Tercer
acto de una tragedia con muchas partes
La
ocupación estadounidense de Iraq
Por Anthony Arnove
[1]
CounterPunch, 16/12/06
Rebelión,
21/12/06
Traducido
por Sinfo Fernández [2]
La
tragedia desencadenada por la invasión y ocupación estadounidense de
Iraq desafía cualquier capacidad de descripción. Según los
descubrimientos más recientes de la revista médica Lancet, la
cifra de “exceso de muertes” en Iraq desde la invasión es de más
de 650.000 personas. Según Refugee International, “Iraq
supone la crisis más terrible (y sigue agravándose) de refugiados en
el mundo”: casi dos millones de iraquíes han huido del país y al
menos 500.000 se han desplazado a nivel interno. “Un galón de
gasolina costaba sólo 4 céntimos en noviembre. Ahora, una vez que el
FMI presionó al Ministro del Petróleo para que cortara los
subsidios, el precio oficial es de unos 67 céntimos”, señala el New
York Times. “La veloz subida ha supuesto un trauma para los
iraquíes, que consiguen salarios de tan sólo unos 150 dólares de
media al mes, si es que tienen algún trabajo”, un matiz muy
importante, ya que la tasa de desempleo nacional fluctúa entre el
60–70%.
Octubre
de 2006 demostró ser el mes más sangriento de toda la ocupación,
con más de 6.000 civiles asesinados en Iraq, la mayor parte de ellos
en Bagdad, adonde, desde el mes de agosto, se han enviado miles de
soldados más con el pretexto de restaurar el orden y la estabilidad
de la ciudad, aunque no han hecho sino crear más violencia. El
investigador especial de Naciones Unidas, Manfred Nowak, señala que
en Iraq el problema de “la tortura se escapa de todo control”.
“La situación es tan mala que mucha gente dice ahora que se está
mucho peor que en tiempos de Sadam Husein”. El número de soldados
estadounidense muertos es actualmente superior a los 2.900, con más
de 21.000 heridos, muchos de ellos de gravedad.
La
tendencia subyacente es clara: para la mayoría de los iraquíes, la
vida empeora con cada nuevo día de ocupación. En vez de contener la
guerra civil o el conflicto sectario, la ocupación está incitándolos
más. En vez de ser una fuente de estabilidad, la ocupación es la
mayor fuente de inestabilidad y caos.
Todas
las razones que EEUU está alegando para no retirar sus tropas de Iraq
son falsas. La realidad es que las tropas se están quedando en Iraq
por muchas y diferentes razones de las que tratan de vender las elites
políticas y un todavía servil establishment de prensa: Se están
quedando para salvar la cara de una elite política estadounidense a
la que le importan un comino tanto las vidas de los iraquíes como la
de sus propios soldados; para conseguir el objetivo de convertir a
Iraq en un fiel estado clientelista situado estratégicamente cerca de
los recursos energéticos más importantes y de las rutas de
transporte entre Oriente Medio, hogar de las dos terceras partes de
las reservas petrolíferas del mundo, y el Asia Central y Occidental;
para servir como base para la proyección del poder militar
estadounidense en la región, especialmente con el creciente conflicto
entre USA e Irán; para mantener la legitimidad del imperialismo
estadounidense, que necesita el pretexto de una guerra global contra
el terror para justificar nuevas intervenciones militares, para
ampliar los presupuestos militares, para seguir concentrando el poder
en el ejecutivo y para restringir las libertades civiles. El ejército
estadounidense no invadió y ocupó Iraq para extender la democracia,
comprobar la proliferación de armas de destrucción masiva,
reconstruir el país o detener la guerra civil. De hecho, las tropas
permanecen aún en Iraq para impedir la autodeterminación y
democracia genuina para el pueblo iraquí, que ha dejado muy claro que
quiere que las tropas estadounidenses salgan de Iraq de inmediato; que
se siente menos seguro como consecuencia de la ocupación; que piensa
que la ocupación está incentivando, no suprimiendo la lucha
sectaria; y que apoya los ataques armados contra las tropas ocupantes
y las fuerzas de seguridad iraquíes, que no son vistas como
independientes sino como colaboradoras con la ocupación.
No
es sólo el pueblo iraquí el que se opone a la ocupación de su país
y quiere que las tropas se vayan. Una clara mayoría del pueblo
estadounidense ha expresado el mismo sentimiento en las encuestas más
importantes que se han llevado a cabo y en los resultados de las
elecciones legislativas, que inclinó a ambas cámaras del congreso y
a la mayoría de los gobiernos de los diferentes estados hacia los demócratas,
en un voto claro contra la arrogancia imperial del enfoque “de
mantenerse firme en el mismo camino” de Bush. La gente no votó para
que se concediera más dinero al Pentágono (como el líder entrante
de la mayoría en el Senado, Harry Reid de Nevada, prometió de
inmediato, anunciando un plan para llevar 75.000 millones de dólares
más al Pentágono), por una mayor “supervisión” de la guerra (la
palabra más usada por los demócratas estos días), o para enviar más
tropas (como el representante demócrata de Texas Silvestre Reyes, el
presidente del Comité de Inteligencia de la Cámara, ha pedido), sino
para empezar a traer las tropas a casa. Una clara mayoría de las
tropas estadounidenses en servicio quiere lo mismo, como una muy
ignorada encuesta del Zogby International averiguó a
principios de 2005: que un 72% de sus componentes quería que estuviéramos
fuera de Iraq a finales de 2006.
Pero
la respuesta de Bush al clamor popular de oposición a la guerra, que
le ha llevado no sólo al revés que le han supuesto las elecciones
legislativas sino incluso a una mayor erosión de los ya abismales índices
de aprobación de su gestión (sólo un 27% aprueba cómo ha manejado
la guerra), ha consistido en insistir en que el sol todavía gira
alrededor de la tierra. “¡Desde luego que estamos ganando!”, dijo
Bush a los periodistas. “Sé que se especula mucho que esos informes
en Washington significan que va a haber algún tipo de salida elegante
de Iraq”, dijo Bush. “Ese enfoque de una salida honrosa de Iraq
sencillamente no es en absoluto realista”, añadió. “Vamos a
permanecer en Iraq hasta que terminemos el trabajo”. En una línea
parecida, el Vicepresidente Cheney dijo: “Sé lo que el Presidente
piensa. Sé lo que pienso yo. Y no estamos buscando una estrategia de
salida. Estamos buscando la victoria”.
Tras
las elecciones a medio plazo, Bush se vio forzado a deshacerse de su
muy impopular secretario de defensa, Donald Rumsfeld, pero nombró en
su lugar a alguien que es poco probable que contemple algún cambio
fundamental en la estrategia de EEUU. Robert Gates, un antiguo
elemento de la CIA, es un ferviente Guerrero de la Guerra Fría que
defendía, entre otras políticas iluminadas, el bombardeo de los
sandinistas en Nicaragua por atreverse a desafiar el orden corrupto de
los dictadores de los escuadrones de la muerte en Latinoamérica. Bush
dejó caer también al embajador ante las Naciones Unidas, John Bolton,
un hombre que representa todo lo que el mundo odia de la política
exterior estadounidense actual.
Quizá
lo que resulta más significativo, a la vista del fracaso en Iraq, es
que el Congreso recurriera a la vieja estrategia de poner en manos de
un grupo de “hombres sabios” el intento de encontrar una salida a
una guerra fracasada, convocando al Grupo de Estudio para Iraq (ISG,
en sus siglas en inglés), formado por el componedor de entuertos de
la familia Bush James Baker III, el anterior congresista por Indiana
Lee Hamilton, y otras figuras del establishment de la política
exterior con poco o ningún conocimiento de Iraq. La comisión no iba
nunca a abogar por un cambio radical de la política estadounidense en
Iraq, pero incluso así, Bush, desde el principio, no quiso
comprometerse, estableciendo dos comités militares internos
diferentes para que hicieran sugerencias a la Casa Blanca sobre los próximos
pasos a dar en Iraq (además, había supervisado una operación de
inteligencia aparte para crearan una evidencia que sería utilizada en
primer lugar para vender la invasión). En efecto, cuando los
hallazgos del informe se publicaron el 6 de diciembre, Bush se
distanció inmediatamente de sus muy limitadas recomendaciones. Como
señaló el New York Sun: “Con escasas 24 horas, el
bipartidista informe ha sido colocado en una estantería alta para que
se lo coma el polvo, su principal función ha sido la de apagar el
sofoco del presidente durante un tiempo para permitirle recuperar
firmeza ante la prensa” y seguir con el mismo rumbo anterior. Bush
rechazó de inmediato el llamamiento del informe a negociar con Irán
y Siria, el Wall Street Jornal informó: “Un alto oficial de
la administración dijo que la Casa Blanca no se sentía vinculada al
informe y que es poco probable que se pongan en marcha sus
recomendaciones, especialmente las que piden un encuentro diplomático
con los adversarios de EEUU: Siria e Irán”. Además, “la Casa
Blanca ha rechazado numerosos llamamientos para corregir el curso de
los acontecimientos en Iraq, insistiendo en que se mantendría
indefinidamente la actual cifra de personal militar en Iraq”.
Pero
aunque la administración Bush tratara de poner en práctica de
inmediato todas las recomendaciones del informe del ISG, sería sólo
una fórmula para más muertes, desplazamientos y desesperación. El
informe del ISG rechaza explícitamente fijar cualquier directriz o
calendario de retirada, afirma la necesidad de una “presencia
militar considerable en la región, con todas nuestras aún
importantes cifras de fuerzas en Iraq y con nuestros poderosos
despliegues aéreos, navales y terrestres por Kuwait, Bahrein y Qatar,
así como un aumento de la presencia en Afganistán” para años
venideros, y básicamente más de lo mismo de la Doctrina Bush de
“cuando los iraquíes se hagan cargo, nosotros nos retiraremos”,
es decir “iraquización” del conflicto, al igual que se presentó
en su día la “vietnamización” como la solución para Vietnam.
Merece
la pena revisar brevemente las diversas opciones que están siendo
ahora consideradas por la administración Bush, ninguna de las cuales
ofrece ninguna alternativa real:
A
corto plazo, envío de más tropas
La
idea de que enviando más tropas se proporcionará estabilidad y
mejorará la situación en Iraq ignora el hecho de que EEUU es la
principal fuente de violencia e inestabilidad. Más tropas
engendran a la vez más oposición y más violencia sectaria. Michael
Schwartz observa: “En lugar de entrar en una ciudad en la que reina
la violencia y restaurar el orden, [las fuerzas estadounidenses]
entran en una ciudad relativamente tranquila y crean violencia. El
retrato exacto de esta situación es que las ciudades de mayor
hostilidad anti–estadounidense, como Tal Afar y Ramada, han quedado
por lo general razonablemente en paz en cuanto las tropas
estadounidenses se van de allí”. Incluso el ISG señala que la
“Operación Juntos Adelante II”, por la que miles de soldados
estadounidenses se desplegaron desde otras zonas hasta Bagdad en
agosto de 2006, consiguió todo lo contrario del objetivo declarado:
“Los índices de violencia en Bagdad, que ya alcanzaban niveles
elevados– saltaron a más del 43% entre el verano y octubre de
2006”. Schwartz señala también el proceso a través del que una
mayor presencia de tropas de combate estadounidenses no haría más
que exacerbar la violencia sectaria:
“Las
patrullas estadounidenses por las barriadas chiíes inmovilizan a las
defensas locales y hacen que la comunidad sea más vulnerable ante los
ataques yihadistas; aunque las invasiones estadounidenses en las
comunidades sunníes son aún más lesivas. No sólo inmovilizan a las
fuerzas locales de defensa, sino que casi siempre implican la irrupción
de unidades del ejército iraquí, compuestas fundamentalmente de
soldados chiíes (ya que el ejército formado por los estadounidenses
es mayoritariamente chií). Esto provoca violencia en forma de
combates entre los militares chiíes (así como las milicias chiíes
infiltradas en las fuerzas policiales) y los combatientes de la
resistencia sunní que defienden sus comunidades. Estos ataques
generan una inmensa amargura entre los sunníes, que les ven como
parte del intento chií de utilizar al ejército estadounidense para
conquistar e inmovilizar a las ciudades sunníes. La consecuencia es
un aumento de nuevos yihadistas ansiosos de venganza sacrificando sus
vidas mediante actos terroristas o con ataques del estilo de los
escuadrones de la muerte contra las comunidades chiíes, quienes, a su
vez, impulsan a los escuadrones de la muerte chiíes en un ciclo
intensificado de brutal violencia.
Además,
los EEUU no pueden añadir más tropas sin forzar a un ejército ya
muy agobiado y sin tener que acudir a un mayor uso de medidas de
reclutamiento por la puerta de atrás que van a provocar más oposición,
en EEUU y entre los militares, a las ocupaciones de Iraq y Afganistán,
ésta última otra ocupación fracasada.
Nos
retiraremos en cuanto puedan arreglárselas solos
La
idea de que puede mejorarse el entrenamiento de las tropas iraquíes,
una importante recomendación del informe ISG, da a entender que hay
una solución técnica que EEUU debe afrontar en Iraq. Pero la razón
de la resistencia a la ocupación estadounidense es política.
Mientras EEUU continúe como poder ocupante, la policía y el ejército
seguirán siendo considerados ilegítimos y colaboradores. Mientras
tanto, los grupos de la resistencia en Iraq, que no se enfrentan a
problemas de entrenamiento de ese tipo, están llevando a cabo cada
vez más operaciones sofisticadas, que incluyen combates militares
directos con las tropas estadounidenses, por la sencilla razón de que
sus combatientes están políticamente motivados y tienen un objetivo
definido que cuenta con amplios apoyos.
Involucrar
a Irán y a Siria
La
idea subyacente en esta estrategia, otra idea central importante del
informe del ISG, es que el núcleo de la resistencia a la ocupación
estadounidense es más exterior que indígena, al igual, como hemos
dicho, que se empeñaban en defender que la resistencia popular de los
vietnamitas ante el terrorismo de estado estadounidense estaba
dirigida por Moscú y Pekín. Con ese ilusorio punto de vista, Irán y
Siria, y grupos tales como al–Qaeda y Hizbollah, son la fuente de la
violencia en Iraq. Esta teoría sin base alguna lleva entonces a la
igualmente idea sin base de que EEUU estabilizará de alguna forma
Iraq mediante conversaciones con dos gobiernos que se ha comprometido
a derrocar. Como observa el Financial Times, hay pocas razones
para pensar que Bush “estaría deseando seguir consejos que
contradicen su profundamente arraigada creencia de que EEUU no debería
hablar con Irán o Siria” porque si lo hace estaría
“recompensando la mala conducta”. Bush ha dicho repetidamente que
una precondición para hablar con Irán es la suspensión del programa
de enriquecimiento nuclear legal del país, algo que Irán no tiene
razón alguna para aceptar en busca de avances en las negociaciones.
En cualquier caso, incluso si tuvieran lugar las negociaciones, Irán
y Siria no son los dueños de los sucesos en Iraq, que están siendo
impulsados por la política interna y por las dinámicas de la ocupación
estadounidense.
Retirada
gradual
Las
propuestas de retirada gradual sin calendario son una fórmula ideal
para que prosiga un horizonte infinitamente en descomposición. La
idea tras la retirada gradual fue situada con bastante precisión, y
cinismo, por Donald Rumsfeld en un memorando secreto escrito el 6 de
noviembre y que fue filtrado, justo unos cuantos días antes de su
dimisión: “Refundir la misión militar estadounidense con los
objetivos estadounidenses (cuando hablemos de ellos) para que
aparezcan de forma minimalista. Es decir, cambiar la retórica
mientras se rebajan las expectativas pero persiguiendo los mismos
objetivos. Anunciar que cualquier nuevo enfoque que EEUU decida lo
llevará a cabo durante un período de prueba. Esto nos proporcionará
capacidad para reajustarnos y situarnos en otra dirección, si fuera
necesario y, de esta forma, ‘no perder’”.
Reorganización
Una
palabra que parece haberse puesto de moda actualmente en las
discusiones sobre la ocupación de Iraq, especialmente entre los demócratas,
es la de reorganización. El 14 de noviembre de 2006, el Senador Russ
Feingold, el representante demócrata de Wisconsin, considerado como
la extrema izquierda entre los funcionarios electos del partido,
introdujo un proyecto de ley “pidiendo el repliegue de las fuerzas
estadounidenses de Iraq a partir del 1 de julio de 2007”. Pero el
mismo plan pide mantener las tropas en Iraq. “Mi legislación
permitiría que un mínimo nivel de fuerzas estadounidenses
permanecieran en Iraq para llevar a cabo actividades de
contraterrorismo, para entrenar a las fuerzas de seguridad iraquíes y
para proteger las infraestructuras y personal estadounidense”. Es
decir, previsiones de reorganización de bases, tropas y ocupación
estadounidenses, en el sentido de cambiar a algún personal a otras
bases militares en la región –de donde pueden ser movilizadas con
rapidez para atacar cuando sea necesario– y, muy probablemente,
trasladar el peso mayor de la situación al poder aéreo en Iraq y en
la región para proseguir con los objetivos imperiales
estadounidenses.
Partición
Un
plan que el ISG no recomendaba y que Bush también ha criticado pero
que sigue representando una posibilidad real si la crisis en Iraq
sigue agravándose, es el de la partición. El deterioro de la situación
sobre el terreno ha animado a algunos analistas y políticos
–incluido el recién llegado demócrata Joseph Biden, el presidente
del poderoso Comité de Relaciones Exteriores del Senado– a pedir el
desmembramiento de Iraq en tres países independientes o en tres
territorios relativamente autónomos dentro de un estado más o menos
federado. Sin embargo, una división tal de Iraq sólo podría
lograrse mediante limpieza étnica masiva. La mayor concentración
urbana de kurdos no está en la zona norte, que probablemente
conformaría un futuro estado o enclave kurdo, sino en Bagdad. La
mayoría de las ciudades descritas por los periodistas como
“bastiones sunníes” o “municipios chiíes” tienen poblaciones
mezcladas con minorías importantes de sunníes, chiíes, turcomanos,
kurdos o asirios. Además, cualquier estado predominantemente sunní
en el centro y oeste de Iraq que emergiera de una división tripartita
del país se vería significativamente empobrecida comparada con sus
ricos vecinos en petróleo del sur y del norte.
El
puño de hierro
Otra
opción –una que tiene una larga historia en Iraq y en los residuos
que quedan de Oriente Medio– apoya un nuevo “puño de hierro”.
Elliot A. Cohen, Robert E. Osgood, profesor de Estudios Estratégicos
en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad
John Hopkins, sugiere que “una junta de militares modernizadores
podría ser la única esperanza para un país cuya cultura democrática
es frágil y cuyos políticos son o corruptos o incapaces”, una
narrativa que va ganando mucho más popularidad en el establishment
de la prensa y entre los expertos y políticos que buscan una
explicación para el desastre de Iraq y que evitan mirar hacia las
verdaderas causas del mismo. Esto supone la reforma de una vieja idea
–un régimen tipo Sadam pero sin Sadam– que devino imposible tan
pronto como la administración Bremer desmanteló el ejército de Iraq
y el partido Baaz, la única base política y administrativa sobre la
que una dictadura así podía haber llegado a establecerse.
Expansión
A
pesar de las recomendaciones del ISG de negociaciones directas con Irán
y Siria, y la cautela de Robert Gates y otros sobre los escollos de
atacar militarmente a Irán, la amenaza de que EEUU expanda la guerra
de Iraq a otras zonas sigue siendo muy real. En el verano de 2006,
Washington patrocinó la desastrosa y sangrienta invasión israelí
del Líbano, esperando conseguir alguna ventaja táctica en la región
y, por lo tanto, en Iraq. La apuesta fracasó de forma miserable, pero
algunos sienten que tal apuesta es necesaria. Como Seymour Hers
escribe en el New Yorker: “En la Casa Blanca y en el Pentágono
hay muchos que insisten en que ponerse duros con Irán es la única
forma de salvar Iraq. Es un caso de ‘seguir adelante con el
fracaso’”, dijo un asesor del Pentágono. “Creen que cayendo
ahora sobre Irán van a recuperarse de sus pérdidas en Iraq, como si
doblaran la apuesta”.
Cualquiera
que sea el nuevo plan de Bush para Iraq, es probable que se produzca
un choque importante de expectativas si los demócratas fallan a la
hora de lanzar un desafío real a la guerra. La nueva portavoz del
Congreso, Nancy Pelosi, hizo hincapié en el “bipartidismo” en el
momento en que se anunciaron los resultados, añadiendo que el impeachment
de Bush estaba “fuera de lugar”. Pelosi y el nuevo líder de la
mayoría en el Senado, Harry Reid, dijeron también que iban a
eliminar la posibilidad de que, con el mayor poder que tienen los demócratas
en el Congreso, se pudieran cortar los fondos para prolongar la
ocupación. Como Alexander Cockburn escribió en la Nation:
“Ese es el papel que tienen las elecciones en las democracias
occidentales bien dirigidas: recordarle a la gente que las cosas no
cambiarán, realmente, en absoluto. Y, por supuesto, nunca para mejor.
Pueden poner su reloj en hora a la velocidad con la que la nueva panda
reduce sus expectativas y anuncia Lo Que No Va a Hacerse”.
Fuera
ya
En
efecto, la única opción que se ha quedado fuera de la mesa en Iraq
es la única sensata: retirada completa e incondicional inmediata,
seguida por indemnizaciones al pueblo iraquí por los daños masivos
que la ocupación –y las anteriores sanciones, las Guerras del Golfo
y de Irán–Iraq y los años de apoyo a la dictadura– han causado.
Según el New York Times, “En la cacofonía de los planes en
competición sobre qué hacer con Iraq, una realidad parece ahora
clara: a pesar de la victoria demócrata en una elección considerada
como un referéndum sobre la guerra, la idea de una retirada rápida
de tropas estadounidenses está desapareciendo velozmente como opción
viable”.
El
debate actual en Washington se refiere en gran medida a tácticas, no
a estrategia o a principios. De hecho, el único debate sobre
principios que está teniendo lugar es uno de corte racista: cada vez
más “expertos” cuestionan ahora si la locura de Bush estuvo en
pensar que podría llevar la democracia a los árabes o musulmanes,
quienes, como ya se ha dicho, “no tienen tradición de
democracia”, pertenecen a una “sociedad enferma” o una
“sociedad rota”. En un discurso muy aclamado, Barack Obama, la
gran esperanza de los demócratas, expresó sus críticas a la política
de la administración Bush diciendo que no debería haber más
mimos” para el gobierno iraquí: los EEUU “no se van a mantener al
lado de ese país indefinidamente”, explicó, añadiendo que:
“Deberíamos ser más modestos en nuestra creencia de que podemos
imponer la democracia”. Richard Perle, anterior presidente del Comité
Asesor de la Junta de Política de Defensa del Pentágono, uno de los
principales neocon entusiastas de la invasión de Iraq, al explicar
por qué las cosas habían ido en forma tan distinta a sus gloriosas
predicciones, dice ahora que “subestimó la depravación de los
iraquíes”. Y el informe del ISF reprocha que “el pueblo iraquí y
sus dirigentes son muy lentos a la hora de demostrar su capacidad o
voluntad para actuar” y, por tanto, los EEUU “no deben asumir un
compromiso abierto” ante ellos. Es decir, culpan a la víctima. Como
Sharon Smith escribió en CounterPunch: “En unas cuantas semanas, el
‘consensus’ de Washington ha reescrito la historia de la invasión
estadounidense de Iraq, como si los iraquíes hubieran invitado a EEUU
a invadir su nación soberana en 2003 y no estuvieran ahora a la
altura a la hora de cerrar el trato”.
Como
la crisis en Iraq se extiende, podemos esperar que estas
argumentaciones obtengan aún más peso, proporcionando más tapadera
aún a los objetivos reales de EEUU en Oriente Medio.
La
tragedia que se extiende por Iraq está aún lejos de su final. En el
Acto I de la tragedia, nos dijeron que Washington invadiría Iraq para
derrocar la dictadura, instalar un gobierno clientelista estable y
entonces cambiar radicalmente los equilibrios de poder en Oriente
Medio, marchando desde Bagdad para enfrentarse a los regímenes de Irán
y Siria. Con ese sueño hecho jirones, los EEUU comenzaron el Acto II:
la manipulación de las divisiones sectarias en Iraq para formar un
gobierno de coalición chií y kurdo que aislaría a los sunníes
(aunque se buscaría cooptar tanto liderazgo político como fuera
posible) y servir al planeado papel de cliente, si bien menos
eficazmente de lo que Washington había esperado, permite que los EEUU
se afiancen en Iraq y proclamen la victoria. Sin embargo, a mediados
de 2006, los fracasos de esta estrategia no pudieron ignorarse por más
tiempo. Al haber invadido Iraq planeando debilitar a Irán y Siria
para fortalecer su posición y la de Israel y sus aliados árabes en
la región, los EEUU han conseguido todo lo contrario. (Desde luego,
todo esto ignora las muchas etapas de la tragedia de que son autores
los EEUU anteriormente a la invasión de marzo de 2003, por su apoyo
al Partido Baaz y a Sadam Husein, por su nefasto papel en la Guerra Irán–Iraq
y después la Guerra del Golfo de 1991, y por los más de doce años
de sanciones y bombardeos que la siguieron.)
Los
Actos I y II de la tragedia de la ocupación de Iraq se han cerrado
ya. Pero el Acto III no ha hecho sino empezar. Todos los signos
sugieren que es probable que el final en Iraq aún esté lejos y que
sea más sangriento todavía. Iraq y el Oriente Medio son tan
importantes a nivel estratégico para los EEUU que ningún partido
quiere retirarse y admitir la derrota. Un resultado tal sería más
desastroso para EEUU que su derrota en Vietnam. Pero hay un factor en
la tragedia de Iraq que no deberíamos rebajar. La cuestión de cuánto
durará esta guerra, si se extenderá a Irán o a Siria, si se enviarán
más tropas a matar o ser matadas innecesariamente por el beneficio y
el poder, no depende sólo de las decisiones y conflictos internos de
la clase gobernante. También depende del nivel de oposición del
pueblo en Iraq, en casa y dentro del mismo ejército. Los grupos como
los Veteranos de Iraq Contra la Guerra están jugando ya un papel
importante en la lucha por terminar con la ocupación. Pero aún
estamos tan sólo en los primeros momentos de organización de la
oposición que necesitamos para poder incidir de forma decisiva en el
curso de la guerra.
La
guerra de EEUU contra Vietnam se perdió en 1968, si no fue antes,
pero continuó después durante varios años, con la pérdida de
millones de vidas como consecuencia. No podemos permitir una repetición
de esa historia trágica. Pero la Guerra de Vietnam tiene también
otra lección que ofrecernos: que cuando los pueblos se manifiestan y
se organizan pueden disuadir incluso hasta el más poderoso y
temerario de los gobiernos. La guerra contra el pueblo de Indochina
podría haber durado más aún, ciertamente, y podía haberse
extendido todavía más si una oposición decidida en casa y a nivel
internacional no hubieran obligado a los EEUU a retirarse. Esa es la
lección que actualmente necesitamos tanto volver a aprender y llevar
a la práctica.
[1].–
Anthony Arnove es el autor de “Iraq: The Logic of Withdrawal”,
que se acaba de publicar en una edición actualizada en rústica,
con un prólogo de Howard Zinn, en el American Empire Project (Metropolitan
Books/Henry Holt). Pertenece a la junta editorial de Haymarket
Books e International Socialist Review. Este artículo aparecerá
en el número de enero/febrero del ISR.
[2].–
Sinfo Fernández forma parte del colectivo de Rebelión.
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