Las ganancias de la escalada
¿Por qué EEUU no se va de Irak?
Por Ismael
Hossein-Zadeh (*)
CounterPunch,
10/01/07
Sin
Permiso, 04/02/07
Traducción de Oriol Farrés Juste
El
complejo industrial militar es la causa de que el gasto militar no esté
dirigido según las necesidades de la seguridad nacional, sino por una
red de fabricantes de armas, lobbistas y directivos seleccionados.
Dwight D. Eisenhower
Hay sólo
dos cosas por las que tenemos que luchar. Una es la defensa de
nuestros hogares y la otra es la defensa de las garantías
constitucionales. Hacer la guerra por cualquier otra razón
simplemente es una estafa. General Smedley D. Butler
Ni el Grupo de Estudio sobre Irak
ni los demás críticos con la guerra de Irak de dentro del sistema
piden la retirada de las tropas estadounidenses. Al punto en que el Grupo
de Estudio o el nuevo Congreso pretenden inyectar algo de
“realismo” en la política sobre Irak, estas modificaciones
proyectadas no parece que vayan a representar más que un cambio en
los conductores de la máquina de guerra americana sin cambiar en
absoluto su destinación u objetivos: el control de la política y la
economía iraquíes.
A la luz del hecho de que por ahora
casi todas las facciones de los círculos de poder dirigentes,
incluyendo a la Casa Blanca y a los vendedores neocons de
guerras, reconocen el fracaso de la guerra de Irak, ¿por qué,
entonces, se resisten a la idea de sacar las tropas de este país?
Quizá el camino más corto a una
respuesta relativamente satisfactoria a esta cuestión sea el de
seguir el dinero. El caso es que no todo el mundo está perdiendo en
Irak. Ciertamente, mientras las guerras de libre elección de la
Administración Bush han llevado a muertes innecesarias, destrucción
y desastres para millones de personas, incluyendo a muchos
estadounidenses, también han llevado a la acumulación de riquezas y
prosperidad por parte de los beneficiarios de la guerra. En el corazón
de la reticencia a la retirada de Irak se esconde la voluntad de los
logreros de no dejar escapar más fortunas y botines de guerra.
Los contratistas del Pentágono
constituyen la abrumadora mayoría de estos beneficiarios de la
guerra. Entre ellos no sólo hay contratistas de industrias gigantes
tales como Lockheed Martin, Northrop Grumman y Boeing, sino que también
hay un complejo laberinto de unos 100.000 servicios de contratistas y
subcontratistas, tales como ejércitos privados y corporaciones de
seguridad o empresas de “reconstrucción”. [1] Estos contratistas
de deconstrucción y “reconstrucción”, cuyos beneficios provienen
principalmente del Tesoro de los Estados Unidos, se han lucrado
hermosamente a partir de las guerras de libre elección de la
Administración Bush.
Un antiguo proverbio dice que las
guerras al extranjero son a menudo continuaciones de guerras en casa.
Consecuentemente, las recientes guerras de los Estados Unidos en el
exterior parecen ser grandes reflejos de las luchas domésticas sobre
los recursos nacionales o las finanzas públicas: los que son
contrarios al gasto social están utilizando el presupuesto en aumento
del Pentágono (combinándolo con recortes impositivos para los ricos)
como una forma cínica y circular de redistribuir los ingresos
nacionales a favor de los ricos. Como esta combinación de subida en
el gasto militar y bajada en las obligaciones de pagar impuestos por
parte de los acaudalados crea grandes agujeros en el presupuesto
federal, esto luego justifica la eliminación del gasto público no
militar –una política sutil e insidiosa de invertir las reformas
del New Deal, una política que, incidentalmente, empezó bajo
el mandato de Ronald Reagan.
Mientras tanto, se ha despistado al
pueblo americano creando un debate acerca de las terribles
consecuencias que supondría una “prematura” retirada de las
tropas establecidas en Irak: más un deterioro en forma de rabiosa
guerra civil, el fracaso de una “democracia novata”, el serio
golpe resultante al poder y prestigio de los Estadios Unidos, y demás
cosas por el estilo.
Tales preocupaciones son secundarias
con respecto al próspero negocio de los beneficiarios de la guerra y,
más en general, con respecto al señuelo o las intenciones de
controlar la economía y la política de Irak. Poderosos beneficiarios
de dividendos de guerra, que a menudo son indistinguibles de los políticos
que presionaron a favor de la guerra de Irak, se han ido embolsando
centenares de miles de millones de dólares gracias al conflicto bélico.
Más que cualquier otra cosa, es la persecución y la salvaguarda de
estos abundantes botines de guerra lo que mantiene a las tropas
estadounidenses en Irak.
(Debido a que el papel del petróleo ha
sido discutido extensamente por otros investigadores y escritores, aquí
me centraré en el papel de los contratistas del Pentágono, como la
mayor fuerza directriz a favor de la guerra y al mismo tiempo como el
obstáculo más poderoso contra la retirada de las tropas en Irak).
El aumento de las riquezas de los
contratistas más importantes del Pentágono puede medirse, en parte,
a partir del crecimiento del presupuesto del Pentágono desde que el
Presidente George W. Bush llegó a la Casa Blanca: éste ha crecido más
del 50 por ciento, de casi 300.000 millones de dólares en el 2001 a
casi 455.000 millones de dólares en el 2007. (Éstas cifras no
incluyen el presupuesto para la seguridad nacional, el cual es de
33.000 millones de dólares sólo para el año fiscal de 2007, y los
costes de guerra en Irak y Afganistán, que rozan los 400.000 millones
de dólares).
Los grandes contratistas del Pentágono
han sido los principales beneficiarios de este golpe de suerte. Por
ejemplo, un estudio del 2004 a cargo del Center for Public
Integrity revelaba que, en el periodo comprendido entre 1998 y
2003, el uno por ciento de los contratistas más grandes ganó el 80
por ciento de todos los dólares destinados a los contratos de
Defensa. Los diez contratistas más destacados obtuvieron un 38 por
ciento de todo el dinero. Lockheed Martin encabezaba la lista con
94.000 millones de dólares, Boeing fue el segundo con 81.000 millones
de dólares, Raytheon fue el tercero (con cerca de 40.000 millones de
dólares), seguido de Northrop Grumman y General Dynamics con casi
34.000 millones de dólares cada uno. [2]
Las fantásticas ganancias para estos
conglomerados armamentísticos se han reflejado en el crecimiento
continuo de sus acciones o valores en Wall Street: “Las acciones
de las compañías de defensa de los Estados Unidos, que han
triplicado su valor desde el inicio de la ocupación de Irak, no
muestran ningún signo de que vayan a bajar… Todas estas compañías
de defensa –con muy pocas excepciones- han obtenido un éxito
arrollador con crecimientos que se concretan en ganancias de dos dígitos
en su mayoría… La sensación de que los constructores de barcos,
aviones y armamento están avanzando a grandes zancadas ha llevado a
que las acciones de los grandes contratistas del Pentágono, Lockheed
Martin Corp., Northrop Grumman Corp., y General Dynamics Corp., sean más
altas que nunca….” [3]
Los principales beneficiarios de los
dividendos de guerra no sólo incluyen a contratistas de los gigantes
industriales, tales como Northrop Grumman y Lockheed Martin, sino
también a una multitud de otros contratistas de servicios para la
“guerra inducida” que han crecido como setas alrededor del Pentágono
y del aparato de Seguridad Nacional con la finalidad de aprovecharse
de la bonanza económica que experimenta el Pentágono.
Esta industria altamente rentable y de
rápido crecimiento, que ha evolucionado a partir de la tendencia del
Pentágono a colmar a contratistas privados con el dinero de los
contribuyentes, está basada en la práctica en auge de subcontratar
muchos de los servicios militares tradicionales a empresas privadas. “En
el 1984, casi dos tercios del presupuesto [del Pentágono] para
contratos se destinó a productos en lugar de servicios… En el año
fiscal 2003, el 56 por ciento de los contratos del Departamento de
Defensa se pagó por servicios y no por bienes.”
Todavía hay más: estos servicios no
están limitados a tareas relativamente simples o rutinarias y a
responsabilidades tales como comida, servicios sanitarios o
mantenimiento de edificios. Lo más importante de todo es que estos
servicios incluyen “contratos por servicios que son altamente
sofisticados, estratégicos en su naturaleza, y que se acercan mucho a
funciones básicas que por buenas razones el gobierno solía hacer por
su cuenta. El Pentágono incluso ha llegado a contratar contratistas
para que aconsejen sobre cómo hacer nuevos contratos.” [4]
Las contrataciones privadas por temas
de seguridad, una industria lucrativa y de crecimiento rápido, es un
buen ejemplo de la política de subcontratas del Pentágono. Estos
contratistas operan en la periferia de la política exterior de los
Estados Unidos, entrenamiento en el extranjero de “fuerzas de
seguridad” o “luchas contra el terrorismo” mediante. A menudo,
estas corporaciones militares privadas están compuestas por personal
retirado de las Fuerzas Especiales, que van al Pentágono, al
Departamento de Estado, a la CIA o a gobiernos extranjeros a la búsqueda
de compradores de su pericia militar.
Por ejemplo, el MPRI (Military
Professional Resources Inc.), una de las empresas más grandes y más
activas, que “ha
entrenado a militares alrededor de todo el mundo bajo contrato con el
Pentágono”, fue fundada por el antiguo Jefe de Personal del Ejército
Carl Vuono y otros siete generales retirados. Los niveles de riqueza
de estos contratistas de entrenamiento militar (o modernas compañías
mercenarias de hoy en día), como también los de los proveedores de
mercancías militares, se han disparado en virtud de la guerra y el
militarismo realzados bajo el Presidente George W. Bush. Por ejemplo: “El
valor compartido de las acciones en L3 Communications, al que
pertenece MPRI, está por encima del doble.” [5]
Puesto que los contratistas
industriales del Pentágono, como Lockheed Martin, se enriquecen a
través de la producción de instrumentos de muerte y destrucción,
ellos también crean oportunidades de beneficio para contratistas de
servicios tales como Halliburton que, como buitres, siguen los rastros
del humo de la deconstrucción y montan luego sus negocios de
“reconstrucción”.
Por ejemplo, en el mismo mes (Octubre
de 2006) que las fuerzas de los Estados Unidos perdieron un número récord
de soldados en Irak, y los ciudadanos iraquíes perdieron a muchos más,
Halliburton anunciaba que los ingresos en su tercer cuatrimestre habían
aumentado un 19 por ciento llegando a 5.800 millones de dólares.
Jeff Tilley, un analista que investiga
para Halliburton, señalaba igualmente que “Irak resulta mejor de lo
que se esperaba… En general, no hay realmente ninguna razón a propósito
de la cual alguien podría cuestionar la operación o ser escéptico
con ella. Los resultados son muy buenos.”
Esto condujo a muchos críticos a
subrayar con desprecio que cuando el Vicepresidente Dick Cheney dijo a
Rugh Limbaugh que “si se mira la situación [en Irak] en su
totalidad, lo están haciendo remarcablemente bien”, debió de
estar hablando de Halliburton. [6]
Los servicios y contratistas de
reconstrucción son frecuentemente llamados “reconstrucciones
estafa”, no sólo porque obtengan contratos generosos y a menudo sin
previa oferta pública por parte de sus cómplices políticos, sino
también porque habitualmente incumplen sus contratos y escatiman en
aquello que prometieron hacer. Por ejemplo, un reportaje de un
investigador sobre el terreno en Irak, promocionado por el Institute
for Southern Studies y titulado “Nuevas investigaciones revelan
el timo de la reconstrucción”, mostraba que a pesar de “los
miles de millones de dólares gastados, piezas clave de las centrales
energéticas y de las infraestructuras iraquíes, centrales de teléfonos,
y sistemas de salubridad y alcantarillado, o bien ni se han reparado o
bien se ha hecho de un modo tan pobre que ni siquiera funcionan.”
El reportaje, llevado a cabo por Pratap
Chatterjee y Herbert Docena y publicado en el Institutes’
Publication Sothern Exposure, revelaba además que al contratista
gigante del Pentágono Bechtel “se le habían dado decenas de
millones de dólares para rehabilitar las escuelas iraquíes. Hasta
ahora muchas ni siquiera se han tocado, y muchas otras que Bechtel
asegura haber rehabilitado se encuentran en un estado deplorable. Una
de estas escuelas “rehabilitadas” estaba inundada con aguas
residuales de las cañerías y cisternas.”
El reportaje también mostraba que del
contrato de reconstrucción con Haliburton cifrado en 2.200 millones
de dólares, la compañía sólo se gastó un 10 por ciento en “necesidades
comunitarias –el resto se gastó en dar servicios a las tropas
estadounidenses y en reconstruir oleoductos. Haliburton, además, se
gastó alrededor de unos 40 millones de dólares en una nada exitosa búsqueda
de armas de destrucción masiva.” [7]
Los botines de guerra y devastación en
Irak han sido tan atractivos que un número extremadamente grande de
aprovechados de la guerra se han montado un negocio en este país con
la intención de participar en las ganancias: “Hay alrededor de
100.000 contratistas del gobierno operando en Irak, descontando a los
subcontratistas, un total que se aproxima al tamaño de las fuerzas
militares estadounidenses, según el primer censo militar del aumento
de población civil operando en el frente”, informaba el Washington
Post en su número del 5 de diciembre de 2006.
El reportaje, realizado por Renae Merle,
precisa que “además de las aproximadamente 140.000 tropas estadounidenses, ahora en Irak hay una mezcolanza de
contratistas. DynCorp Internacional tiene cerca de 1.500 empleados en
Irak, incluyendo a 700 que ayudan a entrenar a las fuerzas de policía.
Blackwater USA tiene más de 1.000 empleados en el país, la mayoría
de los cuales proveen seguridad privada… MPRI, una unidad de L-3
Communications, tiene unos 500 empleados trabajando en 12 contratos,
incluyendo el proveimiento de mentores que trabajan para el Ministerio
de Defensa de Irak en el planeamiento de estrategias, presupuesto y
establecimiento de la oficina de asuntos públicos. Titan, otra división
de L-3, tiene a 6.500 lingüistas en el país.” [8]
El hecho de que poderosos beneficiarios
de dividendos de guerra florezcan en una atmósfera de conflictos
armados y convulsión internacional no debería sorprender a nadie. Lo
sorprendente es que, en el contexto de las recientes guerras de libre
elección de los Estados Unidos, estos mismos beneficiarios también
hayan adquirido el poder de promocionar guerras, a menudo a través de
la fabricación de “amenazas externas a nuestro interés
nacional”. En otras palabras, los beneficiarios de la guerra,
conducidos por sus ganancias, han evolucionado convirtiéndose
asimismo en fabricantes de guerras o contribuidores en la producción
de guerras. [9]
Lo que sigue es una muestra de estas
repugnantes relaciones entre política y negocios, según informan
Walter F. Roche y Ken Silverstein en un artículo del 14 de julio de
2004 en el Los Angeles Times, titulado “Abogados de la guerra
ahora sacan provecho de la reconstrucción de Irak”:
- El ex-director de la CIA R. James
Woolsey es un ejemplo prominente de este fenómeno, mezclando sus
intereses empresariales con lo que el afirma que son los intereses
estratégicos del país.
- Neil Livingstone, un antiguo ayudante
del senado que ha servido como consejero en el Pentágono y el
Departamento de Estado y que ha recibido reiteradas peticiones públicas
para el derrocamiento de Hussein. Él encabeza una empresa con base en
Washington, GlobalOptions Inc., que proporciona contactos y servicios
de consultoría a compañías que hacen negocios en Irak.
- Randy Scheuneman, un antiguo
consejero de Rumsfeld que ayudó a hacer el borrador del “Acta para
la liberación de Irak” de 1998 y autorizó la dotación de 98
millones de dólares en concepto de ayuda exterior de Estados Unidos a
grupos iraquíes en el exilio. Fue el presidente fundador del Comité
para la liberación de Irak. Ahora se dedica a ayudar a los antiguos
estados del bloque soviético a salir adelante en el mundo de los
negocios.
- Margaret Bartel, que administraba
dinero federal dirigido al grupo en el exilio de Chalabi, el Congreso
Nacional de Irak, incluyendo fondos para el programa de preguerra de
los servicios de inteligencia sobre las alegadas armas de destrucción
masiva de Hussein. Ahora ella encabeza una empresa consultora del área
de Washington que ayuda a futuros inversores a encontrar a sus homólogos,
los futuros colegas inversores iraquíes.
- K. Riva Levinson, una lobbista de
Washington y especialista en relaciones públicas que recibió fondos
federales para movilizar en la preguerra el apoyo a favor del Congreso
Nacional de Irak. Tiene estrechos vínculos con Bartel y ahora está
ayudando a compañías a abrirse camino en Irak, en parte gracias a
sus contactos con el Congreso Nacional iraquí.
- Jose M. Albaugh, que administró la
campaña del presidente Bush por la Casa Blanca del 2000 y que más
tarde encabezó la Agencia de Federal de Administración de
Emergencias, y Edgard Rogers Jr., un ayudante del primer presidente
Bush, que recientemente ha contribuido a establecer a New Bridge
Strategies and Diligence, LLC para que promueva negocios en el Irak de
posguerra. [10]
Hay indicaciones fuertes de que estas
dudosas relaciones representan algo más que simples casos; son algo más
que meros ejemplos esporádicos e inconexos de algunos elementos pícaros
y sin escrúpulos. Las pruebas muestran que los contratos para la
“reconstrucción” de Irak fueron trazados mucho antes de que
empezase la invasión y la deconstrucción de este país. En un
reportaje fascinante para la revista The Nation, titulado “El
ascenso del capitalismo del desastre”, Naomi Klein describe estos
esquemas de “reconstrucción” proyectados con mucha antelación, y
lo hace como sigue:
“El verano pasado, en plena tregua de
agosto por el descanso que se habían tomado los medios de comunicación,
la doctrina de la guerra preventiva de la administración Bush hizo un
salto adelante. El 5 de agosto de 2004 la Casa Blanca creó la Oficina
del coordinador para la reconstrucción y la estabilización,
encabezada por el anterior embajador de los Estados Unidos en Ucrania,
Carlos Pascual. Su cometido es trazar elaborados planes
“posconflicto” para 25 países que no están, o todavía no están,
en conflicto. Según Pascual, la oficina también será capaz de
coordinar al mismo tiempo tres operaciones de reconstrucción a plena
escala en países diferentes, cuya duración podría ser ‘en los
tres casos de cinco a siete años.’” [11]
Aquí es donde se vislumbran realmente
las razones o fuerzas que están detrás de las guerras preventivas de
la administración Bush. Como lo expone Klein, “un gobierno
dedicado a una deconstrucción preventiva ahora tiene en pie una
oficina dedicada a una reconstrucción preventiva permanente”.
Klein documenta, asimismo, como (a través de la oficina de C.
Pascual) los contratistas trazan los planes de “reconstrucción”
en estrecha colaboración con varias agencias gubernamentales y como,
a veces, los contratos han sido aprobados de antemano y el papeleo
completado mucho antes del ataque militar en cuestión.
“En estrecha colaboración con el
Consejo Nacional de Inteligencia, la oficina de C. Pascual mantiene a
los países de alto riesgo en listas de vigilancia y reúne equipos de
respuesta rápida para comprometerlos en la planificación de
preguerra y “movilizarlos y desplegarlos rápidamente” después de
que surja un conflicto. Los equipos están compuestos por compañías
privadas, organizaciones no gubernamentales y miembros de think tanks.
Pascual explicó a una audiencia del Centro de Estudios
Internacionales y Estratégicos en octubre, que habría
“precompletado” contratos para reconstruir países que todavía no
se habían roto. Hacer todo este papeleo con antelación podría
‘recortar entre tres y seis meses de su tiempo de respuesta.’”
No existe modelo de mercado ni
paradigma empresarial alguno que pueda capturar adecuadamente la
naturaleza de este tipo de maquinaciones y mercantilismo. Ni siquiera
los negocios ilegales basados en búsquedas rentables, corrupción o
robo pueden describir suficientemente el tipo de intereses mercantiles
inmorales que se esconden tras las guerras preventivas de la
administración Bush. Sólo un tipo de explotación calculadamente
imperial o colonial, aunque un colonialismo o imperialismo de nuevo cuño,
puede capturar la esencia del mercantilismo de guerra
asociado a las recientes guerras de agresión de los Estados
Unidos. Como Shalmali Guttal, un investigador residente en Bangalore
lo expuso, “solíamos tener colonialismo vulgar. Ahora tenemos
colonialismo sofisticado, y lo llaman reconstrucción”. [12]
Los poderes del clásico colonialismo o
imperialismo vagaban por la periferia del centro capitalista,
“descubrían” nuevos territorios y agotaban sus recursos y
riquezas. Hoy ya no hay en nuestro planeta más lugares nuevos para
ser “descubiertos”. Pero hay muchos países soberanos vulnerables
cuyos gobiernos pueden ser derrocados, sus infraestructuras aplastadas
contra el suelo y un montón de riquezas conseguidas a su costa como
resultado (tanto de la deconstrucción como de la reconstrucción). Y
aquí es dónde radica la genialidad de un mercado de mercantilismo
parasitariamente eficiente, así como también la mayor fuerza rectora
tras las guerras de libre elección unilaterales y “no
provocadas”.
La nueva forma de agresión colonial o
imperial, regida en su mayor parte por los intereses creados en las
industrias armamentísticas y demás negocios basados en la guerra,
no sólo lleva la calamidad a los vencidos, sino que también
es perjudicial y opresiva para el vencedor, a saber, el imperio y sus
ciudadanos. Al contrario que las operaciones militares de los imperios
del pasado, que normalmente no sólo aportaban beneficios a las clases
dominantes, sino que también (mediante el “efecto goteo”) los
aportaban a sus ciudadanos, las expediciones militares de Estados
Unidos actuales no son justificables ni siquiera sobre la base de las
ganancias económicas nacionales.
En efecto, la escalada de expansiones y
agresiones del ejército estadounidense ha llegado a ser cada vez más
derrochadora y económicamente ineficiente en la medida en que está
vaciando el tesoro público, socavando el gasto social y acumulando
deuda nacional. Visto desde esta luz, la nueva forma de
“imperialismo” en cuestión quizá podría llamarse
“imperialismo parasitario.”
Sacar provecho de la guerra no es, por
supuesto, nada nuevo; siempre ha existido en el curso de la historia
de la guerra. Lo que hace que el negocio de las recientes guerras de
libre elección de los Estados Unidos sea único y extremadamente
peligroso para la paz mundial y la estabilidad es, sin embargo, el
hecho de que se ha convertido en la mayor fuerza rectora tras la
guerra y el militarismo.
Esto es clave para entender el porqué
la elite que manda en Estados Unidos es reacia a sacar a las tropas de
Irak. La resistencia o “dificultad” de abandonar Irak no es
tanto consecuencia de tener que sacar a 140.000 tropas fuera de ese país
como de tener que arrancar de ahí a más de 100.000 contratistas.
Como Josh Mitteldorf de la Universidad de Arizona lo ha expuesto
recientemente, “hay un montón de contratistas haciendo una
fortuna y nosotros no queremos que se pare este grifo de donde sale el
dinero, aunque sea dinero prestado, que nuestros hijos y nietos van a
tener que devolver.” [13]
Esto implica que las tropas
estadounidenses no se retirarán de Irak hasta que las voces contra la
guerra no se alcen más allá de las premisas y los parámetros de la
narrativa oficial o la justificación de la guerra: terrorismo,
democracia, guerra civil, estabilidad, derechos humanos, y cosas por
el estilo. Las fuerzas contrarias a la guerra tienen que liberarse del
debate, fuente de grandes distracciones y constricciones, acerca de
estos temas secundarios, y tienen que presionar para que se tome
conciencia pública de los escandalosos intereses económicos que
dirigen la guerra.
Es de crucial importancia que la atención
pública se desvíe de la limitada narrativa oficial de la guerra,
repetida una y otra vez por las corporaciones de medios de comunicación
y los políticos expertos, y se encauce hacia los crímenes económicos
que se han perpetrado por culpa de esta guerra, tanto en Irak como en
los Estados Unidos. Ha llegado la hora de abrir una causa moral para
que se devuelva el petróleo de los iraquíes y todas sus demás
posesiones. Y también ha llegado la hora de abrir una causa moral
contra los logreros de la guerra, que saquean el tesoro público y el
dinero de los impuestos. Parafraseando al fallecido General Smedley D.
Butler, “la mayoría de las guerras se podrían terminar fácilmente
–ni siquiera hubieran empezado- si se les quitaran los
beneficios.” [14]
Notas:
(*) Ismael Hossein-Zadeh es profesor de
economía en la Universidad de Drake, Des Moines, IOWA. Es autor del
libro recientemente publicado The Political Economy of U.S.
Militarism.
1. Renae Merle, "Census Counts
100,000 Contractors in Iraq," Washington Post (5 de diciembre de
2006).
2.
The Center for Public Integrity, "Report Finds $362 Billion in
No-Bid Contracts at the Pentagon" (29 de septiembre de 2004).
3.
Bill Rigby, "Defense stocks may jump higher with big profits,"
Reuter (12 de abril de 2006).
4.
The Center for Public Integrity, "Outsourcing the Pentagon"
(29 de septiembre de 2004).
5.
Esther Schrader, "Companies Capitalize on War on Terror,"
Los Angeles Times (14 de abril de 2002).
6.
Steve Young, "What Is Bad for America Is Good for Halliburton . .
. Just Ask the Vice President," OpEdNews.com (23 de octubre de
2006).
7.
"War Profiteering," by Source Watch (a project of the Center
for Media & Democracy).
8. Renae Merle, "Census Counts
100,000 Contractors in Iraq," Washington Post (5 de diciembre de
2006).
9.
William D. Hartung, How Much Are You Making on the War, Daddy? (New
York: Nation Books, 2003); Chalmers Johnson, The Sorrows of Empire (New
York: Metropolitan Books, 2004); Ismael Hossein-zadeh, The Political
Economy of U.S. Militarism (New York & London: Palgrave-Macmillan,
2006).
10.
"War Profiteering," by Source Watch (a project of the Center
for Media & Democracy).
11.
Naomi Klein, "The Rise of Disaster Capitalism," The Nation
(2 de mayo de 2005).
12.
As quoted in Klein, "The Rise of Disaster Capitalism."
13.
Josh Mitteldorf, "Why we're not getting out of Iraq," Op Ed
News (8 de diciembre de 2006).
14. Smedley D. Butler, War Is a Racket (Los Angeles: Feral
House, 1935 [2003]).
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