Iraq resiste

 

Las ganancias de la escalada

¿Por qué EEUU no se va de Irak?

Por Ismael Hossein-Zadeh (*)
CounterPunch, 10/01/07
Sin Permiso, 04/02/07
Traducción de Oriol Farrés Juste

El complejo industrial militar es la causa de que el gasto militar no esté dirigido según las necesidades de la seguridad nacional, sino por una red de fabricantes de armas, lobbistas y directivos seleccionados. Dwight D. Eisenhower

Hay sólo dos cosas por las que tenemos que luchar. Una es la defensa de nuestros hogares y la otra es la defensa de las garantías constitucionales. Hacer la guerra por cualquier otra razón simplemente es una estafa. General Smedley D. Butler

Ni el Grupo de Estudio sobre Irak ni los demás críticos con la guerra de Irak de dentro del sistema piden la retirada de las tropas estadounidenses. Al punto en que el Grupo de Estudio o el nuevo Congreso pretenden inyectar algo de “realismo” en la política sobre Irak, estas modificaciones proyectadas no parece que vayan a representar más que un cambio en los conductores de la máquina de guerra americana sin cambiar en absoluto su destinación u objetivos: el control de la política y la economía iraquíes.

A la luz del hecho de que por ahora casi todas las facciones de los círculos de poder dirigentes, incluyendo a la Casa Blanca y a los vendedores neocons de guerras, reconocen el fracaso de la guerra de Irak, ¿por qué, entonces, se resisten a la idea de sacar las tropas de este país?

Quizá el camino más corto a una respuesta relativamente satisfactoria a esta cuestión sea el de seguir el dinero. El caso es que no todo el mundo está perdiendo en Irak. Ciertamente, mientras las guerras de libre elección de la Administración Bush han llevado a muertes innecesarias, destrucción y desastres para millones de personas, incluyendo a muchos estadounidenses, también han llevado a la acumulación de riquezas y prosperidad por parte de los beneficiarios de la guerra. En el corazón de la reticencia a la retirada de Irak se esconde la voluntad de los logreros de no dejar escapar más fortunas y botines de guerra.

Los contratistas del Pentágono constituyen la abrumadora mayoría de estos beneficiarios de la guerra. Entre ellos no sólo hay contratistas de industrias gigantes tales como Lockheed Martin, Northrop Grumman y Boeing, sino que también hay un complejo laberinto de unos 100.000 servicios de contratistas y subcontratistas, tales como ejércitos privados y corporaciones de seguridad o empresas de “reconstrucción”. [1] Estos contratistas de deconstrucción y “reconstrucción”, cuyos beneficios provienen principalmente del Tesoro de los Estados Unidos, se han lucrado hermosamente a partir de las guerras de libre elección de la Administración Bush.

Un antiguo proverbio dice que las guerras al extranjero son a menudo continuaciones de guerras en casa. Consecuentemente, las recientes guerras de los Estados Unidos en el exterior parecen ser grandes reflejos de las luchas domésticas sobre los recursos nacionales o las finanzas públicas: los que son contrarios al gasto social están utilizando el presupuesto en aumento del Pentágono (combinándolo con recortes impositivos para los ricos) como una forma cínica y circular de redistribuir los ingresos nacionales a favor de los ricos. Como esta combinación de subida en el gasto militar y bajada en las obligaciones de pagar impuestos por parte de los acaudalados crea grandes agujeros en el presupuesto federal, esto luego justifica la eliminación del gasto público no militar –una política sutil e insidiosa de invertir las reformas del New Deal, una política que, incidentalmente, empezó bajo el mandato de Ronald Reagan.

Mientras tanto, se ha despistado al pueblo americano creando un debate acerca de las terribles consecuencias que supondría una “prematura” retirada de las tropas establecidas en Irak: más un deterioro en forma de rabiosa guerra civil, el fracaso de una “democracia novata”, el serio golpe resultante al poder y prestigio de los Estadios Unidos, y demás cosas por el estilo.

Tales preocupaciones son secundarias con respecto al próspero negocio de los beneficiarios de la guerra y, más en general, con respecto al señuelo o las intenciones de controlar la economía y la política de Irak. Poderosos beneficiarios de dividendos de guerra, que a menudo son indistinguibles de los políticos que presionaron a favor de la guerra de Irak, se han ido embolsando centenares de miles de millones de dólares gracias al conflicto bélico. Más que cualquier otra cosa, es la persecución y la salvaguarda de estos abundantes botines de guerra lo que mantiene a las tropas estadounidenses en Irak.

(Debido a que el papel del petróleo ha sido discutido extensamente por otros investigadores y escritores, aquí me centraré en el papel de los contratistas del Pentágono, como la mayor fuerza directriz a favor de la guerra y al mismo tiempo como el obstáculo más poderoso contra la retirada de las tropas en Irak).

El aumento de las riquezas de los contratistas más importantes del Pentágono puede medirse, en parte, a partir del crecimiento del presupuesto del Pentágono desde que el Presidente George W. Bush llegó a la Casa Blanca: éste ha crecido más del 50 por ciento, de casi 300.000 millones de dólares en el 2001 a casi 455.000 millones de dólares en el 2007. (Éstas cifras no incluyen el presupuesto para la seguridad nacional, el cual es de 33.000 millones de dólares sólo para el año fiscal de 2007, y los costes de guerra en Irak y Afganistán, que rozan los 400.000 millones de dólares).

Los grandes contratistas del Pentágono han sido los principales beneficiarios de este golpe de suerte. Por ejemplo, un estudio del 2004 a cargo del Center for Public Integrity revelaba que, en el periodo comprendido entre 1998 y 2003, el uno por ciento de los contratistas más grandes ganó el 80 por ciento de todos los dólares destinados a los contratos de Defensa. Los diez contratistas más destacados obtuvieron un 38 por ciento de todo el dinero. Lockheed Martin encabezaba la lista con 94.000 millones de dólares, Boeing fue el segundo con 81.000 millones de dólares, Raytheon fue el tercero (con cerca de 40.000 millones de dólares), seguido de Northrop Grumman y General Dynamics con casi 34.000 millones de dólares cada uno. [2]

Las fantásticas ganancias para estos conglomerados armamentísticos se han reflejado en el crecimiento continuo de sus acciones o valores en Wall Street: “Las acciones de las compañías de defensa de los Estados Unidos, que han triplicado su valor desde el inicio de la ocupación de Irak, no muestran ningún signo de que vayan a bajar… Todas estas compañías de defensa –con muy pocas excepciones- han obtenido un éxito arrollador con crecimientos que se concretan en ganancias de dos dígitos en su mayoría… La sensación de que los constructores de barcos, aviones y armamento están avanzando a grandes zancadas ha llevado a que las acciones de los grandes contratistas del Pentágono, Lockheed Martin Corp., Northrop Grumman Corp., y General Dynamics Corp., sean más altas que nunca….” [3]

Los principales beneficiarios de los dividendos de guerra no sólo incluyen a contratistas de los gigantes industriales, tales como Northrop Grumman y Lockheed Martin, sino también a una multitud de otros contratistas de servicios para la “guerra inducida” que han crecido como setas alrededor del Pentágono y del aparato de Seguridad Nacional con la finalidad de aprovecharse de la bonanza económica que experimenta el Pentágono.

Esta industria altamente rentable y de rápido crecimiento, que ha evolucionado a partir de la tendencia del Pentágono a colmar a contratistas privados con el dinero de los contribuyentes, está basada en la práctica en auge de subcontratar muchos de los servicios militares tradicionales a empresas privadas. “En el 1984, casi dos tercios del presupuesto [del Pentágono] para contratos se destinó a productos en lugar de servicios… En el año fiscal 2003, el 56 por ciento de los contratos del Departamento de Defensa se pagó por servicios y no por bienes.”

Todavía hay más: estos servicios no están limitados a tareas relativamente simples o rutinarias y a responsabilidades tales como comida, servicios sanitarios o mantenimiento de edificios. Lo más importante de todo es que estos servicios incluyen “contratos por servicios que son altamente sofisticados, estratégicos en su naturaleza, y que se acercan mucho a funciones básicas que por buenas razones el gobierno solía hacer por su cuenta. El Pentágono incluso ha llegado a contratar contratistas para que aconsejen sobre cómo hacer nuevos contratos.” [4]

Las contrataciones privadas por temas de seguridad, una industria lucrativa y de crecimiento rápido, es un buen ejemplo de la política de subcontratas del Pentágono. Estos contratistas operan en la periferia de la política exterior de los Estados Unidos, entrenamiento en el extranjero de “fuerzas de seguridad” o “luchas contra el terrorismo” mediante. A menudo, estas corporaciones militares privadas están compuestas por personal retirado de las Fuerzas Especiales, que van al Pentágono, al Departamento de Estado, a la CIA o a gobiernos extranjeros a la búsqueda de compradores de su pericia militar.

Por ejemplo, el MPRI (Military Professional Resources Inc.), una de las empresas más grandes y más activas,  que “ha entrenado a militares alrededor de todo el mundo bajo contrato con el Pentágono”, fue fundada por el antiguo Jefe de Personal del Ejército Carl Vuono y otros siete generales retirados. Los niveles de riqueza de estos contratistas de entrenamiento militar (o modernas compañías mercenarias de hoy en día), como también los de los proveedores de mercancías militares, se han disparado en virtud de la guerra y el militarismo realzados bajo el Presidente George W. Bush. Por ejemplo: “El valor compartido de las acciones en L3 Communications, al que pertenece MPRI, está por encima del doble.” [5]

Puesto que los contratistas industriales del Pentágono, como Lockheed Martin, se enriquecen a través de la producción de instrumentos de muerte y destrucción, ellos también crean oportunidades de beneficio para contratistas de servicios tales como Halliburton que, como buitres, siguen los rastros del humo de la deconstrucción y montan luego sus negocios de “reconstrucción”.

Por ejemplo, en el mismo mes (Octubre de 2006) que las fuerzas de los Estados Unidos perdieron un número récord de soldados en Irak, y los ciudadanos iraquíes perdieron a muchos más, Halliburton anunciaba que los ingresos en su tercer cuatrimestre habían aumentado un 19 por ciento llegando a 5.800 millones de dólares.

Jeff Tilley, un analista que investiga para Halliburton, señalaba igualmente que “Irak resulta mejor de lo que se esperaba… En general, no hay realmente ninguna razón a propósito de la cual alguien podría cuestionar la operación o ser escéptico con ella. Los resultados son muy buenos.”

Esto condujo a muchos críticos a subrayar con desprecio que cuando el Vicepresidente Dick Cheney dijo a Rugh Limbaugh que “si se mira la situación [en Irak] en su totalidad, lo están haciendo remarcablemente bien”, debió de estar hablando de Halliburton. [6]

Los servicios y contratistas de reconstrucción son frecuentemente llamados “reconstrucciones estafa”, no sólo porque obtengan contratos generosos y a menudo sin previa oferta pública por parte de sus cómplices políticos, sino también porque habitualmente incumplen sus contratos y escatiman en aquello que prometieron hacer. Por ejemplo, un reportaje de un investigador sobre el terreno en Irak, promocionado por el Institute for Southern Studies y titulado “Nuevas investigaciones revelan el timo de la reconstrucción”, mostraba que a pesar de “los miles de millones de dólares gastados, piezas clave de las centrales energéticas y de las infraestructuras iraquíes, centrales de teléfonos, y sistemas de salubridad y alcantarillado, o bien ni se han reparado o bien se ha hecho de un modo tan pobre que ni siquiera funcionan.”

El reportaje, llevado a cabo por Pratap Chatterjee y Herbert Docena y publicado en el Institutes’ Publication Sothern Exposure, revelaba además que al contratista gigante del Pentágono Bechtel “se le habían dado decenas de millones de dólares para rehabilitar las escuelas iraquíes. Hasta ahora muchas ni siquiera se han tocado, y muchas otras que Bechtel asegura haber rehabilitado se encuentran en un estado deplorable. Una de estas escuelas “rehabilitadas” estaba inundada con aguas residuales de las cañerías y cisternas.”

El reportaje también mostraba que del contrato de reconstrucción con Haliburton cifrado en 2.200 millones de dólares, la compañía sólo se gastó un 10 por ciento en “necesidades comunitarias –el resto se gastó en dar servicios a las tropas estadounidenses y en reconstruir oleoductos. Haliburton, además, se gastó alrededor de unos 40 millones de dólares en una nada exitosa búsqueda de armas de destrucción masiva.” [7]

Los botines de guerra y devastación en Irak han sido tan atractivos que un número extremadamente grande de aprovechados de la guerra se han montado un negocio en este país con la intención de participar en las ganancias: “Hay alrededor de 100.000 contratistas del gobierno operando en Irak, descontando a los subcontratistas, un total que se aproxima al tamaño de las fuerzas militares estadounidenses, según el primer censo militar del aumento de población civil operando en el frente”, informaba el Washington Post en su número del 5 de diciembre de 2006.

El reportaje, realizado por Renae Merle, precisa que “además de las aproximadamente 140.000 tropas  estadounidenses, ahora en Irak hay una mezcolanza de contratistas. DynCorp Internacional tiene cerca de 1.500 empleados en Irak, incluyendo a 700 que ayudan a entrenar a las fuerzas de policía. Blackwater USA tiene más de 1.000 empleados en el país, la mayoría de los cuales proveen seguridad privada… MPRI, una unidad de L-3 Communications, tiene unos 500 empleados trabajando en 12 contratos, incluyendo el proveimiento de mentores que trabajan para el Ministerio de Defensa de Irak en el planeamiento de estrategias, presupuesto y establecimiento de la oficina de asuntos públicos. Titan, otra división de L-3, tiene a 6.500 lingüistas en el país.” [8]

El hecho de que poderosos beneficiarios de dividendos de guerra florezcan en una atmósfera de conflictos armados y convulsión internacional no debería sorprender a nadie. Lo sorprendente es que, en el contexto de las recientes guerras de libre elección de los Estados Unidos, estos mismos beneficiarios también hayan adquirido el poder de promocionar guerras, a menudo a través de la fabricación de “amenazas externas a nuestro interés nacional”. En otras palabras, los beneficiarios de la guerra, conducidos por sus ganancias, han evolucionado convirtiéndose asimismo en fabricantes de guerras o contribuidores en la producción de guerras. [9]

Lo que sigue es una muestra de estas repugnantes relaciones entre política y negocios, según informan Walter F. Roche y Ken Silverstein en un artículo del 14 de julio de 2004 en el Los Angeles Times, titulado “Abogados de la guerra ahora sacan provecho de la reconstrucción de Irak”:

- El ex-director de la CIA R. James Woolsey es un ejemplo prominente de este fenómeno, mezclando sus intereses empresariales con lo que el afirma que son los intereses estratégicos del país.

- Neil Livingstone, un antiguo ayudante del senado que ha servido como consejero en el Pentágono y el Departamento de Estado y que ha recibido reiteradas peticiones públicas para el derrocamiento de Hussein. Él encabeza una empresa con base en Washington, GlobalOptions Inc., que proporciona contactos y servicios de consultoría a compañías que hacen negocios en Irak.

- Randy Scheuneman, un antiguo consejero de Rumsfeld que ayudó a hacer el borrador del “Acta para la liberación de Irak” de 1998 y autorizó la dotación de 98 millones de dólares en concepto de ayuda exterior de Estados Unidos a grupos iraquíes en el exilio. Fue el presidente fundador del Comité para la liberación de Irak. Ahora se dedica a ayudar a los antiguos estados del bloque soviético a salir adelante en el mundo de los negocios.

- Margaret Bartel, que administraba dinero federal dirigido al grupo en el exilio de Chalabi, el Congreso Nacional de Irak, incluyendo fondos para el programa de preguerra de los servicios de inteligencia sobre las alegadas armas de destrucción masiva de Hussein. Ahora ella encabeza una empresa consultora del área de Washington que ayuda a futuros inversores a encontrar a sus homólogos, los futuros colegas inversores iraquíes.

- K. Riva Levinson, una lobbista de Washington y especialista en relaciones públicas que recibió fondos federales para movilizar en la preguerra el apoyo a favor del Congreso Nacional de Irak. Tiene estrechos vínculos con Bartel y ahora está ayudando a compañías a abrirse camino en Irak, en parte gracias a sus contactos con el Congreso Nacional iraquí.

- Jose M. Albaugh, que administró la campaña del presidente Bush por la Casa Blanca del 2000 y que más tarde encabezó la Agencia de Federal de Administración de Emergencias, y Edgard Rogers Jr., un ayudante del primer presidente Bush, que recientemente ha contribuido a establecer a New Bridge Strategies and Diligence, LLC para que promueva negocios en el Irak de posguerra. [10]

Hay indicaciones fuertes de que estas dudosas relaciones representan algo más que simples casos; son algo más que meros ejemplos esporádicos e inconexos de algunos elementos pícaros y sin escrúpulos. Las pruebas muestran que los contratos para la “reconstrucción” de Irak fueron trazados mucho antes de que empezase la invasión y la deconstrucción de este país. En un reportaje fascinante para la revista The Nation, titulado “El ascenso del capitalismo del desastre”, Naomi Klein describe estos esquemas de “reconstrucción” proyectados con mucha antelación, y lo hace como sigue:

“El verano pasado, en plena tregua de agosto por el descanso que se habían tomado los medios de comunicación, la doctrina de la guerra preventiva de la administración Bush hizo un salto adelante. El 5 de agosto de 2004 la Casa Blanca creó la Oficina del coordinador para la reconstrucción y la estabilización, encabezada por el anterior embajador de los Estados Unidos en Ucrania, Carlos Pascual. Su cometido es trazar elaborados planes “posconflicto” para 25 países que no están, o todavía no están, en conflicto. Según Pascual, la oficina también será capaz de coordinar al mismo tiempo tres operaciones de reconstrucción a plena escala en países diferentes, cuya duración podría ser ‘en los tres casos de cinco a siete años.’” [11]

Aquí es donde se vislumbran realmente las razones o fuerzas que están detrás de las guerras preventivas de la administración Bush. Como lo expone Klein, “un gobierno dedicado a una deconstrucción preventiva ahora tiene en pie una oficina dedicada a una reconstrucción preventiva permanente”. Klein documenta, asimismo, como (a través de la oficina de C. Pascual) los contratistas trazan los planes de “reconstrucción” en estrecha colaboración con varias agencias gubernamentales y como, a veces, los contratos han sido aprobados de antemano y el papeleo completado mucho antes del ataque militar en cuestión.

“En estrecha colaboración con el Consejo Nacional de Inteligencia, la oficina de C. Pascual mantiene a los países de alto riesgo en listas de vigilancia y reúne equipos de respuesta rápida para comprometerlos en la planificación de preguerra y “movilizarlos y desplegarlos rápidamente” después de que surja un conflicto. Los equipos están compuestos por compañías privadas, organizaciones no gubernamentales y miembros de think tanks. Pascual explicó a una audiencia del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos en octubre, que habría “precompletado” contratos para reconstruir países que todavía no se habían roto. Hacer todo este papeleo con antelación podría ‘recortar entre tres y seis meses de su tiempo de respuesta.’”

No existe modelo de mercado ni paradigma empresarial alguno que pueda capturar adecuadamente la naturaleza de este tipo de maquinaciones y mercantilismo. Ni siquiera los negocios ilegales basados en búsquedas rentables, corrupción o robo pueden describir suficientemente el tipo de intereses mercantiles inmorales que se esconden tras las guerras preventivas de la administración Bush. Sólo un tipo de explotación calculadamente imperial o colonial, aunque un colonialismo o imperialismo de nuevo cuño, puede capturar la esencia del mercantilismo de guerra  asociado a las recientes guerras de agresión de los Estados Unidos. Como Shalmali Guttal, un investigador residente en Bangalore lo expuso, “solíamos tener colonialismo vulgar. Ahora tenemos colonialismo sofisticado, y lo llaman reconstrucción”. [12]

Los poderes del clásico colonialismo o imperialismo vagaban por la periferia del centro capitalista, “descubrían” nuevos territorios y agotaban sus recursos y riquezas. Hoy ya no hay en nuestro planeta más lugares nuevos para ser “descubiertos”. Pero hay muchos países soberanos vulnerables cuyos gobiernos pueden ser derrocados, sus infraestructuras aplastadas contra el suelo y un montón de riquezas conseguidas a su costa como resultado (tanto de la deconstrucción como de la reconstrucción). Y aquí es dónde radica la genialidad de un mercado de mercantilismo parasitariamente eficiente, así como también la mayor fuerza rectora tras las guerras de libre elección unilaterales y “no provocadas”.

La nueva forma de agresión colonial o imperial, regida en su mayor parte por los intereses creados en las industrias armamentísticas y demás negocios basados en la guerra,  no sólo lleva la calamidad a los vencidos, sino que también es perjudicial y opresiva para el vencedor, a saber, el imperio y sus ciudadanos. Al contrario que las operaciones militares de los imperios del pasado, que normalmente no sólo aportaban beneficios a las clases dominantes, sino que también (mediante el “efecto goteo”) los aportaban a sus ciudadanos, las expediciones militares de Estados Unidos actuales no son justificables ni siquiera sobre la base de las ganancias económicas nacionales.

En efecto, la escalada de expansiones y agresiones del ejército estadounidense ha llegado a ser cada vez más derrochadora y económicamente ineficiente en la medida en que está vaciando el tesoro público, socavando el gasto social y acumulando deuda nacional. Visto desde esta luz, la nueva forma de “imperialismo” en cuestión quizá podría llamarse “imperialismo parasitario.”

Sacar provecho de la guerra no es, por supuesto, nada nuevo; siempre ha existido en el curso de la historia de la guerra. Lo que hace que el negocio de las recientes guerras de libre elección de los Estados Unidos sea único y extremadamente peligroso para la paz mundial y la estabilidad es, sin embargo, el hecho de que se ha convertido en la mayor fuerza rectora tras la guerra y el militarismo.

Esto es clave para entender el porqué la elite que manda en Estados Unidos es reacia a sacar a las tropas de Irak. La resistencia o “dificultad” de abandonar Irak no es tanto consecuencia de tener que sacar a 140.000 tropas fuera de ese país como de tener que arrancar de ahí a más de 100.000 contratistas. Como Josh Mitteldorf de la Universidad de Arizona lo ha expuesto recientemente, “hay un montón de contratistas haciendo una fortuna y nosotros no queremos que se pare este grifo de donde sale el dinero, aunque sea dinero prestado, que nuestros hijos y nietos van a tener que devolver.” [13]

Esto implica que las tropas estadounidenses no se retirarán de Irak hasta que las voces contra la guerra no se alcen más allá de las premisas y los parámetros de la narrativa oficial o la justificación de la guerra: terrorismo, democracia, guerra civil, estabilidad, derechos humanos, y cosas por el estilo. Las fuerzas contrarias a la guerra tienen que liberarse del debate, fuente de grandes distracciones y constricciones, acerca de estos temas secundarios, y tienen que presionar para que se tome conciencia pública de los escandalosos intereses económicos que dirigen la guerra.

Es de crucial importancia que la atención pública se desvíe de la limitada narrativa oficial de la guerra, repetida una y otra vez por las corporaciones de medios de comunicación y los políticos expertos, y se encauce hacia los crímenes económicos que se han perpetrado por culpa de esta guerra, tanto en Irak como en los Estados Unidos. Ha llegado la hora de abrir una causa moral para que se devuelva el petróleo de los iraquíes y todas sus demás posesiones. Y también ha llegado la hora de abrir una causa moral contra los logreros de la guerra, que saquean el tesoro público y el dinero de los impuestos. Parafraseando al fallecido General Smedley D. Butler, “la mayoría de las guerras se podrían terminar fácilmente –ni siquiera hubieran empezado- si se les quitaran los beneficios.” [14]


Notas:

(*) Ismael Hossein-Zadeh es profesor de economía en la Universidad de Drake, Des Moines, IOWA. Es autor del libro recientemente publicado The Political Economy of U.S. Militarism.

1. Renae Merle, "Census Counts 100,000 Contractors in Iraq," Washington Post (5 de diciembre de 2006).

2. The Center for Public Integrity, "Report Finds $362 Billion in No-Bid Contracts at the Pentagon" (29 de septiembre de 2004).

3. Bill Rigby, "Defense stocks may jump higher with big profits," Reuter (12 de abril de 2006).

4. The Center for Public Integrity, "Outsourcing the Pentagon" (29 de septiembre de 2004).

5. Esther Schrader, "Companies Capitalize on War on Terror," Los Angeles Times (14 de abril de 2002).

6. Steve Young, "What Is Bad for America Is Good for Halliburton . . . Just Ask the Vice President," OpEdNews.com (23 de octubre de 2006).

7. "War Profiteering," by Source Watch (a project of the Center for Media & Democracy).

8. Renae Merle, "Census Counts 100,000 Contractors in Iraq," Washington Post (5 de diciembre de 2006).

9. William D. Hartung, How Much Are You Making on the War, Daddy? (New York: Nation Books, 2003); Chalmers Johnson, The Sorrows of Empire (New York: Metropolitan Books, 2004); Ismael Hossein-zadeh, The Political Economy of U.S. Militarism (New York & London: Palgrave-Macmillan, 2006).

10. "War Profiteering," by Source Watch (a project of the Center for Media & Democracy).

11. Naomi Klein, "The Rise of Disaster Capitalism," The Nation (2 de mayo de 2005).

12. As quoted in Klein, "The Rise of Disaster Capitalism."

13. Josh Mitteldorf, "Why we're not getting out of Iraq," Op Ed News (8 de diciembre de 2006).

 14. Smedley D. Butler, War Is a Racket (Los Angeles: Feral House, 1935 [2003]).