólo guerra.
El ataque y la ocupación
siguiente, provocaron un fenómeno creciente de resistencia popular
contra esa presencia, que en general Washington y Londres pusieron
calculadamente bajo el rótulo de terrorismo. Pero la invasión sumada
a la ausencia de una razón para llevarla adelante, el cúmulo de
mentiras que la precedió y las violaciones múltiples a los derechos
humanos y a la Convención de Ginebra que practicaron las tropas
occidentales, desacreditó aún más el plan guerrero norteamericano.
El cuadro se completó
con el disparador inevitable de las peleas internas por el control de
los espacios de poder, lo que explica la guerra civil que no demoró
en estallar en medio del crecimiento de la resistencia. El país hoy
es, además de todo, un caos.
Este simple relato
explica el nacimiento de personajes como el que cuenta este artículo.
Estas leyendas existieron en la Segunda Guerra, en la lucha contra los
nazis, en la Rusia soviética o en Francia. También en Irak. O en la
Argelia de la descolonización. Y en Vietnam. El personaje quizá no
existe, pero resume en el imaginario popular el superhombre heroico
que los dignifica. EE.UU. vuelve a caracterizar el episodio como una
estratagema terrorista y no advierte que es un indicador de lo que le
sucede a la población y un dato claro de por qué esta aventura está
culminado con una derrota que la Casa Blanca jamás registró entre
sus posibilidades.
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