Una
ejecución colonial
Por
Tariq Alí
Il Manifesto, 31/12/06
Sin Permiso, 02/01/07
Traducción de Leonor Març
“Que Sadam era un
tirano resulta indiscutible, pero se prefiere olvidar que el grueso de
sus crímenes aconteció cuando el tirano era un fiel aliado de
quienes hoy ocupan el Irak. Como él mismo admitió en el proceso, sin
la aprobación de Washington no se habría sentido lo bastante seguro
como para gasear Halabia con agentes químicos, en plena guerra Irán–Irak.
Merecía un proceso y un castigo apropiados en un Irak independiente.
No esto.”
Es significativo que
2006 haya terminado con una ejecución colonial, mostrada casi al
completo (salvo los últimos instantes) por la televisión estatal del
Irak ocupado. Así ha sido el año en el mundo árabe. La manipulación
del proceso fue tan palmaria, que hasta el Human Rights Watch –la
mayor organización norteamericana de la industria de los derechos
humanos– se ha visto obligado a condenarlo como una completa farsa.
Bajo las órdenes de Washington han sido substituidos jueces, los
abogados defensores han sido asesinados, y el procedimiento todo
recordaba un linchamiento bien orquestado.
Si el proceso de
Nuremberg fue una ejecución digna de la justicia de los vencedores,
el proceso a Sadam ha sido el proceso más crudo y grosero de que se
tenga noticia hasta ahora. El hecho de que el Presidente–Gran
Pensador lo haya definido como “un hito en el camino que lleva a la
democracia iraquí” indica claramente que desde Washington se apretó
el gatillo. Los discutibles dirigentes de la Unión Europea, teóricamente
contrarios a la pena capital, han permanecido en silencio como de
costumbre.
Mientras en Bagdad
algunas facciones chiítas andaban de festejos, las cifras publicadas
por un instituto discretamente independiente, el Iraq Centre for
Research and Strategic Studies –que declara pretender “difundir la
necesidad consciente de realizar las libertades fundamentales,
consolidar los valores democráticos y los fundamentos de la sociedad
civil”–, revelan que cerca del 90% de los iraquíes piensa que la
situación en el país era mejor antes de la ocupación.
El estudio del ICRSC
se basa en concienzudas entrevistas realizadas casa por casa en la
tercera semana de noviembre de 2006. Sólo el 5% de los entrevistados
dice opinar que el Irak de hoy es mejor que el de 2003; el 89% de
ellos cree que la situación política se ha deteriorado; el 79%
aprecia un deterioro de la situación económica; el 12% cree que las
cosas han mejorado y el 9% sostiene que no ha notado cambio alguno.
El 95% de los
entrevistados –la cosa no sorprende– piensa que, en lo tocante a
seguridad, la situación es peor que antes. Es interesante notar que
cerca del 50% de los entrevistados se han definido solo
“musulmanes”; contra un 34% que se definen como “chiítas” y
un 14 como “sunitas”. Van, añadidas, las cifras proporcionadas
por el Alto Comisariado de la ONU para los Refugiados: desde marzo de
2003 han huido al extranjero 1,6 millones de iraquíes (el 7% de la
población), y cada mes abandona el país 100.000 iraquíes:
cristianos, médicos, ingenieros, mujeres, etc. Un millón han ido a
Siria, 750.000 a Jordania, 150.000 al Cairo. Esos prófugos no
despiertan la simpatía de la opinión pública occidental porque la
causa es la ocupación de los EEUU (con el apoyo de la UE). En este
caso no hacen paralelos con las atrocidades del III Reich (como se
hizo, en cambio, en Kosovo). ¿Han sido acaso estas estadísticas (y
la estimación de un millón de muertos iraquíes) lo que exigía la
ejecución de Sadam Husein?
Que Sadam era un
tirano resulta indiscutible, pero se prefiere olvidar que el grueso de
sus crímenes aconteció cuando el tirano era un fiel aliado de
quienes hoy ocupan el Irak. Como él mismo admitió en el proceso, sin
la aprobación de Washington no se habría sentido lo bastante seguro
como para gasear Halabia con agentes químicos, en plena guerra Irán–Irak.
Merecía un proceso y un castigo apropiados en un Irak independiente.
No esto.
Los dobles raseros
aplicados por Occidente no dejan de resultar asombrosos. El indonesio
Suharto, que gobernaba sobre una montaña de cadáveres (al menos un
millón, si aceptamos las estimaciones más modestas) fue el protegido
de Washington. Nunca dio la lata como Sadam.
¿Y qué decir de
quienes han creado el caos en el Irak de hoy? Los torturadores de Abu
Ghraib, los despiadados carniceros de Fallujah, los autores de la
limpieza étnica en Bagdad, el director de la cárcel kurda que se
jactaba de tener Guantánamo por modelo.
¿Serán Bush y Blair
alguna vez procesados por crímenes de guerra? Es más que dudoso. ¿Y
Aznar, ahora reclutado como docente en una universidad, la Georgetown,
en Washington D.C., en donde la lengua de enseñanza es el inglés,
idioma del que no sabe una palabra? Su recompensa es un castigo para
los estudiantes.
El linchamiento de
Sadam podría sacudir con un escalofrío la espina dorsal colectiva,
ya fuera protésica, de las elites de los gobiernos árabes. Si Sadam
puede ser ejecutado, otro tanto podría sucederles a Mubarak, al comodín
hachemita de Amman y a la realeza saudita, no vaya a ser que quienes
les derroquen se sientan felices de colaborar con Washington.
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