A
cuatro años de la invasión
Un país
empapado de sangre
Por
Patrick Cockburn
Desde Khanaqin, provincia de Diyala, Iraq
The Independent, 20/03/07
Página 12, 21/03/07
Traducción de Celita Doyhambéhère
Cuatro años después
de que tropas estadounidenses y británicas invadieran Irak, el país
está empapado de sangre, y su gente, llena de miedo. Los iraquíes a
menudo muestran una mirada de pánico reprimido cuando hablan de
muertes violentas que los rozaron a ellos y a sus familias, una y otra
vez. “Huí dos veces el año pasado”, explicaba este fin de semana
Kassim Naji Salaman, un fornido chofer vestido con un sucio traje marrón,
parado junto a su camión cisterna en las afueras de la ciudad de
Khanagin, en el centro de Irak.
“Mi familia y yo
solíamos vivir en Bagdad, pero huimos cuando mataron a mi tío y a mi
sobrino, y nos mudamos a una casa en el pueblo de Kanaan en Diyala.”
Salaman creía que él y su familia, todos sunnitas, estarían más
seguros en un distrito sunnita. Pero todo lugar es peligroso en Irak.
“Los milicianos secuestraron a mi hermano Natik y lo metieron en el
baúl de un auto. Cuando lo sacaron, le dispararon en la cabeza y
dejaron su cuerpo al lado del camino. Tengo miedo de volver a Kanaan,
donde está refugiada mi familia, porque los milicianos me matarían a
mi también.”
Los iraquíes
esperaban que sus vidas mejoraran cuando Estados Unidos y Gran Bretaña
invadieron el país hace cuatro años, con la intención de derrocar a
Saddam Hussein. En 2003, muy pocos iraquíes defendían el régimen.
Hasta su propia comunidad sunnita sabía que Saddam había metido a su
pueblo en un cuarto de siglo de guerras continuas. El nivel de vida de
los iraquíes, dueños de grandes reservas petroleras, había caído
de un nivel cercano al de Grecia al de Mali. Pero derrocado Saddam
Hussein, no les quedaron dudas de que habían sido ocupados y no
liberados. El ejército y los servicios de seguridad fueron disueltos.
Irak dejó de existir como estado soberano. “Los estadounidenses
quieren clientes, no aliados en Irak”, se lamentaba un iraquí
disidente que había estado a favor de la invasión.
Pronto surgió, con
rapidez y ferocidad, una guerra de guerrillas de la gran comunidad
sunnita, de cinco millones de personas, contra las fuerzas de Estados
Unidos. Para los iraquíes, cada año desde 2003 ha sido peor que el
anterior. Según la ONU, en noviembre y diciembre pasados, unos 5000
civiles fueron asesinados, a menudo torturados a muerte. Valga como
comparación que en Irlanda del Norte murieron unas 3000 personas en
30 años de conflicto. Unos dos millones de iraquíes huyeron, la
mayoría a Siria y a Jordania, desde que Bush y Blair ordenaran a las
tropas estadounidenses y británicas invadir el país hace cuatro años.
Viajar a cualquier
lado se ha convertido en algo tan peligroso en Irak, que es difícil
para los periodistas reunir la evidencia del matadero en que se ha
convertido el país, sin resultar muertos. Hace tiempo que Blair y
Bush dicen que la violencia se redujo al centro de Irak. Esta mentira
debería quedar descartada después del informe Baker–Hamilton,
escrito por importantes republicanos y demócratas, que examinó un día
del verano pasado en que el ejército estadounidense anunció que hubo
93 ataques y descubrió que hubo en realidad 1150.
Diyala es una de las
provincias más violentas de Irak. Solía ser una de las más ricas,
con huertas de frutas floreciendo en las riberas del río Diyala antes
de su unión con el Tigris. Pero su geografía sectaria es letal. Su
población es una mezcla de sunnitas y chiítas, con una pequeña
minoría de kurdos. La provincia lleva por lo menos dos años de
convulsiones, con una creciente escalada de violencia.
Este mes, con gran
fanfarria, Estados Unidos envió a Diyala 700 soldados del vigésimo
regimiento de infantería para restaurar la autoridad del gobierno.
Hubo una feroz batalla con los insurgentes en la que los americanos
perdieron dos blindados. Pero, como sucede a menudo en Irak, a los
ojos de los iraquíes la presencia o la ausencia de estadounidenses no
hace mucha diferencia en cuanto a quién ejerce el poder local, como
le gustaría creer al comando militar de Estados Unidos.
Supuestamente, los americanos están apoyando a 20.000 fuerzas de
seguridad iraquíes, pero este año ya se había anunciado el despido
de 1500 policías locales por no oponerse a los insurgentes.
En un momento
embarazoso, los comandantes estadounidenses e iraquíes estaban
diciendo en una teleconferencia de prensa que tenían el control de la
situación en Baquba, cuando los insurgentes irrumpieron en la oficina
del alcalde, lo secuestraron y le volaron la oficina.
Una de las señales
de la pérdida de control del gobierno en Diyala es que hace siete
meses que no se entregan raciones. Un 60 por ciento de los iraquíes
depende de esas raciones baratas, subsidiadas por el gobierno. Que ya
no llegan porque los que las entregan dicen que hacerlo es muy
peligroso. Esto es bastante comprensible, ya que los camioneros que
las llevan son a menudo acusados por los insurgentes de ser
colaboracionistas, y son asesinados.
Una dificultad para
explicar Irak al mundo exterior es que desde 2003 los gobiernos de
Estados Unidos y Gran Bretaña produjeron una serie de momentos críticos
falsos: la captura de Saddam Hussein en diciembre de 2003, la supuesta
entrega de la soberanía iraquí en junio de 2004, las dos elecciones
y la nueva Constitución de 2005, y más recientemente la
“escalada” militar en Bagdad. En todos los casos, los beneficios
de estos hechos fueron inventados o exagerados.
Después de que los
fundamentalistas sunnitas volaron la cúpula dorada de la mezquita chiíta
de Al Askari en Samarra, en febrero de 2006, el centro de Irak fue
dividido por las luchas sectarias. Bagdad se rompió en una docena de
diferentes ciudades hostiles, sunnitas y chiítas, que se tiran
morteros entre sí. Los ministerios del gobierno, si eran controlados
por comunidades diferentes, también luchaban.
Por un breve momento
en noviembre, después de las elecciones legislativas en Estados
Unidos y del informe Baker–Hamilton, pareció que Estados Unidos iba
a comenzar a negociar con sus enemigos en y alrededor de Irak. Pero el
presidente Bush se negó a admitir el fracaso. Unos 21.500 soldados
fueron enviados a Bagdad y a la provincia de Ambar.
La invasión de hace
cuatro años fracasó. Derrocó a Saddam, pero no logró nada más.
Desestabilizó Medio Oriente. Destruyó Irak. Fue para demostrar al
mundo que Estados Unidos era la única superpotencia, la que podía
hacer lo que quería. Y demostró que Estados Unidos era más débil
de lo que el mundo suponía. Cuanto más tarde Estados Unidos en
reconocer el fracaso, más tardará la guerra en terminar.
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